cuento

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Mi niño interior Reencontralo y saná tu corazón


Mi niño interior Reencontralo y saná tu corazón

María Cecilia Albornoz


Albornoz Palacios, María Cecilia Mi Niño Interior: Reencontralo y saná tu corazón 1a ed. - Rosario: el autor, 2005. 140 p. ; 15x21 cm. ISBN: 987-43-9741-1 1. Autoayuda I. Título CDD 110. Fecha de catalogación: 20/08/2007

1ra. Edición: agosto, 2008 ISBN-10: 987-43-9741-1 ISBN-13: 978-987-43-9741-6 Impreso por Tecnigráfica Av. Pte. Perón 3747. Tel/fax: (0341) 432-5648 S2003FYR - Rosario, República Argentina Diseño gráfico: Manuel Lotti Distribución y Comercialización: albornoz@ciudad.com.ar Quedan rigurosamente prohibidas, sin autorización escrita del autor, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. IMPRESO EN ARGENTINA - MADE IN ARGENTINA Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Dedicado especialmente a mi niñito interior y a todo aquel que valiente, viaje hacia sus adentros en busca del suyo.


ÍNDICE 1. Imaginá y volá ............................................................................... 15 2. Cosa de chicos .............................................................................. 24 3. El poder de la imaginación ......................................................... 35 4. ¿Que querías ser de niño? ............................................................ 39 5. El reencuentro: “Mano a mano con mi niño” ............................ 43 6. ¡Upa, tengo miedo! ....................................................................... 52 7. Ups, me cai...¡Y me hice buba! ..................................................... 59 8. “Sana, sana, colita de rana...” ....................................................... 72 9. ¿Qué cuánto te quiero? ¡De aquí a las estrellas! ........................ 82 10. Un lugar para mi .......................................................................

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11. Carita sucia, sonrisa de oreja a oreja ........................................ 104 12. Jugar, aprender y crecer ............................................................. 113 13. Los misterios de la luz ............................................................... 132 14. Gracias y adios ............................................................................ 133


INTRODUCCIÓN “Silbando bajito”

Hola, quiero hablarle a tu niñito, si a ese pequeñín que eras hace unos años atrás. Quiero contarte mi experiencia, cómo llegué hasta aquí. Cuando era chiquita soñaba con ser actriz y cantante, una verdadera estrella. Intenté cantar pero a pesar que mi mamá me entrenaba y tenía fe, la verdad es que la voz no me daba para mucho así que con el tiempo desistí finalmente de la idea. Pensaba que a lo mejor algún día sería actriz, ¿por qué no?, todo era posible, tenía todas las ganas y el tiempo por delante así que quizás... Luego, como a los cinco, seis años me surgió la necesidad de ser abogada. Es que veía tanta injusticia dando vueltas por todos lados que quería hacer algo para que las cosas estuvieran más equilibradas. Aunque al pasar los años, empecé a ver que por encima de ese sentido de equidad existía otra verdad que sentía superior. Y a pesar que no podía divisar con claridad qué era, esta intuitiva percepción me apartó de la idea de hacer justicia, al menos vía ser abogada, en verdad ello no era para mi. Y bien, te pregunto a vos, cuando eras pequeño... ¿Con quién soñabas ser, en quién querías convertirte? Te cuento que luego cuando comencé la escuela primaria, ni bien aprendí, me di cuenta que me encantaba escribir. Redactar poemas, inventar y narrar historias de todo tipo, hasta que por las diferentes


vivencias que tuve me olvidé un poco de mi verdadera vocación y la dejé a un costado. No sé si la dejé olvidada en un rincón o en el cajón de un mueble de casa, esos en los que uno guarda de todo, cosa que no sabés dónde poner, allí va a parar. Y en ese cajón quedó guardada mi vocación en silencio durante varios años. Allí estaba, mezclada con algunos clips en desuso, una decena de publicidades de delivery, un par de biromes que no escribían bien, un punzón de la primaria, 3 papel glacé arrugados y tantas otras cosas que a hoy no comprendo bien para qué se guardaban, pero se guardaban. Y seguí escribiendo igual, pero ya lo hacía como un hobbie más, sin darle demasiada importancia al asunto. Borré de mi conciencia que el escribir era lo que más me gustaba, lo que más disfrutaba hacer y que, al igual que mamá, tenía facilidad. A los 11 años aún siendo una niña escribí mi primer libro y entre los 15/16 años redacté el segundo. Recuerdo que era una sensación extraordinaria la que sentía, era como introducirme en un mundo muy mágico, bien mío, en el que todo era posible gracias al poder de la imaginación. Creo que el escribir me ayudó mucho a sacar siempre afuera mis ideas y sentimientos, desde los más alucinantes momentos experimentados hasta mis más dolidas angustias del alma. Me ayudó también a mirar siempre hacia delante y continuar con fe este camino de la vida, aún en los peores momentos que viví, que todos en mayor o menor medida los tenemos que transitar. Y allí, empecé a mirar a los obstáculos y dificultades como mis más grandes experiencias de crecimiento personal. Al terminar la secundaria seguí la facultad: “la carrera de Comunicación Social”. En ese momento creí que por casualidad había llegado hasta allí, porque una amiga se anotaba y yo como estaba medio perdida sin saber bien qué hacer, aún sin conocer en lo más mínimo lo que era la carrera, me anoté igual. Viste que a veces pasa con los adolescentes que por ahí andamos medio desorientados, aún en mi caso que había hecho un curso de

orientación vocacional durante 3 meses y nada pasaba, cosa de locos. Pero sin darme cuenta, iba desarrollando mi vocación en silencio y seguía escribiendo. La facultad me daba herramientas y la vida en lo personal también. Le escribí cientos de cartas de amor a mi esposo, en ese momento mi novio. Hasta le escribí una unos meses antes de conocerlo; pienso hoy que quizás era el loco deseo por encontrarlo el que me guió. A mis amigas también le escribía, ni el pichicho que tenía en ese entonces se salvó. Y un poco ciega aún por dentro yo seguía buscando mi vocación. De aquí para allá, por todos lados, en cualquier sentido, pero nada ocurría. Quizás porque mi búsqueda siempre era hacia afuera. Cuando trabajaba en algún lado, más allá que me gustara o no tanto lo que hacía, habí a como un hueco dentro mío que me hacía sentir vacía hasta el punto que quizás ello me enojaba con todo lo que rodeaba a ese trabajo. Hoy pienso que en realidad el enojo tenía que ver conmigo, por no encontrar lo que verdaderamente quería hacer, aquello que me realizara, me llenara y que ni por todo el oro del mundo lo cambiaría. Andá a saber por dónde creía que iba a encontrar perdida mi vocación: si encima de algún banco de plaza leyendo un diario; haciéndome señas en alguna vidriera del shopping ó en una góndola del súper con un cartel que dijera: “acá... mirá, hoy estoy en oferta, llevame”. No te puedo explicar, tenía un matete bárbaro en la cabeza. Quizás las señales estaban por todos lados, el tema era que aún yo no podía verlas. Y así seguía por la vida, me cansaba de ese trabajo y buscaba otro. Estaba 2, 3, a lo sumo 5 años y buscaba otro... y otro... y otro... Vivía mirando el diario, buscaba por internet o donde se me ocurriera. Pero, ¿sabés qué? siempre le encontraba algo al aviso. Entonces allí decía cosas como: “no sé, son muchas horas y yo ya soy mamá, ¿cómo hago?” O, “ya tengo experiencia en lo mío, tendría que ser algo mejor pero si aspiro a un puesto más importante voy a tener que darle dedicación exclusiva y no quiero estar tantas horas sin los chicos...” Era un gataflorismo sin límites el tema. No encontraba el equilibrio, quizás porque no


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podía reencontrarme con mi vocación. Y ella seguía silbando bajito... Hasta que llegó mi tiempo, la oportunidad para cambiar mi mirada y esta vez, no la dejé pasar. Sentía que ya estaba preparada para dar el paso adelante, así que esta vez, trabajaría duro pero felizmente lo lograría. Recuerdo que todo comenzó cuando un gran día alguien sabiamente me preguntó: “¿Qué querés hacer vos en tu vida, cuál es tu expectativa, dónde te imaginás, qué te ves haciendo?” Y yo indecisamente le respondí: “No sé, es como que la vida me va fluyendo y no tengo conciencia bien de lo que quiero”. En ese momento me hizo como un clic por dentro y me pregunté: “¡Pero es verdad! Y entonces... ¿Qué es lo que yo realmente quiero?” En ese momento empezó mi verdadera y sincera búsqueda: “mi búsqueda interna”. Allí encontré todo lo que estaba buscando... y mucho más también. A partir de ese momento, me ligué a un montón de actividades que me movilizaron íntimamente. Y todo confluyó en un corto tiempo hacia lo mismo: “la necesidad de escribir un libro, este libro”. Y emprendí el camino...

CAPITULO 1 Imaginá y Volá

¿Te acordás cuando eras chiquito? Cierro mis ojos hoy y me veo allí, con 3 ó 4 años de edad, jugando en mi “mundo de juguetes”, tal como solía decir papá cuando nombraba a mi cuarto de juegos. Estaba en la pieza de abajo, esa la del fondo a la izquierda, ese íntimo lugar que por aquellos tiempos solía albergarme jugando durante horas y horas... Allí sin límite ni preocupación alguna, simplemente soñaba, experimentaba y proyectaba mis propias fantasías de pequeña. Historias con polvo mágico, donde era protagonista de un sin fin de aventuras en las que todo era perfectamente posible si tan sólo lo imaginaba, deseaba y pedía con el corazón. ¿Te viene a vos algún recuerdo de aquella época? Me gustaría que te acuerdes algo acerca de lo que a ese niñito tuyo le encantaba jugar de pequeño. ¿Te animás? Tomalo como un juego de niños... Como le diría mi niñito al tuyo: “¡Daleee!”” Es como regresar tu mente hacia los pensamientos que tenías a los 3, 4 ó 5 años de edad. Pensar desde la cabecita de aquel pequeñín que algún día fuiste. “Verte nuevamente chiquito”. - 15 -


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¿Suena divertido el desafío, ¿no? Entonces cerrá tus ojos, imbuíte y zambullite en aquel juego con el que tanto te divertías de pequeñito. Ese que resultaba tan tuyo; aquella diversión que luego de experimentarla le dejaba un único y delicioso sabor a tu corazón. Permitite que entren en vos esos lindos recuerdos de tu infancia... Volá... Y cuando a tu mente retornen, sentirás cómo su tierno recuerdo te provoca las más desequilibradas cosquillas de la alegría. Allí, le sonreirás nuevamente hacia quien más necesita sentirte reír: “tu propio niño”. Será algo fuerte, vivirás un sacudón verdaderamente intenso, creeme que así será.

Tal vez, te deleitabas armando sencillamente torres con los rasti, ¡te acordás qué lío era después juntarlos a todos! Y si, pesaba un poco, sobre todo cuando en el medio de la diversión mamá gritaba con un tono de urgencia: “Chicos, a guardar los juguetes que la comida está lista. Miren que sino se enfría...”. La verdad que jugar estaba buenísimo y aunque confieso que no tan deleitante me resultaba la tarea de juntar, a través del tiempo me di cuenta que detrás de ello se hallaba una de mis primeras enseñanzas de vida: “aprender a ser responsable con mis propios actos”.

Te invito entonces hoy a que des una desestructurada vuelta en la calesita del tiempo. La propuesta es que regreses hacia aquel ciclo de tu vida en las que diminutas travesuras cotidianas y locas diversiones de niño te entretenían hasta más no poder... ¿Y...? ¿Ya te acordaste algo de aquellos tiempos de la niñez? Dale, hacé un chiquitín de memoria. Sino te viene nada, no importa, sólo respirá hondo, relajá todo tu cuerpo, colocá tu mente en blanco y dejate fluir por el túnel que te conducirá a tus “propios juegos de niño pequeño”. Un juego de niños Y la pregunta a develar es: ¿Qué te enloquecía a vos jugar de chico? Te ayudo un poco a recordar, ¿querés? Te tiro algunos recuerdos, a ver si alguno te hace acordar algo... Si te gustaba divertirte con los entretenimientos de niños, por ahí te encantaba jugar con tu trencito a pilas; si, ese de vagones negros que Papá Noel te trajo una Navidad junto a la pista con forma ovalada que a tus ojos de pequeño te resultaba “tan pero tan gigante”. - 16 -

Hoy comprendo que detrás de aquellas pequeñas experiencias que día a día la infancia acercaba a mi vida, se encontraban ocultas las más grandes lecciones de aprendizaje y crecimiento personal. Pero ahora bien, sigamos adentrándonos en el túnel del retroceso... Puede que lo que más te enloquecía hacer era practicar ese divertidísimo pasatiempo que inventaste junto a tus amigos. Si, ese que ingeniaron justo aquel día de lluvia torrencial en el que el aburrimiento los desbordaba a todos... A lo mejor, no sé, aunque... ¿Sábes qué? Sólo vos lo tenés dentro tuyo... Asi que lo que voy a hacer yo, es conseguir que mi niñito se quite la timidez y te pregunte: ¿A qué te gustaba jugar a vos de pibe? Tal vez se me ocurre que por ahí eras de esos que amaban jugar con los soldaditos, si, esos color verde militar que venían de plástico. ¿Te acordás? Ya sé, vos eras de los fanáticos que les encantaba llevar el muñeco de su súper héroe favorito a todos lados: de los abuelos, a la escuela, de tus amigos, a dónde sea; así la salida estaba más buena. Si te gustaba divertirte con los juegos de niñas, quizás cuando un - 17 -


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adulto te leía algún cuento de hadas, te imaginabas ser esa princesita corriendo con su vestido largo y rosa por el bosque encantado lleno de duendes bienhechores.

Tal vez ya de chiquito perfilabas con habilidades en el deporte y te encantaba ir a jugar a la pelota todos los días con los pibes. Ojo que ahí se jugaba hasta el cansancio, había que bancársela, meterle pata hasta caer rendido en el piso, no dar más, quedar sin una gota de aliento y aún así, seguir corriendo. A hoy no sé de dónde uno sacaba esas energías extras pero si se las necesitaban, allí estaban.

O por ahí te encantaba ser una mamá que le daba de comer la papa a su bebito; luego le cambiabas el pañal y lo hacías dormir cantándole: “Noni, noni noni, noni, noni, no...”.

Ya sé, vos me parece que tenías la facilidad de fabricar cosas, un innato talento creativo. En 5 minutos armabas una caña y te ibas a pescar ranas ó te las ingeniabas tanto que con un par de papeles, unas varillitas de madera, hilo y plasticola te armabas un barrilete que te quedaba buenísimo... más si lo hacías del color de tu equipo de fútbol favorito.

También estaba bueno jugar a la cocinerita. Uy, me acuerdo que jugaba a tomar el té con el jueguito blanco de porcelana y también me gustaba hacer los mandados con el bolso plástico entretejido de mamá.

¿Y los calquitos? ¿Te acordás cómo se hacía? Buscabas en la plancha el dibujo que más te gustaba y colocándolo sobre un papel le pasabas el lápiz por encima y... ¡listo! Ya tenías el calquito pegado sobre la hoja. Había de todos los colores y formas, para todos los gustos.

Ni que hablar de usarle sus zapatos, ¡lo inmensos que quedaban a esos piecitos!, pero eso si, ¡lo fantástico que se sentía cuando uno los taconeaba fuerte contra el piso! Y al rato, buscando otras diversiones y placeres, tal vez cambiabas y ya estabas jugando a ser toda una maestra: guardapolvo de algún hermano o primo mayor, un par de muñecos sentados en sus sillas, pizarroncito, tizas blancas y allí dejabas volar toda la imaginación por los aires de aquel aula inventada por vos. Y con tus amigos... ¿Qué hacías? Cuando jugabas con tus amigos, quizás te encantaba coleccionar autitos de carrera y construir pistas en el piso con los chicos para hacerlos correr: ¡qué competencias se armaban! O te encantaba jugar a las bolitas en el hoyito, siempre en la vereda había alguno dando vueltas, sino cavabas un poquito y te hacías uno en la tierra. Lo que estaba buenísimo era coleccionar y cambiar figuritas, no sé por qué pero siempre había un par que eran las difíciles, lo que costaba conseguirlas... ¡por ahí tenías que dar 5 ó 6 a cambio de esa figu! - 18 -

Por ahí te recuerdes disfrazándote de tu súper héroe preferido o de la súper chica de historietas y así, emprender alguna súper aventura de aquellas. Sea lo que fuera que nos gustara hacer, la verdad es que todo era puro deleite, disfrute y satisfacción. Porque por aquel entonces, para esos niños que éramos todo valía y todo era posible de realizarse si en verdad lo queríamos, quizás porque “así lo creíamos”. Recuerdo que me divertía mucho encontrar panaderitos, de esos que vuelan por el aire; los perseguía y corría por todos lados hasta alcanzarlos. Y allí, recitaba una frase que ahora bien no me acuerdo. ¿Cómo era? ¿Te viene a vos, la tenés? Entonces decila por mi. ¿Sabés qué me está ahora viniendo a la mente? Mi cumpleaños. Me acuerdo que cuando llegaba ese día, sentía una emoción impresionante que me sacudía por dentro. No sé si a vos te pasaba lo mismo pero te puedo asegurar que de la felicidad explosiva que tenía, esa sensación me desgarraba el alma de la alegría. - 19 -


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Recuerdo estar esperando la llegada de mis amiguitos a mi fiestita de 4. Faltaba más de una hora y mi corazón pleno de júbilo galopaba como un incansable caballo salvaje. Mis ojos brillantes de entusiasmo, aguardaban ese tan especial momento que para mi significaba. Mientras, miraba fijo en el living el tele blanco y negro de 24 pulgadas que estaba apagado. Ese instante de silencio único mezclado con una dosis de ansiedad y dicha absoluta lo llevaré siempre guardado como un enternecedor recuerdo de mi niñez.

Y allí, en ese estado de inmensa paz, sumergite en el tobogán de los buenos momentos de tu niñez...”ellos fluirán hacia vos”.

Y vos... ¿Ya te acordaste de alguno? Seguramente tendrás los tuyos, tus buenos recuerdos de pequeño. Sacalos afuera; miralos detenidamente, reíte, disfrutalos... Si querés compartilos con quien desees hacerlo y luego, nuevamente guardalos para vos como si fueran una valiosísima joya, porque creeme que si lo son... Y si aún no los recordás, si te falta un pelito para que te vengan pero nada pasa como si los tuvieras en la punta de la lengua pero no salen, ¿sabes qué?, te cuento algo: “En esto no hay receta, sólo se necesitan muchas ganas y un gran trabajo interno por delante”. Para conectarte con ellos, sólo basta que mirés un poquito más dentro tuyo... Que te animes y quizás por primera vez, detengas tu mirada en alguien muy especial que necesita tu cotidiana atención: “vos mismo”. Sentate entonces tranquilo/a, bien cómodo y relajate... Respirá muy hondo... cada vez más y más lento... Cerrá suavemente los ojos, como si tus pestañas se mimaran entre si...

Mi mágico mundo de juguetes En mi pieza de juegos alojaba muñecas de todo tipo, tamaño y color. Algunas en mejor estado que otras dado el uso, aunque lo importante era que en verdad las disfrutaba a más no poder. Me acuerdo que las pintaba, las peinaba, les cortaba el pelo, le cambiaba el vestidito, le coloreaba las uñas, en fin, lo que se me ocurriera. También había pelotas de plástico, de goma y de trapo (hechas con una media vieja y algo adentro de relleno), todas dando vuelta por cualquier lado de la casa. Libros de cuentos y para pintar, bebotes con chupetes o mamaderas, autitos de colores, un tren a pilas a medio funcionar y todo un cúmulo de juguetes desparramados a lo largo y ancho del piso de aquella habitación. Allí pasaba horas y horas jugando, imaginando, creando, disfrutando...

Quedate en profundo silencio... Relajá cada parte de tu cuerpo, liberalo de cualquier tensión... Sólo prestá atención a cómo resuenan los latidos de tu corazón... Dejá pasar de largo cualquier pensamiento que se quiera anclar...

Todo ese mundo de juguetes que día a día compartió las horas de mi niñez, fue desarrollando mi imaginación como también alimentando el espíritu que hoy me guía y acompaña a todos lados: “Todo es posible si verdaderamente lo deseo. Con fe lograré todo aquello que quiera. Sólo tengo que recordarlo siempre frente a cualquier dificultad y, a la larga o a la corta, los logros me alcanzarán”.

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Desde los ojos de un bajito Y rebosante de ilusión hoy pienso e imagino en silencio: “¡qué maravilloso es volver a mirar al mundo con los ojos de un niño de 3 ó 4 años de edad!” Es que aquel bajito que medía menos de 1 metro de altura, veía las cosas tan gigantes. Todo era tan nuevo y fascinante para él. Nada era rutina, cada momento era una asombrosa y rica experiencia de vida. Cada cosa que él aprendía lo nutría tan profundamente hasta el punto que aún hoy ya adulto, conciente o inconscientemente lo lleva arraigado en sus adentros, manifestando permanentemente hacia el afuera esas secuencias de aprendizajes que incorporó hace tantos años atrás. Quisiera ahora preguntarte algo que desearía que te curiosees a vos mismo desde lo más hondo de tu corazón: ¿Querés ver lo que veía ese chiquito que alguna vez fuiste? ¿Te animás a jugar con vos mismo, tal como lo hacías años atrás? ¿Querés experimentar la maravillosa energía movilizadora del jugar? Dale, animate, no tengas timidez, probablemente tu niñito no la tendría. Diría algo así como: “¿A jugar? ¡Buenísimooooo!” Y saldría corriendo como una gallina desenfrenada hacia todos lados. Permitítelo entonces, respirá lo más hondo que puedas, una y otra vez, oxigená bien esos pulmones, dales vida y dejate llevar upa por este viaje en el retroceso del tiempo... ¡Upalala!

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jugando a la popa o al ladrón y poli; a veces al hombre negro. Por allá veo a las nenas jugando al elástico, primera, segunda, tercera... También al yo con todas, a la ronda, a la soga y a la queridísima rayuela, ¿te acordás? Pasabas el 9 y en el 10 era cielito, “shhhhh”... uy, ¡me olvidé que no se podía hablar! ¿Te viene algún recuerdo de esa época? Imposible no recordar esas increíbles sensaciones que dejaron aquellos tiempos. Cómo olvidar ese perfume a ceibo y eucaliptos que aquel patio olía todas las tardes mientras jugábamos en él; mientras nos divertíamos y aprendíamos a crecer... Aún con los ojos cerrados, hoy veo, huelo y siento, diferentes aromas, colores, sabores, texturas y canciones que forman y formarán el repertorio de buenos momentos de mi infancia. Y me veo, entrando a casa luego del colegio. Te cuento que yo iba de tarde y volvía a la hora de tomar la leche junto a mis hermanos. El olor a tortas fritas y a buñuelos que mami me preparaba ya se sentía desde afuera. También me viene ese aroma inconfundible que huelen las tostadas recién hechas, hummmm, es como si estuviera saboreándolo mientras te lo cuento. Pero ¿sabés qué?, lo más intenso que recuerdo de esa escena, es aquel fuerte y a la vez tierno abrazo que nos dábamos con mamá, mezclado con un par de besos y tres o cuatro te amo que nos repetíamos entre las dos. Imposible olvidar ni relatar ese mágico reencuentro cotidiano. Sólo te puedo decir que me colmaba hasta el alma recibir el calor de sus gestos de amor.

Recuerdo estar en el patio de la escuela primaria, estaba en primer grado, era el recreo. Los chicos corrían como locos de acá para allá,

Y siguiendo mi mirada hacia dentro, me internalizo cada vez más en ese tan puro e inocente ser que fui en mi primera infancia. En ese ser que era esta personita en su máximo estado de autenticidad y sinceridad. Allí voy a su encuentro...

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Aromas, colores, sabores, texturas y canciones


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CAPITULO 2 Cosa de chicos

Risas contagiosas, carcajadas locas Cierro los ojos una vez más y me veo bien chiquita en el jardín de casa. Buscando caracoles, mirando pasar a las hormigas negras en fila india... - “Cómo hacen éstas para transportar tanta carga pesada, ¡cómo tendrán las espalda!”- pienso y sonrío para mis adentros. Y en eso pasa un vecino y me saluda. Yo lo miro, me sonrojo y le doy un tímido chau. Por ahí lo veo venir a mi vecinito, un pelirrojo que vive dos casas más allá... - “Hola”- le digo. Él me responde: “Hola, vengo a jugar”. Y lo invito diciendo: “Pasá, pasá. Estoy buscando caracoles. Ya encontré tres. Cuando los toco se esconden, mirá como meten la cabeza para dentro”. Y el me dice: “Siiiii y viste cómo mueven las antenitas, miralos, uhhh está buenísimo. Esperá que se las toco con un palito... ji, ji mirá cómo las mueve, ¡qué cómicos estos caracolitos!” Y reímos como locos de aquel suceso, a carcajadas, unas risotadas de aquellas nos mandamos. - 24 -

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Y en eso le digo a mi amiguito: “Vení, vamos a buscar mariposas. Hay unas que vi por acá que están preciosísimas, tienen unos colores raros. Después, si querés, vamos adentro a dibujar los caracoles y las mariposas. Tengo unas ceritas nuevas que me regaló mi tía que están re lindas, si querés te las presto. Después le digo a mami que nos prepare algo para comer y tomar, ¿querés?” -”Viva, vamos”- me responde a los saltos y gritos mi vecinito. Y allí nos vamos corriendo por el pasto en una alocada carrera, llenos de energía y ansiosos por buscar mariposas multicolores... Y al rato, estamos buscando hojitas- “las verdes que tienen esta formita ponelas acá, yo las corto con esta ramita y hago una ensaladita”- le digo. -”Yo voy a buscar algunas piedritas, unos yuyitos, tierrita y unas hojitas grandes. Con todo eso, hago un tremendo asadito como el que me enseñó papi”- me dice mi amiguito. Y así jugamos a hacer la comidita. Y nos pasaban las horas y horas, disfrutando a pleno cada juego que hacíamos. Por aquel entonces explorábamos la naturaleza al máximo: juntábamos ramitas, buscábamos bichitos y los observábamos con detenimiento. Si teníamos una lupa mejor, mirábamos bichos bolitas, babosas, langostas, aguaciles, cascarudos, ni los bichos canastos se salvaban. Allí caminábamos y saltábamos chochos en pata por todo el césped y la tierra. Juntábamos un poco de agua en un balde y luego jugábamos a que éramos jardineros y les regábamos las plantitas a mamá. Y tantas pero tantas otras actividades que hacíamos porque simplemente nos hacían sentir bien, porque nos divertían, nos maravillaban hasta el alma. Porque en ese momento, jugando ese simple juego éramos tan felices y... “nada más importaba”. En aquellos tiempos uno disfrutaba del aquí y ahora de una manera extraordinaria. ¿Te acordás? Sólo importaba lo que estabas viviendo, la aventura que estabas experimentando, el presente en su máxima expresión: “Vivías súper contento ese momento” y eso, era lo más. Y percibías ese instante con tanta pureza y tan buena energía, difícil hoy de explicar o reproducir con palabras. Era como sentir una cons- 25 -


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tante sensación de curiosidad mezclada con el más grande espíritu de la aventura jamás visto. Una emoción tan poderosa que te anclaba a saborear lo que estabas viviendo ahí, aquello que sentías y te significaba para tus adentros.

Reencontrarnos con aquel niñito que fuimos es redescubrir nuestra verdadera autenticidad, algo sencillamente hermoso. Y teniéndolo allí en frente, acercarnos y sanarnos mutuamente las heridas que guarda nuestro corazón. Y en ese cara a cara con nosotros mismos, reconstruir ese vínculo tan necesario para dejar totalmente atrás al oscuro pasado y seguir adelante, sabiendo que de ahora en más, “todo va a estar bien”.

“Vivías el momento”, que no es lo mismo que vivir sólo del momento. Porque ese niñito jamás iba a querer hacerse daño así mismo, ni en lo más mínimo, no era una actitud natural en él. Él sólo quería jugar y jugar y si se llegaba a tropezar o caer, para él sólo era el resultado de un cálculo medio errado, de una pata mal puesta, de un tropezón con un par de lágrimas derramadas. Tal vez por ahí le salía un chichón pero al ratito con un poco de hielo y cariño, todo ya era olvidado. Y allí nomás, ¡a volver a jugar de nuevo! Porque para aquel pequeño de aquel entonces, lo más importante era divertirse, sentirse bien, protegido, acompañado y sumamente amado. Pero luego ese niñito creció y le pasó lo que a muchos de nosotros nos pasó: “olvidamos lo bueno, todo aquello que nos hacía sentir bien”. Por diferentes sucesos que nos tocaron vivir, olvidamos muchas de las sensaciones placenteras que sentimos de chiquitos y todo aquello que para nosotros tenía verdadero valor. Los posibles motivos responsables son millones, ya que suman la cantidad como tantos adultos hay en el planeta. Pero más allá de las razones, convivimos hoy con una misma realidad que llevamos bien adentro: “nuestro pequeñito interno aún está herido”. Y muchos de nosotros, ya adultos, vamos por la vida eligiendo vivir sólo del momento, quizás como mecanismo de defensa o como una válvula de escape al dolor. Y construimos virtuales porque nada tienen que ver con lo que realmente queremos: “sólo disfrazamos miedo, temor, falta de amor”. Y buscamos en el afuera aquello que nos llene por dentro pero como no lo encontramos, nos sentimos vacíos, tristes, en soledad. Y allí perdidos, nos volcamos a los más variados vicios y adiciones jamás imaginados. Pero ese pequeñín interno sigue desprotegido, callado, olvidado, alejado, esperando que algún día nos acerquemos y por fin, lo consolemos. - 26 -

Sólo la fuerza sanadora del amor nos permitirá disfrutar una vez más de aquel “vivir el momento”, tal como lo hacían esos chiquitos años atrás mientras compartían su juego: “Con risas contagiosas y a tremendas carcajadas locas”. ¿Querés venir a jugar? Te propongo algo, si a vos, más precisamente al niño que vive en vos. “Vamos a jugar un rato”. ¡Si, a jugar!, como cuando eras chico y un amigo te invitaba, ¿te acordás? ¿Qué pasa, hace tiempo que no te hacen una oferta así? O acaso, tal vez... ¿Hace mucho que no te permitís jugar? Mirá que jugar “no sólo es cosa de chicos...” Ya sé, como diría mi niño, lo que ocurre es que: “te da cosa”. Ahhh, entonces no hay problemas... Porque... ¿Sabés qué? Te confieso algo... A mi también me cuesta un poco esto de permitirme jugar un rato... ¡Para qué te voy a mentir! Pero ocurre que la necesidad es grande, sentir la maravillosa energía que produce el jugar, eso está de diez y, como vale realmente la pena, yo me voy a animar. Asi que si querés... ¡Lo intentamos juntos! Pero ojo, eso sí, en ésta no nos queda otra que zambullirnos en las aguas del río que lleva al tiempo hacia atrás. Animate pues, que nadamos juntos para conectarnos con el caudal de las ricas experiencias vividas - 27 -


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en nuestra infancia... Vas a ver que ellas le aportarán una dosis extra de frescura y diversión a la vida del adulto que hoy sos y que muere de ganas por sacar la alegría de ese niñito que alguna vez fuiste. Ahora bien, si querés formar parte de esta aventura acuática, antes de tirarte al agua primero sé consciente de su valor e implicancia: “éste es un viaje submarino hacia el reino de las íntimas profundidades del ser”. Abrite pues a experimentar las sensaciones que el placer de jugar despertaba en tu pequeño años atrás. Dejate fluir para ser vos mismo y llegar a revivir aquellas alucinantes vibraciones que te hacían tan bien por dentro; si justo ahí, donde palpita a cada instante tu vida. Colocá entonces tus manos en el pecho, pegalas bien fuerte a tu corazón y sentí cómo sus latidos resuenan como un eco transportador de vivas emociones. Porque creeme que los sentimientos que despiertan y emergen cuando uno se conecta con su niño son tan potentes, tan enérgicos que te rebalsan y desbordan por dentro. Entiendo si por ahí me decís que el mensaje está buenísimo pero que a vos no te resulta nada fácil sacar afuera recuerdos de tu niñez, mucho menos cosas buenas, mucho menos que menos recordar lo extraordinario que eran los juegos de por aquel entonces. Sobre todo después de tantos años transcurridos... Ni que hablar, si tenemos en cuenta cada historia personal vivida... Cada niñez resulta tan única... Sobre todo porque cada quien se la apropió de manera absolutamente singular de acuerdo a las huellas de dolor y/o amor que se grabaron a fuego en su interior. Pero igual “hay que ser valiente”, el propósito a alcanzar aquí es lo más importante: “sanarse, sentirse en paz, alcanzar un estado de felicidad interno”. Porque cuando te conectás con tu niñez, poco a poco aparecen las - 28 -

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señales que te indican dónde más necesitás trabajar internamente para sanar con amor las heridas que esconde tu corazón. Verdaderamente, vale la pena entonces ponerle pilas al asunto. Sabés igual te entiendo si me planteás que se te hace difícil pensar desde el chiquito que fuiste, porque ¿sabés qué?... te soy sincera, a mi también no se me hace tan fácil la tarea de ubicarme en el lugar de aquella pequeñita que alguna vez fui. Pero bien, entonces más razón para probar juntos ¿no? Como diría mi niño o el tuyo: “Dale, probemos, capaz que entre los dos se nos ocurre algo y se nos hace más fácil la cosa”. ¿Te parece? Bien empezamos, como cuando éramos chiquitos, a la cuenta de tres: “A la una, a las dos y a las... ¡tres!” ¡Ya, sé! ¡Tengo una idea! Se me ocurre que un buen comienzo para reencontrar a nuestro extraviado niño, puede estar en imaginarnos situaciones concretas que nos pasaban a la edad de 3 o 4 años, como cuando calzábamos alrededor de 25 o 26 -”según la pata”- diría aquel chiquitín. En esa época era tan fácil para uno fantasear con la pregunta que a muchos adultos nos cuesta tanto formularnos hoy. “¿Vamos a jugar?” Esa pregunta era infaltable en la vida de nuestro niño. No pasaba un sólo día que no la hallamos preguntado a algún amiguito, vecinito, hermano, mamá, papá, tía o tío, abuela o abuelo, o - 29 -


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tal vez también, a algún amigo imaginario que andaba dando vueltas por ahí.

dolidos hombros hacia todos lados. El tema es que muchas veces como la llevamos colgada sobre la espalda, no la podemos ver; pero eso no significa que no suframos las consecuencias que su gran peso produce en nuestro cuerpo.

Muchos de nosotros a hoy diríamos extrañados: “¿A jugar? ¡Qué poco serio por favor!” Pero lo cierto es que para esos pequeñines que alguna vez fuimos, “jugar” era lo más alucinante, increíble y esencial de hacer en la vida de todos los días. Y como para no, si lo más divertido que existía en el mundo no era otra cosa que entretenernos: “jugar, reír, cantar, saltar, volar...” Todo el resto, todo lo que se escapaba a la idea de jugar, era simplemente... “aburrido”. Porque la verdad es que no importaba dónde uno estaba, ni la hora que era, ni con quien estaba, ni las circunstancias que a uno lo rodeaban: “uno quería jugar, jugar y jugar”. Es que no cabía otra lógica, ¡sólo así se la pasaba bárbaro! Sino, ¿qué iba uno a hacer? ¿Cruzarse de brazos y mirar el techo? ¡¿Con esa edad?! No cabía ni la menor gota de esa idea en aquellas cabecitas voladoras. Total, para lo serio ya estaban los adultos. Ellos vivían haciendo cosas un tanto extrañas pero que decían, según su discurso, ser importantes. Aunque la verdad, a los ojos de la pequeñita que fui, doy cuenta que me sonaban poco divertidas. Por ahí te preguntés a estas alturas, el por qué, la importancia de reencontrarte con ese niño que algún día fuiste. Porque si ya creciste... para qué o por qué va a ser tan necesario recuperar la relación con ese pequeño que hasta ni vos te das realmente cuenta que existe dentro tuyo. Pero, ¿sabés que pasa? Muchos de nosotros, los llamados “gente adulta”, ex niños pequeños, en realidad no siempre actuamos de una manera acorde a nuestra edad, y lo que es peor, no nos damos ni siquiera cuenta. Es como si lleváramos ocultos asuntos pendientes que cargamos desde nuestra niñez, tal como una bolsa pesada que llevamos sobre nuestros - 30 -

Me parece que como humanidad nos encontramos en un período de la evolución en la que aún estamos demasiado cerrados y cegados por nuestro ego, producto de las erróneas creencias como así también de las angustias, odios, rencores, críticas y reproches que día a día, alimentamos e internalizamos por dentro. En definitiva, debido a “la falta de amor y comprensión hacia nosotros y hacia quiénes nos rodean”. Si nos cuesta tanto mirarnos a nosotros mismos sin omitir juicios, críticas o juzgamientos, mucho menos podemos pensar en mirar al otro con una actitud de misericordia o compasión, ¿no? Es por eso que resulta tan necesario abrirse a la comprensión de lo que nos pasa por dentro. “Mirarnos, escucharnos, observarnos, entendernos y trabajar para sanarnos”. Este es un desafío importantísimo para lograr nuestro propósito de cambio interno. Porque hasta que no descubramos qué arrastramos internamente y mientras no lo liberemos, ello seguirá permaneciendo e incomodándonos siempre. Y aún, aunque nuestra conciencia no lo advierta con lucidez, el problema subsistirá allí, a simple vista, pero oculto para nuestra débil mirada. Mientras no abracemos a nuestro chiquitín con toda nuestra polenta y le sanemos con paciencia sus heridas, que en definitiva son las nuestras, una y otra vez ese pequeñuelo sacará afuera sus partes dolidas y demandantes de amor. Él nos hará sentir siempre su descontento; de nosotros “adultos” dependerá su escucha, contención y total comprensión.

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¿Reencontrar a mi niño? El camino de reencontrarse con uno, desde el adentro, significa un gran cambio interno que de lo fuerte que se siente te sacude hasta lo más hondo del ser. Reencontrarte con vos, implica adoptar una actitud de gran valentía, sinceridad y responsabilidad hacia vos mismo. Es un gran trabajo por delante pero sólo de esta manera, te permitirás desentrañar qué es lo que en verdad querés para tu vida. Y a partir de este bellísimo descubrimiento, comenzarás a delinear cuál es el camino que te conduce hacia la ansiada paz que tanto necesitás y que hoy no lográs visualizar ni experimentar. De allí la importancia de reencontrarte con aquel niñito que alguna vez fuiste. Ese pequeño el que a través del juego se arrojaba a desafiar todas las aventuras y misterios habidos y por haber. Ese pequeñín inquieto, el que años atrás con sus incontables aprendizajes cotidianos fue incorporando sus primeras experiencias de vida. ¿Sabés de quién hablo? Del ser pequeñito que está dentro tuyo, tu niñito explorador que vive en tu ser auténtico, el único que conoce lo que realmente querés ser y hacer en esta vida. Pavada de descubrimiento es el que te propongo hoy...

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es la cosa, aunque por dentro algo te dice que el tema no es tan así, que el comandante del barco sos vos y el timón aunque aún no lo veas, está al alcance de en tus manos. Y por allí empieces a experimentar la necesidad de hacer algo al respecto. Hasta quizás tus ganas crezcan y se vuelvan tan fuertes que por ahí te animes y te permitas descubrirlo. Tal vez algo de esto te está dando vueltas hace rato por tu cabeza pero no sabés de qué manera o dónde buscar una ayuda adecuada. Si esto es así, si te sentís identificado, sólo te digo de corazón: “Pedile a tu niño interior que te ayude”. Él te conoce más que nadie y sólo él puede guiarte a encontrar lo que tanto estás buscando para sentir bienestar en tu vida. Hablale de igual a igual a ese pequeño que alguna vez fuiste. A ese chiquito que, en alguna mañana de otoño, sin pudor alguno, disfrutaba con locura y algarabía pisar las hojas secas caídas de los árboles. Te hablo del sonido de ese cric crac y lo único que se sentía cuando uno las pisaba. Y, ¿te acordás cuando el viento soplaba un poquito y las levantaba al vuelo? Ese niño con sonrisa desbordante y sed única de aventura, corría tras esa simple hoja amarillenta que bailaba desordenadamente en el aire...

A medida que recorremos la vida, tomamos conciencia de ciertos aspectos que para nada nutren nuestra calidad de vida pero que aún así se hallan presentes en nuestra cotidianeidad.

Y tantos otros hermosos momentos acuden hoy a mi mente. Como cuando uno era chico y se aproximaba una tormenta de verano. En el aire se olía ese aroma a tierra mojada. Y el viento se levantaba de golpe y con él, una oleada de polvo corría por las calles. Ahí enseguida mamá volaba a levantar la ropa colgada, la que a los tumbos y arrebatos casi siempre lograba sacar del tendedero milésimas de segundos antes que se largara a baldes la lluvia.

Vivimos en un mundo en el que muchos de nosotros andamos tan apurados, tanto como si relojes gigantes nos corrieran a todos lados. Quizás estés algo molesto por ser uno más de los que piensan que así

Y muchas veces, esa lluvia repentina te sorprendía fuera de casa, en el club o en un recreo de la escuela. Pero de chico que empezara a llover no significaba que uno tenía que correr maratónicamente para

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El cric crac de las hojas


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resguardarse o llevar paraguas para todos lados “por si llueve”. Uno no tenía ese miedo a mojarse o a enfermarse porque le cayeran algunas gotas en el cuerpo, total sabías que no te ibas a oxidar. Por el contrario, uno se sentía todo un aventurero en esos momentos aún, pasado por agua. Si estabas jugando a la pelota o a la rayuela, aunque estuvieras hecho sopa, mientras no se embarrara mucho la cancha o no se te borrara la tiza del piso, igual seguías. Total te estabas divirtiendo a más no poder y lo importante para ese niño en aquellos días era jugar con sus amigos, pasarla de 10. Y cuando pasaba la tormenta, esa si que era toda una fiesta. Quien siendo niño no se recuerda volviendo a casa saltando los charcos que encontraba en el camino. Y más de una vez, con la picardía de niño, pisando algún que otro charco para mojar al de al lado. Total, si te mojabas un poco era sólo agua con barro, no te ibas a desteñir. No pasaba nada, más que la vieja se malogre un poco cuanto te veía llegar mojado, no más de eso. Nada que no se arreglara con una disculpa, un par de besos, mimos y un tierno abrazo. Pero eso si, más allá del reto, como dice el verso, quién te quitaba lo bailado. Pero entonces, ¿cómo hoy yo adulto me voy a hacer un mundo porque pise una baldosa floja y me salten un par de gotas con agua amarronada sobre el zapato? Quien quiera malograrse que lo haga... Hoy decido volver a pisar las hojas secas mientras camino por las veredas de mi barrio; jugar con mis hijos sobre el césped mojado que dejó la lluvia de verano; salir de mi casa sin perseguirme con el pronóstico del tiempo para ver si llevo o no paraguas. Y, si llueve y me animo, pisaré algún que otro charquito en el camino de vuelta a casa.

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CAPITULO 3

El poder de la imaginación Hacer mis sueños realidad Ese pequeñín aventurero que con una curiosidad infinita exploraba cuanto se le cruzara a su paso, alguna vez fue el amo y señor de sus propios sueños. ¿Te acordás algo de ello? Y... ¿Qué hay hoy en vos de eso? ¿Aún te permitís volar y soñar como en aquel entonces? ¿O quizás sos de los que piensan que los sueños son tan sólo sueños? ¿Dónde estás hoy? ¿Qué pensás? ¿Qué sentís? Palabras como duendes del bosque, acertijos indescifrables, mapas asombrosos, pasadizos secretos, hechizos, conjuros y tantas otras, mezcladas con una ilimitada capacidad de imaginación y una loca ilusión desenfrenada, confluían y recorrían una y otra vez la mente de aquel niño pequeño. Eran épocas en la que todo era posible gracias a situaciones imaginarias como derrotar al temido dragón rojo con una espada poderosa y rescatar del castillo a la princesa prisionera. O en las que a través de una varita mágica un hada madrina convertía a un par de zapallos en

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un magnífico carruaje para socorrer a la hermosa princesa. Y tantos otros ejemplos que nos leían de los cuentos o mirábamos en la tele o el cine. En los pensamientos de aquel niñito todo era mágico, tan posible de realizar que hasta con los mismos ojos abiertos él podía idear, inventar y fantasear con los más grandes deseos a alcanzar algún día.

Pero pasó el tiempo y un día, por fin un hermoso día, tomó conciencia del vacío que le causaba no soñar. Entonces se dio cuenta que no le servía quedarse en la angustia de no vivir más esos momentos. Allí, sintiéndose valiente, emprendió entusiasmado el viaje hacia su propia búsqueda interna.

El “límite” no era una palabra natural ni habitual para ese niño ya que su imaginación no conocía imposibles, ni siquiera difíciles. Sólo bastaba mirar el cielo e imaginar en las nubes el dibujo de lo que él quería ver y mágicamente aparecía. O inventar un idioma extraño para expresar lo que él tenía ganas de decir. O buscar un par de vestimentas del ropero y algunos objetos para disfrazarse de algún súper héroe inventado o de una princesa con corona de flores y un vestido rosa brillante. Y luego, por diversas razones de la vida, a ese pequeñín con grandes pensamientos voladores lo fueron aterrizando hacia lo que sus adultos educadores le llamaban “la realidad”. Y le cortaron las alas de su imaginación... “Bajá del árbol, poné los pies sobre la tierra, dejá de estar papando moscas, dejá de mirar la luna” y otras tantas frases fueron ingresando en los oídos hacia la mente de aquel niñito, el que terminó creyendo que la realidad era la que veía sólo afuera, olvidándose lo que vivía en sus adentros y lo feliz que era con ese mundo mágico. Y con mucho dolor, el niño guardó su tesoro repleto de fantasías en un rincón profundo del océano; enterró en el fondo su cofre de sueños creativos y envió su imaginación a las profundidades de las aguas, allí donde no hay mucha luz, ni tantas ideas, ni tampoco colores hermosos.

Y meditó en silencio: “¡Qué maravilloso y reconfortable será resurgir ese corazón plagado de sueños e ilusiones que pertenecían a aquel niñito que alguna vez fui!” Buscando y buscando, encontró el inicio del sendero. Allí lo esperaba un cartel gigante de largada para que nuevamente se animara y comenzara a transitarlo. Visualizándolo con un profundo sentimiento de amor se dijo: “¡Qué maravilloso será volver a sentir que cualquier sueño con el mágico poder de la imaginación podrá hacerse realidad!”. Y con plena convicción, emprendió su camino con éxito... Y lo logró, quizás porque en el fondo nuestro mucho de esto sea cierto. Quizás porque nuestros pensamientos tienen tanta pero tanta energía que con fe, pueden convertir cualquier deseo interno en una verdadera realidad. No sé, te digo esto porque es lo que hoy pienso, siento y creo.

Y recorrió los siguientes años de su vida un tanto triste, desolado, apagado...

Y vos, ¿en qué creés? ¿Dónde estás hoy? ¿Pensás que tus sueños con la fuerza de la fe pueden concretarse o sos de los que piensan que los sueños tan sólo sueños son? Es tu libertad de pensamiento.

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Hoy prefiero elegir estar del lado de los soñadores, aquellos que con la fuerza talentosa de la imaginación derriban cualquier muro, cualquier imposible; quizás porque simplemente “los imposibles sólo existen en las mentes de aquellos que perdieron la capacidad de soñar”.

CAPITULO 4

¿Qué querías ser de niño? La vocación de aquel chiquito Años atrás, la pregunta que escuchabas por aquel entonces era: “¿Qué vas a hacer cuando seas grande?” Y a partir de allí tu mente se disparaba y volaba hacia los lugares más íntimos de tu ser. Imaginabas los más variados roles y sentías cómo una energía mágica e inquieta recorría tu cuerpo y se apoderaba de tu corazón, brindándote un placer único, maravilloso, simplemente encantador... Quizás te imaginabas ser un súper héroe de historietas viviendo las más arriesgadas situaciones de acción. “Donde se lo necesitara, él aparecería dispuesto a combatir el mal”. Tal vez te veías como un/a escritor/a de cuentos mágicos o un/a creativo/a dibujante de revistas de comics. No sé si eras uno de esos, pero también recuerdo que estaban los que morían por ser astronautas. Soñaban con viajar a la luna o hacia algún planeta desconocido en busca de otros seres vivientes y allí, experimentar una ciberespacial aventura de aquellas... Puede que también te hayas imaginado en algún rol un poco más convencional, como bombero, pintor, electricista o carpintero. O en los tradicionales de niña: maestra, mamá, enfermera, cocinera, doctora y tantos otros más... - 38 -

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Tal vez, sólo soñabas ser un simple niño o niña con poder mágicos increíbles en busca de aventuras fantásticas.

por dentro sentimos que algo no está del todo bien, algo quisiéramos que fuera diferente pero aún así, hacemos la vista gorda al asunto, quizás porque aún no estamos preparados para el cambio.

Y... ¿Te acordás algo de aquellos tiempos? ¿Con quién soñabas ser vos, a qué te gustaba jugar? ¿Qué querías ser vos cuando eras chiquito? O... ¿Qué quería ese niño ser cuando fuera grande? Y... ¿Qué hay de eso en vos ahora? Cuando somos pequeños gozamos de la más grande virtud que pueda alcanzar un ser humano: “ser nosotros mismos”. Es por ello que vivimos el día a día con una energía descomunal, una felicidad de películas y disfrutamos a pleno cada momento de nuestra existencia. Ninguno se repite a otro, todo es una fascinante experiencia de vida. De chiquitos nos regimos por lo que sentimos y no lo ocultamos, no somos de reprimir nuestros sentimientos. Si una situación nos produce tristeza, dolor o enojo, lloramos y pataleamos como nunca. Si por el contrario, algo nos provoca alegría, gozo, dicha, nos pegamos unas panzadas de la risa que no nos para nadie. Somos nosotros mismos, sabemos en esencia lo que queremos y a qué hemos venido hasta aquí. Pero luego, simplemente lo olvidamos... Y pasan los años y con ellos, muchos de nosotros nos distanciamos de nuestro espontáneo pequeño. Y con él de nuestra verdadera vocación de vida. Y ocupamos supuestos puestos importantes o no. Y estudiamos supuestas carreras importantes o no, quizás porque otros nos condicionan a hacerlo o porque son mejores vistas. Pero en realidad muy - 40 -

Y nuestro niño observa esa situación, respira hondo, suspira con tristeza, baja los hombros y se sienta en su sillita a esperar una nueva oportunidad en la que pueda salir para hacer lo que realmente le gustaría hacer, aquello que lo haría brillar como nunca antes: “ese don especial que lo guiaría a su verdadera razón de ser y hacer en esta vida”. Y... ¿Ya te acordaste qué querías ser de pequeño? ¿Te recordás por qué, qué te motivaba querer serlo? ¿Tiene que ver en algo con lo que hoy estás haciendo? ¿Te gustaría reencontrarte con ese primer sueño, con ese personaje que alguna vez imaginaste y tanto amaste? Si la respuesta es un si grande que viene de tu corazón, sólo puedo decirte que ese reencuentro mágico depende de vos; que tu fuerza interior te movilice a tomar la decisión más grande de tu vida: “tu propio cambio interno”. Ese sacudón que te hará sentir feliz primero con vos para luego encontrar el sabor y placer en el resto. Esa movilización que te dará paz, armonía y un íntimo equilibrio para que transites de ahí en más la vida de esa manera, aún en un mundo desordenado. La transformación empieza en casa, en tu casa interior, en tu niño pequeño que aún te espera en esa silla. Quizás él se sienta solito o un tanto herido, pero deseoso para que vayas a su encuentro y lo abraces como nunca antes, con los brazos llenos de energía y amor. Y en ese maravilloso momento, te animes y le digas al oído: “Perdón por haberte olvidado. A partir de hoy volveremos a estar juntos - 41 -


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para tomar las mejores decisiones que nos guíen hacia nuestro bienestar. Perdón mi pequeñito. Gracias, te amo”. Y el cambio comenzará milagrosamente, una nueva etapa se iniciará en tu vida: “un camino hacia tu propio crecimiento y evolución espiritual”. De allí en más, te sentirás transitar por un sendero mágico de luz donde te acompañarán las fuerzas necesarias para alcanzar con pleno éxito tu amada vocación. ¿Sabés por qué? Porque reencontrarte con tu vocación, es toparte con tu mayor tesoro que es tu máxima riqueza en potencia. “Allí hallarás tu lugar en el mundo”. Todos estamos aquí por algún motivo y sólo nosotros, cada uno desde su lugar, puede encontrarlo. El desafío es mío, es tuyo, es de cada ser en su ser y en su profunda búsqueda interna. Si te animás, te invito a recorrer esta fascinante experiencia...

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CAPITULO 5

El reencuentro: “Mano a mano con mi niño” Cada ser en su ser La miré a sus tiernos ojos y le dije: “Hola, ¿cómo te llamás?” Al principio me costó conectarme un poco pero luego de una pausa, me miró y me dijo: “Cachi”. - “¿Cachi?”- Le pregunté. - “Si, así me dicen”- me dijo. - “Y... ¿Por qué, cuál es la razón?”- Con tono curioso le interrogué. Suspiró hondo y con una mirada hacia arriba, como buscando algún recuerdo, me respondió: - “Cuando era muy chiquitita, año, año y pico, me gustaba subir una escalinata roja que había al entrar a mi casa. Iba y venía, iba y venía. Como yo no tenía mucho equilibrio por la edad, sumado a que me habían operado de la cadera a los 4 meses y por ello tenía que usar un arnés ortopédico, la verdad es que me bamboleaba un poco y puf, cada tanto caía al piso”. - “Me imagino, estabas aprendiendo a caminar”- le dije. - “Y cada vez que subía el escaloncito, me desestabilizaba y caía. Entonces mi papi me decía: “casi, casi”. Me lo decía como señal que casi conseguía subir, como para incentivarme a que siga insistiendo. Y yo, aún bebé decía: “cachi, cachi” en vez de casi porque no me salía aún - 43 -


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decirlo bien. A partir de allí, me llamaron Cachi. Mi familia, mis amigos, mis vecinos, todos los que me conocían”. - “Suena lindo el motivo, está bueno el mensaje”- le dije. - “Si, así es, es un lindo recuerdo. Y vos... ¿Quién sos?”- Me preguntó. - “Alguien que recuerda poco de su pasado, me cuesta conectarme con él, sacar afuera los recuerdos”- le dije. - “Ah, eso debe ser fulero y... ¿Para qué necesitás hacerlo?”- me preguntó. - “Porque ando medio a los tumbos como en una nebulosa. Probé todas las fórmulas que me aconsejaban, pero nada, no me hacían nada. Hasta que por ahí escuché decir a alguien que el trabajo de búsqueda lo tenía que hacer mirando hacia dentro”- le conté. - “Y... ¿Para qué, de qué te serviría, a qué te ayudaría?”- me consultó de manera ansiosa e intrigada. - “A encontrar lo que perdí, a curar las heridas del pasado, eso me dijeron”- le respondí. - “Qué importante lo que decís”- me dijo Cachi- “Y... ¿Por qué me lo preguntás a mi, yo qué tengo que ver en este asunto?”

- “¡Genial! Ahora te dejo una pequeña tareita para que empieces a ejercitarte. Son unas palabras que amplían el acertijo que me diste antes: ”Si querés reencontrarte con tu ser, cada ser en su propio ser”. - Y comencé a repetir en voz baja: “Si querés...” - Cuando Cachi me interrumpió diciendo: “Pensalo, reflexionalo. Mañana nos encontramos y lo charlamos. Ahora me tengo que ir. Chau”. - “Adiós”- le dije- “Nos vemos Cachi y... ¡Gracias!” - “Hasta mañana”- me dijo y antes de irse me preguntó- “Ah, una cosita más, recordame: ¿Cómo era tu nombre?” - “Cecilia”- le dije contenta. - “Cecilia, ah si Cecilia...”

Y con ojos llenos de esperanza, me animé y le conté: “Me dijeron que te encuentre, que vos tendrías las respuestas a mi búsqueda. Me dijeron que cuando te vea, pronuncie la siguiente contraseña secreta: “Cada ser en su ser”. - “Ah, si es verdad”- me señaló Cachi- “A quien necesitás es a mi, pero te digo que es un gran trabajo diario el que vas a tener que hacer conmigo. Sería como dicen ahora: un trabajo en equipo. ¿Te interesa, aceptás?” - “Si por favor, lo deseo con todo mi corazón. Pero... ¿De qué hablás?” - le pregunté con desconcierto. - “¡Ok! Mañana te explico un poco más”- me dijo rápidamente- “Nos volveremos a encontrar, a la misma hora y en el mismo lugar, ¿te parece bien?” - “Bueno, bárbaro...”- le dije. - 44 -

Y de repente se fue. Y mirándome a los ojos en ese momento me di cuenta que estaba hablando conmigo misma. A solas, en mi cuarto de pequeña, frente a un espejo grande que se hallaba en la habitación. En aquel momento comprendí que había dialogado mano a mano por primera vez en muchos años con mi niñita. Lo había logrado y ese fue el primer paso para reencontrar a mi ser en mi propio ser. Sonreí en silencio con una felicidad absoluta, un par de lágrimas se asomaron en mis ojos. Y protegiendo ese bellísimo momento, sonreí una vez más con el corazón lleno de amor. Allí me quedé en paz, aguardando ese mágico encuentro que tendría con mi pequeña al día siguiente. Charla de igual a igual Me vi en un sueño. Estaba del otro lado de una puerta. Era yo pero niño. El pequeño me sonreía tiernamente aunque en silencio. En esa mirada algo brillaba, no podía saber qué pero algo él estaba aguardando. Quizás a mi, a que por fin le hablara. Sentí que esa era la oportunidad, que ese era el momento mágico para reencontrarnos. Y en eso por fin me animé y le pregunté cálidamente a mi pequeñito: “¿Querés ser nuevamente mi amigo?” Y se escuchó el más profundo de los silencios. Y con una desconcerta- 45 -


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da y suave mueca de sonrisa me respondió: “¿A mí me hablás?” Y le respondí a mi propio niño: “Si a vos pequeño mío. Quizás te sorprenda o te extrañe un poco pero necesito saber ¿cómo andás, cómo estás? Sé que durante mucho tiempo no te hablé ni te presté mucha atención. La realidad es que de alguna u otra manera te tenía un tanto olvidado. No por malo, creo que más bien por tonto, por creer que arreglando las cosas de afuera iba a lograr la paz que tanto necesitaba puertas adentro”.

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Tomé aire, miré al cielo, cerré los ojos por un par de segundos y con la mayor dulzura de mis adentros le respondí: “Voy a tratar de ponerlo en tus palabras para que lo entiendas mejor. Voy a mirar alguna situación que viviste pero desde tus ojos, como alguna vez la miré”. Entonces con un tono curioso y más animado me dijo: “Bueno, dale, soy todo oídos, contame”. Y ahí yo le recordé la siguiente escena de nuestra infancia: “¿Te acordás cuando papá y mamá nos llevaban al palomar? ¿Recordás cómo corríamos las palomas?”

Y él insistió diciéndome: “No comprendo, entendé que soy sólo un niño, ¿de qué me hablás?”

Enseguida me respondió entusiasmado: “Siiii y el sonido que hacían algunas, Buuu, buuu. Había un montón, las corríamos como locos con mis hermanos, con una polenta bárbara y después le dábamos de comer alpiste, ¡cómo comían esas!” - “Si”- le sonreí tiernamente- “Y me acuerdo que un día una me hizo caca en el pulóver escote en v de plush”. - “¿Cuál, ese de color bordó?”, me preguntó mi niño. - “Si ése, ¿te acordás lo que pasó después?”- le pregunté. - “Si, me acuerdo que mami me dijo que me iba a ir bárbaro en el jardín. Al otro día empezaba el jardín de 4 y la verdad es que me vinieron bien sus palabras porque tenía medio miedito”. - “Si es verdad, un cuiqui bárbaro”- como un niño le respondí. - “Recuerdo que con una sonrisa tierna y mirándome dulcemente a los ojos me dijo: Tené fe. ¿Ves? Todo va a estar bien, ésta es una buena señal; mientras, me limpiaba con un hojita la caquita de la paloma”recordó mi pequeño. - “Cómo olvidarlo”- le dije suspirando hondo, tanto hacía que no ejercitaba así mis pulmones- “De verdad, yo guardé un hermoso recuerdo de esa experiencia. Siento que me ayudó a mirar otras situaciones no tan agradables desde una perspectiva distinta, diría desde un lado más optimista, más saludable”. - “Perspec... ¿qué?”- preguntó desorientado mi niño. - “Perspectiva, significa que vi eso que me pasó con una mirada más

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Allí me preguntó mi niño con voz un tanto triste: “Y ahora... ¿Por qué me buscás?” En ese momento le respondí con tono de esperanza, medio titubeando por la emoción: “Te busco a vos o mejor dicho me busco a mi mismo. Busco a esa parte de mi que era tan ocurrente, chistosa, aventurera, ingenua, soñadora...” Entonces mi niño desconcertado me dijo: “No entiendo bien...” Con un aire de sinceridad lo interrumpí diciéndole: “¿Sabés qué pasa?, me perdí de muchas cosas, muchos momentos los podría haber vivido diferente si te hubiera consultado, si te hubiera escuchado, si los hubiera vivido desde mi corazón de niño pequeño. Miles de horas vividas para agradar a otros, para demostrarles a otros lo que valía porque querían que me apreciaran, cuando en realidad ni yo sabía cuánto valía, mucho menos el resto. Creo que no te amé lo suficiente y pagué las consecuencias de ese desamor”.


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positiva, como que eso era una señal que me decía que todo iba a estar bien. Así lo creí y así lo viví. Fue una gran enseñanza la que mamá me dejó”- le dije con emoción en mi voz. - “Y entonces, si eso te hizo tan feliz, ¿por qué te veo tan triste hoy?”me preguntó. - “Lo que me pasó es que más adelante, por distintas experiencias de la vida, fui mirando y creyendo todo de una manera diferente a la que me pasó con la caca de la paloma. Y alejado de esa positiva mirada, tuve miedo y ya no volví a ser tan feliz. Me creí lo que me decían de mi otros, lo que los demás veían de mi. Entonces simplemente me apagué. Apagué a ese ser tan maravilloso que era de pequeño: lleno de sueños, súper alegre, brillante de amor. Y miré todo desde una óptica oscura, más negativa, más triste, por momentos enojada. Empecé a ver en los demás cosas que me molestaban. Los critiqué una y otra vez, hasta el cansancio. Sin sentirme bien, aún así lo seguía haciendo. Hasta que por ahí, escuché decir a alguien que cuando a uno le molesta algo de otro, no es otra cosa que el reflejo de si mismo, como ocurre en un espejo. Porque cuando criticás a otro, sin darte cuenta lo estás haciendo contra vos mismo, sino no te afectaría el asunto, simplemente lo dejarías pasar. Y reflexionando para mi me dije: Quiero cambiarlo, quiero sentirme bien, en paz con mi interior. Todos tenemos cosas que mejorar. Quiero ver a los otros de la misma manera en la que me quiero ver a mi, como seres que hemos venido a aprender a esta vida. Y lograr mirarlos con los ojos del perdón, para darme y darles todo mi amor”. - “Guau, cuanto aprendiste, muy bien te felicito. Así nos decía la seño de 1er. grado. ¿Te acordás?”- me dijo sonriente mi pequeño. - “Si gracias che, pero el premio de este aprendizaje es para los dos. Hoy me parece tan mágico estar viéndote nuevamente frente a mí... tanto te busqué...”- Le dije con un tono de conmoción único, mi corazón me palpitaba a mil. - “Acá estoy”- me dijo mi niño- “Es más, siempre estuve aquí, pero... ¿para qué me buscabas tanto? ¿Qué querías decirme?” - “Que quiero crecer”, le dije con voz segura. - “Pero si ya sos un adulto”- me dijo desorientado mi niño- “No te entiendo, ¿no apagaste hace como 4 meses tus 30 velitas? Mirá que

yo me acuerdo, porque cuando estabas en el cumple, en un momentito de descuido, me escapé y me salí afuera. Fue cuando metiste la puntita del dedo en la crema de la torta y después te lo chupaste, ¿te acordás? Y luego también, cuando sacaste la lengua con tu sobrinita en el momento que un amigo te sacaba una foto con la digital; están buenas esas cámaras, con las de antes era todo un tema sacar una, ni que hablar para revelarlas... ¡todo un acontecimiento! Ah, y te cuento una más, cuando pediste los tres deseos, te cuento entre nos que ahí también aproveché, me colé un rato y pedí un deseo para nuestro feliz reencuentro. Y mirá vos al final se dio, acá estamos”.

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Y reímos y lloramos como nunca. No sé si fueron segundos, minutos u horas completas porque el tiempo se detuvo en un tiempo mágico que unió el pasado con el presente, el niño con el adulto. Esa fue la historia de un hermoso sueño, de un encuentro de encuentros, una experiencia fantástica que me conectó con una parte muy importante de mi: “De igual a igual, charlé mano a mano con mi pequeñito interno”. El abrazo interno: “Tu mano a mano” (Ejercicio de visualización creativa) Busca algún sitio donde te gustaba permanecer de pequeño, donde te sentías cómodo, tranquilo, apacible. Quizás algún lugar donde te pasabas horas y horas jugando o tal vez algún espacio íntimo que, por algún motivo especial que sólo tú conoces te trae placenteros recuerdos de tu niñez. Tiene que ser un lugar que te evoque algo muy bello, muy valioso y que guardas con mucho amor en tu corazón de niño pequeño. Si te es posible ve a ese lugar, visítalo una vez más. Si puedes lleva una antigua foto tuya de cuando eras pequeño. Luego siéntate cómodo en el sitio que prefieras, allí donde te sientas lo más gustoso y relajado po-


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sible. Huele el aroma particular de allí, conéctate con el aquí y ahora de ese momento...

Acércate un poco más, quédate sólo a unos metros de distancia, mira más de cerca su rostro y observa el gesto que hay en él...

Ahora mira detenidamente tu foto, obsérvala, recórrela como si fuera la primera vez que la tienes frente tuyo. Luego cierra los ojos y adéntrate en el túnel del tiempo. Respira lo más hondo posible, cada vez más lento. Cada respiración te conecta más y más hacia las imágenes de aquellos años.

¿Qué sensación te alcanza, qué ves allí?

Visualízate pequeño jugando a lo lejos, como si tú, adulto fueras tan sólo un simple observador de esa situación. Mira a tu pequeño jugando, tranquilo, sin la menor preocupación, concentrado en jugar sólo ese juego... ¿Qué ves? ¿A qué está él jugando?

Sea cual fuera tu respuesta, sonríele y salúdalo nuevamente con la mano. Acércate un poquito más, deja que él te vea y luego extendiendo tus brazos hacia él, dile: “Aquí estoy, soy yo, tu adulto. He venido a buscarte para envolverte entre mis brazos, para darte mi calor y todo mi amor. Siempre estaremos juntos, nada ni nadie nos volverá a separar. Seremos uno en este encuentro y uno de aquí en adelante. Trabajaremos juntos para encontrar el camino, aquel que se encuentre alineado con lo que nosotros deseamos para nuestro mayor bien y el de todos los demás”.

Sólo deja que tu mente siga volando y mirando esa escena de aprendizaje desde afuera...

En aquel lugar envuélvelo y envuélvete con una manta color verde brillante, los dos bien juntos como protegiéndose y conteniéndose mutuamente. Y allí con todas tus fuerzas y ternura, abrázalo y abrázate como nunca antes lo hiciste.

¿Qué tiene puesto tu niñito, qué color de ropa usa? Y el lugar que te rodea... ¿Te acuerdas algo en particular de allí?

Disfruta y regocíjate de este encuentro sanador todo el tiempo que necesites permanecer en él.

Sigue adentrándote cada vez más, mira a tu niño jugando. Ahora acércate un poco, sólo un par de metros y si lo alcanzas a ver, mira su rostro...

Finalmente cuando lo desees abre tus ojos, respira muy hondo, estírate lentamente y si sientes ganas, besa suavemente a ese pequeñito ser de la foto con todo el amor que llevas adentro: “él lo necesita y tú, seguramente también”.

¿Qué ves en él? ¿Qué ves en sus ojos, qué sentimientos reflejan? ¿Alegría, tristeza, alcanzas a ver alguna chispita de luz en el fondo de su mirada? Simplemente obsérvalo... Si puedes míralo directamente a los ojos. ¿Él, te mira? Si es así, sonríele y salúdalo con la mano.

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Si te cuesta un poco conectarte con tu pequeño, aún más fuerte tendrá que ser el compromiso, el empuje y toda la buena energía que le imprimas a este nuevo trabajo interno. Si seguís firme y perseverante en este camino, indudablemente lograrás un feliz e inolvidable reencuentro con tu pequeñín. “Y ello te colmará de una hermosa paz”.

CAPITULO 6

¡Upa, tengo miedo! Toc, toc... ¿Hay alguien allí? A veces ocurre que luego de tantos años de alejamientos y silencios, cuando uno por fin busca conectarse con su pequeñito, éste no contesta, se queda mudo, ni la más minúscula señal proporciona, ni el más primitivo acuse de recibo da, ¡como si se lo hubiera tragado la tierra! Si ello te pasara, te doy amorosamente un consejo: No te desesperés, angustiés o lamentés porque es algo normal. Es comprensible también que por ahí te vengas un poco abajo y quizás hasta te entren ganas de gritar cosas como: “¡Por qué siempre a mi!” Pero... ¿sabés qué?, en definitiva no ganás mucho pensando de esa manera porque al final lamentarte no te va a hacer sentir mejor.

Pero entonces igualmente con un puchero terrible aún te preguntes: “¿Por qué él aún no me contesta?” Para desdramatizar un poco el tema por ahí te sirva mirar esta misma escena pero al revés: “Desde tus ojos de chiquito”. Imaginate esta misma situación de desconcierto pero desde cómo la viviría tu niñito si él le hace una pregunta a alguien y el otro no le contesta. El cuadro sería algo así, visualizá este gesto: ojos bien abiertos y extrañados, cara total de asombro y una terrible mueca de boca cerrada, fruncida y articulada hacia abajo. Allí, él, sin hacerse demasiado lío, se preguntaría un tanto desconcertado: “Uy, y a éste... ¡Qué bicho le picó!’” ¿Es que sabés qué puede estar sucediéndole? Puede que ese pequeñito tuyo luego de haber estado tanto tiempo distanciado de su adulto, lógicamente se sienta hoy algo ignorado, asustado, enojado, triste, etc. Por tanto, puede que requiera un poco más de tu tiempo, atención y contención para que se anime a salir de ese silencio. A su vez, es un ida y vuelta ya que esta carencia en el ejercicio de la comunicación entre ambos, puede que esté condicionando al adulto en su vida diaria. Sobre todo a la hora de manifestar externamente sus pensamientos y sentimientos internos.

“Todos tenemos nuestros propios tiempos en la vida, para aprender, para amar, para crecer”. Quizás comprender esto y empezar a respetarse siempre primero a uno mismo es el puntapié para ingresar a una nueva lógica de ideas y paradigmas interiores.

¿Sabés cuándo te das cuenta de esto? Cuando en las múltiples y variadas instancias cotidianas en las que interactuás con otras personas, sentís que cuesta expresarte correctamente en algunas cosas. Y percibís a través de tus actos que demostrás cierta imagen tuya que nada tiene que ver con el pensamiento y la intención que llevás adentro.

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Si esto te pasa y sentís una fuerte necesidad por cambiarlo, envolvé más que nunca hoy enérgicamente en tus brazos a ese chiquito todas las veces que sean necesarias. Él necesita urgente tu contención. Puede que él se sienta desprotegido, dolido y en algún aspecto seguramente, con falta de amor.

¿Sabés qué pasa? Ocurre que nuestros sentimientos nunca nos mienten, ellos reflejan lo que en verdad nos pasa. Uno puede taparlos y disimularlos frente a los demás, pero... ¿sabés qué? Hasta que no sustituyas esta situación, ese dolor o sinsabor amargo permanecerá dentro tuyo causándote las mismas molestias y el mismo profundo displacer interno.

Aún así si sentís que la situación te desborda, si te sentís tan turbado y perdido que te cuesta muchísimo encontrar tu brújula interna, buscá una adecuada ayuda hacia fuera. Eso si, tené presente en todo momento que la ayuda llegará en la medida en que abras tu mente frente a tu corazón. Ello exige que lo hagas con la mayor sinceridad y valentía interna posible: “el desafío es grande pero la recompensa aún mil veces mayor”. Sólo cuando uno logra internalizar esta necesidad de reencontrarse y toma coraje para dar un paso adelante, el cambio inicia su recorrido. Porque toda convicción que porta la intención de un cambio sincero, engendra un impulso tan enérgico y poderoso que acelera cualquier pedido que vague por el universo entero.

Animate pues a cambiar, comenzá hoy. “Abrite y conectate con tu chiquito. Los dos necesitan de su mutua compañía, de su total contención y en especial, de su recíproca entrega de amor”. Mi niñito... ¿Dónde estás? Y acostumbrado a este mundo en que las soluciones fáciles y rápidas emergen de todos lados, probablemente por tu mente se te cruce la siguiente pregunta: ¿Existirá alguna forma alternativa, más simple para conectarme con ese chiquitín que alguna vez fui?

El ingrediente secreto está entonces en reclamar y afirmar esta necesidad de transformación con toda la fuerza de la fe que nace desde lo más hondo del corazón.

A ver, pensemos un poco... Bien, abramos la cabeza y utilicemos algún método menos tradicional... Eso si, pongámosle entonces un poco de onda a la búsqueda... Y con un tono un poco más distendido, dejemos soltar la imaginación y que ella vague sin rumbo alguno... Y en ese viaje por los aires traiga alguna brillante idea a la tierra...

Sólo cuando uno consigue canalizar toda esa energía que fluye por dentro y la vuelca positivamente en su vida, “el milagro aparece”.

¡Ya sé, cayó! ¡Se me ocurrió una! Que tal si... Ojo digo... Se me ocurre...

Si no es así, sólo ganamos engañarnos una vez más a nosotros mismos.

Por ahí intentamos y funciona... ¡¿?!

Es como si en definitiva sintiéramos que nos estamos disfrazando una y otra vez sólo para los demás; pero en realidad a los ojos internos seguimos siendo las mismas personas, con distintas vestimentas y roles pero con el mismo frívolo vacío interior. - 54 -

Bueno, dejo de dar tantas vueltas y te cuento... ¡Qué tal si hacemos un llamado a la solidaridad! Y... ¿por qué no?, podría ser una alternativa. Podríamos probar, viste que la gente en los últimos tiempos “gracias a Dios” está como más movilizada con esto de ayudar desinteresadamente... - 55 -


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¡Nooo!, negativo, en absoluto, desde ya te digo: “no va andar, de ninguna manera...” Pensándolo bien, la verdad es que no creo que tuviéramos éxito; es que a mi manera de ver, resultaríamos poco creíble. Imaginate sino: “Se desconoce el paradero de mi niño pequeño. Esta es la foto de él entrando en su primer día de escuela (perdón por lo llorón que parece). Por favor quien lo reconozca o pueda aportar algún dato extra de este niño extraviado hace ya unos cuantos años atrás, remitir la información urgente al siguiente e-mail: perdiaminiñito@descuidado. com o enviar un mensaje de texto desde el celular al 9000chiches con la siguiente frase: “Eu grande, encontré a tu niñito, está acá conmigo, dale, pasalo a buscar.”

Ahora bien, ejemplifiquémoslo. Tan sólo ubiquémonos por un momento en el lugar de cualquier pequeñito que descubre el mundo a través de un sin fin de situaciones que vivencia en sus primeros años de vida.

¡Qué le vamos a hacer! Sigamos buscando entonces... El llamado interior: “Como bicho bolita” La verdad es que este juego de las escondidas me está costando un poco... Se me ocurre otra opción, nada sencilla pero necesaria al fin. Constaría en averiguar por qué ese niñito no nos quiere ver ni en figuritas o simplemente, no nos puede hablar.

Y ahí vemos la escena, ese niñito, apenas un polluelo recorriendo sus primeras experiencias. Atento él, despierto a la aventura del conocimiento con todas las ansias y energías del mundo, deseoso por aprender más y más. Y en el mismo cuadro de situación, un adulto (considerado poseedor de grandes verdades y modelo a seguir por el pequeñuelo), el cual con su dedicación, le enseña en el día a día, momento a momento, cómo incorporar sus primeros hábitos de vida al chicuelo; costumbres relacionadas con la higiene, incorporación de alimentos, forma de vestirse, descansar, comportarse socialmente, etc, etc, etc.

Muchos de nuestros miedos corresponden a temores que incorporamos en nuestros primeros años de vida. Allí oíamos cómo nuestros adultos nos iban explicando a su manera, como podían, todo cuanto a la vida se refería. Y nosotros pequeños observadores, diminutos registradores permanentes, escuchábamos estas enseñanzas no tanto con los oídos sino con lo que veíamos luego con su ejemplo.

Como por ejemplo, cuando mamá o papá nos enseñó alguna vez a tomar la sopa. De acuerdo a cómo ellos nos hablaron nosotros registramos e interpretamos ese particular momento. Aquel tono de voz, su color, su intención, las palabras utilizadas, sus gestos... sobre todo su paciencia y el tiempo dedicado. Todo ello, sumado a la esencia del aprendizaje de aquel momento, fue confluyendo y registrándose de manera única en nuestra mente y corazón de niño pequeño. El tinte de las afirmaciones que nos decían fueron influyendo en la manera de cómo percibimos e incorporamos esa particular enseñanza; ya que no era lo mismo aquel niño que habitualmente oía frases como: “Tomá la sopa pequeñín que así vas a ser fuerte como Superman o el Increíble Hulk”; “Dale pichón tomala así tenés muchas fuerzas y ganas para ir al jardín o a la casa de tu amiguito o a pasear al parque a la tarde”, que aquel que escuchaba decir: “Dale comé que sino viene

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Entonces podríamos preguntarle: “¿Niñito mío, a qué le tenés miedo?” Y luego, en el más absoluto de los silencios, preguntarnos a nosotros mismos: “¿A qué cosas yo adulto le tengo miedo?”


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el cuco o el viejo de la bolsa o el monstruo feo o la cucaracha mala” y cuántos otros personajes que inventaban e iban sacando de la galera los adultos mientras la paciencia se les agotaba segundo a segundo, cada vez más y más... Y con amor o con temor nos apropiamos de esa enseñanza y la grabamos en lo más hondo nuestro. Y hoy ya adultos vemos, actuamos y vivimos nuestras experiencias gran parte de acuerdo a la manera en la que alguna vez nos enseñaron de pequeño. Pero... ¿Entonces los responsables fueron los adultos que nos educaron? Pese a quien nos pese, la respuesta en verdad es negativa: “Todo forma parte del propio aprendizaje en el camino de nuestra vida”. Pero... ¿Y ellos? Ellos hicieron en definitiva lo que pudieron... No hay que olvidar que alguna vez ellos fueron niños pequeños que recibieron sus enseñanzas de otros que también hicieron lo que pudieron y que a su vez, fueron en algún momento ellos también, niños pequeños. Es todo un ciclo y una red de cadenas entrelazadas de múltiples aprendizajes... Sólo resta comenzar el camino de perdonarse a uno y a todos los demás con el corazón. Allí encontrarás seguramente aquella sensación de paz interna que desde hace tanto anhelás sentir, ese valioso tesoro sin precio alguno que sólo vos podés hallar y disfrutar. La decisión de sentirte en armonía habita en vos y deseosa ella, está esperando tu encuentro.

CAPITULO 7

Ups, me caí...¡Y me hice buba! Los andares de la vida Al fin y al cabo resulta que todo es una constante experiencia de vida la cual uno tiene que transitar para aprender algo. Y viendo con estos ojos, los obstáculos que nos topamos una y otra vez, terminan siendo sólo oportunidades para crecer. Porque muchas veces de las cosas más duras y feas que nos tocan vivir, es donde uno más aprende. Por ahí cuando ocurre esa experiencia dolorosa, nos resulta muy difícil entender la razón, el por qué ello está puesto en nuestro camino. Allí naturalmente, sentimos cómo nos invade una mezcla de sensaciones y sentimientos descontrolados que nos superan y desbordan internamente. Pero poco a poco pasa el tiempo y, si comenzamos a pensar en el bien de nuestra salud mental, física y emocional, nos damos cuenta que la única es darle nuevamente hacia delante. Pero... ¿Cómo seguir, cómo hacer para no caer en la angustia y tristeza crónica del alma? Sobre todo en aquellas situaciones qué tanto dolor nos producen... Pienso que rescatando únicamente todo aquello que nos dio alguna vez amor; preservando las tiernas huellas de ese pasado en algún bello

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lugar del corazón. A partir de allí, todo el resto, dejarlo atrás. Y seguir por la vida, intentando enfocar nuestra mente en actividades que renueven nuestras energías y nos ayuden a reunir las fuerzas necesarias para equilibrarnos y volver a encarrilarnos. Porque si bien en el momento no lo podamos comprender y el dolor nuble nuestra capacidad de discernimiento (tal como ocurre con el cielo previo a una terrible tormenta), esa situación se dio allí, en ese preciso momento y de esa particular manera, porque había algo que yo necesitaba aprender en mi sendero de evolución álmica. Sólo resta arrancar la maleza de los recuerdos; depurar mi mente y mi corazón; cerrar ese capítulo para emprender uno nuevo. Y preguntarme: “¿Dónde estoy? ¿Dónde me gustaría estar? ¿Qué quiero para mi de ahora en más? ¿Qué cosas quisiera alcanzar, a dónde desearía llegar?”

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Trompita y puchero Todos hemos transitado fuertes situaciones que movilizaron y cambiaron nuestras vidas, marcando un antes y un después; experiencias en las que el corazón se sintió tortuosamente entristecido. Sobre todo hablo de quienes perdimos a algún ser amado, ello en verdad te sacude muy adentro. Pensar que ya no lo volveremos a ver, que no compartiremos de nuevo una charla, un abrazo, un beso, un simple te quiero, ello nos hace amarrarnos a una desazón muy potente porque en verdad amábamos y amamos a esa persona que se fue.

A partir de allí reenfocar mi mente y mi corazón para estabilizarme nuevamente. Volver a prender el motor del avión para movilizar mi poderosa fuerza interna con la expectativa de conquistar todo aquello que a partir de hoy deseo alcanzar para mi bienestar y riqueza interior.

Y muchas veces esa falta, produce un gran y profundo vacío en nuestras vidas. Quizás sea porque sentimos que la soledad y el dolor se mezclan, se funden y confunden en ese raro encuentro íntimo, difícil de comprender. Y de ese extraño cóctel surge un sombrío desorden interno tal que se arraiga bien adentro, echando con el sufrimiento más y más raíces que se adhirieren punzantemente en el corazón.

Sentirme en paz y encaminar todas mis energías al punto tal de visualizarme allí, en ese lugar al que tanto quiero arribar para sentirme honda y genuinamente feliz.

“Pero entonces... -¿Cómo hacer para seguir?”- Nos preguntamos una y otra vez. Las fuerzas son tan escasas y el dolor tan gigante que en verdad nos sentimos sobrepasados mental y emocionalmente.

Y de ahora en más, a mis preocupaciones y angustias las pondré en manos de Dios, “Él encontrará siempre mi alivio”.

¿Dónde buscar el antídoto que aleje la inmensa angustia de una pérdida así? ¿Y cómo hacer para no quedarse aferrado al ancla del sufrimiento álmico?

Allí con la mayor de la fe posible, me quedaré en un estado de perfecta armonía, sabiendo que así será. El resto, lo hará el universo, “sólo es cuestión de tiempo”. - 60 -

Pienso que la respuesta está en pedir ayuda a tu ser espiritual, aquella esencia de luz que es parte de Dios y que vive en tu corazón. - 61 -


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La pérdida física se siente muchísimo, porque ya no tenés al lado a esa persona con la que compartías tu vida, sea tu pareja, alguno de tus padres, un hermano, un amigo o tu hijito querido. Los lugares en común, los perfumes, las fotos, la ropa, los recuerdos de los momentos vividos, todo se hace enormemente difícil de sobrellevar cuando ellos vuelven a vos y te recuerdan la ausencia de tu ser amado.

doctrina, porque son universales y porque todos, cada uno de los miles de millones de seres que formamos parte de este planeta, merecemos alcanzar.

Pero... ¿sabés qué? Aunque ya no veas que esa persona está a tu lado, aunque ya no la veas en su apariencia física, ella aún te acompaña.

Por ello con amor te digo, ampliá día a día tu mirada, ello te abrirá el camino para percibir este mundo de las sutilezas, una dimensión que vive más allá de lo que nuestros ojos físicos están acostumbrados a ver.

¡¿Cómo?! Sólo tenés que abrir un poco tu mirada, abrirte a tu intuición y aprender a percibirla con nuevos ojos, aquellos que miran hacia dentro, hacia la luz de tu origen y existir. Allí te conectarás nuevamente con ese ser. Creeme que cuando logres girar tu mirada, increíble y felizmente volverás a distinguir la presencia de ese ser que tanto extrañás. Y te darás cuenta que en realidad, esa queridísima persona tuya nunca se fue, “siempre estuvo y estará con vos”. Es sólo que volvés a reencontrarla desde otro lugar, diferente al mundo palpable que estamos acostumbrados aunque tan real desde las impresiones y percepciones sutiles, que te aseguro: “ello cambiará tu sentido absoluto de la vida”. Esto demanda un trabajo continuo de cambios constantes de conciencias, rupturas de paradigmas y formas de pensar que uno lleva arraigado desde hace muchísimo tiempo. Implica comenzar a observarse a uno y a todo lo demás desde otro lugar, un sitio liberado de prejuicios, condicionamientos y ataduras sociales, culturales e institucionales. Mirar todo lo que uno vive desde un espacio muchísimo más amplio, ligado a la libertad, al amor, a la salud, a la prosperidad, a la paz, a la felicidad y a todas las verdades que están por encima de cualquier - 62 -

Somos más que nuestro cuerpo, “somos espíritus eternos viviendo y aprendiendo de las experiencias humanas”.

La experiencia de perder a alguien amado es extremadamente durísima pero cuando empezamos a entender que lo que muere es sólo su cuerpo físico, nos abrimos con esperanza a recibir esa hermosa guía y protección que aún hoy nos acompaña. “Allí nuestro corazón se vuelve a llenar de fe y amor”. Porque nuestros seres queridos cuando ya no están más compartiendo nuestros días desde lo físico, aún continúan haciéndolo desde su espíritu. Ellos son nuestras almas guías e incluso, aunque no advirtamos su presencia, “ellos están siempre a nuestro lado cuando los necesitamos”. Porque nuestros seres queridos que desencarnaron en verdad siguen viviendo, es sólo que existen en otros planos diferentes a la materia densa que vemos a nuestro alrededor. Es como tener un angelito especial que nos acompaña desde lo alto para que sigamos adelante y continuemos este sendero de aprendizaje que nos lleva el vivir en la Tierra. Es totalmente lógico que como humanos nos duela tanto y nos cueste comprender que ya no estarán más desde lo físico porque es una idea muy difícil de entender y procesar internamente. - 63 -


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Es por ello sumamente necesario hacer el duelo de esa tan dolorida pérdida. Cada cual tiene sus propios tiempos internos, es una experiencia de desapego muy grande la que uno tiene que transitar y superar.

Y poco a poco empezaremos a ver, quizás aún con dolor, que en algún momento se nos hará necesario levantarnos para aprender a crecer.

En un momento así, es importante enviar mensajes de luz a ese ser: “orar con la energía del amor hará que ese alma se eleve más fácilmente a Dios”. El tiempo para arrancar de nuevo sólo lo conoce nuestra propia alma, sólo ella sabe cuándo estamos preparados para seguir. Y cuando el tiempo pase y el alma avise, se hará necesario ponernos de pie y continuar el camino. Porque la vida sigue avanzando y porque ellos, los que ya no están más en este plano de existencia, así lo desean. Ellos nos aman, quieren que estemos bien, quieren que juntemos fuerzas y retomemos nuestro propio sendero de crecimiento personal. Cuando uno toma conciencia de este bellísimo mensaje, entiende por qué es tan necesario sacar afuera su poder interior, esa enérgica fuerza que vive dentro de cada espíritu humano. Si algo así te pasó, amorosamente te digo: movilizá tu potencia interna, ella te impulsará y ayudará a levantarte. Intentalo una y otra vez, pensá que podrás lograrlo y trabajá a diario para que ello sea posible. Porque cuando lo logres, sabrás muy dentro tuyo que ese ser te acompaña siempre desde la energía amor que fluye en tu corazón. Allí comprenderás que “él te ama y desea que vos te sientas plenamente feliz hoy”. Algún día nos reencontraremos con ellos, pero hoy estamos aquí para continuar con nuestra misión personal, aquel motivo especial por el cual vinimos a este mundo. - 64 -

Entonces comprenderemos plenamente que nuestros seres queridos que partieron de este mundo “en verdad aún viven”, sólo que desde otro nivel de presencia. Y en esta nueva conciencia, sabremos con tierna alegría que nos une el amor que va desde el corazón de uno y otro, tal como un maravilloso puente de luz. “Esta es una asombrosa y sanadora visión y experiencia de vida”. De allí en adelante, cuando en medio de las pruebas de la vida nos sintamos superados, con tristeza, desesperanza, enojo o desarmonía, entonces sabremos que podemos pedirles a ellos su consejo, su luz, su amorosa guía. Ellos nos harán llegar tiernamente su mensaje a través de diferentes señales y medios. Aún de la forma más impensada del mundo, tené por seguro que la ayuda llegará; estate atento: “ella se hará oír”. ¡Cuco! Liberar mis miedos Cuando éramos pequeñitos, el miedo era un tema nada fácil de sobrellevar. Si teníamos miedo a la oscuridad, quizás le pedíamos a los papis que nos dejaran alguna lucecita prendida para dormir más tranquilos durante la noche. Por ahí, puede que también nos daba miedo mirar por debajo de la cama, ¡haber si algún monstruo extraño nos aparecía de repente! O quizás teníamos el presentimiento, la inquietante sensación de que algo o alguien se encontraba escondido en el ropero -”¡hay, qué miedo, mejor ni miro!”- uno pensaba. Te cuento entre nos cuál era mi miedo. Todas las noches soñaba que - 65 -


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venía el cuco caminando por la calle donde yo vivía y pasaba por las casas para ver si los chicos estábamos o no dormidos. Parecía tan real ese tenebroso personaje, vestido con una sábana blanca y una temible mirada oscura tal, que no se diferenciaba el blanco de sus ojos. Mientras él se acercaba y se me acercaba, yo sentía un horrible zumbido en mis oídos, tales como profundos y acelerados latidos de un corazón humano. Era tan grande mi miedo pero tan gigante que aún despierta, podía oír ese terrible y torturante resonar. ¡Uy, qué cuiqui me daba ese cuco!

Pero eso si, vuelven sólo hasta el momento en que trascendemos nuestra mirada, hasta que hacemos un salto de conciencia y allí, los liberamos. Ese es unos de nuestros grandes desafíos como seres humanos.

Y a vos, contame... ¿Qué personaje, lugar o a qué cosas le tenías miedo de chiquito? Pienso que los miedos de pequeño nos imprimieron una energía muy fuerte, tan potente que fue perdurando y arraigándose a lo largo de nuestras historias personales. Es que para aquellos pequeñitos que éramos nos resultaba muy difícil distinguir claramente qué era fantasía y qué realidad. Todo estaba muy unido, muy mezclado y entremezclado, todo parecía verdad. Así se sentía y así uno lo vivía. Por eso aquellos miedos se instalaron muy dentro nuestro. Cada quien con los suyos, más grandes, más pequeños, más superficiales, más profundos. Todos ellos los llevamos en nuestro interior quizás hasta de manera inconsciente, pero allí se hallaban presentes. Y ante cualquier circunstancia atemorizante, seguramente ellos reaparecían y reaparecen (al menos si no los trabajamos puertas adentro), haciéndose sentir con la misma o mayor fuerza que antes. - 66 -

Con el tiempo fui aprendiendo que en cualquier situación de la vida hay tantas miradas como observadores haya. Cada cual la ve desde su lugar, desde su propia perspectiva y, acorde a sus pensamientos y sentimientos, la analiza e interpreta de un modo único. Hace un tiempito me enteré que de acuerdo a cómo yo miro esa escena, surge en mi una respuesta que conlleva el sello de uno de los dos únicos sentimientos iniciales, antagónicos entre sí: “amor o temor”. Esto sucede en cada una de las situaciones que vivo a diario ya que consciente o inconscientemente percibo siempre internamente amor o temor y así luego, lo manifiesto hacia el afuera. “¡Qué fuerte!”- me dije. Responder con amor o con temor tiene que ver con patrones mentales que uno lleva arraigado desde su niñez. De acuerdo a la calidad de su contenido vivimos con la armonía interna que nos produce el amor o con la ansiedad, angustia o inseguridad que nos genera el temor. Y así vamos por la vida. Llevamos grabados en nuestras mentes determinadas secuencias de pensamientos que influyen decisivamente en nuestra forma de mirar a nuestras propias experiencias cotidianas. Es por ello que resulta tan necesario retornar a nuestra niñez, para reencontrar nuestra paz mental y equilibrio emocional; para vivir sanos, armónicos, libres de condicionamientos y ataduras internas. Porque en verdad son sólo cadenas fantasmagóricas que nos unen a un tiempo que ya no existe: “nuestro pasado”. La clave está en “reencontrarse consigo mismo y perdonar con el corazón”. Allí, ningún aprisionamiento interno por más grande que fuera - 67 -


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seguirá teniendo poder, simplemente porque se toma conciencia que es uno quien tiene el poder en su vida.

Cambiá tu día, desde que te levantás hasta que te acostás, hacé cosas nuevas todo el tiempo. Entrená tu mente para que ella pueda crear constantemente nuevos y sanos hábitos de vida.

Entonces comienza uno a enfocarse en “todo lo bueno por vivir”, haciendo que esos tristes recuerdos ya no ingresen más al corazón. Vuelven, si, lo hacen, regresan de vez en cuando, pero uno los va viendo cada vez más y más desde afuera, como un observador silencioso que mira a su pasado como lo que es, sólo su pasado. Como un ser en evolución permanente al que múltiples experiencias llamadas corrientemente “buenas o malas” le ocurrieron para que pudiera crecer y superarse espiritualmente. El cambio hoy “es posible”. ¿Es fácil? No lo sé, depende de la etapa en la que se encuentra viviendo cada uno; pero si es intensamente necesario. Y la buena noticia de cambiar es que de ahí en más uno goza de una única y preciosa sabiduría: “Te sentís que sos el dueño de la espada más potente, capaz de cortar cualquier atadura o aprisionamiento interno”. Y eso te da fuerza, te hace valiente. Y te sentís con una energía potente, capaz de superar cualquier barrera. Y sin imposibles, empezás a tomar y vivir tu vida como vos en verdad deseás hacerlo. Y te animás a ser y sentirte libre. ¿Pero, cómo hacer para cambiar, con qué punta comenzar? Empezá por cambiar en algo tus rutinas diarias, ello mecaniza y encadena tu mente. Renová constantemente las pequeñas situaciones que vivís a diario, transformalas, volvelas diferentes, dales sabor, que tengan sentido: “ellas forman tu vida”. - 68 -

Y aquellas situaciones que te pesan pero irremediablemente tenés que cumplir a diario, convertilas en otra cosa, ponele un color diferente, dalas vuelta, rearmalas, hacé que tengan un sentido distinto en tu vida. Y sino, preguntate: “¿para qué están, son realmente necesarias o son tal vez un condicionamiento de mi mente?” Discerní una y otra vez, elegí lo mejor para ser feliz. Liberate de todo lo que sentís que te ata y te daña. Sacá de tu existencia todo aquello que te aleja del sano disfrute. La vida te merece, animate entonces a vivirla plenamente. Descubrí tus verdaderos deseos: “¿Qué quería ser yo de pequeño?” Conectate con tu vocación, ella te hará destellar... Ocupate de mejorar tu calidad de vida. Escuchá tu cuerpo, él te habla siempre para contarte cómo se siente. Valorá tu alimentación, ¿qué estás comiendo? Nutríte bien. Practicá algún deporte, dale lo mejor para que tu cuerpo se sienta cómodo y a gusto con vos. Él cobija tu espíritu, vos protegelo con todo tu amor. Aprendé a respirar, es vital que comiences a observar tu respiración. Tratá de hacerlo desde una óptica distinta a la que estamos acostumbrados en estos tiempos apurados. Mirala con ojos que trasciendan el mero acto mecánico e involuntario que los pulmones realizan continuamente en nuestro cuerpo. Hablo que empieces a percibir cómo en el aire que constantemente inhalás se encuentra impregnada “la energía divina de la vida”. Allí descubrirás cómo ella fluye y recorre a cada segundo la totalidad de tu ser, dotándolo del maravilloso condimento necesario para vivir. Respirá con libertad, bien profundo, purificá tus pulmones. Inspirá - 69 -


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bien hondo varias veces al día, más lo hagas, mejor se sentirá tu cuerpo y tu mente. Ellos se alimentan constantemente de tu respiración, dependen de ella para que funcionen saludablemente. El oxígeno alimenta, limpia y purifica tu organismo dotándolo de la más perfecta energía, salud y vida.

Y con amor te digo: Saná primero las heridas de tu pequeño niño. Mirá hacia delante siempre con el corazón abierto a la esperanza... Cambiá y renová constantemente tu vida, una y otra vez, hasta sentirte bien y disfrutar plenamente del presente. Sé siempre vos mismo, en cada momento.

Utilizá algunos minutos del día para quedarte en silencio y a solas, ejercitando sólo tu respiración. Con la práctica, ello te conectará más y más con tu verdadero ser interno, disfrutando de la sorprendente energía que te produce imbuirte en ese estado de calma y paz.

“Y aprendé a volar...”

Realizá actividades que te den placer y te hagan bien, ello permitirá sacar tu mente de lo rutinario. ¿Tenés algún pasatiempo preferido? ¿Qué te gustaría hacer? ¡Animate, planificalo hoy en tu semana! Ejercitá también tu creatividad... Abrí tu cabeza a nuevas formas de ver y disfrutar la vida... Mantené tu mente sana, tu cuerpo se contagia de ella. Y algo más, tratá de confiar en que “todo va a andar bien”. Intentá tener siempre presente esta frase para que poco a poco dejes de mirar desde los ojos del temor. Porque el miedo no te ayuda, sólo frena tu gozo, apaga tu alegría, debilita tus energías y aplasta e intoxica tu imaginación. Tratá de mirar lo que vivís con los ojos de tu niño pequeño, tal como aquel que algún día fuiste; quizás ello te aporte una mirada más fresca y divertida de cada situación. Comenzá por afirmarte que algún día te animarás a hacer todo lo que a hoy te da miedo pero que sabés que te ayudaría a crecer. Decite que al hacerlo, sentirás emerger una salvaje sensación de liberación interna, tan fuerte que te darán ganas de gritar por los aires lo mucho que vale existir y disfrutar de esta extraordinaria vida que hoy “gracias a Dios” tenés en frente tuyo. - 70 -

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CAPITULO 8

“Sana, sana, colita de rana...” ¿Cómo sanar a mi pequeñín herido? Muchos de nosotros tenemos herido a nuestro niñito interior. Heridas aún abiertas, aún sangrantes y que nos duelen tanto... Es que por aquel entonces, años atrás, ese pequeño estaba tan lleno de puros y fascinantes sueños... Allí en su mundo todo era fantasía, locura e ilusión desmedida. Su ser desbordaba de gigantes energías siempre dispuestas a desafiar cualquier obstáculo que se presentara, “a cambiar al mundo mismo si fuera necesario”. ¿Te acordás? ¿Y hoy? Puede que hoy ya no sientas lo mismo... Quizás sea porque por dentro guardás cientos de reproches, kilos y kilos de broncas y tristezas, todas acumuladas y apiladas en tu corazón. Tal vez porque tu niñito está tan herido y asustado que ante cualquier adversidad que se te presenta, tiene miedo. Y allí temeroso él, busca refugiarse una y otra vez tal como lo hacías cuando vos eras chiquito: sólo en un rincón de tu pieza, debajo de la mesa, llorando sobre la cama o donde fuera, aterrado y aferrado a su peluche preferido, observando esa situación ajena pero propia a la vez.

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todavía llevás a tu pequeñito herido de aquí para allá, hacia todos lados muerto de miedo, gritando en la agonía del silencio que necesita toneladas de amor, un gran abrazo interminable y mucha pero mucha paz y contención. Entonces sucede que vas por la vida buscando la receta mágica a ese desesperante pedido de auxilio, a esa respuesta urgente de tu gran S.O.S. interno. Pero ¿sabés qué?, la solución no la tiene nadie más que ese mismo niñito que llevás adentro. La pócima que sana el corazón de ese pequeño en cuerpo de adulto, no puede ser fabricada por otro ser que no seas vos mismo. Porque sólo vos conocés lo que ese chiquito quiere: ¿Qué pide, quién quiere ser, qué desea alcanzar? Sólo vos podés recordarlo. Sólo vos podés meterte dentro tuyo, buscarlo, encontrarlo y a partir de allí, trabajar con amor para sanarlo. Para ayudarte voy a pasarte un ingrediente secreto y efectivo, vital si lo es para lograr la sanación de tu corazón. Éste no es otro que el “perdón”, hacia vos mismo y hacia todos los demás. “¿Por qué el perdón?”, te preguntarás. Porque el perdón que viene desde adentro y con plena convicción, aquel que viene de la mano del amor incondicional, cierra cualquier herida, borra cualquier huella, evaporando hasta las mismas cicatrices profundas del alma. El perdón te acerca a tu niñito pequeño, te reencuentra con él, te hace uno con él. El perdón te hace resurgir, te permite encontrar la tan ansiada paz y tranquilidad que ese pequeñito tuyo quiere sentir desde hace tanto tiempo.

Así quizás aún hoy, luego de 20, 30, 40, 50, 60, 70 u 80 años después,

¿Querés entonces ayudarlo a sanar sus heridas? ¿Querés ayudarte a vos mismo a crecer? El poder está en vos, perdoná con el corazón, no los

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actos que para vos resultan imperdonables pero si a los seres que los cometieron. Aún cuando decidas por tu bienestar no continuar con esa relación, permitite perdonar a ese ser aunque sea sólo desde el silencio, “ello te liberará profundamente”.

Modo de curación de las heridas: El paciente deberá tomar en primera instancia un trozo de algodón mágico y embeberlo a discreción en la poción sanadora. Luego, tendrá que aplicar el ungüento con su mano derecha durante unos segundos sobre la zona afectada: “su propio corazón”, mientras que a la par deberá pronunciar el bien conocido y tan poderoso conjuro sanador: “sana sana colita de rana, si no sana hoy sanará mañana”.

Todos venimos a aprender y todos llevamos por dentro heridas que necesitamos sanar para cerrar. Dejá atrás al pasado, no hay nada que puedas hacer para transformarlo, no hay máquina del tiempo que te lleve hacia atrás para modificar las cosas. No podés cambiar nada de lo que ya está hecho, ni siquiera una sola pestaña. Hasta aquí llegaste con esa pesada carga, sólo dejala a un costado, apartala de tu pensamiento y seguí con fe hacia delante. Sólo vos podés modificar lo que decidas vivir “hoy”, lo que elijas pensar y sentir “ahora, en este mismo y preciso instante”; quizás algo en vos haya hoy de eso al estar leyendo estas movilizadoras páginas de cambio interior. Receta secreta de pócima sanadora ¡A tomar lápiz y papel! Y... ¡Manos a la obra! Ingredientes: - 1 trozo de algodón mágico. - 1 poción sanadora. - 1 varita mágica. - 1 hechizo sanador. - Besos a gusto. - Amor ilimitado. - 1 curita para el corazón. - 1 imán con forma de colita de rana. - 1 mapa secreto. - 1 escoba voladora. - 7 mariposas multicolor del reino de la imaginación. - 74 -

Seguidamente con la varita apuntando a 10 cm de distancia de la zona a sanar, el paciente deberá auto realizarse un par de pases mágicos utilizando el hechizo sanador que dice: “Besos a gustos, amor ilimitado, pu push, pu push, pu push!” A continuación, terminará el tratamiento colocando una curita para el corazón -”¿dónde?”- no lo explico porque resulta bastante obvio. Repita el tratamiento una vez por día o cuantas veces crea necesaria su aplicación, total no se han observado ni ahí efectos de intoxicación por sobredosis. Recomendaciones y contraindicaciones: Se prohíbe el uso de varitas mágicas ajenas ya que pueden producir efectos de ilusión sin sentido, dado que cada varita funciona correctamente sólo con su propio dueño. Se recomienda a los fines de recordar la aplicación diaria del tratamiento, pegar el imán con forma de colita de rana en la heladera o en cualquier otro lugar visible. ¿Qué faltan aún otros ingredientes de la lista? Ah sí, si tiene ganas le doy un consejo: “Tome el mapa secreto, hágase un viaje por los aires con la escoba voladora y si se aburre, suelte las 7 mariposas multicolores del reino de la imaginación. ¡Le juro que la va a pasar bárbaro!”

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¿Me perdonás? ¡Daleee...! A muchos de nosotros nos cuesta horrores perdonar. Al punto tal que a veces en un momento de cólera abrupta podemos enojarnos con alguien y alimentar esa rabia hacia el otro durante horas, días, meses, años y hasta toda una vida. Más si pensamos que en el origen de la discordia el otro estuvo mal. Allí decimos cosas como: “Si él o ella tuvo la culpa, cómo yo voy a perdonarlos así como así, al menos que me pida perdón, es lo mínimo que merezco”- como si se nos fuera a caer la coronita porque nazca en nosotros una actitud de reconciliación desinteresada. Y así vamos contando esa magra experiencia a todo el mundo, no se salva nadie. Más la contamos, más la agrandamos y la engordamos; más desarrollamos el análisis de esa situación desde los más variados puntos de vista: moral, humano, científico o cuanto otro se nos cruce por el camino. Nos cuesta espantos perdonar pero no nos damos cuenta del daño que por dentro nos hacemos. Y nos herimos cada vez más. Y tragamos tanto pero tanto veneno hasta enfermarnos. Y aún así, muchas veces seguimos. No podemos ver que el perdón es el único antídoto a ese veneno tan maligno que proviene del rencor, el odio, el resentimiento y la crítica. Sólo allí, perdonando desde adentro, encontraremos la única salida que cura las heridas de nuestro cuerpo, nuestra mente y sobre todo, las que invisiblemente, guarda nuestro corazón.

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Perdonarte y perdonar a todos los demás es un acto espiritual tan extraordinario y elevado que no alcanzan palabras para describir lo que se siente por dentro. Sólo cuando uno toma conciencia de esa necesidad y lo hace desde la profundidad del alma, el milagro se hace presente. Porque se trata de comprender que todos estamos aquí aprendiendo y que en realidad no existen mejores o peores, todos somos hijos de un mismo creador. Todas las personas estamos unidas en este camino de aprendizaje que llamamos “vida”. Cada cual hace lo que puede para transitarlo y aún cuando lo que elija hacer no esté bien ante nuestros ojos, sigue siendo lo que ese ser puede hacer en este momento de su recorrido y es además, su libertad de elección. Sentir la necesidad sincera de perdonar y practicarla, son actos de valentía que otorgan una evolución muy importante en el sendero espiritual de cualquier ser humano.

Sencillamente porque el perdón cuando se practica y se convierte en una forma de vida, trae una energía curativa poderosísima. Cuando se logra perdonar con el corazón a todos los seres, la energía se moviliza con una fuerza luz inigualable ya que no es otra que la del amor en su máxima expresión: “el amor incondicional”.

Sólo perdonando de corazón a nuestro propio ser y a todo el resto, podemos encontrar la verdadera paz que tanto estamos necesitando. No hay otra. Es elegir entre tu salud o la enfermedad. Entre encontrar tu equilibrio armónico o seguir en el camino del sufrimiento y resentimiento. Entre vivir con amor o con miedo. La decisión aunque cueste o no la veamos con claridad se halla dentro nuestro. Y nuestra calidad de vida depende de ella. El perdón te libera. Si sentís que querés pero no podés, sólo abrí tu corazón y pedile ayuda a tu creador, la ayuda te será enviada a través de señales. El resto dependerá de vos.

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Si te conectás con el perdón y lo trabajás puertas adentro, encontrarás el alivio que tanto necesitás sentir.

frente y pedir perdón por ese daño ocasionado. Pero a veces pasa que no se puede porque uno no ve más a esa persona ó puede que ya no viva más en el mismo país ó que ya no esté viviendo en este plano de existencia, es decir, que haya desencarnado. Asimismo puede pasar que uno sienta que ya no sea necesario pararse en frente del otro para pedir perdón por su equivocación. Esto último puede también ocurrir y está bien. “¡¿Cómo?!” Diría aquel adulto educador con ojos saltones y boca entre abierta...

Conectate entonces con tu niño pequeño y aprendé de él, como cuando tenías 4 ó 5 años y te enojabas con un amiguito, ¿te acordás? En el momento desplegabas toda tu furia con gritos, llantos y pataleos pero luego a los segundos siguientes ya lo perdonabas o como ya no te importaba tanto, vos mismo le decías que sigan jugando. Y enseguida, olvidándose por completo del asunto, los dos volvían a jugar con la mayor de las alegrías como si nada, absolutamente nada hubiera pasado. Eso... “estaba buenísimo”. El mágico alivio para el alma Cuando uno siente que no estuvo bien con alguien y está arrepentido ó, cuando alguien hizo algo que a uno lo hirió pero al tiempo uno siente que parte de ese dolor ya alivió, éste es un buen momento para trascender y transmutar lo negativo que quedó de esa situación. A veces sucede que uno quiere perdonar pero siente que no puede. Ocurre que el dolor que viene cuando uno recuerda esa lastimosa escena, supera cualquier intención de perdonar a ese otro o a uno mismo (si es algo que uno hizo y se le hace muy difícil auto perdonarse). “Daría todo por perdonar y sacarme esa sensación de bronca, odio, rencor, ira, que lo único que hace es oscurecer mi vida y asfixiarla”- allí quizás uno piensa. Pero entonces... ¿Cómo hacer para perdonar, qué hacer, cómo empezar? A muchos de nosotros cuando fuimos pequeños nos enseñaron que si una persona se portaba mal, tenía que pedir luego perdón para que el otro lo perdonara. Aunque lo cierto es que no necesariamente esto es así. Si uno puede y desea, puede ser una actitud muy valiente ir de - 78 -

En realidad, el perdón que viene desde el corazón (y no para cumplir o para que el otro vea que soy bueno), hablo del arrepentimiento que uno siente cuando viene de muy adentro, puede hacerse desde el más puro silencio, desde nuestro genuino ser: “nuestro espíritu”. Desde aquel lugar, cualquier cosa es posible de lograr porque todos estamos conectados desde nuestra esencia inmanente de luz. Y allí, el acto sincero de perdonar actúa como una insuperable energía liberadora de los dolores que habitan en el alma de cada ser. Si uno habitualmente siente y guarda antipatías o resentimientos hacia otros; si se queja todo el tiempo por cuanto se le cruce y más también; si le molesta lo que hace o deja de hacer el que tiene al lado o quien fuera, puede que algo en su actitud esté pasando y ese algo no le esté permitiendo disfrutar la vida como realmente merece. Porque si uno mantiene la atención permanentemente en una polaridad negativa, todo ese cúmulo de pensamientos y sentimientos de baja vibración se acumulan en ese ser que lo creó internamente, afectándolo sólo y exclusivamente a él. Por eso es que aquel que perdona “desata y libera” y esa sensación, lo hace sentir cada vez más y más feliz. Al perdón uno lo tiene que ir trabajando de manera calmada, callada, centrada bien desde el adentro: “meditar, orar con fe, hacer decretos - 79 -


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del perdón, afirmaciones positivas, trabajar con la llama violeta que transmuta todo lo negativo”. Pero lo más importante es conectarse profundamente desde el íntimo ser de uno. Algo que puede servir es cerrar los ojos e imaginarse situaciones en donde la armonía reestablezca esa relación. Puede ser, imaginar que uno se encuentra frente a frente con la persona que dañó y allí, pedirle a ese otro un sincero perdón (sin pasarle paralelamente ningún tipo de facturas del caso). Ó, si fue al revés, en esa cita imaginaria, decirle las razones por las cuales uno sintió que ese otro lo hirió hondamente. Y luego, visualizar que una luminosa paloma violácea sale del corazón de cada uno. Y en aquel lugar, ambos sueltan cada paloma suavemente, las liberan dispuestos a que ellas se eleven. Y ya libres, ellas se echan a volar cada vez más y más alto, uniéndose en su encuentro las dos, formando una gran y hermosa paloma de paz y amor. Y ahora juntas en una, ella despliega sus alas en armonía, en un perfecto estado de equilibrio y plenitud. Y se va cada vez más y más lejos, desapareciendo en un increíble cielo celeste, límpido, preciosamente cálido y soleado. Con este tipo de prácticas, trabajos que te lleven camino adentro, sentirás que tu corazón -en tus tiempos internos- comenzará a sanar. Tené presente siempre que el perdón es desanudar, desamarrar, liberar, dejar volar ideas viejas, trascender, superar continuamente aquellas limitaciones que no te dejan hoy crecer. El perdón es tan mágico que te lleva a amar intensamente cada instante de la vida, mucho más allá de los errores propios y ajenos. Perdonar es iluminar con amor. Y con la sabiduría de la luz, la vida se torna verdaderamente maravillosa.

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“Esta es tu oportunidad, Dios a través de la vida te la ofrece”. Quizás te ayude un poco mirarlo como cuando eras chico y alguien te jugaba una carrera, ¡eso estaba de diez! ¿Te acordás lo que se sentía? Uhhh, terrible desafío, toda la adrenalina por delante... Bien, esa carrera hoy la tenés frente tuyo, es tu propio y quizás más grande desafío a superar. En ésta “vos sos el corredor”. Las situaciones que vivas cada día “son tus pruebas”. Tenés que “entrenarte a diario con la rutina del perdón” para ganar el mayor de los premios: “disfrutar plenamente de la vida y liberarte internamente de todo aquello que te ata y te une al dolor”. Allí, la paz se desbordará de tu pecho. Y hablando de carreras... Te cuento que como que me dieron ganas de corretear un rato... Así que si querés ¡te juego una! ¿Qué me decís? ¿Qué no estás muy en estado que digamos? A no importa, porque.. ¿sabés qué? Esta carrera se juega con los ojos cerrados, desde la habilidad y entrenamiento de tu mirada interna. Así que sólo relajate, ponete un par de zapatillas con cordones brillantes y suelas de fantasía. Allí dejate fluir imaginariamente en la apasionada pista en la que todo es posible de superar... ¿Comenzamos? “Listos, preparados... ¡ya!” “¡Dale, metele pata, ponele pilas, ganas, aguanteeee!” “Y no te quedés atrás... “Mirá que el último que llega...” “¡Es cola de perrooo!”

Animate a comenzar a perdonar, alimentá ese pensamiento en tu mente para que crezca y crezca. Permitítelo, ello sanará viejas heridas internas tuyas. Pero no lo hagas sólo desde tu mente, abrite paso para que lo descubras desde lo más profundo de tu corazón. - 80 -

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Entonces por qué será que muchas veces nos pueda sonar un tanto vanidoso o quizás un poco chabacano, burdo, hasta ridículo decirnos a nosotros mismos cosas como: “me respeto, amo y valoro”.

CAPITULO 9

¿Qué cuánto te quiero? ¡De aquí a las estrellas! Me quiero mucho, poquito o... ¿nada? Algo sucede con nosotros los seres humanos en estos tiempos que vivimos, “estamos alejados de nosotros mismos”. Como que nos cuesta mirarnos, pegarnos una ojeada hacia adentro y ver qué nos pasa por esos lados. Puede que nos esté faltando un poco querernos, mimarnos con ternura, sentir que somos únicos, ciertamente especiales. Y lo peor del caso o diría lo mejor de todo es que... “en verdad lo somos”. Porque más allá de nuestras diferencias físicas, intelectuales, religiosas, sociales, doctrinarias o las que fueran, “todos somos iguales”. Incluso más allá de nuestro grado de evolución álmico, algunos más avanzados que otros pero la verdad es que seguimos siendo iguales, al menos a los ojos de nuestro Divino Autor o como más se ajusta a lo que es, frente a la mirada de nuestro Papá (le llames como le llames). Y como verdadero Papá nuestro que es, “Él nos ama a todos por igual y de manera incondicional”. - 82 -

Si el amor es la energía más maravillosa y movilizante del universo. Si sentir amor hace que valga la pena estar vivo... Si sin amor, nada tiene sabor... Permitir primero amarse a uno, a lo que es en verdad uno... ¡qué gran tarea por delante! Sobre todo porque en principio hay que penetrar, bucear en lo más hondo para entender quién o qué es uno. Sólo así, se hace más sencillo comenzar a contemplarnos con amor, sin ojos críticos, sin juzgamientos ni condenas internas, observándonos silenciosamente en cada uno de nuestros existenciales momentos. Comprender primero lo que significa quererse a uno ayuda a poder amar luego sincera y libremente a los demás. Alcanzar a amar desde lo más puro y genuino, superando cualquier obstáculo que supuestamente nos separa del otro: “ello nos desata internamente”. Llegar a amar más allá de las múltiples diferencias que no son otra cosa que eso: “cosas distintas a uno” y que está bien que sea así, sino... ¡qué aburrido sería este mundo!, ¿no? Lograr también contemplar cariñosa y abiertamente todo lo que nos rodea. Las extraordinarias maravillas que la naturaleza nos brinda a cada instante de nuestro existir: El aire que roza mis cabellos en las primaverales mañanas, el fuego que me da su calor cuando lo necesito, la hoja que cae del árbol, el agua que se ofrece para calmar mi sed, la tierra que sostiene generosamente mi cuerpo todos los días... Hasta la piedra que tengo semi enterrada en el jardín de mi casa: “todo posee una esencia mágica y divina.” Pero entonces, si el amor es el pegamento que nos mantiene interconectados y unidos con toda vida existente... - 83 -


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¿Por qué nos cuesta amarnos y amar a otros tanto? No sé, puede que en gran parte se deba a esa automática cinta que llevamos inconscientemente en nuestras programadas cabecitas, donde el amor quizás sea sólo un sentimiento condicionado. Puede que también influya nuestra incapacidad por abrir y ejercitar la creatividad a nuevas formas de entendimientos que nos conecten a diario con nuestra verdadera esencia: “nuestro espíritu”. Puede que asimismo se deba a que olvidamos lo que por derecho somos: “hijos de Dios”. Quizás esto sea así debido a que no somos plenamente conscientes que esa brillante lucecita interna que cada uno posee, forma parte de esa inagotable fuente de energía que proviene del Gran Creador de todo lo que existe en el universo.

Sólo así comenzaremos a mirarnos a nosotros y a los demás con el corazón abierto, equilibrado y libre de cualquier tipo de prejuicios, porque allí descubriremos que “todos valemos y merecemos lo mejor”.

Pero más allá de los preconceptos o limitaciones que pudiéramos tener o no sobre el amor hacia uno y los demás, pienso que sin lugar a dudas influye el momento en el que estamos viviendo hoy. Un mundo donde muchas veces, lo material anula, tapa, traba o dificulta el natural proceso de crecimiento de nuestras almas. Pareciera que en que estos tiempos súper rápidos, ultra consumistas, en donde todo se muestra demasiado light (o poco profundo), muy probablemente ni siquiera se nos cruce por la mente de todos los días preguntarnos de dónde venimos, a qué, por qué, cuánto nos queremos, cuán importante es sentirnos apreciados por nosotros mismos y cuánto creemos que valemos a nuestros propios ojos (y no como siempre medimos, desde los ojos ajenos). Entonces, ni que hablar de amar y valorar a los demás, ya la cosa ahí se nos vuelve más difícil en consecuencia. Ya que si ni siquiera nos fijamos verdaderamente en nosotros, mucho menos vamos a poder pensar en el resto, al menos no sinceramente. Hablo de dejar de mirar nuestro propio ombligo con una actitud egocéntrica y empezar a descubrirnos desde otro lugar, un sitio absolutamente descontaminado: “desde lo más puro del amor”, donde lo que ciertamente vale es “cultivar nuestra riqueza interna”.

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Al comprender e incorporar esto -vía trabajo interno- la paz reinará en tu corazón y allí, fluirá y recorrerá tu ser de una manera maravillosa. Sólo cuando empezás a amar de verdad, recién ahí podés vislumbrar las reales necesidades propias y de los otros. Y hasta puede que allí decidas encarar tu vida con una actitud un poco más despreocupada en vos mismo y más atenta a lo que el otro en verdad precisa de vos. Y desde esa experiencia de vida, tené por seguro que encontrarás tu auténtica misión en la vida: “ayudar, dar servicio a otros desde lo que mejor podés y querés hacer”. Ahora bien, entiendo si quizás me decís que esto de quererse es todo muy bello desde el pensamiento pero que en la práctica es muy difícil llevarlo adelante. Y si, nadie dice que sea sencillo, puede que a alguien le resulte más o menos fácil observar cuáles son las necesidades diarias para vivir en amor y armonía. Pero sucede que “es la única manera de ser feliz”. No hay otra. Las demás sensaciones de felicidad, las que están ligadas a lo puramente material y alejadas de nuestro origen espiritual, son momentáneas, efímeras, ficticias, fugaces, diría hasta virtuales. Y pasa que en algún momento, sentís que “necesitás algo más” y caés que ese bienestar no te la da sólo lo externo. Allí te das cuenta que tenés que mirar hacia dentro para descubrir eso que te falta. Porque sino sentís que por dentro te atormenta una y otra vez, la presencia del mismo y oscuro pozo sin fondo.

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Y allí ocurre que si uno no comienza a mirarse con amor, si uno no empieza a intentar quererse, el oscuro círculo de la condena, abandono, dolor y/o culpa interior crece en el tiempo sin parar, haciéndole creer a uno que esa angustia desolante será eterna. Eso uno lo descubre cuando en los momentos de soledad y tristeza allí, en el medio del pecho, se siente un inmenso vacío que te hiere y lastima por dentro.

aprendida”. Allí se empieza a ver que ello es sólo una prueba para crecer en algún aspecto de la propia personalidad. Y a medida que se toma conciencia de ello, uno ya no se revela tanto. Y al dejar de resistir, poco a poco se deja de sufrir.

Pero lo cierto que esto no necesariamente debe ser así y la realidad a tomar conciencia pasa por comprender que “todos merecemos amor”; incluso más allá que hayamos hecho algo “feo”. Todos hemos actuado mal en ciertas oportunidades. Todos hemos hecho cosas de las que luego nos arrepentimos hondamente o no, aunque si puede que internamente sentimos que no estuvieron del todo bien. Todos y cada uno de nosotros lo hemos hecho y lo hacemos (en mayor o menor escala), porque es lógico: “así es cómo aprendemos a crecer”, equivocándonos, cayéndonos, a veces golpeándonos un poco... nos ocurre a diario. Pero lo interesante de esto es que si en medio del caos, miramos bien qué es lo que tenemos allí para aprender, luego nos levantaremos más fortalecidos y maduros que antes para continuar exitosamente el camino. La clave está siempre en “darnos cuenta, perdonar y seguir adelante”. Por ahí puede que en el medio de alguna situación problemática te sirva preguntarte: “¿Qué tengo que aprender yo con esto?” Y en un calmo silencio allí, pedirle a tu ángel guardián que te suministre entendimiento, sabiduría, iluminación (visualizá en ese momento el color dorado). Porque si uno se ejercita en ello y continuamente logra extraer aquella enseñanza que te nutre hacia adentro, es muy probable que ya no se vuelva a tropezar con el mismo obstáculo. O que sí, pero ya más sabio, se habrá de pasar desde un lugar más llevadero: “el de la experiencia - 86 -

Pero para llegar a eso, creo que hay que ocuparse en el día a día hacia dentro. Desempolvar y limpiar todo condicionamiento mental que realice lecturas distorsionadas de las situaciones que acontecen a diario. Empezar a entender que lo que uno mira, es lo que uno ve, percibe, lee de cada situación que vive. Y que por tanto, cada uno ve desde su propio ángulo de experiencias. Trabajar entonces en ampliar continuamente la mirada para sacarse el hábito de apreciar lo que uno ve sólo desde su propio lado. Hablo de ejercitarse en no dictaminar ni preconcebir conceptos que tipifiquen o encasillen eso que estoy viviendo sólo desde mi lugar, sino tener en cuenta que existe siempre el lugar de otro. Y a ese otro le pasan cosas que las decodifica de acuerdo a sus propios intereses, deseos y limitaciones (como las que cualquiera de nosotros tenemos). Esto es porque él también al igual que yo, tiene su particular forma de ver, percibir y apreciar la vida. Y más allá de quien tiene la razón del caso, saber que lo cierto es que ambas son válidas. Porque todos tenemos nuestra parte de verdad en cualquier situación que vivamos y ello, merece respeto. Aunque en la profundidad de esta realidad, tener la razón no es lo más importante. Es sólo nuestro ego queriendo siempre ganar. Y nosotros somos más que nuestra personalidad, sin lugar a dudas, “muchísimo más que ella”. Porque la verdad no pasa por demostrar que la tengo, lo trascendental para experimentar y disfrutar de la vida, pasa por otro lado, un costado más introspectivo, más significativo, diría más genuino. La punta del nudo que desovilla la cuestión, se halla simplemente al - 87 -


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sentir que esa partecita de verdad que poseo (esa luz que es parte de Dios) se encuentra y proyecta siempre desde muy adentro mío, en un lugar muy profundo de mi ser, sencillamente porque “allí vive”.

tecita tuya en la aún sos un niñito”. Y allí, permitite perdonar a los otros y perdonarte a vos con profundo amor. Dejate fluir en libertad para sentir a tu vida como a ese pibito tuyo le fascinaría que hoy fuera: “sana, alegre, feliz”. Ello te fortalecerá y desarrollará increíblemente.

El resto, es sólo abrir nuestra imaginación para entender- diría hasta volver a aprehender- todo desde otros sitios muy distintos a los que estamos tan acostumbrados a observar, registrar e interpretar. Pongamos un ejemplo para poner un poco más claro a este asunto. En mi caso, soy mamá de dos chiquitos y mis hijos me enseñan a diario en éstas como en todas las cosas, ellos son mis grandes maestros. Y confieso que me ejercito de momento a momento con ellos, no tengo respiro, es un constante aprender, aprender y aprender. Como mamá tengo la gran tarea de guiarlos, educarlos, enseñarles el mundo. Y a veces metida en mi papel de “adulta”, me olvido que ellos descubren por sí mismos sus propios mundos de una manera natural, más real, sumamente espontánea, tan simple pero profunda a la vez. Y cuando tomo conciencia de ello me digo a mí misma: “en verdad quiénes la tienen clara son ellos, aún con sus 2 y 4 años de edad”. Porque con las salidas que tienen, las cosas que me dicen de momento a momento a mi me sorprenden totalmente, me desestructuran por completo, me dejan muda y allí, siento que me hace el clic y de repente, me conecto al instante con mi niña pequeña. Me pasa que vuelvo hacia atrás y siento la maravillosa sencillez que esa niñita mía tenía para aprender las cosas y apreciar todo lo que era para mi importante, “lo que en verdad valía y aún hoy, vale la pena”. Entonces puf, en ese momento caigo y comprendo una vez más que si de los niños tanto aprendemos, hay algo claro que los adultos indiscutiblemente necesitamos hallar para encontrar perdón, sanar y crecer: “nuestro propio niño interno”.

¡Te quiero de acá al cielo, ida y vuelta, mil veces! Pero entonces la verdad del amor: ¿Cuál es, dónde está, en qué lugar se esconde? La respuesta es simple: “en tu corazón, en el mío, en el de todos”. En esa chispa de luz que habita en el interior de todo ser humano. En esa esencia luminosa que proviene de Dios y que nos une indisolublemente a Él. Porque lo cierto es que nuestro “Padre Nuestro que está en los cielos”, como ya dijimos más arriba, “es nuestro Papá”. Y como todo papá quiere que vivamos con amor, quiere que estemos bien, crezcamos felices y nos entrenemos en este camino de ser mejores personas. Quiere también que aprendamos a ayudar desinteresadamente a nuestros hermanos que no se limitan sólo a nuestros afectos más queridos, ya que son cada uno de los seres humanos con los que nos cruzamos en cada suceso cotidiano de nuestras vidas (guau, cuántos ¿no?). A todos nos une el mismo amor de Dios para con nosotros, sencillamente porque “somos sus hijos y Él es nuestro Papá”.

Por eso, con mucho amor te digo: “Aprendé a conectarte con esa par-

Pero entonces si nuestro Papá no nos juzga, culpa ni critica porque Él sólo nos ama... ¿Por qué lo hacemos nosotros o dejamos que otros nos lo hagan?

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Es que quizás no nos damos cuenta que “merecemos lo mejor”. Todos y cada uno de nosotros, simplemente porque somos hijos del más grande Artista y Compositor, aquel que creó absolutamente todo lo que vemos y no vemos en este mismo instante. Somos su gran inspiración, por eso es tan vital que nos reconozcamos como lo que somos: “espíritus vivientes en cuerpo físico”, seres de luz y amor que provenimos de Dios y que como tales, merecemos todas las cosas hermosas y maravillosas de la vida.

Empezá a trabajar con el amor con mucho amor. Comenzá a trabajarlo hacia dentro, hoy y todos los días. Hacelo con mucho cuidado, respeto y ternura. “Aprender a amar”. Éste es nuestro más grandioso desafío, nuestra más rica sabiduría por descubrir, alcanzar y disfrutar en la vida. Y hoy, tenés esa maravillosa posibilidad frente tuyo. “Aprovechala”.

Y si por derecho natural entonces nos merecemos lo mejor, ¿cómo hacer para lograr la conciencia de quererse a uno y a los demás? Empezá en principio por decirlo, una y otra vez, todas las veces que te fueran necesarias. Pero eso sí, “decilo con la fe de la palabra puesta desde tu corazón”. Intentalo, probá. Cerrá tus ojos e imaginate como si fueras un niño de tres añitos, un ser puro, inocente que empieza a recorrer sus primeras experiencias. Un niño que por su naturaleza, al no poseer el más mínimo miedo, traba ni vergüenza, le es sumamente fácil, intrépidamente espontáneo, soltar un simple y tan necesario: “te amo”. Decilo para vos, sentilo, repetilo y hacételo propio: “todos merecemos al amor”. Usá el medio que quieras: grabátelo, filmalo, escribilo en grande en una pared, en el espejo del baño, sobre un papel pegado a la heladera, cantalo, ponele música, todo lo que se te ocurra y creas necesario. Ello quizás te sirva en aquellas veces en las que nuestro ánimo se va para abajo y sentimos con locura que estamos necesitando un abrazo, una palabra de aliento, una caricia sincera o un mimo dado desde el corazón. Y si te sentís triste, solo, vacío, abrite y acordate de pedirle a tu Papito, ese que lo ve todo desde arriba, para que te guíe, te proteja y te ayude en esta a crecer. - 90 -

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Por ahí sentimos que algo más nos está faltando pero no sabemos definir bien qué. Algo que está más allá de las cosas materiales. Algún condimento distinto para que la vida tenga un sabor más deleitante. Como una pimienta picantita que nos movilice y alucine por dentro.

CAPITULO 10 Un lugar para mi

¿Primero yo? ¡Ufa, no tengo tiempo! Vivimos en tiempos tan ajetreados, súper acelerados, llenos de urgentes ocupaciones diarias, repletos de inaplazables compromisos por cumplir. Y vamos por la vida hacia todos lados a los apurones, sin espacio alguno para rever lo efectivamente importante. Tan apresurados como si jugáramos maratónicas corridas vertiginosas, muchas veces más mentales que físicas. Esta forma de percibir y mirar a la vida en verdad nos limita, coarta nuestra libertad, nos estresa, intranquiliza, perturba, agobia, aliena y aleja de nuestra esencia original: “nuestro ser espiritual”. Puede que por ello en nuestra cotidianidad nos cueste tanto detenernos a pensar qué es lo que en realidad queremos, qué cosas nos hacen o harían bien y qué otras pudiéramos emprender para llenar esos espacios vacíos, aquellos que sentimos que no tienen sentido ni color. Muchos de nosotros sin tener demasiada conciencia de nuestra identidad espiritual, vivimos en un plano extremadamente ligado al mundo de la materia. Allí, desconectados de quiénes verdaderamente somos, pasamos nuestra vida o gran parte de ella, sin descubrir ni percibir que la auténtica paz se halla en la chispa divina que vive en cada corazón humano. - 92 -

Y sumergidos en este mundo en el que reinan las prisas y las superficialidades, resulta lógico que nos cueste tomarnos unos minutos del día para dedicarlos a mirarnos íntimamente y allí, ver qué nos pasa. Te hablo de comenzar a hacer un breve parate periódico, diario si se pudiera, para reflexionar y recapacitar si lo que estamos haciendo en nuestras vidas nos hace ciertamente felices o no. Ocurre que de tanto en tanto, cuando nos encontramos con situaciones que nos sacuden internamente, circunstancias que nos impulsan a reemplazar nuestra mirada actual, puede que sintamos que nos hace un clic interno y allí la cosa pueda empezar a cambiar. Tal vez este momento de luz resulte a veces un tanto fugaz, pero al fin y al cabo puede ser un buen comienzo. Puede significar un punto de inicio trascendental si tomamos conciencia de la necesidad que existe detrás de él, si entendemos el deseo interno que en él habita. Allí se nos dotará de una energía capaz de impulsar y poner en marcha nuestro proceso de cambio interior. Pero... ¿Cuáles son estos relámpagos en los que podemos trascender nuestra mirada? Son esos luminosos instantes que nos vienen de repente, disparadores de toma - 93 -


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María Cecilia Albornoz

de conciencia que se ubican frente nuestro y que, a su pasar, nos dejan una especial energía y aroma que nos hace pensar muy hacia dentro.

afirmamos a diario relacionadas con nuestros postergados deseos personales a realizar en algún momento.

Inspirantes momentos en los que uno respira hondo, mira hacia arriba con su mirada llena de pasión y suelta una mueca suave de sonrisa y ahí, sincerándose de una manera extraordinaria, uno saca afuera las más íntimas aspiraciones que se ocultan en el corazón.

Quizás conciente o inconscientemente estemos esperando que algún hada madrina generosa llegue con una varita mágica y... ¡puf!, nos organice perfectamente nuestras existencias.

En esos flashes de verdad, sentimos que todo puede ser posible, percibimos cómo una especial energía recorre nuestro cuerpo y se apodera de nuestra mente, dotándonos de un excepcional sentido de la valentía. Allí nos aventuramos a pensar y hasta nos atrevemos a decir frases como: - “¡Me encantaría comenzar a practicar nuevamente mi pasatiempo favorito, me haría tan bien!...”- pero eso sí, a veces enseguida nos reprimimos- “Aunque, tendría que organizarme un poco. Hummm, no sé, en fin, puede que lo deje para más adelante”. “La verdad es que me fascinaría estudiar aquello que a mi siempre me gustó, siento que eso me realizaría... Sin embargo ahora no me dan mucho los tiempos. Tendría que ver, quizás lo haga en otro momento”. “Debería hacer algún deporte, moverme un poco, estoy haciendo una vida muy sedentaria, me siento con poca energía. Pero sinceramente estoy re corto/a con los horarios, tendría que agregarle como mínimo 2 horas más al día”. “Quisiera tener más energías para tirarme al piso a jugar con los chicos cuando vuelvo del trabajo, ellos me necesitan... Aunque la verdad es que las fuerzas no me dan, llego muerto/a”. No alcanzarían las páginas para detallar todas las cosas que los adultos - 94 -

Por ahí nuestra limitación fundamental esté en creer que nuestra vida pasa por organizar nuestros tiempos y terminamos logrando que “nuestros tiempos organicen nuestras vidas”. Es que elegimos disfrutar en base a lo que nos queda de tiempo libre en nuestra agenda, a veces nada. Y el corto momento de ocio que logramos encontrar, no siempre lo aprovechamos plenamente porque estamos pensando en los compromisos que tendremos al día siguiente. Es como si nuestra mente estuviera siempre más allá de lo que nuestro cuerpo se encuentra viviendo en ese momento. Y vamos por el mundo tan apurados y sin tiempo, echándole la culpa a factores externos como el trabajo, el estudio, la familia, los vecinos, las mascotas, las relaciones, el dinero, etc. No asumimos que cada uno de nosotros somos los protagonistas principales de nuestras historias. Y vagamos sin un rumbo claro, pensando que quizás algún día de manera sorpresiva nos aparezca una entidad poderosa que arregle nuestras vidas, organice nuestros tiempos para estar bien con los demás y, si se puede también, con uno mismo: “como si sentirse repleto de uno no fuera la punta de todo esto”. Quizás nos cueste tomar conciencia que cada uno de nosotros hacemos cada día nuestras vidas; desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, en cada momento, en cada situación, en cada detalle.

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Tal vez nos conformemos sólo con mirar de lejos a nuestros deseos relegados. Por ahí de tanto en tanto cuando los recordemos sintamos algo de pena, añoranza, nostalgia o posiblemente, sintiéndonos más esperanzados en ese momento, en nuestros ojos brille alguna gota de utopía por realizarlos algún día.

“Quiero disfrutar de mi familia y mi profesión”. Por eso quiero un trabajo que permita desarrollar mi vocación sin desatender el cuidado y disfrute de mis hijos y/o mi pareja.

Quizás no muy optimistas a veces, los veamos como muy remotos, difíciles de alcanzar, casi imposibles. Y allí justifiquemos el no cumplir nuestras aspiraciones ni hacernos siquiera ilusiones porque culpables externos, máximos responsables del caso generan limitaciones para su concreción. Ellos pueden ser el tiempo, las circunstancias, la mala suerte, etc. Quizás, sólo quizás... Ésta es una invitación para que reflexiones en tu mayor intimidad, para que saques tus propias conclusiones y las guardes para vos, porque eso es lo que importa. Pero... ¿sabés qué? Ocurre que si continuamos tirando una y otra vez el polvo bajo la alfombra, algún día el tamaño de ese terrible cúmulo se transformará en una montaña difícil de disimular. Pero no sólo no se podrá ocultar frente a los ojos ajenos sino a los propios, que es la molestia más espinosa de sobrellevar y que no aqueja a otra persona que a uno mismo. Afirmamos “debería hacer tal o cual cosa...” todo el tiempo, como si uno tendría que hacer irremediablemente algo en la vida que no fuera otra cosa que “ser feliz”. Más que deber o tener... la cosa pasaría más bien por “querer”.

“Quiero tener una vida próspera”. Merezco ganar el dinero que me permita disfrutar sanamente todos los aspectos de mi vida. Merezco tener salud, buena energía, amor, alegría, paz, gozo, libertad, todo lo crea necesario para sentirme bien, vivir en armonía y crecer todos los días un poquito más como persona. “Quiero organizar mi día sin dejar de lado las actividades que para mi son importantes”. Acomodar mis tiempos de acuerdo a mis propios tiempos que son los que están en línea con mis deseos y proyectos a realizar, a cómo y dónde me quiero ver a futuro. “Quiero ser feliz hoy, con lo que disfruto en el día a día, no más allá”. El resto simplemente, no es lo esencial. ¿Querés sentirte bien? “Mejorá con calidad tu vida”. Ocupate de tu alimentación, nutrí cariñosamente tu cuerpo. Dale lo mejor para que él se sienta bien con vos. Empezá hoy. Mimalo, tratalo con amor. No lo movilices de acá para allá como si fuera un esqueleto que transporta sólo piel, órganos, músculos, articulaciones y otras tantas cosas más. Es mucho más que eso, él será quien te sostendrá y acompañará a lo largo de toda tu existencia.

“Quiero estar sano”. Por eso voy a hacerme un hueco para practicar de ahora en más un deporte que me guste, me ayude a estar en forma y me permita además liberar el estrés que acumulo a diario.

Tu cuerpo contiene la energía que fluye, recorre y estimula a cada instante tu vida. Y lo que es más importante de todo: “él protege tu espíritu”. Tu verdadero ser anida silencioso en tu cuerpo, tu esencia de luz, esa chispa divina que proviene de nuestro máximo creador.

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Prestate entonces atención. Come bien, no tragés la comida de manera mecánica. Disfrutá su sabor, mastícala mucho, degústala al máximo. Tampoco utilicés la tan usada excusa de estos tiempos: “No tengo tiempo ni para comer”. Hacételo, organizate. No comás parado, no comás nervioso. Mientras lo hagas, frená cualquier pensamiento que perturbe tu mente. Pensá en otra cosa, algo que te haga bien. Date el cuidado que tu cuerpo merece y necesita. Querete a vos mismo. Alimentate bien, en cuanto a tiempos, lugares, modos, calidad de lo que comés. Vos sos el único que puede protegerlo porque sos quien lo comanda a través de tu mente y emociones. Y ¿sabés qué?, tu salud espera que tomes hoy la decisión correcta para que se sienta brillar. Pero para lograrlo quizás te preguntés: “¿Cómo empezar, cuál es el punto de arranque?” Primero desacelerá tus pensamientos, van tan rápidos que posiblemente no te permiten pensar qué es lo importante en la vida, que no es otra cosa que “sentirte bien, pero de verdad bien”. Sino... ¿Para qué trabajás, para qué te relacionás con otros, para qué querés tener salud? Acaso... ¿No es para estar bien con tu vida, con lo que pensás, sentís y experimentás, con todo lo que te brinda paz, amor, bienestar y felicidad? Entonces, dale un cuidado especial a “todo tu ser”. Empezá por hacer alguna clase de actividad física con tu cuerpo, alguna que te apasione. Elegí aquella que te haga sentir bien; aquella que cuando la practiqués te resulte sumamente agradable y sientas cómo un cosquilleo te energiza íntimamente.

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No te sobre exijas por una cuestión solamente estética o de moda. Aceptate primero a vos mismo, con tus virtudes y limitaciones. Luego ponete las pilas para mejorar todo lo que deseés regenerar en vos, pero siempre con respeto y placer, disfrutando lo que hacés. Y cuando te resulte un tanto pesado ese deporte o simplemente ya no te cause el mismo deleite, desapegate de él. Buscá uno nuevo que renueve tus energías, que te gratifique, que te haga sentir vivo, pleno. Aquel que te brinde todo lo necesario para sentirte de 10, porque eso es lo que merecés aunque todavía no lo adviertas en tu conciencia. Y sea cual fuera la actividad física que elijás emprender, “hacelo con amor y libertad”. Eso si, para lograr sentirte bárbaro, verdaderamente pleno, te tenés que entrenar mucho y en varios sentidos. Es un trabajo diario, de momento a momento y que demanda no sólo cambios alimenticios y ejercicios físicos. El cambio va más allá ó en realidad “va más acá, más dentro de uno”. Tiene que ver con un cambio más espiritual, con sentir y plantearse una forma de vida que te permita encontrarte y conectarte cotidianamente con vos mismo. Es una profundísima búsqueda la que emprenderás, la cual te revelará a sus tiempos, tu auténtica vocación y misión en la vida. Allí comprenderás que tan único sos en tu especie. Porque... ¿sabés qué? Vos podés hacer un insuperable aporte en tu paso por este mundo ya que sos el mejor de lo mejores en algo, aunque aún no lo hayas descubierto. Ser vos mismo Hay algo que aprendí hace poco y quiero compartirlo con vos. Por esas cosas de la vida, a mis oídos llegó la siguiente expresión: “Nunca hagas algo para agradar sólo a los demás, hacelo por vos mismo”. - 99 -


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Y allí me quedé meditando el asunto hasta que puf, tiempo después, me cayó la siguiente ficha; la comparto con vos: “Cualquier cambio que uno haga le tiene que servir primero siempre a uno, sino realmente no tiene sentido movilizar toda esa energía”.

siempre con sapiencia, discerniendo si lo que te plantean amerita un cambio que permita trascender tu conciencia.

Si lo que voy a modificar en mi no responde a una razón propia, si no tiene que ver con cubrir necesidades o superar limitaciones mías, en verdad no me va a servir en nada cambiar. Primero en todo caso estaría más bueno preguntarme: “¿Esto que me dicen tiene que ver conmigo, me haría crecer en algún aspecto?” Si algo dentro mío me dice que no, la respuesta ya está dada, no es necesario ese cambio o no es mi tiempo para ver y sentir que lo necesito. Me parece que hacer algo porque simplemente otro me lo diga, no me resulta algo válido, porque no es intrínsecamente auténtico. Si para mi ese cambio me significa un crecimiento, “bienvenido sea”. Sino, hacerlo por hacerlo, no tiene peso ni valor. Porque al no poseer un genuino motivo que provenga de mi interior, no se identifica con lo que realmente yo deseo sino más bien con cumplir expectativas ajenas. Por eso, si me permitís una opinión, afectuosamente te la doy: “Cuando algo no te parezca bien, no pensés ni actúes como otro quisiera que lo hagas por el sólo hecho de agradarle. Sé valiente, comunicate franca y libremente con ese otro. Planteá de manera respetuosa, clara y amistosa tu propio punto de vista, sabiendo que es eso, tu pensamiento del caso y que cada cual tiene el suyo”. Sé en definitiva vos mismo cada una de las 24 horas del día. Intentalo a cada momento, frente a cada situación y te sentirás gratificado hasta el alma, porque “aprenderás a ser libre”. Si lo lográs, ya no hará falta que estés detrás de los otros ni de las circunstancias a alcanzar. Ellos verán tu propio brillo interior e intensamente atraídos, acudirán gozosamente a tu encuentro. Por eso, mantené tus oídos abiertos hacia lo que otros te dicen pero - 100 -

Tratá de conectarte siempre con vos mismo, comunicate hacia dentro, abrite a tu intuición. Y ante cualquier inquietud o duda, hacete la siguiente pregunta: “¿Esto es lo que yo quiero, me hará bien, me permitirá crecer?” Luego quedate en silencio y esperá que la respuesta provenga de tu voz interior: “tu sabiduría interna será tu mejor consejera; escuchala siempre”. Animarse al cambio: “A tu cambio” (Ejercicio de visualización creativa) Respira hondo, cierra los ojos y deja tu mente en blanco, no pienses en nada.... Si algún pensamiento te llegara, no te detengas en él; sólo míralo y déjalo pasar. Relaja tu cuerpo, siéntate cómodo, con la espalda derecha. Respira más y más hondo, conéctate con tu interior... Ahora coloca tu mano en el corazón y con la mayor de las sinceridades pregúntate: ”¿Qué quisiera realmente cambiar en mi vida? ¿Cómo quisiera que fuera? ¿Qué es lo que más anhelo conseguir para ser feliz?” Imagínate situaciones concretas, imágenes de ese sueño hecho realidad, como si ya lo estuvieras viviendo. Visualiza el momento, siéntelo, huélelo, tócalo... Luego míralo una - 101 -


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vez más, sonríele y quédate en paz... No pienses en cómo lograrás alcanzarlo. Tampoco nubles tu capacidad de imaginación colándole trabas negativas a ese sueño. Permítete sólo sentir que él incuestionablemente te alcanzará.

Todos en algún momento de nuestra evolución lo encontraremos y recorreremos, como así también, todos llegaremos hasta el final...

Obsérvalo, disfrútalo, deséalo desde lo más hondo de tu ser... Y con el silencio más absoluto de ese momento, deposítalo cuidadosamente en tu corazón. Allí sonríele nuevamente y con tu ser lleno de fe, quédate una vez más en paz...

Cada cual en sus propios tiempos internos, lo descubrirá.

Algunos antes otros después...

Ahora puedes abrir tus ojos, desperézate bien, estira bien tus brazos hacia arriba, bosteza si lo deseas. Sé sincero contigo mismo y pregúntate: “¿Qué cosas quisiera modificar en mi? ¿Qué debilidades o limitaciones me gustaría cambiar para sentirme mejor?” Si puedes anótalas en un papel. Luego a su costado derecho coloca su antónimo y entre medio de las dos palabras opuestas una gruesa flecha violeta que las una y marque la dirección en la que a partir de hoy, tú deseas dirigirte. A continuación, imagínate siendo ya esa persona que tanto te gustaría. Siente las emociones que experimentarías una vez convertido en ese ser en el que tanto quisieras transformarte. Siéntete cómodo, feliz, desbordante de alegría, inundado de amor y bienestar... Y allí una vez más, con el corazón abierto, quédate en la más absoluta paz... Y recuerda por último que el cambio significa “tu propio cambio” por lo que a tu alcance siempre estará. Aún si todavía no lo logras visualizar, el sendero se encuentra esperándote, anhelante por darte la bienvenida e invitarte a que comiences con amor su recorrido triunfal. - 102 -

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interna... ahí te vi. Si, te vi que andabas metido por detrás de las montañas de las turbulencias, esas que guardan todos los dolores del alma, allí donde el terreno se hace difícil de transitar por lo árido y oscuro que resulta.

CAPITULO 11

Carita sucia, sonrisa de oreja a oreja ¡Pica a mi niñito interior! Dije: ¡Pica a mi niñito interior! Dale salí pibe... no te hagas el distraído que ya te ví: ¡estabas oculto en mi corazón! ¡Uy, qué alivio, por fin te encontré! Y pensar que hace más de dos décadas que te llevaba dentro y ni cuenta me había dado... Es que quizás en este juego de las escondidas, yo era el que contaba y sin querer, me quedé dormido durante un tiempo larguito... Y si, me costaba observarme introspectivamente. Uy, disculpame che, me olvidé que sos un nenito, quiero decir que me costaba mirar qué tenía por dentro. Girar mi vista hacia mi profunda intimidad oculta; contemplarme y meditar qué era lo que en verdad pasaba allí.

Ni bien te vi, sin querer, lo primero que hice es intentar mirarte con los ojos del puro razonamiento intelectual, pero naturalmente no me alcanzó para llegar a vos y alegrarte. Ni un pelo se te movió cuando me miraste. Es que no me salía de otra manera. Quería, de verdad quería con todas las ganas que nuevamente me sonrieras, lo intenté pero luego me di cuenta que así no lo lograría... Y en ello aprendí que el sólo conocimiento no inspira lo que por dentro se debe experimentar desde el gozo del corazón. Probé entonces, con guiñarte un ojo, me pareció algo simpático. Ahí un poquito te aflojaste y me sonreíste, un cachito, aunque ya al minuto siguiente, volviste a ponerte serio y callado. Intenté con otra más -”está no me puede fallar, a todos los chicos les gusta”- pensé con entusiasmo. Y en ese momento te ofrecí un caramelo. Sin dudarlo, lo aceptaste y en un segundo, te lo comiste con ansias y alegría. Pero al ratito, continuaste observante, quieto y sin emitir la menor palabra, me saludaste con la mano y te fuiste. Y entonces mirando al cielo dije: “Me rindo, Dios me entrego a vos, quedo en tus manos, ayudame”.

De no ser por mi gran necesidad en hallarte, ¡no se me hubiera ocurrido nunca buscarte aquí! Hasta que me animé y me pegué una ojeada

Y de repente, me crucé en todos lados con esto de perdonar, a mi y a todos los demás. “¿Perdonar, qué, quién?”- me dije y agregué para mis adentros- “Si tengo que perdonar, sea lo que sea, voy a hacerlo”- Y ahí, comencé a tomar conciencia sobre lo importante que es trabajar interiormente el perdón para sacar de mi todo aquello que ya no me sirve, para liberar mis rencores y dolores, para sentirme en equilibrio y armonía conmigo misma. Ello me llegó muy profundo y en mi pecho sentí, una increíble sensación de paz liberadora.

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Pero ahora ya te pesqué y además, ¡te hice pica! ¡Y qué bien escondido estabas...!


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Entonces me hizo el clic y dejé por fin de buscar con la cabeza. De ahí en más, ante cualquier inquietud, comencé a ejercitar el simple acto de mirarme siempre internamente. Me interesé por aprender a respirar con mayor profundidad y a quedarme en un hondo silencio para escuchar lo que mi intuición tenía para decirme. Y en esa práctica cotidiana, limpiando mi interior como si lo hiciera con una suave pluma violeta, un día comencé a percibir que muy a lo lejos se escuchaba una suave risita, la que al rato se convirtió en una conocida risa que hacía tiempo que ya no oía.

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Ver a mi chiquito feliz Liberada cada día más de prejuicios y condicionamientos sociales, comprendo que mi chiquitín de 4 años es en realidad un ser súper alocado, divertido, intrépido, sin pelos en la lengua, sumamente honesto e increíblemente ingenuo. Mi pequeñín es un enérgico chiquito que expresa a cada instante lo que en verdad él quiere, tal como a su mente les llegan sus pensamientos y le dicta con amor su corazón.

Al principio me costó creerlo pero luego al crecer y crecer el fresco sonido de aquella carcajada, no me quedaron dudas.

La esencia de mi pequeño es la pura alegría, el reír y disfrutar sin límites, sin vergüenzas del qué dirán, sólo siendo “él mismo”.

Resultó ser nomás tu risa mi pequeña, o mejor dicho, “mi risa de pequeña”.

Es un ser insuperablemente inocente, con una increíble capacidad y talento por decir siempre la verdad, aún cuando no le conviene.

La reconocí enseguida: “inconfundible, desatada, genuina”. Allí me relajé y me dejé llevar, me permití fluir en esa tierna melodía contagiosa. Ya a los siguientes segundos se oía como una tremenda carcajada que se escuchaba cada vez más fuerte y cercana a mi corazón.

Porque su cualidad para comunicarse está sustentada en contar las cosas con una simpleza y a su vez, una grandeza tan increíble que en verdad me sorprende... Ahora entiendo, quizás a él le intente copiar con mi forma de escribir ó quizás él sea quien me inspire a escribir “a su manera”.

En ese instante, sentí su dulce eco muy dentro mío, lo viví y recordé, mientras lo percibía con los oídos de mi interior. - “Pero si así era como sonaba mi risa de chiquita, ¡no lo puedo creer!”Me dije con tono de sorpresa y sumamente emocionada. Y allí, sin importarme en absoluto nada más que el aquí y ahora, me eché a reír sin vergüenza ni reparo alguno. Me permití disfrutar a pleno de esa maravillosa y placentera experiencia. En aquel lugar, envueltas en la maravillosa energía de tal increíble encuentro, mi chiquita y yo, “reímos como locas y súper chochas de nuevo. Gracias Dios por ayudarme”. - 106 -

Nuestra capacidad como adultos por encontrar el significado oculto y grandioso de sus mensajes, radica en nuestra apertura mental hacia el permanente descubrir. Y allí, con el corazón abierto de para en par, tomar conciencia de cada una de las enseñanzas que nuestro pequeño puede acercarnos: “vivir con alegría cada día; con una actitud en la que todo puede ser posible; con ganas, entusiasmo; imprimiendo toda la mejor energía en pos de desafiar los obstáculos libremente, con armonía, valentía y amor”. - 107 -


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Porque lo cierto es que si lográramos conectarnos a diario con él, esa gran y dulce sabiduría nos inundaría de incontables huellas de disfrute en nuestro corazón de adulto. ¡Tenemos tanto por aprender de nuestro niño! Hoy comprendo que mi niñito interior es como cualquier niño de cualquier persona, un ser con una inocencia y autenticidad única que busca siempre la protección y afecto de quien hoy es su adulto. En cada pensamiento y sentimiento él, ese pequeño de puro corazón y emociones desenfrenadas, emerge en mi interior para hablarme. Y con toda la espontaneidad que lo caracteriza me dice lo que le pasa por dentro, sus inquietudes, sus miedos; como así también sus deseos más íntimos y todo aquello que le daría verdadero goce y bienestar. Un poco más madura del inmenso valor que él posee para hacer más feliz mi vida, intentaré como una comprometida y amorosa tarea de todos los días acercarme un chiquito más hacia él para darle todo mi amor. Hacerlo “mi pequeño gran amigo”, escuchar lo que él quiere decirme a cada momento, reconocerlo como parte vital de mi existencia, protagonista principal de mi felicidad, porque en verdad lo es, “vaya si lo es”. Por tanto mi chiquitín, me sumergiré nuevamente en las aguas de tu extraordinario océano plagado de “sueños por cambiar el mundo”. Allí, extraeré cuidadosamente de él ese inmenso y valioso cofre repleto de ideas creativas; para pensarlas con la madurez de hoy pero con el corazón de sus pensamientos de origen, aquellos que nacieron de la mano de este chiquillo al que hoy feliz una vez más, me permito “redescubrir, respetar y amar con todo mi ser”.

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Mi pequeño volvió a sonreír De nuevo por fin me sentí plenamente feliz con mi niño, luego de 25 años. Y recordé tantas escenas preciosas de mi niñez. Y las que no recordé, simplemente las inventé, las transformé y las llevé a la luz. Allí me vi en paz nuevamente. Ello se dio cuando cerré mis ojos y me miré una vez más hacia mi interior... Estaba como en un bosque, precioso, lleno de árboles añejos, muchísimo verde por todos lados. Se respiraba mucho oxígeno, un aire tan puro... Y de repente percibí ese olor, ese perfume a pino tan único mezclado con tantos otros energizantes y transportadores olores. Me sentí en plenitud y comencé a juntar las piñas caídas que se encontraban sobre ese verde césped. Las colocaba en una canastita de mimbre que llevaba en mis manos. Más juntaba, más alegre y serena me sentía. A mis costados comenzaron a pasar bellas imágenes de mi primera infancia, tal como si fuera una película de mi vida... Primero me vi dentro de la panza, una de mis manitos jugaba con el cordón umbilical y con la otra, me chupaba el dedo. Sentía un verdadero estado de paz, esa casita era tan agradable, aunque un tanto apretujada a lo último. La verdad es que esos 9 meses estuvieron de 10, claro que luego tuve que partir para conocer ese famoso mundo que me esperaba fuera (recuerdo que mami me contaba de él desde la panza). Y allí estaba, en el momento de nacer, ese instante tan trascendental para todo ser humano. Al principio sentí un fuerte cambio en el ambiente, tan diferente y brusco que sentí desprotección, miedo, temor. Había estado tan bien durante 9 meses que semejante cambio repentino - 109 -


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me shockeó. Entonces, pegué un par de gritos y unos terribles llantos para liberar esa angustia. Pero en seguidita cuando me pusieron en los brazos de mamá y ella me recubrió con todo su amor, volví a sentirme en un estado de absoluta contención y tranquilidad. La sensación fue tal como la que sentía dentro de su vientre, sólo que ahora era mejor: “Podía ver su hermoso rostro mirándome con un gesto precioso de adorable ternura”.

Las imágenes mientras tanto seguían sucediéndose. Me vi trepar por primera vez a un árbol, una aventura con disfrute único. Me vi jugando con barro construyendo tortitas. Me vi aprendiendo los colores mientras jugaba con la plastilina: hacía bolitas, las aplastaba contra la mesa y allí creaba una carita, un sol o lo que la imaginación quisiera...

Recuerdo que mi mami me contó una vez que lo primero que vio de mi fueron mis manitos. Ella me dijo con dulzura: “tus pequeñas manos parecían dos suaves palomas blancas aleteando”. Y continuando ese mágico camino, me vi en otra escena un poquito más grande, aunque no tanto. Era bebé, estaba balbuceando mis primeras palabras y dando mis inaugurales pasos hacia la aventura de la vida. Era una de esas circunstancias que marcan un antes y un después en la existencia de cualquier persona. Es que ese pequeño ser estaba creciendo y a pasos agigantados. ¡Qué emoción habrá sido para toda la familia! Y seguía recogiendo más piñas, muy apacible. Recorría un camino hermoso, me rodeaba un paisaje sin comparación: lleno de flores de todos los colores, perfumadas flores que parecían tener un polen mágico. Su olor era seductor, encantador, sentía que me hipnotizaba para continuar el trayecto sin detenerme, como si algún secreto misterioso me estuviera esperando más adelante... Mientras, escuchaba la dulce melodía de los pájaros al cantar y, mirando cuanta preciosidad pasaba a mi alrededor, continuaba el recorrido feliz, algo expectante pero en paz, con una sensación de tranquilidad y equilibrio.

Luego me vi luego dibujando a mi familia, tenía en una de mis manos un estuche transparente con 6 fibras de colores. Con mi mano izquierda dibujaba mi casa, unos árboles frondosos, flores hermosas y mi familia, todos con cara de felicidad, hasta las mariposas que posaban en las flores sonreían. En el cielo, dibujaba nubes gordas blancas, unos pajaritos volando y un sol color amarillo con rayas largas y fuertes, al que luego le pegué brillantina dorada. También me vi recortando papel glacé y papel crep con la tijerita de puntas redondas para hacer un collage multicolor y darle un cierre a lo grande a ese importantísimo dibujo mío. Después, me vi en la vereda de casa haciendo la medialuna y la vertical sobre el tapial del vecino. También me vi dando una vuelta en la calesita de la plaza del barrio, allí estaba sobre un caballo marrón y después sobre un elefante de orejas largas. Y enseguida, estaba jugando en la hamaca del parque que estaba cerca de casa, esas que tenía una tabla de madera sujeta a un par de cadenas que colgaban del caño de arriba. En definitiva, me vi descubriendo y aprendiendo las hermosas maravillas de la vida, de mi vida. Y me veía tan feliz...

De repente, a lo lejos del bosque visualicé un claro y me dirigí por el camino hacia esa luz atrayente, hechicera, resplandeciente...

De repente, sin darme cuenta, llegué al claro brillante de luz. Allí el tupido bosque habría paso a una escena sin precedentes para mis ojos: “era un bellísimo lago de aguas doradas”. En aquel lugar reinaba la mayor paz y energía divina de todos los tiempos. Era un atrayente magnetismo el que sentía, como si el agua me hubiera guiado hasta ese lugar. Una vibración muy fuerte me llamaba a acercarme al lago. Y allí, fui a su encuentro...

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Me acerqué y lo que vi en ese lago fue el más mágico de todas imágenes que había visto hasta entonces: “Vi en su reflejo la imagen de mi niño pequeño sonriente frente a mi”. Él me había estado llamando desde hacía mucho tiempo, me necesitaba y yo en ese precioso instante de aprendizaje, supe que también lo necesitaba a él con locura. Bastaba con mirar su expresivo rostro para descubrirlo: “Carita sucia, sonrisa de oreja a oreja.”

CAPITULO 12

Y por fin vi a mi niño plenamente feliz... En la inocencia y grandeza de ese momento, sin poder aún creerlo, toqué con el dedo índice ese agua traslúcida. Él hizo lo mismo con el suyo, tal como sucede con un espejo. Allí una poderosísima luz irradió con múltiples rayos dorados hacia todos los costados de aquel lago. Fue como un sol centellante y envolvente que selló aquel extraordinario encuentro de grandes o mejor dicho, “el reencuentro entre un niño y un adulto con sueños grandes de pequeño”.

Jugar, aprender y crecer De una mamá a su niñito interior Hoy siendo ya una mamá, quiero hablarte a vos, mi niñito querido. Te hablo de igual a igual tal como trato de hacerlo todos los días con mis hijos. Y a partir de esta manera de conexión, de esta cercanía en el tono de nuestra comunicación, quiero sincerarme y decirte que, a partir de hoy en adelante, “te daré todo mi amor”. Porque cuando tengas miedo, yo simplemente te abrazaré y te protegeré. Y ese miedo se desintegrará, desaparecerá, ni polvo quedará de él. Te prometo que siempre estaré contigo y tu también conmigo. Juntos recorreremos nuestro camino y juntos tomaremos nuestras decisiones, las simples y cotidianas como las importantes y trascendentes. Nos ayudaremos y apoyaremos mutuamente. ¿Sabés qué?, te confieso algo, no sólo vos necesitás de mi, yo también necesito terriblemente de vos. Te necesito para reír sin pudor cuando llevo a mis hijos a ver los payasos al circo. O para emocionarme hasta las lágrimas cuando los veo jugar todos los días, tal como yo lo hacía de pequeña. O para mostrarles cómo era tirarles miguitas de pan a los gorriones, esos que visitan nuestro jardín y allí, escondernos detrás de la ventana para que ver cómo ellos vienen a buscarlas. Te necesito para saber cómo jugar con ellos, para que me recuerdes lo bien que se sentía y en la esencia de ese momento, sacarte afuera y jugar sin tapujes como en aquel entonces a:

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“Campeonatos de mimos, caricias, cosquillas y besos. Dar vueltas en círculo sin parar hasta quedar tan mareados que nos caemos rendidos al piso. Y allí descompuestos, reír y hacer angelitos. Cantar 100 veces la misma canción: la de la famosa tortuga, el elefante con trompa pequeña o la que esté de moda en ese momento. Aplaudir como locos hasta gastar las palmas de las manos y aún coloradas y calientes, “uy”, seguir aplaudiendo. Saltar y saltar hacia el cielo con las apasionadas ganas por tocarlo algún día. Sacarle la lengua hasta el límite a ese ser copión de frente a un espejo. Y ahí decir: “aaaaaaaaaaaaaaaaaaa”. Bailar y bailar hasta caer rendidos en el piso y allí hacernos cosquillas hasta no dar más de la risa. Cuando duela todo de tanto reír, simplemente gritar un “pido gancho”, así el otro para de cosquillear por un segundo. Mirar los pajaritos que cantan en el árbol del frente, silbarles y saludarlos enérgicamente cuando pasan volando frente nuestro.

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Comer un riquísimo helado de ese gusto preferido. Degustarlo con la boca, parte con la nariz, un poco con las manos y también los puños del pulóver, y aún así, no importarnos en lo más mínimo. Sólo disfrutar ese dulcísimo momento, saborearlo al máximo para el recuerdo de un feliz momento vivido. Animarse y hacer un concurso de muecas que comprenda todo tipo de caras, morisquetas y gestos hasta terminar muertos de la risa. Cara de mono, trompita, loco que mueve la cabeza sin parar, lo que se nos ocurra... Jugar con las manos a las sombras: hacer un perrito, una paloma, una mariposa, un pato (ése es fácil) o lo que la imaginación dé. Hacer ruido al tomar la sopa (¡ohhh! cosa poco protocolar) con el sólo placer de reírse un rato, pasarla bien. Dibujar un arco iris en un papel y con él terminar las manos pintadas de todo tipo de colores, rayas y formas singulares. Y ahí mirarnos y decir con cara de asombro: “guau, esto es mágico”. Caer del tobogán de cola al piso y aunque ¡uy! duela, estallar a risas y carcajadas limpias. Hamacarnos y hamacarnos sin parar, cada vez más y más alto. Ahí recordar lo que papi o mami nos decía, que de lo lejos que volábamos, íbamos a llegar hasta el cielo. Y suspendidos en el aire, gritar, reír y sentir por dentro, el alucinante placer que te da la libertad de volar.

Oler la flor que se abrió, disfrutar de su aroma, su hermoso perfume; enseñarles que ella también es un ser vivo que no tenemos que arrancar porque como todos, merece estar sana.

Hacer pan y queso o tirar la moneda para resolver eso que tanto nos cuesta decidir.

Mirar por las noches las estrellas y tocarlas con la punta de un dedo, sintiéndolas muy cerca, titilando con su luz en nuestro corazón.

Y cuando las cosas salgan bien, hacer un choque los cinco para festejar la buena onda. ¡Uhhh, buenaaaaa, cuánta energía!

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Comer pochoclos hasta decir basta, la panza se hinche al punto de sentirnos explotar y aún así pedir más porque... ¡están buenísimos! En definitiva, aprender a ser nosotros mismos, yo mismo, vos mismo, un placer y deleite sin explicación alguna... Caracol, col, col Y ya casi casi o como diría mi niñita “cachi cachi” terminando el libro, te cuento la historia de algo que me pasó de pequeña: “Era de esperar, no sólo porque reinaba un silencio absoluto en la casa sino porque cuando mamá me llamó, mi cara me delataba: “alguna travesura me había mandado...” Mi mamá lo entendió enseguida, no hacía falta mediar palabra alguna, mi cara me vendía: “cabeza semi baja, ojos achinados casi cerrados mirando hacia arriba, sonrisa amplísima forzada al máximo...” Algo raro acontecía. Se olía, se percibía en el ambiente y... ¡qué le iba a mentir a mamá! Si para eso las mamis tienen un sexto sentido: “huelen siempre cuando los chicos estamos haciendo macanas.” Y así era. Y lo peor era que el tema resultaba difícil de ocultar... Pero bueno, algún día no muy lejano se iba a enterar, así que... Junté coraje, respiré hondo, tragué saliva y le dije sonriente: “Vení mami a la pieza que te muestro algo.” Mamá entró y allí vio la escena que tanto me preocupaba que viera: En la pared donde se apoyaba mi cama, esa pared de color amarillo clarito pintada hacía poquito, estaba completa de caracoles, de todos los tamaños, formas y colores. Toda llena, colmada, repleta y cuanto otro sinónimo te venga a la mente, así estaba. ¡Desde el metro y medio para abajo! - 116 -

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De más está decir que a los 4 años me encantaba dibujar caracoles con ceritas de todos los colores y así fue lo que hice con la pared de mi querida pieza. No sé, como que me vinieron ganas de cambiarle la onda, amarillita pálida, yo quería algo más colorido, más alegre, así que lo imaginé y lo plasmé en la pared tal como si fuera un gigante trozo de papel. Es que mi sentido de la imaginación se estaba desarrollando y no era cuestión de ponerle trabas al asunto. Ese es el recuerdo de mi anécdota de los caracoles. Y... ¿Qué pasó después?, la verdad que no me acuerdo o algo debe bloquear esa parte del recuerdo, ji. Lo que si sé es que los caracoles estuvieron un largo tiempito dibujados en esa pared, por lo que algo quedó clarísimo: “¡a mis papis seguro les encantó semejante obra de arte!” Jugar para aprender y crecer Quiero pedirte con mucho amor adulto mío, que en este mismo instante respires hondo, te animes y le preguntes a ese niño que vive dentro tuyo: “¿Vamos a jugar juntos de nuevo? Dale, soltate un poco y permitite regocijarte de aquella divertida anécdota que te viene a la mente y que por ahí, te gustaría revivir una vez más. Hacela resurgir che, aunque más no sea en el silencio, hacelo por vos y por ese niño que ahora ya registrás que vive dentro tuyo. Pero eso si, sé sincero y hacelo “hoy”. Porque lo cierto es que hoy es el tiempo que tenemos para disfrutar de la vida. El pasado ya es historia y el futuro sólo un quizás, una gama de alternativas posibles que se dibujarán y conformarán en base a las decisiones que “hoy” tomés en tu vida. - 117 -


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Porque nada está librado al azar, todo es una consecuencia que proviene de su origen inicial, efecto a su vez, de una causa anterior.

Venimos como humanos a aprender a no ser más violentos, a plantear nuestra manera de pensar sin enojarnos; a no juzgar ni odiar; a no criticar al otro por ser diferente a uno; a no matar; a no mentir; a no traicionar; a no deshonrar la vida.

Así que adulto querido, ponete las pilas y disfrutá de esta maravilla que tenés enfrente en este preciso instante... Porque este obsequio de Dios que llamamos no por casualidad “presente” nos invita a regalarnos aquí y ahora toda la alegría, diversión, aprendizaje y continuo crecimiento que podamos desarrollar en la vida. Y sabés qué, nuestro niñito conoce mucho de ello. Así que voy a pedirle a Dios para que pueda abrirme todos los días un poco más para ir aprendiendo más cosas a través de él. Y si, es que no sólo los niños aprenden de sus mayores, los adultos también aprenden de sus pequeños y eso, es lo que “los vuelve GRANDES”. Porque todos estamos creciendo, más allá de nuestras edades cronológicas que poco tienen que ver con nuestro caudal de sabiduría interna. Todo tiene que ver con una cuestión de maduración álmica, cada ser humano lleva consigo su propio proceso de evolución. Y para cumplir con éxito el recorrido, es que transitamos una y otra vez, el mismo sendero de las múltiples lecciones que nos acercan y retornan a Dios. Pero si cada uno de nosotros viene a crecer espiritualmente... ¿Qué es esto de crecer, qué cambios nos implica? Venimos a este mundo para volver a elevarnos hacia nuestra esencia original, como espíritu que en realidad somos en cuerpo de personas.

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Afirmativamente en realidad venimos a aprender a amar más allá de las limitaciones humanas; a perdonar con el alma; a compadecernos de las miserias ajenas; a empatizarnos con el sufrimiento del otro; a liberarnos y ayudar a liberar a todos los demás de cualquier tipo de atadura o sufrimiento interno. Porque somos todos iguales ya que más allá de cómo lo nombremos, somos todos hijos de un mismo creador, de ese purísimo néctar, de esa savia impregnada de energía divina; aquella fuente de luz infinita que ideó y creó todas las maravillas que existen en la naturaleza que nos rodea. Todos nos hallamos caminando por diferentes pruebas. Cada quien en sus propios tramos de experiencias, las recorremos una y otra vez hasta trascender nuestras conciencias. Y con cada superación interna, permitimos que florezca y madure nuestra alma aprendiz. En algún momento, plenamente vislumbraremos y comprenderemos que venimos en verdad a este planeta a “dar generosa y desinteresadamente amor”. Una energía amor que no espera nada a cambio aunque por consecuencia, recibe más de lo que cualquier corazón sueña sentir algún día. Aprender a volar Cómo me gustaría que a estas alturas, te hubieras conectado en algún aspecto con tu niño; te digo la verdad, “me encantaría”. Pero aunque mi niño saltaría chocho y alocado de la alegría... ¿sabés - 119 -


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qué?, mejor no me lo cuentes, me basta con que vos mismo lo reconozcas y adviertas por dentro. Porque eso es lo que en definitiva importa: la unión y comunión de tu niño con tu adulto desde lo más profundo de tu corazón.

más allá del medio que no te quepa la menor duda, “tu niño se quiere acercar a vos para sanar”. Y tené por seguro que él te guiará para que respondas a su llamado.

Lo que importa es que te hayas conectado en algo con tus recuerdos de la infancia, con algún momento íntimo de aquel chiquito que fuiste. Y allí, algo te haya cosquilleado. Y Dios quiera que en esa reunión absolutamente íntima, hayas encontrado perdón, alivio, paz y amor para que limpies y sanes todo lo que necesita liberar tu corazón. Aunque eso si, si aún no sentís demasiados cambios, no le des demasiada vueltas al tema, porque no importa tanto que lo adviertas hoy en tu conciencia. Mucho de este trabajo interno tuyo estará actuando desde niveles más profundos a los que uno pueda percibir desde la superficie mental. Luego las señales irán apareciendo, una a una, a veces de manera muy insólita, loca, ciertamente inesperada. Y allí, puede que te conectes con tu niño a través de algún sueño. O por ahí alguien de manera “casual”, te cuente alguna anécdota tuya de pequeño. O quizás te reencuentres “sin querer” con ese amigo de la infancia que tanto quisiste y que hacía tantos años que no tenías la menor noticia. También puede ocurrirte que te aparezca de repente una foto tuya de chiquito y eso que estabas buscando otra cosa totalmente diferente. Y si te aparece la foto grupal del primer grado, que no te sorprenda, puede que te pase también. O quién te dice que no recibas inesperadamente de regalo algún objeto de ese pequeñito tuyo: la primer ropa que usaste al nacer o ese juguete con el que tanto te gustaba jugar.

Te envío luz desde mi corazón y Dios quiera que este libro sea un bello inicio para ese trascendental encuentro; un disparador de conciencia, un túnel que lleve un profundo mensaje de amor hacia tu ser interno. Y de ahora en más pueda ser que observes, sientas e incluyas en tu vida de adulto, a ese espontáneo niño que es una parte viva de tu existencia. Viva y vital por cierto que lo es. Y empieces a experimentar las cosas que te pasan como a un ser que ve y siente desde la pureza de un niño pero que vive en cuerpo y mente de adulto. Ojalá que de aquí en adelante te permitas sacar cuantas veces lo necesites a ese corazón tuyo de niño pequeño. Para lo que sea, ya sea para permitirte reír o llorar; cantar aunque desafines un poco o mucho; bailar aunque no enganches un paso; como así también, para soltar y disparatar tu mente hacia lugares inexplorados y reinos “supuestamente” imposibles de llegar. Animate a volar, aprendé a planear por los aires de tu imaginación en la que a través de los fabulosos pensamientos todo puede realizarse algún día. Volá, volá y volá sin límite ni barrera alguna... Liberate y delirá con la soltura y maestría propia de tu niño, el que cierra los ojos y mágicamente se ve piloteando una fabulosa nave intergaláctica. Y allí, vaga y recorre sin cesar el espacio cósmico plagado de increíbles estrellas llenas de luz y creatividad.

Todo puede pasar en este llamado de las causalidades. Pero eso sí,

Jugá con tu imaginación a pleno, jugá, desarrollala y fabricá a través de

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tu niño con ella. Cosas asombrosas e increíbles alcanzarás a través del infinito universo de las posibilidades existentes. Y por último, “buscá con amor tu propia idea feliz”. Entonces, como en Peter Pan... por fin llegarás a volar. ¿Te acordás algo de ella? Encontrala en tus sueños, protegela, querela, cuidala, energizala con polvo mágico y hacela crecer todos los días. A sus tiempos ella brillará y te sentirás enteramente libre porque sabrás que allí habrás creado, “tu propia tierra del nunca jamás”.

CAPITULO 13

Los misterios de la luz “Angelito de la guarda, dulce compañía...” Todos tenemos un angelito que nos acompaña siempre, aún cuando no lo sepamos o recordemos a diario. Este angelito es un ser luminoso el cual nos custodia durante toda nuestra existencia. Dios nos lo asignó al momento de venir al planeta con la tarea de ayudarnos en la evolución de nuestras almas. Este guardián silencioso se encuentra inagotablemente a nuestro lado para auxiliarnos. En todo momento, él “allí está presente”. Claro que lo hará siempre y cuando le solicitemos su ayuda. De lo contrario, difícilmente podrá intervenir ya que respeta nuestro libre albedrío, nuestra libertad de elegir y decidir qué hacer en cada momento de nuestras vidas. A cada instante, nuestro ángel custodio permanece cerca velando por nuestro bien, esperando perpetuamente deseoso que lo invoquemos en cualquier situación cotidiana en la que necesitamos un refuerzo extra. Dicen que cuando somos muy pequeñitos los podemos ver e incluso

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jugar y comunicarnos con ellos. Pero luego, al entrar en contacto con el mundo de lo comúnmente visible, perdemos esa preciosa capacidad de contacto. Dicen que a ellos les encanta juguetear con los niños, aman lo artístico, todo lo que sea creativo y les fascina bailar música suave y transportadora.

A partir de ese momento, dejarás de llamar lo que corrientemente se denominan casualidades por empezar a vivir con una “feliz conciencia de protección divina”.

Nuestros ángeles solares están resguardándonos siempre, son parte de nuestra esencia espiritual, de nuestra naturaleza invisible: “allí donde vive un mundo paralelo repleto de seres de luz esperando a ser llamados para cubrirnos con su amor y protección ilimitada”. Te propongo que te imagines por un segundo que tu angelito está ahora al lado tuyo mirándote y esperando en este instante que le hagas tu pedido... ¡Qué bueno estaría!, ¿no?, ¿sabés qué?, “así es”. Lo veas o no, lo sepas o no, lo percibas o no, lo creas o no, él está con vos en este mismo segundo como también en todos los momentos de tu vida, mirándote y velando siempre por tu bienestar y elevación espiritual. Viviendo en un plano más sutil de las energías, aún cuando nuestros sentidos no puedan advertirlos -aunque puede que sí nuestra intuición- nuestros tiernos angelitos aguardan ansiosos nuestros pedidos de auxilio para actuar. Estos seres envueltos con cuerpo de luz, poseen una increíble vocación de servicio y una predisposición permanente hacia el “dar”. Siempre se encuentran alertas, listos para ayudar a todo aquel que creyendo, los invoque abriendo su mente y ofreciendo su corazón. Porque de allí provienen, un mundo etéreo en el que si nos abrimos hacia las percepciones y sutilezas de lo efímero, comenzaremos a percibir su cotidiana presencia y protección.

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Animate pues a vivir más tranquilo, abrí tu mente y tu corazón hacia los ángeles y sentí cómo sus increíbles mensajes te inspiran desde el alma... Porque cuando en ellos creas y los incorpores a tu vida, tené plena seguridad que el mundo de lo mágico ingresará junto a su poderosísima luz de amor. Puesto que estos seres hechos de material “amor” conocen nuestras metas y aspiraciones más profundas, las que mantienen constantemente presente para guiarnos. Ellos poseen la capacidad de estimular e inspirar nuestros dones especiales, así como toda nuestra potencia y talento creativo. Estos incondicionales amigos, nos guían e iluminan constantemente en nuestra vida diaria. Aún cuando no los percibimos con conciencia o claridad, las señales muchas veces nos pasan inadvertidamente por nuestro costado. Sólo basta con abrirnos a este mundo en el que reinan las sutilezas y percepciones de la luz. Y allí tener fe, estar atentos, sabiendo que sus mensajes nos acercarán permanentemente a nuestra superación espiritual. Día a día, con la práctica de la introspección, cada vez más y más, iremos desarrollando nuestros oídos internos, quienes oyen la voz que proviene de nuestro ser verdadero, sitio donde los ángeles depositan cuidadosamente sus mensajes de amor. Allí sentirás un salto en tu conciencia: “sabrás que no estás solo en este mundo”. La feliz noticia que descubrirás es que Dios te acompaña - 125 -


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en todo momento y te ama tanto, que ha puesto a tu lado increíbles e incontables dotaciones de ángeles que te ayudarán día a día en tu crecer.

Pero eso si, ésta es una practica de todos los días, así como sucede con los amigos, es una relación a alimentar para ver crecer.

Ellos te acompañarán incansablemente, esperando que les comuniques abierta y claramente cuáles son tus aspiraciones a alcanzar. La clave está en creer, pedir y agradecer. Porque con tu convicción, con la potencia de esa impresionante energía que se desprende de la fe, lograrás que tu pedido llegue velozmente a tu ángel, quien amorosamente lo recibirá y se pondrá a trabajar para ayudarte. La manera que elijas para hacer tu pedido es la que mejor sientas que te resulta a vos. Podés hacerlo invocando a tu ángel con tus propias palabras en voz alta o en silencio, escribiéndole una carta o rezando. Sea como fuera, lo importante es que lo hagas desde la extraordinaria fuerza que moviliza y conecta a tu mente con tu corazón. Lo que estaría bueno es que clarifiques constantemente tus deseos, encontrando un equilibrio entre tus pensamientos y tus emociones. Esto es preguntarte siempre: ¿Qué es lo que quiero para mi bienestar? Luego, una vez que tengas en claro lo que anhelas, tal como si transitaras por una pasarela de luz, entrega ese pedido cariñosamente a tu ángel solar. El lo guiará amorosamente, su respuesta se hará sentir pronto. Agradecé por anticipado su ayuda, con la interna convicción que él te mostrará el verdadero camino hacia tu evolución. Inmediatamente quedate tranquilo ya que si pediste con fe y esa aspiración en verdad le permitirá crecer a tu alma, a sus tiempos, ello será lo que se manifestará en tu vida. Tu compañero de luz te ayudará a alcanzar con éxito tu profundo deseo.

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La comunicación es la única manera de aceitar una relación. No importa si hace como 20, 30 o 40 años que no le hablás a tu ángel, él no te va a juzgar en lo más mínimo ni te va a pasar ningún tipo de factura por haberlo tenido al lado sin hacer nada durante tantos años. ¿Sabés por qué?, porque “él es amor, es pura compasión y entrega”. Por tanto si él no te critica ni te culpa de nada, ¿para qué hacerlo vos contigo? Animate y decile entonces “hola” a tu angelito. Tal vez te sirva rezarle alguna oración tal como lo hacía ese pequeñito tuyo hace algún tiempo atrás. Quizás te resulte más fácil hablarle con tus propias palabras. Sea como fuera el medio, lo importante es tu intención por acercarte y conectarte con él. Hablale tal como lo harías con un gran y viejo amigo, con esa confianza, con esa sinceridad y transparencia, con esa cercanía en el tono. Contale qué cosas pasan y pesan en tu mente y que otras tantas, le duelen a tu corazón. Él te va a escuchar y asistir. Allí, su intensísimo amor radiante te va a guiar por el “camino recto de tu verdadero crecimiento”; ayudándote en tu vida diaria y también a contagiar a los demás seres que te rodean; dándoles amor para que sanen sus heridas. ¿Te cuento algo al oído? Es un secretito, shuhhh... Sucede que nuestro dulce angelito se muere de ganas por entrar a nuestras vidas hoy, a la mía, a la tuya, ¡si en este mismo preciso instante! Aunque ¿sabés qué?, depende de cada ser en su ser que en la propia puerta de entrada coloque un gran cartel luminoso anunciando una cariñosa bienvenida para atraer a este ser de puro corazón. Tu angelito está esperando alegremente que lo invites a tu vida hoy.

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Llamalo, buscale un nombre, el primero que llegue a tu mente y comenzá a invocarlo a diario.

Hummm... me parece que una lucecita dentro tuyo se prendió. Si es así, “cuidala y dale a cada instante todo tu amor”. Ella crecerá y crecerá hasta convertirse en una poderosa llama que, de la inmensa paz que te dará, sentirás cómo un dulce quemazón estira y expande increíblemente tu corazón. “Allí te sentirás vibrar”.

Si no te viene ninguno, pregúntaselo vos a tu propio ángel. Tarde o temprano te llegarán las señales de su verdadero nombre. Tené paciencia, él te lo hará saber de algún modo, por algún medio quizás nunca imaginado. Ello te sorprenderá increíblemente, cambiará tu apreciación por la vida. Hablale de igual a igual a tu amigo, con esa cercanía, con ese tono, con esa confianza. Contale tus cosas, tus inquietudes, tus deseos más íntimos. Dialogá con él todos los días. No lo olvidés, tu ángel solar “siempre te escucha”; él está eternamente atento a lo que vos le pedís. Eso si, él no hará el trabajo por vos pero si estate seguro que trabajará codo a codo a la par tuya para alcanzar el mayor bien y crecimiento de los dos. Te digo algo más pero en voz baja, es para vos. Tu angelito guardián, ese ser entrañable que te acompaña a todos lados parece que te conoce más de lo que vos imaginás, más que nadie en todo el mundo... porque... ¿sabés qué?, “él vive en vos”. Y te cuento lo último, casi me olvidaba, guardalo en tu corazón. Ocurre que ese dulce y voluntarioso angelito tuyo quiere que al igual que él, “vos también estés siempre a su lado”. Es que ambos se necesitan mutuamente para crecer y para hacer de este, tu mundo, un bellísimo lugar de encuentros libres y felices existencias.

Los bichitos de luz y el misterio de su magia sanadora Cuenta la leyenda que hace miles y miles de años atrás, una aparición milagrosa se hizo presente ante los ojos de un niñito de tan sólo 5 años de edad. Su nombre era Kiwen, un pequeño indiecito que vivía en la franja centro-litoral de nuestro país. Era una noche hermosa, serena, nítida, llena de estrellas a la vista; estaban por doquier, centelleaban con intensidad única. Una luna llena alumbraba aquella noche límpida, cristalina, brillante. Kiwen dormía a la intemperie, no quería perderse nada de tal hermoso espectáculo. El viento se hallaba sumamente calmo, sólo una suave brisa soplaba por aquellas tierras. En su tribu decían que vendría un Superam, era así llamado a las épocas en que un cambio trascendental llegaría a la comarca. Y algo así se aproximaba, podía olerse en el aire, en el polvo del suelo y las rocas. También podía saborearse en el agua misma que caía de ese refrescante manantial del cual bebían a diario los integrantes de la tribu.

Por eso, si te animás, repetí conmigo la siguiente oración en voz alta, a ver qué ocurre... “Angelito de la guarda, ser de paz, puro corazón, dulce alegría; sé de ahora en más mis ojos, mi guía, mi luz y mi eterna compañía”.

Kiwen era muy inquieto y juguetón, propio de los niños de su edad. Ávido al espíritu de la aventura, llevaba siempre una actitud pujante, enérgica, desafiante. Ante cualquier situación desconocida, la exploraba hasta develar su misterio. Así era su naturaleza, no tenía límites porque no tenía miedos, todo era un torbellino rebosante de curiosidad y descubrimientos.

¿Sentiste algún cosquilleo interior?

Por aquellos tiempos los niños eran muy respetados por los mayores

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porque poseían una capacidad especial en su visión: “podían conectarse con seres de luz, reveladores de grandes tesoros de sabiduría”. Es por ello que los adultos los respetaban tal como lo hacían con sus propios dioses de la naturaleza. Kiwen era entonces, un pequeño gran sabio de su tribu, los Ñanu Neñen.

noche, dejando a su paso una estela dorada y brillosa, sin precedente ni descripción alguna.

Y allí estaba durmiendo el niñito esa noche, apacible, conectado con hermosos sueños que lo llevaban a viajes increíbles de otro mundo...

Algunos cuentan que Kiwen volvió a tener otro mágico encuentro con ese hada de luz. Y allí simplemente él desapareció. Algunos dicen que en ese encuentro Kiwen apenado, pidió volver atrás el tiempo para volver a ese primer momento mágico y cambiar los errores cometidos. Pero ya no había vuelta atrás y consciente de ello, Kiwen ofreció al ser de luz su propio corazón de niño pequeño como señal de arrepentimiento y amor incondicional.

Cuando de repente algo lentamente le recorrió su cara, fue como una tierna caricia, delicada, casi imperceptible por su suavidad y dulzura. El niño se despertó. Y allí vió un hada de luz hermosísima, esplendorosa por sus brillantes colores y su mágica belleza. Nada así había visto antes. Nunca jamás. Kiwen quedó mudo, quería hablar pero sus palabras no salían de su boca, tal como ocurre a veces en los sueños. Y antes que pudiera pensar qué decir, el hada con una dulzura única en el color de su voz le reveló: “Soy un ser especial que ha venido a esta tierra para traer un mensaje muy importante hacia Uds., los seres humanos. Es un mensaje que viene de la luz en su máxima vibración: del amor infinito”. Y con una luz divina que salió de sus ojos comunicó el maravilloso mensaje: “Para todo ser humano que practique la sabiduría del amor incondicional y el perdón del alma, una infinita paz reinará por siempre en su corazón. Deben saber que vienen tiempos difíciles, donde los humanos dejarán de lado a los grandes sabios y conocedores de verdades: “Uds. los niños pequeños”; porque su ego y ceguera espiritual les impedirá ver el verdadero camino hacia su propia evolución. Ve y comunica este mensaje a los tuyos”. Y el hada convirtiéndose en forma de luciérnaga, desapareció volando por los aires de aquella clara - 130 -

Y en el boca en boca la leyenda se transmitió. Kiwen llevó el mensaje a su tribu y años después, él llegó a convertirse en su propio jefe. Pero luego, por peleas internas, el mensaje se olvidó de practicar y los niños perdieron su lugar de importancia, tal como lo había predecido aquella sabia hada.

Y allí se cuenta que el hada enternecida por aquel maravilloso acto de amor le respondió compadecida: “Dejaré a cambio de tu ofrenda un ser brillante en la tierra para que alimente la esperanza de aquellos desorientados corazones. Aún cuando perdidos en la noche, los adultos caminen sin rumbo, ese ser aparecerá y con su deslumbrante chispita se conectará con la luz interna del adulto, aquella que vive en el corazón de todo ser humano. Este destello de luz en la oscuridad, acompañará a todo aquel que perdido quiera encontrar el camino. Y será una luz que unirá poderosamente las voluntades de todos aquellos que elijan creer en un mundo mejor, para sí mismos y para toda la humanidad. Todo ser que logre encontrarse con su propia luz, encontrará la magia y la energía sanadora de la fe. Porque no hay fuerza más poderosa que la fe, la que guiada por el amor incondicional y el perdón que proviene del corazón, enciende la luz de todo el universo mismo. Quien encuentre el valor de este mensaje, encontrará nuevamente a su niño perdido y con él, su razón de ser en esta vida”. Y cuenta la historia que sus últimas maravillosas palabras reveladoras - 131 -


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fueron: “Dejaré a este hermoso ser luminoso al cual Uds. llamarán dulcemente como bichito de luz. Quedará como un viajero de la noche para todo aquel que se cruce y se maraville con su destello brillante. Como una señal de la luz para todo aquel que cuando lo vea, sienta emerger la respuesta desde su propia luz interna, ambas de la misma naturaleza: chispas divinas de un mismo creador”.

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CAPITULO 14 Gracias y Adios

Gracias niñito mío por ser nuevamente mi compañero de ruta y amigo: “¡Choque los cinco!” Gracias Dios por darme este don tan hermoso que es comunicarme con otros a través de la escritura. Gracias angelito mío por guiarme y darme letra para el libro. Gracias a vos mami que me diste la vida y tu ejemplo de amor incondicional. Gracias también por acercarme a escribir este libro, “estamos conectadas desde el corazón”. Gracias a vos Carlos, mi amadísimo esposo, por tu intensísimo amor y por ser mi compañero incondicional de la vida. Te agradezco todo el empuje y amor que me diste para el libro, sabés que te amo con el alma. Gracias a mis hijitos, pequeñines pero a su vez mis más grandes maestros, ya que me enseñan constantemente el valor que te da soñar, jugar, reír y emocionarte sin límite en cada momento de la vida. Los amo con plena locura. - 132 -

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Gracias a Paola que me regalaste un trébol de 4 y otro de 5 hojas, amuletos de éxito sin precedentes. Gracias a los 26 corazoncitos que viven en el hogarcito Encuentro, a ustedes todo mi amor y bendición. Gracias a todas y cada una de las bellas personas que con su voluntad y trabajo hacen posible convertir hoy este gran sueño en una hermosa realidad. Y me despido, diciéndote Adiós o A DIOS y gracias o mejor dicho, GRACIAS A DIOS. Y como regalo de despedida, te dejo algo que me escribió mi mamá días previos a cumplir 18 años, un momento muy particular en mi vida. Hoy te lo dejo a tu niñito como señal de amistad, se lo regalo con mi corazón abierto: “Faltan pocos días para tu cumpleaños Gordita, todavía eres casi una niña, no corras y si algún día eliges un camino, tú elige el mejor, el recto. Allí el aire inundará tu alma y si sigues firme en el paraíso, tú sabrás que el mundo es amor”.

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