LA INDEPENDENCIA DE MéXICO
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PrOfEsOr: MANuEL PérEz tErrAzAs
LAS CONSPIRACIONES DE 1808 Y 1809 DATO INTERESANTE Sabías que de la historia de México la mayoría de los mexicanos nada mas conocen la conspiración de Querétaro y a los personajes, como Josefa Ortiz de Domínguez, Miguel Domínguez, Allende, Aldama y Don Miguel Hidalgo. Cuando llegaron en 1808 las noticias sobre la abdicación de carlós IV en favor de Napoleón, el encarcelamiento de la familia real en Francia y el nombramiento de José Bonaparte como rey de España, en la Nueva España aparecieron dos opiniones en cuanto al gobierno del virreinato. Los peninsulares apoyaron la audiencia para que gobernara en nombre de Fernando VII, en consecuencia crearon el Real acuerdo qué fungía, como asamblea gubernativa conformada por los oidores y que estaba en contra de la formación de una junta en la nueva España y de acatar las disposiciones emitidas por la junta central española. En cambio criollos destacados como Juan francisco de Azcarate y Francisco primo de verdad argumentaban que con base a las Leyes de Indias y el Derecho Medieval, la Nueva España era un reino dependiente de la corona y que si otros de sus reinos, como los de Castilla, León y Navarra, habían hecho sus juntas, la Nueva España no tenía por qué ser la excepción. Alegaban que cuando el rey no pudiera gobernar la soberanía regresaba al pueblo, quien debía conducirse por medio de la institución local por excelencia: el Ayuntamiento. En 1809 las conjuras se habían esparcido. En Celaya, San Miguel, Dolores, Tlalpujahua y Valladolid conspiraban españoles americanos junto con algunos peninsulares y mestizos. La historia pone mayor énfasis en la de Valladolid por la importancia y la trascendencia que tuvo. En esta ciudad se reunían constantemente criollos importantes como Fray Vicente de santa María, los hermanos Michelena, Manuel Ruíz de Chávez, José María
García obeso Ignacio Allende y Mariano Abasolo. Se trataba de hombres descontentos que tomaban un plan de insurrección cuyo eje era solicitar representantes a los pueblos aledaños para formar una junta que gobernara en nombre de Fernando VII, en consecuencia crearon el Real Acuerdo que fungía como asamblea gubernativa conformada por los oidores y que estaba en contra de la formación de una junta en la Nueva España y de acatar las disposiciones emitidas para la junta central española. En cambio, criollos destacados como Juan Francisco de Azcarate y Francisco Primo de Verdad argumentaban que con base en la Ley de Indias y el Derecho Medieval, la Nueva España era un reino dependiente de la corona y que si otros de sus reinos-como los de Castilla, León y Navarra-habían hecho sus juntas, la Nueva España no tenía por qué ser la excepción. Alegaban que cuando el rey no pudiera gobernar la soberanía regresaba al pueblo, quien debía de conducirse por medio de la junta local por excelencia: el Ayuntamiento, cuyos miembros eran mayoritariamente criollos. Cierto es que las ideas y disputas anteriores no eren nuevas, pues ya venían gestándose desde mediados del siglo XVII, pero ello no implicaba que fueran aceptadas, ya que cada tendencia recelaba de la otra. Mientras que los peninsulares creían que los criollos iban a tomar como pretexto los acontecimientos europeos para buscar la independencia, los españoles americanos especulaban que sus símiles europeos pensaban entregar la nueva España a los franceses. Las cosas se complicaron cuando los criollos del Ayuntamiento le propusieron al virrey Iturrigaray que siguiera gobernando mientras que en España gobernara José I. Iturrigaray había obtenido el cargo de virrey gracias a la amistad que le unía con Manuel Godoy, así que cuando este se entero de que este había caído en desgracia temió perder su cargo, pero la propuesta del Ayuntamiento le daba la oportunidad de continuar gobernando de manera indefinida, pues veía difícil en ese momento que los franceses salieran de España en corto plazo.
A final de cuentas, el Ayuntamiento logro que el virrey convocase a una junta de todo el reino bajo el principio de que al faltar el soberano, el poder regresaba al pueblo. Para el real acuerdo, representante de los interese de los peninsulares, una cosa era que los criollos tuvieran sus opiniones propias y otra que fuesen secundadas por el virrey. Temerosos de lo que pudiera pasar, los europeos decidieron que era momento de deponer al virrey con un golpe de Estado. Un grupo de peninsulares encabezados por el rico comerciante Gabriel de Yermo tomo el palacio del virrey en la media noche del 15 de septiembre de 1808. Después de que Iturrigaray y su familia, así como algunos miembros destacados del Ayuntamiento, entre ellos Primo de Verdad, fueron encarcelados, los golpistas nombraron como virrey a Pedro de Garibay, aunque en realidad quien gobernaba era la audiencia. A partir de este momento, los criollos o americanos comenzaron a ver al gobierno de la ciudad de México como ilegitimo, pues no representaba al rey ni al pueblo. El golpe de Estado logró retardar los proyectos criollos de autogestión jamás de independencia, y eso también incremento en gran medida los resentimientos de los americanos, quienes comenzaron a planear la toma del poder por medios violentos. Los criollos se habían vuelto peligrosos para los peninsulares y sus intereses. Una de las primeras medidas que tomo Garibay fue disolver el cantón de jalapa, creado en 1808 por Iturrigaray, donde los militares novohispanos estaban acuartelados para rechazar cualquier intento de invasión extranjera (específicamente francesa). Garibay vio que el cantón concentraba a una gran cantidad de criollos que, que si se lo proponían, podrían levantarse en armas. Con su decisión, el “virrey” pensaba que acabaría con la amenaza criolla; sin embargo, la medida genero otro problema que a la larga fue más serio: los militares criollos que regresaron a sus provincias comenzaron a difundir las ideas de autogestión por las que había luchado el Ayuntamiento. Garibay duro poco en el poder como consecuencia de su ineptitud para gobernar. La Junta Central nombro en 1809 a Francisco Javier Lizana y Beaumont como Arzobispo-virrey de la Nueva España y aprovecho la ocasión para invitar al virreinato a que enviara a sus representantes a la Junta Central, en una acción que denotaba la ignorancia que tenía el
organismo de lo que había sucedido en la Nueva España en 1808. Tras este nombramiento, la junta le dio al virrey un lista de encargos con los que deba de cumplir: recaudar 20 millones de pesos como préstamo para que los españoles pudieran continuar su lucha contra el invasor francés, pagar tres millones de pesos que España debía a Inglaterra, etc. Lizana no empezó bien con su gobierno, pues puso en práctica una de las políticas españolas que más disgustaban a los americanos: la continua salida de riquezas. A pesar de lo anterior, fue un político inteligente que pretendía conciliar a peninsulares y criollos, para lo cual suavizo la persecución de los segundos y alejo del gobierno a los peninsulares extremistas. Poco sirvieron los esfuerzos conciliadores del arzobispo-virrey, pues para 1809 las conjuras criollas, especialmente en la región del bajío, se habían esparcido. En Celaya, San Miguel, Dolores, Tlalpujahua y Valladolid conspiraban españoles americanos junto con algunos peninsulares y mestizos. La historia pone mayor énfasis a la conspiración de Valladolid por la importancia y trascendencia que tuvo. En esta ciudad se reunían constantemente criollos importantes, como fray Vicente de Santa María, los hermanos Michelena, Manuel Ruiz de Chávez, José García Obeso, Ignacio Allende y Mariano Abasolo, entre otros. Se trataba de hombres descontentos que tramaban un plan de insurrección cuyo eje era solicitar representantes a los pueblos aledaños para formar una junta que gobernase en nombre de Fernando VII. Los conspiradores sabían que el éxito fracaso de su movimiento dependería del número de seguidores que tuviera, así que decidieron adoptar una serie de medidas con la finalidad de atraer más gente a su causa: prometieron quitar a los españoles de todos sus bienes; a los indígenas, la exención del pago de tributo, y a los criollos, el acceso a todos los cargos políticos. En pocas palabras, ofrecían a cada grupo aquello que durante tanto tiempo habían anhelado. Los conspiradores pusieron como fecha
para su levantamiento el 21 de
diciembre de 1809; sin embrago, una semana antes, alguien dio aviso a las autoridades de lo que se estaba tramando en Valladolid. La conjura fue descubierta y sus miembros aprehendidos.
El arzobispo virrey Lizana trato con benevolencia a los encarcelados (pues no todos fueron descubierto), a pesar de la magnitud de su crimen, pues tenía la convicción de que el uso de la violencia solo precipitaría las cosas. Po ello, mando a José Mariano Michelena al regimiento de Jalapa y a José María García Obeso al de San Luis Potosí. Para algunos españoles, este acto no fue otra cosa más que una muestra de debilidad por parte del gobierno virreinal, ya que, pensaban, en vez de acabar con las conspiraciones, la fomentaba. De todas formas, ya había dado inicio un proceso que no podría ser parado por los españoles europeos sin importar que estos utilizasen la conciliación o la represión violenta. Iñigo,F. (1999). Historia de México. México: Prentice hall.