La definición lexicográfica

Page 1

“LA DEFINICIÓN LEXICOGRÁFICA” Mª José Blanco Rodríguez Universidad de Málaga Entre las actividades que debe realizar un lexicógrafo, la definición sigue constituyendo su principal escollo, así como el objetivo principal sobre el que se han centrado las críticas dirigidas al diccionario monolingüe. Este estado de cosas ha llevado a que muchos de los que tratan los significados, y especialmente de palabras que denotan cosas, cosas ordinarias, y, en particular, cosas naturales y, sobre todo, conceptos que representan cosas vivas, en lugar de establecer lo que realmente significan, se contenten, como dice Wierzbicka1, con maravillarse extraordinariamente acerca de cuán inmensa y sorprendentemente difícil resulta este trabajo, y en vez de tratar de establecer el significado de al menos algunas pocas de estas palabras comunes, se llega a la conclusión de que el significado de las palabras de cada día no se puede establecer en absoluto. En este línea se manifiesta Lyons: «hemos llegado a la conclusión de que la mayoría de las palabras de la vida ordinaria –palabras que denotan tipos naturales, tales como perro o mono y culturales, como mesa o silla- son de alguna manera indeterminados en el significado, y, por tanto, por razones teóricas, no definibles»2. Por tanto, y teniendo en cuenta la variación que se observa en el uso de las palabras, se concluye que no es posible alcanzar ni fijar el significado de las expresiones lingüísticas, pues no hay un conjunto uniforme de atributos que constituya el significado. Sólo hay similitudes entre usos diferentes de una expresión. Cualquier definición que se proponga sólo recoge algunos aspectos del uso del lenguaje. Varios son los factores que han contribuido a tan extendido escepticismo acerca de la viabilidad de las definiciones, en especial los siguientes: En primer lugar, unas expectativas poco realistas acerca de la cantidad de tiempo y de esfuerzo necesarios para construir una definición que cubra toda la variedad de usos de una palabra: un tarea enorme que requiere mucho más trabajo de lo que la mayoría está dispuesta a dedicarle. Segundo, la importancia concedida a la circularidad en el diccionario, posible desde el momento en que se define las palabras con palabras, esto es, se utiliza como metalenguaje aquello que se pretende explicar. Sin embargo, una vez que se acepta que las paráfrasis léxicas que proporcionan el significado dentro de un artículo de diccionario pueden ser construidas sin necesidad de recurrir a ninguno de los conceptos tradicionales de definición3, el problema de la circularidad deja de tener importancia, ya que este nuevo enfoque de la definición permite transmitir el significado de las palabras a través de

1

A. Wierzbicka (1985): Lexicography and Conceptual Analysis, Ann Arbor, págs. 1-2.

2

J. Lyons J. (1981): Lenguaje, significado y contexto, Barcelona, págs. 73-74.

3

Wiegand recomienda una reorientación que nos aleje de los conceptos tradicionales de definición y, por tanto, que nos separe de los problemas infructuosos y repetidos hasta la saciedad que también aparecen en su estela, esto es, la circularidad, la vaguedad y la redundancia (“Element for a so called Lexicographic Definition Theory” Lexicographica 8, 1992, págs. 175-289).

1


términos simples y claros, en un lenguaje corriente, de manera que las definiciones propuestas sean perfectamente inteligibles para el lector general. Un tercer factor es la falta de una teoría coherente sobre la polisemia, tal como muestran las variaciones en el número y contenido de las entradas lexicográficas4. En este sentido, la semántica de los prototipos ha sido capaz de proporcionar las bases que permiten separar los sentidos primarios y derivados de las expresiones lingüísticas. A partir de las nociones de semejanza de familia y de motivación, el modelo prototípico puede aplicarse a todos los fenómenos de categorización polisémica, es decir, a todos los fenómenos de sentido múltiple cuyas acepciones presentan un vínculo o vínculos entre ellas. Lakoff5 nos indica que los diferentes sentidos de un mismo ítem léxico no son agrupados en conjunto bajo una misma etiqueta denominadora por azar. Hay vínculos entre los diferentes sentidos a los que no se les exige ningún rasgo en común. La única restricción es que todo sentido comparte con otros al menos una propiedad. Pero esas relaciones no son predecibles, porque los principios de encadenamiento de los sentidos no pueden aplicarse sistemáticamente, si no, estaríamos ante una categoría de condiciones necesarias y suficientes. La solución de la motivación es la elegida como vía intermedia entre lo arbitrario y la predecibilidad. Cualquier sentido no básico pertenece a dicha categoría polisémica, no porque el azar o la necesidad lo haya colocado allí, sino por motivación: podemos explicar por qué está allí. La polisemia es considerada fundamentalmente como un fenómeno de convención motivada. Así, la semántica de los prototipos ampliada confirma su pertinencia para explicar las relaciones cognitivas existentes entre los diferentes significados agrupados en torno a una misma expresión, que, evidentemente, están relacionados cognitivamente mediante relaciones metafóricas y metonímicas, fundamentalmente. La palabra ternera agrupará en una misma categoría a las subcategorías referenciales “animal”, “carne de este animal” y “piel de este animal”. La denominación común es explicada por medio de principios generales referenciales de encadenamiento y asociación. Un cuarto factor es el poder seductivo de la teoría de la borrosidad de las categorías y la indeterminación del significado6. Las primeras versiones de la teoría del prototipo, conocidas como modelo estándar, han contribuido a extender esta consideración. Al advertir lo borroso de la aplicabilidad referencial, es decir, casos marginales que escapan a las condiciones necesarias y suficientes (de ahora en adelante CNS), tales como silla con una pata o la silla con un brazo, la teoría del prototipo (siempre en su primera versión, no en la ampliada, donde se abandona la tesis de la borrosidad categorial) vincula la noción de Wittgenstein de “parecido de familia” con la noción de prototipo: las entidades están agrupadas en una categoría según su grado de semejanza con el prototipo. Cuanto mayor sea la proximidad con el prototipo, más elevado será el grado de pertenencia a la categoría; la frontera entre pertenencia y no pertenencia es borrosa. Coleman y Kay han intentado desafiar la propia noción de rasgo semántico discreto: «Nuestro punto de vista prototípico del significado intenta dar cuenta de la intuición preteórica de que las categorías semánticas frecuentemente tienen bordes borrosos y permiten diversos grados de pertenencia. Desde

4

G. Kleiber (1995): La semántica de los prototipos. Categoría y sentido léxico, Madrid, pág. 28. 5

G. Lakoff (1987): Women, Fire and Dangerous Things, Chicago, pág. 346.

6

G. Kleiber, La semántica..., cit., pág. 135.

2


este punto de vista, la aplicabilidad de una palabra a una cosa es en general una cuestión no de sí o no, sino de más o menos»7. Los ejemplos que, desde este punto de vista, se aducen para demostrar la imposibilidad de asignar un significado constante a las palabras, ilustran algunos de los errores en los que la creencia en la indeterminación del significado está basada. El razonamiento es el siguiente: 1) en la lengua hay nombres diferentes para designar un determinado objeto de la realidad; 2) estos nombres no parecen estar ligados a diferentes tipos de realidades; 3) por consiguiente, estos nombres son usados “con considerable imprecisión”. Este razonamiento es falso porque nombres diferentes pueden estar asociados con distinciones semánticas que no son las puramente referenciales, y los hablantes muestran claramente que poseen un conocimiento tácito de este hecho. Y al contrario, hay propiedades objetivas de los referentes que no son esenciales para conocer cómo utilizar una palabra correctamente8. Un error que no debemos cometer tampoco, como dice Kleiber, “es vincular la discontinuidad categorial a una discontinuidad similar a lo real. Nos equivocaríamos si pensáramos que la definición de un término no puede ser precisa más que con la condición de que los elementos de la realidad lo sean también. Debemos razonar de la siguiente manera, existen ‘cosas’ que no entran en las categorías léxicas. Pero no es la causa de que las categorías léxicas sean borrosas”9. Wierzbicka es de la misma opinión cuando considera los casos marginales como tales: “hay cosas entre tazas y tazones que no son ni tazas ni tazones. Las cosas de este tipo, para las que no hay una etiqueta léxica estándar, pueden ser descritas mediante la referencia al tipo más cercano léxicamente reconocido, y llamarse, por ejemplo, una especie de taza o una cosa parecida a una taza. Es esencial distinguir entre estas categorías intermedias y los verdaderos tipos, tipos conceptuales, léxicamente reconocidos como tales”10. La variación en el uso de los términos concretos tiene varias causas. Hay significados que son en sí mismos borrosos, es decir, aquellos cuyos límites de aplicabilidad referencial son vagos. Pero lo borroso también proviene del desfase entre la realidad y las categorías discontinuas. En el primer caso, la definición verbal debe hacer explícita dicha vaguedad. Una definición adecuada de un concepto vago debe buscar, según Wierzbicka11, no la precisión, sino la vaguedad: debe conseguir precisamente ese nivel de vaguedad que caracteriza al concepto mismo. Una definición vaga del tipo que se sugiere aquí debe tener un poder predictivo completo: debe dar cuenta correctamente de toda el abanico de usos, incluyendo los límites borrosos de ese abanico. En el segundo caso, la definición deberá describir de manera completa y precisa la idea de un representante típico de la clase: esto es, el prototipo. Lo interesante de esta concepción es que la noción de componentes semánticos discretos es perfectamente compatible con la noción de prototipo y con la naturaleza no-

7

L. Coleman y P. Kay , «Prototype Semantics: the english word LIE», en Language, 57 (1981), pág. 27. A. Wierzbicka, “Back to definitions: Cognition, semantics, and lexicography”, Lexicographica, 8 (1992), págs. 146-174. 8

9

G. Kleiber, La semántica..., cit., pág. 138. A. Wierzbicka, Lexicography…, cit., pág. 38.

10 11

A. Wierzbicka, Lexicography…, cit., págs. 16-19.

3


discreta de la referencia. Por lo tanto, y en contra de una opinión muy extendida, una semántica componencial, es decir, una semántica que utiliza rasgos discretos, no se puede poner en duda por la existencia de casos marginales, de casos de difícil clasificación. Los ataques recientes a la discreción en el análisis léxico-semántico se basan en una confusión entre dos conceptos que no se implican mutuamente: la borrosidad categorial y la estructuración prototípica de la categoría12. La prototipicidad no es sinónimo de borroso. La estructura interna prototípica de una categoría no la convierte en borrosa: los patos y los buitres, como señala Lakoff13, no son pájaros prototípicos, pero no por ello dejan de ser pájaros. Para ser un pájaro “idóneo”, hay que ser previamente pájaro. Como vemos, la versión ampliada de la teoría de los prototipos se caracteriza por el rechazo de la noción de la borrosidad de las categorías, pues los criterios de pertenencia no son los mismos que los que se hallan en el origen de la clasificación prototípica. La talla y la característica de rapiña o no de rapiña son dos dimensiones pertinentes para la estructuración prototípica de la categoría pájaro, pero nada tienen que ver con la pertenencia a la categoría. Por último, otro de los factores que ha contribuido a poner en duda la posibilidad de las definiciones de palabras concretas o expresiones designativas es la imposibilidad de llevar a la práctica la distinción tradicional entre “definición nominal” y “definición real”, que separa, desde el punto de vista teórico, la tarea de definir palabras de la de describir objetos. Ambos propósitos parecen, en principio, claramente distintos desde el momento en que el diccionario y la enciclopedia son instrumentos bien diferenciados. Sin embargo, en la bibliografía abundante sobre la definición, una vez que se alude a la necesaria separación entre rasgos semánticos y enciclopédicos, se acaba por concluir en la imposibilidad de mantener dicha distinción, al menos por lo que se refiere a las expresiones designativas. Lo que, en casos extremos, ha conducido a la presuposición de que mientras verbos, adjetivos y adverbios y nombres abstractos de la lengua pueden y deben ser definidos en un diccionario de esa lengua, nombres concretos (como copa, gato) no pueden ni deben ser definidos, porque pertenecen a las enciclopedias (independientes de la lengua), y no a diccionarios (dependientes de la lengua). Desde un punto de vista totalmente diferente, Ramón Trujillo14 ha negado también la posibilidad de definición de los significados mismos. Esta postura deriva de su consideración del significado. Trujillo ha criticado los abusos de la noción conceptualista del significado, especialmente en los diccionarios, pues, todos los diccionarios parten del supuesto falso del carácter conceptual del significado. Por el contrario, el significado es un tipo de representación muy distinto del concepto, pues mientras éste no es más que la síntesis o abstracción de una parcela de la realidad, el significado se presenta como realidad misma, y puede, a su vez, ser objeto de conocimiento directo e intuitivo. No obstante, esta perspectiva puede llevarnos a un cierto camino sin salida, puesto que, según Trujillo, al no ser el significado de un signo un concepto no se puede definir, sólo

12

G. Kleiber, La semántica..., cit., págs. 136-139.

13

G. Lakoff, «Classifiers as a reflection of mind», en C. Craig (ed.), Noun Classes and Categorization, Amsterdam (1986), págs. 13-51. 14

Véase R. Trujillo, Elementos de semántica lingüística, Madrid, 1979; Introducción a la semántica española, Madrid, 1988; «Semántica y gramática: sobre la capacidad sintáctica del diccionario», Actas del Congreso de la S.E.L. XX Aniversario, Madrid, págs. 120-130; “El diccionario frente a la semántica”, en H. Hernández Hernández (coord.), Aspectos de lexicografía contemporánea, Barcelona, 1994, págs. 73-93.

4


podrán definirse o describirse cada uno de los usos del signo. Pero, como señala Cifuentes15, la imposibilidad de definición es, en todo caso, un problema de la teoría, del que no se deduce en absoluto ninguna propiedad relativa a la existencia ni a la naturaleza de los significados. Lo único que se establece es la imposibilidad de definición o descripción de los objetos semánticos; pero por eso mismo habla Trujillo de intuición: para expresar que, a pesar de esa imposibilidad actual, los significados se hallan siempre perfectamente delimitados en el seno del saber lingüístico de los usuarios. La gramática cognitiva sí permite la viabilidad de las definiciones en tanto que diseña un modelo de teoría lingüística que proporciona las condiciones de descripción. De este modo, los significados —léxicos, oracionales, etc.— deben ser entendidos como unidades no de lengua, sino de metalengua, es decir, no bajo una perspectiva de «paráfrasis del fenómeno comunicativo», sino «metodológica». La lingüística cognitiva afirma que la significación es la convencionalización de un concepto, lo que implica que lo que manejamos son acepciones, variantes o usos, que es justamente la propuesta de Trujillo, debido a la inefabilidad del significado. Pero debemos señalar que, en primer lugar, Trujillo no trabaja con las nociones de prototipo ni de metáfora y metonimia como mecanismos conceptuales, y, en segundo lugar, que sus reflexiones sobre la indefinición del significado suelen establecerse en una primera metalengua. Cuando nos situamos en una segunda metalengua, que da cuenta de las condiciones de descripción, se comprueba la necesidad metodológica de los significados en tanto que construcciones, pero unas construcciones, como bien señalaba Trujillo que deben dar cuenta no sólo de los usos pasados, sino también de los futuros. Esa intuición inmediata de la que habla Trujillo la lingüística cognitiva consigue describirla mediante las nociones de «categoría natural» y «prototipo» (en tanto que no está organizada como un conjunto de condiciones necesarias y suficientes) y los mecanismos conceptuales de metonimia y metáfora16. Definir el significado de las palabras ha sido durante al menos veinticinco siglos una característica de la cultura occidental. Con el advenimiento de los diccionarios modernos esta actividad se ha institucionalizado y se ha convertido en algo muy importante. Se ha afirmado a menudo que en el pasado la lexicografía significó práctica, mientras la semántica significaba teoría, siendo así que la práctica lexicográfica continuada en las tres últimas centurias habría venido a desarrollar ciertas rutinas, ciertos mecanismos habituales. También se ha dicho que los supuestos teóricos implícitos en estas rutinas pocas veces han sido el objeto de un análisis serio. Se concluye así, que la lexicografía ha procedido generalmente en el vacío teórico. Este punto de vista es erróneo, porque lo que se observa es todo lo contrario: desde el siglo XVIII, la definición lexicográfica no ha podido sustraerse a lo que llamaremos, siguiendo a Lakoff17, el paradigma filosófico objetivista y, especialmente, a su doctrina de la definición correcta. Este hecho ha tenido como efecto la adopción de la definición aristotélica como marco general de su discurso, como principio de clasificación de los rasgos del significado en términos de propiedades, y como fundamento de su objetividad en relación con los objetos naturales que define. Tradicionalmente se ha supuesto que sólo una versión fuerte de la definición aristotélica, que según las tipologías de la definición, suele

15

J. L. Cifuentes Honrubia (1994): Gramática cognitiva. Fundamentos críticos, Madrid, págs. 99-100. 16

J. L. Cifuentes Honrubia, Gramática..., cit., pág. 211.

17

G. Lakoff, Women, Fire…, cit., págs. 171-172.

5


denominarse definición por género próximo y diferencia específica o inclusiva o analítica, constituye una verdadera definición. Y así, los lexicógrafos han tomado el esquema aristotélico como marco ideal de referencia al que hay que ajustarse; es decir, que para definir se recurre primero al hiperónimo inmediatamente superior y después se señalan las características adicionales: p. ej., rosa se define así en el DRAE: «flor (hiperónimo) del rosal, notable por su belleza, la suavidad de su fragancia y su color», ... (características adicionales). Tal punto de vista no es adecuado ni como base para una teoría metalexicográfica ni para la práctica lexicográfica, pues, debido a la multiplicidad constitutiva del significado, se ha comprobado la imposibilidad de encerrar en el esquema clásico de definición cualquier significado verbal. Sólo los nombres se acomodan a la definición inclusiva y se sujetan con facilidad al criterio de sustitución, todo lo cual hace que sea la clase más fácil de definir desde este punto de vista tradicional. Pero además, el proponer este esquema de definición hiperonímica como principio general al que tienen que ajustarse los lexicógrafos se basa en la suposición errónea de que la categorización humana del universo es exclusivamente taxonómica, esto es, basada en una jerarquía de clases, ya que en la teoría clásica, la categorización jerárquica y la categorización transversal son las únicas organizaciones de categorías que existen. Sin embargo, como ha señalado Wierzbicka18, esta visión no está justificada: la categorización taxonómica juega un papel en el pensamiento humano tal como se refleja en el lenguaje natural, pero no domina ese pensamiento como ha sido asumido. Otros principios clasificatorios también juegan un importante papel; en algunas áreas del léxico, incluso más importante. Así pues, muchas taxonomías que se alegan --tanto en el área de los conceptos biológicos, como en el área de los artefactos-- no son en realidad taxonomías. Una supercategoría semántica (pájaro, flor, árbol) constituye el común denominador de las categorías del nivel inferior: loro; rosa, roble. Esto significa que las definiciones de las categorías del nivel inferior deben empezar como sigue: loro, “una clase de pájaro ...”. Cuando definimos un loro como un tipo de pájaro, estamos implicando que un loro es, conceptualmente, sobre todo un tipo de pájaro, y que todas los otros rasgos definitorios están subordinados a éste. Podemos preguntarnos por qué el loro no es definido de la siguiente manera: “algo con muchos colores y un pájaro”, que desde el punto de vista lógico es una entrada perfectamente correcta; la respuesta es que, en el mundo en que vivimos, un loro es primero que todo un pájaro y sólo entonces algo con mucho colorido; es decir, el ser un pájaro es en este caso conceptualmente más importante que su colorido. Para dar cuenta de las intuiciones de los hablantes corrientes debemos definir loro como, sobre todo, un tipo de pájaro. Hay otro tipo de conceptos, tales como juguete, recipiente, arma, etc., que son tratados de la misma manera que conceptos como pájaro, flor o árbol, y son considerados como supercategorías taxonómicas. Esto es, se asume que un triciclo es un tipo de juguete, y una pistola es un tipo de arma, justamente como un loro es un tipo de pájaro. Sin embargo, como apunta Wierzbicka, semánticamente, un triciclo no es un tipo de juguete, y una pistola no es un tipo de arma. Los juguetes o las armas no son en absoluto conceptos taxonómicos porque no designan tipos de cosas. Más bien, son conceptos funcionales: especifican un tipo de función: un juguete es una cosa de cualquier tipo hecha para que los niños jueguen. No son ni tipos naturales ni tipos culturales. No son tipos en absoluto. Así pues, no se puede definir una pistola como un tipo de arma porque el concepto ‘arma’ no está semánticamente incluido en el significado del nivel inferior pistola. El concepto ‘arma’

18

A. Wierzbicka, Lexicography…, cit., pág. 259.

6


contiene la idea de una cosa de cualquier tipo, mientras que conceptos taxonómicos como ‘pistola’ no incluyen la idea de cualquier tipo en ningún nivel: ellos designan un tipo particular, no cosas de cualquier tipo que tiene una función particular. El significado no es una suma de propiedades compartidas de los denotata, es la convencionalización de un concepto: No todas las propiedades compartidas son conceptualmente relevantes, y algunas de las propiedades relevantes pueden ser ficticias, basadas en prejuicios, error, mito, asociaciones simbólicas, etc. Así, por ejemplo, el hecho de que todas las tazas sirvan para beber café o té no significa que las tazas deban ser definidas como un tipo de recipiente. Lo que importa es cómo los hablantes corrientes conceptualizamos esa realidad19. Como advierte Wiegand20, el problema de no distinguir entre conceptos taxonómicos y conceptos puramente funcionales conduce a una gran arbitrariedad en la descripción semántica, pues la elección en tales casos se hace sobre la base de condiciones adicionales, por ejemplo, relativas a nuestros propios intereses, a propósitos descriptivos, a las clases cotextuales, etc. Por ejemplo, la palabra taza es definida en varios diccionarios de manera diferente. El Diccionario para la enseñanza de la lengua española-Vox la define como una clase de vaso; el Diccionario didáctico del español-SM, como un tipo de recipiente; el DRAE, como un tipo de vasija. No hay manera de elegir entre estas diferentes categorizaciones porque todas ellas son arbitrarias. Como argumenta Wierzbicka21, semánticamente, una taza no es ni un tipo de utensilio de cocina, ni un elemento de la vajilla. Semánticamente, una taza es un tipo de cosa hecho por las personas, que, además, posee una serie de características adicionales de igual importancia entre sí. Si en nuestra definición de taza elevamos una de esas características por encima de las otras entonces fracasaremos en describir adecuadamente la estructura semántica de la palabra. Por otro lado, hay otro tipo de categorías que tampoco son taxonómicas, que se fundamentan en la contigüidad: nos referimos a las categorías que incluyen partes de cosas o meronomías (sistemas de partes). Así, sería absurdo definir nariz como un tipo de cosa (que sobresale en medio de la cara), sino que es una parte de la cara (que sobresale en el medio de la cara); y una cabeza no es un tipo de cosa (que está arriba del cuerpo), sino una parte del cuerpo (que está arriba del cuerpo). Del mismo modo, una ventana, un tejado, son, semánticamente, no tipos de cosas, pero partes de cosas. Por ello las diferentes tipologías de la definición se han visto obligadas a incluir, junto a la definición hiperónimica, un tipo particular de definición que algunos denominan definición metonímica, aunque se apresuran a señalar, desde su particular concepción del significado, que se trata de la introducción de rasgos extralingüísticos pero necesarios para la correcta identificación del término. Otro de los supuestos tradicionales acerca de la definición lexicográfica es que ésta debe proporcionar un procedimiento de decisión suficiente para poder elegir todos y sólo los objetos o eventos correctamente referidos por la palabra o expresión. Este modelo de condiciones necesarias y suficientes se ha desarrollado al compás de las visiones filósoficas más ampliamente aceptadas en Occidente: se trata de lo que Lakoff22 denomina el paradigma objetivista. Desde el tiempo de Aristóteles hasta el trabajo de Wittgenstein Investigaciones Filosóficas, se pensaba que las categorías eran contenedores abstractos, con cosas dentro o

19

A. Wierzbicka, Lexicography…, cit. págs. 261-269.

20

H. E. Wiegand, «Elements…», cit., pág. 230.

21

A. Wierzbicka, Lexicography…, cit. pág. 260.

22

G. Lakoff, Women, Fire…, cit., pág. 6.

7


fuera de la categoría. Se asumía que estaban en la misma categoría si y sólo si poseían ciertas propiedades en común: eran propiedades inherentes a los objetos que nada tenían que ver con el conocimiento humano. Y las propiedades que tenían en común a su vez definían la categoría. Ahora bien, esto no quiere decir que estemos afirmando que las categorías clásicas no son relevantes para la cognición. Al contrario. La teoría clásica de la categorización es un producto de la mente humana. Muchos de los modelos cognitivos usan categorías clásicas; pero no todos. Para apreciar la importancia de la teoría clásica de la categorización, debemos considerar primero la visión del mundo en la que está incluida: un punto de vista metafísico de la realidad que se considera tan obviamente verdadero como para que pueda ponerse en duda: todo en la realidad consiste en entidades, que poseen propiedades fijas y relaciones entre ellas. Esta estructura existe, independientemente de cualquier conocimiento humano. La metafísica objetivista se encuentra a menudo acompañada por otra asunción metafísica, el esencialismo: entre las propiedades que poseen las cosas, algunas son esenciales; esto es, existen propiedades que hacen de la cosa lo que es, y sin las cuales no sería tal clase de cosa. Otras propiedades son accidentales, esto es, son propiedades que las cosas tienen por casualidad, no propiedades que capturan la esencia de la cosa23. Esta diferenciación metafísica induce, a su vez, una distinción epistemológica entre dos tipos de conocimiento: conocimiento definicional, o de las propiedades esenciales, y conocimiento enciclopédico, o de las propiedades contingentes. Si el pensamiento es la manipulación de símbolos abstractos, entonces esos símbolos (esto es, las palabras y sus representaciones mentales) tienen significado de una y sólo una manera: a través de su correspondencia con entidades y categorías en un mundo existente o en mundos posibles. Consecuentemente, existe una categorización correcta de las cosas del mundo, independientemente de la percepción o cognición humana; es la visión del ojo divino. Así mismo hay de manera objetiva una definición correcta de las palabras: definiciones que son objetivamente correctas de una manera natural, pues dependen de una relación correcta entre las palabras y el mundo objetivo24. Además, esta interpretación forma parte de nuestra idea popular de la categorización, motivada por el hecho de que la mayor parte de los procesos de categorización es inconsciente y automática. Al movernos en el mundo, automáticamente categorizamos gente, animales y objetos físicos, tanto naturales como hechos por el hombre. Esto a veces conduce a la impresión de que categorizamos las cosas justamente como son, que las cosas vienen en tipos naturales, y que nuestras categorías mentales simplemente concuerdan con los tipos de cosas que hay en el mundo. Para la semántica objetivista, pues, el significado lingüístico está basado en una correspondencia entre las palabras y el mundo, en algunas versiones a través de los conceptos, y en otras versiones, directamente. Así mismo, el concepto de definición es considerado teniendo en cuenta todas estas asunciones. La definición ideal de una palabra debe presentar las condiciones necesarias y suficientes, excluyendo toda información enciclopédica e irrelevante. El error en el que incurre la semántica de las CNS, como ha

23

G. Lakoff, Women, Fire…, cit., págs. 158-162.

24

G. Lakoff, Women, Fire…, cit., págs. 171-173.

8


señalado repetidamente Trujillo, estriba en considerar el significado como si fuera puramente o casi exclusivamente denotativo, en considerar el significado como un concepto, es decir, como una categoría lógica que excluye todo objeto real no definido por ella. El paradigma objetivista induce asimismo, dentro del análisis componencial, a distinguir entre significado asociativo o connotativo y significado designativo o literal. Un significado literal es aquel que es capaz de concordar con la realidad, esto es, de ser verdadero o falso de manera objetiva. Las expresiones figurativas son definidas como aquellas cuyos significados no se ajustan a la realidad. Argumenta Trujillo que esto es el resultado de considerar sólo normales las conceptualizaciones estrictas de los datos de la experiencia; y se pregunta por qué ha de considerarse anómala una técnica normal de las lenguas. Como consecuencia de todo ello, los diccionarios han prestado poca atención a los rasgos denominados asociativos, es decir, aquellos rasgos que son el resultado de la manera en que los seres humanos perciben e imaginan los objetos de la realidad. Esta búsqueda de la objetividad en relación a los objetos naturales que definen es, para Rey, la causa de la mezcla impura del estudio de la lengua y de la descripción de las cosas, o más bien de los conceptos que ha venido dándose en los diccionarios monolingües desde la segunda mitad del siglo XVIII25. Esto resulta bien claro cuando se comparan las definiciones que ofrecían los primeros diccionarios monolingües de Occidente con las que se puede encontrar en los diccionarios modernos: las definiciones de tigre, gato, constan ahora de una categorización taxonómica científica (mamífero, felino, carnívoro, digitígrado), del nombre científico, de una descripción detallada de su cuerpo, de una breve caracterización de su comportamiento y alguna nota sobre su procedencia geográfica. Al mismo tiempo, se han venido perdiendo esos rasgos asociativos de que hablábamos, de gran importancia para la comprensión textual, pero que no tienen fundamento en la cosa en sí: así, informaciones como que los gatos son enemigos de los perros y de los ratones, que los hongos crecen con rapidez, etc., tienden a desaparecer de la definición lexicográfica moderna. En este sentido, se puede comparar la definición que da el DRAE de espinaca: «Planta hortense, comestible, anual, de la familia de las quenopodiáceas, con tallo ramoso, hojas radicales, estrechas, agudas y suaves, con pecíolos rojizos, flores dioicas, sin corola, y semillas redondas o con cuernecillos, según las variedades», con la que encontramos en el Tesoro de Cobarruvias: «Una especie de azelgas. (...) Házense della algunos guisados para los días que no son de carne». El Diccionario de la Academia incluye en la definición conocimiento factual enciclopédico especializado, --cuando el conocimiento especializado no puede formar parte del significado--, en lugar de incluir el conocimiento semántico relativo al objeto compartido por los hablantes, como hace el Tesoro. Las definiciones lexicográficas deben recoger las intuiciones de los hablantes corrientes; y no parece que estos hablantes conceptualicen las espinacas como una planta, sino que la espinaca es sobre todo una cosa que crece del suelo, que se manipula de una cierta manera y que se come en un determinado momento de la comida, esto es, una verdura. La identificación de la definición con un conjunto de condiciones necesarias y suficientes lleva, pues, aparejada la creencia de que definición lexicográfica debe proporcionar las condiciones de denotación para poder usar una expresión correctamente,

A. Rey, “À propos de la définition lexicographique”, Cahiers de Lexicologie, 6 (1965), págs. 67-80. 25

9


cuando, en realidad, lo que una definición lexicográfica trata de capturar es el significado. Ambas cosas están relacionadas, pero no son la misma cosa. Por lo que respecta a la forma en que se redactan las definiciones de los diccionarios convencionales, también ha constituido una fuente de problemas. Actualmente, en la mayoría de los diccionarios, la información acerca del significado se presenta en forma de una palabra sinonímica o una perífrasis definitoria capaz de sustituir al definido; junto con cierta información sintáctica y colocacional separada de aquella: florecer. Dar flor. Se dice de los árboles y las plantas; o integrada dentro de la definición: reverdecer. Cobrar nuevo verdor los campos. También es común, en el caso de los adjetivos, señalar peculiaridades de combinación, mediante las convenciones dícese de, se aplica a, referido a, etc.: esteril. Dícese del año de cosecha escasa. Estos casos, que afectan a la estructura sintagmática de la definición, se conocen como hechos de contorno. No son informaciones estrictamente léxicas, pero sí pertinentes desde el punto de vista informativo, puesto que sin ellas, el usuario no podría codificar correctamente mensajes en los que interviniera alguna de estas unidades. La solución que aporta Seco26 para estas definiciones es la de separar por algún procedimiento tipográfico el contorno dentro de la definición, como por ejemplo, la utilización de corchetes: transportar. Llevar [una cosa] de un lugar a otro. Sin embargo, este esquema presenta ciertas dificultades. Uno fundamental es la artificialidad que provoca en el estilo de la prosa de los diccionarios. El propósito general de estas convenciones es lograr precisión. Pero, en la práctica su efecto puede ser el de crear dificultades de interpretación, especialmente para los lectores extranjeros, debido a la artificialidad que provoca en el estilo de la prosa de los diccionarios. Por otro lado, el esquema definicional clásico está orientado básicamente a un uso pasivo, de comprensión. Como sostiene Scholfield27, Ladrón = persona que roba es correcto quizá como una ayuda para comprender el significado; pero cuando lo que se tiene en cuenta es la información para la producción, debemos buscar un lenguaje más realista. Además, la lengua está llena de casos en que podemos parafrasear la palabra X en su marco sintáctico/colocacional por

26

M. Seco (1987): Estudios de lexicografía española, Madrid, pág. 45.

P. J. Scholfield, “On a non-standard dictionary definition schema”, en R. R. K. Hartmann (ed.), Dictionaries and their users, Exeter, 1979, págs. 54-62. 27

10


medio de la palabra Y en su (diferente) marco sintáctico/colocacional, pero no podremos (o no podremos hacerlo fácilmente) equiparar por medio de una ecuación la palabra X en aislamiento con una palabra Y que tiene un marco sintáctico/colocacional idéntico. Esto refleja indirectamente el hecho de que a menudo el significado de un ítem del vocabulario no es sólo inherente a la palabra misma, en aislamiento, sino que en parte existe contextualmente en aquello que impone a las palabras que la rodean en los enunciados, tanto sintáctica como colocacionalmente. Pero lo que es más serio, no ha habido discusión acerca de si la fórmulas así confeccionadas reflejan fielmente los hechos de la lengua natural o si introducen distorsiones. Sorprendentemente, en el siglo XVII las definiciones lexicográficas habían consistido en descripciones y explicaciones informales y discursivas28, como podemos ver en muchas de las entradas del Tesoro de Cobarruvias: gris: «Es una color escura, entre pardo y negro». Ahora bien, el estilo de las entradas de los diccionarios empezó a formalizarse pronto en el siglo XVIII: a partir de esta época, los lexicógrafos tomaron como un deber formular definiciones que pudieran sustituir a la palabra definida en cualquier contexto. Durante mucho tiempo se ha defendido el criterio de sinonimia total, que hace referencia, en palabras de Seco, al hecho de que la relación que el diccionario establece entre definido (definiendum) y definición (definiens) es de sinonimia. Posteriormente, como argumenta Wiegand29, los métodos y técnicas de sustitución de la lingüística estructural han servido como punto de referencia cuando los lexicógrafos hablan de sustituibilidad. Esta propiedad de la relación de sinonimia o equivalencia ha constituido uno de los elementos centrales de la teoría clásica de la definición. Y así, un término largamente utilizado en lexicografía ha sido el de ecuación para referirse a la manera en que se relacionan el vocablo y la explicación que ofrece la definición acerca de su significado porque establece una especie de equivalencia o de igualdad entre los dos miembros principales del artículo lexicográfico. Tal relación suele no tener manifestación gráfica alguna en los diccionarios modernos. Es apenas un espacio en blanco entre el lema y la definición. Antiguamente sí se manifestaba explícitamente tal relación, como hemos visto en el ejemplo de Cobarruvias. Ahora bien, dado que las lenguas naturales no son sistemas matemáticos precisos, y las afirmaciones sobre significados no son, literalmente, ecuaciones, el término ecuación únicamente resultará admisible si se utiliza como símil. Por otro lado, son muchos los lexicógrafos y lingüistas que afirman que los diccionarios no cumplen este principio en miles de casos. Varias son las razones por las que un definido puede no ser conmutable por la definición. En el caso de las palabras gramaticales, es la propia naturaleza de su significado la que anula esta prueba. Además, existe un amplio grupo de palabras que son objeto -según la lexicografía tradicional- de una definición híbrida, en que se especifican, como hemos visto, o bien complementos potenciales de un verbo, necesarios para la inteligibilidad de la perífrasis definitoria; o bien, en el caso de adjetivos, peculiaridades de combinación, que la mayoría de los diccionarios introduce bajo las fórmulas dícese de o se aplica a, fórmulas que impiden la sustituibilidad en un enunciado concreto.

Hanks ha reseñado este hecho en la lexicografía idnglesa (P. Hanks, “Definitions and Explanations”, Looking Up. An account of the COBUILD Project in lexical computing, Londres, 1987, págs. 116-136). 28

29

H. E. Wiegand, «Elements…», cit., pág. 207.

11


Pero lo que es más importante, no puede postularse que un definiens puede sustituir al definiendum en “el discurso normal”. Como advierte Wiegand30, si Rey-Debove intenta mostrar que las perífrasis de significado siempre poseen la misma función sintáctica del signo entrada que definen, siempre que sean formuladas en el metalenguaje de contenido (esto es, casi todos los elementos que sustituyen a expresiones designativas) y siempre que no se hayan cometidos errores; sin embargo, esto no garantiza la sustituibilidad, pues aunque los enunciados resultantes sean gramaticalmente correctos, en la comunicación diaria difícilmente podrían considerarse ordinarios y normales. Por ejemplo, berenjena es definido por el DRAE: «planta anual de la familia de las solanáceas, de cuatro a seis decímetros de altura; ramosa...». Si en la siguiente frase «¿A cómo están hoy las berenjenas?», frase que se puede oír de forma natural en el mercado, substituimos berenjenas por su definición (y se nos permiten ciertos ajustes morfológicos), obtendremos un enunciado, cuanto menos, cómico, aunque gramaticalmente intachable. El principio de sinonimia determinó, pues, la forma de las entradas de los diccionarios desde principios del XIX hasta el año 1987 (fecha de publicación del diccionario COBUILD). Señala Hanks31 que para el siglo XX, las explicaciones discursivas habían sido abandonadas por todos los diccionarios serios orientados a adultos, y los pocos ejemplos de explicaciones discursivas sólo se encuentran en diccionarios para niños. Tales explicaciones han sido descritas, a menudo despectivamente, como definiciones populares. El nuevo enfoque que ha aportado el COBUILD es, sin embargo, que tales explicaciones forman un vehículo más satisfactorio para explicar el uso y el significado de la palabra que aquellas que se han convertido en tradicionales en lexicografía. A ello ha contribuido la nueva concepción que tienen los lexicógrafos del diccionario como una herramienta no ya sólo para la comprensión, sino también como una ayuda para la producción; esto es, como una fuente donde el usuario puede no sólo encontrar suficiente información para entender palabras no familiares, sino también para poder usar las palabras correctamente. Obviamente, una parte de tal información léxica orientada a la producción implica un informe detallado de las restricciones colocacionales de cada sentido de una palabra, y esa información es entendida mejor en un estilo explicativo, y no recurriendo al uso de paréntesis o corchetes. Tampoco hay un acuerdo entre la teoría y la práctica lexicográfica acerca de qué segmentos del artículo han de ser considerados definiciones lexicográficas32. Así, se considera que la forma canónica de definición es sólo aquella que implica la relación «X denota Y». Según este punto de vista, muchas descripciones de diccionarios monolingües no pueden, por tanto, ser consideradas definiciones, como por ejemplo, las descripciones de significado a través del uso de comentarios: “expresa...”; o las definiciones de palabras gramaticales, que no denotan. En este sentido, Seco distingue entre definiciones propias, que, siguiendo a Rey Debove33, están formuladas en la «metalengua del contenido», y definiciones impropias, formuladas en la «metalengua del signo». Como dice Seco, las voces que pertenecen a ciertas categorías gramaticales (preposiciones, conjunciones, pronombres, artículos y también ciertos adjetivos y verbos) no se pueden “definir”, sino sólo “explicar”,

30

H. E. Wiegand, «Elements…», cit., pág. 208.

31

P. Hanks, “Definitions…, cit., págs. 120-121.

32

H. E. Wiegand, «Elements…», cit., págs. 175-180.

33

J. Rey-Debove (1971): Étude linguistique et sémiotique des dictionnaires français contemporains, The Hague, pág. 190.

12


ya que, evidentemente, tales explicaciones no cumplen la condición de sustituibilidad. La condición que deben cumplir, en definitiva, para constituir lo que se llama comúnmente una definición lexicográfica es que el signo-lema pertenezca al vocabulario designativo. Finalmente, si consideramos la definición que da el COBUILD de la palabra ladrillo: «Un ladrillo es un bloque rectangular que se usa para construir paredes, casas, etc.», según ReyDebove, para quien la definición lexicográfica siempre está formada por una palabra o varias palabras o varios sintagmas, no hay una definición lexicográfica en el ejemplo del COBUILD, ya que el texto es obviamente una frase. En conclusión, lo que se acepta comúnmente es que: 1) Una descripción del significado a partir de sinónimos no es una definición lexicográfica; 2) una secuencia de sinónimos, tampoco; 3) y las paráfrasis-comentario tampoco son consideradas comúnmente definiciones lexicográficas. Sin embargo, según las teorías científicas de la definición más recientes, lo que los lexicógrafos han venido llamando definición, no lo es, sino que tal expresión es un definiens, esto es, la expresión definidora que es sólo una parte de la definición34. De esta manera, se ha establecido que una definición explícita es un texto en el que el definiendum es seguido por el definor (o cópula de la definición) que, a su vez, es inmediatamente seguido por el definiens. Así pues, la denominación definición lexicográfica no está justificada por lo que respecta a los diccionarios convencionales, dado que no hay ningún enfoque científico de la definición en el que los sintagmas sean considerados definiciones. Por el contrario, sí hay buenas razones para designar como definiciones justamente las explicaciones del COBUILD, que hasta ahora no han sido llamadas definiciones. En conclusión, el mero hecho de designar las perífrasis definitorias mediante el término definición lexicográfica ha supuesto tradicionalmente que las coloquemos dentro de un contexto científico o en un contexto teórico que no es el adecuado para ellas y que les apliquemos conceptos tomados de la teoría aristotélica de la definición. Es por ello que, en los últimos 20 años, se ha establecido en la bibliografía en alemán otra tradición terminológica: la que usa el término explicación, al mismo tiempo que rechaza explícitamente el término definición lexicográfica. Y, en este mismo sentido, reseña Wierzbicka35 que Hunn insistía ya en 1978 que los enunciados que formulan el conocimiento semántico de los hablantes nativos no deben llamarse definiciones, sino descripciones. Tampoco ha habido consenso acerca de si tales enunciados debían denominarse paráfrasis o perífrasis; y éste no es un asunto baladí, pues es un reflejo de la tendencia de los lexicógrafos a apoyarse, sin más explicación, en cómo se usa el término definición en las teorías científicas de la definición. Luis Fernando Lara resume muy acertadamente el estado de la cuestión: Lara argumenta que se adhiere a la propuesta de Rey-Debove de hablar de perífrasis definitoria, y no a la de Wiegand de considerarla paráfrasis, porque «la paráfrasis se aplica a un enunciado, mientras que la perífrasis se aplica a un vocablo, en este caso, el vocablo-entrada. Además, porque la paráfrasis se toma libertades con el contenido, mientras que la perífrasis constituye simplemente otra denominación. Es decir, se habla de paráfrasis en relación con textos y no con palabras aisladas, y tiene por objetivo aclararlos, en tanto que la definición lexicográfica reconstruye el significado del vocablo, no más y no menos»36, por lo que le parece más adecuado hablar de perífrasis. En este fragmento,

34

H. E. Wiegand, «Elements…», cit., págs. 219-235.

35

A. Wierzbicka, Lexicography…, cit., pág. 157.

36

L. F. Lara (1996): Teoría del diccionario monolingüe, México, pág. 167.

13


subyacen ciertas creencias acerca de la naturaleza de la ecuación lexicográfica, principalmente el principio de sinonimia o sustituibilidad, y también el supuesto tradicional de que la parte izquierda debe constar sólo de una palabra, y la parte derecha o definiens es solamente su perífrasis, de tal manera que se pueda lograr equiparar por medio de una ecuación la palabra X en aislamiento con una palabra Y en su marco sintáctico/colocacional. Por el contrario, desde la nueva perspectiva de la definición que se expone en este trabajo, ambos términos pueden utilizarse de manera consistente: perífrasis para denominar los definiens tradicionales, de carácter sintagmático, esto es, definiciones basadas en la palabra; y paráfrasis para las explicaciones discursivas, pues nos permiten parafrasear la palabra X en su marco sintáctico/colocacional por medio de la palabra Y en su (diferente) marco sintáctico/colocacional. Una serie de publicaciones recientes han venido a desafiar este marco tradicional que acabamos de describir. Primeramente, las que han surgido al hilo de la elaboración del corpus y diccionario del proyecto COBUILD 1987. El estilo de definición practicado en este diccionario se ha desarrollado, en parte, a partir de las críticas relativas a ciertos aspectos de los métodos de descripción lexicográficos tradicionales. Por otro lado, a partir de los años 70 nuevos enfoques en el tratamiento de la categorización y el significado han influido notablemente en la teoría y práctica lexicográfica: concretamente, las teorías del prototipo y del estereotipo. Nuestro interés ahora se centra en analizar las implicaciones que para la lexicografía han tenido estas investigaciones, con la intención de ver cómo un cambio en la aproximación al significado puede acarrear nuevos enfoques en la manera de definir en los diccionarios, permitiendo a los lexicógrafos incluir información cultural y cubrir las necesidades de los usuarios, enfrentados a la dificultosa tarea de la comprensión textual. El enfoque tradicional en la redacción de definiciones ha sido revolucionado de alguna manera por los argumentos del filósofo Hilary Putnam y por el trabajo de la psicóloga Eleanor Rosch. Cuando se trata de decidir los rasgos semánticos criteriales para definir una palabra, el problema se intensifica para los lexicógrafos, ya que éstos deben prestar atención a cuáles son los rasgos suficientes y necesarios, pues su propósito, desde una perspectiva referencial del significado, es distinguir un objeto de la realidad de otros objetos similares. Entre los inconvenientes y limitaciones que presenta el modelo de las CNS, se ha señalado fundamentalmente que el poder descriptivo de las CNS es muy limitado. En este sentido, se ha constatado cómo no pueden aplicarse a todos los sectores del vocabulario. Geeraerts37 ha mostrado que en el sector de los términos denominados de especies animales, el modelo de las CNS muestra rápidamente límites. Por ejemplo, para pájaro, es difícil establecer cuáles puedan ser las CNS suficientes que nos permitan separar a los pájaros de otras categorías; por otro lado, no es fácil encontrar CNS que alcancen al conjunto de los pájaros posibles: el rasgo ‘capaz de volar’ es típico de los pájaros en un grado muy alto, pero no es estrictamente necesario, pues hay pájaros que no vuelan; lo mismo se puede decir de los rasgos ‘tener alas y plumas’. Fillmore38 también muestra que el conjunto de las CNS no siempre es suficiente. La definición de soltero como “hombre adulto no casado” es insuficiente para explicar toda una serie de casos que, aun poseyendo tales rasgos, no pueden ser denominados, de manera natural, solteros; piénsese por ejemplo en un

37

D. Geeraerts, «On Necessary and Sufficient Conditions», en Journal of Semantics, 5 (1988), págs. 275-291. 38

C. J. Fillmore, «An Alternative to Checklist Theories of Meaning», en Proceedings of the 1st Annual Meeting, Berkeley Linguistic Society (1975), págs. 123-131.

14


sacerdote. Es necesario, por tanto, un contexto suplementario que dé validez a las CNS: el contexto, como apunta Lakoff39, de un mundo simple en el que los hombres se casan típicamente a una determinada edad, que no se casan más que una vez, en un matrimonio exclusivo, y permanecen casados hasta que su cónyuge muere. Los hombres que no están casados en un momento en el que podrían estarlo son denominados solteros. La propuesta de Putnam es postular la noción de estereotipo40. Los estereotipos son ideas, creencias acerca de los objetos, asociadas a las palabras y expresiones, y compartidas por los miembros de la comunidad de habla. Así, el oro es típicamente amarillo, el agua es típicamente transparente, inodora y sirve para beber, y los tigres acostumbran a tener rayas. Estas características no sólo provienen de la percepción fenomenológica de los seres humanos, sino de su experiencia con los objetos, una experiencia que forma parte del conocimiento social de esos objetos. Constituyen el conocimiento semántico mínimo que la comunidad lingüística exige de sus miembros; el estereotipo que gobierna el uso cotidiano del lenguaje, pues en su conocimiento se basa la inteligibilidad social. Como consecuencia de su naturaleza, se pueden encontrar en todas las lenguas estereotipos que son contradictorios con las características reales, es decir, definidas por el conocimiento científico, de los objetos; pero son ciertos para estas comunidades lingüísticas y mediante ellos se comunican. Rosch41 se aproxima al problema desde un ángulo ligeramente diferente. Su trabajo se inserta en un estudio sobre el problema del reconocimiento de objetos del mundo y cómo los seres humanos forman categorías (tales como la categoría ‘gato’) a partir del flujo continuo de estímulos perceptuales. Al igual que Putnam, intenta delimitar una imagen de los procesos de categorización radicalmente distinta de la habitual. Frente al modelo de categorización clásico, que considera una categoría como un conjunto de propiedades bien definidas que determinan la pertenencia/no pertenencia según sean o no satisfechas por un objeto, Rosch propone considerar toda categorización como una selección de prototipos, de elementos especialmente representativos, por sus diferencias máximas respecto de los de otras categorías: un gorrión es un ejemplar más idóneo de pájaro que un polluelo, un pingüino o un avestruz. Esto supone que las categorías no son, como pensaba el modelo de categorización clásico, homogéneas, sino que tienen una estructura interna prototípica, esto es, las categorías están estructuradas según una escala de prototipicidad que va de los representantes idóneos, colocados en el centro de la categoría, a los ejemplares menos apropiados situados en la periferia. El prototipo se define, finalmente, como combinación de atributos o propiedades típicas de una categoría, que no tiene necesidad de ser verificada por todos los ejemplares para ser pertinente; esto es, estas propiedades o atributos prototípicos, característicos de la categoría, se diferencian de las condiciones necesarias y suficientes en que no son necesarias. La relación que mantienen los miembros de una categoría es la de semejanza de familia. El problema que se plantea cuando se intenta basar las definiciones en prototipos, esto es, cuando se intenta proporcionar en las definiciones rasgos típicos en lugar de

39

G. Lakoff, Women, Fire…, cit., págs. 70-71.

40

H. Putnam (1975): Mind, Language and Reality, Cambridge, pág. 52.

41

E. Rosch y C. Mervis, «Family Resemblances: Studies in the Internal Structure of Categories», Cognitive Psychology, 7 (1975), págs. 573-605.

15


condiciones necesarias y suficientes, consiste precisamente en cómo identificar esos rasgos típicos. No pueden ser condiciones necesarias, puesto que todos los miembros no tienen necesidad de verificarlas. En la versión roschiana de la teoría prototípica, la tipicidad de los rasgos se demostraba recurriendo al modo de razonamiento conocido con el nombre de razonamiento por defecto. El razonamiento por defecto estipulará que: Si X es un pájaro, y si no hay información en contra, entonces se puede deducir que X puede volar. Ahora bien, la formulación del razonamiento por defecto es una prueba añadida, como subraya Kleiber, de la «incapacidad de la versión estándar para solucionar el problema de la pertenencia a una categoría», porque si X no pertenece previamente a la clase de los pájaros, ningún razonamiento por defecto es posible42. Los patos y los buitres, nos dice Lakoff43, no son pájaros prototípicos, pero no por ello dejan de ser pájaros. Para ser un pájaro idóneo, hay que ser previamente pájaro. La Gramática Cognitiva ha resuelto este problema al distinguir entre criterios de pertenencia categorial y propiedades típicas, y al reducir la noción de prototipo al reconocimiento de la existencia de diferencias dentro de una misma categoría. El prototipo sólo permanece como fenómeno superficial, esto es, como efectos prototípicos. Y estos efectos prototípicos superficiales deben ser explicados en términos de desviaciones a partir de modelos cognitivos idealizados, mediante los que, según Lakoff, organizamos nuestro conocimiento. La teoría de los MCI es al mismo tiempo cognitiva e idealizada. Esto significa, por un lado, que son caracterizados en relación a aspectos de la experiencia de la psicología humana; y, por otro, que no necesitan corresponderse con el mundo externo correctamente. Proporcionan un modo convencionalizado de comprender la experiencia de una manera sobresimplificada; pero pueden concordar con la experiencia real o no. Tomemos el ejemplo desarrollado por Lakoff44 de la palabra martes: martes sólo puede ser definido en relación a un modelo idealizado en el que la semana es un todo con siete partes organizadas en una secuencia lineal; cada parte es un día, y el segundo, es el martes. Nuestro modelo de una semana está idealizado, en la medida en que semanas de siete días no existen objetivamente en la naturaleza, tal y como lo prueba la existencia de semanas diferentes en otras culturas. Los MCI no corresponden a todas las situaciones que podamos encontrar en la realidad, hay casos no previstos por el modelo. Es justamente esta discordancia entre la realidad y el modelo la que produce los efectos de prototipicidad. Por ejemplo, consideremos la categoría pájaro, los criterios de pertenencia como tienen alas, tienen plumas, tienen un pico, ponen huevos nos permiten separar los pájaros de los no-pájaros. Propiedades típicas como la talla, la capacidad de volar, etc., dan lugar a efectos prototípicos de ejemplar idóneo. Algunos de estos MCI son clásicos, es decir, son definidos por medio de condiciones necesarias y suficientes. Algunos modelos cognitivos son metonímicos, en el sentido de que permiten que una parte de la categoría (un miembro o una subcategoría) esté en lugar de la categoría completa, como, por ejemplo, cuando se dice que los gorriones son pájaros típicos o las manzanas y naranjas son frutas típicas. Otro tipo de modelo metonímico es el que Lakoff denomina estereotipo social, que define las expectativas sociales normales. Por

42

Véase G. Kleiber, La semántica..., cit., págs. 131-133.

43

Véase G. Lakoff, «Classifiers as a reflection of mind», en C. Craig (ed.), Noun Classes and Categorization, Amsterdam (1986), págs. 13-51; y Women, Fire…, cit., cap. 5. 44

G. Lakoff, Women, Fire…, cit., págs. 68-69.

16


ejemplo, a soltero se le asocian propiedades como “vive solo” “mantiene relaciones esporádicas”, “no le gustan las tareas de la casa”. Lo que Lakoff denomina estereotipos sociales son, en este sentido, casos especiales del concepto de Putnam45. En conclusión, lo que se asume es que existe de hecho un acuerdo general acerca de lo que es estereotípico: un concepto reconocido como concepto compartido por el conjunto de hablantes. Y desde la perspectiva prototípica, esto parece ser psicológicamente verdadero, pues el trabajo experimental de Rosch muestra que, por ejemplo, dados diferentes tipos de plantas o pájaros, hay un acuerdo bastante general entre los sujetos sometidos a experimentación acerca de cuáles son las plantas y los pájaros más prototípicos y cuáles son los menos prototípicos. Desde este punto de vista se puede explicar cómo las expresiones lingüísticas y los conceptos que éstas expresan pueden ser significativos; es decir, frente al objetivismo que sostiene que las expresiones lingüísticas y los conceptos que expresan son estructuras simbólicas, sin significado en sí mismas, que obtienen su significado a través de la correlación directa, no mediatizada, con cosas y categorías del mundo real (o de los mundos posibles), la Gramática Cognitiva mantiene que las significaciones son relativas a los esquemas conceptuales o MCI. La realidad y la lengua no se vinculan directamente, sino a través de los esquemas conceptuales. Esta visión concuerda con el llamado por Putnam «realismo interno» o «realismo experiencial» de Lakoff46: una forma de realismo por su compromiso con la existencia de un mundo real externo a los seres humanos; interno porque los modelos cognitivos se crean a partir de nuestra experiencia con los objetos de la realidad, y damos sentido a la realidad al funcionar dentro de ella. Pero al ser una forma de realismo, el realismo interno retiene una noción de objetividad: como subraya Putnam47, nuestras conceptualizaciones dependerán de nuestra biología y cultura; no significan a través de valores libres. Toda teoría de la categorización desemboca inevitablemente en una teoría del sentido léxico. Era completamente lógico, pues, que la teoría del prototipo fuera considerada igualmente como una teoría semántica y que la nueva definición de las categorías proporcionara de esa forma una nueva concepción del sentido de las palabras, que rechaza las definiciones referenciales clásicas en CNS. La teoría de los prototipos, en su versión ampliada, proporciona, como alternativa a las teorías clásicas del sentido, elementos nuevos cuya importancia es capital para toda la semántica léxica, dado que la mayor parte de sus observaciones sobre la manera de tratar las categorías se aplican también a la forma de concebir el sentido de una palabra, y abre perspectivas muy importantes para la lexicografía. La adquisición más inmediata reside en la importancia de la noción de prototipo para la definición semántica de un término. Ahora bien, no se trata de plantear la equivalencia sentido de un término = prototipo de esa categoría, y tomar directamente la teoría de los prototipos como un modelo de análisis semántico. La noción de prototipo puede jugar un importante papel en semántica y lexicografía, pero ello siempre y cuando deje de ser usada como una

45

G. Lakoff, Women, Fire…, cit., págs. 68-90.

46

G. Lakoff, Women, Fire…, cit., págs. 260-268.

47

H. Putnam (1981): Reason, Truth and History, Cambridge, pág. 55 y ss.

17


alternativa a las definiciones48. En efecto, el abandono del análisis en rasgos independientes y consecuentemente el de una verificación rasgo por rasgo, que realizan las primeras versiones de la teoría prototípica, ha llevado a algunos lexicógrafos a propugnar el abandono de las definiciones analíticas: así, Hanks sostiene que cualquier intento de escribir una definición completamente analítica de cualquier palabra común en la lengua natural es absurdo. Pero además, ha conducido a negar la posibilidad del análisis completo del significado de un término, basado en la creencia en la borrosidad de las categorías y en la indeterminación del significado, de tal manera que de las definiciones del COBUILD, por ejemplo, afirma Hanks49, no intentan hacer un “análisis completo”, sino que se tratan de tipificaciones. Empíricamente, las definiciones válidas explican la estructura semántica; y los prototipos son a menudo parte de la estructura semántica. En casos de este tipo, las definiciones semánticas deben poder mostrar juicios de prototipicidad en la medida en que estos juicios tienen implicaciones para la interpretación de los textos: porque la interpretación en un texto de la palabra pájaro estará, por defecto, más próxima a la de gorrión que de la de avestruz50. Son estos los efectos cognitivos del prototipo. Pero en otros tipos de conceptos, como mentir, triste, ordenar o pedir51, no se puede aplicar la noción de prototipo; no se pueden dividir los conceptos en una parte esencial y otra no esencial. Los componentes son igualmente esenciales. Hay que hacer una definición que recoja todos los componentes esenciales que den cuenta de todos los aspectos del uso de esta palabra. En el ámbito semántico se ha abusado sobremanera de la identificación de significado con prototipo. Y lleva razón Coseriu52 al señalar que en algunas ocasiones han confundido significado con variante. Sin embargo, la teoría de prototipos sí es pertinente, como propone la Gramática Cognitiva, para la determinación de las variantes e invariantes de contenido, una vez que la noción de prototipo se reduce a sus efectos superficiales, esto es, a señalar que existen diferencias entre los miembros de una categoría metalingüística. En este sentido, entonces, cada significado puede ser entendido como una categoría —bajo la máxima de que los significados no existen, son construcciones metodológicas, los elementos realmente existentes son los sentidos—, y esta categoría puede organizarse de forma prototípica en el sentido de que cada uso del significado evidentemente es distinto uno de otro, pero sin dejar de ser un mismo significado. Los distintos usos de un mismo significado o invariante se encuentran en una relación prototípica, pues hay diferencias entre ellos y ninguno es suficiente ni necesario para definir el significado. Una invariante de contenido es una abstracción y una construcción -un esquema, en definitiva-, que guarda

48

G. Kleiber, La semántica..., cit., pág. 178; A. Wierzbicka, «Prototypes in semantics and pragmatics: explicating attitudinal meanings in terms of prototypes», Linguistics, 27 (1989), pág. 736; A. Wierzbicka, «’Prototypes save’: on the uses and abuses of the notion of prototype in linguistics and related fields», en S. L. Tsohatzidis (ed.), Meaning and Prototypes, Londres y Nueva York (1990), págs. 347-367. P. Hanks, “Computational Análisis and Definitional Structure”, Lexicographica, 8 (1992), págs. 100-113. 49

50

G. Kleiber, La semántica..., cit., pág. 78.

51

A. Wierzbicka, Lexicography..., cit., pág. 341.

52

E. Coseriu, «Semántica estructural y semántica cognitiva», I Jornadas de Filología. Homenaje al Prof. F. Marsá, Barcelona, 1990, págs. 239-282.

18


una relación de esquematicidad53 con sus diferentes variantes. Si en las variantes descubrimos la invariante es porque hay algunos rasgos comunes a todas las variantes: un parecido familiar; esto es, presentan una serie de rasgos, sin que ninguno de ellos sea necesario y suficiente54. El significado no existe si no es como construcción, y tenemos acceso a esa construcción ya sea mediante una serie de rasgos, definiciones, ejemplos más destacados, frecuencia de uso, uso típico, etc., en definitiva según el tipo de diccionario en cuestión que planifique los significados. Ahora bien, cuando hablamos de esquematicidad puede parecer que los significados son simplemente una abstracción a partir de los usos, y que por tanto los usos son previos y el significado fijo, y entendido como concepto, que es justamente la crítica que hace Trujillo a la noción conceptualista del significado. Pero, el punto central para la delimitación del significado frente al concepto es la noción de convencionalización, de manera que el significado es definido como convencionalización de un concepto. Se trata por tanto de una construcción metodológica general a una comunidad. Es por ello que el significado en tanto esquema prototípico resuelve los problemas teóricos a los que aludía Trujillo: el nudo central de una categoría prototípica, de una invariante de contenido, no es otra cosa que una convencionalización metodológica que trata de dar cuenta de las convenciones sociales, y cuya periferia más alejada está formada por las idiosincrasias individuales. En este sentido, como afirma Geeraerts55, los prototipos son también estereotipos; más concretamente, éste último no es otra cosa que el nudo central de una categoría prototípica. La aportación fundamental de la semántica de los prototipos ha consistido en su insistencia en la necesidad de retomar la cuestión de la naturaleza de las propiedades. Uno de los reproches fundamentales que se le hacen a la concepción clásica de las categorías tiene que ver con la naturaleza objetiva de las propiedades, esto es, con el hecho de ser propiedades inherentes al referente. En esta línea, Lakoff ha subrayado que la teoría clásica de las categorías se asienta sobre una concepción del sentido que estipula una existencia independiente, objetiva, de los rasgos de criterio exigidos por los referentes miembros de una categoría. Por su parte, el estructuralismo considera que hay que mantener los rasgos constitutivos o semas fuera de toda contaminación referencial, dado que la pertinencia de los semas no proviene de una primera verificación efectuada sobre los referentes, sino de su carácter distintivo; sin embargo, una interpretación referencial de los semas no está nunca realmente ausente, y de esta manera el carácter lingüístico o pertinente (es decir, distintivo) de lo semas procede de su carácter de criterio necesario de aplicabilidad referencial. Paralelamente, la eliminación de un gran número de propiedades, por ser consideradas como no diferenciadoras o distintivas y calificadas por ello de enciclopédicas, sucede simplemente porque no constituyen criterios necesarios de aplicabilidad referencial56. Frente a esto, la semántica de los prototipos ha intentado mostrar que los conjuntos de propiedades no existen de manera inherente a la realidad, sino que dependen de cómo son percibidos por los sujetos. Al mismo tiempo, el mundo percibido lo es de manera más o menos compartida. Nada impide formular rasgos esenciales que no sean objetivos, sino que

53

J. L. Cifuentes Honrubia, Gramática ..., cit., págs. 99-103.

54

J. L. Cifuentes Honrubia, Gramática ..., cit., pág. 216.

55

Véase D. Geeraerts, «Les données stéréotypiques, prototypiques et encyclopédiques dans le dictionnaire», Cahiers de lexicologie, 46-1 (1985), págs. 27-43. 56

G. Kleiber, La semántica..., cit., pág. 26-27.

19


dependan de los hablantes, la cultura, etc. El léxico no es ni el producto de la imaginación humana ni un conjunto de réplicas copiadas del mundo exterior. Es el producto de la interpretación humana del mundo. Son las propiedades interaccionales de Lakoff. Wierzbicka57, así mismo, ha demostrado la pertinencia y la importancia de la visión antropomórfica en la caracterización del contenido semántico léxico de la mayoría de los términos concretos de la vida diaria. Pero no sólo los artefactos humanos son los que están hechos a la medida del hombre; también los objetos naturales son conceptualizados en estos términos. El hábitat de diferentes tipos de animales es visto sobre todo desde el punto de vista de su relación con las personas, y lo mismo ocurre en el origen de fruta y vegetales. Cómo comerlos es un aspecto crucial del significado de estos nombres, que determina su carácter contable o no. Además, está claro que ciertos atributos de los miembros de las categorías son más relevantes que otros para la categorización como tal: por ejemplo, si atendemos a las definiciones que da el DRAE de tomate y verdura, encontramos, respectivamente: «Fruto de la tomatera, que es una baya casi roja, de superficie lisa y brillante, en cuya pulpa hay numerosas semillas, algo aplastadas y amarillas»; y «Hortalizas en general y especialmente las de hojas verdes». La manzana y la naranja también son definidas como frutos. Pero en la vida corriente nosotros no conceptualizamos las manzanas y naranjas como frutos, ya que éste es un término botánico, sino como fruta, esto es, como una cosa que se come como parte del postre, junto con las cosas dulces. Para nosotros, que comemos tomates como parte de la comida, nos es difícil aceptar que un tomate es una fruta o un fruto. Por consiguiente, no es suficiente decir, como hacen la mayoría de los diccionarios, que una verdura es una planta comestible, seguido de varios ejemplos, ni que una fruta es un fruto comestible, seguido de varios ejemplos. Es decir, no podemos basarnos en los ejemplos patata y zanahoria para definir el significado ‘verdura’. Patatas y zanahorias son verduras bastante prototípicas en nuestra cultura, pero el problema de tomate demuestra que para los españoles, en todo caso, es una característica importante de una verdura que sea comida en ciertas partes de la comida y que sea considerada sabrosa y condimentada con sal y aceite, etc. Como se ve, la teoría del prototipo no está reñida con el análisis componencial. A lo que sí se opone es a un tipo de análisis semántico cuyos rasgos deban ser propiedades inherentes del referente. Desde este momento, una serie de propiedades que no son verificadas por todos los miembros, pero que, sin embargo, son asociadas intuitivamente al sentido de una palabra, recuperan su carta de naturaleza. El hecho de considerar las propiedades típicas implica un cambio radical en la forma de concebir la definición semántica de un término, pues permite recuperar rasgos excluidos por el modelo clásico, por ser considerados como no diferenciadores y, por tanto, como conocimientos enciclopédicos, es decir, no lingüísticos. Evidentemente las propiedades constituyentes del prototipo no pueden ser simples datos enciclopédicos, sino que deben presentar una cierta pertinencia lingüística. Son muchas las voces, como recuerda Wierzbicka, que se han levantado acerca de la dificultad que existe para trazar una línea divisoria entre los conocimientos semánticos y los conocimientos enciclopédicos. De estas nuevas proposiciones teóricas, lo esencial es ver que, cualquiera que sea la ampliación, debe seguir siendo pertinente. La idea que propugnan, desde posiciones diferentes, Lakoff, Wierzbicka y Wiegand consiste en no retener (o al menos, tratar de no retener) nada más que los elementos conceptuales

57

A. Wierzbicka, Lexicography..., cit., págs. 343-346.

20


presumiblemente compartidos, pues sólo ellos, dado su carácter presumiblemente compartido, muestran una pertinencia que podemos llamar lingüística. Así, la noción de Wierzbicka de estereotipo compartido58 viene a legitimar el estatuto lingüístico de los componentes del significado. En un principio, la línea de demarcación está clara: Ningún conocimiento de los denotata debe ser incluido en la definición a no ser que haya llegado a formar parte del significado; por tanto, ningún conocimiento de especialista o conocimiento factual enciclopédico especializado puede ser considerado como una parte de la significación. Es decir, que una buena definición de diccionario de tigre debe incluir el rasgo de que es generalmente rayado. Por el contrario, no encontraremos la información de que se trata de un felino, como saben los zoólogos, o que posee tantos dientes. Hay que diferenciar el conocimiento semántico del conocimiento científico y técnico o libresco. La explicación es clara: el fin último del lenguaje es la comunicación; la lengua constituye, por tanto, una herramienta para transmitir significado, y el significado de las palabras es su potencial comunicativo. El límite entonces para considerar qué componentes pueden entrar a formar parte del significado de una palabra se establece teniendo en cuenta la finalidad comunicativa del uso del lenguaje. Por ello, las definiciones que propone Wierzbicka consiguen describir la competencia semántica de los hablantes nativos, que los que aprenden una lengua deben adquirir. Representan el conocimiento tácito que los hablantes de una lengua pueden reconocer y verificar. Wiegand59, que parte así mismo de una concepción accional de la lengua, sostiene que las definiciones de expresiones designativas deben referir el conocimiento semántico enciclopédico, esto es, el conocimiento común acerca de una parte del mundo que permite a una persona que posea tal conocimiento desarrollar ciertos actos lingüísticos. Este conocimiento se caracteriza por el hecho de que –relacionado con ciertos grupos de hablantes- es un conocimiento común, aceptado por una mayoría de hablantes sobre la base de los hábitos compartidos en un mayor o menor grado y, por eso mismo, es relativamente estable. Los diccionarios, y particularmente los diccionarios para la enseñanza de una segunda lengua, incluyen corrientemente información enciclopédica, pero no hay un marco teórico generalmente aceptado para decidir qué elementos deben proporcionarse. Si aceptamos, como ya han hecho los diccionarios para el aprendizaje de una segunda lengua hasta cierto punto, que se puede y se debe proporcionar información enciclopédica en las definiciones, entonces lo que se necesita es una serie de normas acerca de cómo seleccionar la información relevante. Usar la base teórica del estereotipo puede informar este proceso. En efecto, se trata de propiedades vinculadas directamente a nuestra condición de seres humanos, pero si estas propiedades nos parecen objetivas, es porque presumimos que son percibidas de manera similar. Son aspectos que se engloban en los modelos cognitivos idealizados de Lakoff, o en los estereotipos compartidos de Wierzbicka o en el conocimiento semántico enciclopédico de Wiegand. De acuerdo con las propuestas cognitivistas que venimos planteando, los lexicógrafos deben cambiar su noción de lo que constituye el significado a la hora de elaborar las definiciones de los diccionarios. Los MCI representan organizaciones particulares de conocimiento que se establecen como un prerrequisito para nuestra capacidad de 58

A. Wierzbicka, Lexicography..., cit., pág. 215.

59

H. E. Wiegand, «Elements…», cit., pág. 252-255.

21


comprender las significaciones. Como afirma Fillmore60, siempre que escogemos una palabra o una frase, junto con ella extraemos automáticamente el contexto o marco más amplio dentro del cual dicha palabra o frase podrá ser interpretada. Todas las unidades lingüísticas son más o menos dependientes del contexto. Dicho de otra manera, operamos con modelos cognitivos idealizados o esquemas conceptuales; estos modelos son organizaciones de la sustancia del contenido. Al conformar semióticamente esa sustancia del contenido, es decir, al expresarla lingüísticamente mediante determinada forma, no sólo nos vemos constreñidos por la estructura inmanente de la lengua en cuestión, sino por la propia situación, que hacen que nuestra verbalización esté dispuesta según unos determinados esquemas o modelos. El hecho de que la verbalización dependa de su armonización con un modelo hace que mucha información requerida para la comprensión de lo comunicado quede presupuesta en el contexto más inmediato o en el cultural. Siguiendo a Cifuentes61, podemos entender los modelos cognitivos o esquemas conceptuales como un conjunto de casillas significativas; en el proceso comunicativo, alguna de esas casillas serán conformadas lingüísticamente, pero el resto de casillas seguirán siendo significativas como contexto, ya inmediato, ya cultural. Así pues, en tanto que modelo de descripción, la propuesta metateórica que recogemos supone el mantenimiento del modelo propugnado por Trives62, con la distinción entre estructura semántica y estructura conceptual, y una estructura semántica contextual que condiciona los esquemas significativos del tipo de unidad de que se trate. Esto supone que el analista semántico y el lexicógrafo deben dar cuenta del componente enciclopédico cultural, si por cultura se entiende la conceptualización del mundo encerrada en el significado de las palabras. Hay casos en los que sería extremadamente útil encontrar una manera de mostrar estos estereotipos idealizados en los diccionarios. Así, la definición estándar de maternidad: Estado o cualidad de ser madre, donde madre es definida en términos biológicos, no es particularmente útil a un hablante no nativo. Lakoff63 ha descrito el estereotipo social madre. El estereotipo de madre es una mujer casada que se queda embarazada, da a luz un hijo y, luego, durante los siguientes años se dedica exclusivamente a cuidar de su hijo, mientras permanece casada con el padre. En realidad, las madres estereotípicas no son ya tan frecuentes en nuestra cultura como solían ser. Pero el estereotipo se mantiene; de ahí que para reflejar los cambios en nuestra sociedad introduzcamos nuevas expresiones. Una mujer que, al trabajar fuera de casa, se aleja del modelo idealizado no es sólo una madre, es una madre trabajadora. Una madre que cría sola a su hijo es una madre soltera. Estas expresiones surgen porque contradicen el estereotipo de madre, a pesar de que ciertos cambios sociales debían hacerlas sentir como redundantes; pero los estereotipos, como dice Lakoff, evolucionan lentamente. Hay una serie de connotaciones culturales muy fuertes asociadas con la maternidad (confort, tradición), y si no se explican, entonces habrá contextos en los que no se pueda esperar que una simple definición factual de la maternidad pueda servir. Así, una de las ventajas que se derivan de definir un estereotipo, utilizando información enciclopédica, es que abre las puertas del diccionario permitiendo la inclusión de información que, normalmente no se admite y que,

60

C. J. Fillmore, «The case for case», en E. Bach y R. T. Harms (eds.), Universals in Linguistic Theory, Nueva York, 1968, págs. 73-74. 61

J. L. Cifuentes Honrubia, Gramática ..., cit., pág. 54. E. Ramón Trives (1982): Estudios sintáctico-semánticos del español: La dinámica interoracional, Murcia, pág. 182. 62

63

G. Lakoff, Women, Fire…, cit., págs. 80-84.

22


sin embargo, es referida o aludida en textos, presentando problemas de comprensión para los aprendices de una lengua. Son los efectos prototípicos de que hablábamos. En resumen, para producir definiciones relevantes de los lexemas, es importante minimizar ciertas distinciones, como conocimiento de la lengua frente a conocimiento del mundo, información semántica frente a enciclopédica y significado semántico frente a pragmático. Como afirma Nida64, estas pueden ser distinciones relevantes cuando se consideran sus extremos, pero en realidad representan continuums, y no claras clases binarias. A la semántica de los prototipos debemos también la consideración de que las definiciones no deben presentar una lista al azar de rasgos distintivos: el significado de una palabra no es una colección arbitraria de características mutuamente independientes, sino, como señala Wierzbicka65, un todo estructurado, donde “tout se tient”.Y para describirlo de manera completa y precisa tendremos que descubrir la lógica interna de la estructura conceptual. Dado que esas propiedades no existen de manera inherente a la realidad, sino que dependen de cómo son percibidos por los sujetos, resulta fundamental el trabajo que ha desarrollado la teoría prototípica al subrayar la importancia de los fenómenos de percepción para los términos de especies naturales, de la funcionalidad para los artefactos, de los rasgos abstractos funcionales para los términos supraordinados, etc. Pero no sólo el conjunto de componentes es no-arbitrario y forma un todo estructurado; también el orden de los componentes en ese todo estructurado es noarbitrario y esto debe reflejarse en el orden de los componentes en la explicación. Así, no podremos empezar nuestra explicación de taza con detalles sobre la forma porque estos provienen lógicamente del propósito para el que ha sido creada. La especificación del propósito, por otro lado, ha de ir tras la categorización básica: ‘un tipo de cosa hecha por las personas”, porque, naturalmente, sólo conceptos que se refieran a cosas construidas por la gente tendrá un propósito específico. De esta manera establece Wierzbicka66 un esquema de definición (o explicación), que es diferente, según la clase de palabra en cuestión, y constituye una hipótesis acerca de la estructura cognitiva: refleja la sintaxis mental de los conceptos; la estructura oculta de la que habla Putnam. La semántica de los prototipos ha permitido adoptar una visión positiva del sentido léxico, que rompe de forma radical con las consideraciones esencialmente contrastivas de las concepciones clásicas. Las definiciones que se realizan considerando sólo los rasgos pertinentes no tratan realmente de describir por extenso las condiciones de denotación de las palabras, sino distinguir estas condiciones de otras de palabras referentes a otros objetos. Para Wierzbicka67, estas definiciones orientadas hacia la diferencia son completamente arbitrarias. La propuesta prototípica abre las puertas a los rasgos no

E. Nida, “The Role of Contexts in Determining Lexical Meaning”, Lexicographica 8 (1992), págs. 130-145. 64

65

A. Wierzbicka, Lexicography..., cit., págs. 19-32.

66

A. Wierzbicka, Lexicography..., cit., págs. 52-53.

67

A. Wierzbicka, Lexicography…, cit., págs. 82-83.

23


contrastivos; no se trata sólo, como apunta Kleiber68, de decir lo que distingue un perro de un gato, sino de describir positivamente lo que es un perro y lo que es un gato. En conclusión, las definiciones deben describir la competencia semántica de los hablantes nativos, que los que aprenden una lengua deben adquirir. Las explicaciones de este tipo proporcionan una guía para las estructuras cognitivas, pues representan el conocimiento tácito que los hablantes nativos de español pueden reconocer y verificar, y su realidad psicológica está confirmada por evidencia lingüística. Es un conocimiento popular que difiere fundamentalmente del conocimiento enciclopédico acerca de las cosas y especies naturales, porque, como dice Wierzbicka, «refleja, completa y descaradamente la visión antropocéntrica de los hablantes sobre su entorno, y sus prejuicios compartidos, mientras que una enciclopedia trata de ser objetiva e imparcial. Una definición adecuada del concepto popular debe reflejar fielmente estos prejuicios»69. Este nuevo enfoque procede de Apresjan70, para quien la tarea del lexicógrafo, si no quiere abandonar su propia disciplina y convertirse en un enciclopedista, consiste en revelar la pintura ingenua del mundo oculta en los significados lexicales de las palabras: un conjunto de creencias, que se ha formado lentamente a lo largo de siglos, y que incluye una geometría ingenua, una física ingenua, una psicología ingenua, etc., y refleja la experiencia material y espiritual de la gente y puede, por tanto, diferir enormemente de una descripción puramente lógica, científica. Así, Apresjan insiste que en el caso de los nombres de géneros biológicos populares, las descripciones verbales deben incluir componentes que puedan explicar sus interpretaciones metafóricas, su uso en símiles, y refranes, porque todos estos usos particulares de una palabra reflejan la idea ingenua contenida en ella. Por ejemplo, acerca de la palabra gato, uno de los componentes debe ser que es enemigo de los ratones y los perros porque así se refleja en el refranero: cuando el gato no está en casa, los ratones hacen fiesta, o llevarse como el perro y el gato. Como se ve, para tratar de descubrir la estructura semántica de las palabras, debe buscarse, sobre todo, evidencia lingüística, pues la competencia semántica de los hablantes corrientes de una lengua se manifiesta en el uso. Muchos otros tipos de evidencia lingüística pueden ser añadidos a los recogidos por Apresjan. El tipo de evidencia que piensa Wierzbicka71 que merece una atención particular es la evidencia léxica. Muchos nombres de géneros populares poseen vastas familias léxicas, que muestran ciertos atributos conceptualmente relevantes del género popular en cuestión. Por ejemplo, palabras tales como ladrar y gruñir o maullar y ronronear muestran que los hablantes del español perciben los sonidos que hacen perros y gatos como característicos y reconocibles. Las definiciones de las palabras gato y perro han de reflejar este hecho. Hay también otros tipos de evidencia lingüística más indirecta. Por ejemplo, en los nombres de verduras, el color es probablemente relevante. En algunos, hay evidencia

68

G. Kleiber, La semántica..., cit., págs. 23 y 75.

69

A. Wierzbicka, Lexicography…, cit., pág. 195.

J. D. Apresjan, “Systemic lexicography”, en H. Tommola et al. (eds.), EURALEX'92 Proceedings I-II. Papers submitted to the 5th EURALEX International Congress on Lexicography in Tampere, Finland, II, Tampere, 1992, págs. 3-16. 70

71

A. Wierzbicka, Lexicography…, cit., págs. 200-208.

24


lingüística que lo apoya: por ejemplo, no se habla de pimiento verde, mientras que sí es necesario especificar un pimiento rojo. La idea de una definición cultural basada en la evidencia lingüística, que es la propuesta aquí, permite, como quería Trujillo, que el diccionario recoja todos los sentidos presentes y futuros del significado de una palabra. Se pregunta Trujillo: «¿para qué sirve un diccionario que sólo nos puede decir lo que ya sabemos, y no lo que ignoramos sobre las posibilidades futuras del vocabulario? Describir el léxico de una lengua ha de hacerse desde el punto de vista de sus posibilidades de comunicar algo nuevo o de entender algo que no se había entendido antes de la misma forma. El diccionario falla, según Trujillo, en que mientras que la Lingüística ha sido capaz de dar cuenta de la capacidad ilimitada de la gramática, no ha sido capaz de hacer lo mismo con el léxico, cuyas posibilidades restringe el diccionario a los límites del uso y, por supuesto, a los de las formas lógicas de los tipos de realidad»72. En efecto, si se toma como base nociones de la Gramática Cognitiva como prototipo y esquemas de significado, metáfora y metonimia, se puede llegar a la elaboración de definiciones capaces de dar cuenta de los usos futuros, porque, desde esta perspectiva, los significados, en tanto convención, deben ser considerados como esquemas sancionadores con respecto a sus usos y, en este sentido, los esquemas de significado señalan lo que no está dicho pero puede ser dicho y dar buena cuenta del carácter creativo del lenguaje. Así pues, partiendo de la base de que los elementos realmente existentes son los sentidos o usos, a la hora de formular definiciones del significado, lo que es importante es la selección de aquellos rasgos que distinguen un lexema de otro dentro de un conjunto específico de contextos. Como subraya Nida73, el estudio del significado empieza por los contextos, está basado en contextos y debe ilustrarse a través de contextos. Por ello, definir el significado de una palabra requiere, primero, un análisis de aquello que dicha palabra aporta semánticamente a un conjunto de contextos relevantes y, segundo, un enunciado que contenga los rasgos semánticos distintivos asociados con dichos contextos, tanto sintagmáticos como paradigmáticos. Es necesaria, pues, información variada obtenida de fuentes independientes para ser válida como evidencia de convencionalidad. En este sentido, los corpora textuales suministran evidencia de uso. El uso ordinario está lleno de variables, que parecen estar gobernadas por principios de uso que no han sido descritos todavía satisfactoriamente. Parece factible, por lo tanto, que, mediante análisis detallados de la actuación lingüística, sea posible un mejor conocimiento de la naturaleza del significado de las palabras y, consecuentemente, de cómo se deben formular las definiciones de diccionario. Un estudio pionero que intenta determinar la relación entre el significado de una palabra y todos sus usos en un corpus particular lo constituye el trabajo de Fillmore y Atkins sobre 74. Las técnicas de análisis computacional del uso de las palabras demuestran que hay todavía mucho que aprender acerca de la naturaleza del significado de las palabras. El propósito de estas técnicas de análisis computacional es explorar las formas y medios de establecer vínculos explícitos entre los usos de las palabras (en el corpus) y sus significados (en una base de datos). Los

72

R. Trujillo, Introducción ..., cit., pág. 147.

73

E. Nida, « The Role…», cit., pág. 130.

C. Fillmore y B. Atkins “Towards a Frame-based Lexicon: the Semantics of RISK and its Neighbors’, en A. Lehrer & E. F. Kittay (eds.), Frames, Fields and Contrasts, New Jersey, 1992. 74

25


lexicógrafos que, como los del proyecto COBUILD, se basan en un corpus trabajan con el objetivo de recoger todos los usos de cada una de las palabras que ellos seleccionan para análisis, y no seleccionar ejemplos que se ajusten a sus preconcepciones. Lo que debe preguntarse el lexicógrafo, según Hanks75, no es ¿qué significa X?, sino más bien ¿cómo se debe representar su significado y relacionarlo con la manera en que se usa esta palabra convencional y ordinariamente? Hoy en día, cualquier equipo lexicográfico tiene acceso a un corpus, pero lo que sigue estando fuera del alcance de muchos redactores es una herramienta capaz de procesar cantidades ingentes de datos de tal manera que resulten útiles para la elaboración de definiciones. Sin embargo, trabajen con corpora o no, los diccionarios convencionales registran el vocabulario como si el significado fuera algo independiente, inherente y único a un ítem léxico y que sirve para distinguirlo de todos los demás. Las palabras son tratadas aisladamente en la mayoría de los casos, con indicaciones ocasionales acerca de colocaciones restrictivas, tales como fértil. Referido a una persona o a un animal... De esta manera se hacen afirmaciones acerca de lo que significan las palabras, pero muy poco se dice acerca de cómo se usan, y cuando se incluye esta información, a menudo está en el lugar equivocado de la ecuación, pero está ahí porque no tienen otro sitio donde estar, o hay que recurrir a un estilo que fuerza la sintaxis normal del español. Esto resulta inevitable, dada la estructura del diccionario basada en la palabra, pero tiene como consecuencia, como apunta Moon76, que las palabras y sus significados son descontextualizados y así parecen autónomos y fosilizados. El mensaje que obtenemos de un diccionario convencional, como ha dicho Sinclair77, es que la mayoría de las palabras de uso diario tiene varios significados, y que cualquier ocurrencia de la palabra puede señalar a cualquiera de los significados. Si este fuera realmente el caso la comunicación sería virtualmente imposible. El punto de vista opuesto es que el contexto restringe la interpretación y, por tanto, resuelve la ambigüedad. El significado es el producto del contexto. Contrariamente a la práctica lexicográfica prevaleciente, una cosa que debemos tener siempre en mente es que al buscar la invariante de una palabra debemos empezar por un marco sintáctico, pues las palabras no tienen sentido en aislamiento, sino solamente en enunciados; e intentar parafrasear el enunciado que nos sirvió de punto de partida. Como hemos visto antes, uno de los rasgos más significativos de las definiciones del COBUILD es que explican la palabra en contexto: la definición consta de dos partes: la primera sitúa el difiniendum en su contexto; la segunda introduce una paráfrasis en contexto. La técnica de parafrasear que utiliza el COBUILD se puede ver el ejemplo siguiente:

75

P. Hanks, “Computational Analysis…”, cit., págs. 102.

R. Moon, “The Analysis of Meaning”, Looking Up. An account of the COBUILD Project in lexical computing, Londres, 1987, págs. 86-103. 76

J. M. Sinclair, “First throw away your evidence”, en G. Leitner (ed.), The English Reference Grammar, Tübingen, 1986. 77

26


matar. Matar a una persona, animal, planta u otro ser vivo, significa causar que esa persona o cosa muera; donde se observa cómo, en el caso del verbo fundamentalmente, las preferencias de selección léxica están asociadas con estructuras sintácticas particulares. Los nombres plantean diferentes tipos de problemas debido a que las colocaciones de un nombre son a menudo muchas y diferentes, y en parte porque estas preferencias de selección léxica no están asociadas con estructuras sintácticas particulares. La contextualización no es posible en estos casos; por esta razón, la primera parte contextualizadora de la explicación del COBUILD no va más allá de «un ladrillo es un bloque rectangular usado para construir paredes, casas, etc...», que nos informa de que se trata de un nombre contable. El fragmento precedente muestra la palabra ladrillo en uso, en tanto que nombre contable. No tiene que acudir a la metalenguaje abstracto para hacer llegar el mensaje. Critica H. Mederos las definiciones del Cobuild argumentando que «explicaciones como estas parecen estar orientadas hacia las cosas más que hacia el significado. Porque aunque en el patrón más estándar de definición no se explicita la conexión entre definiendum y definiens, la interpretación más obvia se podría parafrasear por “significa”, “equivale a”, “quiere decir”, “es sinónimo de”; mientras que si el definiens de un nombre va precedido de un artículo, el sentido de la conexión se parafrasearía mejor como “denota”, “designa”, “se refiere a”, “se aplica a”»78. Ahora bien, y en contestación a Mederos, si bien es cierto que el lexicógrafo no habla del significado como una propiedad lingüística de ladrillo sino como una parte del mundo, no obstante, los usuarios obtienen una respuesta adecuada a su pregunta-búsqueda “¿qué significa un ladrillo?”. Esto se corresponde estrechamente con ciertos aspectos de los diálogos cotidianos sobre el significado de las palabras, pues en ambos casos los participantes en la comunicación no trazan una línea clara entre el lenguaje y el mundo extra-lingüístico. Según Wiegand79, estudios empíricos sobre el uso del diccionario han mostrado que los usuarios de diccionario en algunos aspectos se comportan de manera similar a las personas que preguntan por un significado lingüístico en los diálogos corrientes. Formulan sus preguntas-búsqueda en una forma relacionada con el objeto y con la lengua, esto es, ¿qué es una bola? y ¿qué significa bola? En el caso de la pregunta ¿qué es una bola?, el hablante no pregunta directamente sobre el significado lingüístico de esta palabra. Más bien pregunta acerca del objeto de referencia, hace una pregunta relativa a hechos o cosas, no relativa al lenguaje, pero sobre la base de su conocimiento del significado exclusivamente lingüístico, es decir, sabiendo ya que la palabra bola es una de esas expresiones que se aplican usualmente cuando se realiza el acto de referir (es decir, que no puede usarse como y o ya); lo que no posee es el conocimiento constitutivo del objeto o conocimiento semántico enciclopédico que le permite referirse a él. Con la respuesta “es un”, que obtiene de su interlocutor, aprende lo que es una bola, y entonces adquiere el conocimiento semántico constitutivo del objeto, esto es, un conocimiento para la acción lingüística que permite, desde un punto de vista semántico-referencial, usar correctamente las expresiones de la lengua. De la misma manera, un usuario de diccionario competente –

H. Mederos, “A propósito de la definición lexicográfica”, en H. Hernández Hernández (coord.), Aspectos de lexicografía contemporánea, Barcelona, 1994, págs. 95-106. 78

79

H. E. Wiegand, «Elements…», cit., pág. 237-243.

27


independientemente de que él considere subjetivamente que la paráfrasis es una explicación del significado deseado del signo o una descripción del objeto de referencia-, a partir de la paráfrasis, aprende las reglas de predicación y referencia del signo y también aprende al mismo tiempo algo acerca del objeto de referencia, de manera que el usuario finalmente posee el conocimiento semántico constitutivo del objeto. Así mismo se ha apuntado que en ocasiones se produce el fenómeno de que el signolema en un artículo del diccionario COBUILD es al mismo tiempo mencionado y usado. La siguiente definición es un ejemplo: vaquera [...] Una vaquera era una muchacha o una mujer que ordeñaba las vacas y hacía otros trabajos en una granja; una palabra anticuada. En la definición anterior, el signo-lema es usado, y también mencionado (aunque el usuario tenga que reconstruir la frase “vaquera es una palabra anticuada”). Pero, como argumenta Wiegand80, para el usuario, el cambio transparente desde hablar acerca de las partes del mundo a hablar sobre fenómenos lingüísticos no presenta dificultades. Volviendo, pues, al tipo de definición del COBUILD, la propuesta planteada aquí es que su esquema definicional, por el momento tan poco extendido, puede probablemente usarse con gran provecho en los diccionarios. Varias son las razones para esta preferencia: en primer lugar, la explicación discursiva no tiene que ceñirse a un solo sintagma, restricción que provocaba que la sintaxis resultase inevitablemente sobrecargada. Por otro lado, permite la inclusión de las restricciones colocacionales de cada sentido de una palabra. Por otra parte, la explicación discursiva permite ser más precisos en la presentación de los hechos: por ejemplo, hay palabras que son usadas con una particular intención pragmática por el emisor, en lugar de o además de la intención de comunicar información. La estrategia del COBUILD para tratar con tales sentidos es usar una estrategia como: “si dices que...” o “si llamas a alguien...”. Así, sería un error decir, como hacen el DRAE y el DALE-Vox que, por ejemplo, zorra significa “prostituta”, precedido o no de la marcación que señala que es un término coloquial, pues en este significado, lo que está en juego es la intención del hablante de insultar, no la convención semántica asociada con el sentido. Soluciones similares resultan también útiles para resolver problemas que la lexicografía tradicional no ha sido capaz de solucionar como es el caso de la definición de los adjetivos relacionales o de las unidades sincategoremáticas. En resumen, si hay una teoría científica de la definición, también hay una definición popular. El término definición popular destaca la diferencia entre la idea científica de la definición y la práctica de la definición entre los seres humanos. Lo que se propugna desde este nuevo enfoque de la definición es que los lexicógrafos deberían tener en cuenta el uso real de los hablantes en materia de datos y permitir, entonces, que la presentación de los hechos, así como los hechos mismos, reflejen la forma en que los hablantes aprenden los significados de la palabras y los comunican a otros. Los hablantes a menudo comunican el significado de una palabra no conocida en una forma como la típica definición sinonímica o perifrástica del diccionario convencional. Sin embargo, está claro que igualmente exitosos son los esquemas de definición que no son estándar en los diccionarios. De lo que se trata,

80

H. E. Wiegand, «Elements…», cit., pág. 217.

28


pues, es de una vuelta al origen pragmático de la definición. Dicho de otra manera: los diálogos corrientes acerca de las expresiones lingüísticas deben ser puntos de referencia naturales para la lexicografía monolingüe. De hecho, según Hanks81, las definiciones populares fueron un punto de orientación cuando se estaba elaborando el COBUILD. Esta exposición comenzaba describiendo el ambiente de pesimismo y crítica que rodea a los diccionarios, en general, y a la definición semántica, en particular. Las causas que han llevado a este estado de cosas parecen haber quedado claras: en primer lugar, un tratamiento conceptualista del significado de las palabras en los diccionarios, y, como reacción, la creencia en la inefabilidad del significado, lo cual convierte a los diccionarios en meros registros de los usos ya dados; por otro lado, la falta de una teoría coherente de la polisemia y, por último, la inclusión de la definición lexicográfica en el marco de las concepciones filosóficas y científicas de la definición. Todos los problemas planteados desde estas perspectivas parecen encontrar solución si partimos del marco de la gramática cognitiva, ya que diseña un modelo de teoría lingüística que proporciona las condiciones de descripción adecuadas. Nociones como las de organización prototípica de las categorías lingüísticas y de motivación, metáfora y metonimia permiten tratar adecuadamente la polisemia. La consideración del significado como esquema sancionador de los usos consigue superar la inviabilidad a la que nos llevaba la inefabilidad del significado, convirtiendo en una realidad lo que Trujillo veía como algo muy lejano, esto es, que los diccionarios se transformen en la representación fiel de la competencia semántica de los hablantes. La propuesta de la GC de que los fenómenos significativos de las lenguas naturales no pueden ser estudiados aisladamente del conocimiento enciclopédico que poseen culturalmente los individuos, permitirá recuperar en las definiciones lexicográficas una serie de rasgos que, como dice Apresjan, reflejan la idea ingenua que tenemos sobre las cosas, recogida tan bien en el diccionario de Cobarruvias. Por último, la asunción de que la definición tiene su origen en la práctica verbal de los hablantes de una lengua permite mostrar cómo las paráfrasis léxicas que proporcionan el significado dentro de un artículo de diccionario pueden ser construidas sin tener que recurrir a ninguno de los conceptos tradicionales de definición. Nota: la primera versión de este artículo se publicó en Analecta Malacita, 26 (2), págs.. 439472.

81

P. Hanks, “Definitions…, cit., pág. 120.

29


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.