Domingo xvii del tiempo ordinario, ciclo a

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Domingo XVII del Tiempo Ordinario, Ciclo A (Mt. 13, 44-52) Dios nos invita a vivir de acuerdo a la verdadera Sabiduría que procede de Él y que es una expresión de su misericordia. Por eso Salomón, cuando Dios le dice que le pida lo que quiera, recuerda la misericordia que ha tenido y tiene con David. Animado e inspirado por la bondad de Dios, le dice: “te pido que me concedas sabiduría de corazón, para que sepa gobernar a tu pueblo y distinguir entre el bien y el mal”. Esta oración agradó al Señor porque Salomón pidió sabiduría, que es la capacidad de discernir la voluntad de Dios y tener la correcta actitud siempre en palabras y obras. Se trata de una actitud vital más que de un pensamiento. Implica honradez y equidad en el trato con todos, requiere pues, una actitud correcta hacia los demás. En el evangelio Jesús presenta dos parábolas muy significativas respecto al Reino de Dios, comparándolo con un tesoro apetecido y una perla muy preciosa. Jesús propone renunciar lo que impida adquirir el tesoro que se ha encontrado. No es posible adquirir dicho tesoro sin dejar a un lado lo que se convierte en un obstáculo. Esto exige desprendimiento y sacrificio, que se hace con gozo porque lo que se gana es mucho mejor de lo que se deja. Por eso dice Jesús que el que lo encuentra, “lleno de alegría, va y vende todo lo que tiene y compra aquel campo”. El tesoro por excelencia es Jesucristo. Así lo consideró san Pablo al decir: “Lo perdí todo con tal de ganar a Cristo”. También para nosotros Jesús es nuestra mayor riqueza. En Él, el cristiano se reencuentra consigo mismo, esta es ya una riqueza incomparable. En Cristo llegamos a ser verdaderamente humanos y en Él somos partícipes de la misma naturaleza divina, porque al seguir a Cristo nos hacemos cada vez más semejantes a Dios. En Cristo descubrimos nuestra verdadera identidad y hallamos la respuesta a nuestras inquietudes fundamentales: ¿quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿Cuál es nuestro destino? Él es la respuesta a nuestro anhelo de plenitud y ansia de felicidad, que no logramos satisfacer del todo en este mundo. Además, Jesús es modelo porque empeñó toda su vida por el Reino de Dios, que equivale a nuestra vida plena o salvación. No pensó ni hizo nada que le aparte de esta noble misión confiada por el Padre. Y siempre actuó con decisión, con alegría y con inmenso amor. Jesús “se realizaba” como hombre en el cumplimiento de la voluntad del Padre, esto es haciendo todo lo que podía para que el Reino de Dios sea una realidad en nosotros. Dios nos invita hoy a ser sabios y sensatos, o sea, a dar a cada cosa su valor real en vistas a nuestra propia realización como personas y a la eterna felicidad. La realización de la persona pasa por la objetiva valoración de los bienes que se le presentan y de la correcta elección que se haga. “Donde está tu tesoro, allí está tu corazón” dijo Jesús, citando un sabio proverbio. Pues bien, Cristo es nuestro tesoro; es lo más valioso para nosotros; incluso vale más que nuestra vida biológica. En él debe estar nuestro corazón como el mejor amigo, pues un buen amigo es un tesoro. Valoremos la amistad de Jesús viviendo su palabra: “ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando; y lo que les mando es que se amen los unos a los otros


como yo los he amado”. Vivamos y actuemos por amor a Él, así llegaremos a gozar con Él en su Reino.


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