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Jhona Lemole
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Artísta. Jhona Lemole Diseño. Anaclara Mancebo Autor del Prólogo. Mauro Martella CC BY 3.0 5 de Enero de 2016. 6 Contacto. fb Jhona Lemole Artísta Visual
Capturas del Silencio en Plena Acci贸n 14-47 Los Antagonistas 48-86 Fauna 87-96 Lados B 97-114 Atractiva Banalidad y Otras Rarezas 115-137
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Prólogo
(o epílogo)
El súbito hábito de crear y recolectar En el mundo de los fotolibros hay una persistente maldición de la que sólo zafan los japoneses. A menos que el formato sea virtual, en la mayoría de los casos el primer encuentro con el fotolibro es de pie, hojeando las páginas desde el final. Todas las horas de edición, y todo el ‘pienso’ que cada autor le pone al orden de las fotografías y la narrativa, son arrasadas en unos pocos segundos por el usuario casual e impaciente. Ese primer acercamiento es un pésimo tráiler en reversa, sin subtítulos. Y en el caso atípico de que el usuario se sumerja en el libro desde la primera hoja, seguramente pasará por alto esos innecesarios prólogos, para nadar primero entre las fotografías. En definitiva, son ellas las protagonistas. Y en caso de que esas predicciones no se estén cumpliendo con Aunque no quieras te miraré, y que no tengas ni idea de qué fotografías esperan detrás de estas páginas de texto, te recomiendo que primero recorras las páginas hasta el final, deteniéndote en cada una de las 125 fotografías, que le des a este prólogo el carácter de epílogo, y que retomes la lectura en la siguiente línea. Trece minutos antes de la medianoche del 27 de setiembre de 2015, mientras hablábamos de un festival de literatura que acababa de terminar, salió por primera vez el tema de este fotolibro, y Jhona Lemole cometió el error de preguntarme si no quería escribir “un prologuito para el fotolibro”. Acepté, pero con una inseguridad descomunal.
El 7 de octubre llegó a mi casilla de Gmail todo lo que acaban de ver en este fotolibro (exceptuando obviamente estas densas páginas de texto). Ahora que ya vieron las fotografías, podría ser un interesante ejercicio proponerles que escriban algo sobre el fotolibro. Imaginen también la presión de saber que está pronto para entrar a imprenta y que sólo restan sus palabras. Y para complicarla aún más se enteran de que esas líneas que van a escribir es el único texto que formará parte del fotolibro. Cargué con esa responsabilidad durante dos o tres semanas, sin saber qué camino tomar, hasta que llegó a mis manos el libro Los Modlin. En una noche de primavera de 2003, al fotógrafo e ingeniero de caminos Paco Gómez, integrante del colectivo español Nophoto, le telefoneó su cuñado, quien le avisó que corriese a la calle del Pez en Madrid. . Antes de ser fotógrafo había sido recolector de basura, y probablemente por ello mantenía una atípica fascinación por coleccionar documentos encontrados en la basura. Inmediatamente me llevó a establecer paralelismos con el fauno de Jhona, de quien volveremos a saber más adelante. Frente a aquella casa abandonadísima del barrio Malasaña, revolviendo entre otras personas que se habían acercado a buscar cosas de valor en la montaña de objetos personales, se encontró con una imponente colección de fotografías espectaculares y también perturbadoras. Padre, madre e hijos habían sido fotografiados hasta el cansancio, con una cuidadísima estética, en posturas sumamente atípicas. La imperiosa necesidad de reconstruir la historia de esa familia y de entender lo que sucedía detrás de esas fotografías, y todo lo que fue averiguando a medida que empezó a familiarizarse con la trágica historia de los Modlin, una familia de artistas americanos que habían llegado a España a comienzo de los años setenta, lo llevó a un intenso trabajo de investigación de diez años que, entre otras
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cosas, desembocó en la realización de exposiciones, recreación de algunas de aquellas fotografías, elaboración de un documental y la publicación de un libro, en el que se registra toda esa investigación exhaustiva. Durante una semana recorrí en paralelo ambos libros. Por un lado, el de Jhona, atiborrado de imágenes, despojado de textos y aguardando por algunas palabras que sirvieran de entrada a ese universo. Por otro lado, el de Paco, casi 300 páginas de texto, en donde se intentaba explicar toda aquella historia detrás de ese inmenso archivo encontrado. Eso me remitió a mis años de adolescente, cuando devoraba una serie de colecciones de cuentos cortos de Stephen King. Lo que más disfrutaba entonces eran las notas que el autor dejaba al final del libro, con detalles de cómo había sido concebida cada una de esas historias. Soy de esos obsesivos que a veces disfrutan más saber del proceso creativo que de la obra en sí. Soy de aquellos que, siendo niños, desarmaban los juguetes de cuerda para entender el funcionamiento, y que no podía disfrutar de la magia sin entender cómo hacían el truco. Es así como, al igual que Paco Gómez, me encontré frente a una considerable cantidad de fotos espectaculares, muchas de ellas cargadas de un misterio que requería una explicación. Todas ellas con el sello de Jhona, uno de los artistas más inquietos y activos de la movida montevideana. Y tenía en mis manos la responsabilidad de darle al lector curioso de este fotolibro la información y respuestas que pueda estar buscando. Serían estas palabras mi pequeño homenaje a aquel niño y adolescente curioso y obsesivo, a quien le encantaba descuartizar todo para entenderlo. A diferencia de Paco, yo contaba con el autor, la fuente de cualquier respuesta que pudiese necesitar. Y allí empezaron a aparecer algunos diálogos, la gran mayoría después de la medianoche. Se me pasó por la cabeza
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hacer un copy/paste de aquellas conversaciones virtuales, similar a lo que sucedió entre Björk y el académico Timothy Morton, cuando la islandesa lo invitó a participar de un libro que se publicaría en el marco de una exposición que se realizó este año en el MoMa: finalmente terminaron publicando todo el intercambio de correos electrónicos (pero claro, Björk viene pariendo discos, películas y videos desde 1977, y Timothy tiene nueve libros y más de 120 ensayos publicados). En un momento, dejé de hacer preguntas, me distancié de Jhona y empecé a buscar entrevistas, volví a escuchar algunas de sus canciones y mirar sus cortos, entrando un poco en el rol de Paco Gómez: donde él encontraba las fotografías familiares y las relacionaba con las pinturas que realizó Margaret Modlin a partir de ellas, yo encontraba las fotografías de Jhona y las asociaba a los cortos que durante algunas madrugadas estuve devorando. Porque lo que tienen entre manos no es el trabajo de un fotógrafo. Es el trabajo de un artista visual formado en las artes escénicas, director audiovisual, músico, gestor cultural y, además de todo eso, un fotógrafo inquieto y autodidacta que describe esta colección de fotografías como “miradas conceptuales, eróticas, oníricas, expresionistas, impresionistas y sus figuras imposibles”. Jhona, caracterizado por una constante inquietud de crear y firme defensor del trabajo en colectivo, armó, en lo que a fotografía se refiere, una exposición fotográfica para Milongas al mediodía en el Teatro Solís, el proyecto Amar temer (cortometraje que pasó a llamarse Los hermanos y exposición fotográfica expuesta en la Fotogalería del Parque Rodó en el marco de la muestra anual de Llamale H). Desde hace cuatro años dicta de manera independiente talleres de fotografía digital en centros culturales de Montevideo y Maldonado, y actualmente está investigando en la gigantografía y el arte callejero.
Desde 2012, dirige Escafandra Registros, una compañía de registros audiovisuales. Entre otros cortos (independientes y autogestionados, como toda su obra), dirigió Los hermanos y El instrumento (primeras entregas de la trilogía de cortos indie), realizó un muy interesante corto en 16 mm titulado El futuro incierto, documentales, y está desarrollando una serie de unitarios de intriga, titulada Retratos del fauno. El súbito hábito del perder. La escena inicial y final de la primera entrega, titulada La Paloma, es un clarísimo ejemplo del poder de sugestión, la destreza para crear climas perturbadores e incómodos, y del dominio de lo visual que tiene Jhona: una cámara fija y un auto detenido en una playa al amanecer, primero con las puertas cerradas, y al final con las puertas abiertas y una de las luces traseras encendidas. Un fotograma que podría imprimirse y ser colgado en cualquier sala de exposiciones. Abundan también en su canal los videoclips y los registros del colectivo Esquizodelia (que está celebrando diez años) y Vía Láctea Ediciones. Una tercera arista de Jhona es la música. Fue integrante de Millones de Casas con Fantasmas y Limpiando Encontré Monedas, dos de las bandas más originales que recuerde de la movida musical de Uruguay, En 2015 editó su primer disco solista, titulado Nombres comunes (en el que todas las canciones están tituladas con nombres comunes de personas reales) junto con Martín Seoane y Ximena Bouso (ahora devenidos en la banda Y los Nombres Comunes), y acaba de debutar como baterao en la banda El Primer Desayuno. Además de la fotografía, el audiovisual y la música, hay lugar en su universo para la escritura (ha escrito sobre cultura para Mate Amargo) y la pintura. Mientras escribo esto, Jhona está en Maldonado, haciendo collages en una tableta gráfica e interviniendo paredes, inspirado en parte por Sinache, un colectivo anónimo de gigantografía.
Para el armado de este fotolibro, Jhona se lanzó a un ejercicio demencial y arriesgado: armó una preselección de aproximadamente 500 fotografías y se las envió a Ana Mancebo (Ay Caramba), a quien solamente conocía de forma virtual. Recae entonces en ella ese inmenso laburo de edición, que en manos de los propios fotógrafos siempre suele estar cargado de subjetividades y encariñamientos desmedidos. “Tenemos un entendimiento virtual muy interesante, todo esto se dio a través de la computadora”, me comentó Jhona. “No tuvimos ninguna reunión presencial. De hecho no nos conocemos”. Esa mirada ajena, distanciada del trabajo e incluso del propio Jhona, si bien pudo haber terminado en un desastre descomunal, aquí unifica la obra, se ordena y se generan acertados diálogos entre fotografías distantes en el tiempo y en la intención. El fotolibro resultante (bienvenido en una época en la que en Montevideo el fotolibro ha cobrado un importantísimo auge) es esta espectacular colección de más de un centenar de fotografías tomadas en los últimos cuatro años, con diferentes tipos de cámaras (réflex, pocket y celular). ‘Capturas del silencio en plena acción’ es el capítulo que abre el libro, probablemente el de mayor carga poética y el de la más estrecha relación entre las fotografías, que sirven como entra da a un universo onírico, abrumador y mudo, en el que se respira humedad. El agua, el viento, la ciudad y la naturaleza empapada de misterio parecen ser el hilo conductor de este primer relato. La figura humana, casi en segundo plano en este capítulo, siempre está de espaldas, escondida silenciosa detrás de paraguas, camperas, capuchas y vidrieras, dejándose devorar por el entorno, detrás de la niebla o la lluvia. El sol y el color sólo se asoman en algunas imágenes, tímidamente, para dar un respiro. En ‘Los antagonistas’, la presencia humana toma el control y el protagonismo de las fotografías. Acá Jhona le saca jugo a sus destrezas como director de actores, y uno reconoce en este segmento a
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algunos de los cortos que ha dirigido: Los hermanos y El instrumento (pertenecientes a su trilogía de cortos indie), o el comienzo de la miniserie Retratos del fauno, todos ellos thrillers psicológicos cargados de climas descomunalmente hermosos y a su vez con una constante tensión y sensación de amenaza, logrados fundamentalmente con el acertado manejo de la fotografía y del sonido. Aquí es donde Jhona experimenta sobre lo visual, la música y la fotografía, tres capas de una obra contundente y que puede encontrarse online en el canal de Youtube de Escafandra Registros. En ellos, la fotografía es de una belleza atípica y cuidadosamente pensada. El recurso del macro es aprovechado al máximo, la cámara se acerca invasiva a las acciones, los rostros, y se establece rápidamente una intensa conexión con esos personajes, como pocas veces se logra en el formato del corto. Todo esto potenciado por la acertadísima banda sonora y el manejo de los silencios y los sonidos. Cada fotograma de esos cortos es una fotografía perfecta. Y Jhona no se conforma sólo con esas fotografías en movimiento, sino que se encarga además de registrar majestuosamente algunos momentos de esos rodajes, con una carga conceptual importante, los cuales aparecen desparramados en algunas de las páginas de este capítulo, intercaladas entre escenas robadas en la calle o en algún ensayo. Jhona pasó un año entero fotografiando caprichosa y exclusivamente en blanco y negro, y en este segmento se hace notorio. ‘Fauna’ abre con Copy, esa gata negra de Jhona que se coló en el corto Los hermanos, en la canción que lleva su nombre (parte de un simple grabado en vivo en la Usina del Cerro Cerro por Max Capote), y que ahora también lleva tatuado en su pierna, diseñado por Mery Bogosian. En este acotado interludio, lo siguen otros felinos, algunos pescados, perros y gaviotas. Y con ellas levanta vuelo hacia el penúltimo segmento, titulado ‘Lados B’, probablemente el más ecléctico, en donde predomina la fotografía callejera. Fotos roba
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das sin ser visto. Con la postura de ‘Aunque no quieras, te fotografiaré’, parafraseando al título, Jhona captura, vuelve interesante lo espontáneo y se lo apropia. En 2012 se lanzó a San Pablo, a investigar sobre la fotografía urbana (aplausos aparte merece la foto del borracho en el bar, tocando el pandeiro), y signado por el “súbito hábito del perder”, luego de realizar una serie de fotos en un cementerio, perdió su cámara y debió conseguir una prestada. No sería la primera vez que pierde las fotos. ‘Atractiva banalidad y otras rarezas’ es un epílogo abstracto, un acercamiento a texturas y tramas de una belleza descomunal. Es mi segmento preferido de este libro. Las composiciones son perfectas y el uso del color o del blanco y negro es acertadísimo en todos los casos. Al referirse a su disco debut Nombres comunes, Jhona describe ese género como “canciones con paisajes”. De este fotolibro, se puede desprender lo inverso: son “fotografías con canciones”, y todo el libro se podría leer como una composición musical. La introducción sería ‘Capturas del silencio en plena acción’, una delicada y oscura apertura instrumental, en la que arremeten las cuerdas y los vientos, y donde aparece sutilmente algún teclado (notoria la foto de la playa, en los que una suerte de pilares de un alambrado proyectan sombras que remiten a las teclas del piano). Con ‘Los antagonistas’ aparece la presencia humana, se encienden los micrófonos, y la banda arremete cantando a toda voz, con notas de misterio y coros sublimes. En ‘Fauna’ se desprenden los primeros gritos, las guitarras desgarradas y el ruido. Jhona y su banda se colocan sus máscaras caseras de gatos y leopardos amarillos y salen al escenario. En ‘Lados B’, la canción comienza a mutar, los géneros se fusionan y el diálogo entre las voces y los instrumentos se vuelve confront
ación. Es aquí donde empieza a asomarse esa furia latente detrás de la calma. En este universo no hay repetición ni lugar para estribillos (un recurso que se aplica a cualquiera de las canciones de su disco debut). ‘Atractiva banalidad y otras rarezas’ vuelve para recuperar la delicadeza instrumental de la introducción. Ya no hay voces, sólo paisajes sonoros complejos y profundos, con alguna sutil distorsión con pedales o sintetizadores. Además de ser una composición perfecta, cada segmento del libro habla de esa descomunal obsesión de Jhona por registrarlo todo. Ese sería el principal eje conductor de toda su obra. Así como haberse comprado recientemente una grabadora portátil lo hace querer grabar canciones todo el tiempo, tener en sus manos una cámara, o el celular, lo hace querer fotografiarlo todo, de forma compulsiva. Es como el fauno, al cual se refiere en la sinopsis de su miniserie como “la figura recolectora de lo que sucede”. Y Jhona lo hace con sus fotografías, sus videos y sus canciones. En una entrevista realizada por Emilio Pérez Miguel para El Diario, Jhona declaró: “Al tener formación audiovisual, tengo en cuenta las dimensiones. Y me gusta que las dimensiones estén en la música, tanto desde el lugar sonoro como de escuchar una voz dulce por uno de los parlantes, y de que haya algo cíclico que te perturbe, y hay alguien tocando la percusión con terrible polenta, y hacer que esos tres planos se unifiquen. Yo lo trabajo de esa manera”. En ese texto, que se refiere a la estructura de sus canciones, se establecen principios que Jhona, acaso inconscientemente, aplica también a su fotografía, y en particular a este fotolibro. Acá conviven esas dimensiones, acá hay lugar para la dulzura y la tranquilidad,
hay una oscuridad cíclica que aparece cada dos o tres páginas, y hay imágenes con una potencia descomunal. Es en este fotolibro donde todo ello se unifica y se potencia. Todo esto son piezas fundamentales de ese amplio universo creativo, sugestivo y autogestionado de Jhona. Es por ello que para quienes quieran ir más allá de la grata experiencia de recorrer este libro encontrando fotos espectaculares, es aconsejable navegar y empaparse también por el resto de la obra de este artista que no puede parar de crear y de registrar, pequeño gran recolector y generador de recuerdos. Mauro Martella 10 de diciembre de 2015
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Gracias. Fernando, Ana, Lucia, Bruno , Matilde , Moriana,Tania, Luisina, Carlos, Chiara, Diego, Gabriela, Pilar , Copi y todos los extra単os que participan de este foto libro.
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