Viaje por la literatura 3ºB (2015/16)

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Viaje por la literatura: otros tiempos, otros espacios.

3ยบB 2015-2016 1


A lo largo de este curso, los alumnos de 3ยบB vamos a

emprender un largo y

maravilloso viaje. Rompiendo fronteras, nos moveremos por el tiempo y por el espacio. Para tan ardua empresa necesitaremos combustible, ยกen grandes cantidades!, pero se tratarรก de un combustible especial:

ยกIMAGINACIร N! 2


TE FROTAS LOS OJOS DESESPERADAMENTE PORQUE NO ACABAS DE CREÉRTELO. CRUZAS EL PUENTE Y…, AHORA NO SABES DÓNDE ESTÁS. EL CAMINO CONTINÚA, DIVISÁNDOSE A LO LEJOS UNA CIUDAD. UN GRUPO DE PERSONAS SE DIRIGE A ELLA, LOS ALCANZAS CON LA INTENCIÓN DE PREGUNTARLES QUÉ CIUDAD

ES

AQUÉLLA.

SE

QUEDAN

MIRÁNDOTE

FIJAMENTE, COMO SI VIESEN UN FANTASMA, Y TÚ TAMBIÉN LOS OBSERVAS CON CARA DE INCOMPRENSIÓN, PUES APRECIAS QUE VAN VESTIDOS DE FORMA EXTRAÑA. TE DAS CUENTA ENTONCES DE QUE, SIN SABER CÓMO, HAS EMPRENDIDO UN EXTRAÑO VIAJE, UN VIAJE EN EL TIEMPO Y EN EL ESPACIO. TRAS HABERSE REÍDO DE TU ASPECTO Y DE TU EXTRAÑA VESTIMENTA, LOS LABRIEGOS, AMABLES, TE INVITAN A QUE LOS ACOMPAÑES HASTA EL PUEBLO. COMPRENDES ENTONCES QUE VAS A ENTRAR EN BURGOS Y QUE VIVES EN EL SIGLO XII.

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La ciudad está muy animada, pues es día de mercado. Paseando entre las gentes descubres un enorme grupo y hacia él te diriges. Rodean a un juglar que cuenta historias maravillosas de héroes y luchas. Los Cantares de gesta, recuerdas. Te dispones a disfrutar del espectáculo. No ignoras que, a veces, un objeto misterioso, mágico, puede transportarnos a otras épocas o lugares; así les ocurrió a los protagonistas de

Cordeluna, y así parece que les sucedió a estos otros personajes, que, durante un tiempo han luchado para el Cid, han atacado a los cristianos que pasaban por Roncesvalles o han sido sacrificados para evitar que cayeran en manos de Almanzor, Zulema y sus hombres cuando luchaban contra los cristianos de Montemayor. Era una mañana soleada del mes de noviembre. Iba dando un tranquilo y relajado paseo por el monte junto a mi perra Lisy cuando, de repente, mis pies tropezaron, como quien no quiere la cosa, con un objeto. Me agaché para ver qué era y observé que se trataba de una pequeña piedra de forma esférica, que irradiaba una profunda luz cegadora. La toqué con mis manos; un calor intenso recorrió todo mi cuerpo y enseguida me vi sumida en un campo de batalla, a lomos de un caballo zaíno enjaezado, como los Caballos del Vinos. Una voz interior me susurraba que yo era Álvar Fáñez, famoso primo del Cid Campeador, conocido popularmente como Minaya. Me hallaba en tierras castellanas, concretamente iba a tomar la plaza toledana de Consuegra, entonces en manos del emir almorávide Yusuf ibn Tasufin, para mi rey don Alfonso, bajo las órdenes de don Rodrigo, y así viví yo esta experiencia: Me dirijo acompañado de una mesnada de cien hombres. A Dios me encomiendo y en nombre de mi señor don Rodrigo me encamino a la toma de Consuegra. La ciudad se halla fuertemente fortificada y rodeada de una imponente muralla, que hace más difícil la ardua tarea. Cabalgamos largo y tendido durante dos largos y fatigosos días; decidimos acampar a un día de las puertas de Consuegra, para descansar y preparar la estrategia de combate contra las huestes musulmanas, que esperaban dispuestas a defenderse. Al amanecer, comenzamos a galopar rumbo a Consuegra. El día despunta luminoso, como si Dios presagiara que esta jornada iba a ser brillante y 4


decisiva. Nos acercamos. Ya se divisan a lo lejos la alcazaba y las zonas del arrabal. Llegamos a las puertas de la ciudad y nos disponemos a atacar. Con las espadas en alto digo a mis hombres: ¡He aquí a vuestros enemigos! ¡Que comience la batalla! ¡Por Alfonso! Tras una lucha cuerpo a cuerpo, hiero a muchos de ellos y doy muerte a otros tantos. Poco a poco nos adentramos en avanzadilla, por el zoco, la medina, las alhóndigas y la mezquita, para llegar, por fin, a la alcazaba, la gran fortaleza militar, y apoderarnos de todas sus armas. Los almorávides, con su emir a la cabeza, se repliegan dentro de la muralla y apenas se resisten. Diezmadas sus tropas, sofocados por el calor y temiendo la llegada de refuerzos cristianos, se rinden. Se tomó la ciudad, y para recuperar a sus soldados, aprehendidos por nuestro ejército, y seguir conservando parte de sus derechos, se firmó una capitulación en la que, en nombre de Dios clemente y misericordioso y de mi rey Alfonso, tuvimos a bien pactar con la condición de que la población no podría abandonar la fortaleza perdiendo así todos sus bienes, que pasarían a formar parte de nuestro botín, y entrando ellos en servidumbre. El emir y sus súbditos pagaron a Castilla unas parias, consistentes en treinta dinares de oro y veinte dírhem de plata, tres almudes de trigo, dos de cebada y uno de miel. Con estas parias nuestro reino cristiano reforzó su poder militar, disponiendo así de mayor número de guerreros. Tras el asedio, ocupación y posterior capitulación, regresamos victoriosos. Otra conquista más para mi rey don Alfonso. ¡Dios salve al rey y a don Rodrigo! MARTA HIDALGO MARTÍNEZ Voy paseando junto a una alta montaña que se eleva hacia el cielo; mientras camino voy mirando hacia el suelo del que brotan unas pequeñas plantas mostrando el paso de la suave lluvia que hace unos días regó la tierra. De vez en cuando miro a la ladera de la montaña, a mi derecha, me resultan curiosos todos sus salientes. Me llama la atención el brillo enorme de unas rocas y me acerco, cojo un objeto brillante y veo que es una piedra tan azul como el mar. Siento que me transmite una leve fuerza y cierro los ojos dejándome llevar por su misterioso poder. Cuando abro los ojos tras un tiempo que podría haber sido, simplemente, un suspiro, me encuentro en un lugar diferente. Estoy rodeada de cientos de hombres con armaduras alzando cientos de espadas, nada que ver son la soledad del paisaje anterior. Percibo mi cuerpo diferente, además de notar el peso de una armadura sobre mis hombros. Tras una señal silenciosa todos empiezan a saltar de las montañas sobre las que nos encontrábamos, ambas en paralelo. Sin que mi cerebro se lo mande, mi cuerpo empieza a correr y saltar junto con el resto de gente. Caigo sobre una persona que empieza a gritar intentando deshacerse de mí. Mientras hace ese movimiento, yo, como si fuera a lomos de un caballo, clavo la espada, que hace apenas un minuto apareció en mi mano, a un hombre que intenta ayudar al guerrero sobre el que estoy. Consigo librarme de él y, al igual que a su compañero, le clavo la 5


espada. Justo cuando hago esto, escucho un sonido y unos instantes después, silencio; miro alrededor y entre los cuerpos yacentes de mucha gente, descubro a varios de los hombres que saltaron conmigo sonriendo orgullosos. Aunque tenía mis ojos abiertos, siento mis párpados abrirse y me encuentro en el lugar de antes, mirando la piedra; un poco desconcertada me la guardo en el bolsillo y sigo andando. JULIA PAGÁN COROMINAS _ ¡Mamá, me voy a la playa con Marcos y Sandra! Javier es un niño de catorce años, es muy curioso y le encantan las aventuras y los misterios. Aprovechando que era verano, se levantaba temprano todas las mañanas y se iba con su perro Max y con sus dos amigos a la playa, en busca de algún objeto interesante o algún animal marino extraño, aunque solo fuera una concha de mar algo rara o algún cangrejo ermitaño más grande de lo normal. Esa mañana, Javier estaba muy bien humorado y se fue corriendo a la playa en busca de sus amigos y en compañía de Max. Cuando llegó, se puso a andar por la arena buscando a marcos y Sandra. El perro iba delante de él corriendo de un lado a otro y metiéndose y saliéndose del agua. Encontró a Sandra acostada en una toalla bajo el sol y se acercó a ella. _ Hola, Sandra _ Hola, Javi _dijo esta. _ ¿Te vienes? Voy a localizar a Marcos y después, si queréis, podemos buscar algo interesante o jugar a las cartas un rato. _ Claro, ya voy, un momento, voy a coger una gorra. Los dos amigos se fueron y encontraron a Marcos en la piscina. Marcos era un niño moreno, con unos ojos muy grandes, y delgado. Tras saludarse y haber jugado a las cartas, bajaron a la playa. Al llegar no había nadie, solo una sombrilla sin propietario, ellos tres y Max. No les pareció muy raro, porque todavía era muy temprano, así que se sentaron en unas rocas a buscar cangrejos. Max se puso a ladrar como un loco en dirección al mar; como no se callaba, Javi bajó de las rocas para calmarlo, pero al llegar pudo ver algo que brillaba en el fondo del mar. Se metió al agua para poder distinguir qué era, y sus amigos lo siguieron. Cuando estaban encima de aquel objeto brillante se fijaron en que parecía de metal y de él salían una especie de cuerdas marrones. Max seguía ladrando desde la orilla, pero estaban demasiado lejos para oírlo. Los tres amigos se sumergieron y Javi cogió aquel objeto. De repente Javier no sintió nada, solo un vacío que le cubría todo el cuerpo, no podía hablar ni abrir los ojos, era muy incómodo. Al cabo de unos minutos pudo abrir los ojos y estaba húmedo, pero no por el agua, sino por el sudor que le cubría el cuerpo. En las manos tenía una cabezada y unas crines, las de un caballo gris sobre el que estaba sentado. Estaba muy asustado y en seguida se dio cuenta de que la cabezada del caballo era el objeto marrón que habían visto y el metal que brillaba era el bocado del caballo.

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El niño llevaba un turbante en la cabeza y una espada en la mano. No sabía qué hacer. Miraba a todos lados y veía a muchos hombres, algunos con turbantes y otros sin ellos. Poco a poco, sin saber por qué, empezó a recordar a gente que veía en ese momento y eso que él nunca los había conocido antes. Involuntariamente alzó la espada y se metió en la batalla junto a sus compañeros y junto a su caballo, al que en ese momento tenía mucho aprecio. No sabía nada de lo que hacía, todo era involuntario, como si alguien manejara su cuerpo. Al rato, la mayoría de los hombres que luchaban junto a Javier yacían en el suelo. Los hombres sin turbante clamaban a una persona, un hombre robusto y grande que venía hacia él con la espada en alto, gritando mientras llegaba al caballo gris con la con la cabezada marrón. A Javi se le resbalaba una lágrima y… _¡Javi!, ¡Javi! _escuchó decir a una voz femenina. _ ¿Estás bien? ¿Llamamos a una ambulancia? _preguntó otra más grave. _ Chicos, ¿qué ha pasado?... ¿Qué hago aquí? Sara y Marcos se miraron con cara de asombro. Estaban desconcertados por las palabras de su amigo. ¿Cómo no iba a saber dónde estaban si hacía dos segundos estaba cogiendo cangrejos? Sara y Marcos le recordaron lo que estaban haciendo y Javi, sin hacer mucho caso de sus amigos por lo que acabara de presenciar, decidió volver a su casa con su mascota. ¡Pero al ver a Max se llevó una gran sorpresa! Su perro llevaba en la boca algo marrón con un objeto que brillaba. ANDREA REYES RUIZ Llevábamos tres meses encerrados en la ciudad. Nadie podía entrar ni salir de esta, ya que si lo hacíamos seríamos asesinados por los moros, que la rodeaban intentando reconquistar el territorio. Las provisiones escaseaban como consecuencia del asedio, y la población estaba perdiendo fuerzas y esperanza. Yo lo notaba, sobre todo, en mi familia. Mi hija estaba triste e inquieta, al igual que su marido, un hombre fuerte e inteligente ahora pálido y decaído, ya que, como ella, no encontraba la forma de salir adelante. Mi nieta era la única en la familia que seguía siendo feliz, ya que no tenía consciencia de lo que estaba sucediendo, al igual que otros niños de su edad, y aunque estaba un poco más cansada últimamente y tenía menos energía que antes, seguía saliendo a la calle por las tardes a jugar con sus amigas. Ella me animaba a no entristecerme pese a las circunstancias en las que nos encontrábamos. Esa misma mañana fuimos convocados junto con el resto de ciudadanos en la plaza principal. El abad, antes alegre y feliz, ahora estaba triste y angustiado, ya que tampoco sabía cómo mejorar la situación. Nos comunicó, con gran pesar, que nuestras posibilidades de salir con vida si luchábamos contra nuestros adversarios eran mínimas, y que no podíamos hacer nada para evitar que tomasen Montemayor. El problema era que si caíamos en manos enemigas y nos obligaban a convertirnos iríamos al infierno. La única solución 7


era sacrificar a las mujeres, niños y ancianos para que los hombres pudiesen subsistir y plantarle cara al enemigo, pese a que el porcentaje de posibilidades de salir victoriosos en el combate era muy pequeño. Sentí cómo una lágrima se deslizaba por mi mejilla, pero rápidamente la sequé con la manga de la chaqueta. No podía llorar, tenía que animar a mi familia, asegurarles que todo iba a ir bien, como siempre había hecho, ya que si no lo hacía yo nadie lo iba a hacer. Al día siguiente, nada más salir el sol, nos reunimos las personas que íbamos a ser sacrificadas. En la plaza habían dispuesto cinco grandes y sólidas guillotinas que nos permitirían morir de forma rápida y sin dolor alguno. Tras cada una de estas armas mortíferas había una fila de gente que sollozaba sin cesar al percatarse de lo cerca que se encontraban de la muerte. Los letales aparatos comenzaron a funcionar, y los llantos y gritos aumentaron progresivamente. Ya no podía hacer nada por ocultar mi nerviosismo, pues nuestro final era tan evidente que me producía una inmensa angustia el no poder hacer nada para evitarlo. La mujer que iba delante de nosotros huyó corriendo despavorida cuando le tocó su turno. De repente, mi hija se desmayó. Decidí no esperar más y, casi sin pensarlo, metí la cabeza de la niña, y posteriormente la mía, en el fatal instrumento. Todo se volvió negro. ************ Lo primero que percibí al abrir los ojos fue un rayo de luz tan cegador que me obligó a cerrar de nuevo los ojos. Cuando los volví a abrir, a mi alrededor todo eran risas y gritos de júbilo, alegría y entusiasmo. Alguien me tiró del vestido, era mi nieta, que sonreía y me pedía que la tomara en brazos. Una ola de alegría me invadió por dentro, y comencé a llenar de besos a la pequeña, que me acariciaba mostrándome su afecto. Estábamos en el paraíso. De repente, apareció mi yerno y, de su mano, mi hija, ambos contentos y relajados. Él me explicó que habían ganado la batalla y que habíamos resucitado. Mi felicidad en ese momento era tan grande que me quedé sin palabras. Simplemente, abracé a mi familia. Volvíamos a vivir y a ser libres, por fin. CANDELA SALMERÓN LÓPEZ

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Suenan campanas y todos se dirigen a una iglesia. Los monjes de un monasterio vecino representan el Auto de los Reyes Magos. El pueblo disfruta, fascinado y divertido, de cada verso.

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Ahora han comenzado a sonar unas campanas. Ves que todos acuden alegres hacia una pequeña iglesia. Curioso, te acerca a preguntar a los lugareños el porqué de su actitud. Aunque apenas disimulan las risas que les provoca tu extraño aspecto, amablemente te cuentan que don Gonzalo va a decir misa y que siempre les regala con algún hermoso milagro realizado por la Virgen María. Ante tu extrañeza, te hacen saber que estás en el siglo XIII, en Berceo, y te apremian diciendo que don Gonzalo debe estar por comenzar. Entras con ellos en la iglesia y escuchas esta hermosa historia.

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Sales contento de la iglesia y te diriges a una posada en la que decides pasar la noche. Tras cenar una riquísima sopa y un trozo de queso, te acuestas a descansar. Pero cuando llega el nuevo día todo parece haber cambiado. La gente que te rodea no es la que te acompañara la noche anterior. Al calor del hogar, un pequeño grupo de señores escuchan, mientras desayunan unas gachas, a un joven que sostiene un libro. Consigues leer el título y descubres, asombrado, que se trata de un ejemplar de El conde Lucanor de don Juan Manuel, luego deduces que te hallas en el siglo XIV. Decides escuchar los cuentos. Otro día hablaba el conde Lucanor con Patronio de esta manera: -Patronio, un amigo mío muy querido me ha planteado un viaje de descanso hacia tierras del norte, pero es bien sabido que esas tierras no son de fiar, que al primer descuido te pueden atacar, ya que por allí se alojan varios maleantes que esperan engañar a cualquier turista

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incauto y he aquí el problema, no quiero que mi amigo dude de que yo tenga fe en la seguridad que él me pueda proporcionar pero tampoco quiero que mi vida quede expuesta. -Señor Conde- dijo Patronio- para que entendáis lo que debéis de hacer en estas situaciones, os contaré el siguiente cuento que trata sobre lo que le pasó a un hombre que iba con un amigo. El conde preguntó que le había pasado a aquel hombre y Patronio respondió: Hubo

una

vez

un

hombre,

mensajero

de

profesión, él iba rápido ya que llevaba ya unos minutos de retraso, cuando por el camino se encontró a un buen amigo suyo. Habiéndole explicado la situación, el amigo concluyó en que él sabía un atajo que le permitiría llegar más rápido. Al principio este no aceptó porque era un camino

que

no

conocía

y

tenía

miedo

de

adentrarse en él, pero con la prisa que llevaba finalmente aceptó. Cuando ya llevaban un buen rato caminando, el primero empezó a notar que el suelo estaba cediendo bajo sus pies, al comunicárselo a su amigo, este no le dio importancia y siguieron caminando, pero bajo sus pies se ocultaban unas arenas movedizas. Se salvaron por los pelos y solo porque lograron alcanzar una rama antes de hundirse. Después pasaron río, pero debido a su inmenso caudal se vieron incapaces de cruzarlo, el mensajero dijo que sería mejor dar la vuelta pero el amigo, porfiado, dijo que lo rodearían. Entonces, por caminar sobre las rocas mojadas y tener las suelas en mal estado, resbalaron. Lograron encajarse en unas rocas y esto les salvó. Así siguieron aconteciendo más situaciones similares hasta que en una de esas, llegaron a un claro donde se apreciaba cómo dormía un león. Una vez más, el mensajero advirtió que lo mejor sería dar la vuelta pero el amigo, tan obstinado como era, decidió seguir adelante aunque con la precaución de no hacer ruido. Para su mala suerte, pisaron una rama. Con un ruido casi imperceptible, el león abrió los ojos, se abalanzó sobre ellos y los devoró. -En cuanto a vos, señor Conde- finalizó Patronio- os aconsejo que no os dejéis guiar por vuestro amigo, que tengáis criterio propio y que si advertís peligro en ese viaje no os adentréis más allá aunque él os prometa la mayor comodidad y seguridad del mundo. 12


Como a don Juan Manuel le agradó mucho el cuento de Patronio, hizo que lo copiaran en este libro y compuso estos versos que dicen:

Huir del peligro es mayor seguridad Que la que ningún amigo pueda dar. JANETH MERO MORALES Un día, le dijo el conde Lucanor a Patronio: _ Patronio, me han informado de que cerca de palacio hay una mina abandonada en la cual dice que hay piedras preciosas, especialmente esmeraldas. Mas debajo de esta hay un mineral muy tóxico capaz de causar la muerte de una persona al inhalar los vapores que desprende. He pensado en mandar a diez de nuestros hombres a investigar alguna manera para poder sustraer las piedras sin que los vapores del mineral nos afecten, pero no estoy seguro de si la misión podría resultar, así que os ruego queme aconsejéis sobre lo que debo hacer en esta situación. _ Señor conde_ dijo Patronio, _para que hagáis lo que me parece más conveniente, querría contaros lo que le pasó a un hombre que quiso salvar su cosecha de un incendio. El conde preguntó qué le había pasado a aquel hombre y Patronio respondió: _ Señor conde, hubo una vez un señor que tras el otoño consiguió una gran cantidad de paja, y se dispuso a empaquetarla para llevarla al mercado y venderla. Esa noche, sin darse cuenta, la lumbre no quedó del todo apagada, y parte de las brasas cayó a la alfombra, que prendió, incendiándose de este modo la estancia. El campesino, al oler el humo Se despertó, y temiendo por su mercancía corrió al granero, que se hallaba envuelto en llamas. Sin pensarlo dos veces, se adentró en aquel mortífero infierno para intentar salvar su fuente de ganancias. Los vecinos, desde fuera de la construcción, gritaron, atemorizados por la vida de su amigo, pidiéndole que saliese al aire libre para evitar intoxicarse. El hombre, haciendo caso omiso a los comentarios se adentró más aún buscando sus pertenencias, quedándose atrapado por las llamas, de las cuales no pido librarse a tiempo. _ Así que, señor conde _concluyó Patronio, haríais bien en no llevar a cabo vuestro plan, no pongáis, por codicia, en riesgo vuestra vida ni la de otras personas. 13


Al conde le pareció que aquel consejo era bueno, así que lo siguió y le fue bien. Y como don Juan entendió que este ejemplo era muy bueno, ordenó que lo copiaran en este libro e hizo estos versos que dicen: A quien por codicia mucho se aventura muy poco la suerte le dura. CANDELA, SALMERÓN LÓPEZ

Contento por haber comenzado el día escuchando tan bellas historias, decides conocer el lugar. Te encaminas hacia la iglesia. Esta te impresiona vivamente pues sus vidrieras representan unas tremendas Danzas de la Muerte.

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Como desde la distancia no puedes observar muy bien las imágenes, el párroco te hace saber que entre los tesoros del monasterio vecino se encuentra un ejemplar donde se recogen estas pinturas acompañadas de hermosos textos. Obviamente te diriges hacia allá pues no ves el momento de tener entre tus manos ese extraño ejemplar.

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Estabas descansando un poco la siesta, pero te ha despertado un enorme bullicio. Preguntas al posadero, al que de nuevo descubres distinto. Como te cree un loco y ante la cara de estupor que presentas, te dice que os encontráis en Granada, en el siglo XV, y que la algarabía que has escuchado es la que ha organizado la gente alrededor de un juglar recién llegado al pueblo que va a recitar romances. Decides, pues, unirte a la fiesta.

Del amor y la muerte Él fue en busca de su amada rápido en su caminar y le llevaba una rosa arrancada de un rosal. La dama al chico aguardaba ansiosa por su esperar, él se retrasaba un poco, pero a su lado ya está. Suena el tono musical y camina hacia el altar, su velo el rostro cubría con un lento caminar. Finalmente ellos se unieron en un alma hasta el final. A su esposa la esperaban, ella no quiere viajar, en su vientre un niño crece que está a punto de escapar, Aunque su vida peligra ella tiene que aguantar. Ya se encuentran en Madrid, el nacido sano está, enferma yace su madre, ya no la pueden salvar, se dirige al mundo eterno, su marido va detrás. Este no lo soportaba, con sangre un puñal está, se dirige hacia su encuentro con su amada celestial. MARTA HIDALGO BEATRIZ AGUILERA ANDREA REYES

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Desde la cumbre nevada con los pájaros piando el sol comienza a brillar, reflejándose en el agua anunciando el despertar, iniciando el nuevo día que aún está por llegar. Una brisa mañanera atravesaba el lugar despeinando mi cabello haciéndome recordar aquellos bonitos días que nunca podré olvidar, esos meses de verano con mi amado frente al mar. El sonido de las olas me vuelve a la realidad y de nuevo me entristezco al estar en soledad. MARÍA LÓPEZ CANDELA SALMERÓN

En aquel frígido invierno, este amor fui a encontrar, precioso era aquel muchacho con ojos como la mar, cabellos como el centeno y con la preciosa faz. Inquieta yo me encontraba, no podía ni pensar, esto no me abandonaba ¡oh, cuán grande era mi mal! En aquella primavera, con él me fui a encontrar. Hermosas muestras de amor me decidió regalar, y feliz yo me creía, a él no quería dejar. Entre sus brazos, segura, por mí siempre ha de velar. En aquel bello verano, me topé con la verdad, que los besos eran falsos, que abrazaba sin amar. Me dijo que era real, que no existía el azar, mas yo no le creí, no, y se marchó a mi pesar. Creyéndome sin error, al acecho el mal está, y junto a él el deseo de poder volver a amar. En aquel cruel otoño esto hubo de acabar, mas una cálida noche, tras disponerme a soñar, apareció en mi mente cual una estrella fugaz. Una cruel aparición,

tropezaría una vez más. Y Dios sabe cómo pasó cometí el error fatal. Encerrada yo me hallaba y sin poder respirar en aqueste remolino de amor y deslealtad. Sin siquiera pretenderlo sigo en el mismo lugar, romper mis cadenas debo, para mi alma liberar. Y sin embargo no puedo, ya que hay una gran verdad, que sin su amor yo muero, mi rosa marchitará, aquella que en primavera consiguió apaciguar. Por ello ahora mi amado dulce muerte me dará.

MARTA SERRANO LÓPEZ

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Sueños cumplidos Estaba sobre una roca, sirena bella del mar, observando a los peces y otros seres más allá. La sirena estaba triste, pues sola quería estar. Estábase en ese estado, pues ella quería volar, encontrarse libre al fin y no regresar jamás. De volar tenía hambre y la noche vio llegar, se sentía más ligera, creyó que ya no era igual. Al mar se tiró ansiosa, pero ella podía volar.

MARIANA GUTIÉRREZ JANETH MERO JULIA PAGÁN Paseando con mi perrita, por el monte yo encontré una linda margarita, que de su tallo corté. Y rápido como el viento en busca fui de mi amada. estaba en mi pensamiento. me la encontré ilusionada. Cuando juntos estuvimos le entregué mi gran tesoro. Con un beso nos unimos, y nos dijimos: “Te adoro”. Desojó la margarita, mientras gritaba: “Te quiero” y se puso tan bonita que me pareció un lucero. Mientras mi perro lamía y en mi pierna se rascaba, mi amada más me quería y yo más contento estaba. SILVANA JIMENA CÓRDOVA MARÍA DEL PILAR AVILÉS

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Cuando has despertado hoy, te has percatado de que la gente habla y viste como ayer, por lo que deduces que debes continuar en el siglo XV. Pero al salir a la calle, descubres que te encuentras en otro lugar. Preguntas y te enteras de que estás en Ocaña. Mientras comes, escuchas a un grupo de jóvenes que leen unas coplas. Acercándote a ellos, te hacen saber que son amigos de Jorge Manrique, y que están intentando emular sus Coplas a

la muerte de su padre, el maestre don Rodrigo pues también ellos se duelen por lo rápido que se escapa el tiempo.

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El día ha sido intenso. Paseando por Ocaña descubres una acogedora posada y decides tomar allí algún refrigerio y pasar la noche. La elección resultó muy acertada pues has dormido profundamente. Bajas a desayunar y, ya sin mucha sorpresa, descubres que nada te resulta familiar. El mesonero te hace saber, mirándote con desconfianza, que te encuentras en 1499, en la ciudad de Burgos. Comes algo y sales a patear la ciudad. Pronto te atrae un grupo de gente. Acercándote a ellos escuchas cómo celebran la aparición de una nueva obra literaria, La Celestina. Es tanto el entusiasmo que transmiten que decides hacerte con un ejemplar. Se trata de una hermosa versión ilustrada, con imágenes realmente magníficas.

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Aunque ya has asumido tu viaje por el tiempo y por el espacio, no deja de sorprenderte el maravilloso espectáculo del que disfrutas ahora. Preguntas, interesado, y descubres que te encuentras en Toledo. Como tu atuendo hace creer a las gentes que eres un loco, te explican con detenimiento y consideración. Así te comunican los buenos toledanos que os encontráis en el

siglo XVI. Sabes que durante este siglo el Renacimiento revoluciona el mundo. Nueva mentalidad, nuevo arte, nueva literatura. El endecasílabo y el heptasílabo; sonetos, liras; mitos, amor, naturaleza idealizada… se abrían paso en la literatura. Los viejos tópicos: Carpe diem, beatus ille, locus amoenus, tempus fugit… regresaban a nuestras letras. 22


LLORAR Dime por qué lloras, por qué no disfrutas si todo pasará, si ya no volverá ese ruido a sonar, si todo lo que tienes perderás. Sin poder recuperarlo, en un abrir y cerrar de ojos, todo habrá cambiado. Y es cierto ese malestar del que tanto has oído hablar, esa añoranza a mirar lo que vendrá. Porque sabes que en el fondo solo puedes mirar hacia atrás pues esa maldita vitalidad no recuperarás. Piénsate lo de llorar, si quizás ese tiempo puedes emplearlo en disfrutar porque no volverán esos pájaros a sonar igual. MARÍA LÓPEZ HIDALGO

CARPE DIEM Así quien de buena salud goza, sin percatar siquiera aquella suerte, corre, canta, danzando grita fuerte él, mientras una gran sonrisa esboza. Que no se despiste, la vejez roza pues llegará silenciosa la muerte, y tornará toda vida en inerte, pues fría es, ved, ni siquiera solloza. Que tome de su juventud preciosa todo lo hermoso, todo lo bello, aquesto que vitalidad rebosa. Que el muchacho de dorado cabello disfrute, pues la muerte perezosa pronto lo marcará con su eterno sello. MARTA SERRANO LÓPEZ

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BEATUS ILLE Que afortunado es aquel que no vive en la ciudad, que vive dentro de los bosques, en los prados verdes, cerca de los ríos. ¡Cómo envidio esa vida! Esa maravillosa conexión entre el humano y la naturaleza, entre la obra del Señor y del mundo que creó Dios para que viviéramos en ella. Sin escuchar ni soportar a los hombres necios que viven la vida quejándose, que viven la vida sin ver el amor que nuestro Padre y Señor nos da. Disfrutar de los grandes y extensos prados, silenciosos y armónicos que solo con el silbido del viento a través de la hierba dice más que cualquier libro y que cualquier hombre. Contemplar el placentero paisaje de un bosque en otoño, sin ser profanado ni talado por los imperios de los hombres, un bosque con sus árboles milenarios y todos los colores que se pueden observar en sus hojas vale más que todo el oro que pueda traer un barco desde las mismas Américas. ¿Quién es más feliz, el que vive con la naturaleza o quien vive con el mundano ajetreo de la ciudad? Por eso intento transmitir con este texto la verdadera felicidad. Los hombres que no ven el mundo con los ojos para ver los ríos claros y las montañas pedregosas y enormes que podemos abarcar con la mirada que nos ofreció nuestro Padre. Afortunado el que no se ve atraído por los vicios de la ciudad por vivir en soledad acompañado solo de su ganado y de sus cultivos que le dan de comer y para vivir, ese que ni ve cómo los necios viven sin preocupaciones por la vida ni por descubrirse a sí mismos. Por eso yo los envidio, por eso yo deseo vivir en paz y armonía alejados de toda vida. DAVID MARTÍNEZ MADRID BEATUS ILLE Dichoso aquel, afortunado, que vivir lejos de la sociedad puede, que no despierta cada día con un preocupación más añadida a una larga lista interminable, que de poder manifestarse lo haría a través de un kilométrico camino que parece recorrido a pie; lejos de la corrupción, de las mentiras, de las cadenas que los aprisionan y los somete sin que se percaten apenas de ello ¡oh, pobres infelices! cadenas frágiles pero a la vez tan fuertes que ni el mismísimo diamante es capaz de romper. Dichoso aquel que se despierta con los finos y ardientes rayos del amanecer, un afortunado espectador, de los primeros, que admira al luminoso. Dichoso aquel que allá con su soledad convive. Soledad que algunos definirían como triste y vacía, pero no hay nada más lejos de la realidad, es una soledad plagada del constante rumor de los cristalinos ríos; de suaves suspiros provenientes del viento, en cuyo camino se cruzan las cambiantes hojas de los árboles, dando lugar a una melodía singular y a pensamientos armoniosamente contestados por el cantar de los pájaros. 24


Dichoso aquel que, ignorante de la realidad, vive más feliz que ese otro que conoce las desdichas de la cruda realidad. Dichoso aquel, dichoso aquel. JANETH MERO MORALES EL LOCUS AMOENUS Un joven caballero divisa a lo lejos a una bella doncella, de piel blanca como el jazmín, con los cabellos de oro, con un cuello alto y esbelto y unos ojos azules como el cielo. Estaba esta muchacha sentada frente al río, rodeada de verdes árboles y hermosas flores y con el sol en la cúspide. De esa hermosa joven cae una lágrima. El joven caballero se acerca y le pregunta por qué llora. La joven contesta que se hace mayor y no tiene marido. Él le aconseja que disfrute de la vida mientras sea joven, que el conseguir marido vendría solo con tal hermosura. Entre lágrimas, la joven muestra una pequeña sonrisa. Los dos jóvenes se quedan hablando durante horas. Cuando va cayendo el sol, la muchacha se despide, pero el caballero la retiene, le confiesa su amor y le pide la mano. La joven lo rechaza aludiendo a lo que él mismo le había dicho, tenía que disfrutar de la vida. MARIANA NOELIA GURIÉRREZ MENDOZA

Recuerdas haber estudiado que durante el Renacimiento la novela había experimentado un enorme auge. Lazarillo de Tormes nos acercaba a las aventuras del joven Lázaro. Ahora ves que son muchos los que conocen sus aventuras, pues a la hora de la cena, amables gentes te cuentan algunas de sus vivencias, no recogidas en el famoso libro. LÁZARO ENTRA AL SERVICIO DEL MARQUÉS DE MANCERA Después de escapar de las manos del clérigo, pasando por distintas plazas, me hallé en un pueblo salmantino, al que llamaban Alba de Tormes. Hallábame transitando por un camino pedregoso y angosto cuando, de repente, un carruaje bien pertrechado

se detuvo delante

de mí. De él descendió un hombre de mediana edad; enjuto, de largo mostacho, nariz respingona y ojos rasgados, coronados por unas

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extensas cejas; de barrica redondeada y prominente, cual barrica de roble. Se paró y díjome: -Muchacho, yo soy don Diego de Ahumada y Villalón, marqués de Mancera; si no tienes amo ni trabajo, ven a servir a mi casa. Acto seguido le seguí y al cabo de un buen rato caminando detrás del carruaje, con los pies ya rotos de tanto recorrido, llegamos a una lujosa casa. Enseguida me mandó al mayordomo para que me pusiera a su servicio, que me envió a las caballerizas a dormir sobre la y paja de los caballos. La cama no era gran cosa, pero era la mejor en la que había dormido nunca. Aquella noche me acosté lleno de esperanza, pensando que nunca más volvería a pasar hambre, pero no sabía lo que sucedería en los meses próximos. Al día siguiente, y después de no haber probado bocado alguno, me proporcionaron el hato adecuado para poder trabajar como criado. El marqués, al que todos llamaban don Dieqo, estaba casado y tenía dos hermosas hijas, en edad de merecer. El resto del servicio estaba constituido por dos criadas y dos criados más, aparte del mayordomo. Todos estaban entraditos en carnes, rollizos y de mejillas sonrosadas, signo de buena salud; dormían en el sótano de la casa, en pequeños camastros. Eran todos muy astutos, me tenían todo el día de aquí para allá, ordenándome faenas. Cuando yo terminaba mí trabajo, el sol ya había ocultado sus rayos, y, cuando acudía a la cocina a tomar mi sustento, ya no quedaba ni migaja que llevarme a la boca. Se lo habían engullido todo. Así me iba a descansar la mayoría de las noches. Había madrugadas en las que me despertaba con el ruido de mis tripas, secas y hambrientas. Un día, el mayordomo me dijo que fuera al jardín y recogiera flores para ponerlas en el comedor de la casa. Mientras las cogía, aparecieron las jóvenes damas, hijas del marqués, y, dirigiéndose a mí, dijeron: _Muchacho, ¿tú eres Lázaro? _Sí, así me llamó mi madre al nacer _respondí yo. _Vemos que tienes hambre, y no has podido comer nada para almorzar ¿Verdad? _Sí _respondí con brevedad. _Toma estas galletas que nos sobraron del desayuno; tómatelas y sigue trabajando. Esto sólo ocurrió una vez; los demás comían pero a mí sólo me daban migajas, las sobras. A veces, me las ingeniaba y, cuando recogía la mesa de mi señor, me metía comida en los bolsillos y me la comía rápido pues si no, lo harían los demás criados. 26


Soporté de esta guisa tres meses con sus correspondientes días y noches y pensé que o seguía igual o me espabilaba, como me había dicho el ciego. Un día, al comienzo de la primavera, harto de pasar hambre y hallarme famélico, agarré un plato de guisado que había sobrado y, cuando bajaba las escaleras, en dirección a las caballerizas, se cayó al suelo, con tan mala suerte que mi señor el marqués se enteró. Me llevó a su despacho y me dijo: _¿No tienes suficiente con lo que comes, que vas robando comida? _SÍ, mi señor, contesté, pero es que los demás criados comen y solo me dejan las sobras, bueno, si quedan. El marqués, muy enojado, comenzó a golpearme, con tan mala fortuna que un busto de mármol cayó sobre mí cabeza y quedé inconsciente, recordándome el jarrazo que me arreara el ciego que había sido mi primer amo. El marqués mandó al cochero que me llevase lejos de aquella lujosa casa. Al despertar, me hallaba en un campo de cereales, ensangrentado y dolorido. Al meter mis manos en los bolsillos, observé que tenía un poco de comida y una carta, que después me leyó una mujer del pueblo, y que decía: “Cuídate, Lázaro, eres un buen mozo, servicial y de buena voluntad. Suerte.” Fui recogido, curado y aseado por unas vecinas que pasaron por allí. Tras unos días en su casa, no tuve más remedio que seguir camino, buscar otro lugar al que dirigirme, esperando encontrar un trabajo mejor y un amo honesto y generoso al que encomendarme, ya que no podía seguir viviendo toda la vida de la caridad de las vecinas. Me preguntaba “¿dónde encontraré yo uno, si Dios no crea ahora uno de la nada, como cuando creó el mundo por primera vez?” MARTA HIDALGO MARTÍNEZ LO QUE OCURRIÓ A LÁZARO CON LA LECHERA

Cuando el hidalgo me abandonó decidí ir hacia el sur y caminar hasta llegar a Sonseca. Las mujercillas me acogieron durante una semana más antes de partir y me dieron varios panecillos, carne seca y un par de naranjas para el camino. Poco antes de llegar al pueblo me encontré con una muchacha que cargaba con cuatro pesados cubos llenos de leche en los hombros. Decidí ayudarla, pensando que me regalaría un poco de leche por aquel trabajo. Nos dirigimos hacia la plaza del pueblo y antes de vender la leche 27


guardó un cuarto de uno de los cubos como pago hacia mí. Cuando iba ya a dirigirme a la iglesia en busca de algún nuevo amo o de limosna, oí decir a mi espalda: _Pareces cansado, niño, ¿te gustaría venir a comer a mi casa? _preguntó con voz dulce la muchacha. A mí esta propuesta me llenó de dicha, hacía días que se me había acabado el pan y la fruta y solo me quedaba un poco de carne que pretendía acompañar con la leche que me había regalado. Sin embargo, al principio desconfié un poco, podía ser una persona excepcionalmente amable o tal vez quisiese aprovecharse de mí de alguna forma. Pero como el hambre puede más que el miedo y la desconfianza, acepté su oferta. Después de comprar en el mercado para la posterior comida nos dirigimos a su casa, un pequeño caserío que quedaba lejos, ya que para que las vacas tuviesen pasto estaba

cerca de uno de los ríos

chicos que fluía desde un enorme lago. La casa consistía en dos cuartos, uno donde estaban la cocina y el salón (esto es decir mucho, solo era un pequeño fuego junto con una mesa y unas pocas sillas, cerca de una despensa) Y otro donde se hallaban dos modestas camas con una mesilla entre ambas. Me di cuenta de que en una de ellas había un anciano tumbado mirando por la cercana ventana. Pensé que sería el marido o el padre de la lechera. _Tío _le dije_ ¿por qué no la ayudas? No puedes dejar que cargue todos los días con tan pesada carga, va a acabar con chepa y la espalda torcida. _¿Te crees el Papa de Roma para decirme qué debo hacer, niño insolente? _contestó secamente con una voz ronca que me causó un escalofrío. De repente una mano me cogió por el hombro y me dijo que me alejase y fuese con ella a la otra habitación. Mientras asaba la carne

que

acabábamos

de

comprar

la

muchacha

empezó a relatarme el porqué de que el viejo estuviese en la cama. Me dijo que era su marido, que la casaron muy joven cuando aún el hombre no había perdido la completa movilidad de sus piernas. Me dijo que también era ciego de nacimiento, así que en su estado poco podía hacer él.

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La historia me recordó a mi primer amo y me confirmó que los ciegos son tan astutos como viles y ruines, ¿cómo hacer que una joven con toda la vida por delante quedase para siempre atada a ese inútil? En verdad esto era porque ella se había casado antes, pero al ver que no era capaz de dar hijos su marido la había abandonado. Nadie la quería por ello, así que la casaron de nuevo con un hombre que ni podía ni quería tener hijos y pensaron que era buena para cuidarlo. Más tarde, con dinero de su familia compró las vacas y el caserío. Comimos bien y antes de irme me regaló una camisa ancha que su marido ya no necesitaba. Mientras iba a por ella oí un grito y supe que era el ciego. Me dijo que si quería que fuese mi amo y así podía ayudar a su esposa. Después de las experiencias que había tenido con mi primer amo tuve miedo, pero a falta de nada mejor, acepté. Cuando la mujer volvió le dijo lo que habíamos hablado, y se alegró tanto que incluso me abrazó. Hasta entonces solo me había abrazado mi madre y esto me recordó a ella. La echaba de menos, al igual que a mi hermanito, pero debía ganarme la vida yo solo. Por la tarde, fuimos a soltar las vacas para que fuesen a pastar. Me recordó a otra vez

cuando era pequeño; le tiré del rabo a una y me

pegó tal coz que me desmayé. Me di una gran calabazada con un tronco que había en el suelo y tardé horas en despertar. Parece que a los animales les causo la misma simpatía que a las personas. Pensé que tal vez sí fuera como dijo el clérigo y era una especie de ser del demonio

y

por

eso

todos

me

evitaban.

Pero

deseché

esa

idea

rápidamente, porque si así fuese no podría entrar en la casa del Señor, y me recorrí muchas de esas con mis dos primeros amos. Aquella noche me acosté, por primera vez desde hacía mucho tiempo, con la panza llena y la cabeza vacía, me encontraba muy bien allí con mis nuevos amos. Era el lugar más incómodo dónde había estado, ya que como las camas eran muy pequeñas me tocó dormir sobre un montón de heno cubierto por un par de sábanas. Sin embargo, esto no me importó, porque estaba cansado y me dormí rápidamente. Al día siguiente fuimos a ordeñar las vacas de nuevo y después a vender la leche en el mercado. Antes de partir también hicimos un poco de manteca porque decía que eso se vendía mejor. Una vez que nos pusimos en camino me di cuenta de que había un gran trecho entre el caserío y el pueblo y me sorprendí de cómo la muchacha 29


podía cargar con todo aquello ella sola todos los días. Me dijo que en realidad solía echar varios viajes, pero que ahora que estaba yo no lo necesitaba. Al día siguiente repetimos esta rutina, pero cuando íbamos de camino al pueblo y ya estábamos casi dentro se nos acercaron unos tres chicos jóvenes, que tendrían unos veinte años. Nos amenazaron con un cuchillo y nos dijeron que les diésemos la leche. Mi ama estaba muy asustada, pero yo decidí coger uno de los cubos vacíos que llevábamos para traer agua y comida y le di un golpe a uno de ellos cuando menos se lo esperaban. Lo tiré al suelo pero seguía despierto. Estaba aterrado, pero justo antes de que me atacase con el cuchillo salieron huyendo de varios alguaciles. La lechera me cogió y me abrazó, pero también me echó tal rapapolvo que nunca se me olvidó. Me dijo que no volviese a hacerlo, que podría haberme pasado algo porque eran más y que siempre prefiriese entregar mis cosas. Sin embargo, el día continuó como si nada, ni siquiera se lo dijo al ciego y estuve muy agradecido. Los días y las semanas pasaron tranquilos, fue un momento de mi vida relajado, el viejo era muy antipático, pero casi nunca hablaba y me pasaba todos los días con ella, que era como una madre para mí. Sin embargo, un día ocurrió algo.

La muchacha había estado vendiendo leche a una familia sin que le pagasen lo debido. Como compensación, ellos le regalaron un pavo/que además ya estaba crecido y hermoso. Nos pareció un gran presente y decidió que por la tarde lo mataría y que por la noche lo tomaríamos de cena. Ella me dijo que podía hacerlo ella sola y que mientras tanto fuese a Sonseca a por patatas y otras cosas con las que acompañar el pavo. Después de hacer las compras no fui directamente a casa, sino que me paré a refrescarme los pies en un riachuelo. Les tenía mucho apego a mis amos, pero por desobedecerles un poco y dar un pequeño rodeo antes de volver no pasaría nada. Cuando llegué al caserío oí gritos y blasfemias, decían cosas como "Arpía", " Como no podías soportarlo has decidido tomarte la justicia por tu mano" y "A las criaturas inocentes de este mundo no se las lleva nadie más que Dios, bruja". Me acerqué corriendo a ver qué ocurría y vi al viejo tirado en el suelo ensangrentado. La lechera también estaba cubierta de sangre y llevaba un cuchillo en la mano. Dos hombres la cogieron por los hombros sin que yo pudiese evitarlo, y mientras se la llevaban de camino al pueblo me gritó "Lázaro, corre, huye tú" y justo 30


después le golpearon en la boca para que no volviese a hablar. No le hice caso a mi ama y los seguí hasta llegar al pueblo, donde la encarcelaron los alguaciles. Yo no entendía nada, pregunté y me dijeron que unos chicos habían denunciado a mi ama por asesinar a su marido y que por eso la iban a ahorcar al día siguiente. Le pregunté si podía hablar con ella y me dijeron que no, que solo la sacarían de allí para la ejecución. Estaba muy triste y confuso, era imposible que la lechera hubiese hecho eso. Puede que estuviese casada a la fuerza y el viejo ciego fuese vil, pero ella no era capaz de hacer algo así. En aquel momento no entendí nada, pero al enterarme de que eran unos muchachos y por sus características ahora pienso que seguramente se trataba de los chicos que nos habían intentado robar la leche. Sin embargo, lo único que hice fue huir. Eso me dijo mi ama, y ya que ahora no tenía dónde ir simplemente decidí irme lo más rápido posible hacia el oeste. Me sentí muy mal y acongojado, mas no podía hacer nada en ese momento y solo fui en busca de otro amo o de fortuna por otros lugares. MARTA SERRANO LÓPEZ CÓMO LÁZARO SIRVIÓ A UN PANADERO, Y DE LAS COSAS QUE PASÓ CON ÉL Tuve que buscar al cuarto amo, y ese fue un panadero. Lo conocí cuando llegué a la ciudad de Murcia. Cuando me lo encontré, él me miró y me dijo: _ Hola, mozo, parece que tienes hambre, si quieres puedo ser tu amo. Yo abrí los ojos como platos. Por fin una persona, mejor dicho, un amo, que me iba a dar de comer. _

Claro,

muchísimas

gracias,

buen

hombre. Me

llevó a su casa. Era una cabaña en

las afueras de Murcia, muy acogedora. El panadero se dio la vuelta y me dijo: _ Ahora hay que ir a dormir, que es muy tarde y mañana hay que levantarse temprano.. Yo le contesté un poco extrañado: _ Vale, mi señor. 31


Al día siguiente, él me despertó y me dijo: _ Vamos, mozo, ya está amaneciendo, hay que repartir el pan por las casas. _ Vale, mi señor –contesté. Aunque comía bien, no dormía mucho porque terminábamos muy tarde, apenas dormía cuatro horas. Llegó un momento, cuando habían pasado cinco meses, en que no podía aguantar más y, sin más, cogí mis cosas, que no eran muchas, cogí panes, carne… y me fui por fin. Ahora tengo que buscar a otro amo y espero que sea el último. BEATRIZ AGUILERA FERRANDO Después de haber estado con el clérigo decidí encaminarme hacia Toledo. En el paseo me encontré con un cerrajero que iba a un pequeño pueblo que estaba cerca de Toledo. Este cerrajero me preguntó si tenía amo y yo le dije que no, así que a partir de ese momento él fue mi amo. A este hombre, al parecer no le faltaba comida, pero eso no quiere decir que me fuera a dar. Ya en el pueblo, mi

amo me enseñó una pequeña casa, pero eso

tampoco quería decir que yo fuera a estar en ella. El cerrajero no era muy muy hablador, a él le bastaba con un simple sí o no, por lo que, por mucho que le preguntaba educadamente, este no me respondía. Me dijo que le esperara, pero fuera de la casa, pues él se iba a ejercer su oficio. Yo lo esperé como él e había ordenado, hasta que me quedé dormido en el suelo, sin ninguna protección contra el frío. Cuando me levanté a la mañana siguiente vi a mi amo con la intención de salir. Antes de eso me mandó una serie de recados con los que perdí toda la mañana. Al

terminar, mi amo ya había

llegado para comer, sí que se sentó a la mesa con su plato y a mí no me dio ni una mísera gota de agua de agua, pues cuando terminó su plato, cogió la jarra de agua y de golpe la dejó seca, e inmediatamente volvió a salir y me volvió a mandar recados como para tres días. Pero yo eso no lo pude soportar. Intenté hacerlos en dos días, pero ni eso, pues yo pensaba dejarle enseguida. No quería quedarme en ese pueblo y menos con un amo tan tacaño. Yo quería ir a la gran ciudad y tener un amo humilde. Así que lo dejé con solo el remordimiento de no poder avisarle. SILVANA CÓRDOVA ANGULO

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LÁZARO Y EL DIÁCONO Estaba lloviendo cuando me encontré, casi sin darme cuenta, con mi nuevo amo. Me hallaba en el portal de una iglesia protegiéndome de la lluvia que caía, pues estar mojado no me haría bien alguno, dado que no tenía dónde

cobijarme.

Debió

notar

mi

presencia

pues

salió

y

muy

amablemente me pidió entrar y tras llevarme a lo que era su pequeña casa, me ofreció un

pedazo

de pan, que yo acepté sin vacilar. Creo

que al verme comer aquel pan con tantas ganas, desperté ese lado de caridad que supongo que todos tenemos, algunos en mayor medida que otros, y que podría asegurar, pues más tarde lo averigüé, que a este hombre no le sobraba. Le dije lo necesitado que estaba de tener un amo. Fue ahí y no luego, cuando me lo propuso. Yo acepté pues lugar mejor al que ir no tenía. Ha

de

saber

Vuestra

Merced

que

conocer

a

este

diácono

tan,

aparentemente, cordial, me llenó de esperanza. Al menos, así fue durante el primer par de días de mi estancia con él, pues con el transcurso del tiempo, cada vez me hacía trabajar más, pues decía que me veía mejorado respecto a

cuando me había encontrado, gracias a

la comida, cada vez en menor cantidad, que me daba. Desde que lo conocí, guardaba la comida en un pequeño armario que no me dejaba abrir. Yo no me quejaba ya que me alimentaba bien. Pero un día, la escasez llegó a tal punto que solo me dio unas migajas de

pan

remojadas

en

un

pequeño

cuenco

de

caldo

frío.

En

innumerables veces había sobrevivido con menos de eso, pero entonces me pareció una miseria por haber comido más en los días anteriores. Al día siguiente, mientras él cantaba el pregón, yo me dirigí al armario y cogí un pan. Así lo hice durante los días siguientes, hasta que , una mañana, mientras realizaba mi hazaña, , mi amo regresó a casa. Me dio semejante paliza que tuve que quedarme dos días enteros descansando en mi lecho de paja. Al

recuperarme,

como

seguía

con

falta

de

alimento, salí a la puerta donde había conocido al diácono y pedí alguna que otra

ofrenda,

como había aprendido de mi anterior amo. Hice esto durante una semana. Normalmente ganaba dos panecillos a lo algo del día, de los cuales me guardaba uno y me zampaba el otro.

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Mi amo se dio cuenta de los panes que tenía guardados, me cogió uno y lo puso al otro lado de una puerta, de manera que cuando fui a recuperarlo me dio un golpetazo con la puerta. Vuestra Merced, como lo que no quiero es aburrirle, sino contarle mis experiencias, no le voy a contar más de este diácono, pues todo lo más que debéis saber es que, debido a estos y a muchos más golpes que me dio este señor, mi amo, durante dos meses consecutivos, decidí irme de su casa , lamentándome de mi desgracia . JULIA PAGÁN COROMINAS CÓMO LÁZARO SE ASENTÓ CON UN ZAPATERO Y DE LAS COSAS QUE CON ÉL PASÓ Otro día, no pareciéndome estar allí seguro, fuime a un lugar que llaman Batista, adonde me toparon mis pecados con un zapatero, que viéndome por la calle díjome: _¿Estás solo, muchacho? Yo respondí: _ Busco un amo a quien servir. Él

me aceptó y me llevó hasta su casa.

Allí me enseñó su oficio delante de todos sus vecinos y vecinas, que venían a

arreglar sus zapatos. Parecía un

hombre de mucho dinero. Pero cuando llegó la hora de cenar, me dio menos cantidad de comida que la que

él

comía. Yo no sabía dónde guardaba la comida. Un día, cuando él se fue a trabajar, púsome a limpiar la casa y encontré una caja grande, pero se necesitaba la llave para abrirla. Yo le pregunté qué había dentro y él contestome que allí se encontraba la comida. Como a mí me daba poca comida, decidí ir a buscar la llave. Cuando la encontré, la cogía y comía, todas las mañanas cuando él se iba a trabajar. Al principio, mi amo pensaba que las vecinas le robaban la comida, ya que era de los más ricos del pueblo y todos le tenían envidia. Un día, aparentó

que iba a trabajar como cualquier otro día, pero se

quedó escondido en un rincón de la casa, para saber quién le robaba. Cuando me vio, me echó de su casa y no volví a saber nada de él. MARÍA LÓPEZ HIDALGO

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EL LAZARILLO Y EL MOLINERO Cuando abandoné al fraile, deambulé por las calles, hambriento. Sin comida, otra vez volvía a vivir

de la gente, de los pocos que se

apiadaban de mí dándome apenas panes secos y duros que yo devoraba con gusto y placer asemejándolos a grandes manjares. Una mañana, más bien entrada la tarde,

me acerqué a un puesto

donde vendían verduras. Allí, las señoras mayores, acostumbradas ya al arte de comentar cada cosa del pueblo, charlaban animadamente de acerca de que Juan Vitorio, el molinero, se acababa de quedar sin criado y que estaba buscando uno. Al enterarme de la noticia me sentí emocionado y bastante feliz por la sencilla razón de que andaba tan desesperado por la falta de sueño y comida que si hubiera podido hubiera vuelto raudo y veloz a casa del clérigo y sus cebollas y me hubiera puesto de rodillas si hubiera hecho falta. Al día siguiente,

después de haber comido en el duro y frío suelo

como pude, extrañaba

el calor de un hogar, aunque fuera un mal

hogar. El camino para llegar a casa del molinero era un camino pedregoso, lleno de agujeros y baches que la naturaleza o el paso de los hombres por aquí había conseguido formar Ahora echaba de menos los zapatos que con tan poco cuidado había roto y que habrían servido de mucha ayuda a mis lastimados pies. Cuando llegué, me abrió la puerta un hombre fornido, quizás un poco bajo. Tenía la nariz achatada, la boca muy grande, con los labios parecidos a los de un pez. A esto se sumaban sus ojos, que eran dos puntos negros en toda la cara. A pesar de esto, tenía aspecto de bonachón, un gesto amable. Me invitó a pasar, y después de aquello decidí entrar inmediatamente a su servicio, si él me aceptaba. Estuve unos meses trabajando con él y al principio me sentí como en casa, ya que, como dije al principio de mi carta a Vuestra Merced, nací en el molino que tenía mi familia. Pero conforme fue pasando el tiempo, me di cuenta de que mi amo tenía un pequeño problema y es que era sonámbulo. No solo eso sino que

por la noche hacía un ruido terrible. Siempre, al dormir se

encerraba en su cuarto por lo que nunca supe lo que hacía. Pero lo peor no fue eso, lo peor y la razón por la que lo abandoné. Fue porque mi amo tenía un ligero amor que mantenía oculto, hacia el fino arte 35


de apostar. El tiempo pasó y él seguía apostando, unas veces ganaba y otras, en que la suerte era esquiva, no. Al principio teníamos un burro pero en una de esas apuestas lo perdimos todo. Y ahora pasamos a la peor parte en la que os revelo por qué le abandoné. Cuando ya no le quedó nada que apostar, me apostó a mí y por eso salí de su casa de noche y como al principio de mi relato, me puse a deambular por la calle. JANETH MERO MORALES LAZARILLO TRAS LOS PASOS DE UN ESCRITOR Tras abandonar al clérigo, fui a la ciudad de Barcelona en busca de esperanza y algo que comer. Hambriento, pedía algo de limosna, unas veces me daban pan, otras, algo de dinero, casi nada porque no me llegaba ni para un poco de hilo para coser la ropa. Otras veces, con mucha suerte, me daban algo que había sobrado de algún mercadillo, o que le sobraba a un vendedor. Un día, un señor que vendía libros, me dio uno viejo y roto titulado Las cinco maravillas que nunca

encontraré. Yo sabía leer, pero a veces me costaba. Recuerdo que trataba sobre un chaval amargado, confiado en que algún día encontraría un rico tesoro lleno de joyas y piedras preciosas con las que más enamoraría a una chica, y lo único que encontraba era su muerte y su corta y ocupada vida buscando algo irreal que no existía. Una de las veces que leía en una esquina, un señor bien vestido y con unas gafas de culo de botella, se me acercó y me preguntó: _ Niño, ¿te gusta la lectura? _ Sí, le respondí. _ ¿Buscas amo? _me preguntó_ y con otro sí volví a contestar. _ Vente conmigo entonces. Me fui con este gran señor a

una

casita apartada de la ciudad, en los campos de Barcelona, en una casa grande, de madera y con olor a velas. Cuando entramos, no se veían las

paredes.

Estaban

llenas

de

estanterías con libros y velas por todas partes, ni un hueco

libre de

velas.

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Mi nuevo amo me dijo que era un escritor y había escrito todos los libros de su casa, que eran miles y miles. En mi nueva casa, comía regularmente bien y sobre todo mataba horas leyendo, como vuestra merced ahora mismo. Un día cogí un libro y mi amo, corriendo me lo quitó. _ No, Lázaro, este libro está prohibido, no lo puedes leer. Asustado, insistí en el porqué. _ Estos libros escritos por el diablo están _respondió. Cuando mi amo se fue a pasear, empecé a buscar estos libros y los hallé en un sótano oscuro, escalofriante, lleno de ratas. Cogí uno y corriendo salí de allí. Este libro se titulaba Las cinco puntas que

forman la estrella. . Trataba sobre historias del diablo. Sinceramente, daba mucho miedo, pero eran muy bonitas. Una de las historias que más me gustó se titulaba Amor con pan duro. Trataba sobre unos enamorados, toda su vida queriéndose hasta que un día la chica se enfada tanto con él que le envió una carta diciéndole que su amor se rompía. El chico, destrozado, pidió hablar con ella. Algo de amor aún quedaba en ella y accedió a hablar con él. En el camino del chico, se cruzó un coche de caballos y con su vida acabó, muerto y con el corazón roto. La chica vio el accidente y se acercó a él y antes de morir

le

dijo

unas

palabras.

La

historia

acaba…

Sus

labios

pronuncian sangrientas palabras, un cuchillo representa la muerte y un corazón, el amor. Este cuchillo lo atraviesa. Y así leí y leí libros prohibidos. Y un terrible día, leí uno titulado Las

mil velas de diablos negros. Me aterró. Justo lo que leí en este libro se hizo real. Mi amo se desmayó y tiró una vela al suelo y casa, libros, y velas ardieron con él. Y yo y los libros prohibidos fuimos a buscar la esperanza de nuevo. En busca de algo que comer y de alguien a quien servir. Esta es la cruda realidad LEÓN MUÑOZ PÉREZ

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Pasados unos días vislumbras a lo lejos una nube de polvo. Dentro de ella, a medida que te acercas, descubres a dos individuos. Uno de ellos es alto y espigado, cabalga satisfecho sobre un flaco rocín; el otro lo hace sobre un burro y es bastante rechoncho. Se presentan y, como sospechabas, son don Quijote y Sancho Panza. Mientras compartís un poco de queso, preguntas a don Quijote por su dama y éste te contesta, muy compungido, que todavía se halla encantada. Para animarlo lo invitas a que te narre alguna de sus aventuras, sus ojos se llenan de vida y comienza a contar.

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Te levantas ilusionado para disfrutar del día con don Quijote y Sancho, pero pronto la realidad se impone. Ellos no están. Acostumbrado ya a ese extraño viaje, te cuelas entre el gentío de hidalgos, canónigos y gente de a pie y, deambulando por calles y callejas vienes a dar con un gran mercado. Ahora lo ves, estás en Madrid. “¿Podría decirme su merced qué día es hoy?”. Te miran y sonríen, “Es uno de junio del año del Señor 1609”. El Barroco, recuerdas. Avanzas y encuentras a un grupo de poetas lanzando versos. Te cuentan que imitan a Góngora. _Don Luis _te dice uno de ellos_ huye de la realidad y se refugia en la magia que encierran las palabras. Aspira a mejorar la expresión llenándola de metáforas de gran fuerza poética. Esta imaginación poética sustituye a la realidad. Escucha. -

La vida es como una rosa llena de espinas. El sol es la linterna de la vida.

-

El amor es un viaje. Las ventanas del alma.

-

Su sonrisa era hermosa arcoíris al revés Mi amor por ti es tan mar.

-

(CARMEN MARÍA)

(BEATRIZ)

-

como

la

hermoso

de como

un el

(PILAR)

-

El tiempo es un devorador. Leer es crecer. (SILVANA)

-

Los árboles son brazos estirados hacia el cielo. La vida es un camino de rosas y piedras. (MARIANA)

-

El tambor de tu pecho. Tu pelo, seda oscura.

-

El tiempo es una ventana sin cerrar. Su corazón ardía como una llama de fuego.

-

(LUCÍA)

(RACHEL)

-

Sus ojos son guisantes. Sus manos son dos ramas. (ELA)

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-

Los cuchillos que me lanzas rompen mi alma en pedazos. Tus armas de mujer no afectan al escudo de mi corazón. (ERYK)

-

Triste como un día gris. Inalcanzable como el horizonte. (MARÍA L.)

-

Mi madre es el consuelo para tristes. Tus ojos son dos negras noches.

mis

ojos

(MARÍA M.)

-

-

La enemistad es una pistola, cuando piensas que disparas va y te golpea con la culata. Cuando estás triste, un abrazo es la estrangulación de lo que te hace estar deprimido. (DAVID)

-

-

Electricidad corre por mis venas, soplidos de dragón se escapan de mi boca, los ojos mueven y el pecho duele cuando un beso haces plantar en la tierra cavernosa con sabor a carmín. La guitarra es la voz del músico y sus notas son las palabras del artista. (LEÓN)

Tras un largo día de caminatas por la capital del reino, decides parar en una taberna a cenar algo. Dentro del local, un nutrido grupo de gente rodea a un hombre que habla gritando y hace reír a todos. Te acercas curioso y rápidamente lo reconoces, es don Francisco de Quevedo. Has visto sus retratos en clase de literatura y su figura resulta inconfundible. Recuerdas que era el maestro de la caricatura. Y eso es lo que hace en esos momentos, animando a sus contertulios a que sigan su ejemplo.

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Sus ojos son negros y blancos como aceitunas. Su sonrisa es más amplia que el atardecer en el mar. Su nariz es negra y ovalada como una pechuga. Sus orejas son negras y grandes como dos balones de fútbol. Sus manos blancas son como dos guantes de boxeo. Su cara es como un cable largo y sin fin y sus zapatos amarillos son como dos zapatos de payaso. CARMEN MARÍAABELLÁN PLAZA

Sus ojos son grandes y saltones como pelotas de pingpong. Sus paletas parecen dos enormes paredes blancas y sus piernas son como dos largos espaguetis, al igual que sus brazos. Es como un queso agujereado en medio del mar. MARÍA DEL PILAR AVILÉS FERNÁNDEZ

Su pelo es marrón como el chocolate puro. Sus ojos caen como gotas de lluvia. Sus cejas son delgadas como pinceladas. Su nariz es redonda como una pelota de pingpong. Sus labios, finos como como el filo de un papel. Su barba, blanca como la nieve y sus orejas, como dos platos. Es alto como un abeto y fuerte como un roble. NOELIA CANO CARAVACA

Es un hombre malagueño, de veintiséis años, con una dulce voz que nos emociona en cada una de las letras de sus canciones. Con sus grandes manos toca el piano y la guitarra como si de una flor se tratase. En su cara vemos dos enormes ojos caramelizados. En el ojo izquierdo se deja ver un pequeño lunar. Una sonrisa que deslumbra al mundo está rodeada por una barba de chocolate. Es un referente para muchas personas. Él nos sube por esa escalera hasta lo más alto junto a él, junto a Pablo Alborán. MARIANA NOELIA GUTIÉRREZ MENDOZA

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El pequeño es un globo de comida y el anciano tiene nariz de payaso y boca matemática, al ser parecida a un trapecio. Este con un bastón que es como un monstruo de cuatro cabezas al revés. Juntos volaron como pájaros, desplazados con globos y siempre bajo techo. RACHEL SÁNCHEZ WOOD

Su pelo es negro como el petróleo. Sus labios están tan hinchados que parece que una avispa le haya picado. Su piel, bronceada, parece canela. Sus dientes son blancos como perlas. Sus ojos son negros como el carbón. Su cuerpo tiene más curvas que la carretera del Churra. ELA SRYJBNAYA

Tenía una mente tan voluminosa que sucumbió a la locura. Sus pelos son como botas recién lavadas. Su mirada, maliciosa como la de un depredador que acecha a su presa. Tiene una serenidad que rompe las barreras de lo que es y a la vez no, el desequilibrio de lo conocido. Labios como filos de la vejez y orejas como herraduras castigadas. Todo acompañado de unas arrugas carismáticas que dan fin a su personalidad. ERYK SRYBNY

¡Qué extraño te encuentras! No es la misma sensación que has experimentado hasta ahora en este incomprensible viaje. Te hallas arropado por una música, una música que te arrastra, que te lleva a vivir como en un sueño. Suena Liszt-Liebestraum y…

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Nunca encontrar mal mayor he podido. Por dicha carga, apesadumbrada;

Porque con ella no puede venir,

por siempre arrastrándola, resignada,

pero es mi áurea alborada querida

nunca pudendo caer en olvido.

que hace mis terribles sombras remitir.

Mas si esto es lo que siempre he sentido,

Y de aquel error estoy agradecida:

¿por qué esta sensación que tanto agrada?

lo que creía negro porvenir

¿Por qué sentirse tan afortunada?

convertido en lo más dulce de mi vida.

si tal vez todo una mentira ha sido.

MARTA SERRANO LÓPEZ

Primero en la música se detecta un ambiente de tranquilidad, cariño y familiaridad. Más tarde, la música produce una explosión de júbilo y pasión. Al final, todo lo anterior se interrumpe con unos acordes que dan la sensación de tensión, nerviosismo y tristeza. Y por la puerta asomó sus delicados pies, sus manos, y finalmente quedó al descubierto su rostro. Iba preciosa, con un vestido blanco a juego con los zapatos y en sus manos, un manojo de lirios blancos. Esperándola al final del pasillo se encontraba su amado, con el traje negro y una flor en el bolsillo del pecho. La novia anduvo lentamente hasta encontrarse con él. Mientras esta andaba, la música sonó y todo el mundo se puso en pie. La pareja se dio la mano y con una mirada dulce se sonreían. El sacerdote dijo unas palabras a las que ellos respondieron: “Sí quiero”. La ceremonia finalizó y, corriendo como niños, se montaron en un coche y desaparecieron. Fueron a una playa perdida para celebrar su luna de miel. Una felicidad inmensa recorría sus cuerpos. Todos los días desayunaban y se iban directos a bañarse. Todo era felicidad y pasión. Una noche, mientras dormían tranquilamente, sonó el móvil de la chica, pero estaba feliz y a gusto abrazada a su esposo y lo dejó sonar. Al rato, sonó el móvil del chico. Ya preocupados, lo cogieron. Volvieron a su casa; muchas sirenas sonaban. Se respiraba tristeza, mucha tristeza. Entraron corriendo al hospital, pues el padre de la chica había tenido un accidente con la moto. Toda la felicidad de hacía un día se desvaneció en segundos. El chico la consolaba, pero solo podían esperar y rezar para que su padre tuviera la suficiente fuerza como para seguir respirando. ANDREA REYES RUIZ 49


La chica de ojos azules danza sobre el hermoso suelo de mármol llevada por el hermoso príncipe. El muchacho, de tan solo veinte años, lleva a la ojiazul con una elegancia despampanante. La coge con dulzura de la cintura, con firmeza de la mano, y la mira con tal intensidad que la muchacha baja la mirada ruborizada. Cuantos más segundos pasan, más metida en la música se encuentra. Ella agarra con mano temblorosa, la parte inferior de su infinito vestido, mientras que con elegante y sencillo movimiento de cabeza, intenta deshacerse de un sedoso mechón de oro que había escapado de su laborioso moño. De pronto, el buen príncipe para de bailar e inclinando la cabeza, besa los nudillos de la joven brevemente. Ella, segura, sabe que volverán a encontrarse. LUCÍA LACÁRCEL NAVARRO Una chica joven y noble estaba en su casa ante su armario para ver el vestido que se iba a poner esa noche para la fiesta del pueblo que hacían cada año. La chica estaba cansada de ponerse siempre los mismos vestidos y decidió irse a la mejor tienda del pueblo para comprarse el mejor vestido que hubiera en la tienda, además, en esa fiesta se encontraría al galán del pueblo, el al chico que todas las muchachas del pueblo querían tener. Ella sabía que nunca iba a tener nada con él, ya que sus padres no lo permitirían. Hacía unos cuatro años, el hermano pequeño del galán, llamado Adrián, estaba jugando en el río con la hermana pequeña de la joven, que se llamaba Lucía, cuando de repente, mientras que se bañaban en el río, la marea empezó a ir más rápida y a Adrián le dio tiempo a salir del río a tiempo, pero a Lucía no le dio tiempo y murió ahogada en el río. Desde entonces, los padres de la chica le habían prohibido acercarse a ese chico. La joven llegó a su casa con el vestido. Cuando se hizo la hora de arreglarse, se puso su vestido con sus tacones y cuando se dirigía a la puerta para salir, su padre se interpuso entre la puerta y su hija y le preguntó que a dónde iba. Ella le contestó que a la fiesta del pueblo. Como el padre ya sabía que iba a ir el galán le prohibió que fuese y le dijo que se quedará en casa. La chica, muy enfadada, gritó a sus padres y se encerró en su habitación para así llorar toda la noche en la cama. Su madre intentó convencer a su marido de que la dejara pero no hubo manera de convencerlo. Cuando sus padres salieron de casa, a las pocas horas alguien estaba lanzando piedras a la ventana de la chica. Se acercó a la ventana para ver de quién se trataba y cuando le vio se puso muy nerviosa. No se podía creer que hubiese venido a por ella. Le dijo que no podía estar con él, pero el muchacho no se dio por vencido y le suplicó que se pusiera de nuevo su vestido y que le acompañara a la fiesta. Ella no puedo contener las ganas y aceptó.

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Cuando estaban en la fiesta, se fueron a un sitio donde sus padres no la pudieran ver y empezaron a conocerse mejor. El chico le pidió repetidas veces perdón por lo que le había ocurrido a su hermana y ella le perdonó, porque ella sabía que su hermana y el hermano del chico estaban enamorados y que eran jóvenes, por lo que no sabían lo que hacían. El muchacho le confesó que estaba enamorado de ella y ella se sonrojó al oír esas lindas palabras. Al final de la fiesta el chico le propuso que se fuese con él a otra parte que no fuera el pueblo. Lucía lo dudó un instante y pensó en sus padres, pero luego se dijo que estaba enamora y que no podía dejarlo marchar, por lo que aceptó y esa misma noche se fueron del pueblo. Antes de irse, el chico acompañó a la joven a su casa para que escribiera una carta para despedirse de sus padres. Cuando leyeron la carta de su hija, el padre empezó a chillar y a gritar el nombre de su hija, mientras que la madre estuvo llorando por haber perdido a sus dos hijas pero también comprendía a la segunda y les deseó que fueran felices para el resto de sus vidas. MARÍA MARTÍNEZ GARCÍA.

Suena Prokofiev-Dance of Knights y… Era noche cerrada, el mar estaba embravecido, el tiempo no nos acompañaba pero aun así hicimos caso omiso y seguimos navegando. El capitán tenía prisa, no era propio de él exponer así a la tripulación pero el cargamento que llevábamos era importante. Al principio eran simples sacudidas, no muy fuertes y bastante breves, pero conforme iba pasando el tiempo se acrecentaron y pronto esas pequeñas olas se convirtieron en el mayor oleaje que hayan visto mis ojos. Se formó una tormenta digna de dioses. Segundos más tarde, aquello fue un hervidero, gente corriendo de un lado para otro. Entraba agua por diversas zonas. La gente gritaba para hacerse oír por encima de los rugidos del mar. Barriles y cajas chocaban entre sí hasta romperse, y consecuentemente derramaban su contenido. El barco se zarandeaba de un lado para otro. “El gran barco” ya no era nada. Este es el principio de mi historia, la razón por la cual estoy yo ahora aquí. Después de naufragar el barco, no recuerdo cuándo, a los que nos creíamos felices por haber sobrevivido nos capturaron los piratas. Al principio no supe el motivo, aunque después se hizo evidente. Nos dieron armas, ropa cómoda y nos prepararon, nos prepararon para luchar. Nos dividieron en dos grupos, dos ejércitos lo llamaban. Nos obligaron a luchar, a batirnos en duelo contra los que antaño habían sido nuestros compañeros, amigos y puede que familiares. 51


Dieron la señal y entonces comenzó. Primero lentamente. Ninguno quiso moverse, empezar

traicionar al otro. Pero pronto esa paz se esfumó.

Contagiados por el espíritu de los piratas, la guerra se inició. No importaba con quién o contra quién luchabas, lo importante era matar o ser matado. Hasta que por fin culminó No lo esperaba. Vino por la espalda. Fue un dolor agudo y punzante como no había sentido nunca. La zona afectada me escocía y ardía. Venían a mi mente recuerdos de mi juventud, mi niñez, mi hermana, mis amigos en la taberna. Y al momento reviví el naufragio: los piratas, mi espada en el cuerpo de un hombre, la sangre y luego, otra vez, mi padre, mis amigos en la taberna, Teresa… Lo último que oí fue el jolgorio del vencedor. Alguien resultó vencedor. No sabría decir cuál de los ejércitos y, sinceramente, no me importaba. Lo último que vi fue oscuridad, paz, la más radiante y cálida paz. JANETH MERO MORALES En pueblo francés, un niño pobre decide ir a conseguir un poco de comida para sus padres, pero no tiene dinero para pagarla, así que su única opción es robarla. Al coger un poco de pan, el vendedor lo ve y pide ayuda. Un caballero lo atrapa y lo encarcela por orden del rey. Pasan semanas y de entre los huecos de las piedras de las paredes aparece un hada. El hada y el niño se hacen amigos y ella decide ayudarlo a escapar y a volver con sus padres. Consigue robar las llaves que mantienen encarcelado al pequeño niño y sigilosamente escapan de aquella prisión. Al salir del castillo, el niño le agradece al hada todo lo que ha hecho por él. Al llegar al pueblo, el niño se había dado cuenta de que durante todo el tiempo que había estado encarcelado se estaba librando una batalla y se apresura en volver a casa. A medida que avanza, las cosas se ven desoladas y destruidas. Al llegar a su casa, lo primero que ve es a sus padres muertos Cuando sale de casa en busca del hada, encuentra al rey y a sus soldados, los cuales ejecutan al último superviviente de aquella batalla, el niño. NOELIA CANO CARAVACA

La música cesa. Y duermes, duermes.

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LE ESTÁS TOMANDO EL GUSTO A ESTO DE MOVERTE POR OTROS LUGARES Y POR OTROS TIEMPOS. YA HA CAÍDO LA NOCHE Y TE ACUESTAS PREGUNTÁNDOTE DÓNDE APARECERÁS AL DÍA SIGUIENTE. CASI CON DOLOR, CASI CON MAYOR ESTUPEFACCIÓN QUE CUANDO COMENZÓ ESTA LOCURA, DESCUBRES QUE ESTÁS EN TU CASA. ¿HABRÁ SIDO TODO TAN SOLO UN HERMOSO SUEÑO? ENTONCES ALGO LLAMA TU ATENCIÓN, UN EXTRAÑO LIBRO A LOS PIES DE TU CAMA. LO COGES Y LO LEES ILUSIONADO: VIAJE POR LA

LITERATURA:

OTROS

TIEMPOS,

EL LIBRO QUE ESCRITO DURANTE ESTE CURSO. ESPACIOS.

3ºB,

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OTROS

HAS


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