Retrato de un espacio en sombras

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alejandro jornet

retrato de un espacio en sombras


“To have loved one horizon is insularity� (haber amado un horizonte es insularidad) DEREK WALCOTT

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UNO

1.

Ser niño es lo único que nadie quiere ser cuando se es niño.

2.

Si yo fuera pez buscaría los abismos. Sólo por alejarme. Una infancia infeliz no es nada extraordinario. Se olvida casi todo. Los nombres se olvidan. Los rostros se olvidan. Los que no se olvidan se confunden. Las sensaciones permanecen. Pero mentidas, falseadas. El recuerdo es un fraude. El olvido también. Haber sido desgraciado no es nada extraordinario. Mi padre se dormía de pie. Roncaba como un cerdo y se tiraba pedos. No bebía. No fumaba. No se reía. Lo recuerdo por el miedo, sobre todo por el miedo. He olvidado su voz. Pero no el miedo que provocaba. Crecer con miedo no es nada extraordinario. Vivir con miedo es cotidianeidad. Mi padre hablaba de su padre con orgullo. Del miedo que le inspiraba. Rezaba y predicaba temor de dios. Haber dudado de dios no es nada extraordinario. El cielo y el infierno son, a fin de cuentas, dos caras de una misma moneda. Por qué imagino la muerte con el rostro de Jessica Lange. Hablar de ciertas cosas es una deuda ineludible. Recuerdo programas de televisión: REINA POR UN DÍA, ESCALA EN HIFI, UN MILLÓN PARA EL MEJOR. Series también: MISIÓN IMPOSIBLE, EL AGENTE DE C.I.P.O.L., LOS INVASORES, EL FUGITIVO, VIAJE AL FONDO DEL MAR, LOS VENGADORES. Y personajes: NAPOLEÓN SOLO, ILIA KULIAKI, EL DOCTOR KIMBALL, SIMON TEMPLAR. Los recuerdos de la infancia son recuerdos de la televisión. Haberte convertido en un imbécil no es nada extraordinario. Si yo fuera pez buscaría los abismos. Sólo por alejarme.

1.

Ser niño es lo único que nadie quiere ser. Cuando se es niño.

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4.

Mi familia es una familia feliz. Mi padre lo repite constantemente. Supongo que para hacerse a la idea. Mi padre quiso ser arquitecto. Ahora vende pisos, es gerente de una inmobiliaria. Pero lo que de verdad le gusta es el fútbol. Hasta hace poco yo quería ser futbolista. Ahora ya no sé lo que quiero ser. Me encierro en el baño y digo que me ha bajado la regla. Es mentira pero me da un cierto margen de soledad. Mi madre pone cara de felicidad. Ahora ya eres una mujer, dice. No soy una mujer ni voy a serlo porque me baje la regla. No quiero ser una mujer. Me encierro en el baño y me desnudo delante del espejo. No me gusta mi cuerpo. El pecho sí porque es grande. Es lo único que me gusta de las mujeres: el pecho. Las tetas, dice mi hermana mayor. Las tetas, digo yo también. Me gusta esa palabra: tetas. Coño es divertido pero no me gusta. La utilizo cuando quiero molestar a mi madre. Ella dice chichi, chichín, chichito. Mi madre es una cursi incorregible. Una cursi progresista. Mi familia es una familia progresista. Votan izquierda, dicen tacos y nos llevan al cine a ver películas no recomendadas para menores. Europeas, generalmente. Francesas, generalmente. Me aburren los franceses. Los franceses son gente muy aburrida. Mi madre estudió en el Liceo francés. Se libró de la enseñanza fascistarepresiva, dice ella. Pero le llama chichi al coño y manzanitas a las tetas. Mi madre me compra un bañador de cuello alto cada verano. Le digo que me gusta bañarme desnuda. Quita, quita, qué bobadas, dice ella. No son bobadas, digo yo. Me gusta bañarme desnuda. Estoy desnuda frente al espejo. No me gusta mi cuerpo. Las tetas sí. Mi madre me ha puesto a régimen. Te sobran un par de kilitos, cielín, dice. Para qué, digo yo. Tonta, dice ella, vas a ser la envidia de todas tus amigas. Yo no quiero ser la envidia de nadie, callo. No me gusta mi cuerpo y no me gustaría aunque no me sobraran un par de kilitos. Me gusta el cuerpo de mi hermano. Me gusta cuando lo miro. Y cuando me deja tocarlo. Mi hermano es un chico muy tierno. Tiene ojos azul turquesa y aire desvalido. Mi madre le paga un gimnasio tres veces por semana. Él ya no discute. Se limita a no ir. Qué manera más estúpida de tirar el dinero. Como la crema anticelulitis que mi madre me compra una vez al mes. Antes la tiraba al váter. Ahora no, desde que descubrí que a la gata le encanta. Le doy una cucharadita cada día para desayunar. Así hasta que el tarro se agota y vuelta a empezar. Mi hermano llora a escondidas. Llora cuando está conmigo, cuando en mitad de la noche entra sin hacer ruido en mi habitación y se sienta en los pies de mi cama. Mi hermano llora y no sabe por qué llora. 4


Estoy desnuda frente al espejo y la puerta está cerrada aunque ya no vivo con ellos. Me excito al pensar en mi hermano. No me gusta mi cuerpo. Me sobran un par de kilos, pienso. No lo pienso mientras me hago una paja, lo pienso antes y después. Me gusta esa expresión: hacerse una paja. Es contundente. El espejo es un buen aliado, a pesar de su tacañería. Tú eres una enferma, dice mi madre la última vez que la veo. Creo que empieza a darse cuenta de que una familia feliz no es nada extraordinario.

3. 6. 3. 6. 3. 6. 3. 6. 3. 6. 3. 6. 3. 6. 3. 6. 3. 6. 3. 6. 3. 6.

Ten cuidado con lo que dices. Ten cuidado con lo que haces. Ten cuidado con los niños: son muy brutos. Ten cuidado con las niñas: son demasiado listas. Ten cuidado con los chicos, todos buscan lo mismo. Con las chicas, todas son unas putas. No hables con extraños. No hables con esa gente. No hables cuando tu padre está hablando. No hables con la boca llena. No hables en clase. No hables. No me gusta que salgas de noche. No me gusta que salgas con esa chica. Ese chico no te conviene. No conduzcas deprisa. No conduzcas borracho. No bebas. No fumes. No tomes drogas. Ten cuidado con el SIDA. Con los enchufes. El cáncer de piel, el aire acondicionado, las corrientes marinas. Las películas violentas, la televisión, el sexo. Enamorarse. Enamorarse.

2.

Si yo fuera pez buscaría los abismos. Sólo por alejarme.

3.

He ido a la universidad. Soy universitario. Mi padre ha elegido la carrera que yo debo estudiar. Yo he elegido el lugar donde estudiarla. He ido a una universidad extranjera. No por el prestigio, por los dos mil kilómetros de distancia. No tengo coche. Mi padre dice que si deseas algo debes saber ganártelo. Obviamente carezco, por el momento, de méritos suficientes. Mis amigos no presentan mayores merecimientos. Mis amigos sí tienen coche. No tengo coche pero tengo una promesa: el día que termine la carrera mi padre me regalará un descapotable. No es un coche cualquiera lo que va a regalarme: es un descapotable. No recuerdo el momento exacto en que empieza a hablar del descapotable. Sí que pronto se convierte en uno de los tics favoritos del repertorio familiar: “Estudia mucho o no irás a la universidad y te quedarás sin lo que tú ya sabes”. 5


¿Es un premio o un soborno? No lo sé. Dejo de pensar en ello. Con el tiempo, el asunto del descapotable se ha convertido en algo tan aburrido como una póliza de seguros: es un contrato. Si una premisa se cumple, la otra es automática. Estoy en último curso. Termino en junio. Cuatro años y medio en la universidad y no he aprendido ni una maldita cosa. No sé hacer nada. No tengo ninguna habilidad. En junio me encontraré con el mundo, sin dinero y sin ideas. No me importa. Ni siquiera he pensado en ello. Doy por supuesto que si dios existe, intercederá por mí y me dejará pasar el resto de mi vida en la universidad. Es Navidad. Como todos los años intento librarme de las inevitable fiestas familiares. Como todos los años, fracaso. No recurre mi padre esta vez a su amenaza favorita: el cierre de la cuenta bancaria. Dice que tiene algo para mí. Insiste. Dice que me envía el billete de avión. Me sorprende su generosidad. Por fin, el descapotable. Mi padre va a cumplir su palabra. Yo estoy emocionado. Por el coche sobre todo. Durante el viaje, una especie de sentimiento de gratitud torpedea mi habitualmente equilibrado cerebro. Ensayo diez o doce fórmulas de sorpresa y agradecimiento. La sorpresa me resulta imposible de fingir. Eso me preocupa. Me preocupa también mi falta de entusiasmo por los descapotables. No es mi estilo, pienso. Me reprocho el pensamiento: el regalo es, sin duda, maravilloso. Me reprocho el reproche: ¿Por qué mi padre siempre decide lo que a mí me gusta y jamás me pregunta? Y más reproches: ¿Por qué no agradecer un hecho aislado sin condicionar el resto de nuestra relación? El viaje dura dos horas. Llego con un dolor de cabeza espantoso. En el aeropuerto nadie me espera. Como siempre. Como siempre tomo un taxi. Como siempre el taxista se empeña en hacer un recorrido turístico antes de dejarme en la puerta de casa. Como siempre discuto con el taxista y le pago menos de lo que marca el taxímetro. Como siempre, me insulta y me tira las maletas al suelo. Y allí, en la puerta de casa y con las maletas estampadas veo el descapotable aparcado al otro lado de la calle. Me acerco. La pegatina del parabrisas dice que es nuevo. Lo miro. Es precioso. Puede que yo no me hubiera comprado un coche así pero no es culpa del coche sino de mi gusto. En el ascensor ensayo nuevas fórmulas de sorpresa. Mi padre no sabe que yo he visto el regalo. 1. No sé de qué regalo se trata. 2. Ni siquiera sé que se trate de un regalo (sólo ha dicho “algo para ti”) y 3. Nadie se baja de un taxi en la puerta de casa y mira la cera de enfrente en busca de un hipotético regalo. Continúo con el ensayo. Mi padre me recibe en la puerta. Apenas un simulacro de abrazo, como siempre. Como siempre agradezco su falta de efusividad. Con el resto de la familia es diferente: besos y grititos. Alguna lágrima. Nada extraordinario. Me alegra volver a ver a mis dos hermanos. Los encuentro como siempre. La inevitable cena de nochebuena. Cenamos. Y hablamos sin parar. Y reímos sin parar. Y mi padre cuenta historias que todos nos sabemos de memoria. Y todos nos reímos de memoria. Los niños gritan y lloran, ajenos a las historias de mi padre. No importa: el año que viene las volverá a contar y ellos, a lo mejor, ya saben reírse. Me aburre todo este folklore. Aguardo el momento de los regalos. Empiezan los discursos. El de mi padre es sobrio y emocionado: no habla de mis más que dudosos méritos, se limita a indicarme con toda precisión, lo que deberé hacer en el futuro, obtenida ya la titulación imprescindible por una prestigiosa universidad extranjera. No olvida mencionar los enormes sacrificios que él ha realizado para que tal hecho fuera posible. No es un mal discurso para lo que es habitual en él. Saca del bolsillo una cajita y la pone delante de mí. Los demás aplauden. Las llaves del coche, pienso. Me sorprende la sutileza. No es su estilo. Imagino que le hubiera gustado que le subieran el coche al comedor, colocarlo detrás de las cortinas y abrirlas al tiempo que dice. “Todo esfuerzo merece su recompensa. Y una promesa es una promesa”. Supongo que mi madre no le ha dejado subir el coche al comedor. 6


Le doy las gracias y abro la caja. Es un reloj: un reloj de cadena. Miro debajo de él, esperando encontrar las llaves. Pero no están. Digo que estoy sorprendido. Es absolutamente cierto. Pero creo que he subestimado a mi padre: es imposible que deje pasar una ocasión tan perfecta para explotar el drama patriarcal. El reloj es un primer regalo. Él supone que he olvidado su promesa. O que no la relaciono con este momento. Dentro de un rato y como quién no quiere la cosa dirá. “Ah, por cierto...”. Ése sí es su estilo. Continúa la fiesta familiar: villancicos, anécdotas de mi padre, más villancicos, más anécdotas de mi padre. Nunca llega el momento del “Ah, por cierto...”. Me voy al lavabo y arranco el forro del estuche del reloj en busca de las llaves. No hay llaves. No hay coche. Para una persona no implicada emocionalmente, la presencia en la calle de un descapotable con la etiqueta de nuevo no tiene la menor importancia. Desde hace años me asalta otra fantasía: pienso que el reloj es una especie de vale que se hará efectivo después de la muerte de mi padre. Que, al leerse su testamento, podrá comprobarse que él no olvidó su promesa pero que me ha exigido méritos acordes a mi capacidad. Será entonces cuando obtenga el justo premio. 6.

Jaque.

3.

Mi padre murió hace un año.

5.

Apenas dos semanas y será primavera. Invierno en el corazón. La frase es tuya. Una estupidez. Otra más. Me pregunto por qué sigo viviendo contigo. Mi madre se está divorciando por tercera vez, mientras yo sigo atada al primer sueño imposible. Falta de carácter, dice ella. Está en la cocina destrozando con un martillo la exquisita vajilla que le regaló su segundo marido. Los hombres son como los kleenex, dice. Usar y tirar. Estoy enamorada, digo. No estás enamorada, dice. Estoy enamorada, digo. No estás enamorada, dice. Estoy enamorada, grito. Me mira extrañada. Guarda los gritos para él, dice. No quiero gritarle a él. No quiero gritarte a ti, perdóname. Te falta carácter, dice. Lloro, como siempre. Ella no llora. Como siempre. La vida es dura, dice. La vida es lo que nosotros queramos que sea, digo. Me llama cursi. Estupideces, dice. La vida es como es. No tenemos ninguna posibilidad. Ni falta que hace. Aprender a manejarse en el caos, ésa es la cuestión. Hacerse sitio a codazos. Sobrevivir. Rompe la última pieza de la vajilla. Acciona los cierres automáticos de las bolsas de basura. Enciende un cigarrillo y se despide con un beso en los labios. No voy a verla en los próximos siete meses. Recibo dos o tres postales y una carta desde un país extranjero. Ninguna llamada. Mi padre se ha vuelto a casar. Me invita a la boda. Nos invita a la boda. Digo que estoy enferma. No debería mentir para esconder tus intransigencias. Tampoco mi padre insiste. 7


A veces me imagino invisible. Tiene sus ventajas: nadie insiste demasiado. Ni siquiera tú. Especialmente tú. Invierno en el corazón. Qué estupidez, pienso. Pero callo y miro a ninguna parte. Mi madre está rompiendo las fotos de boda de su tercer marido. No estás enamorada, dice. Yo callo. Lo ves, dice. Lloro, como siempre. Me abraza con ternura. Mi pequeña, dice. El café está listo y ella deshace el abrazo. Toda la casa huele a café. Me gusta. Me gustan los olores. Recuerdo a mi madre por el olor a café de la última vez. Cómo te recordaré a ti. Prefiero la primavera. El olor de tu corazón de invierno es agrio. De cerveza fermentada. Mi padre huele a humo, mi hermana pequeña a hospital. El agua del mar huele a mar. Y esta casa empieza a oler a polvo viejo. No estoy enamorada, pienso. Y las lágrimas aparecen. Las lágrimas saben a agua salada. Pero no huelen. Las lágrimas no huelen.

4. 1. 4. 1. 4. 1. 4. 1. 4. 1. 4. 1. 4. 1. 4. 1. 4. 1. 4. 1. 4. 1. 4. 1. 4.

No llores, que pareces una niña. No quiero que juegues al fútbol. El fútbol es cosa de chicos. Deja en paz los zapatos de tacón de tu hermana. ¡Hay que ver! Ni hablar. Las chicas no van con pantalones a un entierro. Pero ¿es que siempre tienes que estar con las niñas? Ay, nena, ¿no podrías ser un poco más... femenina? Sabes perfectamente que no me gusta nada que juegues con mis maquillajes. Sabes perfectamente que no me gusta nada que entres en el baño mientras tu hermano se ducha. ¿Cuántas veces he de decirte que no me gusta nada que estés todo el día tocándote? ¿Cuántas veces he de decirte que no me gusta nada que estés todo el día tocándote? Ay, deja ya de sobarme. Deja ya de llorar, que pareces tonta. ¡Me tienes harta! ¡Me tienes harta! No pienso volver a repetírtelo: a las nueve en casa. ¿Pero tú qué te has creído, que puedes hacer lo que te dé la gana? Mientras vivas en esta casa, te atienes a nuestras normas. Como te dé un guantazo te vas a enterar. Ya lo sabes: no quiero que vayas con esa chica. Y no hay nada más que hablar. Ya lo sabes: ese chico se acabó. Y ni una palabra más. ¿Qué quieres, matar a tu madre de un disgusto? Eres una desagradecida. Cuando tengas hijos, ya verás como dices “cuánta razón tenía mi padre”. Te compraré la moto cuando te comportes como es debido. Te compraré la moto cuando te portes como dios manda. 8


1.

¡Me tenéis harto!

4. 1.

Me aburro. Yo también.

1.

El deporte y la bollería industrial no combinan especialmente bien. Mi padre me apunta al club de atletismo. Al de tenis. Al de natación. Mi madre me atiborra a caracolas de chocolate. Voy dos veces por semana a practicar atletismo, otras dos al club de tenis. Los jueves y los sábados a la piscina climatizada. No corro, no salto, no nado. Soy incapaz de devolver una pelota con la raqueta YAMAHA que mi padre me ha comprado. No hago absolutamente nada. Si acaso intento ligar. No lo consigo. Las chicas corren, saltan, nadan, juegan al tenis como verdaderas posesas. No tienen tiempo para fijarse en mí. El deporte y el sexo no combinan especialmente bien. Me voy a la cafetería. Me pido un batido y devoro las catorce caracolas de chocolate que mi madre ha metido en mi bolsa de deporte. Es usted un inconsciente, dice el monitor. No va a llegar usted a ningún sitio. No entiendo a qué sitio se refiere. A las olimpiadas, imagino. No me hace ilusión ir a las olimpiadas. No me gusta sufrir. La gloria rebosa sufrimiento. Y el fracaso también, no te jode. Pienso en las niñas de gimnasia rítmica. Pobres criaturas. Años y años destrozando sus tiernos cuerpos. Nueve meses ensayando un mismo ejercicio ocho horas diarias. Los mismos movimientos, la misma música horrible. Tres días de vacaciones al año. Y en la final olímpica a una de las criaturas se le escapa el aro. Lo persigue congestionada, aterrada, al borde del colapso. El aro ha decidido tomarse unas vacaciones. Cuando, por fin, se deja atrapar, el ejercicio ha terminado. Después la pobre niña se suicida. ¿Qué otra cosa puede hacer? No voy a ir a las olimpiadas, lo tengo decidido. Pienso en todo esto mientras el monitor ya ha empezado a insultarme. Me como la última caracola y me voy. El monitor está fuera de sí. Le va a dar un ataque al corazón. Se lo diré a su padre, grita. A mi padre le importa un pimiento lo que yo haga. Paga el club de atletismo, el de tenis, el de natación. Pone los medios, dice. Si quieres ser un haragán, es tu problema, dice. No te metas nunca en líos de los que no sepas salir porque tu padre no va a sacarte de ellos, dice. Me expulsan del club de atletismo, del de tenis, del de natación. No me expulsan de mi casa. Pero no se vuelve a hablar de deporte. Mi madre sonríe y sigue comprándome caracolas de chocolate. Mi madre es un florero.

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Me hace la comida, la cama, me lava la ropa, me arregla la habitación y me da dinero. Luego llora. Los floreros no lloran, le digo. Y ella sonríe. Y me abraza. Y me dice mi pequeñín. Viene a vernos todas las semanas. Nos hace la comida, la cama, nos lava la ropa, nos limpia la casa y nos da dinero. Se queja de mi padre. Pero ya no llora. Es feliz. Es feliz porque tú eres un desastre. Porque los dos somos un desastre. Estoy pensando que me voy a apuntar a un club de squash. 4. 1.

Me aburro. Yo también.

6.

No me gustan los diminutivos. Me dan ganas de vomitar. Busco nombres para mis hijos que no se puedan empequeñecer. Hay tan pocos. Y, además, siempre queda el recurso de inventarlo. Titina, me llama mi madre. No quiere decir nada. Es un nombre inventado. Un nombre estúpido. Le digo que no me gusta y se ríe. Le digo que me da vergüenza y se ríe. Mi madre se ríe por todo. Es una mujer estúpida. Busco nombres para los hijos que no tengo. Mis amigas del colegio juegan con muñecas. Les ponen nombres estúpidos (Liliana, Vanessa, Raquel, Jessica). Las peinan, las bañan, las desnudan y las visten, les dan la comidita. Mis amigas del colegio no son mis amigas. Son niñas estúpidas que juegan con muñecas estúpidas. Mi padre me enseña a jugar al ajedrez. Me gusta. Me gusta el ajedrez y me gusta mi padre. Nos abandona cuando acabo de cumplir doce años. Le pido que me lleve, que no me deje sola. Me dice que es imposible. Me dice que se va al extranjero. Lo vuelvo a ver veinte años después. Dice que es feliz. No lo parece. Estoy en mi último curso de bachillerato. La profesora de Literatura es amiga de mi madre. La profesora de Literatura me llama Titina en clase. Decido envenenarla. No es fácil envenenar a una persona. Lo intento un día que viene a cenar a casa. Los platos se sirven en la mesa, así que pongo el veneno de ratas en el puchero. Terminamos las tres en el hospital. A nadie parecemos importarle demasiado después del lavado de estómago. Algún alimento en mal estado, dicen. Mi madre despide a la criada. Yo me cambio de instituto. No vuelvo a ver a esa mujer estúpida. Me voy de casa de mi madre y me caso con un hombre que ha estudiado en el extranjero. Le gusta el ajedrez y no quiere tener hijos. El problema del nombre de mis hijos deja de ser un problema. 10


Mi madre me llama todos los días. Te echo de menos, dice. Ya no se ríe. Pero sigue llamándome Titina. Le cuelgo el teléfono. Me vuelve a llamar. Me pide perdón. Estoy empezando a aburrirme. Voy a cambiar de número de teléfono. Me gustaría desaparecer. Me gustaría que los nombres inventados y los nombres en diminutivo estuvieran prohibidos. Me gustaría que las personas estúpidas estuvieran prohibidas. Me gustaría desaparecer. Me gustaría no haber existido nunca.

2. 5. 2.

5. 2. 5.

2.

No me gustan los niños que juegan a ser mayor: pierden el tiempo. No me gustan los hombres que juegan a ser niños: pierden el tiempo. No me gustan las películas aburridas, los viajes al extranjero civilizado, los zapatos de marca, la música culta, las presentadoras de televisión, el bingo, las chicas estupendas, los políticos de derechas, la policía, el olor de la ropa de Ágata Ruiz de la Prada y los vendedores de iguales me quedan para hoy. ¿A qué huele la ropa de Ágata Ruiz de la Prada? No me gusta Ágata Ruiz de la Prada. Continúa. No me gustan las películas aburridas, los viajes en autobús, la ropa incómoda, los vecinos que se pasan el día gritándose, la televisión, la música country, el catecismo, los ingleses en las carreras, el zumo de naranja en polvo y el chocolate. ¿El chocolate? 11


5. 2. 5. 2. 5. 2. 5. 2. 5. 2. 5. 2. 5. 2. 5. 2. 5. 2. 5. 2. 5. 2. 5. 2. 5.

No quiero que me guste el chocolate. Continúa. No me gustan los restaurantes vegetarianos donde no dejan fumar y sólo tienen cerveza sin alcohol. No me gusta la gente que se enfada cuando le pides que no fume mientras estamos comiendo. No me gusta el cocido sin tocino y sin pelota. No me gustan los sandwiches vegetales con atún y jamón york. No me gustan los libros de fútbol. No me gusta el fútbol. No me gustan los relojes. No me gusta tu dependencia de ellos. No me gustan los hoteles. Son ajenos y nos comportamos extraño. No me gustan los hospitales. Huelen a hospital y tú siempre lloras. No me gustan los trenes de largo recorrido. Son sucios y apenas nos miramos. No me gusta salir de compras contigo. No me gusta que beses a mis amigas como besas a mis amigas. No me gusta que te quedes callada, con la mirada en ningún sitio. No me gusta quedarme callada, con la mirada en ningún sitio. No me gusta que te enfades cada vez que vamos a cenar con mis amigos. No me gusta dejar de existir para ti cada vez que estás con tus amigos. No me gusta que me digas que bebo demasiado. No me gustan tus borracheras. No me gustan tus resacas. No me gusta tu mirada cada vez que me sirvo un whiskie. No me gusta tu mirada después de quince whiskies. No me gusta que me trates como un enfermo. No me gusta haberme acostumbrado a tratarte como un enfermo. No me gusta que continuamente estés preguntándome ¿me quieres? ¿Me quieres?

DOS

3. 1. 4. 2. 6. 5. 3. 4.

EDIPO REY, por ejemplo. Buena idea. Si seguís hablando de la familia, yo me largo. No sabemos hablar de otra cosa. Eso es cierto, no saben hablar de otra cosa. Pues deberían aprender, ya son mayorcitos. EDIPO REY es literatura. Literatura clásica. Sófocles, la Grecia antigua y todo eso. Si vais a hablar de literatura clásica, yo me largo.

12


3.

EDIPO REY es la tragedia familiar por excelencia: Edipo mata a su padre y se casa con su madre. Cuando descubre la verdad, se arranca los ojos, mientras su madre se suicida. Así que tenemos un parricidio, un incesto, un suicidio y una autolesión en un breve espacio de tiempo y en una misma familia.

3.

Decía Freud que si a la naturaleza se le permitiera imponer sus leyes, padres, hijos y hermanos tendrían entre ellos relaciones sexuales. No me hace ninguna ilusión tener relaciones sexuales contigo. Pues no sabes lo que te pierdes. A mí tampoco es que me apetezca demasiado. ¿Ah, no? Pues siempre he creído que estabas enamorado de él. Tú calla chichín. Y que, por tanto, es necesario reprimir la naturaleza. A mí no me hables así, ¿eh? Ése es el verdadero problema. ¿Tienes un problema? Hemos perdido la capacidad de actuar de manera natural: nos hemos domesticado. Ignoramos los instintos, nos regimos por leyes absurdas: la monogamia, la familia, el temor de dios, las relaciones comerciales, los medios de comunicación. Me aburro. Yo también. Nosotros, por ejemplo: siguiendo las leyes naturales, con toda probabilidad, hubiéramos matado a nuestro padre. ¿Y cual de los tres se hubiera casado con mamá? Los tres, ¿no? Si no hay leyes... Después se hubieran matado entre ellos hasta que sólo quedara uno. Y ese uno se casaría con su madre por la iglesia y tendrían un precioso edipito empeñado en seguir la tradición de las leyes naturales. Y no creo que eso te hiciera mucha gracia, chaval. ¿Por qué no? Si ése fuera mi destino... Ahí te ha pillado. En todo caso, no tengo ningún interés en tener edipitos, ni con mi madre ni con esta preciosa mujer. A mí no me metas en tus perversiones. ¿Perversiones? La perversión es una desviación patológica de las tendencias normales. No sé por qué tiene que ser normal lo antinatural. Si seguís hablando de estupideces, yo me largo.

2. 6. 1. 4. 1. 3. 4. 3. 2. 3.

2. 4. 3. 2. 5. 4.

3. 5. 3. 6. 3. 4.

6.

Le gusta pensar que es un cínico. (Cínico: que siente desprecio por las convenciones sociales y busca la independencia intelectual y moral.) Las definiciones son del LAROUSE. Se las apunta en una libreta: tiene mala memoria. Le sorprendo una noche mirando fotos de su familia. Se ríe. Luego se enfada conmigo por una tontería. Sus hermanos le alteran. Huelo el peligro, dice. Está incómodo, se le nota. Pero se empeña en disimularlo. Todos están incómodos. Todos estamos incómodos.

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Una comida es una carrera de obstáculos. Después mira el álbum de fotos. Imagino que llora: jamás delante de mí. Me gusta imaginar que llora: sospecharlo vulnerable. Nunca habla del pasado: olvidar es un privilegio, dice. Creo que miente. Aborrezco la ingratitud, dice. No sé bien de lo que habla. Pero no pregunto, ya no pregunto. El silencio es nuestro aliado: horas delante del tablero de ajedrez: únicamente los cortos movimientos de las piezas y, de tanto en tanto, alguien se levanta y cambia el compact. Le gusta jugar con negras. Siempre. ¿Lo haces para darme ventaja?, digo. No, me gusta, dice. ¿Por qué?, digo. Por nada, dice. La casa es soleada y silenciosa. Y huele a madera. Algún día tendremos que marcharnos, dice. ¿Por qué?, digo. Huelo el peligro, dice. Después calla.

2. 3. 2. 4. 2. 3. 2. 3. 2. 4. 1. 2. 1. 2. 5. 2. 3. 2. 1. 4. 1. 4. 2. 6.

Es mentira. No es mentira. Sí es mentira. ¿De qué estáis hablando? Es sólo una pose, una jodida pose. Bla-bla-bla. Bla-bla-bla. Nos hemos domesticado, hemos perdido la capacidad de violencia. Bla-bla-bla. Miedo. Eso es todo. Le teníamos miedo a nuestro padre. No digo que no. Esperábamos que pasara algo, que alguna fuerza natural benéfica viniera a liberarnos. No digo que no. Las fuerzas naturales son una puta mierda. Cuando aparecen es para destruirlo todo. ¿De qué estáis hablando? Terremotos, inundaciones y todo eso, ¿no? Muy gracioso. Graciosísimo. Me aburro tanto con vosotros. Empieza el espectáculo. Bla-bla-bla. Bla-bla-bla. Bla-bla-bla. ¿Por qué no olvidamos de una puta vez toda esa mierda? ¿Cómo, bebiendo? Bebiendo, follando, jugando al tute o largándonos de vacaciones a Egipto. A mí qué me cuentas. Prefiero el tute. No me extraña. ¿Por qué lo dices? No eres muy hábil viajando a Egipto. ¿Por qué no os vais a tomar por el culo? ¿Qué ha dicho? 14


5.

Que por qué no nos vamos a tomar por el culo.

5.

Tantos tratados sobre el alcoholismo y ninguno habla de los olores. Cómo se explica. El viejo olor de ron, como de pozo ciego. El de madera putrefacta del whiskie. El oscuro y áspero del vino tinto. Y, sobre todo, el olor a muerto de la cerveza. La cerveza fortalece la potencia sexual, dice. Ojalá. Pero el olor se queda varios días en casa. Odio las reuniones familiares. La desmesura del alcohol en esas ocasiones, la violencia de cada conversación, volver a sufrir, una vez más, al padre ausente y omnipresente. Hablar del miedo, del pasado y del presente. El futuro, como si no existiera. No es divertido. Nuestra vida es inútil, dice. Somos expertos en una película de terror que ya no se proyecta. Está especializado en frases brillantes. Dice que lo siente así. Creo que miente, que es pose. Pose de niño salvaje. No es un niño, ya no es un niño. Nunca lo he sido, dice. Tal vez sea verdad. O intenta serlo ahora. Me pierdo. Me resulta imposible seguirlo. El caos es divertido una temporada. Después empieza a pesar. Al final se convierte en una lápida. Me gusta malvivir, dice. Y descorcha la enésima botella. ¿Por qué?, digo. Y él calla. Como un muerto.

6. 2. 1. 6. 5. 2. 5. 2. 4. 2. 5.

¿Por qué no lo dejáis ya? Me cago en Edipo Rey, en Freud y en las leyes de la naturaleza. Bonito brindis, sí señor. ¿Por qué no lo dejáis ya? No saben. Exacto: no sabemos. Pero tú nos vas a enseñar. A mí déjame en paz. Tú has querido entrar en el juego. Te ha dicho que la dejes en paz. Está bien. Lo siento. No bebas más. 15


2. 5. 1. 4. 1. 4. 1. 4. 1. 4. 1. 4. 1. 5. 3. 1. 4.

Déjame tú también en paz, ¿vale? Vale. ¿A alguien se le ocurre algún tema interesante de conversación? La familia, por ejemplo. Yo me largo. ¿Por qué? No es divertido. ¿No te divierten los melodramas? No me divierte el vuestro. Muy bien: hablemos de sexo. Tú no sabes nada de ese tema. Soy experto en ese tema. Al menos, a nivel teórico. No me interesa la teoría. A ti tal vez no pero a los demás... No me interesa la teoría. No, no me interesa la teoría. Vale: impartiré una lección magistral práctica sobre el tema. ¿Alguna voluntaria? Me largo.

4.

Se aprende diálogos de películas de memoria. Para utilizarlos en la vida real. Nunca los utiliza. No encuentro el momento, dice. Nunca encuentra nada: las llaves, las entradas de la disco, la camiseta de Neneh Cherry. Se pasa cientos de horas delante de la televisión. Comiendo. Y del vídeo: ha visto PULP FICTION sesenta y dos veces. Habla de la historia de los grupos musicales. Su tema favorito es la historia de los grupos musicales: los CRAMPS especialmente. Y la familia. Somos razonablemente desgraciados, dice. (Intenta imitar el modo de hablar de su hermano mayor. Adora a su hermano mayor.) Cuando yo nací mi madre tenía cuarenta y nueve años, dice. Por eso yo he salido así de gilipollas. Escribe poesía una temporada. Lo deja. Pinta acuarelas una temporada. Lo deja. Me aburro, dice. Le pide a su hermano mayor que le enseñe a jugar al ajedrez. Su hermano mayor pierde la paciencia por primera vez en su vida. No me extraña. Lo deja. Me aburro, dice. ¿Qué quieres?, la vida es muy aburrida, digo. Él dice que sí y se sienta a ver PULP FICTION. Sesenta y tres, dice. Yo me voy a comprar unos bocadillos para la cena.

3.

Jaque. 16


6. 3. 6. 3. 6. 3. 6. 3. 6. 3. 6. 3. 6. 3. 6. 3. 6. 3. 6. 3. 6. 3.

No me encuentro bien. ¿Quieres que lo dejemos? No te preocupes. Me tomaré una aspirina. Esa jugada es mala. No importa. Dejémoslo. No te preocupes. Jaque. ¿Te encuentras bien? Perfectamente. No ha sido agradable. ¿Por qué lo dices? Por nada en particular. Jaque. ¿De verdad te encuentras bien? Claro. No sé. Mate en tres jugadas. Cada día juegas mejor. Estabas poco concentrada. Lo siento. No te preocupes.

17


TRES

4. 2. 4. 2. 4. 2. 4. 2. 4. 2. 4. 2. 4. 2. 4. 2. 4. 2. 4. 2. 4.

Deberíamos dejarlo. ¿Te molesta que fume? No. Me sorprendes. Deberíamos dejarlo. Te he oído. Tengo miedo. ¿De qué tienes miedo? De mí. Empiezo a no saber dónde estoy. Estás en mi casa. Estoy en vuestra casa. Nunca te ha importado. Me importa ahora. Me asusta estar aquí. He sido inconsciente. Y egoísta. Todos los somos. No me gusta. Me he acostumbrado a mentir. Todos mentimos. Quiero que lo dejemos. Si es lo que quieres. Te lo agradezco. Te voy a echar de menos. También te lo agradezco.

4. 5. 4.

Me voy. Te echaré de menos. Qué tontería.

18


5. 4. 5.

4. 5. 4. 5. 4. 5. 4. 5. 4. 5.

1. 5. 1.

5. 1. 5. 1. 5. 1. 5. 1. 5. 1.

Tu olor. Echaré de menos tu olor. ¿Mi olor? Es tranquilizador volver a casa y saber que has estado tú allí y no otra. No sé por qué. Al principio tuve miedo. Mucho miedo. Pensé hablar contigo. O con él. O con los dos. Pero me daba vergüenza. Así que no hice nada. Estaba acostumbrada al olor, esa mezcla de alcohol y coño que, a veces, me espera al regresar. Pero el tuyo me tranquilizaba. No sé por qué. Tienes un olor precioso, como de bebé. Y empecé a hablar contigo. Hablo contigo. Me levanto de madrugada, cojo la toalla con la que te has secado y hablo contigo. No lo necesitaría: toda la cama huele a ti, toda la casa huele a ti, hasta yo misma huelo a ti. Pero la cerveza fermentada lo contamina todo. La toalla no: sólo el jabón y tú. Hablo contigo y me siento bien. He conseguido perder la vergüenza: sabes cosas de mí que no sabe nadie. No me importa, sé que no las vas a contar. Te voy a echar mucho de menos. ¿Por qué te vas? Porque mi vida se está convirtiendo en algo que no me gusta. Me gustaría volver a verte. A mí también. Llámame. Si quieres. Te lo prometo. Va a llover. Sí. Lo huelo, ¿sabes? Gracias. A ti, por tanta compañía.

No lo entiendo. Déjalo ya. Así, sin una explicación. Dice: me estoy ahogando y, de repente, todo se acaba. Ella está haciendo las maletas y yo en la puerta de la habitación, mirándola como un imbécil. Y ni siquiera sé llorar. Quiero decir algo pero no sé qué decir. No sé si enfadarme o pedirle perdón. Emborracharse sería una buena idea. Pero el alcohol me provoca diarrea antes de hacerme efecto. Así que no es una buena idea. Y no se me ocurre ninguna otra. Me he quedado en blanco. Intento recordar alguna película donde haya una escena en que la chica hace las maletas mientras el tipo la mira. Debe haber un millón pero yo soy incapaz de recordar ni una sola. El televisor. Pienso en el televisor. Es suyo, así que me imagino que se lo llevará. Tendré que comprarme otro. Le pediré dinero a mi hermano. No, ya le debo demasiado. Mejor a mi madre: le diré a mi madre que me compre un televisor. Bueno, ya se me ocurrirá algo. Estoy cansado. Me tumbo en el sofá y me duermo. Cuando me despierto ella ya no está. Se ha ido. Así, sin una explicación. Hay cosas difíciles de explicar. Que le den por el culo. De todas formas, era de esperar: soy un completo gilipollas. No creo que eso te ayude. ¿A qué? A seguir. No te preocupes, lo superaré. Inténtalo al menos. Mi vida ha sido una absoluta estupidez desde el mismo momento en que nací. Por favor. No, en serio. ¡Mi vida es una total y jodida mierda!

19


5. 1. 5. 1.

Tengo que irme. Sí, claro. Gracias por venir. Intenta olvidarlo, ¿vale? Lo intentaré.

1. 6. 1. 6. 1. 6. 1. 6. 1. 6. 1. 6. 1. 6. 1. 6. 1.

Me voy. ¿Sabes ya dónde? Lo más lejos posible. No hagas tonterías. Me han ofrecido trabajo. ¿Dónde? En el extranjero. ¿Qué trabajo? En una discoteca. Relaciones públicas o algo así. No te creo. Ni falta que hace. Despídeme de mi hermano. ¿No vas a esperarlo? No tengo tiempo. ¿Por qué haces esto? ¿Por qué hago qué? Irte así, sin despedirte, sin decir a dónde vas, sin hablar con tu hermano. Porque estoy hasta los cojones de todos vosotros. De que me digáis lo que tengo que hacer y cómo tengo que hacerlo, de ser el hermano pequeño hasta para las mujeres de mis hermanos, de que me compadezcáis porque ella se ha largado mientras vosotras aguantáis la mierda con cara de póquer. Porque estoy hasta los cojones de esta puta familia. Porque estoy hasta los cojones de que nos pasemos la vida quejándonos del cabrón de nuestro padre sin querer admitir que somos como él. Por eso. Por eso me largo sin despedirme, sin decir a dónde voy y sin hablar con mi maravilloso hermano mayor. Al otro, no creo que le importe mucho: si no está borracho como una cuba, estará durmiendo la mona. No deberías hablar así. ¿Lo ves? No deberías, no deberías, no deberías... Adiós. Os mandaré una postal.

6. 1.

6.

Me gustaría que las personas estúpidas estuvieran prohibidas. O encerradas. O lejos. Muy lejos. Intento poner un poco de orden en mi vida. Pero con vosotros, se hace muy difícil. A mí qué me importa vuestra historia, vuestro dolor, vuestros rencores, vuestro venerable padre. Quisiera envejecer sin demasiados sobresaltos. No me gustan las sorpresas. (ni el salmón ahumado, qué se le va a hacer). Soy como soy. Y me gustaría tener una oportunidad.

6.

Jaque. (...) Jaque. 20


3. 6. 3.

6. 3. 6. 3. 6. 3. 6. 3. 6. 3. 6. 3. 6. 3. 6. 3. 6. 3. 6. 3. 6. 3. 6.

Sí, perdona. Estás muy preocupado, ¿verdad? Ya es mayor. Sabrá salir adelante. Nos hemos acostumbrado a verlo como el pequeñín y ahora cuesta. Pero es una tontería. Yo me fui al extranjero con dieciocho años. Y no se me comieron en el extranjero. Saldrá adelante, ya lo verás. Te toca. Jaque. ¿No dijo nada más? No. Parecía ilusionado. No te preocupes, en cuanto se instale, te escribirá. Sí, claro. ¿Quieres que lo dejemos? No, jugar me tranquiliza. No sé: pienso que, tal vez, hubiera podido hacer algo más. No le des más vueltas. Las cosas son como son. Si esa chica no... ¿Por qué lo dejaría? No sé. No se llevarían bien. Eso debía ser. Jaque. No hemos vuelto a saber de ella. Mejor así: las heridas deben cicatrizar. Ya, pero, no sé. Me hubiera gustado poder hablar con ella. ¿Qué le hubieras dicho? No, claro. Mate. Mate. Has jugado muy bien. Tengo un buen maestro. El mejor. ¿Qué haría yo sin ti? Lo mismo pero con otra. Te quiero. Yo también te quiero.

21


CUATRO

2.

Le digo que me pague. Le digo que si quiere acostarse conmigo, que me pague. Estás hablando en serio, dice. Completamente en serio, digo. No quiero acostarme con ella. Yo sé que no me va a pagar. Eres una mierda de tío, dice. Ya lo sé, digo, pero si quieres acostarte conmigo tendrás que pagarme. Me das pena, dice. No quiero darte pena, quiero que me pagues. Se levanta muy despacio, mirándome con desprecio y desaparece. Me hubiera gustado ser escritor. O pianista. O bailarín. Y no he sido nada. Ser nada no es nada extraordinario. Nena, nena, si me das un besito, te doy un caramelo. ¿Y si te chupo la polla me das la bolsa entera? Diario de a bordo: Tengo, señor juez, una edad indefinida, una sublime calvicie hereditaria y el recuerdo de ciudades que nunca he visto. Haber amado un horizonte es insularidad. Brindo por ti, genio de las Antillas. Carecer por completo de talento no es nada extraordinario. Pero no me gusta que me lo reproches. El alcohol, como la lejía: elimina la suciedad más resistente. Si yo fuera pez buscaría los abismos. Sólo por alejarme. No me gustan los libros de texto, el papel higiénico perfumado, los yogures bajos en calorías, el realismo mágico, las coles de bruselas, el dios te salve maría, el catorce de febrero, el american way of life, el desodorante íntimo y mentir. No me gusta mentir. No me gusta mentir. No me gusta mentir. Por ti, Jessica Lange.

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Diario de a bordo: morir, señor juez, no es nada extraordinario.

CINCO

5. 6. 3. 6. 3. 6. 3. 6. 3. 6. 4. 6. 4. 5. 6. 4. 5. 3. 4. 5.

6. 4. 5. 6. 4. 6. 4. 6.

Hace años que estaba muerto. Conservado en alcohol, decía. No llores, no merece la pena. No puedo evitarlo. Y la verdad, no sé por qué: nunca me fue simpático. No digas eso. Si quieres me callo. No quiero que te calles. Perdóname: era mi hermano. Lo siento. No, por favor, continúa. ¿Estás seguro? Estoy seguro. Ya no sé lo que iba a decir. ¿Por qué no nos vamos? ¿A dónde? No sé, a tomar algo. ¿Habéis cenado? Yo no. Nosotros tampoco. Me muero de hambre. Yo también. Me gustaría decir algo. Pero no sé qué decir. ¿Sabes de algún restaurante por aquí cerca? ¿De qué te ríes? Una vez soñé que se moría. Me desperté con una angustia horrible, dándole golpes y diciendo “No, por favor; no, por favor” y sin poder parar de llorar. Él ni siquiera se enteró: estaba completamente borracho. Ahora lo único que pienso es que tengo hambre. Pues vámonos a cenar. Este sitio es horrible. Sí que es feo, sí. Pues deberían cuidar esas cosas. Se supone que cuando vienes aquí estás bastante jodida. Si encima se te ocurre mirar a tu alrededor... También es ganas de deprimir a la gente. Venga, vámonos a cenar. Hemos traído el coche, podemos ir a donde queramos. ¿Qué hora es? Las diez y media, ¿por qué? Estaba pensando en un restaurante cojonudo. Pero tienen horario europeo. Ya no nos servirán. Pues vamos a cualquier otro sitio. ¿Habéis estado en el CÓMEME EL COCO?

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4. 5. 6. 4. 6. 3. 6. 3. 6. 3. 6. 3. 6. 3. 5. 3. 6. 3. 4. 3. 4. 3. 4.

5. 6. 3.

No. Yo tampoco. Está muy bien. Pues venga, a ese mismo. Nos vamos. ¿Qué? Que nos vamos. ¿Dónde nos vamos? A cenar. ¿Ya? Aquí ya no hacemos nada. Yo, bueno, me gustaría decir unas palabras. ¿Quieres decir unas palabras? Si a ti no te importa. En absoluto. No sé qué decir. No te preocupes. Pero irnos así, sin despedirnos, no sé... ¿Quieres despedirte? Sí, algo así. ¿Te importa que sea yo la que diga unas palabras de despedida? No, claro, que no. Te lo agradezco mucho. Eras un cabrón, un completo cabrón. Decidiste dejarte caer hasta el fondo sin importarte una mierda a quién arrastraras en tu caída. No voy a enumerar la lista de los damnificados porque queremos irnos a cenar y, si los cito a todos, puede darnos la hora del desayuno. Pero lo cierto es que hoy estamos aquí cuatro personas y, estoy segura de que si hubiéramos podido localizar a tu hermano pequeño, también estaría aquí. No te vamos a olvidar. Imposible olvidar tu mirada de niño desvalido, la casi inconcebible ternura de los momentos -pocos- de sobriedad, la desmesurada pasión con que lo hiciste todo en la vida, el fuego de tus manos, la calidez de tus labios. Tampoco olvidaremos tu dolor. Lo exagerabas, claro, pero había algo en esa exageración que era auténtico. Hubieras podido tener una vida diferente. Mejor o peor, no somos quienes para juzgarlo. Distinta. Pero te empeñaste en ser un personaje de una mala novela. Así que ahora, jódete. Amén. Amén. Amén.

5.

¿Me quieres?

4.

Es la última vez que los veo. Un encuentro casual que dura siete años. Olvido los números de teléfono y me prometo no caer en la tentación de escribir cartas. Lo demás será azar. Aprendo a vivir despacio. Intento escapar de las disputas que no me corresponden y procuro tener paciencia conmigo.

24


Me gustaría seguir viviendo sola. Dos experiencias familiares son más que suficientes para una sola vida. Y dicen que la vida es corta. Pero ancha. Por ahora a mí me parece demasiado larga y excesivamente estrecha. Pero no sé. Me gustaría hacerme mayor con calma. Y si algún día tengo hijos Si algún día tengo hijos ¡qué sé yo! Cruzar los dedos, ¿no?

5.

Es la última vez que los veo. Os llamaré, digo. Estoy mintiendo y ellos lo saben. Pero no importa. Todos estamos demasiado borrachos y con ganas de irnos a dormir. La última mentira, me prometo. Me gustaría olvidar pero sé que es imposible. Algo tendré que hacer. Despertar es difícil, sobre todo porque no sabemos dónde meter las pesadillas. Despertar nunca despiertas. Llegar a un pacto: aprender a reír. La risa es salud, dice mi psicólogo. Ésta es la última visita, digo. No voy a volver. Debería usted pensarlo, dice. No lo voy a pensar. Hay una casa con un pequeño jardín que está en venta. Eso sí lo voy a pensar. Me gusta el olor de los pinos. Y del jazmín. Dicen que el jazmín ahuyenta a los mosquitos. Lo dice el hombre que intenta venderme la casa. ¿Tiene usted familia?, dice. No, ya no, digo. No deberían ustedes divorciarse tan jóvenes, dice. Parece buena persona. ¿Tiene usted familia?, digo. Mujer y cinco hijos, dice. Lo dice orgulloso. Huele a sudor y a brillantina. Le digo que lo pensaré. No lo piense, señora, estas cosas no hay que pensarlas, dice. Tal vez tenga razón.

3.

Los hijos atan mucho. Lo sabe todo el mundo. Pero nadie lo sabe hasta que no los tiene. La vida está llena de esas paradojas: cosas que sabemos 25


pero que no sabemos. Hemos construido el edificio a base de obviedades, sobreentendidos, prejuicios. No es una buena idea. Hay una fotografía, mejor dicho, varias fotografías casi idénticas: el mismo lugar, la misma bicicleta, el mismo rosal florido. Estamos los tres. Y los años van pasando. La idea es de nuestro padre (todas las ideas son suyas, aunque no lo sean): el transcurso del tiempo, le llama. El decorado es idéntico, nosotros vamos creciendo. Sólo hay siete. Supongo que las demás se perdieron. O algún año no llegamos a hacerla. Miro la última. Tendría yo dieciséis o diecisiete. Tenemos caras de aburrimiento. Imagino que por la obligación de repetir algo que a ninguno nos hacía ilusión. La miro y tengo la certeza de que tras esas caras aburridas sólo hay la seguridad de que ese hecho impuesto se va a repetir, un año y otro año, hasta el infinito. Me tienta la nostalgia y la ahuyento con una buena partida de ajedrez. He tenido que aprender a jugar con esta máquina estúpida que se empeña en ganarme una y otra vez. Desde que nacieron los mellizos a ella le resulta muy difícil encontrar momentos para jugar. Es el precio que pagamos. No sé, me temo que, lo mismo que mi padre, me he convertido en una especie de patriarca. Y que, igual que él, me siento excesivamente orgulloso de las escasas dificultades que viví en el pasado. Y supongo que, del mismo modo, someteré a mis hijos a mi personalidad y a mis recuerdos de juventud. Conservo el reloj de mi padre. Y sigue sin gustarme. 6. 3. 6. 3. 6. 3. 6.

¿Puedes venir, por favor? La nena se ha encerrado en el baño y no quiere abrir la puerta. ¿Qué le pasa? No lo sé. Dice que le ha bajado la regla. Pobre. ¡Pero cómo le va a bajar la regla, si tiene siete años! No te pongas nerviosa, seguro que hay una solución. No estoy nerviosa, sólo estoy harta. ¡Me tienen harta! ¡Me tienen harta! 26


LA ESCENA SE QUEDA VACÍA. EL AJEDREZ ELECTRÓNICO REPITE “JAQUE” INCANSABLEMENTE.

Nota a pie de página: Le debo a David Mamet la historia del descapotable y el reloj. El carácter de los personajes, el tipo de relación que los une (o los separa), la narración y el lenguaje son de mi propia cosecha. La anécdota es suya. Justo es decirlo. a Rodrigo García.

la cañada, agosto 96

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