Cuentos de terror para fanáticos del marketing

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SOBRE EL AUTOR

Hola

mi

nombre

es

Mariano

Cabrera

Lanfranconi, Licenciado en Publicidad, Creador de

MarianoCabrera.com,

CoFundador

de

TuMercadazo.com y de Grupo Hemisferios, entre otras cosas. A lo largo de los últimos años aparte de trabajar como consultor para diferentes empresas, tuve la suerte de haber capacitado más de 30.000 personas por medio de diferentes cursos, talleres y conferencias hablando sobre temas de marketing, publicidad, redes sociales, ventas, negocios y temas similares. Si quieres conocer un poco más sobre mí, te invito a contactarme por los siguientes canales.

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Web: www.marianocabrera.com

Twitter: www.twitter.com/mclanfranconi

Facebook: www.fb.com/marianocabreralanfranconi

LinkedIn: www.linkedin.com/in/mclanfranconi

Correo: mariano@marianocabrera.com


AGRADECIMIENTO Como en todo lo que hago, a mi esposa Kharen. Mi mejor amiga, compañera y socia, que siempre esta presente en todo momento. A mi familia y mis padres, Andrea, Pedro y Ricardo (Tengo la suerte de tener 2 padres increíbles). Especial agradecimiento a mi padre, Pedro Cabrera, por revisar los cuentos, ayudarme en varias correcciones y detalles, para que queden perfectos.

Finalmente a todos mis amigos, comunidad y seguidores. Son tantos, que no alcanzaría un solo eBook para mencionar y agradecer a todos.

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INTRODUCCIÓN Desde que tengo uso de la memoria, siempre me gustó escribir cuentos, historias y hasta poemas. Ya de grande aprendí a aprovechar el poder de la escritura para crecer y hacer marca, tal es el caso de mi blog, MarianoCabrera.com. Sin embargo, desde hace un buen tiempo tenía ganas de escribir algo que no sea sobre marketing, publicidad, tecnología, redes sociales y temas similares. Y se me prendió la lamparita. Decidí escribir unos pequeños relatos de terror que compile en este libro (Me encantan los libros y películas de terror). Así fue como durante unos meses, comencé a pensar historias, guardar las ideas en mi teléfono móvil y finalmente terminé escribiendo este eBook gratuito que denominé: “Cuentos de terror para fanáticos del marketing” En este libro encontrarás 10 historias de terror, suspenso y miedo, que tienen una temática en común: El Marketing. Espero que disfrutes mucho el eBook y agradecería mucho los compartas con tus amistades (Especialmente si son fanáticos del marketing también).

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ÍNDICE EL ASCENSOR .......................................................................................................................... 6 EL BRIEF................................................................................................................................... 10 EL CHE PIBE............................................................................................................................ 13 EL JINGLE ................................................................................................................................ 15 EL MEME ................................................................................................................................... 19 EL PACTO ................................................................................................................................. 23 EL PASANTE ............................................................................................................................ 28 EL WEBMASTER ..................................................................................................................... 32 LA JEFA ..................................................................................................................................... 34 LA SECRETARIA ..................................................................................................................... 39

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EL ASCENSOR Diez de la noche de un viernes en la oficina y Ramiro seguía diseñando… Nuevamente se había olvidado del mundo mientras preparaba un anuncio gráfico y escuchaba a todo volumen en sus auriculares a Babasónicos, su banda favorita. Ramiro padecía un tipo de autismo leve que hacía que por momentos se concentre demasiado en su trabajo, de forma tal que se olvidaba y abstraía de todo lo que sucedía a su alrededor. De pronto, al ver el reloj tomó conciencia de que hacía más de tres horas que todo el personal de la agencia publicitaria se había retirado. Hora de ir a casa, pensó. Guardó los diseños, apagó la computadora, cerró con llave su cajón y se dirigió al ascensor ubicado en el piso 13 de un gran edificio de oficinas en pleno centro de Buenos Aires. Mientras esperaba que suba el ascensor recordó que le gustaba observar los números rojos en la pantalla del viejo cubículo y contar 6


en voz baja cuando pasaba por cada piso (otro de sus hábitos o quizás otra de las manifestaciones de su autismo). Finalmente, el ascensor llegó, se abrió la puerta automática y para su sorpresa, el ascensor no estaba vacío. Una joven esbelta dueña de un hermoso cabello rizado dorado, lo miraba fijamente. Durante un instante Ramiro se quedó petrificado. No era lo que se dice uno de esos chicos que se anima a hablar de golpe a las mujeres. En realidad no era de hablar mucho. —¿Vas a subir? — preguntó la joven del ascensor. Antes de que la puerta del ascensor se cierre, Ramiro ingresó rápidamente y sonriendo tímidamente, sin mirarla, respondió: —Sí, perdón —mientras la puerta se cerraba y el ascensor comenzaba a descender. 13, 12, 11… como siempre Ramiro contaba los pisos. Sin embargo estaba incómodo. Nunca había estado tan cerca de una joven hermosa… cuando de repente el ascensor se detuvo, apagaron las luces y encendieron las de emergencia. —No, por favor, de nuevo no —. Exclamó ella mientras apretaba con nerviosismo los botones del ascensor. —¿Cómo otra vez? —. Preguntó extrañado Ramiro. —Sí, últimamente este viejo ascensor está fallando, especialmente de noche. —le comentó — Por cierto, me llamo Silvana — mientras extendía su mano para saludarlo. Ramiro nunca había palpado piel más suave, y esos pocos segundos que duró el apretón de manos, bastaron para que comenzará a sentir algo por aquella mujer. Por un instante -como nunca- se sintió relajado, cómodo y agradecido de que accidentalmente el ascensor se hubiera detenido en el piso 11. Desde lo más profundo de su ser

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esperaba que el ascensor jamás volviera a funcionar. Deseaba detener el tiempo en ese sublime momento y conocer más a Silvana. —Mucho gusto, soy Ramiro Cortella, diseñador gráfico —dijo. —Bueno, Ramiro, creo que va a ser una larga noche. Viernes a la noche, nadie en el edificio, ni siquiera el portero. Aprovechemos el momento, esperemos que regrese la energía y conversemos un rato para distraernos. ¿Así que eres diseñador? —Sí, trabajo en Galileo Publicidad, una agencia que está en el piso 13. —Qué bien. Yo trabajo en un despacho de abogados, piso 7. —¿Piso 7? — preguntó Ramiro desconcertado—¿Y qué hacías entonces en el piso 13? —Soy un poco despistada. Bajé, subí y ahora estoy acá con vos… me pasa cada tanto. —Tranquila, te entiendo. También me ocurren situaciones parecidas. A veces me aislo mentalmente del mundo y no me doy cuenta de nada. —Me imagino —dijo Silvana riendo—A ver, contarme más sobre vos, me gusta conocer a las personas. Detenido en pleno piso 11 dentro del ascensor y sumado a su autismo, Ramiro se concentró como nunca en dialogar con Silvana. Hablaron mucho. Ramiro estaba feliz, tanto que en su loca cabeza sintió que por primera vez se estaba enamorando. —Wow —exclamó Silvana al chequear su reloj— Son casi las 12 de la noche, debo irme… —Silvana –dijo Ramiro- estamos atrapados en este ascensor desde hace horas y por lo visto no hay cómo sepan que estamos aquí y que nos rescaten hasta que regrese la electricidad a este edificio.

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—Lo sé, pero insisto en irme— Luego Silvana tomó las manos de Ramiro, lo miró fijamente y le dio un beso en la frente. —Me encantó hablar contigo esta noche, espero encontrarnos de nuevo. Ramiro no comprendía nada. ¿Cómo pensaba ella salir del ascensor? Toda la situación desde ya lo tenía confundido… la belleza de Silvana, y ahora en especial, reconocer sus manos frías, tanto como el beso en la frente. Silvana le dio una última mirada e inexplicablemente, como por arte de magia, atravesó las puertas del ascensor y desapareció a la vez que el edificio recuperaba la energía eléctrica. 10, 9, 8, 7… mientras el ascensor bajaba, Ramiro se encerró de nuevo en su hermético mundo, continuó escuchando a los Babasónicos y recordó que hace un mes atrás mientras subía las escaleras del edificio, alguien comentaba la insólita muerte de una joven despistada, bella como ninguna, que había caído por el hueco del antiguo ascensor.

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EL BRIEF Susana escuchó a lo lejos la risa de una pequeña niña, abrió sus ojos, enfocó un poco su visión, sacudió la cabeza levemente y logró ver la hora. Eran las 02:45 de la madrugada. Hacía más de ocho horas que estaba redactando el brief que su jefe le solicitó a última hora, en ocasión del inminente lanzamiento del nuevo producto de uno de los clientes más importantes de la agencia de publicidad. En total, ya iban a ser más de veinte horas trabajando sin parar, energizantes de por medio, por supuesto. El brief había quedado perfecto. Hizo las investigaciones necesarias, preparado el FODA, la situación inicial, compilado anteriores campañas, establecido los objetivos, definido la línea gráfica básica y otros detalles, en tiempo récord. Finalmente, guardó el archivo Word y cerró la tapa de su laptop. Fue cuando notó la presencia de alguien más…

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Detrás del monitor de la computadora portátil que estaba frente a su escritorio, había una niña a la que le faltaba la mitad del cráneo. Susana estaba paralizada de terror. Mientras la extraña niña sonreía, observó que le faltaban varios dientes y otros estaban partidos como si algo hubiera explotado en su boca. Luego, entre risas, comenzó a ahogarse. Sus ojos se salían de órbita. Y al desatorarse salió de su boca un vómito de sangre que manchó todo el escritorio. Presa aún del miedo, Susana logró ver que en el vómito existían unas pequeñas canicas negras, muy parecidas a los perdigones de una escopeta. De repente la niña se levantó y comenzó a caminar hacia Susana. En ese momento pudo notar que la nuca sangrienta de la niña parecía una flor abierta. Pedazos de seso, hueso y cuero cabelludo colgaban del cráneo. Y lo más inquietante, es que traía en sus manos una escopeta. - ¿Quieres jugar conmigo? — le preguntó a Susana quien estaba paralizada de pavor —Pero no le digas a mi papá. Él no quiere que toque sus juguetes. Sentada y sin poder moverse, Susana siguió con la vista a la niña, quien caminando lentamente se colocó detrás de ella. Luego, sintió una respiración jadeante en su oído. Los pelos del cuerpo se le erizaron y escuchó la susurrante voz de la niña diciendo: — Mira para abajo… Cuando bajó la mirada, como si se hubiera duplicado, vio a la niña sonriente agachada a sus pies. También observó la boca del cañón de una escopeta recortada que apuntaba a su rostro. La niña lanzó una carcajada, jaló el gatillo y Susana sintió un fuerte impacto que la derribó de la silla. Mientras agonizaba en el suelo y se preguntaba por qué, pudo observar que el reloj de su oficina marcaba las 02:47 am. Luego cerró los ojos y la invadió una interminable oscuridad.

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Cuando despertó y palpó el rostro, Susana sintió un tremendo alivió al darse cuenta de que tuvo una horrible pesadilla. Allí en su laptop, pudo ver que aún estaba el documento guardado del brief confeccionado durante incansables horas. Realmente, el stress y la fatiga le habían jugado una mala pasada. Se incorporó como pudo, sentó de nuevo en su silla y quedó inmóvil tratando de calmarse del susto. Pero la paz no duró mucho. Porque a las 02:46 de la madrugada, Susana escuchó una risa infantil proveniente de la parte trasera de computadora portátil.

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EL CHE PIBE Así se le dice cariñosamente al nuevo pasante de las agencias de publicidad en Argentina. Recibe este simpático nombre, porque al tratarse del más novato y servicial, todo el mundo termina dándole órdenes, entre ellas, que realice fotocopias, lleve esto de aquí para allá o que traiga el café. Obviamente, todo esto acompañado siempre de la frase “ché pibe”. Carlos –protagonista de este cuento- era uno de ellos. —¡Abran la puerta, por favor, se los pido por Dios, soy claustrofóbico!— gritaba Carlos desesperado y llorando desde adentro del pequeñísimo cuarto que usaban como despensa en la cocina de la agencia. —Chicos, por favor… no puedo respirar, me está faltando el aire — confesaba con desesperación mientras trataba de abrir la puerta sacudiendo el pomo de la misma de un lado a otro. Además, Carlos se asustó más al comprobar el temblor de su cuerpo, en especial sus

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manos. Fue cuando empezó a patear la puerta y gritar en un tono de desgarrador impotencia. —¡Abran la puerta, hijos de puta… los odio a todos! Cuando escuchó los ruidos estridentes en la puerta y el grito enojado de Carlos, Carolina –que estaba del otro lado de la puerta en la cocina preparándose un café- se asustó tanto que fue a buscarlo a Joaquín, su colega de redacción. —¿Qué pasó Carolina? ¿Por qué gritaste? Carolina sin dejar de temblar, lo llevó hasta la cocina y apuntó con su dedo a la puerta de la pequeña despensa. Y dijo casi susurrando… —Alguien está tratando de abrir esa puerta, hay alguien encerrado ahí adentro… —¿Vos estás loca, no?— le dijo Joaquín mientras se reía y se dirigía a la puerta —Esta es una puerta de decorado, no hay nada adentro— despegó el pestillo, abrió la pequeña puerta y le mostró a Carolina la sórdida pared de ladrillos que estaba detrás de la misma.

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EL JINGLE —“Tú y yo… yo y tú… siempre juntos es mejor. Con Unión y alegría, toma lo mejor de la vida”— cantó Valeria —“Chocolate Unión, porque compartir es mejor” — dijo intentando imitar la voz masculina de un locutor —¿Qué le parece? — —Una cagada, Valeria. Muy ñoña tu canción — comentó Orlando, su jefe en la agencia de publicidad. — ¿Ñoña? ¿No era para niños? Es más, ustedes me pidieron algo divertido, que suene bien, alegre. No veo nada malo en mi propuesta —dijo ella molesta. —¿Sabes qué, Valeria? Me tenés cansado con tu lloriqueo de siempre. Estás despedida. —¿Despedida? Pero… — dijo a punto de llorar.

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—Sí, des-pe-di-da, hija. Lo tuyo no son los jingles. No sé, quizás como secretaria o recepcionista te vaya mejor. — ¿Sabe qué? Usted es un viejo machista. No soporta que una mujer pueda hacer un buen trabajo. ¿Despedida? — preguntó Valeria —Nada de despedida, yo me voy solita —mientras se alejaba del despacho gerencial y azotaba la puerta. Valeria era una joven Italiana de 25 años que se había mudado a la ciudad cansada de vivir en un pequeño pueblo al norte de Milán. Durante su infancia le apasionaba escuchar durante horas la radio, el único medio accesible que había en esa época para una familia modesta económicamente. Amaba los jingles –canciones publicitarias- y siempre se los memorizaba cantándolos una y otra vez. Desde muy pequeña Valeria demostró gran habilidad con la música, tocaba diferentes instrumentos e inclusive creaba sus propias canciones. Pero su sueño –cuando sea grande, decía- era convertirse en toda una creadora de jingles radiales. Con los años se dio cuenta de que su sueño estaba cada vez más lejos. No lograba conseguir trabajo, por algún u otro motivo le rechazaban sus jingles y sabía que en plena década del 60, convertirse en una importante creativa de la industria publicitaria, no era para nada sencillo. Dos semanas después de haber sido despedida, Valeria tomó coraje y decidió volver a encarar una vez más su sueño. Sin embargo, a la hora de la verdad, la alegría le duró poco. Valeria estaba quebrada económicamente, no podía (ni quería) volver a su pueblo natal y ya casi no quedaba comida en la despensa. Tomó unas pocas verduras, comenzó a preparar una sopa, y como era costumbre encendió la radio. Pudo escuchar –de fondo- que el presentador del programa radial invitaba a los oyentes a quedarse en sintonía ya que volverían tras unos anuncios comerciales. Mientras cortaba una zanahoria, una

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melodía conocida hizo que Valeria pierda la concentración culinaria y dirigiese toda su atención al enorme aparato que sonaba en lo alto de un mueble de su cocina. “Tú y yo, yo y tú, siempre juntos es mejor. Con Unión y alegría, toma lo mejor de la vida. Chocolate Unión, porque compartir, es mejor” —¡Pero qué reverendo hijo de puta! — gritó Valeria —Ése es mi jingle, mi canción— dijo mientras comenzaba a llorar y a destrozar todo lo que encontraba a su paso. Vasos, platos y fuentes de cerámica volaron por los aires. Llena de ira quiso destruir la radio. Estaba cegada del odio. Tanto que no pudo ver un pedazo de vidrio que se clavó en su pie y atravesó la chinela. La primera reacción fue levantar el pie… luego perdió el equilibrio y cayó pesadamente al piso. Y en su afán de incorporarse, se agarró del viejo mueble de madera de la cocina, el cual crujió, cedió y se le vino encima. Desde el piso, aterrada, Valeria observó –como si fuera una película en cámara lenta- que la enorme radio le iba a aplastar la cabeza. Mientras se desangraba inmóvil y desfigurada en el suelo, Valeria escuchaba de fondo su jingle… murió odiando a Orlando. Esa misma noche, Orlando dejó el libro que estaba leyendo sobre su mesa de luz, bajó un poco el volumen de la radio, apagó la luz de su velador y se acomodó en la cama. El hombre tenía la extraña costumbre de dormir con la radio encendida, por alguna razón necesitaba escuchar algo mientras dormía. Justo cuando estaba por conciliar el sueño, un dolor lo hizo levantar de la cama. Era como si un alfiler se hubiera clavado en su pie. Adormilado comenzó a buscar con su mano el interruptor del velador. Al encenderlo la bombilla hizo un fogonazo y todo se sumió en oscuridad. Sin embargo, Orlando observó algo que lo paralizó. Le pareció ver el rostro de una mujer, asomarse por el borde extremo de su cama, donde descansan los pies. -¿Quién está ahí? – preguntó con la voz temblorosa. Nadie respondió.

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De pronto sintió que algo comenzaba a reptar hacia él por debajo de las sábanas. Lo que fuera pasó entre sus piernas y fue subiendo… Algo se había metido en su cama y gateaba. Mientras más se acercaba a

él

esa

extraña

cosa,

comenzó

a

escuchar

que

cantaba

lastimeramente: “Tú y yo, yo y tú, siempre juntos es mejor” Él conocía esa melodía. Fue cuando el rostro pálido y desfigurado de Valeria le apareció de frente emergiendo por debajo de las sábanas. Su cabeza parecía aplastada. Y sus ojos… esos ojos que siempre transmitían alegría, ahora eran blancos como fría nieve. Paralizado de terror, a pocos centímetros de su cara, lo que ahora era Valeria le cantó por última vez… Al otro día de la accidental muerte de Valeria, la policía también encontró el cadáver de Orlando, su jefe. Estaba recostado en la cama, con los ojos cerrados y la boca abierta, desencajada, como si hubiera visto al mismo demonio. Infarto nocturno, pensaron todos. Lo extraño –comentaban los detectives- era ese mensaje escrito con sangre en la sábana: “Siempre juntos es mejor”.

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EL MEME Carolina era Community Manager de DigitalPlace, una pequeña agencia de manejo de redes sociales en Bolivia que venía operando desde el año 2012. DigitalPlace se había convertido -en poco tiempoen un sonado caso de éxito tras manejar las redes sociales de varias marcas importantes, e inclusive, haber realizado estrategias efectivas para algunos políticos. Carolina amaba trabajar de noche. Tenía su propio ritual de los sábados: Curar contenidos de 19:00 hs. en adelante, planificar los contenidos luego de las 20:00 hs., comenzar con los diseños a eso de las 20:30 hs., cenar y quedarse trabajando hasta tarde para dejar todo programado en Facebook. Sin embargo, esa noche –sin saberlo- sería diferente. En la esquina inferior de su pantalla, apareció una notificación de Chrome indicando que alguien había mandado un mensaje a la cuenta de Facebook de la agencia. Como a ella no le molestaba atender a altas horas de la noche (algo que pocas empresas hacen), decidió abrir la

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notificación y ver qué es lo que necesitaba ese usuario o quizás posible nuevo cliente. Abrió la bandeja de entrada de mensajes y le causó gracia ver que un usuario de nombre “U-Stalker” había escrito a la cuenta de la agencia. Seguro es el típico troll que quiere joder de noche, pensó ella. Veamos qué quiere… Al abrir el mensaje, le llamó la atención lo escrito, ya que no era un texto común y corriente: 01001000 01101111 01101100 01100001 00100000 01000011 01100001 01110010 01101111 01101100 01101001 01101110 01100001 00101100 00100000 01110100 01100101 00100000 01101000 01101001 01100011 01100101 00100000 01110101 01101110 00100000 01101101 01100101 01101101 01100101 Carolina no era novata en el tema. Había realizado cursos sobre manejo de redes sociales, algunos sobre programación, SEO, Black Hat y hasta HTML, por lo que era obvio que ese mensaje estaba cifrado en código binario. Entonces, abrió una nueva pestaña en el navegador y escribió en la barra del mismo www.traductorbinario.com, luego copió el texto, lo pegó y finalmente hizo “clic” en el botón “Traducir”. Tras unos segundos apareció en la pantalla el mensaje descifrado: “Hola Carolina, te hice un meme” Por un momento se le congeló la sangre —¿Cómo es que sabe mi nombre? — pensó mientras seguía mirando atónita el mensaje traducido. Seguramente debe ser uno de los chicos de la oficina tratando de asustarme. Voy a seguirle el juego y así descubriré quién es. Cambió nuevamente de pestaña para volver a la bandeja de entrada de Facebook y notó que en el mensaje había un archivo adjunto.

Era

una

imagen

con

el

nombre

CP-bXVlcmUgZWw-

101118.jpg. Ante los ojos de cualquier persona, ese nombre de archivo hubiese pasado desapercibido. Pero no para Carolina. Tras unos segundos se dio cuenta que “CP” hacía referencia a su nombre 20


“Carolina Pariaga” y que “101118” se trataba de una fecha en particular, era ese mismo día: 10 de noviembre del año 2018. ¿Pero qué significaba “bXVlcmUgZWw”? Ese detalle no dejaba de rondarle por la cabeza. Carolina sabía que era un tipo de código, pero binario no era, tampoco hexadecimal, ASCII tampoco. —¡Base64!— exclamó recordando haber visto en alguno de sus cursos online los diferentes sistemas de programación y codificación a lo largo del tiempo. Nuevamente, abrió otra pestaña en su navegador y tipeó la dirección web www.ascii2hex.com, una herramienta para convertir de diferentes códigos, entre ellos a Base64. Al igual que antes, copió el texto “bXVlcmUgZWw”, lo pegó en el recuadro de texto que indicaba BASE64 e hizo clic en el botón de “Convert”. Apenas apareció la traducción en pantalla, Carolina sintió latir fuertemente su corazón y lo primero que pensó fue que la broma se estaba tornando oscura. Durante unos segundos, se quedó mirando en la pantalla la palabra “Muere el”. No le parecía para nada gracioso que ese usuario extraño le haya mandado una imagen que en su nombre escondiese la frase: “Carolina Pariaga muere el 10 de noviembre de 2018” —Esto es una tontería, una broma de mal gusto— pensó mientras miraba el archivo adjunto en el mensaje de Facebook. —No pienso seguir este estúpido juego. No voy a descargar esa imagen— dijo mientras alejaba el puntero del mouse del archivo. Pero Carolina sabía que no era de las que se quedaban con la duda. En el fondo, sabía que no podría dormir durante días si no resolvía el misterio de una vez por todas. También sabía que quizás, si descargaba la imagen, podría encontrar alguna pista en la misma o analizando los datos EXIF dentro del archivo jpg, o que posiblemente al abrir la imagen vería un meme gracioso indicando que había caído en la broma de alguno de sus compañeros. Así que juntó coraje, respiró hondo e hizo clic en el

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archivo. A los pocos segundos, ya estaba en el escritorio de su computadora. —Bueno Carolina, es ahora o nunca— Minimizó su navegador, buscó el archivo en su escritorio e hizo doble clic en él. Carolina comenzó a llorar mientras su piel se ponía de gallina y se tornaba de un color blanco. Era una foto de ella, pero no cualquier foto. Era una foto tomada desde la cámara de su laptop hacía unos 20 minutos antes, mientras cenaba frente a la computadora y veía un capítulo de Big Mouth en Netflix. Pero no fue el hecho de que quizás un hacker le haya tomado una foto vulnerando la seguridad de su cámara o que habían investigado sobre ella lo que la espantó. Lo que la aterró realmente era que en la imagen notó una extraña figura parada detrás de ella, con una horrenda máscara que parecía la cara derretida de un payaso que sostenía un cuchillo en una mano y en la otra un cartel que decía: “No te des vuelta”

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EL PACTO María se sentía una fracasada. Era consciente de que la mayoría de las cosas de la vida le habían salido mal. Trabajaba como directora creativa en una agencia de publicidad mediocre, soltera y sin hijos, ganaba mal y estaba cansada de todo. Su vida era un desastre. Una noche, mientras tomaba solitariamente una copa de vino en su casa y miraba por la ventana de su monoambiente en Madrid, sintió detrás una extraña presencia. Como que alguien la miraba fijamente. Se dio vuelta y del susto dejó caer la copa al comprobar que allí estaba un hombre vestido con un traje rojo que la miraba sonriendo. —¿Qué haces acá? ¿Quién sos? ¿Qué querés? —exclamó María con una voz titubeante, tratando de disimular el miedo que recorría su cuerpo. —María, tranquila. Vine a ayudarte —respondió el extraño.

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—Andate de mi casa, loco de mierda. —María tomó la botella y la apuntó de forma amenazante contra el extraño, amagando lanzar la misma. —¿Loco de mierda? —cuestionó el extraño— Acá la única mierda que veo sos vos y tu patética vida. ¿Por qué no te lanzas de una vez por la ventana? Yo sé que estabas pensando en eso… María quedó atónita. Era imposible que esa persona adivinase lo que ella estaba pensando minutos atrás. Incrédula y con cierto grado de curiosidad le preguntó: —¿Cómo sabes eso? ¿Quién sos? —Soy Satán, Satanás, Belcebú o el Diablo como muchos gustan llamarme. ¿No te diste cuenta? ¿O prefieres que me ponga el disfraz rojo con cuernos y patas de cabra? Eso es un cliché estúpido a causa de “cierta religión” que tomó elementos de varias culturas y me dibujaron de esa estúpida forma. Cuernos del Dios Celta Cernunnos, tridente del Hades, y patas de cabra como Pan, Dios Griego. ¿Una locura, no? —No me interesa —dijo María mientras se le cortaba la voz —¿Acaso viniste a llevarte mi alma? ¡Llevátela, carajo! ¿No ves que mi vida es una mierda? —María, María, María. En honor a la verdad vine a ofrecerte un trato — exclamó el diablo sonriendo. —¿Un trato? ¿Cómo es eso? —Mira, es muy simple. Te ofrezco todo lo que sueñas y deseas… a cambio de tu patética y quebrada alma. —¿Por mi alma? ¿Estás loco?

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—¿Loco?

—exclamó

el

diablo

mostrando

una

expresión

de

desconcierto. —Decime ¿De qué te sirve tu alma en tu vida? ¿Acaso te ayudó a progresar? ¿A ser millonaria? ¿A tener tu propio imperio publicitario? —No, pero es mi alma. —¿Al menos decime si alguna vez viste tu alma? —No claro, nunca la vi. —¿Y alguna vez viste el alma de alguien? ¿Quizás cuando murió tu padre? ¿Viste su alma? —No, nunca vi un alma. No sé siquiera si sirve de algo. —Claro que sirve. Pero no te preocupes. Cuando te mueras no te va a servir de nada. Pero a mí me sirve. Es que con “el de arriba” —el diablo apuntó al cielo— tenemos una competencia y el que más almas tenga se queda con la Tierra. Pero no te preocupes, que cuando la tierra sea mía, al menos eso parece, vos no va a estar acá. El diablo miró fijamente a María y le preguntó con su resonante voz —Entonces María ¿Qué deseas a cambio de tu alma? María por primera vez en su vida tomó conciencia que por fin podría tener todo lo que quisiera, y entregar su alma por ello, era un excelente trato. —Quiero poder, mucho poder. Quiero ser dueña de un holding de agencias de marketing y de publicidad. Quiero que mis colegas me respeten, admiren e idolatren. Quiero convertirme en la mayor figura de la historia de la publicidad de estos tiempos. Quiero ganar premios y mucho pero mucho dinero. —Buena chica, dame tu mano — El diablo tomó la mano de María y con la uña de su dedo índice pincho su pulgar, una pequeña gota de sangre

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brotó de él. Luego de esto el diablo sacó su lengua y la pasó por el pulgar de María. —Listo, ya está —dijo el diablo. —¿Eso es todo? —preguntó incrédula María. —Eso es todo. Nos vemos en 50 años. —¿50 años? Espera, no me dijiste que vendrías… —María no terminó de hablar, cuando el diablo se desvaneció. Misteriosamente, esa noche María durmió como una bebé recién nacida. Por extraño que parezca, sintió por dentro paz interior y algo le decía que todo saldría bien. A fin de cuentas, había hecho un pacto con el diablo y esperaba ansiosa comenzar su nueva vida, dejando toda la mediocridad atrás. Con el tiempo, María se convirtió en presidenta de Adlanding el mayor holding publicitario del mundo. También apareció como “Mujer Exitosa” en las portadas de importantes revistas como People, Advertising Age, Newsweek y Times. Su vida era perfecta. Finalmente se había convertido en “una marca persona” de renombre internacional. Cualquier persona que hablase de marketing o publicidad, la tenía en mente. Decidió no casarse ni tener hijos, simplemente quiso disfrutar su fama y riqueza. Eso es lo que ella quería… y que ahora tenía. Pasaron 50 largos años hasta que María volvió a encontrarse con el diablo. Por suerte estaba lista, había agendado la fecha y preparado todo. Tenía 95 años, sabía que su vida mortal ya estaba en retirada, así que se sentó a esperar a su cobrador mientras bebía una botella de AurumRed de la Bodega Las Pedroñeras.

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Finalmente apareció el diablo. Para envidia de María, estaba tal cual había desaparecido medio siglo atrás. No había envejecido ni un solo minuto. —De haberlo sabido te hubiese pedido también belleza eterna o no envejecer nunca —exclamo María con su voz de abuela. —Veo que has tenido una buena vida, María. Me alegro de todo corazón. Bueno, me alegro en realidad ya que no tengo corazón— exclamó el diablo soltando una pequeña carcajada. —Así es. Disfruté mucho estos años. Pero ya me estaba aburriendo. Suerte que no te pedí vida eterna. Por cierto, estoy lista para que te lleves mi alma. —Con respecto a eso, María, hay algo que debo confesarte —dijo el diablo con una mirada especial —La verdad es que nunca existió un pacto entre nosotros. —¿Cómo que nunca hubo un pacto? —preguntó desconcentrada. —Bueno, en realidad en parte —respondió el diablo— Tú me vendiste el alma. Pero tengo que confesarte, reitero, que nunca cumplí con el acuerdo. —¿Qué estas diciendo? —preguntó asustada María mientras sentía su corazón palpitar más rápido de lo normal. —María, todo lo que lograste fue por cuenta propia. Te convertiste es una estrella de la publicidad por tus propios medios. Yo nunca hice nada. Pero de todas formas, tú me ofreciste el alma. Así que nos vemos en el infierno. Y el corazón de María dejó de latir.

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EL PASANTE Marcus estaba harto de su trabajo como pasante en MC Advertising & Co, una de las agencias de publicidad más prestigiosas de Londres, fundada en 1968. Hacía un buen tiempo que había conseguido -gracias a un amigo- la posibilidad de ingresar como pasante. Sin embargo ya comenzaba a sentir la rutina del día a día y a perder la esperanza de poder ascender a “un cargo de verdad”, de importancia. Todos los días era lo mismo, servir café, llevar informes de un área a otra, hacer fotocopias e inclusive comprar material de escritorio, en especial cuando se lo pedía Arthur, el presidente de la agencia. A diario mientras realizaba sus labores pensaba diferentes formas de tomar coraje y animarse a abandonar la agencia. Era tan monótono su trabajo que ya había perdido la cuenta de la cantidad de días que estaba allí estancado, sin avanzar un centímetro. Un día, Marcus tomó el coraje necesario y se dijo a sí mismo: Hoy dejo esta empresa de porquería de una vez por todas, odio estar

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aquí. Su plan era sencillo. Esperaría que todo el personal se vaya de la oficina a sus casas, y aprovechando que Arthur siempre era el último en irse, hablaría con él. En realidad no era un plan complicado ni atrevido. El único obstáculo había sido el de siempre: La falta de coraje. Cuestión, aparentemente, ya superada. Esa tarde, la hora de salida se hizo eterna. Las manecillas del reloj parecían no avanzar. Poco a poco la agencia se iba vaciando y Marcus sentía dentro de su estómago miles de mariposas revolotear mientras se acercaba el momento esperado. Cuando el reloj marcó las ocho de la noche, la agencia estaba vacía y Arthur –como siempre- en su oficina. Marcus se levantó de su asiento y dirigió con paso firme hasta el despacho de su jefe. Tocó la puerta tres veces y escuchó del otro lado la resonante voz de Arthur que preguntaba quién era. —Señor Arthur, buenas noches, soy Marcus ¿Quisiera hablar con usted unos minutos? —¿Marcus?— dijo tras un breve silencio —Sí, pase, que sea breve por favor. Marcus ingresó a la oficina, y Arthur sin siquiera mirarlo, apuntó con su mano al asiento de cuero que estaba frente a su escritorio pidiéndole que tome asiento. Con cada paso que daba, Marcus sentía ya no solamente las mariposas en su estómago sino también hasta su propio corazón palpitar como redoble de tambor en clima de guerra. Se sentó y antes de poder decir algo, Arthur le preguntó: —¿Qué es lo que deseas conversar, Marcus? La cabeza de Marcus daba mil vueltas. Las palabras comenzaron a mezclarse dentro de su mente mientras se desesperaba para poder armar una frase que tenga sentido. Podía ver flotar las palabras por todo el despacho, girando y voleando como las mariposas que sentía

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en su estómago. Hasta que finalmente, con la voz algo apagada, titubeante y débil, dijo: —Señor Arthur, quiero renunciar —. Tras esa frase sintió un alivio extremo. Las mariposas cesaron de volar alocadas y su corazón comenzó a latir normalmente. Sin duda disfrutó el momento. Por fin se sentía liviano, sin la pesada carga de su monótono oficio. —Imposible, no puedes renunciar, Marcus –respondió su jefe- Nos vemos mañana. Marcus se quedó atónito. No esperaba esa respuesta. Ni siquiera la había imaginado —Creo que no me entendió, renuncio a mi trabajo —respondió Marcus con un tono intimidante. —Y yo te digo que no puedes, Marcus. Por favor, no me molestes más y nos vemos mañana. —¿Pero qué le pasa a usted? ¿Cómo es que no puedo renunciar? Usted no puede decidir eso. Es mi decisión- dijo Marcus mientras se paraba de su asiento. —Tienes razón Marcus, pero no puedes renunciar. —Mire, si es por un tema de dinero en indemnizaciones, quédese con su cochino dinero, no me interesa. Estoy cansado de venir día tras día a esta oficina, hacer lo mismo una y otra vez durante meses que parecen años. Esta no es la vida que quiero. Así que se lo repito, renuncio- insistió el empleado. —Marcus, te entiendo. Y también te lo repito, no puedes renunciar. —¿Pero es que no entiende? — preguntó Marcus levantando sus brazos en señal de impotencia y furia.

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Arthur por primera vez levantó la mirada y fijó sus ojos en los de Marcus. Luego tomó un periódico que estaba en su escritorio y se lo entregó. Marcus observó detenidamente la portada del impreso, y en especial, la fotografía de un gran incendio en un importante edificio en Londres. Cuando leyó el titular se quedó atónito, sin poder articular palabra. Sintió náuseas y su cuerpo comenzó a temblar… —Marcus, no puedes renunciar porque estamos muertos. Mientras dejaba caer el periódico al piso, no pudo quitarse de la cabeza el titular del periodico: “Gran incendio en MC Advertising & Co, ni un solo sobreviviente”.

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EL WEBMASTER —¿Cómo que vas a renunciar? —preguntó Edmundo. —Me quiero ir, no quiero trabajar más acá— exclamó Juan Carlos con sus ojos vidriosos a punto de llorar. —Es que no te podés ir. Sos el mejor webmaster que tenemos. Te aumento el sueldo si querés o te damos vacaciones pagas, así lo pensás bien— insistió Edmundo. —No me interesa nada de eso, quiero irme, no quiero trabajar más acá. —¿Pero vos me estás jodiendo? ¡Tenés todo! —reclamó Edmundo —Se te paga bien, te pagamos la comida y gasolina, cobrás un sueldo de lujo y encima trabajás cuando se te da la gana. ¡Por favor, no me hagas esto! —Perdoname, Edmundo, pero me voy. No te puedo explicar.

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—Oye, somos amigos hace años. Explicame, por favor —dijo Edmundo—No nos podés dejar colgado con tantos clientes. Vas a mandar todo a la mierda y nos vas a arrastrar con vos. ¿No podés quedarte unas semanas más, aunque sea? —¡Que no! —gritó Juan Carlos —Perdoname, me voy. Juan Carlos salió de la oficina de su jefe sin poder quitarse de la mente lo que había ocurrido la noche anterior. No podía quitarse de la mente a esa sonriente anciana que lo llamaba del otro lado de la ventana dando golpecitos en el vidrio con su bastón. A él le encantaba su trabajo en GrupoDigital, era inmensamente feliz. Pero esa anciana lo había cambiado todo. Nunca más volvería a pisar esa agencia. Salió del edificio, se detuvo en la calle, dio media vuelta y miró la ventana de su oficina ubicada en el piso 6 del Edificio Centenario. —Nunca más vuelvo a pisar este edifcio —dijo para sí mismo.

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LA JEFA —Es hermosa— dijo Rubén a su colega en referencia a la Directora de la agencia de publicidad donde trabajaban. —Sí, ya me lo dijiste cien veces— respondió Antonio con cierta actitud de molestia. —Es que realmente siento que tenemos una conexión— comentó Rubén mientras miraba la figura de Patricia detrás del vidrio de la oficina -Me doy cuenta que me mira, pero no se anima a hablar conmigo. —Amigo, hace ocho años que venís diciendo lo mismo. Vos estás obsesionado con Patricia y eso no es sano. —¿Obsesionado? ¡Estás loco! Yo sé que estamos destinados a estar juntos.

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—De todas formas es nuestra jefa, así que andá olvidándote de ella. Nunca va a pasar nada — le respondió. —Vas a ver que estás equivocado— dijo Rubén mientras le dedicaba una mirada desafiante. Lo que nadie sabía es que Rubén se sentía afortunado. Había planificado y esperado la oportunidad de poder quedarse hasta tarde en la oficina y coincidir en horarios con Patricia. Durante los últimos meses, había notado que todos los martes ella se quedaba hasta las nueve de la noche porque tenía su “Noche de chicas” junto a las amigas de universidad. El plan era simple. Al ser el Director Creativo de la agencia, había orquestado poder quedarse a cargo de toda la campaña publicitaria de una importante empresa que comercializaba productos para el hogar. Era un trabajo pesado, pero si eso le permitía quedarse horas extras y poder aprovechar ese tiempo para hacerle algunas consultas a Patricia, realmente valía la pena. Y el plan de Rubén funcionó. Esa tarde, luego de que el personal de la agencia se marchó, agarró unos bocetos y se dirigió a la oficina de Patricia. Como la puerta estaba abierta, se asomó por un costado y dijo: —Patricia, ¿tenés unos minutos? Necesito tu ayuda con unos diseños para Retailer, la empresa de masivos— le preguntó. —Por supuesto, Rubén, pasá— respondió diligentemente. Con cada paso hacia ella que daba Rubén, sentía su corazón palpitar. Patricia era una mujer alta, de piel canela y con un hermoso cabello negro azabache. Su rostro era perfecto. Cejas depiladas, piel tersa, dos grandes ojos color café y la boca siempre pintada de un rojo sangre, que por alguna razón excitaba de sobremanera a Rubén, tanto que sintió que estaba teniendo una erección. Así que aceleró el paso y se sentó frente a la Directora.

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—Rubén ¿en qué te puedo ayudar? — preguntó Patricia. —Quería mostrarte unos bocetos que hice para Retailer y conocer tu opinión —dijo mientras apoyaba unas grandes láminas sobre el escritorio. —Perfecto, mostrame…— dijo ella mientras arrastraba su silla hasta ponerse al lado de Rubén, quien comenzó a sudar. El perfume de Patricia era realmente delicioso, pensó, era una mezcla de rosas, con un toque cítrico combinados de forma perfecta. Ni muy fuerte ni muy suave. —Rubén ¿me vas a explicar o no? —dijo Patricia sonriendo —te quedaste tildado. —Perdón Patricia, estaba pensando en algo. A continuación, durante varios minutos, Rubén se dedicó a explicarle el concepto creativo de la campaña. Le mostró los diferentes insigths que habían obtenido mediante un estudio de mercado y también los diferentes formatos que serían parte de la campaña crossmedia. —Esto es todo, ¿qué te parece? —preguntó titubeando y esperando que Patricia le sugiera varias correcciones. —Tomame… — dijo Patricia —¿Qué cosa? — preguntó Rubén confundido. —Tomame ahora mismo, Rubén. Haceme lo que quieras— Patricia lo agarró del cuello de la camisa, lo atrajo hacia ella y amagó darle un beso, aunque en realidad mordió y estiró con cierta rudeza el labio inferior del sorprendido hombre. Rubén estaba desconcertado. Dentro suyo había una mezcla de sentimientos:

excitación,

desconcierto,

nerviosismo.

Se

sintió

confiado, sabía que durante todo ese tiempo había tenido razón.

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Patricia estaba loca por él, y finalmente tras años de duda, su fantasía se convertía en realidad. —Quiero que seas rudo, así me gusta— le indicó Patricia mientras se le sentaba encima con las piernas abiertas. Él la tomó por la cintura, de un impulso se incorporó de la silla y la recostó sobre el escritorio mientras que –como ocurría en las películas eróticas- despejaba todo lo que había sobre el mueble. En ese momento se sentía todo un semental, prueba de ello es que se dio el gusto de hacer todo lo que había soñado con ella durante tantas solitarias noches. —A ella le gusta rudo, es toda mía— pensó mientras violentamente la recostaba en el sillón de la oficina, veía su espalda y jaloneaba el cabello. Rubén estaba en la gloria, siguió y siguió haciéndole el amor hasta que sintió que el cuerpo no daba para más. Pensó que había valido la espera de ocho años por intimidar Patricia. Le pareció delicioso y la vez excitante haberse guardado sólo para ella. Los dos se quedaron recostados en el suelo, exhaustos, mirando el techo como si fuera un cielo plagado de estrellas. —Rubén, tenés que irte— le dijo Patricia de golpe. —¿Cómo? —preguntó él mientras la miró de costado. —Sí, quiero que te vayas. Déjame sola. Esto nunca pasó— Ahora, Patricia estaba seria, ni siquiera lo miraba a los ojos. Pensó que quizás sentía vergüenza de lo sucedido o que era un mecanismo de defensa para no enamorarse… o puede que quizás simplemente se aprovechó de él, sexo casual, le dicen. De todos modos, Rubén había cumplido su fantasía. —Bueno, me voy. Nos vemos mañana— dijo Rubén alzando la ropa que estaba tendida en el piso.

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—Sí, nos vemos mañana. Andate, por favor, y cerrá la puerta— respondió ella secamente. Esa noche Rubén durmió plácido como nunca. Era la primera noche en ocho años que no se masturbaba. Pero como todas las noches se durmió pensando en Patricia. Salvo que no ideó fantasías, sino que repasó una y otra vez, lo que para fue “el mejor sexo de su vida”. Eran las tres de la madrugada cuando Rubén despertó asustado tras escuchar cómo abrían de forma violenta la puerta de su casa. De pronto, la habitación se iluminó con luces de color rojo que se colaban por su ventana y apuntaban su cuerpo. También escuchó los pasos de botas caminar y acercarse a su cama. Cuando por fin pudo enfocar su visión, varios agentes de policía lo apuntaban con sus armas. —Rubén Albeira, manos arriba –dijo un oficial mientras le colocaba esposas- Queda arrestado por los cargos de asesinato y necrofilia contra Patricia Viruez. Tiene derecho a guardar silencio. Todo lo que diga puede ser usado en su contra. —¿Asesinato? ¿Necrofilia? ¿Pero qué carajo están diciendo? No hice nada de eso, debe ser una confusión— gritó Rubén mientras lo levantaban por la fuerza de la cama. —¡Callate, degenerado! — le respondió un policía mientras le daba un culatazo en la nuca —¿Cómo vas a matar a una mujer y después tener sexo con su cadáver? ¡Enfermo de mierda! — Desde aquella noche hasta el día de hoy, los enfermeros del Hospital Psiquiátrico de Pueblo Alto, cuentan que escuchan una y otra vez, todas las noches antes de dormir, al paciente Rubén Albeira diciendo: “Vos estás obsesionado con Patricia y eso no es sano” “Vos estás obsesionado con Patricia y eso no es sano” “Vos estás obsesionado con Patricia y eso no es sano” 38


LA SECRETARIA A Leandro le explotaba su cabeza. La migraña estaba en su punto máximo, seguramente a causa del stress de ese ajetreado día. No era fácil ser el Director de su propia agencia de publicidad, peor sabiendo que era un perfeccionista. Temprano había llegado de viaje y realizado un desayuno de trabajo con una tienda de electrodomésticos que necesitaba una campaña promocional para difundir en televisión. Luego de la reunión, un poco más tarde, tuvo un almuerzo para presentar la nueva estrategia

de

publicidad

para

una

marca

de

ropa

deportiva.

Posteriormente, una vez en la agencia, pasó unas horas corrigiendo los textos que sus redactores habían preparado para una campaña política. Y al final de la tarde había tenido que negociar con un cliente que amenazaba dejar la agencia. Así era el típico día de Leandro. Repleto de situaciones estresantes y migrañas, dicho de otra forma, nada que no estuviese acostumbrado a soportar.

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Pero lo que realmente estaba sacando de quicio a Leandro, eran esos estúpidos intercomunicadores que habían recibido “a modo de intercambio” como pago por el trabajo realizado para un cliente. Siempre pasaba lo mismo, si la otra parte no colgaba bien el intercomunicador... se podía escuchar todo. De todas formas, Leandro aprovechaba ese pequeño defecto para supervisar a Silvia, su secretaria y recepcionista. Y esta mañana, más allá de la insoportable migraña, no ayudaba para nada que Silvia estuviese tarareando una y otra vez la misma canción. Era una melodía irritable, algo fuera de armonía y encima como un constante murmullo que no cesaba hacía más de media hora. Parecía un disco rayado, pensó. Leandro explotó. Se levantó del sillón, sintió un leve mareo a causa de la migraña y se dirigió a paso acelerado a la puerta de su oficina. La abrió y gritó: —¡Por Dios, Silvia! ¿Podés dejar de cantar esa canción de mierda? —. En el fondo, a Leandro no le preocupaba ofender a Silvia. Lo que realmente le preocupó fue ver que ya no había nadie en la agencia, que las luces estaban apagadas y que el intercomunicador de Silvia estaba perfectamente colgado.

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