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Manolo Pacheco Textos
Marcela Oliver 1
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Fotos y design editorial: Manolo Pacheco manolopacheco.arte@gmail.com Textos: Marcela Oliver marcelaoliver.textus@gmail.com
Manolo Pacheco | manolopacheco.arte@gmail.com Marcela Oliver | marcelaoliver.arte@gmail.com Own Books | ownbooks.edit@gmail.com
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en te acompañ aa Ella todas partes
Indice En la pista de la imagen Vuelo en bici Ella Ella te acompaña Ella te acompaña a todas partes
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Este libro está dedicado a Frida y Olivia, nuestras bicicletas. Con ellas siempre vagabundeamos, vamos y venimos por Palermo. Como caballos con dueño nos esperan quietas, sin palenque. No son efusivas, pero podría asegurar que nos reconocen cuando nos ven- aunque carezco de pruebas. Sí puedo dar fe de mi alegría cada vez que reencuentro a Frida y anticipo un nuevo paseo, pedaleando y volando.
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En la pista de la imagen
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o podría decir que en mi la escritura es algo que va sobre ruedas. Sí lo es la imagen y, sin dudas, andar en bicicleta. Agregaría para reforzar, que aprendí a andar en bici antes de aprender a escribir. No considero esto determinante: sólo quiero decir que siempre me gustó más andar en bicicleta que escribir. ¿Y cómo se revela la imagen en todo esto? Cuando digo imagen digo fotografía. Y en mi historia, bicicleta es fotografía. Mi primera cámara la compré a los 16 años con el dinero de la venta de un par de palancas
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de aluminio de una hermosa bicicleta pistera. Pertenecía al tío Isidoro que cariñosamente me la regaló cuando cumplí 12. Me la dejaron usar a los 14, para que no me matara, y la destruí a los 16 usándola como si fuese una mountain bike. No digo esto con tristeza. Era una joya, yo lo sentía así y era una joya que incitaba a las más increíbles aventuras, esas que se tienen en una ciudad del interior a una edad donde todo está para descubrir y disfrutar; cuando ya no sos un niño pero tampoco un adulto. Y se transformó en cámara en el momento en que el arte, la imagen y la fotografía se insinuaron como una alternativa que estuvo presente en todas las elecciones de mi vida. Volviendo al tema de las ruedas, no puedo
dejar de mencionar que crecí en una fabrica de bicicletas: Rodados Pacheco. Era de mis tíos y allí trabajaba mi padre. Aprendí a pintar con soplete, armar ruedas, nunca aprendí a centrarlas. Armaba bicicletas y aprendí a quererlas. Sigo andando en bici, y además las fotografío. Soy fotógrafo y designer editorial, casado con una escritora. Este libro, creado junto con la compañera de mi vida, resultó ser una de las mejores pedaleadas que mi bicicleta pistera me ofreció.
Manolo Pacheco
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Vuelo en bici
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ocas cosas me gustan tanto como escribir. Y escribo mucho cuando ando en bicicleta –aunque no escriba. Respirar, tal vez sentir y ni pensar en palabras, sólo ritmos, aire, el sol o el frio en la cara, y restos de frases inconexas oídas al pasar. Alrededor del lago de Palermo los caminantes se cuentan muchas historias. y cuando ando en bicicleta recojo vestigios, trozos, retazos. Me gusta pensar que podría escribirse una historia circular, una especie de cadáver exquisito –¿se acuerdan? mucho después supe su nombre, atribuido a los dadaístas. Bueno, era bien dadá ese juego de infancia con el papel doblado a cada frase, pasando de mano en mano, para después leer en voz alta una historia
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disparatada, deshilachada. Entretenimiento de horas libres en un colegio sin celulares, que viene a mi recuerdo en este girar de calesita, sin sortija, alrededor del lago, y todo se vuelve recreo, placer porque si, pedalear porque si, escuchar sin querer, palabras que –literalmente– se las lleva el viento. Y dejar que el viento traiga recuerdos. No quisiera contar –tal vez sea muy personal, o poco relevante– que yo pasé del triciclo a la bicicleta. Muchos niños no gatean; yo me salteé la llamada bicicleta con rueditas. Mi primera bicicleta era colorada, regalo de un Día del niño. La trajeron rodando por el pasillo, y hacia ese ruidito que hacen las bicicletas sin jinete. A partir de entonces, mi papá y yo seguimos yendo los fines de semana a andar a Palermo, pero sólo él alquilaba en Ramognino. Yo tenía bicicleta propia. Era altísima, me
parecía Aunque los pies me llegaban al piso había un no sé qué de vértigo al subirse. Ese día, luego de algunas indicaciones básicas, vino la prueba de fuego. En un camino entre dos filas de arboles, me subí a mi bici, puse los pies en los pedales, mi papá la agarró del portaequipaje, y empezó a correr empujándola. El volante se bamboleaba, y yo trataba de dominarlo. Un envión, y la soltó. Me soltó. Corrió un trecho más atrás mío, lo suficiente como para que supiera que me acompañaba y confiaba en mis fuerzas. Mi respiración agitada, mi bici colorada, mi susto, su confianza. “¿Estás ahí atrás?”, grité. “¡Sí! ¡Dale, que vos podés!”. Marcela Oliver 11
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Ella Ella, la bicicleta, tiene articulo pero no tiene género. Tampoco tiene sexo –como los ángeles. Ni alas –aunque a veces pareciera. Como Pegasus, potro alado de los dioses, es fuente de energía espiritual. ¿Ella, la bici, un caballo alado? ¿Por qué no? Si ella nos permite cabalgar sobre la tierra, con las ideas al viento, mientras un cóctel de sol y oxigeno enciende nuestra imaginación
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lla, la bici, no es mujer. Por eso digo que tiene articulo, pero no tiene género, ni sexo. ¿Como denominarla? Los ingleses lo resuelven con “It”, el articulo que denomina a las “cosas”. Ahora...la bicicleta de uno, mi bici, ¿es una cosa? Yo diría que denominarla “cosa” la mantiene dentro del universo indiferenciado de cualquier bicicleta. “Cualquier bicicleta” sería una cosa. Mi bicicleta es especial, es única. No es porque sea la más linda, ni la más cara, ni la más fashion. Es porque es mia, tiene historia. Tiene nuestra historia. Me llevó y me trajo de vuelta de muchas historias. Me acompañó en silencio en días felices o tristes. Se entusiasmó conmigo en esas pedaleadas fuertes, o furibundas. Se quedó mansa en nuestros paseos blandos, dejándonos llevar juntas a algún lugar indefinido. Llamarla
“it” resolvería un problema, pero crearía otro. Sería casi ofensivo. “¿Entonces te da lo mismo cualquiera?” podría argumentar ella, con razón. Y no es así. Cualquiera sabe que una bici alquilada no anda igual que una propia. Caballo alquilado, tampoco. Como los caballos atados al palenque, ella me espera quieta. Y al igual que ellos, si me demoro más de la cuenta, o me atraso, no me reclama nada –qué maravilla. Entonces, ella no es una cosa. Tampoco es una persona –aunque varios de nosotros la hayamos bautizado. Ella es un objeto. Y un objeto vivo. Un objeto que mi mirada y nuestro vínculo han dotado de cierta vida. Cuidado, que no se caiga, que no se abolle.
¿Y si la roban? “Mejor una bicicleta de supermercado, y chau”. ¿Estás loco? Mi bici combina conmigo, como mi perro. “No hay prienda que no se parezca al dueño”, dicen en el campo. Y tienen razón. Y cómo el dueño la trata tiene que ver –creo– con el modo como se trata a sí mismo, o a otros objetos vivos que forman su mundo. Ella es la bici. No es mujer ni hombre. No es una cosa. Es un objeto vivo, que forma parte de mi mundo de experiencias. Silenciosas y solitarias. Ella, mi bici, me desplaza, me lleva, me trae. Mientras me deja ser.
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te acompaña... Ella te acompaña siempre y cuando vayas para adelante. Tu bici –lo debés de haber notado- no te deja retroceder. Volver, sí –retroceder, imposible. Ir en bici es una forma de vivir. Siempre para adelante, al pedalear sabés que no vas solo.
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vanzar temerario, temeroso, festivo, trabajoso. Avanzar por descarte, por decisión o por inercia. Avanzar porque queremos, porque es necesario, porque no queda otra. Avanzar, avanzar, avanzar. La vida va en bici. Ella te acompaña, estés como estés. Confiado o curioso, seguro o temeroso. Orientado o perdido. Salís a andar en bici para hacer ejercicio, para ventilarte, para llegar a algún lado. O la mezcla de estas cosas. La bici no pregunta, soporta, acompaña. Te banca. Pero –eso sí– tenés que ir para adelante, abriéndote paso en el viento, o en una ciclo vía, o en los adoquines de algún barrio tranquilo. Ella te acompaña y siempre sigue la flecha de la vida –para adelante. Juntos van recorriendo caminos conocidos que cambian con las estaciones del año, con las distintas luces del día. Se cruzan olores a flores, a comida, a ciudad.
Todo cambia en la misma esquina, sorpresas de lo cotidiano. Ella te acompaña a hacer ejercicio y reencontrarte con esa sensación potente del cuerpo al comando. Ella te acompaña, también, en un pedaleo de fiaca, cuando deambulás sin rumbo y sin esfuerzo. Cuando sos un Bici flanneur. Es una fiaca blanda pero despierta, una actividad natural, un respirar pedaleando. Respirar y pedalear acompasados, la naturaleza en esa dupla de metal y vida. Ella te acompaña y, sin embargo, te deja ir solo, definir tu camino, decidir por donde recorrerlo. Es incondicional como algunos amores, pero nunca se encapricha, no se empaca, no se cansa. ¿Podemos pensar en una compañera más fiel y dispuesta? Una extensión de tus intenciones, un artefacto para tus andanzas, un artilugio para
tus ensoñaciones. Un par de andariegos, la bici y su dueño circulan en dupla armoniosa, en perfecta concordancia de impulso y movimiento. Lo mecánico y lo físico, el objeto y lo humano se funden en su avanzar rítmico. Ir, ir, ir, a espaldas de lo andado, de cara a lo nuevo. Ella te acompaña sin hacerse notar, y aunque nunca te pida nada, a veces sería bueno que le des una palmada de cariño, que le regales un gesto de reconocimiento. Que le dediques un momento de dialogo silencioso. Un nosotros en un descanso del camino.
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Ella te acompaĂąa
a todas partes
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La bici pasea. La bici trabaja. La bici descansa donde la dejes. Atada, suelta, apoyada, tirada. Parada. O patas para arriba. Las ruedas serían las patas, ¿no? Nunca lo había pensado antes... ¿Y la cabeza? La bi ci ¿tiene cabeza? Me parece que no. Nosotros ponemos la cabeza y el mando. Así conformamos un animal mitológico contemporáneo. Mitad humano, mitad bici.
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laya, campo, cemento, ciclo vía. Vas siguiendo una senda transitada. Vas abriendo caminos nuevos. Corrés atrás de un objetivo, compitiendo con otros. O vas haciendo la tuya, sin siquiera registrar a los demás. Ella te acompaña a todas partes. Cuando sabés adonde vas y cuando no tenés ni idea, ni mapa. Los paisajes son múltiples. Andar en bici te permite transitarlos desde adentro. No es como andar en auto, encapsulada en un mundo que se basta a si mismo, que se protege del contexto. Andar en bici es, de algún modo, andar desprotegido –en el mejor sentido. Todo lo que me rodea me concierne: la temperatura, el viento, los olores, los sonidos. Estoy adonde estoy. Soy y estoy en esa encrucijada de entorno y vivencia. Puede ser una playa. Y la arena dictará
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por donde ir, y por donde no. Posibilidades, imposibilidades, lo duro y húmedo versus lo blando y suelto. Por donde podemos, por donde la playa nos deja. Gente, más gente, vacío, mar solo. Andar en bici por la playa también puede significar trabajo. Y la bici puede ser un kiosco ambulante que exhibe, y ayuda a ganarse la vida. Ella me acompaña a todas partes, cuando trabajo y cuando descanso. Playa puede ser descanso, como una bici que queda esperando hasta que alguien salga del mar y se la lleve. Puede ser paseo y olor a sal y viento húmedo o sol tibio. Puede ser verla pasar, y pensar :”Podría haber traído la bici”. Un atardecer increíble que podrías haber recorrido a lo largo de la puesta de sol. En el paisaje urbano, el parque y el cemento se alternan, se potencian, descansan uno del
otro. Huyo al parque y puedo respirar un campo trozado. Un cuadrado incrustado entre edificios que lo ven desde arriba. Pero yo estoy ahí, dentro de ese agujero verde profundo y genuino. En lo que está por debajo de las ciudades, apareciendo en un descuido inmobiliario. Qué ganas de creer que esa es la realidad, y que la rodea una maqueta inventada. Pero a veces es solo cemento, y allí también puedo ver alguna rama pintada en una pared, o una cara graffitada que me saluda al pasar. O unos edificios que, a fuerza de imaginación, pueden volverse árboles de vidrio y cemento. Pasear, andar, por donde sea, por donde vaya, por donde vayamos... Si voy en bici y sé mirar, hay mundos por descubrir.
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