El sembrador y su semilla

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EL SEMBRADOR Y SU SEMILLA – IMPLICANCIAS DE LA PARÁBOLA “El sembrador salió a sembrar su semilla; y mientras sembraba, una parte cayó junto al camino, y fue pisoteada, y las aves del cielo la comieron. Otra parte cayó sobre la piedra; y nacida, se secó, porque no tenía humedad. Otra parte cayó entre espinos, y los espinos que nacieron juntamente con ella, la ahogaron. Y otra parte cayó en buena tierra, y nació y llevó fruto a ciento por uno”. “¿Qué significa esta parábola?” “La semilla es la Palabra de Dios”. “Los de junto al camino son los que oyen [y no entienden – Mateo 13.19], y luego viene el diablo y quita de su corazón la Palabra, para que no crean y se salven”.


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“Los de sobre la piedra son los que habiendo oído, reciben la Palabra con gozo; pero éstos no tienen raíces; creen por algún tiempo, y en el tiempo de la prueba [al venir la aflicción o la persecución por causa de la Palabra – Mateo 13.21] se apartan. “La que cayó entre espinos, éstos son los que oyen, pero yéndose, son ahogados [ahogan la Palabra – Mateo 13.22] por los afanes y las riquezas y los placeres de la vida, y no llevan fruto”. “Pero la que cayó en buena tierra, éstos son los que con corazón bueno y recto retienen [oyen y entienden – Mateo 13.23] la Palabra oída, y dan fruto con perseverancia [y producen a ciento, a sesenta, y a treinta por uno – Mateo 13.23]”. (Lucas 8.5-9; 11-15). Cité este hermoso pasaje bíblico, pues proviene de los mismos labios del Señor Jesucristo. (Mateo 13, Marcos 4, Lucas 8). Significa que, lamentablemente, no podemos hacer que todos los corazones sembrados resulten ser buena tierra preparada, que rinde frutos a treinta, a sesenta o a cien, según su capacidad. Mucha gente que asiste a la iglesia, aunque escucha la misma Palabra que todos los asistentes, tiene su corazón endurecido, rebelde, no quieren convertirse sinceramente; vienen a los cultos porque les gusta una señorita o un joven, vienen por costumbre, por religiosidad, por obligación, para acompañar a su cónyuge, para pasar un buen rato, para tener cierto estatus de gente de bien, porque los llevan sus padres, o su esposa o su esposo o su novio o novia.


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Pero, aunque escuchan una y otra vez el Mensaje Fiel del Evangelio les entra por un oído y les sale por el otro. Si examinamos la Parábola del Sembrador, notaremos que solamente una parte de lo sembrado ha rendido eficazmente. Tres partes han caído en el lugar inapropiado (camino, piedras, espinos) y solamente una parte cayó en buena tierra. ¿De quién es la culpa? ¡No de quien ha sembrado! Pues ha sembrado buena semilla y ha sembrado trigo, no cizaña. Pero es la tierra, que no ha sido debidamente preparada y que no es buena tierra, la culpable o responsable del fracaso. No obstante, el sembrador no se decepciona; sabe que no todas las semillas rendirán o darán fruto. Su deber no es adivinar cuál es la buena tierra; su deber es sembrar en todo el campo; así como nos ha dicho el Señor, que debemos predicar el Evangelio a toda criatura, yendo por todo el mundo. El sembrador tiene dos responsabilidades: A) Poseer la semilla adecuada y sana. B) Sembrar la mencionada semilla. El receptor de la semilla tiene dos responsabilidades: A) Tener preparada la tierra. B) Ser buena tierra. NO es responsabilidad del sembrador que la tierra esté preparada ni que sea buena tierra; su misión es sembrar todas las semillas en el campo.


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El Señor Jesús nos enseña que solamente una parte de las semillas sembradas cae en tierra preparada y buena; y que solamente ésta rendirá fruto, según su capacidad. Por implicancia, tres partes de lo sembrado se pierden, por no haber caído la semilla en la tierra preparada y buena; al contrario, ha caído una parte en el camino, otra parte entre piedras y otra parte entre espinos. La semilla es adecuada y buena; en ella NO está la culpa. El sembrador se preocupó de poseer semillas buenas y adecuadas, y las sembró responsablemente; en él tampoco está la culpa. Quien tiene la culpa es el terreno en donde la semilla buena y adecuada cayó. Un evangelista, un predicador, un pastor tiene el deber de sembrar la buena y adecuada semilla; no tiene la obligación de adivinar (ni puede) cuál es la mejor tierra en donde sembrar. (Marcos 4.26-28). Un predicador del Evangelio tiene el deber de predicar el Evangelio a todas las personas. (Marcos 16.15). Hay corazones preparados (Hechos 16.14), hay corazones duros (Hechos 7.51), hay corazones interesados (Hechos 8.18-21). No todos los que vienen a escuchar la Palabra de Dios lo hacen porque tienen sed de Dios; algunos vienen pensando que esto les traerá suerte; otros vienen porque temen que, si no asisten a los cultos, algo malo les sobrevendrá; otros vienen por costumbre; otros vienen porque son


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religiosos. Pero muy pocas personas vienen a escuchar la Palabra con genuina sed de las cosas de Dios, con la intención sincera de obedecer a Dios, con la sana preocupación por el estado de sus almas. ¡Casi nadie viene así! El predicador, el evangelista, el pastor, no puede cambiar los corazones; no puede elegir qué clase de personas acudirá a escuchar el Evangelio; el deber de él es predicar el Evangelio a toda criatura. (Marcos 16.15). Pero, ¡cuidado! Esto no exime de su responsabilidad a los corazones de los oyentes; pues son ellos mismos quienes deben prepararse para encontrarse con Dios (Amós 4.12). No es el pastor quien los prepara; son ellos mismos quienes deben prepararse para encontrarse con Dios. El predicador o evangelista siembra la genuina Palabra de Dios en los corazones de todos los oyentes; pero solamente en los corazones preparados germinará la buena semilla y producirá frutos, según su capacidad. “¡No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos!”. (Gálatas 6.9). Marcos Andrés Nehoda pastor


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