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I OPINIÓN TENGO SED, JAVIER MACÍAS

OPINIÓN TENGO SED, JAVIER MACÍAS.

Tengo sed de ti, de tu luz, de tu perfume a primavera. Tengo sed de tus andares seductores, tu contoneo, del aire que dejas, de tu medida y tu compás, de tu silueta reflejada en la cal de una fachada. Tengo sed de perseguirte por los callejones de la memoria, de tu mirada esquiva. Tengo sed de tu voz, de tu cante susurrado, nana de mis noches, de tu música por los rincones. Tengo sed del cielo inmaculado en el que envuelves, de enredarme ahí arriba donde rozas los balcones. Tengo sed de buscar tu rastro de hojas blancas, pureza que desparramas para que te encuentre. Tengo sed de tu tacto suave, del terciopelo de tus caricias. Tengo sed del sabor de tus labios, beso con el que estrenas año nuevo cada Domingo de Ramos.

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Tengo sed por verte salir, garbosa, atravesando jacarandas azules, paraísos conquistados, nuestro porvenir. Tengo sed por ver brotar el verde nuevo, la verde humareda del poema de Machado, con las nubes pasando sobre el campo juvenil y las hojas temblando por las frescas lluvias que dejó abril. Tengo sed, hoy en mitad de la vida, por que bajes la rampa, pasarela de la infancia robada, escaparate soñado estos tres años de juventud sin amor.

Tengo sed de tu primer caramelo en la mano de la niña que te descubre, de la túnica blanca que se estrena y de la vuelta del dobladillo del que ha crecido. Tengo sed de la mirada de asombro de la primera vez del chiquillo, nuevo mundo ante sus ojos, del susurro del padre a su oído. Tengo sed por la nueva vida que vendrá, renacimiento de la Semana Santa en el vientre de una madre. Tengo sed de la bola de cera, rescatada del cajón de los recuerdos, herencia de los hermanos, y de los padres, y de los padres de los padres, un tesoro cuya edad se mide gota a gota, como anillos tiene el tronco del árbol del amor.

Tengo sed por escuchar tus silencios, tu mejor armonía: el del nazareno blanco en la calle de la Amargura, el del ruan en la penumbra de la noche, el que impone Dios quebrando albores y la mirada de la Esperanza que hace temblar hasta las esmeraldas. Tengo sed por tus ojos escarchados de rocío cuando surca el barco la calle larga, puente y aparte, tango del arrabal, por los piropos de tu gente, los que son de verdad, por tu rebelión castiza y desmedida.

Tengo sed por tu último aliento, tu figura alanceada y nunca muerta, interminable tránsito, nebulosa trágica, río de miel lentísimo, que te escribiera Aquilino; viendo sólo las golondrinas, volando entre las campanas de esa torre tan flamenca que corona un Giraldillo, que te cantó Pascual. Tengo sed por los poetas muertos, que te pregonaron por las esquinas y a los que volviste la cara.

Tengo sed por tu ausencia. Tengo sed por tu resurrección. Tengo sed de ti, Sevilla.

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