Las distintas caras de la esperanza
editorial Sra. Ministra LĂdice Larrea.
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CRÉDITOS DETRÁS DE LA ESPERANZA
Editorial Ministra Lídice Larrea
Fotografía Eduardo Naranjo
Textos Pablo Torres Lizeth Briceño
Diseño Marco Andrés Chiriboga
CONTENIDOS
LO QUE SE GANÓ DESPUÉS DEL TERREMOTO
12 CAPÍTULO I La i nocenci a
30 CAPÍTULO II Lo s s u eñ os
17 Afectados en el terremoto
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21 Afectados en el terremoto
48 Afectados en el terremoto
en el terremoto 35 Afectados Su vida pasada, cómo les afectó
en el terremoto 55 Afectados Su vida pasada, cómo les afectó
el terremoto, su vida actual, sus esperanzas.
el terremoto, su vida actual, sus esperanzas.
Su vida pasada, cómo les afectó el terremoto, su vida actual, sus esperanzas.
Su vida pasada, cómo les afectó el terremoto, su vida actual, sus esperanzas.
Ministerio de Inclusaión Social
Afectados en el terremoto Su vida pasada, cómo les afectó el terremoto, su vida actual, sus esperanzas.
Su vida pasada, cómo les afectó el terremoto, su vida actual, sus esperanzas.
www.mies.com.ec
48 CAPÍTULO III L a dignidad
70 CAPÍTULO IV La sabi durí a
86 CAPÍTULO V La s olid a r id a d
17 Afectados en el terremoto
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21 Afectados en el terremoto
48 Afectados en el terremoto
48 Afectados en el terremoto
en el terremoto 35 Afectados Su vida pasada, cómo les afectó
en el terremoto 55 Afectados Su vida pasada, cómo les afectó
en el terremoto 55 Afectados Su vida pasada, cómo les afectó
el terremoto, su vida actual, sus esperanzas.
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Afectados en el terremoto Su vida pasada, cómo les afectó el terremoto, su vida actual, sus esperanzas.
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Información Ministerio de Inclusión Social
022-345-567
Unas horas después de las 19:00 del 16 de abril de 2016, todos los funcionarios del Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES) se activaron para atender a los damnificados por el terremoto que afectó a la población de Manabí y Esmeraldas. Tenían entrenamiento previo y voluntad por ayudar; se pusieron en marcha, aun dejando lejos a sus familias y sin saber de ellos los primeros días. Organizaron la ayuda que empezaba a llegar, escucharon a quienes habían perdido hijos, madres, padres... ayudaron en la cocina, a mantener el orden y la calma. Luego, organizaron los albergues temporales donde vivirían las 2 427 familias en Manabí y Esmeraldas: un total de 10 457 seres humanos que lo perdieron todo. Hubo personas damnificadas que no estuvieron en los albergues; para ellos, el MIES también desarrolló diferentes programas que se adecuaban a las necesidades de los afectados.
FA M I L I A S
18.168 3.095 fueron beneficiarias del bono de acogida, que sirvió para los gastos de su manutención, en las casas donde vivieron durante seis meses.
fueron beneficiarias del bono de alquiler, que sirvió para pagar el arriendo de los damnificados durante seis meses.
20.439 21.474 se beneficiaron del bono de alimentación rural.
fueron beneficiarias del bono de alimentación, que sirvió para garantizar su comida durante tres meses.
$ EN TOTAL
USD 44`456.294.27 fue el presupuesto que el MIES destinó para atender a la población damnificada por el terremoto del 16 de abril en albergues y entrega de los Bonos de Acogida, Alquiler y Alimentación.
CAPÍTULO I
LA INOCENCIA
Muchos menores de edad estuvieron entre los damnificados y fue uno de los grupos que mayor atención recibió por su condición de vulnerabilidad. Para las edades de 0 a 3 años se activaron 269 Educadoras de Desarrollo Infantil, Centros Infantiles del Buen Vivir (CIBV) y la modalidad Creciendo con Nuestros Hijos (CNH), que cumplieron sus funciones en espacios amigables para los niños. A ellos se dio atención en albergues, cuidado, estimulación, salud y nutrición. Para las edades de entre 5 y 13 años y jóvenes de 14 a 18 años, se estableció el programa “El Retorno de la Alegría”, que incluía asistencia social y recuperación del vínculo individual, familiar y comunitario. Se ejecutaron mecanismos de prevención de vulneración de derechos y atención especializada para garantizar que no exista violencia de género. Los menores de edad que quedaron en estado de orfandad fueron reubicados con un familiar que pudiera garantizar su bienestar económico y emocional, para que retomen su vida.
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CORAIMA Y LUIS CRUZ Segundos después del primer temblor, mi mamá tomó en sus manos a mi hermano de 2 meses y 26 días, a mi hermana de 9 años y a mí, que en aquel entonces tenía 8. Nos dijo que la sujetáramos del brazo y la siguiéramos. Llamó a mi papá para pedirle que vuelva pronto porque estábamos asustadas. De repente, el piso comenzó a moverse fuertemente y me solté de ella porque no tuve más fuerza para sostenerme. El techo cayó sobre mí pero no me aplastó por un pilar cruzado que sostuvo la losa y salvó mi vida. Estuve atrapada entre los escombros por dos horas, sin poder moverme. Luis, mi papá, fue el héroe de esta historia. Ese día no estuvo con nosotras porque fue a Jama a vender limones y el terremoto lo sorprendió en la carretera. Mi papá dice que cuando llegó a la casa encontró solo los escombros e intentó subir por las escaleras que habían quedado de pie, pero que se desmoronaban con cada pisada. Gritaba para saber dónde estábamos y por un momento pensó lo peor; yo lo escuchaba pero no podía responder. Así pasó bastante tiempo. Al fin pude gritar: “Papi, ayúdame; no me dejes morir, sácame de aquí”. Mi voz le llenó de esperanza pero debía
pensar cómo sacarme de ahí. Para rescatarme corrió a una fábrica que había cerca de nuestra casa y tomó dos gatas industriales para levantar la losa que estaba encima. Tuvo la ayuda de algunos vecinos solidarios. Ahora solo somos mi papá y yo. Vivimos en la casa de mis abuelos y ellos me cuidan cuando él sale a trabajar. Mi papá tiene un nuevo trabajo: ayuda a las personas de tercera edad en el albergue El Divino Niño, en Pedernales. Este año ha sido muy duro, ha sido muy difícil entender que mi mamá y mis hermanos ya no están. Sin embargo, ahora tenemos amigos que se preocupan por nosotros, como los psicólogos del MIES que nos han dado apoyo para continuar. Me gusta andar en bicicleta, cantar, jugar en la tablet, ver películas y jugar a la pelota con mis primos; pero más me gusta pasar el tiempo junto a mi papá, porque vamos a comer helados y pasear por la playa. Mi papá dice que me parezco mucho a mi mamá, Moraima, porque tengo mucho carácter para decir lo que pienso y nunca digo “no puedo”. Soy una guerrera.
JUAN DAVID CHÓEZ y Viviana Benitez.
Una de mis pasiones es jugar pelota y ahora soy uno de los goleadores de mi equipo. También me gusta jugar tenis y gané un campeonato por el que me dieron una copa y una medalla que guardo en mi cuarto. Son mis tesoros. Soy Juan David y tengo 11 años. Desde muy pequeño uso una prótesis en mi pierna derecha. Por un largo tiempo sufrí porque mis compañeros de la escuela me molestaban y me ponían apodos por mi condición. Me escondía en el baño porque me sentía inseguro. A veces quería dejar de estudiar porque me afectaba ser diferente. El terremoto fue una experiencia muy dura que cambió mi vida. La casa en la que vivíamos ya no existe y mi mamá, mis tres hermanos y yo, tuvimos que ubicarnos en un albergue. Solo teníamos una carpa que era muy diferente a nuestra casa. Fue un poco difícil adaptarme, pero al mismo tiempo la gente que conocimos ahí era muy amable y unida. Yo me llevaba con todos e hice nuevos amigos. Además, no me faltaba nada: la comida era muy rica, había doctores y cuando me sentía mal podía hablar con psicólogos que me hicieron entender que era igual a los demás y que mi sueño de ser
policía cuando sea grande, era posible. Me sentía cómodo y jugaba con todos los niños, pero tenía un fuerte dolor de espada porque la prótesis que usaba estaba chiquita y tenía que andar con muletas. Algunas veces me caí. Al poco tiempo de estar ahí, me llevaron a Quito para operarme y después de cuatro días regresé con una nueva prótesis. En el campamento me daban los medicamentos que necesitaba y los doctores se preocupaban de revisar que todo estuviera bien con la operación. Mi vida ya no es la misma. Voy a la escuela Norma Guerrero donde tengo cinco amigos, uno de ellos es Fabián y otro es Rommel; son los más cercanos a mí. Mis compañeros me ayudaban a llevar mi mochila después de mi operación, eran solidarios. Mis calificaciones mejoraron mucho y ahora me gusta ir a la escuela y lucho por cumplir mi anhelo de un día portar una placa. En mis tiempos libres juego pelota en la nueva cancha que está sobre el albergue que cerraron. Muchas personas que conocí en el campamento se acuerdan de mí, me traen juguetes, comida y siempre me tienen presente.
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TAMARA PÉREZ
José Marín y Gloria Vélez. Después del terremoto nada fue igual. Ahora sé que debo sacar adelante a mis hermanos, porque para ellos estudiar es difícil: una tiene síndrome de Down y el otro vive en Venezuela. En un inicio tuvimos que soportar batallas legales para saber con quién íbamos a vivir. Un familiar cercano reclamó nuestra custodia para disponer de una pensión que mi hermana y yo tenemos derecho. Tuvimos mucha suerte porque Angélica, la trabajadora social del MIES, se dio cuenta a tiempo de lo que sucedía y logró ubicarnos en un hogar donde nos aman. Ahora vivimos con mi tía Gloria y su esposo José. Son buenas personas y por eso me siento cómoda y feliz. Ellos tenían una casa de tres pisos que se derrumbó. Nuestro nuevo hogar es de una planta. Ahí paso con mi nueva familia, juego pelota con mis primos y vecinos, arreglo mi cama, lavo los platos y mi ropa. Me gusta ir al colegio, ya estoy en tercero de
bachillerato. Mi tío dice que soy aplicada y es cierto porque a mí me gusta estudiar. Cuando me gradúe, quiero ser abogada para ayudar a las personas, como mi papá, que murió junto a mi mamá en el terremoto. Mi tía me enseña a cocinar, aunque todavía no me salen bien las recetas, pero también me gustaría ser chef. Mi tío José es obrero y trabaja en lo que puede. Por suerte, nunca nos ha faltado qué comer porque él sabe cómo ganarse la vida. Mis tíos están felices de que esté en su casa porque dicen que soy sencilla, tranquila y cariñosa, que me he acoplado a la vida que tengo ahora. Valoro mucho los consejos de mis tíos que me dicen que anteponga mis estudios y que ya tendré tiempo para el amor. Estoy feliz porque pronto mi hermana podrá estudiar. Las heridas van sanando, aunque no es fácil. Ahora me da miedo el mar, pero me gusta caminar por la playa porque me recuerda cuando mis padres me llevaban a pasear.
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ÁNGELO MOREIRA A veces uno piensa que nada peor puede suceder hasta que pasa algo realmente malo. Sientes que no puedes más, que quieres botar la toalla. En esos momentos debes acordarte por qué empezaste y nunca te debes dar por vencido. Siempre habrá una salida, siempre viene algo mejor. Después del 16 de abril, empecé de cero. Ahora tengo una nueva vida. Mi tía, su esposo y mi primo me acogieron. Tuve la suerte de que mi mamá y mi tía eran muy unidas. Siempre íbamos a su casa a pasar el rato; incluso en las vacaciones yo vivía un tiempo con ellos. Por eso no me costó mucho adaptarme a mi nuevo hogar. Mi tía dice a sus amigas que ahora tiene dos hijos y siempre me apoya en todo lo que puede. El terremoto me quitó a mi mamá, Yesenia María Luisa, a mi hermanita de 8 años, a mi hermana embarazada y a mi cuñado: de mi familia, solo yo sobreviví. Tengo 17 años y hace unos pocos meses me gradué del colegio. Estoy esperando los resultados de los exámenes de la universidad porque quiero estudiar ingeniería eléctrica
o ingeniería mecánica naval. Desde que soy pequeño he sido muy curioso y no me ha gustado ser “quedado” o permanecer con la duda. Aprendí electricidad por mi cuenta, viendo tutoriales o preguntando a la gente. Tengo mis “cachuelitos” arreglando instalaciones eléctricas y haciendo mantenimientos eléctricos. La gente confía en mí porque soy responsable. Me gusta la música y escribo letras de canciones. Con un amigo grabamos unas pistas en Manta. Homenaje es una canción que le hice a mi mamá. Recuperarme ha sido difícil, pero tuve el apoyo de una trabajadora social del MIES, Angélica, que ahora es una persona importante en mi vida y me impulsó con sus consejos; además, recibí terapia psicológica que me ayudó a entender lo que pasó y a encontrar la felicidad según las circunstancias. Ahora soy feliz a mi manera. El motor que me impulsa es el recuerdo de mi mamá; ella siempre creyó en mí para que salga adelante. Aún mantengo mis sueños y en 5 años me gustaría ser un profesional, como a ella le hubiera gustado verme.
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CAPÍTULO II
LOS SUEÑOS
Los jóvenes son un sector crucial para el trabajo social, ya que atraviesan por etapas de adaptación, que muchas veces pueden derivar en crisis en los estados de ánimo que hay que apaciguar y encaminar de un modo creativo. Para los jóvenes de entre 18 y 29 años, el MIES desarrolló 33 festivales solidarios, a los que asistieron 19 800 participantes a nivel nacional. En Portoviejo, se realizó el Festival Nacional Solidario Agosto Joven, para entregar simbólicamente las donaciones recaudadas en todo el país. Los jóvenes contaron con el apoyo del Protocolo de Atención a Jóvenes en albergues, que es una herramienta técnica para el desarrollo de sus capacidades. El MIES y el IEPS levantaron información sobre la situación laboral y se realizaron capacitaciones de las habilidades técnicas para generar emprendimientos juveniles. A este grupo se brindó protección especial, que establece protocolos de atención en casos de vulneración de derechos y violencia de género.
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JORGE BRAVO PÁRRAGA y Galo Andrés Bravo. Dentro de estas cuatro paredes no hay discriminación. Es suficiente con lo que mi hijo Galito y yo hemos sufrido por ella. Galito tiene síndrome de Down y yo soy VIH positivo, por eso nos han hecho a un lado hasta nuestros familiares. Tanto así, que antes vivíamos en una habitación de 2x2 metros, que mi familia nos prestaba y no nos dejaban repararla para que no entren los ratones. El terremoto me cambió la vida porque en el albergue conocí a buenas personas, como la gente del MIES que siempre estuvo para ayudarnos, al igual que el personal del Ejército y el de la Policía. Mi estancia en el campamento fue compleja por mi enfermedad, porque a pesar de que recibía mi medicación y tuve buenos cuidados médicos, sufrí una recaída y llegué a código 8, es decir a la etapa terminal. Llegué a pesar 97 libras, pero todos quienes trabajaban ahí hicieron lo que estuvo en sus manos para darme mejores condiciones de vida. Por mi condición, nadie me da trabajo, por eso me puse a reciclar para ganarme la vida y así sacar a mi niño adelante. Siempre he bromeado diciendo que una casa sin televisor
no es casa, pero la verdad es que una casa sin hijo no es casa. Por él hago todos los sacrificios, como cuando ahorré muy duro para comprarle una laptop para que haga sus tareas. Galito va al grupo Semilla y hace poco me dijeron que pasará del séptimo al décimo grado directamente. Vale la pena el esfuerzo porque su felicidad lo paga todo, él y Dios son mi alegría. Somos felices cuando estamos los dos juntos. Para divertirnos nos gusta salir en la moto a dar vueltas por la ciudad y por la playa, también nos gusta bañar al perrito. Él disfruta de tocar el piano. Por medio de la gestión del MIES, logramos tener nuestro primer techo propio, y a pesar de que el albergue ya se cerró y lo extrañamos, el 24 de diciembre el personal que conocimos ahí nos visitó. Trajeron una canasta con víveres y una torta para festejar el cumpleaños de Galito, algo que mi familia nunca hizo. El terremoto afectó a muchísima gente, pero después de todo mi vida dio un giro positivo porque mi hijo y yo conocimos un gesto que la gente nunca antes había tenido con nosotros: su sonrisa.
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YADIRA OLÍAS CAGUA Me encanta pensar en el futuro, en tres años quisiera estar en Egipto, por eso estoy aprendiendo árabe, ya sé decir ¿cómo estás?, buenos días y buenas noches. Los idiomas me atraen mucho, quiero aprender inglés, portugués y alemán. Voy al infocentro del albergue para escuchar las clases de alemán que hay en las redes sociales, aunque a mí me gusta más usar el celular. Apliqué para ingresar a la universidad, pero todavía no me han dado los resultados. En mis tiempos libres hago teatro y bailo. Participé en el concurso de reina de Pedernales, una amiga me incentivó a participar. Me escogieron entre las finalistas, pero no gané. En un inicio no sabía si participar porque no tenía la vestimenta necesaria. La gente del MIES me ayudó a alquilar el vestido de gala. El único recuerdo físico que tengo
de esa experiencia es el vestido coctel, ese sí lo pude comprar. Si ganaba, quería apoyar a la gente del albergue, especialmente a las personas con discapacidad y a los ancianos. También, me hubiera gustado ayudar a reactivar el turismo en Pedernales. Mi casa después del terremoto no se cayó, pero la casa de la dueña sufrió muchos daños, entonces nos pidió que desocupemos y nos quedamos sin tener dónde vivir. No conocía a ninguno de mis vecinos del barrio, tanto así que cuando llegué al albergue no me llevaba con ninguna persona,. Después de un año me he encariñado con todos, es como si fuéramos una sola familia. Dentro del albergue nos llevamos bien y no nos falta nada. Por eso me gusta la idea de que vivamos todos juntos en las nuevas casas que el MIES está gestionando que nos den.
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YOSELÍN GÓMEZ Me gusta cocinar, me encanta el olor de la comida cuando se prepara: el aroma de la cebolla y del ajo en la paila, sentir la textura del verde entre las manos, el sabor de la natilla recién hecha. Aunque creo que nací para otras cosas. Me llama la atención lo que hacen los policías, que cuidan a las personas en las calles; y los periodistas, que salen a investigar y a preguntar. Me encanta caminar, y quizás por eso me gustan esas dos profesiones. Lo de la cocina es un trabajo temporal, el MIES nos contrató a mí y a un grupo de señoras para preparar las comidas de los albergados. Los primeros días fueron muy sacrificados porque debía levantarme a las 03:00 para preparar el desayuno. No parábamos nunca porque luego venían el almuerzo y la merienda. Ahora, como muchos han salido del albergue, entonces ya
no es necesario madrugar. Lo que más les gusta son el viche de pescado, el ceviche, el arroz colorado con pollo o con calamar. Durante los primeros días me sentía encerrada en el albergue, no salía mucho porque me daba miedo estar afuera, pero de todos modos no me acostumbraba a estar adentro. Había mucha gente y los ánimos estaban decaídos. Era muy duro para mí, a pesar de que en el campamento vivo con mi bisabuela y mi tío. La experiencia en general ha sido interesante. Al inicio yo no quería hablar con nadie porque me quedé asustada después del terremoto. Recibí ayuda psicológica. Hacía actividades como terapia, manualidades. En total somos más de veinte jóvenes que nos llevamos bien, aunque no tengo tiempo para salir con ellos por el trabajo en la cocina. De todas maneras, cuando podemos, nos escapamos a la playa.
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EDUARDO MUENTES A los 16 días que mi esposa y mis hijas llegaron de Venezuela para radicarse en Manta, mi ciudad natal, sucedió lo inimaginable. La fuerza de la Tierra echó abajo la casa de mi papá en la que habíamos planificado vivir hasta estabilizarnos. Yo había llegado antes de Venezuela, donde nació mi esposa, para organizar que a ellas no les faltara nada. Había logrado conseguir trabajo en una barbería. Pero en un minuto todos nuestros planes se deshicieron y tuvimos que vivir en la calle durante 15 días, hasta que nos dijeron que fuéramos a los albergues. Llegamos al que estaba ubicado en el colegio Manta y nos acogieron sin problema. Nos dieron una carpa y un colchón. Dentro del albergue nos enteramos que mi esposa estaba esperando nuestro tercer hijo. La situación en un inicio fue un poco crítica y preocupante por nuestra condición. Todo se veía desolador. Con la ayuda del personal del MIES las cosas fluyeron, mi esposa tenía atención médica y psicológica y nunca le faltaron los medicamentos. Para ella el terremoto fue traumático, nunca había sentido
cómo se mueve la tierra porque en Venezuela casi no pasan estos fenómenos. Como no tenía trabajo, la gente del albergue me incentivó a cortar el pelo a las personas que vivían ahí y poco a poco me forjé una reputación. Todos venían a que les haga la barba o el pelo. Así fui ahorrando para la silla de mi barbería y cuando finalmente la pude adquirir la guardé en mi carpa, hasta que la pudiera usar. Gracias a la gestión del MIES nos dieron nuestra casa. Ahí puse mi barbería porque aún no tengo los recursos económicos para rentar un local. Sin embargo, el dinero que salía de ahí no era suficiente para mantener tres hijos, y con mi esposa ahorramos muy duro para comprar un carrito de comida, en el que ella hace arepas a partir de las 18:00. Ya le está yendo bien. Tiene una excelente sazón. Esperamos que un día estos negocios sean prósperos para que nuestros hijos tengan una educación que les permita salir adelante o hagan crecer nuestros emprendimientos.
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CAPÍTULO III
LA DIGNIDAD
Por el terremoto muchas personas lo perdieron todo. Volver a empezar era la consigna, pero el panorama se veía difícil para quienes no tenían ni siquiera un cambio de ropa. Para ellos, el MIES entregó 16 305 Créditos de Desarrollo Humano (CDH) en Manabí y Esmeraldas, por un monto total de USD 13 122 524. Del total de CDH a nivel nacional, la mitad fueron de carácter individual y la otra mitad de carácter asociativo, es decir, fueron entregados a un grupo de personas para fomentar un emprendimiento. Muchas instituciones nacionales e internacionales se unieron en favor de este sector de damnificados. Por ejemplo, la UNICEF apoyó el programa Baby Tents, destinado a crear espacios inclusivos para madres con hijos en la primera infancia. El Programa Mundial de Alimentos financió los bonos de alimentación a través de un bono no reembolsable de USD 8 100 000. Por otro lado, el Banco Interamericano de Desarrollo entregó una línea de crédito de USD 300 000 000, para cubrir las necesidades causadas por el terremoto del 16 de abril de 2016.
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ERICA BRIONES Mi casa colapsó el 16 de abril y busqué refugio en el albergue de Los Esteros 1, donde me acogieron enseguida junto a mis dos hijas. Para mí era importante estar ahí porque la seguridad estaba garantizada. Yo veía que estaban militares y policías y sabía que era un buen lugar para unas niñas pequeñas. Cuando llegamos nos sentíamos extraños, pero el tiempo hizo lo suyo y nos convertimos en una comunidad, incluso mis hijas se hicieron muy unidas con el resto de niños y disfrutaron el tiempo que estuvieron ahí.
La experiencia en el campamento fue enriquecedora porque aprendimos a vivir entre todos y a darnos la mano. Ahí hice nuevas amistades y aprendí a hacer varias cosas en los talleres que los gestores y otros funcionarios impartieron. Habían talleres de jabones, de cerámica fría, de manualidades, entre otros. Dentro del albergue nos brindaron todos los servicios, como medicina, alimentación y seguridad. Además, la infraestructura era inclusiva y no presentaba obstáculos para movilizar mi silla de ruedas.
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MARIUXI LEONES y Pablo Nájera.
Cuando sucedió el terremoto yo estaba embarazada. Vivíamos en Canoa. La casa se cayó pero mi familia se salvó. En ese entonces tenía dos hijos: una de siete años y el otro de tres.
transmitir a mis hijos, pero no fue fácil, ya que mi hija mayor fue la que resultó más afectada psicológicamente y no quería despegarse de nosotros.
Mi embarazo fue de riesgo, estaba preocupada por mis hijos, por los estragos, porque sentí desesperación por lo que iba a pasar. No quería que se me complicara el parto porque no quería dar a luz en los hospitales móviles, aunque eran buenos, yo quería estar prevenida.
En el albergue necesitaba estar distraída. Seguía los cursos de manualidades para ocupar la mente en algo. Al principio no fue fácil vivir con tanta gente, pero ahora me siento bien. Mis vecinos son buenas personas. Mis papás también están aquí. El MIES nos ayudó para que ellos tengan una carpa cerca de nosotros. Ellos nos ayudan a cuidar de mis hijos.
Sin embargo, en el albergue tuve atención médica de calidad y mi embarazo se desarrolló con normalidad. La doctora siempre estuvo pendiente de mí y la ayuda psicológica me hizo mucho bien. Con el tiempo, esa seguridad pude
Me gustaría abrir una tienda para tener ingresos económicos sin descuidar a mis hijos. Aquí no se puede hacer eso. Por el momento vivimos con el sueldo de mi esposo, que trabaja en el albergue.
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GABRIELA BLASIO
y Gabriela Rendón.
Yo siempre he dicho que un trabajo después de aprendido no es solo para hombres, una mujer también puede y sale adelante. Cuando iniciamos el proyecto Mujeres albañiles, ni nuestras familias nos creían que íbamos a poder. Mi esposo me decía: “tú, ¿en construcción?”, y se reía. Él me apostó un sueldo suyo diciendo que yo no iba a durar una semana en la obra. Cuando pasaron los días y los meses, me preguntaba: “Flaca, tú sí puedes” y yo le contestaba: “Soy Gabriela Blasio y sí puedo”. Somos 14 mujeres que decidimos capacitarnos en un curso de albañilería que se dictaba en el albergue que nos acogió y estaba dirigido solo a mujeres porque la mayor fuente de empleo, después del terremoto, fue la construcción y nosotras no podíamos acceder a esas plazas de trabajo por falta de conocimiento. Después de recibir clases intensivas, estuvimos listas para nuestro primer reto: las adecuaciones en el Centro de Reclusión Social El Rodeo, en Portoviejo, fue nuestro primer contrato y duró seis meses. Lo gestionó el personal del albergue, porque había la disposición de que los damnificados seamos incluidos en las obras que realizaba el sector estatal. Estuvimos rodeadas de 600 hombres, pero nunca nos faltaron al respeto; al contrario, nos consentían: mandaban a comprar agua o cola para apoyarnos, nos dieron buzos y gorras para que no nos quemáramos el rostro. Los primeros días fueron extremadamente
duros, queríamos tirar la toalla porque era muy sacrificado levantarse a las 05:00, dejar todo hecho en la casa; luego, aguantar el sol intenso, hacer amarras, estribos, columnas, mezclas o acostarnos en la tierra para hacer cualquier trabajo. A veces, queríamos renunciar, pero ninguna desistió. Cuando teníamos que cargar tablones o cajas, los chicos nos decían que no llevemos mucho peso o que se los dejáramos a ellos, pero éramos testarudas y acordamos que entre nosotras nos debíamos apoyar para cargar las cosas de dos en dos. Nunca dijimos que no podíamos o no queríamos para que no se rieran de nosotras. Poco a poco logramos hacer lo que nos pedían y nuestro cuerpo se adaptó al trabajo. Ahora ya no queremos aprender otro oficio porque ya sabemos hacerlo bien y no es difícil. Siempre nos molestan que tenemos pecho de hombre, piernas de hombre, que la construcción nos ha formado cuerpo de hombre y les respondemos que tenemos fuerzas porque estamos bien tonificadas. A pesar de toda la desgracia, el terremoto nos trajo nuevas oportunidades que antes ni siquiera nos hubiéramos imaginado y gracias a lo que aprendimos ahora le sacamos provecho. Ya nos conocen y nos recomiendan. Nuestras familias se volvieron solidarias con los quehaceres domésticos para que nosotras podamos trabajar, hemos aprendido a compartir responsabilidades.
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KLEVER SÁNCHEZ Yo vivía con mis hijos en Santa Clara, en una casa a la que se le cayeron las paredes y se hundió unos 10 centímetros. Después de que fue declarada inhabitable, intentamos ingresar al albergue de Santa Clara, pero estaba lleno así que pasamos unos días en la calle. Para el Día de las Madres entramos al albergue de la cancha Toalé. El personal del MIES que laboraba ahí siempre fui muy eficiente y atento con todo lo que necesitábamos. Teníamos las tres comidas diarias, un lugar seguro donde resguardarnos y apoyo psicológico. El emprendimiento de preparar almuerzos surgió de la desesperación de no encontrar trabajo. Hablé con el personal del MIES y el ingeniero encargado de la obra donde estaban construyendo las casas de Sí Vivienda y me permitieron vender ahí mis almuerzos. Tuve que organizarme bien para que fuera más productivo. Comencé con 10 almuerzos y mientras los días pasaban iba aumentando las ventas, al punto que llegué a vender hasta
200 platos diarios entre desayuno, almuerzo y merienda. Eso me impulsó. Cuando la construcción terminó he buscado nuevos clientes y ahora vendo entre 40 y 50 almuerzos diarios. Preparo la comida en mi casa y siento mucho alivio porque ya no tengo que pagar un alquiler y que el casero me venga a tocar la puerta para cobrar la renta. Ahora, ya genero trabajo con mi emprendimiento, porque contrato un chofer para que vaya a dejar la comida. Me gustaría que mi negocio crezca y tenga un local donde pueda preparar almuerzos de lunes a viernes y ceviches y encebollados los fines de semana. A todos les encanta mi sazón y los clientes siempre vuelven. Sé que vamos a salir adelante porque tenemos el apoyo necesario para que progresemos. Confío en que más adelante pueda tener un crédito. Estoy contento con mi nueva vida.
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ORLANDO YON LOYOLA Antes del terremoto yo tenía una vida normal: iba a mi trabajo en la Universidad Eloy Alfaro de Manabí, salía a pasear, y los fines de semana dormía cuanto quería. Era un poco derrochador. Así viví hasta que el 16 de abril lo perdí todo, excepto mi carro que lo había dejado en otro lugar, fuera de la zona afectada. Fui al albergue en Esteros 2, ahí estuve durante siete meses. Para mí fue muy difícil adaptarme, porque en el campamento se vivía un régimen militar: había que levantarse a una hora, desayunar a otra hora exacta, acostarse casi al minuto. Se vivía en un estado de mucho orden y disciplina. Pero entiendo que así mismo son los militares en todo el mundo. A pesar de todo eso, era un buen lugar porque tuvimos mucho apoyo para poder soportar el día a día, principalmente, porque sufrí mucha afectación psicológica y las coordinadoras del MIES siempre se interesaron por mi bienestar. Sin embargo, a pesar de tener un lugar donde dormir, algo para comer y ropa para vestir, seguía sin un centavo. No lograba conseguir un trabajo a pesar de que soy Doctor en Ciencias, tengo una maestría, y dos licenciaturas: una en psicología y otra en trabajo social. Había mucha incertidumbre porque se acercaba el día del cierre del albergue. Un día nos dijeron
que la mayoría nos íbamos. Me dio por llorar toda la noche. Pensaba cómo la vida me había cambiado tanto. Me daban muchas ganas de tomar café, pero no tenía el dinero necesario para comprarlo. Los vecinos me regalaban un vaso, pero yo quería el café en polvo para preparármelo a mi gusto. Un día me llamaron para entregarme una casa y no me lo podía creer de la emoción. El centro de fisioterapia nació de la propia necesidad. Un día vino una señora cuya hija tiene problema en los pies. Yo pensé: “como es mi primer paciente nunca le voy a cobrar”. Le enderecé el pie derecho. Luego continuamos con la otra pierna. Ahora la niña ya está para darle el alta. Luego, otro niño se rompió el brazo y no quería ir al hospital. Le puse yeso en el brazo y se recuperó con el tiempo. Todos me decían que ponga el consultorio. Como no tenía nada, un amigo carpintero me ayudó con el diseño del mobiliario. Y así empecé. No sé cuántos pacientes vienen pero saco para el día. Me vienen a visitar desde Guayaquil, desde Rocafuerte. Ahora no me sobra el dinero, pero me siento feliz porque puedo subsistir y ayudar a mis vecinos que han sido muy buenos conmigo.
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ENRIQUE GANCHOSO El terremoto me dejó sin casa y ahora vivo con mi familia en una carpa que está en el solar vacío. El terremoto también me dejó sin trabajo porque mi vida era la de un pescador. Todos los días salía a pescar para vivir. Ahora eso ya no se puede porque unas veces se pesca y otras no. Además, la gente ya no nos compra el pescado y el camarón que traemos. Supongo que es porque los turistas dejaron de venir a Canoa. Antes, la playa pasaba abarrotada y luego todos se fueron. Poco a poco el turista está regresando. El terremoto se llevó a mi prima y a varios
amigos, fue demasiado fuerte. Por eso necesité ayuda psicológica que me la facilitaron por intervención del MIES. El bono solidario que recibo lo ahorré para comprarme un caballo en USD 150, porque una vez vi en otro lugar que así paseaban turistas. Por carrera cobro USD 3, pero si la gente no tiene esa cantidad cojo lo que me puedan dar porque no me gusta desperdiciar el trabajo. El caballo no tiene nombre, todavía no he pensado en uno que le calce, pero se ha convertido en mi amigo, porque me acompaña en los momentos felices y en los más tristes.
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ÁNGELA, DIANA, NARCISA Sabemos que el futuro será mucho mejor que el pasado. Nunca hemos perdido la fe y con nuestro esfuerzo vamos a cambiar el destino de nuestros hijos. El terremoto nos quitó nuestro sustento diario y todo lo que habíamos construido por años. Levantarse el 17 de abril fue aterrador, porque solo veíamos incertidumbre y la destrucción estaba por todas partes. El primer rayo de luz que vimos fue ingresar en el albergue porque íbamos a tener comida para nuestros hijos y un lugar seguro para vivir. Nunca nos imaginamos que un año después íbamos a formar nuestro emprendimiento. Aroma Violeta es el nombre de nuestra jabonera. La idea nació gracias a los cursos de capacitación que gestionó el MIES dentro del albergue. El primer taller lo dio una gestora que vino de Quito y nos enseñó cómo era el proceso de hacer jabones, shampoo y acondicionador. Aprendimos a hacer productos básicos. En una segunda etapa, comenzamos a introducir aromas, vitaminas, rosa mosqueta, esencias. También,
aprendimos cómo hacer otros productos como jabón lavavajilla, shampoo para la calvicie y para la caspa, que es el más solicitado por su buena calidad y porque nuestros clientes avalan los resultados. Aparte de los talleres, varias de nosotras recibimos apoyo psicológico a través del personal del MIES, así elevamos mucho nuestra autoestima y entendimos que somos valiosas como mujeres y como emprendedoras. Aprendimos que nunca es tarde para empezar de nuevo. Gracias al apoyo de nuestros amigos y del personal que trabaja en el albergue hemos podido vender nuestros productos en ferias provinciales y exposiciones. Hemos recibido pedidos de Quito y Guayaquil y cada vez más se da a conocer el trabajo que hacemos. Cuando se cierre el albergue esperamos ya tener la sede de nuestra asociación, Mitad del Mundo. Esperamos que el local sea de 20x20 para que entre la maquinaria, porque queremos expandirnos.
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CAPÍTULO IV
LA SABIDURÍA
El adulto mayor es prioridad en los planes de ayuda social del MIES. Durante el terremoto, miles de ancianos quedaron sin casa y sin recursos económicos. Para este sector, el MIES dispuso un plan de acción que contemplaba actividades de recreación, entrega de kits de alimentos para quienes no estaban en los albergues, atención médica y suministro de medicinas, atención psicológica para los más afectados, alimentación en tres comidas y seguridad. Para los adultos mayores con discapacidad, se realizó un acompañamiento técnico especializado psicoemocional y desarrollo de actividades inclusivas. Junto con el CONADIS, se creó el programa de vivienda accesible Juntos por ti, viviendas para la Esperanza y la Accesibilidad, para inclusión de personas con discapacidad severa en situación de alojamiento.
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LUIS ALFREDO MÁRQUEZ
y Filerma Rayo Franco. Nosotros hemos vivido en unión libre 27 años y ahora queremos casarnos. Antes del terremoto vivíamos en Pedernales y teníamos un restaurante que se llamaba el Sabor Cojimiense; además, ella tenía un espacio para una perfumería. Yo había logrado comprar una pequeña finca lechera, pero cuando vino el terremoto todo se acabó y se vino abajo. Se terminaron los negocios, se robaron las vacas y nos quedamos enterrados entre los escombros del restaurante, más o menos, ocho horas. Cuando pasó el terremoto lo primero que dije fue: “Señor, si hasta hoy voy a vivir que sea tu voluntad”, pero Dios me dio fuerzas para resistir hasta que mi cuñado nos rescató. Cuando tembló la tierra los dos estábamos en lugares separados, a una distancia de 10 metros, ella estaba en la cocina y yo en la parte de atrás. Teníamos encima cinco pisos de escombros y no nos podíamos escuchar. Yo oía una voz a lo lejos, una voz de una mujer que gritaba: “Por favor auxilíenme, sáquenme de aquí”, esa voz se me hacía conocida pero yo pensaba que no era mi esposa porque debía haber fallecido. Ya había llorado bastante cuando escuché: “Ayúdenme, soy Filerma”. Algo en mi corazón revivió y le grité: “Mija, ¡estás viva!, y me dijo: “sí”. Ese fue el primer sí más dulce de mi vida. Le pregunté cómo estaba y ella me dijo que estaba bien, pero que tenía una pierna aplastada. Yo pensé que tenía la pierna rota, pero había sido que una madera del techo le atravesó el pie. Yo estaba atrapado en un lugar donde podía virarme, al lado de una cisterna que se rompió, por lo que estaba
sumergido en el agua. Cuando mi cuñado llegó a vernos pensaba que no encontraría a nadie con vida. Comenzó a caminar por encima de los escombros y cuando pasó por donde yo estaba, pegué el grito de una persona desesperada que era imposible no escuchar. Buscó gente, unos picos, unas palas y comenzaron a cavar y remover escombros. Cuando me sacaron fuimos a ver a mi esposa, porque yo sabía dónde estaba ella. La encontramos donde era la cocina porque había estado haciendo la merienda. Por suerte, cuando empezó el terremoto alcanzó a cerrar las hornillas, pero ya no tuvo tiempo de correr, así que se arrastró hacia el lavabo, en ese momento, la energía se fue y luego le cayó el techo de madera. Fuimos al albergue de Cojimíes donde pasamos nueve meses sin que nos haga falta nada, tuvimos alimentación y un lugar donde descansar. Al principio yo viví solo dos meses, pero ella vino después a hacerme compañía. He vivido plenamente. Fui migrante durante tres años en Italia. Luego estudié la universidad y a los 68 años me gradué de Ingeniero Agrónomo. Ahora soy un sobreviviente del 16 de abril. A raíz del terremoto he reflexionado mucho y he aprendido a valorar las cosas con cautela, a apartarme del mal y a servir a la comunidad. He aprendido que nunca es tarde para enmendar los errores y disfrutar el presente, por eso le pedí la mano a mi querida Filerma, y ella aceptó casarse conmigo. Ese fue el segundo sí más dulce de mi vida.
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SANTA VALENCIA Yo era la presidenta del barrio San Pedro, de Manta. Tenía una casa grande de tres pisos, que estaba al frente de la iglesia del Señor de los Milagros. Unos momentos antes del terremoto estuve comprando sobres en Tarqui, en la librería Felipe Navarrete, pero me fui rapidito. Cuando llegué a mi casa subí al cuarto a ver un pantalón de mi nieta. En eso, el piso comenzó a moverse pero no le di importancia. Después de unos segundos la casa ya parecía barco navegando que traqueteaba. De pronto una pared se cayó y luego otra. Se cayó la cocina y quedé al filo de la escalera porque no podía bajar. Fuimos al albergue. Ahí siempre estuvimos cuidados por los funcionarios del MIES, siempre teníamos atención médica, medicamentos y alimentación. Estuvimos ahí un poco más de 10 meses. En el albergue era muy colaboradora y me gané el cariño de todos. Cuando ya nos pasaron a la ciudadela por Jaramijó, me dijeron que ya era hora de que se conforme
un comité para designar a la directiva. A mí me eligieron como presidenta, porque desde el albergue yo me preocupaba por los demás, despertaba a la gente para que hagan el desayuno, organizaba los eventos, etc. Para la nueva urbanización queremos tener fondos para nuestra comunidad, así que vendemos arroz colorado, empanadas, organizamos campeonatos deportivos, hicimos un oficio para que nos den clases de bailoterapia y estamos gestionando con las autoridades para que nos den contenedores de basura. Los fondos que recaudamos los utilizamos para hacer las actividades del Día del Niño, del Día del Padre, mandar un ramito de flores cuando alguien fallece, el festejo de la Virgen del Carmen. Aquí entendemos que la unión hace la fuerza y todos colaboramos cuando hay actividades. Aquí nos hemos unido más, tenemos más amistades, entendemos mejor la vida en comunidad y su importancia. Parece que todo está yendo por buen camino.
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MARILUZ MOREIRA y Carmen Patiño
Yo veo que Dios no ha muerto, porque sigue viviendo en nuestro espíritu. Cuando pasó lo del terremoto muchas personas vinieron a vernos y nos dieron valor y esperanza. Nos decían que estaba llegando la ayuda de otras partes del país y que tengamos fe; que éramos héroes y que no valía la pena dar un paso atrás; que salgamos adelante. Llegué con mi esposo diabético al campamento después de la catástrofe natural que nos dejó sin nuestro hogar. Él ya no puede caminar por su enfermedad y en el albergue ha recibido cuidados médicos que lo han mantenido controlado. Yo he tejido toda mi vida. Cuando llegué al campamento me sentaba por horas a hacer mi oficio en una silla afuera de mi carpa. Las señoritas gestoras del MIES siempre me miraban y alababan mis tejidos. Un día, una de ellas se acercó a mí y me preguntó si me gustaría dar clases de esta actividad a las compañeras del albergue. Yo le dije que sí. A los pocos días comenzamos las clases y les
enseñé lo que sabía; les prestaba los libros que tengo para que puedan hacer más cosas. Gracias a las clases logré tener unos dólares extra al mes, porque hago manteles o tapetes y los vendo a USD 10 o 15, dependiendo del tamaño. También aprendí un poco de computación, algo que nunca me imaginé hacer. Con el tiempo mis alumnas desertaron, menos una, Carmen. Ella era empleada doméstica, pero decidió emprender y vender sus tejidos, aprendió computación y con otro grupo hace shampoo. También se alfabetizó y dicde que su hoja de vida ya le puede ofrecer nuevas oportunidades. Su autoestima mejoró gracias a las charlas psicológicas que tiene con el MIES y a comprender que no necesita ser agresiva para defender su postura. He visto que en los albergues mucha gente ha cambiado y los jóvenes ahora están por el buen camino. A los niños y a los adolescentes les enseñan a poner la cabeza en cosas útiles y ahora piensan en aprovechar su vida.
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CAPÍTULO V
LA SOLIDARIDAD
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Entre marzo de 2016 a marzo de 2017, el MIES entregó 16 305 Créditos de Desarrollo Humano en Esmeraldas y Manabí, por un monto total de USD 13 122 524. Solo en en la Zona 4, en lo relacionado con atención prioritaria, se realizaron: 227 atenciones sociales, 119 atenciones psicológicas, se entregaron 76 Bonos de acogimiento, alimentación, arrendamiento, contingencia y Bono de Desarrollo Humano (BDH). Se realizó el acompañamiento de 19 casos al Ministerio de Salud, 31 al Ministerio de Educación, 10 a la Junta Cantonal de Protección de Derechos y 57 casos correspondientes al Ministerio de Desarrollo Urbano y Vivienda, con el fin de solventar su necesidad habitacional dando un total de 588 atenciones hasta abril de 2017. Durante el mismo período, se entregaron 199 Créditos de Desarrollo Humano a la población en los albergues de Esmeraldas y Manabí 192 técnicos de diferentes instituciones del Estado se involucraron los albergues para atender a la población y
prevenir la vulneración de derechos. 268 gestores y cogestores del MIES estuvieron en los albergues de Esmeraldas y Manabí para trabajar en temas de violencia intrafamiliar, protección a niños, niñas y adolescentes. 124 técnicos de las organizaciones firmantes con el MIES estuvieron capacitados para prevenir la violencia intrafamiliar y la vulneración de derechos en albergues. 269 educadoras trabajaron en la red de Desarrollo Infantil CIBV y CNH, en espacios amigables diseñados especialmente para los más pequeños. Muchos de estos héroes anónimos dejaron a sus familias dos horas después de transcurrido el terremoto para servir a su comunidad y se instalaron en los albergues para servir a los más necesitados. Durante este año, el personal del MIES ha trabajado las 24 horas del día, durante 7 días a la semana, para garantizar el bienestar de los albergados.
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