Discurso Luis Guillermo Solís

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Compatriotas: El mando que recibo Recibo esta banda presidencial con humildad y conciencia plena de la responsabilidad que asumo ante la Patria y ante la historia. La acojo en mi pecho y en mi alma no como el trofeo que alcanza el guerrero tras la batalla, sino como la representación del mandato de un pueblo libre al que no puedo desobedecer, ni malinterpretar ni defraudar. He jurado, frente a ustedes y por ustedes, observar y defender la Constitución y las leyes de la República y cumplir fielmente con mis deberes. Lo haré con determinación y esmero, con sencillez, frugalidad y transparencia, consciente de la enorme responsabilidad que cabe a quien no aspira a otra tarea más alta y más digna que la de ser el primer servidor de las y los costarricenses. Efímero, el poder que ha sido depositado en mis manos no es ni un cheque en blanco ni una patente de corso. Muy por el contrario constituye un precioso acervo que, custodiado por el pueblo, éste delega de forma temporal en sus representantes para que lo administren con justicia y equidad. Por eso la prescripción constitucional también advierte que tal patrimonio puede ser reclamado por sus legítimos dueños si se incumple con el encargo recibido de la gente. En esa convicción, reitero con todo respeto y sinceridad lo que tantas veces dije a mis conciudadanas y conciudadanos: cuando me equivoque, corríjanme; cuando me pierda, búsquenme; cuando flaquee, denme fuerzas. Si no les escucho, reclámenlo; si les abandono, si no estoy ahí cuando más me necesiten, si usurpare con aviesa intención la confianza depositada en mí con tanta generosidad por un pueblo que demanda honestidad y buen gobierno, repúdienme. Y si cumpliere con fidelidad, como espero hacerlo, entonces que no haya para mí más reconocimiento que el propio de la labor satisfecha a cabalidad por quien fue llamado a desempeñarla, pues no puede haber gloria mayor para un Mandatario que satisfacer las obligaciones de su Destino. Tampoco puede haber homenaje mejor a un pueblo tan devoto e ilusionado como el mío, que el servirle con tres virtudes supremas de la política: la sensatez, la honradez y la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace. Un nuevo capítulo de la historia nacional: Decidida a mantener su identidad y potenciar su desarrollo en medio de un mundo globalizado, no siempre sensible a valores fundamentales de nuestra nacionalidad, Costa Rica acaba de asistir a las urnas para re-bautizarse en la fe democrática. Al reafirmar sus más hondas convicciones cívicas, nuestro país vuelve a decirle al mundo que la Democracia, entendida como herramienta forjadora de la Libertad y la Justicia, ha sido y seguirá siendo la senda por la que han de avanzar los pueblos que quieren resguardar su dignidad y labrar su propio destino en el concierto de las naciones. Soy por mando popular el cuadragésimo sétimo Jefe de Estado de Costa Rica y presidiré el decimosétimo gobierno que los costarricenses elegimos libremente en las urnas desde que el pueblo empuñó las armas por última vez, en 1948.


Esta referencia no es menor. Constituye un recordatorio importante sobre la continuación de nuestra República y su naturaleza trascendente. Al contemplar a Costa Rica y su casi bicentenaria historia de vida independiente, no puedo sino maravillarme de la gran capacidad de sus liderazgos para anticipar el futuro. Lo hicieron los fundadores del Estado cuando le dotaron de una tempranera Constitución Política, el Pacto de Concordia, casi inmediatamente después de declarada la emancipación de Centroamérica. Lo hicieron quienes establecieron la primera escuela de niñas en San José a mediados del siglo diecinueve. Lo hicieron los defensores de la soberanía nacional en las gloriosas Campañas de 1856 y 1857. Lo hicieron los propiciadores de la educación pública en 1869; los reformistas de las décadas de 1920 y 1940 y quienes, tras el paréntesis bélico de 1948, abolieron las Fuerzas Armadas como institución permanente y enrumbaron al Estado, no sin dolores y tras haberse cometido algunas arbitrariedades, hacia su modernidad. Hoy es tiempo de sumar nuestros afanes a esa corriente de visionarios logros que, con sus luces y sombras, constituyen la marca fundamental de nuestra cultura política contemporánea. Seré, en ese sentido, una ola más en el interminable océano de la Historia nacional que espero traiga solaz y no destrucción hasta la playa en la que se disipe. La nueva democracia que se construye signada por el cambio Vivimos un momento histórico extraordinario: la decepción de muchos costarricenses con sus gobernantes, con la política tradicional y sus estratagemas, se ha traducido en una resonante demanda de cambio, en una poderosa marejada que ha barrido a las viejas formas de administrar el poder. Ese cambio creador y fresco, la primavera política que ha hecho florecer al país con ilusión, no se ha expresado con violencia o espíritu de revancha si no por medio de una renovada adhesión de nuestro pueblo a la democracia y al compromiso de remozarla y profundizarla. En ese contexto, tomo debida nota que mi elección representa ese clamor. Es un clamor que exige un cambio profundo en la forma en que el país se gobierna y administra. Es un clamor que pide verdad y luz en los procesos de toma de decisiones. Es un clamor que no quiere dádivas sino empleos decentes; que no espera milagros sino el eficiente manejo de los asuntos públicos; que no persigue otro sueño que aquél que alguna vez nos convocara y que nuevamente debe convertirse en la estrella que nos guíe: el de “construir una sociedad de oportunidades crecientes para el mayor número”. Comprendo por ello que, mucho más que el triunfo de un partido, mi elección marca el advenimiento de nuevas actitudes, nuevas convocatorias, nuevos conceptos y nuevas formas de ejercer las labores del gobierno. Ello no sólo porque gobernaremos otras y gobernemos otros, sino porque quienes lo haremos en este cuatrienio tendremos como principal mandato el devolverle confianza a un pueblo que, además de sentir cerca, cálido y solidario a su Presidente, quiere vivir libre de la necesidad y del temor, en un contexto de bienestar y justicia. Costa Rica entra hoy, jubilosa, a la era de la democracia ciudadana, regida por renovadas formas de participación del pueblo en la conducción y, sobre todo, en la fiscalización activa de los asuntos públicos. Ello me obligará a presidir un gobierno de puertas abiertas, de consulta y diálogo permanente con todos aquellos actores de nuestra sociedad que, frente a


la complejidad y gravedad de los retos que afronta el país, alzan su voz y tienden su mano para decirle presente a Costa Rica. Un llamado a la unidad y al diálogo: Despojados de todo dogmatismo y práctica sectaria, y desterrando cualquier clase de revanchismo partidario, dialogaremos con todos los grupos políticos, fuerzas productivas, movimientos, poblaciones y sectores sociales que estén dispuestos a impulsar la transformación del país con espíritu ecuménico, tolerante y respetuoso de la diversidad que caracteriza a la sociedad costarricense de nuestros días. Esta voluntad no nace sólo de nuestras más profundas convicciones personales. También refleja, como lo demuestra la composición de nuestra Asamblea Legislativa, la voluntad del soberano de que sus representantes dialoguen y construyan acuerdos, pues no existe en nuestro Parlamento una mayoría automática. Por respeto a ese soberano y en atención a su mandato, tanto las instituciones del Estado como las organizaciones gremiales, los colectivos, las poblaciones y movimientos, debemos –con lucidez y firmeza- contribuir de forma creativa y permanente a superar las contradicciones que han impedido que Costa Rica cambie de lugar, estancándola. La principal de esas contradicciones es, sin duda, la producida por una economía sustentada en un modelo que genera crecimiento pero que al mismo tiempo y paradógicamente concentra la riqueza en pocas manos, creando condiciones de desigualdad y pobreza ajenas a la visión de bienestar que por décadas orientó a las políticas públicas de nuestro país. Pero esa contradicción perversa que queremos desterrar, no es la única que nos agobia. También lo hace otra que no siempre -como argumentan algunos- se deriva de la primera. Me refiero a la falta de voluntad para negociar de buena fe, superando los miedos del pasado reciente, escuchándonos con respeto y colocando el Bien Común por encima de los intereses particulares o gremiales. No abogo por la adopción de consensos superficiales y ficticios construidos en torno a mínimos comunes denominadores, alcanzados por medio del intercambio de dádivas o el disimulo de pecados recíprocos. Resultaría fácil desorientarnos si avanzamos como Nación por un camino de fáciles entendimientos partidarios adoptados, como se hizo en el pasado, en el marco de opacas negociaciones realizadas por debajo de la mesa. Semejante despropósito sería imperdonable, más todavía cuando tenemos a la vista demostraciones tan fehacientes de malas prácticas como las que se han enquistado en muchas concesiones de obra pública con grave desmedro del interés general. Sin embargo, sí creo indispensable que, con un espíritu generoso y lúcido, comprendiendo como comprendemos la situación actual que no agobia, los grupos de poder –los oficiales y los fácticos- acometamos un esfuerzo renovado por colocar nuestras demandas en un lienzo cuyo marco no sea otro que el pabellón tricolor de Costa Rica. Sé que existe voluntad para ello, empezando por la mía, y convoco a ese esfuerzo negociador con respeto, sabiendo que sólo con él será posible alcanzar el desarrollo que anhelamos antes del bicentenario de nuestra República. La transparencia como signo de los tiempos


Superar ese estado de cosas demanda un diálogo fecundo basado en la transparencia. Requiere de argumentaciones fundadas en información objetiva, no en el dogma ni en el mito; una información que debe ser clara y actualizada. Pero ese diálogo, incluso bajo las mejores circunstancias, no dará resultado si quienes lo emprendan no están dispuestos y dispuestas a transigir, a mirar hacia el futuro con una mirada trascendente que supere el interés corto, la reivindicación pequeña o la tentación de jugar con una lógica de “suma cero”. Por esa razón y en aras de contribuir a ese proceso, haremos un gobierno transparente que, desde hoy, se compromete a rendir cuentas de todos sus actos en forma puntual, precisa y oportuna. En esta nueva Administración, el pueblo tendrá la posibilidad de escrutar, día a día, nuestras acciones, así como de señalar y censurar nuestras omisiones, para exigir las rectificaciones que correspondan. Para ese propósito se cuenta con recursos tecnológicos cuya aplicación generalizada será una prioridad de mi Administración. No hay razón alguna para que el país no pueda aprovechar esos instrumentos que tanto pueden ayudarle a hacer transparentes los procesos de toma de decisiones y a promover la eficiencia del aparato estatal. Deseo que el gobierno –empezado por el propio Despacho presidencial- funcione como una gran vitrina o “casa de cristal”, que permita al ciudadano examinar y escrutar el desempeño de quienes administramos el Estado. Más aún, el reto que asumimos hoy es convertir esas herramientas, que han estado disponibles desde hace mucho y que constituyen junto con el ciberespacio una especie de “ágora” moderna, en oportunidades para facilitar y mejorar la gobernabilidad democrática como primer paso para la constitución de un régimen basado en nuevas formas de participación y fiscalización ciudadana, del manejo de los asuntos públicos. Combatiremos la corrupción sin secretismos ni opacidades La Constitución exige someter a la Administración “a un procedimiento de evaluación de resultados y rendición de cuentas, con la consecuente responsabilidad personal para los funcionarios en el cumplimiento de sus deberes”. El respeto a este mandato constitucional marcará el principio del cambio que el pueblo reclamó en las urnas, pues tan corrupto es quien roba descaradamente los recursos del Estado, como cómplice suyo quien no los administra con dedicación, eficiencia y respeto por los más necesitados. La corrupción está carcomiendo nuestra democracia y está quebrando las finanzas públicas; el nuevo gobierno la combatirá sin desmayo. No sólo por razones éticas y económicas, que muy caro cuesta financiar a un Estado degradado por la corrupción y la ineficiencia. También y principalmente lo hará porque cuando los ciudadanos pierden la confianza en sus instituciones y consideran indignos a sus gobernantes, la democracia se hunde, la democracia se pierde y fenece. Por eso afirmo que llegó la hora de acabar con la impunidad, la irresponsabilidad y la arbitrariedad de quienes, desde el sector público, la prohijen. Y llegó la hora, también, de acabar con la complicidad de quienes, desde el ámbito privado, pretendan amasar fortunas con negocios ruinosos para el resto de la sociedad en connivencia con los primeros.


Para que la lucha contra la corrupción y la ineficiencia en el manejo del erario público sea exitosa no puede ser librada únicamente desde el gobierno. Corresponde también a la sociedad civil, apoyada por los órganos de fiscalización y por los medios de comunicación, vigilar y evaluar la forma en que los funcionarios públicos cumplamos nuestros deberes. Invito a esos sectores a sumarse al esfuerzo de contraloría ciudadana que impulsaremos desde el Poder Ejecutivo sobre todo el aparato del Estado nacional. Hacer que crezca la economía y se distribuya la riqueza La nueva administración no dará tregua a la evasión tributaria en todas sus manifestaciones. Esto resulta obligado por razones tanto éticas como prácticas. El déficit fiscal que heredamos, cercano al 6 por ciento del PIB, pone en grave riesgo la estabilidad de la Hacienda Pública. Esto obliga a todas las fuerzas políticas y sociales a actuar con absoluta responsabilidad. Tendremos que ser capaces de alcanzar, de aquí a dos años como máximo, los acuerdos necesarios para resolver este desafío, quizá el más grande que tengamos –después de la erradicación de la pobreza extrema- como familia nacional. En la tarea por equilibrar y estabilizar las finanzas públicas no podemos quedarnos cortos, pues ya estamos llegando tarde. A la par de los esfuerzos por contener el agravamiento de la crisis fiscal, emprenderemos de inmediato la lucha por incrementar la producción nacional y combatir las desigualdades sociales, que como sabemos afectan más a las mujeres, a los jóvenes y a las personas con discapacidad, poblaciones con las cuales he adquirido un compromiso especial tanto en lo económico y productivo, como en la consecución de un entorno libre de acoso, violencia y marginación. Ello conlleva rescatar al sector agropecuario, al cual renuevo nuestro empeño de apoyarlo y promoverlo como no se hizo en las últimas tres décadas, por medio de políticas públicas que faciliten el financiamiento, la producción y la comercialización de bienes fruto de los afanes de las mujeres y hombres de nuestros campos. La recuperación y la ampliación de las infraestructuras públicas, el esfuerzo que haremos por reducir las tarifas eléctricas, el impulso a la banca de desarrollo y otros programas orientados a incrementar la productividad y mejorar la competitividad del empresariado nacional, el apoyo a la industria turística y al desarrollo local, la continuación de la política de atracción de inversiones aunada a la reactivación de la economía interna, el desarrollo del Pacto Ambiental con las presentes y futuras generaciones y la promoción de una producción nacional con crecientes grados de valor agregado, son todos compromisos que asumimos con clara conciencia de que el país está obligado a ganar la batalla contra el desempleo, objetivo sin el cual será imposible terminar de manera perdurable con la exclusión y la pobreza. Debemos comprender, sin embargo, que la producción de riqueza sólo contribuye al progreso de una nación en la medida en que genere el bienestar colectivo. Si no se reparte adecuadamente, la riqueza causa graves trastornos sociales y políticos. Admitir que en nuestro país la solidaridad social se resquebrajó gravemente en los últimos años a consecuencia de políticas económicas que modernizaron el aparato productivo nacional pero fraccionaron la sociedad, es fácil. Difícil e imperdonable sería no revertirlas a favor de quienes sufren mayores privaciones.


Haremos todo lo posible para elevar la inversión en Educación pública, según la disposición constitucional, del 7.2% actual al 8% del PIB en los próximos cuatro años. Con ello fortaleceremos la mejor herramienta de movilidad y progreso social de que disponemos desde hace más de siglo y medio. Economizar en educación sale muy caro. La historia enseña que esta es la mejor inversión que cualquier país pueda realizar y más todavía el nuestro, que se ufana de ser uno en el que existen “más maestros que soldados” aunque les maltrate. También resulta estratégico asegurar la estabilidad financiera y el mejoramiento de los servicios de la Caja Costarricense del Seguro Social, tarea prioritaria de esta nueva Administración. Cuando dije en campaña que “con Costa Rica no se juega” quise advertir sobre los peligros que se ciernen sobre ésta, una de nuestras instituciones más preciadas y emblemáticas. Al jurar hoy como Presidente de la República reitero mi compromiso con la Caja Costarricense de Seguro Social, piedra angular de nuestra paz y antorcha que debe seguir iluminando, con creciente eficiencia y devoción, el camino de Costa Rica hacia el desarrollo. Los retos del futuro Los retos que tenemos por delante son enormes, pero el país podrá enfrentarlos con éxito, porque en nuestro pueblo subsisten grandes reservas de virtud y coraje. Desde la Atenas de Pericles la democracia ha evolucionado lentamente en búsqueda de mejores mecanismos de representación y participación ciudadanas. La democracia costarricense, una de las más antiguas y sólidas de Latinoamérica y del mundo, también evoluciona al compás de las transformaciones de nuestra propia sociedad. Hoy los costarricenses demandan que llevemos el ejercicio democrático a cumbres mayores: transparencia, rendición de cuentas, participación ciudadana, bienestar de nuestros hermanos menores los animales, libertad de conciencia, defensa del ambiente, y respeto a los derechos de las minorías. Pasar de la democracia formal a la democracia real. Esa es la consigna de nuestro pueblo; ese, el espíritu de nuestros tiempos. Me congratulo de gobernar un país diverso y plural, que cada día comprende mejor que respetar esa diversidad y esa pluralidad fortalece su democracia, tonifica la paz social y potencia su desarrollo. Me alienta constatar el espíritu patriótico y la elevada capacidad de diálogo con que ha iniciado funciones la nueva Asamblea Legislativa, cuya composición refleja, como nunca antes, esa rica complejidad de la sociedad costarricense de nuestros tiempos. Estamos ante la oportunidad histórica de que el Parlamento ejerza a plenitud sus potestades constitucionales como Primer Poder de la República, en tanto representante del Soberano. Esto es digno de ser celebrado por todas y todos los costarricenses, porque una verdadera y efectiva división de poderes solo puede fortificar nuestra democracia. Seré profundamente respetuoso de la independencia de la Asamblea Legislativa. Dialogaré por igual con todas y todos los diputados de las diferentes formaciones políticas, cada vez que


resulte necesario. De todas y todos ellos, especialmente de las y los del Partido Acción Ciudadana que me eligió Presidente de la República, espero una actitud constructiva, rigurosa, firme, vigilante y fiscalizadora sobre los demás poderes del Estado empezando por el Ejecutivo que presido. También a ellos y ellas exigiremos en igual mesura, pues la representación popular no admite desatinos. El consejo de una maestra Compatriotas: Hace más un cuarto de siglo una educadora costarricense escribió una carta a sus nietos y nietas, una de las cuales ni siquiera había nacido y no llegaría a conocer. En esa carta ella, hija y nieta de madres afrodescendientes que como tantas mujeres de nuestra Patria fueron jefas de hogar y asumieron la crianza de muchos hijos, hacía un balance de una vida que íntimamente sabía ya casi llegaba a término. Quiero recoger al cierre de esta reflexión tres párrafos de esa carta que, habiendo sido escrita por Vivienne Rivera Allen, mi madre, hago mía como homenaje a las generaciones presentes y a las tantas otras que todavía están por venir. Dijo la maestra: “(…) No hay que tenerle miedo a la libertad, a la posibilidad de construir sueños inalcanzables. Atarse a lo cotidiano nos impide ver el universo trascendente. Las estrellas brillan más cuando se miran al filo de la noche, cuando está más oscuro y el alba aún no despunta. El propósito de la existencia es insondable sólo para quienes no tienen capacidad de ilusionarse, porque se encuentran atrapados en las redes terribles de lo práctico. En esta civilización materialista, donde el consumo ha hecho sucumbir al ingenio, hay que aferrarse tercamente a la capacidad de soñar que es un atributo especial de humanidad, “(…) La vida me ha enseñado que la mejor prédica es el ejemplo. La Verdad tiene muchas verdades porque en su búsqueda se pueden recorrer muchos caminos. Pero esa diversidad no desorienta cuando se hace acompañar de la consecuencia, de la sinceridad. No es sabio quien habla can palabras de conocimiento, sino quien puede reflejarlas, con acciones, en su propia existencia. La inspiración siempre eleva, pero sólo el ejemplo vivifica”. (…) Y es que en el sendero que todos recorremos, desde el alba hasta el ocaso, somos peregrinos de una misma causa, portadores de una misma antorcha, bardos de una misma canción. Con voces disímiles, en una gran cacofonía de voluntades, balbuceamos un himno eterno y misericordioso, el único himno que puede darle sentido a la existencia y razón a la Historia: el himno siempre nuevo de la esperanza”. Pido al Dios eterno, creador de todas las cosas y Señor de Señores, que bendiga a Costa Rica dándole la capacidad a su pueblo y a sus gobernantes, yo el primero, de cantar con alegría el himno siempre nueva de la paz y la esperanza. En San José de Costa Rica, el jueves 8 de mayo de 2014


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