Cartagena de Indias.

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CARTAGENA de INDIAS

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fotos: Gustavo Goglino textos: Cris Rocha


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Me lo habían advertido -"Te va a encantar Cartagena". Y así fue. Literalmente caí bajo un sortilegio al llegar que solo se disipó al abandonar Colombia tres semanas después.



Convengamos que me asombro fĂĄcilmente y siempre estoy bien dispuesta a los viajes, pero entrar a este borde del mar caribe que aun conserva intacto su pasado negro, sus murallas contra la piraterĂ­a, su malrecuerdo de la inquisiciĂłn, es conmocionante.




Cartagena de Indias es una de las ciudades más antiguas de América, fue declarada Patrimonio Histórico de la Humanidad, por lo que desde hace años que no puede cambiarse nada sin preservar la fisonomía de la ciudad tal cual era hace 4 siglos. Una enorme muralla la rodea y la mantiene resguardada, es un límite preciso y contundente.


Cuando entro a la ciudad vieja por algunos de sus portales me siento atravesando un umbral que separa dos mundos, dos tiempos y dos realidades Me adentro, agradecida, a otro tipo de universo, mรกs cercano a lo mรกgico y lo imposible.


Nuestro departamento queda en Boca Grande, a una cuadra de la playa, en una zona de modernos edificios, tiendas, hoteles y restaurantes. En taxi tardamos sólo cinco minutos en llegar al casco histórico, hoy nos demoramos más de lo habitual, uno de los accesos está cerrado, el taxista supone que habrán llegado personas importantes o habrá arribado un crucero.

Cada crucero trae unos cinco mil turistas y han llegado hasta siete cruceros en un día, días en que la ciudad resiste el embate de americanos, japoneses y europeos deslumbrados, ávidos de la energía y la pasión que se vibra en sus calles.


Los carruajes son frecuentes y conviven con autos modernos y transeúntes. En cada cuadra hay vendedores de las más inverosímiles frutas que las ofrecen peladas, trozadas o en jugos. Los turistas se mezclan con la gente del lugar que estudia, hace trámites, trabaja o pasea, la ciudad está viva. Al atardecer los cartageneros invaden las plazas y se demoran en los bares, juegan dominó, toman ron, charlan, se ríen o bailan con la liviandad que les da vivir en un clima caliente, donde nadie parece estar muy apurado ni demasiado preocupado Los enamorados se sientan en los vanos de la muralla a besarse frente al mar. En la plaza Fernández de Madrid encontramos el bar perfecto donde los locales acumulan botellitas de cerveza en sus mesas mientras ven pasar las horas, la música suena al ritmo de salsa, calipso o rumba y siempre hay una pareja bailando con naturalidad. Nosotros disimulamos nuestra condición foránea, queriéndonos acercar a esa mixtura perturbadora de la cultura negra, con el calor, la herencia indígena, la historia colonial y el encanto del mar.


Llega la noche y vamos al "Zorba" a tomar algo. Justo a la vuelta hay un puesto que vende las arepas con queso mรกs ricas, sopla la brisa suave del Caribe y volvemos a caer bajo el misterioso encanto de Cartagena de Indias.


Tenemos la fortuna, por nuestro trabajo, de adentrarnos al mundo Ă­ntimo de la ciudad. Traspasamos muchas de las enormes y bellĂ­smas puertas de madera y pasamos muchas horas fotografiando esas casas monumentales que exudan historias de poder, amores contrariados, conspiraciones, pasiones y batallas.


Muchas de esas construcciones datan del 1600, todas están remodeladas pero respetando la concepción colonial, en varios casos, al momento de la obra, los arquitectos se toparon con vasijas, urnas o esculturas precolombinas que pasan a formar parte de la decoración. En el patio central siempre está la piscina y es frecuente escuchar el rumor del agua que refresca nuestros sentidos en el espeso calor de las tardes caribeñas.


Los techos intocables y las paredes anchísimas conservan algo de frescura en los interiores, las estancias se suceden unas tras otras, a lo largo de dos , tres o cuatro pisos, los ventiladores de techo siempre están prendidos y la brisa corre en todas las terrazas desde donde se puede ver el mar y las puestas de sol. Acá tiene su casa Gabriel García Márquez quien situó su novela "Del amor y otros demonios" en el Convento de Santa Clara, ahora un hotel deslumbrante y descomunal, Tomamos unos tragos en el jardín sumergidos en una mini selva tropical donde nos acompaña incesante el musical croar de diminutas ranas.



En estas casas, adonde se mire hay algo bello y antiguo. Enormes espejos biselados, esculturas talladas en madera, urnas funerarias, vasijas precolombinas, muebles coloniales. Cada objeto nos cuenta una historia.




En una encuesta reciente los colombianos fueron considerados como el pueblo más feliz de Latinoamérica. Y lo son a pesar de que les sobrarían motivos para la desdicha. Al decir de García Márquez, su patria "ha aprendido a ser feliz sin la felicidad y aun en contra de ella". El drama del narcotráfico, la violencia, las injusticias y la corrupción no les impiden gozar del sol magnánimo, la exhuberancia de sus selvas y el prodigio del más hermoso de los mares. Viven al ritmo de la rumba, tienen el mejor café y su clima es propicio. "Colombia, el riesgo es que te quieras quedar" es la acertada frase publicitaria de hoy que además de conjurar la fama de país peligroso tiene la contundencia de la verdad. En ningún momento tenemos la sensación de inseguridad que muchas veces se percibe en las grandes ciudades, nos movemos llevando cámaras de fotos, nootbooks, valijas con equipos de luces con absoluta confianza, y jamás presenciamos un hecho de violencia. La gente es amable, solidaria y amigable, tuve conversaciones profundas y conmovedoras con todo tipo de personas que hicieron mucho más rico este viaje.


Espero, en un futuro próximo, reencontrarme con Mirla, la mucama de la casa de la calle Baloco. Pasamos un día entero juntas y me contó parte de su vida. Su historia es similar a la de miles de mujeres trabajadoras pobres de Latinoamérica, su madre no pudo criarla y ella creció en Barranquilla al amparo de una tía, tuvo dos niñas y una murió, la otra vive con su abuela en un pueblo rural, ella la visita cuando puede y les envía dinero, a pesar de sus penurias Mirla es alegre. Tiene una preciosa sonrisa blanca y le gusta leer, unos días después le acercamos un libro que recibe agradecida. Se lo dedico sintiéndola mi amiga.



Visitando Las Bóvedas, me encuentro con unos bellísimos cuadros, al preguntar el nombre del artista me dicen que la dueña es la que pinta, es una señora mayor, se llama Finí y vive en Manga, un barrio residencial fuera de la muralla. Quiero ir ahí. Margarita, la empleada, al ver mi entusiasmo me facilita el teléfono y el nombre de la hija: Raquel. Después de unos días la llamo y Raquel me atiende como si me conociera. Me dice que estaba esperando mi llamado, hablamos casi una hora por teléfono y quedamos en ir al día siguiente a la nochecita, ya que es día de crucero y ella debe estar en la tienda para recibir a los turistas.



Es una enorme casa pintada color mora y con rejas blancas, nos recibe la empleada. Atravesamos un patio en penumbras con varias esculturas. Pasamos a la salita que está literalmente tapizada de cuadros, la casa es gigantesca, Raquel nos cuenta que tuvieron que comprar la casa de al lado cuando se les acabaron las paredes para colgar tanta obra, Reconozco la pintura de Finí, pero hay tantos cuadros de ella como de su marido, Don Eladio Gil, que falleció hace un mes y que fue un reconocido pintor y escultor. Raquel habla como uno respira, es decir todo el tiempo. Va mechando sus relatos con un "fíjate Gustavo…" o "tú sabes Cris…." cosa que no perdamos el hilo, algo imposible porque todo lo que cuenta es interesante. Terminamos la noche sentados en la salita escuchando una tras otra historias inverosímiles, de la época de Pablo Escobar, de cuando vinieron los chinos a dragar el puerto, de cuando se desbarató el país, de los concursos de su padre, de la escultura de los pájaros…. A medianoche ya no me cabía una historia más, nos despedimos de Raquel y Finí que nos saludó con la frase que repitió a lo largo de nuestro encuentro: “ uno no debe trabajar por encargo”.



Hay sueños que parecen reales y realidades que parecen soñadas. Cartagena despierta mis fantasías mas desmesuradas. Calle del Torno, Calle de la Amargura, Calle de la Estrella, Callejón de los Estribos son los sugerentes nombres por los que recorremos el centro histórico, se puede deambular sin rumbo fijo sabiendo que a cada paso es seguro algo nos sorprenderá. Las Palenqueras, provenientes de San Basilio de Palenque, pueblo fundado por los primeros negros libres, con sus enormes palanganas de frutas sobre sus cabezas y vestidos de colores, ofrecen una deliciosa ensalada de frutas frescas elaborada al momento del pedido, puestos con braseros fritan ante nuestros ojos riquísimas arepas con huevo, vendedores de artesanías, cantantes callejeros, bailarines descalzos, novias sobre carruajes floridos, cada cuadra es un mundo, la calle late, y en esa pulsión uno intuye la energía de la cultura del caribe.



Yo lo sé, todos los sabemos, más aún los que vivimos en la montaña y el frío: el mar es siempre un destino celebrado, aunque Cartagena no tiene precisamente el mar más azul, ni la arena más blanca. Es un mar humilde, sin embargo las playas son hermosas, la temperatura perfecta del agua hace que uno sólo salga del mar por hambre o aburrimiento. Morenas amigables ofrecen masajes en la playa con aceite de coco que alargan la sensación de bienestar. Vendedores de pescados y ceviches frescos, cervezas y el conocido trago con ron "coco loco " hacen a la felicidad de un día de sol.



Eliseo "nuestro hombre" en la playa, es el encargado del alquiler de sillas, reposeras y toldos, pero en realidad consigue lo que uno pueda necesitar, todo lo hace con una sonrisa es práctico, diligente y tiene el don de adivinar los deseos de sus clientes. Trae cervezas heladas, recomienda el mejor carrito de ceviche, contrata la excursión a playa Blanca, vende artesanías exclusivas y conoce a todos. Después de una semana de ir todos los días a su playa ya nos saludámos como viejos amigos. Al cabo de un mes y medio, Gustavo ya conoce gran parte de su vida. Eliseo está separado pero sus hijos viven con él, adoptó también a un viejo de la calle, que lo metió en innumerables problemas, pero él vive convencido de que la mejor manera de estar en este mundo es ayudando a los demás. Eso es lo que lo hace tan especial.


A sólo una hora de navegación, en las islas del Rosario el mar sabe a paraíso. Acá sí, aguas turquesas y cristalinas, arena que enceguece, cocoteros y leyendas de sirenas. Es un buen lugar para entender el verdadero significado de la palabra edén.


Muchas tardes, después de un día de playa, llegamos al Portal de los Dulces a comprar, al igual que en la época de la colonia, exquisitos bocadillos caseros de tamarindo, coco, arequipe, maní y otras delicias. Allí puedo imaginar el clima reinante cuatrocientos años atrás, donde Las Bóvedas era un depósito de municiones, La Inquisición recibía las denuncias sobre sospechosos de herejías y la ciudad resistía largos embates, asedios y sitios, por la que fue bautizada “La Heroica”. Hoy, Cartagena de Indias, con sus cúpulas brillantes, colores optimistas y vibrante presente, se abre con gracia a quien la visite, echando por tierra años de encierro y penitencia, convertida en uno de los más bellos y enigmáticos lugares de Sudamérica.









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CARTAGENA de INDIAS febrero / marzo 2011

contacto: crisrocha.bariloche@gmail.com www.goglino.com


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