Esta antología se convocó para mostrar que hay muchas chicas comiqueras en diferentes partes de Colombia. Agradecemos a las amigas que nos compartieron sus dibujos y textos.
Portada: Ana Fino Edición: Mapache Cómics Medellín
2020 El año del inicio y el fin
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Fatales Destinitos Un tipo cualquiera en el centro de su ciudad se compró un teatro que llenó de payasos baratos y de escenografías de icopor; una casa fantasmal llena de goteras y de ratas. Mandó a empapelar y cubrió todo de una suerte de fachada visaje que ante los ojos de las gentes daba la impresión de acogedor;. los payasos eran expertos en maquillaje y narices de látex, ganaban dos billetes por cada función y cocinaban colectivamente sobre una piedra engrasada untada de cucaracha. Eran felices porque eran mediocres y porque amaban al tipo que les pagaba sus dos billetes. Un buen día al tipo en la entrada del teatro lo asaltaron y le quebraron una mano en tres partes, tuvo que usar yeso por largo rato y al tener una mano inmóvil se vio obligado a reducir el pago de los payasos a la suma de un mero billete, ya que era tanto el dolor en la mano quebrada que no podía permitirse agarrar uno de los dos billetes, y la mano contraria le ardía tremendamente si con ella agarraba los dos, cosas de la vida, por lo que sólo se permitía agarrar el de menor valor para alejarse de tanto bochorno al saber que perdía su plata con un grupo de payasos que no servían para nada. Don del Fiasco
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Volar Regresaba a su casa luego de un día bastante agitado en el trabajo. Miraba sin ver nada a través de la ventana del vagón del Metro; la mente, al igual que su mirada, estaba perdida, viajando de un pensamiento a otro; su mente iba tan rápido que todo el tiempo perdía el hilo de sus ideas y no concluía nada respecto a ninguna… Se sentía como volando. Al bajar del metro compró un cigarro casi por inercia, dio tres pasos y lo encendió, luego de la primer calada se dio cuenta de su error; su estómago, totalmente ácido, reprochó el humo que entraba a su organismo, lo arrojó al piso de inmediato, vaya desperdicio. Mientras caminaba su mente aún volaba de aquí para allá, prácticamente estaba en piloto automático. Al pasar al lado de la panadería de la esquina de su casa, dio un parpadeo; al abrir los ojos, la panadería ya no estaba, se encontraba en un callejón oscuro, tan oscuro que no podía decir con seguridad si era un callejón o una calle sin fin. No recuerda mucho, excepto que desde la oscuridad se alzó un grito desesperado y suplicante que lo aturdió. Todo eso lo supimos solo hasta tres días después, cuando despertó aturdido en la sala del hospital general, donde fue internado luego de ser encontrado gritando en posición fetal al lado de la puerta de su casa. En medio de su aturdimiento no pudo explicar mucho más que eso. Solo dijo algo más: No quiero volar tan lejos nunca más. Mariana Marín
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Voces que rompen el silencio enfermo, labios dispuestos a besar realidades inquietantes y hermosas. Busco ancestras que me hagan libre ofrezco el brillo del cambio en mi piel dejada en pedazos durante el camino, es antorcha de recorridos nuevos y alimento de largas esperas Alejandra Oreti
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Personas que no saben hablar: La noche anterior, la casa respiraba tan agitada que los cuadros no lograban mantener su espalda recta sobre la pared. Cuando te lo conté, reíste porque sabías que las casas respiran, pero preferías que no habláramos de ello. Fue lo mismo cuando te indiqué que el rosal se lo habían llevado pedazo a pedazo las hormigas, me pediste que trazara las diminutas rutas del crimen de la misma manera que lo hacíamos en los pastos mientras jugábamos a los dioses. No dijiste nada de tus rosas, así como nunca dijiste nada de ti. Esa vez y todas limpiaste con tus manos las arrugas que se me hacían entre las cejas, hasta que dejamos de hablar. Yo habría querido que lo dijeras, porque era lo que deseabas; lo sé, porque cada que se te salía un deseo para ti, solo dejabas que pasara en mí. Nunca dejaste que te pasara lo que imaginabas y creo que fue por eso que esto pasó . Escribías mis textos y me llevabas a casa para que yo hiciera los tuyos. Cuando te decía que contaras las palabras las contabas, cuando te pedía que dejaras de decir política para decir pintura, balbuceabas bodegones; cuando te pedía que cambiaras la ventana de lugar lo hacías sin mirar. Tu nunca pedías, porque no decías. Yo sé que tuviste que irte para poder empezar a decirnos. Pediste que cuidáramos de tus plantas y que es importante la manera en que respiren las casas; tanto, que dejaste indicaciones sobre cómo quería que respirara la nuestra. Ahora lo que pasa es que nosotros tampoco sabemos decir, ¿cómo decir que el profe de las palabras se tomó por la garganta sin decirnos nada? Clari Sol
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