EL ROL DE LA MOTIVACIÓN EN EL DESEMPEÑO DOCENTE Autor: Luis Marcelo Valerga
Ejercer la docencia de modo responsable implica un esfuerzo constante por realizar una tarea de excelencia. Por ello, quienes se sumergen en la tarea de adquirir las herramientas necesarias para lograr tal objetivo, se encuentran con diversas propuestas metodológicas y conceptuales provenientes de distintas disciplinas y campos del saber. Son muchas las ramas del conocimiento que aportan, a su vez, diversos niveles de análisis y que contribuyen a nombrar y delimitar un aspecto de esa realidad, tan compleja, que se pone en juego cuando se produce una situación de enseñanza-aprendizaje. Digo situación, y no proceso, ya que me propongo explorar una variable que, si bien resulta esencial a la hora de ejercer la práctica docente, no es estrictamente parte del mecanismo cognitivo del aprendizaje, sino un factor adyacente, y de suma importancia, para que las condiciones del proceso se lleven a cabo de una manera eficaz. Este factor es la motivación. Se entiende por motivación a aquella disposición anímica, caracterizada por cierto grado de tensión, que funciona como estímulo para desarrollar una conducta dirigida hacia un fin.
Se dejará de lado el análisis de los diferentes tipos de motivaciones, definidos por los estudiosos del tema, para centrar nuestra atención en la motivación entendida simplemente como “tener ganas de” participar en un proceso de enseñanza-aprendizaje, independientemente del rol que se ocupe en dicho proceso (Sea como docente, alumno, oyente etc.). Ahora bien: ¿Qué pasa cuando el alumno no tiene ganas de aprender? ¿Qué pasa cuando el profesor no se siente motivado a enseñar? ¿Qué relación existe entre el grado de motivación del alumno por aprender y el del profesor por enseñar? Estas son las preguntas que guiarán este ensayo a los fines recorrer algunos vectores posibles para pensar esa terrible experiencia que siente un docente frente a un grupo desmotivado y también para pensar esa otra terrible experiencia que siente un alumno cuando percibe que el docente no tiene motivaciones para enseñar. El punto de partida será entonces el análisis de la vivencia subjetiva del vínculo docente-alumno. Cuando más arriba planteaba hablar de situación y no de proceso, me refería a que no se tratará de analizar si la motivación influye o no en el aprendizaje. Partiremos dando por sentado que un estado de motivación positiva tanto en el docente como el alumno maximiza las condiciones para que el proceso cognitivo de enseñanza aprendizaje se desarrolle de manera eficaz. Y en el mismo sentido se da por sentado que un estado motivacional negativo en uno o ambos polos de dicho vínculo funcionará como obstáculo para que dicho proceso sea exitoso.
Hecha esta salvedad nos centraremos en la pregunta ¿Cómo podemos pensar la motivación en el vínculo docente-alumno? En este punto cabe destacar que la situación de enseñanza-aprendizaje está compuesta por dos tipos de actores (docente-alumno) cuyo vínculo se haya determinado por una tarea compartida que difiere en los fines, siendo el objetivo principal del alumno el aprender y el objetivo principal del docente el de enseñar. Esta estructura se haya contenida en un marco institucional que determina a priori el sentido de dichas acciones (Diremos “La escuela” sin entrar en los detalles históricos del surgimiento de dicha institución, solamente puntuando que lo que ha cambiado es el contexto social más amplio en donde la escuela debe re-pensarse) Nos conformaremos con situar que los personajes, los roles, la tarea y el escenario se encuentran significados a priori, en primer lugar, por su sentido histórico, pero también por la lectura que hace de ellos quien ocupa dichos espacios desde una mirada actual. Es decir que el significado de los roles no viene determinado únicamente por el recorrido histórico, sino también por la manera en que cada actor “vivencia”, desde su realidad particular, esa estructura relacional. Es decir que un sujeto que se constituye en determinado tipo de prácticas sociales, que les dan sentido a sus intercambios con los otros, puede vivenciar (y con justa razón), por ejemplo, sentirse atado, encerrado y/o presionado frente a una situación de enseñanza aprendizaje. O puede sentir que ese otro docente no posee nada valorable para transmitir (y también puede ser que tenga razón).
Desde el polo del docente, la desmotivación podría surgir a partir de sentimientos de que su práctica es estéril, que la injusticia del mundo se perpetúa más allá de su esfuerzo, lo cual podría verse reforzado mutuamente por el vínculo con un grupo desmotivado. Quiero decir que la desmotivación tal vez existió siempre, pero a su vez, siempre es “nueva”, por lo tanto, hay que escapar a la ilusión de que existen “recetas para motivar”. Por supuesto que siempre van a existir principios generales que sirvan para una amplia gama de situaciones, como por ejemplo el concepto de motivación multisensorial, que propone utilizar todos los sentidos en la experiencia dentro del aula. Estos son conocimientos generales, que pueden ser de utilidad, pero que evaden, en cierta manera, el análisis del caso particular. Existe un contexto particular, existe la sociedad de la información, existe la crisis de la institución escolar, existen las características de la pos-modernidad, existe una crisis de valores, existe una diversidad en conflicto, pero en todos los casos el desafío es el mismo: ¿Cómo generar ese estado emocional que llamamos motivación? Solamente partiendo de esa pregunta podremos interrogarnos en cada caso particular, sobre cómo se puede estimular la motivación en sujetos concretos, apuntando a la construcción de trayectorias personalizadas, como diría Cesar Coll. Para ello debemos realizar un gran esfuerzo por comprender la manera de vivenciar el vínculo que tienen los alumnos, sin intentar que ellos sean los que deben
adaptarse al molde (Alumno deseado), sino aceptar a ese alumno real, en su complejidad, y que este sea el punto motivacional para el docente, partiendo de la pregunta ¿Cómo genero motivación en éste grupo, con estos alumnos? Aquí será de principal importancia contribuir al momento evolutivo-maduracional del alumno, fortaleciendo su autoestima e incentivando su desarrollo en la medida de sus posibilidades. Considero que gran parte de la desmotivación tanto en docentes como en alumnos radica en un sentimiento de improductividad de la tarea que es atribuida al otro polo del vínculo o si se quiere al sistema entero. Alumnos se quejan de los docentes, docentes se quejan de los alumnos, el vínculo se torna agresivo, de menosprecio del otro, vivenciando que se es víctima fatal de una realidad que nos excede, que nada podemos hacer, y que todo irá mal de todos modos. Este estado de desesperanza es, a mi juicio, el factor que impide en gran parte y en la actualidad, el desarrollo de la motivación de aprender, y de enseñar. Por ello, el rol de la motivación en el desempeño docente es ante todo la ejercitación constante de la esperanza, la confianza en que los desafíos pueden ser superados, que existe una realidad mejor para nosotros y los que vendrán, y que la experiencia de intercambio pueda ser significada como esperanzadora. Sin este componente, corremos el riesgo de convertir la escuela en un lugar de esparcimiento, y se confunde la motivación con el simple entretenimiento. En este sentido el uso de las TIC debe ser claramente un medio para un fin y no un fin en sí mismo.
El compromiso docente debe coincidir con su propia motivación, basada principalmente en la certeza de que su trabajo contribuye a nutrir a esos sujetos alumnos, sean como sean, aún en la distancia con el alumno soñado, aún bajo la lucha contra su propia desmotivación, es justo ahí donde surge el compromiso ético por la labor que eligió. El lugar de alumno comienza siendo caracterizado por su obligatoriedad, (digamos un aspecto poco motivacional). La tarea es contribuir para la evolución de esa significación negativa que impide que ese intercambio pueda ser vivenciado como algo enriquecedor. En conclusión, será tarea del docente, mostrar con sus propios actos, que es capaz de adecuarse a las necesidades de significación relacional que tienen sus alumnos y generar en esa interacción algo del orden de lo transformador. Para ello deberá ser creativo, y audaz. Si esto es posible, estaremos más cerca de crear las mejores condiciones para que el aprendizaje sea doblemente “significativo”. Como vivencia cognitiva pero también como vivencia relacional con otro ser humano.