Revista de Prensa
La ciudad como aventura iniciรกtica Jordi Borja
(Seleccionado de la revista Ciudad Sostenible)
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JORDI BORJA Director del Programa Gestión de la Ciudad, Universidad Oberta de Catalunya Exteniente de Alcalde del Ayuntamiento de Barcelona Autor de “La ciudad conquistada” (Alianza Editorial, 2005).
l ciudadano es el que se ha apropiado de la ciudad desde su infancia, la ciudad es la aventura inicial llena de posibilidades que ofrece a los hombres y mujeres la forma y razón a sus sentimientos. Es también participar más o menos conscientemente en un proceso colectivo, en la gesta conjunta y cotidiana de la construcción de la ciudad como lugar de convivencia y en la lucha permanente contra las tendencias disgregadas y destructoras, el ámbito del combate por defender y construir las entidades y los derechos que nos hacen libres e iguales”. Este párrafo lo escribí hace 20 años. Corresponde a las primeras palabras de un texto que me solicitaron los organizadores del primer Congreso Internacional de la Ciudad Educadora (publicado por el Ayuntamiento de Barcelona, 1990). Hoy lo suscribo y creo que con algunos matices se aplica a la temática de la publicación a la que va destinada este breve artículo. La ciudad actual tiende a anular la iniciativa y la autonomía de los niños y de los adolescentes. Estos viven casi siempre bajo la mirada de los padres, maestros y otros controladores adultos. Es decir, viven inhibidos por el adultoenemigo, o bien con la mirada pendiente de la televisión o de los juegos informáticos que generan una adicción pasiva a la irrealidad. Cabe decir que la ciudad actual no facilita ni autonomía ni iniciativa. La educación ciudadana supone una acción de conquista sobre un mundo desconocido, afrontar lo desconocido, el
miedo y el riesgo, vencerlos, entrar progresivamente en territorios nuevos, observar y aprender las pautas que rigen estos territorios (que no están necesariamente escritas en ningún manual) y atreverse a transgredirlas. Solamente se asumirán progresivamente pautas y normas reguladoras de la convivencia si se ha afrontado alguna vez al reto de la transgresión y se ha asumido la existencia de la sanción moral o social o simplemente de la represión institucional. Pero ciertamente nuestras ciudades ofrecen pocas oportunidades a la aventura. De la misma manera que un exceso de desorden provoca reacciones sociales y políticas autoritarias, un exceso de orden genera violencia reactiva al entorno pues se han eliminado los espacios y los tiempos que permiten practicar transgresiones más inocuas. Nuestras ciudades nos imponen un orden pobre, excluyente, tecnocrático y frígido. Este orden ya está presente en las áreas centrales y en muchos barrios populares de la ciudad compacta, como Madrid o Barcelona. Se despilfarra la riqueza del espacio ciudadano de ofrecer estímulos a su conquista. La circulación ha empobrecido los espacios públicos, la voracidad constructora ha eliminado los territorios de nadie, El afán normativista ha multiplicado las reglas represoras muchas veces absurdas, como las “ordenanzas de civismo”, que siguiendo el mal ejemplo de Barcelona empiezan a ser reproducidos por otros municipios españoles. Unas ordenanzas aprobadas por un gobierno supuestamente de izquier-
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da y que criminalizan colectivos sociales enteros y pretenden “higienizar” el espacio público. Una normas propias de la extrema derecha, que huelen más a prefascismo que a democracia. No todo en la ciudad es compacto. En la región metropolitana de Madrid y Barcelona, en el último cuarto del siglo XX, la población se mantuvo estable, el suelo urbanizado se multiplicó por dos, no siempre hubo un exceso de normas, también en ciertos casos hay un déficit normativo. Faltan unas normas que afectarían a los beneficiarios del caos urbano y de la burbuja inmobiliaria. La mitad del suelo urbanizado y urbanizable fue adquirido en las últimas dos décadas del pasado siglo por entidades financieras. La extensión continuada de la vialidad promovida por las Administraciones públicas ha generado cuantiosas plusvalías y la permisividad y la corrupción administrativas han permitido el supercrecimiento de la burbuja especulativa inmobiliaria que ahora ha explotado. ¿Tan difícil es imponer con criterio general el crecimiento continuo y cuando convenga con argumentos con la densidad de la ciudad compacta? ¿Las plusvalías generadas por el desarrollo urbano no tendrían que ir al Erario público y no a los propietarios expectantes, es decir especuladores? ¿La normativa no tendría
No se trata de adaptar a los jóvenes a la ciudad existente sino estimularles para que luchen por cambiarla que imponer la mixtura social y funcional, la calidad de los espacios públicos, la proximidad de la centralidad?.¿No se deberían vincular las operaciones de vivienda a una cuota de por lo menos 50% de vivienda social y protegida a cargo de los promotores? He visto dibujos de niños de diversas grandes ciudades que habían vivido en barrios degradados en la ciudad compacta y ahora viven en urbanizaciones periféricas de bloques y torres aisladas. Pedidles que os dibujen su barrio anterior. Estos estarán llenos de gente, de animación, los niños juegan y hay perros por la calle, transporte público, etc. En los barrios actualmente sólo pueden dibujar el cemento y algunas personas tan aisladas como las torres. Este panorama no es todavía el dominante en muchas ciudades pero sí en sus periferias. Y si no cambian las dinámicas actuales lo será en todas partes. Si se quiere convertir a los adolescentes de
estos barrios en tribus violentas, éste es el camino. Regresemos a casa. Si la ciudad hoy no es la aventura iniciática ¿qué podemos hacer? No comenzar por el final. El problema es la educación de los hombres y mujeres, el problema es la ciudad y la gestión realizada que se hace, y por lo tanto los jóvenes deben educarse confrontándose con la ciudad actual. No se trata de adaptarlos a la ciudad existente sino estimularles para que luchen por cambiarla. Reconocer el derecho a la ciudad y a la ciudadanía será un buen comienzo para la educación ciudadana, lo cual significa capacidad para exigir que las políticas públicas se hagan reales. La democracia no es sólo representación y derechos formales, es también un conjunto de políticas públicas que hagan efectivos los derechos teóricos (a la vivienda y al medio ambiente, a la movilidad y a la centralidad, a la formación continuada y al salario ciudadano, etc.). Por lo tanto, en las cuestiones urbanas sólo vale una formación crítica sobre la ciudad existente. ¿Quién lo tiene que hacer? Primero cabe saber qué hay que enseñar y cómo. Entender el derecho a la ciudad hoy y por tanto saber que si no se cumple es por la especulación inmobiliaria, por los exorbitantes derechos de la propiedad privada del suelo, por la complicidad de las administraciones públicas. Hay que entender el derecho a la calidad del espacio público, a la gestión democrática y participativa del mismo, valorar como positivas muchas de las iniciativas procedentes de algunos movimientos sociales que ocupan y gestionan espacios y equipamientos con vocación pública. También se trata de gestionar la movilidad de otra
forma, con prioridad al transporte colectivo público, a los medios menos despilfarradores (a pie, en bicicleta) o al “ferro” como dicen los italianos (tranvía, metro, tren), lo cual debe vincularse a las formas deseables de desarrollo urbano. El vehículo privado, los procesos de urbanización extensivos, la progresiva privatización de los muchos espacios de naturaleza pública, el derecho a vivir en zonas accesibles, visibles, dotadas de elementos de centralidad, quiere decir un urbanismo que se enfrente con la segregación, que promueva zonas donde convivan poblaciones diferentes, combatir la tendencia a crear barrios cerrados que hoy se dan en gran parte del mundo. No sería una mala idea orientar la necesidad de transgresión que tienen los adolescentes y los jóvenes en esta dirección crítica, y al final del todo se pueden experimentar propuestas alternativas sobre la circulación, el mantenimiento de un buen medio ambiente, el diseño de espacios públicos, etc., como han realizado algunas escuelas, ayuntamientos y organizaciones sociales. Si se trata de promover la “buena educación” una “buena manera” puede ser denunciar la “la mala educación” de los adultos y de las instituciones. Mejoremos la circulación, suprimamos los coches oficiales, que circulan como quieren y estacionan sin mirar. Un elemento simbólico muy educador es suprimir privilegios. Mejoremos la limpieza de la ciudad, tratemos a los barrios populares como se trata a los barrios “acomodados”. Ahorremos la energía, empecemos por los grandes edificios públicos y privados que han optado por vivir en climas artificiales permanentes, malversadores
inútiles de recursos (mi universidad incluida). Evidentemente hay que educar por la convivencia. Denunciemos el atentado a derechos humanos básicos que contienen muchas ordenanzas cívicas municipales. En nombre de la convivencia y de los derechos de los “buenos ciudadanos que no quieren ver lo que les puede desagradar” criminalizan una amalgama estrambótica de grafiteros, inmigrantes, top manta, prostitutas, patinadores, jóvenes ruidosos, músicos, gente que duerme, bebe o come en la calle, pobres que piden limosna, limpiadores de parabrisas, etc. Comencemos pues por denunciar y “educar” mediante el rechazo a los gobernantes que votaron unas ordenanzas que dan vergüenza. Me piden los responsables de la revista, que explique quien ha de educar en los derechos de la ciudad. En todo caso los adultos controladores no, los padres miedosos tampoco, los administradores públicos perseguidores menos, los maestros y profesores que apuesten por la libertad y la actitud crítica de los niños y jóvenes quizás, los activistas ciudadanos sin duda. Los niños necesitan salir del ámbito ocupado por la mirada de los adultos. Ahora los hemos convertido en pequeños animalitos domésticos, siempre en espacios cerrados y especializados. Los adoles-
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Los niños y adolescentes deben ser estimulados en todo caso para lanzarse a la conquista de la calle, del barrio, de la ciudad entera centes en muchos casos parecen niños retardados, a veces mimados, siempre vigilados o que convierte su lógica rebelión en rabia sin sentido ni objetivo. Los vemos como gente inmadura y conflictiva que los adultos deben soportar o reprimir. Démosles a todos facilidades para poder moverse en la ciudad. Los niños y adolescentes deben ser estimulados en todo caso para lanzarse a la conquista de la calle, del barrio, de la ciudad entera. Su fuerza crítica y su afán de vivir y de aventura les llevará adelante, aprenderán a protegerse pues es el miedo y la rabia lo que les hace violentos. Seamos capaces de que nos escuchen si les pedimos que nos hagan propuestas. Los jóvenes que hagan de jóvenes y los adultos de hoy que no se hagan viejos antes de tiempo. Son ellos, los adultos, los que más necesitan educarse sobre los derechos en la ciudad.
Nota de autor: quiero hacer constar que el contenido del artículo es exclusivamente responsabilidad mía. El centro por la sostenibilidad de la UPC y las personas que allí trabajan son inocentes.