Mariano Torrent - Bailar junto a las ruinas (2017)

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BAILAR JUNTO A LAS RUINAS ________________________ MARIANO TORRENT



El fracaso de mi libro anterior no va a impedir que siga siendo la misma persona soberbia de siempre. El autor



Morder y ser mordidos



Culpable e inocente Yo quiero contar la historia del vodka en la garganta de los delincuentes, de los días donde la espalda es de humo, y la cautela, la última rama de un árbol desolado. Elaborar la cronología de los incapaces de sostener sus palabras en medio de la sarracina, de los que hacen su voluntad tanto en la dimisión como en las apariencias, del monaguillo que perdió la batalla contra la madrugada declarándose a la vez culpable e inocente. Reseñar la triste biografía de aquel que buscó alimentarse de felicidad en una fuente no contaminada, y murió de inanición. No quiero ser un centinela del principado de la premura, para poder observar como el agua se revela en la orilla del mar, y como la humedad deforma lo impronunciable. Quiero testimoniar como me salga de la alopecia del matemático, de los taxis que derrapan por las calles inundadas de la palma de mi mano; conjeturar sobre los que pretenden vivir todas las vidas sin poder siquiera comprender la suya. 9


No quiero ser otro mezquino lazarillo preso del reloj, caminando entre lo innecesario y el determinismo disfrazado de azar. Colaborar en la quita de pretextos de los que se lavan la conciencia en el fandango, derramar la luna llena en las brasas de la pena de un pronombre impersonal. Dejar mis colmillos de vampiro somnoliento en el congelador, mirar sin parpadear a ese sol con boca de alambre que alumbra un invierno de hojalata; ver a los gladiadores de la llaga y el pantano cumplir su vandálica promesa de articular un llanto devastado. Y mientras el otoño sufra sus bisiestos ataques de pánico, proferiré mis parrafadas sobre el triste aullido escorbútico de los corazones en recesión. Quiero ser – si me da el cuero – megáfono de los exasperados, arrancar con un alicate el 85 % de las turbulencias desmoralizadoras, y sonreír por las habladurías que se quedan sin aposiciones.

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Continuar negándome a entrar en el redil, seguir sintiéndome más a gusto a la intemperie; esperar que llegue el día en que las avenidas no traigan incorporadas su rutinaria hostilidad, y ayudar a los fugitivos que logren huir de la oscuridad de los sueños olvidados. …Desearía no tener que actualizar cada cierto tiempo el glosario de los pueblos que se condenan a sí mismos por su propia inmadurez…

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Sonreír y sangrar al mismo precio Solo sabía huir… Varón caucásico de edad en cuenta regresiva y nula solvencia económica, inquieto neutrón por el campo electromagnético de la vida, con demasiados nombres añadidos entre la realidad y su persona; con una angustia que no sabe, no contesta, ni perdona. Solo sabía huir… Presumiendo de la hidalguía de un péndulo de polvo; su madre le advirtió desde pequeño “nunca se te ocurra ponerle alas a los lobos”. Tan pobre de glorias que quiso quedarse con las que otros dejaron tiradas; antídoto saturado de contraindicaciones. Solo sabía huir… Y brindar por las aspas de las historias desorientadas; con la sensación de que todo está perdido, y los relojes solo señalan mordiscos del pasado; aunque sea imposible guarecerse de una llovizna de lágrimas, y no resulten recomendables las respuestas fabricadas a golpes de puño.

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Solo sabía huir… Del borrador donde se fugó su primera metáfora truncada, vestido por una juventud que se derrumba, con lágrimas ásperas, puntuales; y su excepcional costumbre de bailar junto a las ruinas. Estornudaba aguaceros y silencios, para sonreír y sangrar al mismo precio. Solo sabía huir… Como quien contempla una estatua de mármol esperando que un día eructe. Rezándole a la impunidad que otorga el exorcismo de la lejanía, buscando el pequeño milagro de que lo efímero se transforme en perpetuo. Solo sabía huir… Y aferrarse a la circunspección, a la amnésica daga que rasga la noche, a la mirada estancada en el cemento ahuecado… Sin detenerse a observar que aquello que fue y seguía siendo iba siempre colgando de su espalda.

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Solo sabía huir… Indultando promesas hechas a regañadientes; condenado por la campana, que por jactarse de siniestra, repiquetea en código morse, titubeando en un ideal de absurdos, malversando emociones, deseando encontrarse unos versos de Jorge Manrique flotando en el aire. Solo sabía huir… De su madriguera de espejos incomprendidos, afinando su demagogia en corrales ajenos, practicando el más desaconsejable de los actos: Dejar escapar la felicidad justo cuando empezaban a tutearse. (Cada quien hace de sus propias carencias un clamor en harapos).

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Este modo de vivir Este modo de vivir del Siglo XXI es un culto a la prisa y al cansancio. Todas las ciudades parecen al fin de cuentas cortadas con la misma tijera consumista, por habitantes que solo mascan resignaciones desechables. Envilecida, soberbia y vestida de democrática la mentira campea a sus anchas en el desecho calendario de un presente repleto de fugacidad. Un slogan de sonrisa asustada desciende por una escalera mecánica. (La revolución no ha de comenzar editando artículos en Wikipedia). Caminos morales incorrectos se clavan en el corazón de la impotencia. Los derechos y garantías viajan dentro de una cantimplora agujereada. Como en aquel poema de Bolaño, juntamos las mejillas con la muerte.

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Este modo de vivir es la tormenta, el naufragio y la indiferencia al mismo precio. Nos deslumbran con fábulas infames, y zapateando en el umbral de las quimeras, el invierno solo reparte besos abatidos. (Cuando la leche en polvo viene de regalo, hasta el niño más hambriento desconfía). Ignorarnos como habitantes de éste infierno no nos transforma en residentes del paraíso. Recuerdo con asimétrica nostalgia aquel tiempo en que creíamos tener un futuro. En la profundidad del intestino de la amargura, crecen las raíces de los años encarcelados. Para saber de una vez quiénes somos, habrá que seguir escarbando en los nombres extinguidos por el ajuste estructural, remake eterna de los mismos que quieren consolar nuestras penas ofreciéndonos un pañuelo sucio. (Esta insensatez de modas derrocadas parece hecha al gusto de los reptiles).

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Como anacrónica práctica se subastan las más selectas lágrimas de cocodrilo, mientras, en esta venerable indisciplina que es levantarse a diario, continuamos navegando, con los tendones deshechos, hacia metas que sabemos inalcanzables. Seguimos regando, con la tinta de un contrato leonino, las gardenias que nacen marchitas en la cuneta de la historia. Guerrillas de iras oscuras ponen armas de guerra en manos de niños con nombres arrebatados, y el salvoconducto a una fosa común. (Resulta que los más sabios de todos se estrellan contra el futuro igual que los demás). Es sencillo sentirse felizmente desgraciado en este tiempo de ojos cerrados y bolsillos entrelazados con la incertidumbre... Más que vivir los días nos revolcamos sobre ellos.

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Con nulos deseos de continuar hincando las rodillas, los parias gritan su cรณlera sin mรกscaras. Cuando ya solo nos quede la negaciรณn como heredad, habrรก que sentarse a esperar el tsunami, o el rigor del lรกtigo de una multinacional. (Hoy son los corderos los que gerencian el matadero). No va a ser gratuita emocionalmente esta sobremesa de desilusiones sucias y granadas de mano.

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Domesticar un corazón es maltratarlo Vos estarás subiéndole el volumen a tu fragilidad, mientras despuntarás el recuerdo de aquel tiempo en que siempre encontraba refugio en el vientre de tu insomnio. Y yo aquí, espejismo de una cohorte en retirada, tan distraído por pensarte que acabo de barrer una parte de mi sombra, desconfiando de mi selectiva forma de olvidar. Los dedos tensos de los soñadores de imposibles se olvidaron de insinuar que domesticar un corazón es maltratarlo. Vos estarás en tu gemebunda realidad, viendo la tarde desembocar en un desfile de exprimidas reverencias ante la triste imagen de las magnolias congeladas. Y yo aquí, como pozo de otro sapo, polímata de saberes secundarios, frotándome la frente con el recuerdo de un café anémico consumido en una ciudad lejana. Cada vez que firmo a deshoras el contrato con una lágrima de arena, cumplo tres años por minuto. 19


Vos estarás dejándote madrugar por un desinterés de risa forzada, con el apuro de los que no van a ninguna parte, transformando la incomprensión en opresión. Y yo aquí, haciéndome el despierto, enhebrando una oscuridad innominada, desdibujando sistemáticamente mi destino con gesto ceremonioso. Es tan pesada la carga de lo que siento, que los versos se me caen de las manos. Y vos, Galatea de melancólicas facciones, estarás frunciendo el entrecejo con organizada perseverancia, queriendo fabricar un azar que obedezca a las líneas de tus deseos perezosos. Y yo aquí, puliendo esta forma tan mía de darme la cabeza contra un muro, haciendo una parodia de “Bailando bajo la lluvia”, justo debajo del diluvio universal. Cuando se desestiman las dimensiones del aburrimiento, cada hora es un bofetón que carece de franqueza.

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Y vos estarás cantando 33 a las navajas, pisando hipocondría en la oficina, lustrándole la caspa a la osadía de contar las heridas como quien tacha un calendario. Y yo, sin mí, concentrado en mi afición de quebrar ritos y escarbadientes, enviudando de adjetivos traspasados por flechas oxidadas, deshilachando los más furtivos sentimientos. ¿Ese vaso caliente donde se ahoga el tiempo detenido no viene acaso a decirnos que somos un cofre repleto de revelaciones imposibles? El martes juega ya su tiempo de descuento, y yo entro a mi vida por la puerta de servicio. Tengo la teoría de que nunca quisimos liberarnos de nuestras culpas, y por eso jamás entendimos que la felicidad es un acto fallido que esperamos como un aguinaldo, ejerciendo de sombras en penitencia contra la pared.

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Enjambre de supersticiones Domingo de tomar té con masitas con un espantapájaros analfabeto, en un jardín de platos rotos y vergüenzas por el estilo. Domingo de aprender que es mejor no cortarse las uñas para arañar los indescifrables pasillos de la memoria. Domingo de infamias imperceptibles, y de quedar mano a mano él y yo, un insomnio invicto que se niega a jubilarse. Domingo de canciones desconsoladas, de arrojar al almanaque una procesión de gritos transpirados con meticulosa e insoportable parsimonia. Domingo de vanidades primerizas, romances embalsamados, de dos y dos sumando seis generaciones de rendiciones aromáticas. Domingos de asalto a caricia armada, de caligrafía en llamas, de procesos de erosión, de protobiontes, de exhaustos picaportes. Domingo de querellas apresuradas, de acariciar el pelo al letrero que anuncia la capitulación de un escultor tenebroso. 22


Domingo de reconstruir papeles locuaces, aunque desgastados, de estrangular audacias invisibles, de disecar un enjambre de supersticiones. Domingo de estudiantes de arte dramático vestidos de negro, de inviernos que se acurrucan bajo la escalera para pasar el otoño. Domingo de reverberaciones y palafrenes, de perseguir caricaturas en los copetines, de acariciar novedades cubiertas de rocío. Domingo de viajar en un avión de párrafos displicentes, de muecas de disgusto sobre las que es sencillo resbalar. Domingo de recitar epigramas que se desdicen a sí mismos; de trenes estrafalarios, que detienen sus caprichos en andenes polvorientos. Domingo donde un hilo de lluvia cae sobre un libro abierto, en el momento en que una efeméride envejece. Domingo de mezclar ruegos desabridos con agravios en cautiverio; donde la eventualidad gobierna, aunque no se responsabiliza.

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Domingo de escalones desordenados, donde soñar con mariposas transparentes al costado del camino es recubrir al espanto con mala hierba. Domingo de signo de interrogación amarillo sobre fondo negro, de esconder bajo la manga dos relámpagos y un ruego. Domingo en que la lucidez encubre el puñetazo de lo inalcanzable, y las porciones descocidas de un gesto que no pudo centellear. Domingo en que cada hora viene con su insurrección de nomenclaturas, y con la crisis existencial de una bestia milenaria. Domingo, jarrón que empieza a quebrarse llegando la tardecita, amplificando las ganas de tirarle arena en los ojos a la inevitable rutina que vendrá. Será cuestión de desabrigar esperanzas, de hacer fondo blanco con una taza de café con poca azúcar… Porque el lunes ya ha tomado su lugar…

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Libres Somos libres… Libres para revender ambiciosos algoritmos, para engrasar lo ilícito, para pronunciar discursos ineficientes sin que nadie escuche a nadie, para estar descargando con pupilas inexpresivas las últimas aplicaciones para el celular. Libres para pisar caca de perro, para ser honorablemente infelices, para superpoblar ciudades de crisis nerviosas y murmullos reclinables, para rellenar con pulso quirúrgico el mutilado anecdotario de los atenuantes. Libres, y lo suficientemente informados para que la catarata de noticias que recibimos nos infecte hasta la última molécula de la poca sangre que nos queda; para auto convencernos de que un latigazo a traición es un cariño redentor. Libres para salir a la calle a ser uno menos en el ir y venir de sombras que malgastan su vida, para elegir con que mano protegernos la entrepierna cada vez que empiezan las patadas.

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Libres para que un gurú nos venda el camino más sencillo hacia la “felicidad” en un programa de seis semanas; para bañarnos en ríos contaminados, y empacharnos de comida genéticamente adulterada. Libres para traspasar en módicas cuotas a las próximas generaciones las mismas aflicciones que nuestros antecesores nos legaron… Libres para elegir la esclavitud de la droga, la ludopatía y el egoísmo. Libres para hablar más que nunca y no decir nada importante; para pagar, recibir la mercadería y construirnos un relato donde estamos haciendo historia; libres para creer que es buen negocio este desayuno de analgésicos vencidos. Libres para amarretear hasta el último centavo, y buscar el modo más ingenioso de caer más bajo, libres para pasar horas en las redes sociales defendiendo a los políticos que se ríen de nosotros.

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Capitán Ironía Fabulador de ademanes a medio desabotonar, suele involucrarse en líos bronceados, pero solo por cortesía. Considera la insensatez como la mayor de sus virtudes. Bebedor de salvajismo; la memoria del que se asume vencido siempre será más impiadosa que celestial. Allá va el Capitán Ironía, licuando el asombro del barrio con su aire desdichado. Su rostro enfermizo balancea su oscuro fastidio. El sol de los triunfos ajenos siempre fue demasiado radiante para que pudiera mirarlo a los ojos. Su piel es un alambre atravesando la tarde entre bramidos de soledad. Víctima de algunos momentos rescatables, que alentaron una cierta ofuscación sobre los inexistentes finales felices.

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Allá va el Capitán Ironía, con una impaciencia de nudillos gruesos. Propietario de una declaración incinerada, a la que nunca dejó de echar de menos. Azotado por lo irremediable, el insomnio le sonríe con los labios apretados. La presentación oficial con los remordimientos siempre incluye un tarascón de por medio. Por fin se queda dormido sobre una retahíla de protestas taciturnas, para entablar un soliloquio con sus pesadillas. Allá va el Capitán Ironía, con el abatimiento de los que vienen de un rito de iniciación frustrado. Con un viento huracanado entre las manos pinta los barrotes de su propia jaula. … Hace un par de horas me enteré que el Capitán quiso ascender a Comandante, pretendiendo transformar en moretones las ojeras de cinco caballeros muy bien adiestrados en el poco elegante oficio de moler al prójimo a palos. 28


Poco y nada me extrañó, porque desde que dejó de ser Teniente, al Capitán siempre le gustó ponerle leche descremada a la cicuta, y dictar su propio epitafio con fuegos artificiales. Allá está el Capitán Ironía, en cautiverio en una cama de hospital, con un par de costillas quebradas y una lesión en el orgullo y el pulmón. Con tres dientes menos y el rostro indigno de alguien de su rango, lanza hacia la lluvia que golpea la mísera ventana de esa habitación una advertencia amortiguada: Tan pronto como se recupere todos los diarios de este país pondrán en los titulares su nombre, apellido y las condecoraciones que ganó jugándose la reputación en las leoninas calles de la vida.

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Mentiras de patas largas Se creyó implícitamente la pelusa del ombligo del planeta, y me contó mentiras de patas largas que yo quise creer, sin querer queriendo. A falta de palabras hipnotizantes, yo solo pretendía indicarle con los ojos que el azúcar cuando duerme también tiene pesadillas. No es que no quiera escuchar lo que su recuerdo tiene para decirme, el caso es que no quiero creerle. En aquellos momentos en que mis palabras y mis labios no estaban de acuerdo sus ojeras me observaban atentas. Sus ojos no sé. Sumé y resté las flores de sus mejillas, invitándola a una eternidad un tanto breve. En mi garganta nunca dejó de dormir aquel guerrero que coleccionaba canciones heridas. Cuando adjetivaba sus fracasos, siempre ponía un especial énfasis en la segunda “e” de la palabra reluciente.

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Tenía un corazón desmembrado, pero eso sí, autosuficiente. Traía sobre su lomo la oscura sonrisa de los que viven con la boca llena de soledad. Le envío un beso en la distancia, que termina rebotando contra la pared. Mi amor propio acaba de descender millones de escaleras. Duele constatar que todo se reduce a una pléyade de experiencias más o menos inconfesables, interpretando el mismo papel de siempre, de morder y ser mordidos. En nuestra simetría de párpados en trance, prescindimos del cálculo, el artificio y la irisación. Nunca nos sacudimos la arrogancia y las preguntas subrayadas. Aún me pregunto qué sería de nosotros si hubiéramos guardado nuestras grisáceas inseguridades en un lugar más seguro. Se creyó explícitamente la escandalosa defensora de lo inapelable, y me dejó mentiras de patas largas con las que me sigo amigando, sin perder perdiendo.

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Los desnortados Los desnortados, los insubordinados, tumbados sobre el hambriento brillo del invierno, andan distorsionando percepciones, hasta desgastar la corteza de lo inasible. Jumentos azotados por lo irremediable, desabotonando inventarios de conjeturas, embajadores de entusiasmos astronĂłmicos, elogiando la cĂŠlebre asfixia que los une. Los desnortados, los susurrados, abismos de pensamientos apedreados, chapoteando en un ovillo de distancias inmaculadas, se abrigan demasiado con hipĂŠrboles mezquinas. Tosiendo un simulacro de vientos implacables, con un temor a volar que no les impide caer cuantas veces lo crean innecesario. Los desnortados, los distanciados, olas devastadas de un mar que no sabe ser libre, soĂąando encerrar toda la claustrofobia del mundo en una caja de zapatos.

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Capaces de tributar culto a un escarbadientes, convictos de escaleras de pan lactal, dilapidando amaneceres clandestinos, sin París, sin aguacero y mal pagados. Los desnortados, los dibujados, con la sonora rutina de sonreír con un nudo en la garganta, pintando al óleo desilusiones aficionadas con el estómago vacío. Exhibiendo penurias con sentimentalismo filantrópico, tacaños abyectamente patrocinados, copropietarios de un escondite, con todos los resentimientos lavados y planchados. Los desnortados, los engañados, regando cada tardecita los remordimientos que les crecen en el pecho, ya el cuero no da como antes para vocear alegrías robadas. Con su llamativa ceremonia de amarrar hasta el último murmullo al muelle de las apariencias. Prefieren servir sus frustraciones en vasos largos de cristales azulados. Los desnortados, los abandonados, los burlados, los mal pintados, los enterrados, los enfrentados, los evitados, los sospechados… 33


Apuntes sobre la poesía y los poetas La poesía es como un perro que ladra; aunque a veces aprende a morder, para recortar con palabras un trozo del mundo a su imagen y semejanza. La poesía es una moto despintada transitando por resecos matorrales. El poeta interrumpe los silencios predicando malentendidos (comúnmente llamados metáforas). La poesía es el disfraz que se pone el alma cada vez que se desnuda. El poeta ve germinar un verso en cada nueva cicatriz; payaso en decadencia que aprende a improvisar entre las sombras; radar que verifica dónde persisten anfibológicos rastros de esperanza. La poesía ama, se lamenta, llora. Poesía es la astucia temblorosa de andar siempre a la deriva. 34


Al poeta se le puede exigir que al momento de abordar lo tangible, sea un poco menos miope que sus contemporáneos; porque cuando no ejerce su rol como es debido, termina haciendo terrorismo literario. La poesía es un pulmón de madera pudriéndose en el fondo de un lago, pero que tarde o temprano consigue emerger. Es la búsqueda difidente de quien solo anhela vaciarse de contenido; asumiendo este ejercicio como la única forma posible de liberación. El poeta deambula, mueve la cola, implora. ¿Quién le manda al poeta a andar hurgando bajo el ala del sombrero la frase nunca dicha? El poeta esparce sus ideas descabelladas sobre el mar, engañando a la palabra en la perenne víspera de un imposible. Es verdaderamente poeta cuando anda garabateando su cuaderno en medio del incendio. (O a dos metros del apocalipsis).

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Para el poeta es el peor de los pecados transformar la metáfora en discurso (la metáfora no busca convencer sino hechizar). La poesía busca la destitución de lo imposible. La poesía sustituye a quien está de vacaciones de sí mismo, peatonal solitaria que cada tanto visita algún turista; anhelo del bienaventurado, danzando entre ventiscas de arena. Al mismo tiempo, esqueletos fachendosos recién salidos de un sepulcro nada santo, cansados de mirar siempre de afuera, se especializan en poblar de etiquetas la poesía, tratando de explicar lo inexplicable. - Y yo sigo sin conocer ningún avión que vuele más alto que los poetas -

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Otro tipo de insolencia es posible

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Están dejando mucho que desear…

Están dejando mucho que desear las botellas de vino, las torpezas visionarias de este miércoles a la mañana, los andamios, las paredes, las hormigas, las grietas desertoras. El dedo meñique del pie de los ascensoristas destartalados, los recuerdos descongelados, los filósofos acurrucados tras el murmullo de una máquina de escribir, los camiones de reparto de neuróticos. Los que vomitan su plataforma política sobre la alfombra, los peces fugitivos, el ronroneo poco sabio de la heladera, la lluvia que humedece las agendas.

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La presencia escénica de los atribulados, los viñateros de opiniones sacrosantas, los que agitan las banderas de sus propios estropicios, las rotiserías de los finales infelices. Los delegados sindicales de patologías, las confidencias subtituladas, los odontólogos que anestesian intuiciones, los instintos primitivos de los pusilánimes, las cicatrices que tosen por los ojos. Los que dejan caer saliva sobre la flor de los vencidos, los días que nacen ennegrecidos, los que agachan la cabeza y disparan a matar jurando protegernos, los rehenes de la aprobación ajena. El apretón de manos de los mayordomos del discurso nómade (por no decir hipócrita), los que brindan por la muerte ajena antes de suicidarse, los solsticios de recuerdos equivocados.

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Los que olvidan su sonrisa tras el humo del olvido, los prestamistas que negocian con promesas de arena, los grimorios en manos de principiantes, las sillas domesticadas, los otoños de párpados huraños. Las cenicientas que no se tapan la boca para bostezar, los viejos verdes que parafrasean volátiles predicciones, los que se limpian los incisivos con la tristeza de sus compatriotas. Las uñas de lo perdido, que se clavan en zaguanes de telgopor, las salivas anónimas que se autoproclaman herederas de telarañas faraónicas, los redactores de gramática sombría, que obsequian flores mal redactadas. Las hijas de las madres que deshojan tardecitas, por no tener un perro que les ladre; los que recitan disparates vespertinos a los cuatro ladrillos que llevan de equipaje, los que estornudan ironías por las orejas.

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Las teorías científicas que piden a gritos un cambio de pañales, la catarsis de las páginas en blanco, los adjetivos que se mueren en las telarañas del manicomio, los rezongones que no ahorran en detalles. Los que rasguñan la espalda de la racanería, los que exhiben su abdomen de dieta baja en calorías como una matrícula de honor, los que confunden amor con extorsión, los aristócratas de vista anubarrada. Los que cobran los favores de acuerdo a la inflación, los que hablan a través de sus pulgares indolentes, los que meditan sin decoro sus minuciosas ironías, los que desgarran las costuras de lo ridículo en un compartimiento secreto. Están dejando mucho que desear… Los proverbios indignos de pronunciarse en voz alta… Los dientes desconocidos por sus propias encías… Los que esgrimen su irenismo a punta de pistola… Los pantanos donde florecen tableros de ajedrez con peones maniatados…

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Voces No sienten los golpes. Se acurrucan en la niebla sin dejar de sonreír. Languidecen irguiendo su desasosiego. Rebotan. Se comprimen. Señalan con un dedo adormecido, tratando de mostrarse naturales. Felices a su manera. Miserables a su manera. Juran desconocerse. Esperan comprensión al fondo del abismo. Los mapas de la noche se desangran desde que el hedonismo es la ideología dominante. Voces desde la penumbra de una lata de tomates, que pretenden refundar por completo la sociedad ofreciendo un lago artificial en cuotas.

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Voces que relinchan sus recientes adquisiciones. Como bocinas hambrientas, entre alambradas heladas de frío. Voces de interrogatorios y estampidas, voces boreales, de arribistas anticuados, opacas, desteñidas, voces de incendio y espuma. Adversarios de bolsillo, aúllan como lobos buscando un recoveco de gloria indigente. Voces que sostienen que toda alegría es, a su modo, irresponsable. Trágicas y majestuosas, arrugadas, dolorosamente deslumbrantes. Voces de clandestinas detenciones y luces estroboscópicas, voces de barricada, de pólvora, de alfileres y estampidas desgajadas, voces de eudemonismos astillados.

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Golosas de murmuraciones nacidas en bocas de niebla, que ocultan su ideologĂ­a, su barbilla y sus eclipses debajo de la corteza de un grito de socorro. VendrĂĄn otras voces, con ladridos completamente claros y un objeto de deseo mĂĄs productivo y a lo mejor menos obstinado. Con tonalidades que aprisionen la plenitud del tiempo. Y que resuciten en laringes que abracen los sonidos de otros cielos.

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El profeta de las causas perdidas Tres peldaños de doce meses lo separaban de las siete décadas. Jubilado y sin mayores compromisos que arrojarle un ladrillo a su melancolía. Ejerció sin vocación ni fortuna un sinnúmero de oficios, y su sociología de la barbarie se balanceaba con la púrpura acometividad de quien ha sufrido sin acobardarse. Ramillete de evocaciones apócrifas, con una imagen del Gauchito Gil en la billetera, nunca tuvo en claro su propia existencia, o si sólo emergía a diario de la lírica de la desesperación. Feligrés desde hace casi dos décadas del mismo bar, ya habituado a escarbar en las penumbras, reconstruyendo, entre sorbo y morbo, un eructo revestido con todos los ornamentos de la zafiedad. Con la indolencia extrema de los acostumbrados a la calamidad, hablaba de su vida sin poder evitar confluir en sus emociones malgastadas.

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Acariciando sombras agrietadas aprendió con los años que el ejercicio de la queja no equilibra el universo, y que las lágrimas ya no son gratuitas ni automáticas. Mitificaba sonriente un tiempo desahuciado, de pálidas ruletas y otoños desgalichados, salones en penumbras, deudas impagables y heridas exhalando pulcritud. Aferrándose a su milenaria experiencia de resacas y amnesias, su saliva de dinastías desangeladas pregonaba que otro tipo de insolencia es posible. Dentro del discontinuo ritual de sus lánguidas disertaciones, me dijo un día que tal vez la vida sea simplemente una poco productiva acumulación de pormenores, en una humanidad que se hunde bajo el peso de lo contradictorio. En un tiempo de conformismo escéptico ante las pequeñas satisfacciones, donde las metáforas colisionan con lo literal, escuché de sus labios, gruñido mediante, que para llegar a la cordura, primero hay que agotar una larga lista de insensateces.

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Perdidos en lo insignificante, ninguno de sus interlocutores tomó nota de las pisadas, las soledades y los abrazos que yacían debajo de su lengua en cada soliloquio. Dentro del profeta de las causas perdidas conviven la guillotina de otros siglos con el dolor del veintiuno. Con el brillo gastado de unos ojos que estaban más allá de atardeceres y esperanzas, su boca de perpetua madrugada sabía que el mundo con sus alas de insecto ya no ofrecía, a esa altura de la historia, ninguna novedad. Beber en exceso parecía ser regla de oro de un protocolo personal muy arraigado. Con un pasado desafiante a su espalda, se perdía divagando en un tiempo en que el futuro estaba intacto. En la sucia taberna donde el protagonista de esta historia se balancea algunas horas a diario, después de las doce de la noche todas las gargantas son hermanas.

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Como el más inesperado de los truenos, sus palabras admonitorias retumbaron dentro de mis convicciones, cuando me dijo que caminamos por la vida en un estrecho pasadizo rodeados por alambres de púas. Se retiraba cada noche tartajeando con hidalguía, saludando a los parroquianos que levantaban su vaso en señal de respeto a su trayectoria de libar con pálida resignación. … Dicen que empezó a caer sangre de sus narices, aunque otras voces juraron que era brandy. Lo cierto es que fue en el mismo bar de siempre, donde se escuchó por última vez su afonía con copyright. Nadie pudo establecer con certeza cuál fue el último versículo de su apocalipsis personal…

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La recuerdo bien Siempre llegaba tarde, con un febrero despintado y el perfume de un retorno cargado de colores, con el dejo de misterio propio de un ritual antediluviano. La recuerdo bien, materializándose en un susurro de acento indescifrable. Ocasionalmente sus ojos brillaban revelando un deseo que juzgaba ajeno, con la atípica resignación de quien se considera una persona feliz. La recuerdo bien… Su sonrisa resultaba tan efímera que parecía ser un obstáculo entre su rostro y las personas. Era de aquellos que riegan los claveles con arena, con la implacable cordura de quien cena los vientos de septiembre. Dejaba correr el tiempo sin llegar con ella misma a un acuerdo sobre sus decisiones.

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Tras sus pasos iba dejando una extraña variedad de flores venenosas. Pisó tanto su propia vida que terminó siendo irreconocible incluso para ella misma. La recuerdo bien, empuñando el paraguas de la histeria en mitad de la tormenta. Aprendió a adiestrar sus pesadillas para que ya no pudieran arañarla. Era el terremoto de su mirada un sistema de signos por descifrar. Era una desconfianza sin asueto, una paz que sangra por la herida, un cielo en tardes tormentosas. Con su ángel y su demonio en cada hombro, a diario lanzaba al aire una moneda para dilucidar a cuál debía obedecer. Su rabia a contrapelo era una parodia de la algarabía. Para llegar a ella había que atravesar un angosto pasillo hacia su narcisismo. Llegué a aceptar sus cambios de ánimo como una condición natural que no pedía permiso para llegar, una especie de terremoto en el momento más inesperado. 53


La recuerdo bien… Yo quise pagar el rescate por esa parte del corazón que tenía secuestrada. Una vida habitando un cuerpo, que cobija un alma con muchos disfraces; contemplando el firmamento a través de ranuras insomnes. La recuerdo bien, corazón de hielo y manos de sol, descendiendo al infierno solamente para broncearse. Con su poco venerable victimización, repartía al oyente de turno algún pequeño trozo de martirio. Aunque en ciertos feriados entusiastas creí vislumbrar al fondo de su mirada un relámpago de azúcar. Se vestía de penumbra cada vez que la embargaba el miedo a perderlo todo, y aplastaba cada peldaño con los nervios descalzos. La recuerdo bien, diagramando murmullos, absolutamente saturada de escepticismo.

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Extorsionada por su propia escala de delirios, lanzaba gotas de limón contra los espejos cuando la imagen que proyectaban no era ya satisfactoria. La recuerdo bien… Guardando su depresivo corazón dentro de un paquete de Malboro. Caminaba por el jardín con los ojos vendados, solo para cumplir con su capricho de pisar espinas. Pretendía curar sus soledades salando nimiedades en su jaula de marfil. La recuerdo bien… Al extremo de guardar sus palabras en un frasco de vidrio que anteayer se rompió…

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Argentina dos mil siempre Voy a hablar sobre un cuento de hadas arrojado a la hoguera, donde se pudren los peldaños de la escalera hacia el futuro. No debe enorgullecernos ser partícipes de este histórico ocaso. Los días transpiran veneno por sus lunares. El orden social con el que hemos pactado (creyéndolo el mejor posible o el menos funesto) solo trae consigo sufrimiento o abandono. Y mientras tanto, los que deshabitamos este país… Ya que aún no nos hemos afiliado a la unanimidad seguimos deleitándonos con pan duro para encías solitarias. Insurgentes prejubilados, disertamos en voz baja en el parlamento de las furias y las penas. La estadística transforma a las personas en cifras equivocadas. Con tantos que la alimentan a diario, la muerte está más viva que la vida. El apostolado de lo perecedero ofrenda los últimos restos de ideales carcomidos. A los zurcidores de inocencias nos cuesta masticar los días que se desmayan encima nuestro. 56


Y mientras tanto, los que deshabitamos este país… Plebeyos con ambiciones que llegan a la mesósfera, observamos la soberanía de las luces desde las sombras de la caverna de Platón. Construyendo origamis de chicle, con el entusiasmo de los despertares homicidas. Me atrevo a aseverar que en nuestra patria se han robado incluso un par de pecados capitales. ¿Sabrá venir otro tiempo, de lunas ajadas alumbrando nuestra tenebrosa forma de existir? Jugando a contar las luces apagadas en un bosque de fantasmas derrelictos, ¿Cómo puede avanzar un terruño que cultiva hace tiempo legiones de parias? Y mientras tanto, a los que deshabitamos este país… Nos han suministrado sin misericordia una infusión de adversidades, disueltas en agua exprimida de un arrollo contaminado. Imposible tomarse en serio este reino, que no es más que una enorme rotisería atendida por pilotos de karting sin ganglios ni entusiasmo.

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Mi país es una cerradura gigante donde depredadores con avidez infinita crean sus propias reglas. ¿Qué hacemos cuándo los que deben proteger a los corderos afilan las dientes de los lobos? Alguna vez escribió Benjamín Prado que la ofuscación es la última bala de los resentidos… (Pasa que aquí, hasta de resquemores nos despojaron). Argentina es un interminable crucigrama que nadie se molesta en resolver….

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Rumorología Partidario de la impersonalidad, dejó una flor de plástico ante sus pies. Ella, que tres minutos antes solo fotografiaba goteras en los palacios envolvió ese momento, para intentar conservarlo el mayor tiempo posible. Él no lograba rememorar que herética melodía se filtraba por las paredes que dividían sus tonterías de sus imbecilidades. Ella, dolorosamente intocable, con sus complejos de cojines agonizantes, fisgoneó en su bolso, rastreando una risa tardía. La rumorología de las bocas que adulteran un trozo de vida malvivida, hace tiempo extraviado, dirá que se desprogramaron, se aflojaron un par de tornillos; y recién salidos de la estantería de los que se acaban de caer, les leyó el código de barras del futuro una caja registradora analfabeta. Eran dos insignificantes divergencias subatómicas girando en un universo colapsado, intentando no asemejarse a la dupla protagónica de una película muda y de ilusiones en blanco y negro. Lucharon por invertir su tiempo en algo más productivo que dispararse estereogramas. 59


Fueron cicatrizando penitencias, armándose de osadía, escalando lágrimas bajo fianza, olvidando su alter ego en autopistas despeinadas. Todavía no era el momento de aceptar que cuando se empaña la madrugada baraja comodines estrafalarios. La rumorología y su inverosimilitud suprema dirá que quizá haya restos de heroísmo interpolados en el bolsillo de esta narración, aunque puede que sea cierto que detrás de una leyenda dudosa se esconda un rayo que expulsa un díptico de puntos suspensivos. Un exilio comenzó a diseminarse por la enésima bifurcación de un final marcado con violeta en el calendario. Y se fueron acostumbrando a convivir detenidos en medio de una tregua, a orillas de un mar de aguas solitarias. Él ya no supo cómo desenredar las estrellas de su pelo. Ella adquirió el hábito de oscurecer en plena tarde, rogando que la noche no fuera otra vez una maleta de ofrendas encharcadas.

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La rumorología de los barrios de sombreros amotinados y abanicos de nombres furiosos dirá que consumieron con melancólica elegancia lo que les permitían las pequeñeces de la vida. Y enunciarán que hasta una frívola ilusión se termina volviendo inapelable. Él no pudo percatarse a tiempo que la sombra de su sonrisa comenzó a caminar sobre un jardín de botellas de vidrio partidas, y ella comenzó a actualizar sus indecisiones como quien se pone una campera después de tomar una cucharada de vinagre. Un día como cualquier otro, olvidada la contraseña que les permitía acceder a la hazaña de soñar despiertos con el cuerpo dormido, se desearon buena suerte en el destierro y marcharon a contar las grietas de la única habitación de su mundo en miniatura.

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Eufonías y heptasílabos Me da escalofríos esta página en blanco. La tinta que me redime es una corazonada sin azúcar. Mi pluma, vandálica y analfabeta, escribe sobre los escombros de mis sonetos mentiras que son verdad. Todo en mí viaja de adentro hacia adentro, ignorando que en el mundo exterior está ocurriendo un cisma de manteles deprimidos. Los verbos que ahora escribo, cargan y descargan imprudencias desprestigiadas. Conclusión I: No es un aporte significativo estar bronceado en la profundidad de las tinieblas. Un párrafo también sabe ser una brasa cayendo al precipicio. Las palabras más bellas no son más que una forma sutil de disfrazar el miedo a que se vean los dobladillos de nuestros desperfectos. Siguiendo el consejo de la única gota sobreviviente de una piscina vacía, arranqué del diccionario la página donde estaba la palabra amargura, pero cometí el error de ingerirla sin masticar. Incógnita I: ¿Qué hago yo, preguntándole al otro que me habita por qué ahora soy – espléndidamente – aquel que nunca he sido? 62


Aprendo a rastrillar vocablos y fronteras, mientras me quito del dedo índice una astilla que expresa todo aquello que las palabras no pudieron. Continúo buscando mi sitio en semblantes benévolos. Mi imaginación se entretiene acomodando y desacomodando inexistentes mosaicos de colores diversos. Fuera de mi enajenamiento, el silencio solo es desacreditado por el goteo de una canilla. Conclusión II: Las cargas invisibles que vamos acumulando con los años son las que nos dejan la espalda encorvada. La tarde pasa caminando, con las rodillas desencantadas, buscando un lago donde lavar el herrumbre de alguna despedida. La primavera estalla, y con ella la furia, como última señal de un condenado. Dejo caer un terrón de azúcar en la taza de las confesiones intimidantes, en las que desplumo quimeras primitivas y diurnas. Sé que en el perverso oleaje de algún mar dejé mis pensamientos. Incógnita II: ¿Qué fue antes, la corrupción o la política?

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El orgullo es una mancha de sangre cayendo del cielo, y las turbaciones, trabalenguas de dificultosa pronunciación. Ante tanto fatalismo bien alimentado, no puedo limitarme a eufonías y heptasílabos. Dicen que afuera una tormenta con intervalos de felicidad concede una tregua a un mundo edificado con brea. Habrá que salir a comprar a precio moderado, el olvido de hoy en una ferretería de ayer. Conclusión III: Que no se vislumbre como un privilegio sostenerle la mirada a la memoria. ¿O es que acaso no piensan que me cansa terminar hablando siempre de las banderas rasgas por la sangre y la zozobra de la artillería que cubre de muda oscuridad el mediodía de un país acuclillado? Con tres dedos afónicos es imposible aplaudir quitándose la boina. Para completar, ha fracasado mi proyecto de levantar un castillo de arena al fondo de un armario inundado de saliva desconsolada. Incógnita III: ¿Alguien puede llegar a suponer que la poesía protege de enfermedades a los que empujan inquietudes para vivir?

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Y aunque la más pérfida de las truculencias salta a la cancha con cielo despejado, intuyo que una vez por milenio incluso los mayores próceres de la inmoralidad deben llorar su vacío sempiterno. Hago mías incluso las arrugas que no me conciernen, descorcho – pese a todo – un optimismo sin raíces; y araño las esquinas de un grito cuando dejo crecer libremente mis defectos de carácter doctrinario. Conclusión IV: Ser feliz es una indiscreción que no le queda bien a todo el mundo. Después de extraviar todos mis comodines apócrifos, ejerzo mi función de roncar mis reproches en un callejón sin salida. Si me quedo pensando en el ayer, es porque aun no sé pintar de azul las horas de mañana. Con gula póstuma soborno al tiempo suplicando indulgencias, cuando ya no perfuma la cuesta de los trotamundos cojos, y el espejo me reconoce como su caricatura favorita, aunque sea solo por incordiar. Incógnita IV: ¿Por qué en la carrera de la vida vemos el semáforo ponerse en verde, pero nunca la bandera a cuadros?

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Que quede claro Que las normas de convivencia recomiendan sonreír a quien nos mete la mano en el bolsillo, que madurez es uno de los sinónimos más difundidos de la palabra resignación, que el viento no se toma el tiempo de llevarse palabras muertas. Que la esperanza también tiene sus esquirlas, que siempre quedarán los que crean que un estornudo es coqueteo; que la gente se zambulle, no en aquello que los haga felices, sino en lo que los lleve a sentirse menos apenados. Que hay sufrimientos que ignoran lo que significa marchitarse, que el futuro es un pañuelo descartable arrojado en una vereda, que, socialmente hablando, resulta más sencillo emitir una condena que una absolución. Que cada quien se ha encerrado en su irrealidad, y merienda sándwiches de falsas esperanzas, que los que no aprenden a distinguir entre ética y política convierten a ésta última en sinónimo de insensibilidad. 66


Que hay dilemas que nos respiran en la nuca, que la televisión maneja a los televidentes por control remoto, que las serpientes de arcilla no perdonan a los buitres de la timidez, que la fama es el mejor de los sobornos para las víctimas que se creen victimarios. Que no es culpa de la sombra que nos acompaña que cada mano sea una pistola apuntando al alambrado pecho de nuestros semejantes. Que el día es una estaca de horas demasiado iguales, que estamos curados de espanto de legañas que nacen congeladas. Que damos la vuelta olímpica festejando campeonatos ajenos, que en este mundo importan más las apariencias que los límites, que hasta el insomne e intransferible dolor es digital en estos tiempos, que la noche es un incendio demasiado despierto para mi gusto. Que la palabra del hombre se parece cada vez más al balido de las ovejas cobardes, que la fórmula de la eterna juventud se encuentra en el fondo de las contaminadas aguas de un lago antaño cristalino, que se está desencadenando una guerra civil hecha de espejismos y melancólicas psicografías.

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Que cuando el fanatismo estrangula tiene la deferencia de ponerse guantes de cirujano, que cada uno elige el mito que más le ayuda a definirse, que todo mal augurio adquiere otro color si se lo deja unos minutos en el microondas adecuado. Que la realidad enseña tarde o temprano que el ombligo no es frontera, que los tribunos que maltratan la economía nos enroscan en el cuello un cumplido difícil de agradecer, que la devastación provocada por las llamas de la corrupción no conoce de indulgencias…

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Repertorio tabú Pensativo y borracho de tedio, desertor de tropelías, y habiendo dejado encendidos un par de remordimientos, persuadido de que arrojar al aire un amor roto no lo hace caer entero, me lanzo a escribir solo para verificar si hay estrellas en la tinta de los poetas cansados. Mientras la extravagancia de la noche desafina con creces, me repito que no vale la pena sufrir por desamores eruditos. La nuestra era una historia de fantasmas empeñados en volver a sentirse vivos, sumergidos en un estanque de alquitrán. Cuando logré alcanzar el cielo de tus ojos, comprobé con pesar que solo estaban compuestos por nubes chocando entre sí. Pero como no permitiré que leas estas líneas, me limitaré a escribir sobre nosotros para quien a lo mejor un día encuentre perdida en un pasadizo ésta epístola que describe sonrisas con moho, en algún instante desparejo y vacío de fulgores. (Al contrario que Silvio, yo gasto papeles olvidándote).

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Mientras mido con pétalos de olvido la distancia que separa mi piélago y tu recuerdo, mueren, ineficacia mediante, lágrimas no derramadas. Jamás nos propusimos ser felices. Quizá era uno de los tantos asuntos que formaban parte, tácitamente, de un repertorio tabú. Nos resignamos a beber lentamente la magia de los ocasos. Extraño vicio el de volvernos adictos a las medias verdades. He llegado a tres conclusiones: Que me querías desesperadamente repleta de zozobras, que las canciones que tarareábamos juntos hoy son simples grietas donde se escurre tu recuerdo, y que conceder a mis malas intenciones el rango de exquisitez es disponer de un amplísimo criterio. Siempre nos contábamos con lujo de detalles y oídos sordos todo aquello que nunca terminaba de importarnos. Siguiendo con la rutina de antaño, quiero que sepas que detrás de este paisaje de escobas y demandas, está doliendo en siete idiomas.

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Últimamente todos mis poemas traen pájaros con alas quebradas, y revolotean en mi mente como palabras esdrújulas que buscan su acento. Prefiero catalogar como pensamientos a estos dadivosos balbuceos donde enumero a grandes rasgos lo ocurrido desde la mañana en que me cansé de forcejear con los cambios bruscos de tus estados de desánimo, y de podar las enredaderas de tu llanto. En este salvajismo interino, nos fue asignada la tarea de hundirnos guiñando un agobio al espejo, soñando con plagiar siestas exiliadas. Habrá que coser uno por uno los escombros de este desamor tan inhumano, y continuar buscando las promesas que escaparon de su jaula. Cuando nunca es hoy mismo, no puedo menos que preguntarme, ¿Tan difícil sería que me hicieras feliz una vez por milenio?

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A cara o ceca con monedas de cartón Son esos días en que una botella vacía es una brújula señalando el norte a los que esperan llegar al aeropuerto de la intuición. Son esas tardes en las que el amanecer es un sueño lejano, y el alba un viaje sin retorno, donde colisionan respiración y presentimientos. Son esas noches donde llueven cicatrices extranjeras, se besan al azar fotografías y se recuentan las sílabas de los estremecimientos. Son esas semanas de envenenar sombras, de disolver en el aire lo incomprensible, de apostar a cara o ceca con monedas de cartón. En lugar de ondear banderas, hay quien prefiere capturar relámpagos en un block cuadriculado… Son esos octavarios que resplandecen como balas que se desangran en ríos de inútiles verdades, en el disímil territorio de las pesadillas previsibles. Son esos meses de hacendar carcajadas de cabellos perfumados, de guardar decímetros de dicha para tiempos menos esbeltos.

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Son esos trimestres de mañanas afiladas por ambos lados, donde un campanario exhibe suturas como límites, obsequio de los siglos de los siglos. Son esos años de argumentos filosóficos más confusos que socráticos, de expropiar el lenguaje que predica caminos alternativos a la devastación. Hay quien prefiere aluzar el fondo del espejo con el opaco brillo de un corazón de barro… Son esos lustros en que unas hileras mal acomodadas de entusiasmo son lo único que nos pertenece en este mundo. Son esos septenios donde los perros ladran fascículos coleccionables, de damajuanas abarrotadas de medallas de oro falsificadas. Son esos decenios en los que el destino derrama melodías, donde la caligrafía de las emociones escupe letras hambrientas. Son esos quindenios de volver sobre el álbum de siempre, de asentirle a las imágenes, de regalar sonrisas tibias en forma de ladrillo.

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Hay quien prefiere naufragar en un espejismo, teñido de un decoro con faltas de ortografía… Son esos decalustros, crisantemos pisoteados por agrónomos borrachos, recital de eventualidades desnudas, ojos de cíclope, manos de odontólogo. Son esos siglos de soñar con golondrinas sin verano sobre renglones arqueados, saboreando el filo del helado corazón de los puñales. Son esos milenios de sabernos espectadores, desplumar altercados prehistóricos y diurnos, de ansiar tapar el cielo con paladas de somníferos. Son esas eternidades de escupir uvas y salvoconductos, de llegar hasta el fondo de la cancha y tirar un centro repleto de demagogia. Hay quien prefiere colgar un reloj en el margen derecho del resplandor de una ciudad sin tiempo…

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ÍNDICE Morder y ser mordidos Culpable e inocente……………………………………………………9 Sonreír y sangrar al mismo precio…………….………………12 Este modo de vivir…………………………………………………….15 Domesticar un corazón es maltratarlo………………………19 Enjambre de supersticiones………………………………….....22 Libres………………………………………………………………………..25 Capitán Ironía……………………………………………………………27 Mentiras de patas largas…………………………………….…….30 Los desnortados……………………………………………………….32 Apuntes sobre la poesía y los poetas………………………..34

Otro tipo de insolencia es posible Están dejando mucho que desear……………………..……..41 Voces………………………………………………………………….…….45 El profeta de las causas perdidas………………………….…..48 La recuerdo bien……………………………………………………....52 75


Argentina dos mil siempre………………………………………..56 Rumorología……………………………………………………………..59 Eufonías y heptasílabos…………………………………………….62 Que quede claro……………………………………………………….66 Repertorio tabú………………………………………………………..69 A cara o ceca con monedas de cartón………………………72

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