AVENIMIENTO Memorias de una sociedad progre Mariano Pussetto
Avenimiento
Memorias de una sociedad progre
Mariano Pussetto
…Qué rápido vuelve la mezquindad, y esa forma tan innoble de propiedad inmueble, la ocupación y tiranía posesiva sobre diez centímetros cuadrados de carne humana: la concha de la esposa… «Hermosos perdedores» - Leonard Cohen
Mariano Pussetto 2014 Fotografía de tapa: Gisella Fiorani Diseño: Guadalupe Serra - gserra.abrate@gmail.com
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A QUIEN CORRESPONDA. Dámaris Se cruzaron sin mirarse. Él, la cabeza gacha, como si quisiera desatar con los ojos el cordón de sus zapatos, la barba desprolija. Ella, pálida, de ojos hinchados, solo caminaba, como por una cinta automática, hacia el interior de la sala de audiencias. Yo los vi antes que entraran. Sentí que tenía que estar ahí (¿por qué?), solo lo sentí. Acompañaba a la nada pero lo observé todo. Así estaba Laura, un cuerpo fantasma, como una marioneta de trapo viejo y madera barata. Marcelo T era escoltado por Federico López, su abogado. Segundos antes de entrar se arrimó al oído de su cliente, sonrieron. El tribunal discute. Es el juez Piccina quien desempata. Laura llora sin consuelo. Pidió el perdón, aunque su mirada apunta al vacío. Quizás, entonces, ya sabía lo que yo no. Recuerda un segundo de niñez, la suya. Extirpada en su mente y renacida en las manos de Marcelo T, esas grandes y ásperas, iguales a las del hombre que alguna vez llamó papá; su madre, la que nunca conoció, ya la esperaba. Carlos Rodríguez, el presidente del tribunal, ordena al secretario que lea el avenimiento.
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SOCIEDAD PROGRE
A QUIEN CORRESPONDA. Dámaris
Hasta fines del año 2012, el artículo 132 del Código Penal Argentino permitía el perdón de un violador si la víctima acepta casarse con él. El tribunal podrá otorgar el avenimiento excepcionalmente al aceptar la propuesta que haya sido libremente formulada (por la víctima) y en condiciones de plena igualdad cuando, en consideración a la especial y comprobada relación afectiva preexistente, considere que es un modo más equitativo de armonizar el conflicto con mejor resguardo del interés de la víctima.
Andrea Liotard, la hermana de Laura, me dijo algunas cosas antes de morir. Por eso te escribo, para que cuentes la historia, la de Laura, la de Andrea, la de los jueces, la de Marcelo T, la del abogado, la del padre, la de la infancia, la de las hermanas, y la mía…, la de Dámaris.
Por el contrario, la Ley de Violencia de Género establece que todas estas situaciones no se pueden conciliar o mediar.
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A QUIEN CORRESPONDA Se conocieron en Córdoba. Estudiaban Trabajo Social en la Universidad Nacional. Andrea había empezado la carrera en La Plata pero los costos la hicieron volver a La Pampa, su lugar en el mundo, como le gustaba repetir. Contactó a una tía en el barrio Güemes de la ciudad de Córdoba. Le facilitó un espacio y llegó hacia febrero del 2010. Compartían horas de estudio, ella era constante y Dámaris necesitaba alguien así para poder llevarla. La mayoría de las veces que hablaba de La Pampa lo hacía con nostalgia, creía que ahí no estaba su futuro. Dámaris la escuchaba, como siempre, con ese aire de idolatría. Que la oscuridad busque luz relataba su pequeño/íntimo tatuaje, el de Andrea. Dam lo llegó a conocer, quizás por error o soledad, pero aquel día fue eterno para ella, tal vez no así para Andrea. Ya sabrán de aquel encuentro al detalle exacto, así como lo vivieron, mágico. Sigo. Dámaris sabía quién era Laura. La conoció una vez cuando vino de visita (después volvió a hablar una vez más, pero en otra circunstancia). Era más bien reservada. Tenía cuatro meses de embarazo y su panza se hacía notar. Renegaba de eso, necesitaba
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laburo y el bebé era un problema para conseguirlo. Tenía 18 años, cinco menos que su hermana. Pasó diez días en Córdoba. Se iba a quedar a vivir (eso pensó Dam). Andrea le había conseguido un trabajo de secretaria en un estudio contable, nada tan grande, pero con la promesa de que iba a estar en blanco al tercer mes. Para ella y Martín, su futuro hijo, un éxito. Al otro día armó el bolso, se fue. Andrea no lo dijo, pero creo que el novio tuvo algo que ver. La habían escuchado discutir por teléfono la noche anterior. Andre insultó al aire, como si estuviera sola, y a los pocos minutos le pidió a Dámaris que terminaran por ese día; -No me siento muy bien Dam, creo que me descompuse-. Marcelo T, el novio, la obligó a volverse. Nunca más hablaron de aquel día.
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LAS HERMANAS Cuando Laura tenía nueve años preguntó a su hermana si su papá alguna vez le había pegado. Andrea tratando de encontrar respiro, acarició su cara, dijo que nunca…, dijo que siempre. Rutina: el papá llegaba de algún lado alcoholizado y protestaba por la comida. Andrea lo enfrentaba. Laura lloraba. Desde los doce años la hermana mayor cocinaba lo que le daban unos abuelos casi imaginarios. Los padres de la madre, la que ya no estaba, la que nunca estuvo. Jamás se hicieron cargo de las nenas, pero le dejaban comida cada tanto haciéndose perfectos presentes-ausentes. Algún plan fantasma del gobierno de turno que aportaba paquetes de fideos. Y ellas dos viviendo con esperanzas (¿de qué?) Andrea siguió los estudios a los tumbos, por la ayuda de algún profesor con lástima. O quizás por la no ayuda de esos que no educan, no se preocupan y, de bondadosos que son, te hacen aprobar sin que sepas nada de la materia –Pobre, después de todo se lo merece-. Laura terminó el primario apoyada por su hermana. Hizo algunos años más, después dejó. Salió a la calle: Gin, pasta base, poxiran…, y a vivirla. Volvía a escondidas para zafar de que el padre la faje. Era así,
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simple. Andrea, con los años, decidió apostar a ella misma. Con culpa se fue a La Plata. Laura conoció a Marcelo T, su novio. Nunca pensó en irse de La Pampa. Envidiaba a su hermana, para ella: dios. Se mantenían en contacto, se confiaban todo, se apoyaban una a la otra. Igual al día que le preguntó qué pasó con mamá: -El hijo de puta del viejo, Lau, estoy casi segura. Nunca lo supieron, pero sí. Los abuelos no lo comentaban, solo dejaban comida. Cuando cumplió trece años, Andrea averiguó todo. Carlos Liotard, el mismo que les puso el apellido que llevaban con asco, pero sin guita para cambiarlo. Fue él quien se cargó a su madre. Laura tenía meses, Andrea algo más de cinco años. No se acuerda, pero cuando volvió del jardín se la llevaba la ambulancia. Tenía fracturas, golpes en la cara. Con un tronco le pegó en la nuca. Cayó dura. Carlos dijo que se tropezó en una escalera. El forense también. El juez también. Los abuelos, sus padres, también... En La Plata Andrea buscó futuro. Por falta de guita no le dio. Volvió a La Pampa hasta nuevo destino. Laura encontró a Marcelo T, no cambió aquel estilo de vida.
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Fue el día después de su cumpleaños que se lo dijo. Seguramente ya lo sabía de antes ¿meses, años? No le preguntó, no hacía falta. Andrea estaba enferma de leucemia. Nunca hablaron del tema. Ese día se lo confesó y le pidió que la acompañe en el tratamiento que iba a empezar. Dámaris no preguntaba, ella no comentaba. Esa fue la fórmula para ser su apoyo. Eran sus reglas y las iba a aceptar de la forma que sean.
Las historias de violencia de género terminan todas iguales. En su extremo. La respuesta pública, a coro popular -y sí, era lógico que pasara eso-. De hacer algo, lo típico es el silencio.
Puta enfermedad. En menos de un año, todo. Andrea era así, autosuficiente. Ella podía siempre porque nadie lo iba a entender. Ni Laura lo supo. Tiene demasiados problemas como para sumarle otro, decía. Los primeros días la vio sufrir. Volvía agotada de la terapia y pasaba días en la cama. Dos o tres meses después toleraba mejor el tratamiento. Le dijo que se volvería a La Pampa, quería estar cerca de su hermana, en su casa. Ese día, Dámaris fue sola a la plaza…, por última vez. Meses largos. Algunos mail. Ninguna llamada. Nunca más se volvieron a ver.
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ANDRE. Mi amiga, la hermana
LAS HERMANAS
El camino que escribo no tiene sentido sola, porque otros lo transitan y eso me importa poco. Dejo ir la mano para que, al escribir, las palabras digan las cosas que odio. Te extraño Andre, te extraño. Hablan de paz y la piden, y hasta algunos dicen que la tienen en su interior. Yo quisiera saber en qué consiste. Una semana de calma atormentada, pensando(te). Más raro que extrañarte es no poder llorar, ahora, en la aflicción, en esa de perderte. Detesto esta mierda. Pienso que quiero ser vos, y siento bronca que te haya tocado esto, porque si bien no quiero estar enferma, creo que esa podría ser una buena forma de que estés, ahora, acá, conmigo.
El que fue padre y no fue. El que fue ejemplo y no fue. El que fue esposo y no fue. El que fue preso y no fue. De manos duras, grandes. De esas que parecen que nacieron para hachar árboles gigantes de miles de años. Esa leña que no sirve para fuego, pero sí para aumentar el ego estúpido de las manos que llevan más sangre que tierra. Una mirada violenta. Pocas palabras, las suficientes. Para insultar no mezquina. Los faloperitos de veinte me tienen cansado, protesta. Y con esa voz de whiskey barato, hablando alto se acuerda de su pasado, oscuro como su presente, y se queja. Se queja porque a él lo condenaron a esta vida, lo condenaron a maltratar porque también fue maltratado. Lo condenaron a ser violento porque así se hace entender.
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ANDRE. Mi amiga, la hermana
Andrea empezó a organizar su vida, teme estar terminándola. Laura, terminando su vida empezó a temer. Dámaris, temiendo, busca terminar con el orden.
Soñé. Que besaba pero no. Que me hablaban, repetían, constante y básico. Aturdían. Miraba sin ver. Que los colores…, ¿qué colores? Toqué sin tacto, te toqué. Que pensaba en pensarte, y pensativa quedé. Deseo que estés acá, cada noche. Cuando estoy sola te siento y el recuerdo es solo tuyo. Te imagino desnuda. Qué habrá detrás del uniforme blanco. Nunca me pasó algo así con una mujer. La curiosidad delata y me gusta. Caminás, suelta y radiante. Simple. Con la bufanda roja, esa que creo que se hizo solo para vos. Escucho tu voz relatar con pasión un verso de alguien más, te doy mi atención, pero tus ojos me la quitan. Y te veo así, y te admiro así, en silencio, siempre. Despierto en mi cama. Agitada. Sola. Sin despegarme del sueño y con la mano adentro de mi pantalón.
Meses largos para Andrea, dolorosos en su enfermedad, en su pasado por Córdoba, en esa hermana que muere todos los días un poquito más. Laura denunció a Marcelo T por violación. Se volvió a apoyar en su hermana mayor, como lo hizo toda su vida. La relación destruida, un hijo al medio mamando la violencia diaria. Los golpes como moneda corriente. Dámaris todas las mañanas frente al espejo se pregunta quién es. Mira fijo, se recuerda y la recuerda. A veces siente bronca por lo que hizo Andrea, la confundió, la dejó. La odia, tiene con qué. La detesta, la extraña y la ama.
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ANDRE. Mi amiga, la hermana
LAS HERMANAS
¿Estarás pensando en mí? Te extraño, ¿y vos? Qué carajo es el orgullo, si mi mundo se derrumba por eso que me falta. Dónde estoy. Qué hago acá. Para qué. Por quién. A vivir, a eso juego, a pasar los días, a seguir. Y sigo eh, sigo porque tengo miedo de cambiar. Cuando me decido a hacer no hago, porque los desafíos parecen cosa de valientes, y yo no lo soy, o no quiero. Me paso los días con ganas de llorar. Lágrimas de mierda que no aparecen.
Laura llegó a media noche a la casa de Andrea.
De ciento siete días de magia solo queda un dolor porque el orgullo (el gran orgullo) lo boxeó al corazón. Porque jugando al olvido no me quedan inventos yo sé que me lleve mucho pero quiero volver por el resto... Puta canción.
-¡¡Andrea, abrí Andre!! Por favor, abrime… -Laura qué te pasa, qué hacés a esta hora. -Me violó, el hijo de puta me violó. Andrea ayudame por favor, tengo miedo Andre, tengo miedo. -¿¡Qué!? ¿¡Quién!?... Tranquila Laura, serenate mi amor, tranquila. Contame qué te pasó. -Marcelo, quién va a ser. Me cagó a palos y me violó el hijo de puta. - Pará, Lau, sentate, tomá un poco de agua. Calmate, contame qué pasó. -No sabía cómo frenarlo, Andre, ¿no entendés? Tenía miedo, estaba loco, nunca lo había visto así. Ayudame, no sé qué hacer… Me vino a buscar, pasó por casa y no sé si estaba borracho o drogado, no sé, nunca lo vi así. Me dijo: Laura, necesito hablar con vos, y yo salí. Esa tarde habíamos discutido y no quería verlo, pero no era tan grave, sabía que al otro día ya no iba a ser un problema. Cuando llegó a casa no entendía por qué actuaba de esa forma. Me asusté, me decía que me apure y que vayamos en mi moto.
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Le pregunté a dónde. Al hospital puta, ¿no te das cuenta? Dale loca, empezá a moverte. Subimos a la moto y sacó un cuchillo. Me lo puso en la garganta y de ahí no lo movió. Vos hacé lo que te digo o te mato ¿me entendiste pelotuda? si te hacés la vivita conmigo te corto. Me hacía manejar por la ruta, todo oscuro, y la verdad no sé bien en dónde estábamos. Yo asustada, pero sentía que podía controlar la situación, le pedía que se calme, que me dijera qué le pasaba. Le pregunté si era por algo de Martín y me dijo que al nene no lo metiera en esto. De verdad que no lo podía entender. Te clavaría el cuchillo hasta cansarme hija de puta, te lo juro. Te lo metería en la concha…, ¿no te das cuenta?, ¿no sabés que algún día te voy a cagar matando, culiada? Manejé por media hora por lo menos, me seguía insultando, y por ahí se quedaba callado y me decía que me amaba, yo le contestaba que frenara con esto y que también lo amaba. Por qué mentís puta, vos no me amas como yo, vos pensás que estoy enfermo, ¿te creés que no me doy cuenta? Cerca del puente Los Espinillos me hizo bajar hacia el río, creo que chocamos contra una piedra, la moto se paró. Me pegó con el antebrazo en la cara. Mientras me sangraba la nariz, lo escuché decir que así le gustaba más. Se bajó y yo me quedé quieta. Dio
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la vuelta y me tiró de los pelos al suelo. Me dio dos patadas y se fue hacia el agua caminando. Le gritaba que se calmara, que qué le pasaba, que nada era tan malo como para ponerse así. Nada es malo para vos. Por qué no te ponés un poco en mí cabeza, tarada. Lo único que quiero es que me ames, y vos no sos capaz de darme lo que te pido. ¿Tan difícil es amarme? Le decía que yo lo amaba, le seguía diciendo que se calme, que lo hiciera por Martín. Pero seguía igual. Corrió hasta donde estaba tirada, me pasó el cuchillo por la cara, como si me acariciara con esa mierda. Sos linda Lau. Yo te amo ¿sabías? Pero no puedo dejar que vos no lo hagas. Te voy a matar mi amor. Tengo que matarte, ¿entendés? Empezó a besarme en la boca y en el cuello. A veces me mordía con fuerza, marcaba la bronca y sus dientes. Se separaba y me miraba directo a los ojos, no decía nada y yo veía su mirada perdida. Rompió mi remera, me arañó el pecho, dijo que yo era suya y que ni en pedo me dejaría ser libre. Me sacó el pantalón. No sabía qué hacer, me quedé callada, lloraba. Me golpeó en la nariz de vuelta, verme llorar lo excitaba y se bajó el pantalón. Empezó a violarme. Te gusta que te coja putita ¿no?
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Me agarraba de los pelos y a veces me sacudía contra el suelo. Me hizo girar y me seguía dando, no paraba. Decía asquerosidades crueles y cuando no le contestaba me ponía el cuchillo en la cara otra vez. ¿Ves que sos mía putita, te das cuenta? Esto es ser macho o ¿no? o ¿¡NO!? ¡Contestá pendeja, contestá! ¿Querés que te mate pibita?, ¡entonces contestá! ¿Te gusta mi pija, puta, te gusta? Cuando terminó, me subió a la moto. Manejó él. Frenó en la entrada. Me juró que si contaba algo nos iba a matar. A vos y al pibe ¡¿la tenés clara, turrita?! Se bajó y corrió por la calle hasta doblar en la esquina. Quedé paralizada, llorando. Fui a casa a buscar a Martín, tenía miedo de que haya ido por él. Lo encontré, dormía, parecía soñar con ángeles. Tengo mucho miedo Andre, por favor, ayudame, por favor te lo pido.
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ANDRE. Mi amiga, la hermana No tengo respuestas, las tuyas. No las quiero, ¿o sí? Me las vivo dando, pero me las doy yo, no vos. Esas mismas que le dan lugar a nuevas preguntas y así empiezo a buscar otras posibles respuestas y caigo en unas contradicciones hermosas que detesto, detesto encontrarme así, como ahora, a altas horas de la madrugada sin poder dormir porque mi cabeza no se calla y lo único que hace es traerte. Y eso me mata. Me mata porque me preocupa. Vos me preocupás. TODO PARECE ESTAR Lo inmóvil no retrocede, interrumpe el avance. La oscuridad de la noche no hace florecer, pero pequeñas luces resaltan lo que tiene brillo propio. Yermar noches no destierra ausencias. El sol evapora pequeñas ilusiones. La lluvia seca palabras vanas, esas que ya no arden. Qué siente el pirata en su vuelta sin tesoro.
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¿Habrá consuelo para el rendido? Eterno forcejeo mental. Libre, del pensamiento esclavo, en su elección. El viento sanó lo que borró de la arena. El tiempo dio equilibrio. Pero el presente derramó el vaso, y la mancha tardará en salir.
Las lágrimas, esas que todavía callan, te recuerdan eterna mientras cantabas Across the universe y yo bailaba, porque así me lo pediste.
SOCIEDAD PROGRE Dicen que hay una línea que separa al amor del odio. Indescifrable, quizás, para quién camina sobre ella. No se intenta ser libre, no te deja serlo. No se busca; en el mejor de los casos, se huye. Una sola línea, el temor. Que se entienda bien: el amor y el odio no son sinónimos. La violencia tampoco lo es.
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A QUIEN CORRESPONDA. Dámaris Sonó el teléfono. El de casa, ese que nunca suena. Era Laura. Dijo poco, lo justo. La peor noticia de mi vida. Yo no hablé. Quedé con el tubo en la mano, callada, aturdida. ¿Era verdad? Cómo, en qué momento. ¿Pasó? Esa noche lloré. Escribí. Insulté, me insulté, la insulté. Lloré. Escuché música. Tomé hasta perder la conciencia. Volví a llorar. Destrocé cosas. Insulté. Dormí y me desperté. Seguí tomando. Dibujé y rompí. Volví a llorar y después dormí, pero ya era otro día. LAS HERMANAS Laura corrió hasta el hospital. El médico le había dado la noticia. Cayó a los pies del doctor. Le suplicó que la traiga de vuelta. Gritó fuerte, ensordecedor. Pero no había retorno. ANDRE. Mi amiga, la hermana Qué sentido tiene la vida sin sentido. Se rompe la ilusión del soñador de historias. El que construyó tu futuro junto al mío. El que te esperará cada día, sabiendo que no
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vas a volver y teme darse cuenta de eso. Te espero porque mi jazmín lleva tu nombre, y cuando florezca el aroma tendrá tu imagen: mis ojos no te huelen, pero mi mente te eterniza.
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A QUIEN CORRESPONDA. Dámaris Llegué a La Pampa. Fui por Andrea. (Si ya no estaba, ¿qué hacía?) Un mes exacto de su muerte. Caminé a la casa, la que supo ser de ella. Me recibió un hombre grande de edad. Mantenía un temblor constaste. Intenté ser amable, qué decirle, cómo preguntarle lo que quería saber si yo tampoco lo sabía. Se quedó callado. Me miró con detalle. -Andrea, Andrea Liotard. Un nombre y la cara del viejito se transformó. -Murió, joven. Cerró la puerta. Con fuerza, brusco. Pensé en volver a tocar el timbre. Las dudas me frenaron. Me acordé de sus abuelos, esos que les pasaban algo de comida cada tanto. Salí de la casa y caminé hasta una plaza grande. No supe el nombre, mi cabeza soportaba mil preguntas, no encontraba respuestas e intentaba ubicarme en un lugar desconocido. Fui a buscar a Laura. Andaría por los juzgados, quizás. En estos días iba a ser el juicio de avenimiento, como me contó Andrea por mail, el último.
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Conseguí una dirección. Golpeé la puerta y una mujer con un nene en brazos me recibió. No era Laura, yo la recordaba. Pregunté por ella y la mujer dijo que había salido. Que no tardaría en llegar. -¿Él es Martín? Me miró con temor. Buscó con una mano la puerta. Me adelanté antes de que cerrara. -Soy amiga de Andrea, Andrea Liotard. La hermana de Laura. Me preguntó qué quería. Le expliqué que venía de Córdoba. Que allá fuimos compañeras, y que la última vez que la vi fue antes de que volviera para acá. -Laura me contó de su muerte. Me llamó. Ella sabe lo mucho que la quiero, perdón, quería, a Andrea. Me ofreció pasar. Acepté. Necesitaba respuestas, algo. Charlamos unos minutos más en una salita muy pequeña de la casa. Ella era amiga de Laura. Me explicó del juicio. -Laura pidió el avenimiento para Marcelo T, yo no creo que sea lo mejor, tampoco me quiero meter. Sé que se entrevista seguido con Federico López, el abogado de Marcelo. Le pasa algo de plata para ayudarla con Martín. -Cuándo es el juicio. -Está siendo. Esta semana seguramente termine. Es el segundo.
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El primero ya fue, pero el juez no otorgó el avenimiento. Dijo que no era seguro para Laura. Volvieron a apelar. Otros jueces. El miércoles, creo, se presentan en el juzgado a terminar. -Es ridículo, ¿por qué Laura quiere casarse con ese hijo de puta? -No sé señorita, pero es una historia muy larga, y disculpemé pero no quiero seguir hablando del tema. -No, está bien. Disculpame. Decime una cosa, conociste a Andrea ¿no? -Sí. Hice silencio. Sentía mis piernas aflojar. Su imagen presente, ahora, como nunca. -La vine a buscar ¿sabés? Pero llegué tarde, muy. Me fui. Caminando despacio hacia ningún lugar. Entré en un hotel. Tenía que dejar mis cosas, dormir un poco, bañarme también.
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LAS HERMANAS En la cárcel se escucha la voz del policía. Los presos festejan, gritan, golpean. Marcelo T perdido. No es la primera vez, falta mucho para que sea la última. Primero se acerca el Indio, antiguo en su posición de mando. Le pega, lo insulta, lo patea: Hoy solo yo y dos más, este orto está bastante roto. Y ríe, y ríen, y festejan y gritan y golpean. Empieza la ceremonia.
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A QUIEN CORRESPONDA. Dámaris Tenía tiempo antes del juicio. Dos días más. Deseaba hablar con Laura, pero sabría que iba a ser imposible. Al menos no antes que todo esto termine. Decidí usar el primer día para recorrer. Ubicarme. Compré unas revistas y el diario local. Hablé con algunas personas pero ninguna importante, no para mí. Quería conocer al abogado de Marcelo T. El caso empezaba a obsesionarme. Tenía un nombre que me interesaba, Federico López. Al día siguiente amanecí muy temprano. Hice mi salida del hotel casi a escondidas, como si me estuviera comiendo el papel de detective. Me sentí algo ridícula y hasta me reí de mí. Llegué a casa de Laura. Me oculté en la vereda del frente. Pensaba que algo podía pasar, que algo podría improvisar en caso de que realmente fuera así. Otra vez me sentí ridícula. Jugaba a ser Sherlock Holmes, pero no llegaba a Watson; por instantes me olvidaba de Andrea. Un auto llegó. Una sola persona. Se bajó y golpeó la puerta, evitó el timbre. Vestía traje negro. Camisa blanca. La corbata a tono con el traje, los zapatos también. Rápido salió Laura. Me quedé dura. La volví a ver después de
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mucho tiempo, y por sobre todo la vi salir a Andrea. Qué hacía. Por qué no la cortaba. Por un instante creí que de esa forma hacía presente a Andre, y lo necesitaba. Supuse que el hombre del auto debería ser el abogado de Marcelo T. Tomé un taxi. Los seguí. Hicieron pocas cuadras. Me bajé en la esquina, a unos cincuenta metros de ellos. Entraron a un estudio. Nada sospechoso para el resto del mundo, pero sí para mí. Salió Laura sola. Era mi oportunidad de encararla, de hablar con ella. Pero qué. Me escondí. Tuve miedo. Estaba jugando un juego que no era mío. Haciendo una pendejada de algo serio. Caminé cortando hacia el edificio donde estaba la oficina. Tomaría un taxi y volvería al hotel. Al pasar por la puerta miré de reojo. Vi la cara de, para mí, Federico López. Llegué al hotel. Me tiré a la cama. Pensé. Quizás sea lo mejor volver a Córdoba.
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ANDRE. Mi amiga, la hermana Que la oscuridad busque luz Cansadas ya, frenamos con el estudio por ese día. Sacó un porro del morral y fumamos en el balcón. Empecé a hablar sobre Valentín, el pibe con el que había estado saliendo. Ella preguntó y yo contestaba con timidez, no quería hablar del tema, Valentín no me importaba tanto. Era lindo sí, buen orto, linda sonrisa, cogíamos bien, pero no sé qué me pasaba. Un par de veces me lo pregunté, y hasta me lo recriminé. Intuía que cuando Andrea me escuchaba hablar, o cuando la miraba, sentía que yo estaba enamorada de ella. Y siempre dudaba de eso, porque su mirada era como si lo supiera todo. Eso me molestaba. Tenía una sonrisita en sus labios cuando yo comentaba sobre Valentín que me hacía enojar. Pero algo me quería decir. La amaba a Andrea. Pero… ¿yo lo sabía? Terminamos de fumar y mantuvimos el silencio. En el silencio nos encontrábamos. Nuestro refugio. Los mejores momentos, los más íntimos. Su cabeza sobre mi hombro. Se giró para mirarme a los ojos, iba a preguntarme algo, entonces sonrió y suspiró. Una pequeña lágrima cayó a su mejilla; no supe preguntarle por qué.
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La besé. La besé con ternura. Suave, lento. Se alejó unos segundos y me miró a los ojos, fija, intensa. Mantuve la mirada. Saqué su remera y también la mía. Desprendí su pantalón. Me levantó, y sin soltar mi boca me llevó a la cama. Una pequeña luz llegaba desde el comedor. No la veía con claridad, pero sí su contorno exacto. Desnudas las dos, sin medias, en la plenitud de nuestra intimidad. Con mi boca recorría todo su cuerpo. La sentía respirar. Se agitaba cuando estaba ahí, donde más le gustaba. Algo murmuraba y yo me sentía explotar. ¿Lo había soñado? Creo que nunca; creo que siempre. No fue especial. Fue único. Me besaba y me miraba. Con los ojos me decía algo. Apretaba mi espalda cuando estaba arriba suyo, con fuerza, con pasión. Transpirábamos y era mágico. Nos paseábamos por nuestros cuerpos con una paciente morosidad de la que ningún machito sería capaz de dar y entender. Dar placer para recibir placer. Fuimos generosas con la otra porque así conseguíamos ser generosas con cada una. De a dos es el amor, por las dos es. De eso se trata, eso que ellos no saben ni tampoco quieren. Buscábamos nuestras manos que se alineaban perfectas, mientras seguíamos disfrutando la eternidad. Bailábamos el mejor baile,
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jugábamos el mejor partido.
A QUIEN CORRESPONDA. Dámaris
Todavía siento que me roza. La extraño. Por eso la necesito. Lo evoco como si ahora pasara. Te recordé en varias de mis noches de soledad. No puedo olvidar aunque me saquen los ojos. Fue la primera vez que estuvimos juntas, solas, sin nuestras vergüenzas, inseparables. Fue la primera vez que estuve con una mujer, también la última; pero es, justamente eso, lo que lo hace y me hace inmortal.
Miércoles. Desayuné en la estación de servicio que estaba en diagonal al hotel. Temprano. No había dormido la noche anterior. Durante el día pensé siempre en volver. Pero me quedé. Lo hice por Andrea, ¿lo hice por Andrea? Tomé un taxi a tribunales. Quería anticipar el momento. Me lo pregunté, y me lo sigo preguntando, ¿por qué fui? Ya lo conté. Vi las caras, la de Laura, la de Marcelo T. Los sentimientos exteriorizarse en piel. Estaba esa mujer que conocí en mi estadía por La Pampa, la que cuidaba a Martín. Sus ojos no se despegaron nunca del nene. Lo tuvo siempre en brazos. Le cantó por lo bajo, le habló. Con el dedo índice hacía una especie de juego en la frente del niño. Martín, Martincito, se reía; yo sufría por él y lo envidiaba: por no saber, por poder reír, porque era todo lo feliz que nosotras no. Durante la audiencia noté, en un momento, algo diferente en Laura. Diferente a su mirada perdida, olvidada. López la señaló. Vi el terror en ella. Después, sus ojos quedaron fijos en esa, la
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otra mano, la del juez. Esas manos que de repente circunvalaban imaginariamente su voz para resaltar el apologético y católico discurso sobre el perdón y el amor que estaban dando. Promesas de algo que, según él, iba a pasar entre Marcelo T y Laura. Piccina vota por el sí. El avenimiento es un hecho. De un lado Marcelo T festeja, casi a los gritos. Se abraza con su abogado. Pero a ella, su futura mujer por orden del juez, no. A ella no la mira, no le dice nada. Laura sigue sentada. Quizás hoy, sigue ahí. Pensante. Llora en silencio. Una lágrima realiza un estruendo al golpear con el suelo. Se da vuelta y mira a su amiga, la que tiene a Martín en brazos. Se queda ahí, disipada como su futuro. El tribunal se saluda. Carlos Rodríguez, el presidente, es el primero en salir. Lleva una sonrisa tímida. Piccina es el segundo. El otro, el que votó negativo, del que nunca supe nombre, espera sentado. Quizás piensa sobre el juicio. Quizás no.
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LAS HERMANAS El alma perversa de un monstruo, desencajada. Usa como arma sus palabras de superioridad con ese ego de tinte con punta, y no porque pinche, sino por su altura. Convoca al silencio cuando ríe, grueso y áspero, como si la gracia le hiciera expulsar el asco que las demás miradas le otorgan. Levanta su copa de champagne y brinda agradecido de poder brindar. Orgulloso de su familia y gustoso de contar que su primer hijo es varón y macho; bien macho. En la mesa de un restaurant el juez Carlos Rodríguez almuerza con el abogado Federico López. -Yo si fuera el técnico de la selección a Messi no lo pongo. Conmigo no juega, papá. Conmigo jugarían los que tienen huevos, los que sienten la camiseta. -Pero Messi es el mejor del mundo. -Allá, con los europeos. Acá no demuestra nada. ¿No te acordás con los bolitas cómo nos fue? ¡Contra los bolivianos! Eso no nos puede pasar a nosotros, tenemos los mejores jugadores del mundo y nos va como el orto. -Eso es cierto. Pero también es verdad que ellos mejoraron mucho en los últimos años, tampoco es para justificar, pero algo de
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mérito hay que darles. -Y claro, cómo no van a mejorar con tanta invasión que nos metieron en las calles, algo tienen que aprender. Igual que los paraguas o los peruanos. Salís afuera y los tenés a todos metidos acá, en nuestro país. -Otra gran verdad. Y no se olvide de los chinos, que le das dos metros cuadrados y te ponen un supermercado. Ríen. Siempre ríen. López pide otra botella de vino. El juez vuelve a llamar a la chica que los atiende: -¡Moza! escuchame una cosita, flaca, que sea de una buena cosecha esta botella eh. Ana asiente con la cabeza. Vuelve. Les sirve. El juez lo degusta: -¡Esta sí! Probá, López, probá, esto es un buen vino. Una última cosita flaca, no querés venir a laburar a casa, porque tengo una peruanita como empleada que no se compara con una piba como vos. Ana lo mira. Ellos ríen, grueso y áspero.
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A QUIEN CORRESPONDA. Dámaris Dos días después del juicio la fui a buscar. Quería terminar de una vez con esto. Quería hablar con Laura y volver a casa. Demasiados sentimientos en tan pocos días. -Laura, Laura Liotard. Soy Dámaris, amiga de Andre, de Córdoba. ¿Te acordás? Caminaba con su hijo en brazos y llevaba un cochecito. Me miró desconfiada. Le recordé el día que volvió a La Pampa, cuando Martín todavía estaba en la panza. Se acercó tímida. Como preguntándose por qué. La invité a tomar un café. –Rápido- me suplicó. Caminamos una cuadra y media en silencio. Tenía mil y ninguna pregunta por hacer. Andrea me caía en una catarata de recuerdos, y yo, aunque me quemaba por dentro, estaba firme. Entramos a un bar. Oscuro. Con una pizarra en la puerta que decía Dos cafés pequeños $6. Más abajo, Se busca moza. Durante unos instantes continuó el silencio, Martín se encargó de romperlo. -Está enorme ¿viste?; Me dijo, con voz pausada.
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-Enorme. Solo eso dije. El silencio gritaba y vi una lágrima que no iba a tardar en caer. -Yo también la extraño. Nos hicimos muy compañeras ¿sabías? La necesitaba, y creo que ella a mí también…, todavía hay noches en las que pongo el disco Artaud de Pescado y le hago un lugar en el sillón…, tal vez así se siente a escucharlo alguna vez. (Por qué dije eso. ¿Qué hacía ahí?) Sonrió, como pidiendo permiso para hacerlo. Le pregunté si tenía trabajo. Cuidaba al hijo de una vecina. Era cerca de ahí y le daba la posibilidad de llevarlo también a Martín. La paga era mínima, pero peor es nada. -Marcelo me ayuda…, cuando puede. Asentí con la cabeza. -Te vi en la auditoría, me sorprendió. De nuevo el silencio por un instante y siguió: No creo que Andrea sienta orgullo de mí. Le dije que se equivocaba, que su hermana siempre iba a estar orgullosa. Sentía que le estaba mintiendo. De hecho lo hacía. Pero quizás ese era mi pensamiento acerca del caso, y no el de ella, el de Andrea.
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-¿Estás arrepentida? -No sé. Fue difícil. Al menos ahora Marcelo me puede ayudar con los gastos para el nene. Quería poder entender, aunque no era mi obligación hacerlo, ni lo que me ocupaba. Su hermana; a su hermana era quien yo había querido. Seguimos charlando. De la vida. De que estaba buscando un jardín para su hijo. De su suegra, decía que era como su madre en este momento. Volvió a sacar el tema del juicio: -Le tenía miedo al abogado de Marcelo. No sé, era como si me oprimiera el pecho cada vez que me miraba. Era esa mirada extraña, pero conocida… Le pregunté cómo fue el casamiento después del juicio. No me contestó, y siguió: -Mi papá jamás me pegó. Pero, aunque nunca me lo dijo, sé que a Andrea sí. Ella lo enfrentaba todo el tiempo. Y si no se fue de casa antes fue por mí…, en la vida me recriminó nada; quizás yo, en su lugar, sí lo hubiera hecho. Lloró. Pensé. En su cara vi la de ella. La acaricié. Limpié sus lágrimas.
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Le acomodé el flequillo, como lo sabía hacer con Andrea. Me mantuve callada… Minuto eterno... En dos años sus facciones habían envejecido al menos cinco. La vida, como una aplanadora, le seguía pasando por encima. Un hijo, su hermana, el pasado, y eso que ella (y los jueces) llamaba matrimonio. Mucho. Y solo diecinueve pocos años. Hablamos un rato más, pero ahora solo rutina, la mía. Recordamos tiempos pasados, cercanos en fecha, pero lejanos por el desgaste de los últimos meses. La pensé una y mil veces. Me la recordaba. En la risa (ahora apagada) Hablé de nuestras idas al cine, cuando no teníamos ni un mango, entonces nos la rebuscábamos para poder entrar. Los teatros. Y las veces que íbamos a Don Mario a escuchar música hasta que nos echaban por no consumir nada. Las cervezas en la plaza eran más baratas, y por qué no también fumar un porro de cuando en vez. Traje todo junto en ese café. Hablé por un tiempo largo, no quería frenar, creo que Laura tampoco quería que lo hiciera. Seguí…, hubo una silla más en aquella mesa de bar. De vuelta el silencio. Vi en Laura una expresión rara, no estaba
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triste, era diferente; ¿miedo? No, tampoco. Se puso de pie. Pidió la cuenta, le dije que yo pagaba. Me agradeció. Besó a su hijo, lo acomodó en el cochecito y se fue. Antes de llegar a la puerta se dio vuelta y casi en susurro: Eran sus ojos. Iguales. Dominantes, bravos… eran sus ojos. Salió.
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SOCIEDAD PROGRE
A QUIEN CORRESPONDA. Dámaris
La historia se escribe en los barrios. Ésa que carece de prensa, la que al final del día se recuesta al descanso del tedio laboral. La historia, la de los héroes anónimos, los que sufren y callan. La nuestra, que por ser ciudadanos y vivir, deberíamos conocer. La historia, la verdadera, la que los grandes canales nunca van a contar.
Estoy volviendo a Córdoba. Quizás de donde nunca me tendría que haber ido. Quiero empezar a escribir esta historia. Pensar con cuidado y contar esto que pasó, que pasa. Independiente de mis sentimientos, seguro mezclados en gran parte de todas estas vidas que viven casi al anonimato, porque son tan solo momentos que suceden. De gente que nace y muere, y que será olvidada o, tal vez, nunca conocida. Por eso me gustaría eternizar esto que a mi entender lo amerita. ¿O serán mis sentimientos los que así lo desean? Vuelvo en un colectivo de no sé qué empresa. Desde hace unos días actúo sin pensar, o pienso sin actuar. Sentada a mi lado hay una mujer que lleva una bufanda roja. Me llama la atención porque se mueven algunos hilos sueltos. Y pienso que tal vez ella tenga una historia también para decir. Y deseo preguntarle qué es eso que le pasa o qué le pasó alguna vez. Y veo a todas las personas exteriorizar vivencias duras, o no tanto, pero las quieren gritar o reprimir para siempre. Yo, hoy y ahora, deseo que saquen todo, porque así van a estar mejor, y de esa forma el mundo también va a animarse a hacerlo, ya que otros lo hicieron.
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Me siento una adolescente que aprendió la teoría de un pensador y le gustó. Me siento una pelotuda, sí, pero también alguien que se aferra a la esperanza. Creo que mi vida nunca fue vida hasta que pasó todo esto. Y tengo miedo de no poder volver nunca más por quedarme condenada a este pasado reciente que me estruja la mente, me arrincona y asfixia, ofreciéndome una suite en lo sucedido. Solo lo hace y yo respiro con la cabeza hacia arriba, buscando aire para no morir, aunque posiblemente mi verdadero yo ya esté muerto. O no. Pero a eso no lo voy a saber ahora. Su vida, la de Andrea, marcó la mía. Yo que nunca estuve tan cerca de una realidad como la de su hermana. Quizás la Andrea que conocí no sea la verdadera (es lo que pensé durante tantas horas en su ciudad) Por ahí mí Andrea, esa que tanto idealicé, esté presente. Seguro que sí. Su hermana. Su hermana es la que está viva…, habría que definir vivo. Tengo miedo por lo que vaya a pasar de ahora en más. Por lo que le pueda pasar a esa chica que tiene una puta realidad por delante. Y tengo miedo por lo que me pueda pasar a mi también. Porque ya no quiero ser la misma Dámaris, al menos no la vieja, la de antes. Quiero enfrentar la vida y también encontrar ideales a los
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cuales pueda perseguir. Por qué vivir, por quién, hacia dónde. Solo sé que el cuándo es ahora, y no voy a desperdiciar el tiempo. No quiero hacerlo. Pongo mi esfuerzo para recordar que a las injusticias hay que volverlas justas. Y prefiero asumir el riesgo a nunca intentar. Un mundo utópico es el que empecé a soñar hace días. Entre las utopías, soñé que los sueños se construyen.
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SOCIEDAD PROGRE No hay voz ni voto. Alguien dirá qué hacer. Cómo. Vos, ellos, nosotros (tal vez) lo hacemos. Una sola entrada común. Si se cierra, literal o metafóricamente, quedás adentro. ¿El tiempo? mientras más largo, peor. Techo de cielo raso o altas cúpulas. El arte que las decora, con palabras o dibujos, pensadas o al bardo, da igual. Quién la hizo, cuánto estuvo, a qué temió. Muchos, todos, pocos recurren a lo impalpable, lo hacen propio, lo hacen único. Hay un sistema, hay un él, ya no importa, nos va a proteger de ahora en más. Todo lo ve y todo lo puede. Estamos adentro, trabajando en conjunto. Él/sistema funciona así. Antes no, antes no atiende. Tu mente opinará en silencio hasta que empiece a repetir. Manda uno solo, el que decidió qué está bien o mal, qué hacer y qué no. Yo me pregunto, ¿quién? Un sistema. Dicen que está hecho de y por humanos. El hombre, ese hermoso origen de mentes dementes. Una casa, una mugre, un palacio. Para quien así lo entienda y para quien no, también. La reja se cerró.
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El tiempo empieza a hacer su trabajo. Tus ideas, en lenta descomposición, también.
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A QUIÉN CORRESPONDA. Dámaris
A QUIEN CORRESPONDA
Te-me escribo. Andre: si vivieras, preguntarías para qué. Laura murió. Marcelo T la mató hace dos días. Esa chica, la que me recibió alguna vez cuando fui a La Pampa, la que tenía a Martín en brazos, esa chica me lo dijo: a los ocho días de libertad, casados, producto del avenimiento, la mató. Marcelo T, el violador violado, me da asco. Pero más López, los dos jueces, lo que representan. Pienso en la sumisión, la de Laura. Sumisamente obligada a vivir su muerte en vida. Nació cuando parió a su hijo, antes y después, estuvo muerta. Hoy, ahora, descansa.
Vómito. Miedo. Un ahogo que llega desde muy adentro y se atora en la boca. No sale, intenta, no sale. Se arrastra por el piso. Ira, mucha. Tos seca, fuerte. Corre por las calles, las plazas. Cruza sin mirar, corre sin mirar. Rápido, muy. Se tropieza y así como cae sigue corriendo, todo su cuerpo al piso, y sigue. Choca a un grupo de personas, la insultan, no escucha, no contesta. Parque Sarmiento. Tal vez cien escalones, parecen infinitos. Ya está arriba. Sigue. No frena, no quiere, no puede. Al final un mirador, después de eso un barranco, la nada, quizás, su mejor lugar. Corre. Esquiva dos árboles, salta otro. Pocos metros para la pirca de cemento que adorna el lugar más alto de la plaza. Gente que le grita. No se detiene. Cae al piso, seco. La cara raspada, las manos también. La gente se acerca, veloz. Sus ojos disipados, perdidos. Una voz dice ser de médico y pide lugar. Solo es un desmayo, piensa. Metros antes a la pirca, sobre el mirador, Dámaris se desvaneció. Y con ella, acaso, sus días de utopías.
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Pero eso se sabrá después. Porque a pesar de lo pasado, de esos ojos perdidos, salió una lágrima, después otra y así, y ni los pájaros, junto al viento expectante, quisieron cantar. Porque todos, todos están ahí, esperando que se levante, se ponga de pie y vuelva a caminar. La veo en el cemento todavía. Su mirada se direcciona, me ve y nos encontramos en ese punto. Sus lágrimas no se secan, todavía sienten. Pero son justo esos sentimientos, exactos, precisos, justo esos, que, a las personas que se olvidaron cómo soñar, las aterran.