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Índice Portada Portadilla Frozen. La película Olaf espera la primavera Olaf busca trabajo Frozen II. La película Olaf, el nuevo bibliotecario Noche de juegos Créditos
El reino de Arendelle era un lugar bullicioso y alegre enclavado en las montañas. A menudo, el cielo nocturno se iluminaba dibujando preciosas figuras.
Sin embargo, el rey y la reina vivían con una honda preocupación.
Su hija mayor, Elsa, tenía un poder oculto: podía crear nieve y hielo con sus manos. Anna, la hija pequeña, adoraba a su hermana. Una noche la convenció para que creara un maravilloso mundo helado en el Gran Salón.
Mientras jugaban, sin querer Elsa golpeó a Anna con su magia. La pequeña cayó al suelo temblando, inconsciente, y un mechón de pelo se le puso blanco. Asustada, Elsa pidió ayuda.
El rey y la reina llevaron a las niñas a la esfera de los trols. Los trols eran unas unas misteriosas criaturas que vivían en el Valle de la Roca Viviente. Gracias a su magia y sabiduría, los trols ayudaban a todos aquellos que tenían un problema o estaban en aprietos. Un sabio trol, conocido como el Gran Pabbie, dijo que Anna se curaría con un beso de amor. Y les advirtió de que el poder de Elsa aumentaría.
—No cabe duda de que hay una gran belleza en su magia —dijo la sabia criatura, convencida de que estaba ante un hecho extraordinario—, pero también existe un enorme peligro. Es muy importante que aprenda a controlarla y a hacer un buen uso de ella. A continuación, el Gran Pabbie cambió los recuerdos de Anna para que olvidara el poder de Elsa y pudiera tener una vida normal.
De vuelta en Arendelle, el rey y la reina estaban más preocupados que nunca. Cerraron las puertas del palacio para asegurarse de que nadie conociera el poder de Elsa. El rey le puso unos guantes a su hija para detener los efectos de su magia. Sin embargo, a Elsa, que no quería correr ningún riesgo, le pareció una medida insuficiente. Temerosa de lastimar a su hermana de nuevo, se mantenía alejada de ella.
A Anna no le gustaba jugar sola, así que intentaba estar con su hermana. Pero Elsa siempre le decía que estaba ocupada. Las niñas se fueron separando cada vez más. Siendo ya adolescentes, el rey y la reina naufragaron en una tormenta en el mar. Las hermanas se sentían más solas que nunca.
Cuando Elsa llegó a la mayoría de edad, su deber era convertirse en reina. Un día de verano, abrieron las puertas del palacio para celebrar su coronación. Anna estaba muy emocionada ante la oportunidad de conocer gente nueva y tal vez incluso ¡de enamorarse! Sin embargo, Elsa no quería ser el centro de atención. ¿Qué pasaría si se descubrían sus poderes?
Anna salió a pasear fuera del palacio. Un apuesto visitante de las islas del Sur, el príncipe Hans, la empujó accidentalmente con su caballo. Y el amor surgió a primera vista.
Durante la coronación, Elsa tuvo que quitarse los guantes para sostener el orbe y el cetro real. ¡Esperaba poder hacerlo sin congelar nada! Anna se puso a su lado mirando a Hans a hurtadillas.
Después de la ceremonia, en el baile de coronación, Hans y Anna pasaron toda la noche riendo, bailando y hablando. Ninguno de los dos quería que la noche terminara. Se dieron cuenta de que tenían mucho en común. Sentían que estaban predestinados a estar juntos... ¡y se comprometieron!
Elsa no podía creerlo. —No debes casarte con un hombre que acabas de conocer —dijo la hermana mayor, preocupada. —Sí que puedo si lo que siento es amor verdadero —replicó Anna. —Mi respuesta es no —repuso Elsa firmemente. Al intentar aferrarse a la mano de Elsa, sin querer Anna le quitó un guante.
Anna siguió discutiendo. —¿Por qué me evitas? —preguntó—. ¡No quiero vivir así! —¡Basta! —gritó Elsa. De su mano salió una ráfaga de hielo que cubrió el salón de baile por completo. Todos los asistentes observaron el extraño fenómeno incrédulos.
Elsa huyó del palacio, desolada porque se había descubierto su secreto y aterrorizada porque pudiera herir a alguien. —Alejaos de mí —decía a la gente a su paso.
Todo lo que tocaba se convertía en hielo.
A pesar del caos que sembraba a su alrededor, Anna entendió por qué Elsa había guardado su secreto durante tantos años. Salió en su búsqueda, dejando el reino en manos de Hans.
Elsa subió a las montañas. Sin nadie por quien preocuparse, dejó que sus poderes salieran. Una tormenta de nieve se elevó alrededor de ella. Levantó esculturas de hielo, un muñeco de nieve, e incluso podía transformarse. En la cima de la montaña, construyó un espectacular palacio de hielo. ¡Ahora se sentía libre! Estaba sola, pero al menos era, por fin, ella misma.
Anna deseaba reunirse con Elsa. Ahora que se había descubierto su secreto, podrían estar nuevamente juntas. Sin embargo, la fuerte tormenta hizo que el viaje fuera muy difícil. Asustado, el caballo echó a correr desbocado y Anna cayó sobre la nieve. Por suerte, vio una pequeña cabaña.
Era la tienda de Oaken el Trotamundos. Anna entró, y allí pudo comprar ropa de abrigo y unas cálidas botas. De repente llegó un joven. Era Kristoff, recolector de hielo. Estaba preocupado porque ¡una extraña tormenta estaba arruinando su negocio!
Anna intentaba averiguar algo sobre Elsa, así que no paró de preguntarle hasta que Kristoff mencionó que la tormenta procedía de la Montaña Norte. Pero Kristoff no estaba siendo amable, andaba ocupado comprando suministros. —Ahora, aléjate, mientras negocio con este sinvergüenza —dijo el joven. Oaken, enojado, echó al joven de la tienda.
Eso le dio una idea a Anna. Encontró a Kristoff en el establo con su reno Sven. Le ofreció los suministros que necesitaba a cambio de que la llevara hasta la Montaña Norte. —Saldremos al amanecer —aceptó Kristoff. —No —dijo Anna—. ¡Salimos ahora mismo!
En el camino, Anna le contó lo que había ocurrido en Arendelle, incluyendo su compromiso con Hans. Kristoff esperaba que Anna encontrara a Elsa y que volviera el calor, de esta manera la gente necesitaría su hielo.
De repente, se oyeron aullidos de lobos. Tuvieron que saltar por encima de una grieta profunda para escapar. El trineo se estrelló contra el suelo, pero Anna, Kristoff y Sven estaban a salvo.
Al amanecer, los tres continuaron caminando, llegaron a un impresionante y hermoso paisaje invernal.
Anna deseaba más que nunca reunirse con Elsa. Quería conocer el asombroso poder de su hermana.
—¡Nunca pensé que el invierno pudiera ser tan... hermoso! —exclamó Anna.
—Pero es tan blanco... —añadió una voz salida de la nada—. ¿Qué tal un poco de color? Estoy pensando en carmesí o verde. Era un muñeco de nieve. —Soy Olaf —dijo, y les explicó que Elsa lo había creado. Después de darle una zanahoria para su nariz, Anna le pidió que los llevara junto a su hermana.
Mientras, en Arendelle, Hans trataba de mantener la calma en el pueblo. Uno de los dignatarios asistentes a la coronación, un duque, estaba muy enfadado por haber quedado atrapado en el congelado reino.
De repente apareció el caballo de Anna. —¡La princesa Anna tiene problemas! —gritó Hans—. ¡Necesito voluntarios que me ayuden a buscarla!
El duque le ofreció dos de sus soldados.
La subida a la Montaña Norte era cada vez más difícil. Por suerte, Olaf encontró una escalera de hielo que conducía directamente al palacio de Elsa. —¡Ohhh! —exclamó Anna, asombrada al verlo. Era un palacio espectacular.
Las dos hermanas se alegraron mucho al verse, pero Elsa no dejaba de pensar en lo peligrosos que podían ser sus poderes. —Debes irte —dijo—. Es demasiado arriesgado. Anna explicó que Arendelle aún continuaba helado. Si Elsa no regresaba, ¡todos morirían congelados! Elsa estaba asustada. No sabía deshacer su magia.
Anna estaba segura de que podrían averiguarlo juntas, pero Elsa sabía que era imposible. Le aterraba saber que seguía siendo un peligro para los demás. El miedo se apoderó de ella, hasta que de su mano emanó un rayo de hielo que ¡alcanzó a Anna!
Anna se llevó las manos al pecho cuando Kristoff entró para ayudarla. —Creo que deberíamos irnos —dijo. —No me voy sin ella —insistió Anna. —Sí lo harás —replicó Elsa, muy seria. Entonces, con solo mover su mano, creó un enorme muñeco de nieve.
—¡Qué bien!, un hermano pequeño —dijo Olaf muy contento—. ¡Te llamaré Nube!
Elsa ordenó al enorme muñeco de nieve que llevara a Anna y a su amigo fuera de la montaña. Pero Anna le lanzó una bola de nieve, el muñeco se enfadó, ¡y comenzó a perseguirlos!
En la huida se lanzaron por un peñasco. Por suerte cayeron sobre un mullido manto de nieve. Pero algo bastante extraño le sucedía a Anna: su cabello empezaba a ponerse blanco.
Preocupado, Kristoff pensó en un plan. —Vayamos a ver a mis amigos —dijo—. Ellos pueden ayudarnos.
Mientras, en el palacio de hielo, Elsa trataba de averiguar desesperadamente cómo descongelar Arendelle. Aunque intentaba mantener sus poderes bajo control, no lo lograba, y la tormenta aumentaba cada vez más. Por su parte, Hans y los soldados habían llegado ya a la Montaña Norte.
La noche cayó mientras Kristoff guiaba a Anna, a Olaf y a Sven a través de un rocoso valle. Kristoff explicó que sus amigos vivían allí.
De pequeño pasó mucho tiempo con los trols, lo consideraban y lo querían como si fuera uno de ellos. Cuando los encontraron, supo que podían ayudar a Anna.
Al tocar el pelo de Anna, el Gran Pabbie vio que estaba herida. Había hielo en su corazón. Le explicó que se congelaría en menos de un día.
—Solo un acto de amor verdadero puede descongelar un corazón helado —añadió. Kristoff se apresuró a llevar a Anna a Arendelle. Su verdadero amor, el príncipe Hans, podría ayudarla.
Sin embargo, Hans, junto con los soldados del duque, habían llegado al palacio de hielo.
Nube trató de proteger a Elsa, pero falló en el intento. Unos segundos más tarde, los soldados lo derribaron.
Consiguieron llegar hasta Elsa. A medida que su preocupación y su miedo aumentaban, sus poderes crecían. De sus manos salieron potentes rayos de hielo que aprisionaron a los soldados del duque.
De pronto se oyó la voz de Hans: —¡No seas el monstruo que ellos piensan que eres! Elsa se dio cuenta de que su magia había ido demasiado lejos. Dejó caer sus manos y los soldados quedaron libres. Entonces, uno de ellos le apuntó con una ballesta. Hans lo empujó y la flecha salió disparada hacia el techo. La lámpara se descolgó y cayó sobre Elsa.
Cuando Elsa despertó, estaba encerrada en la prisión del palacio. Al mirar por la ventana vio el daño que su poder había causado al reino. Al preguntar por Anna, Hans le dijo que no había regresado aún.
Mientras tanto, Anna, Kristoff y Olaf avanzaban a toda prisa por la montaña. Kristoff estaba muy preocupado, pues Anna se debilitaba por momentos y necesitaba ayuda urgente.
Cuando llegaron a Arendelle, la dejó en manos de los criados del palacio. Se sentía triste por despedirse de Anna, aunque sabía que solo su verdadero amor, Hans, podía conseguir que se recuperara.
Cuando se reunió con Hans, le explicó lo sucedido. —Solo un acto de amor verdadero puede salvarme —dijo, esperando un beso. Pero Hans se negó a besarla. Anna comprendió que él había fingido su amor para hacerse con el reino. Estaba a punto de conseguirlo. Ya solo tenía que librarse de Elsa.
Anna se desplomó en el suelo. El hielo se extendía lentamente por todo su cuerpo. Encerrada en la biblioteca, se dio cuenta de lo imprudente que había sido. Al tratar de encontrar el amor, se había condenado a sí misma, y también a su hermana.
Hans siguió con su plan. Dijo a los dignatarios que Elsa había asesinado a Anna, y que se habían casado antes de que muriera. Todos creyeron que ahora él era el príncipe de Arendelle.
—Condeno a la reina Elsa por traición y la sentencio a muerte —dijo.
En la prisión del palacio, Elsa tenía un único pensamiento: alejarse lo más pronto posible de Arendelle. Ella sabía muy bien que era la única manera de no causar más daño. Gracias a sus poderes, logró escapar.
Mientras, Kristoff se dirigía de nuevo a las montañas, pero Sven sabía que el joven era el verdadero amor de Anna, así que lo obligó a detenerse. Kristoff miró hacia Arendelle y vio una enorme tormenta sobre el reino. Se apresuró a volver. ¡Tenía que ayudar a Anna!
Anna había perdido toda esperanza cuando Olaf la encontró en la biblioteca. Encendió el fuego para intentar ayudarla, arriesgándose a derretirse.
Olaf miró por la ventana y vio que Kristoff regresaba. Entonces confesó a Anna que él era el verdadero amor que podía salvarla.
Olaf ayudó a Anna a escapar del palacio, y fueron juntos en busca de Kristoff. Lo vio sobre el fiordo congelado. Si conseguía llegar hasta él, podría salvarse. Entonces, vio algo más. ¡Hans estaba a punto de matar a Elsa con su espada!
Sacando fuerzas de flaqueza, Anna se interpuso. En el mismo instante en que Hans la tocó con su espada, el cuerpo de Anna se convirtió en hielo y la hoja de la espada se hizo añicos.
Hans levantó su espada rota para atacar de nuevo, pero Kristoff lo derribó.
—¡Ohhh, Anna! —lloraba Elsa, mientras abrazaba a su hermana. Entonces, sucedió algo maravilloso, Anna empezó a derretirse. —¿Te has sacrificado por mí? —preguntó Elsa.
—Te quiero —contestó Anna con una voz débil. —Solo un acto de amor verdadero puede descongelar un corazón helado —recitó Olaf, asombrado.
En ese momento, Elsa se dio cuenta de que el amor podría traer de vuelta el verano. Levantó los brazos y la nieve se derritió. Los habitantes de Arendelle los vitorearon.
También Olaf comenzó a derretirse. Elsa creó enseguida una nube de nieve para mantenerlo a salvo.
Hans, asombrado al ver a Anna con vida, exclamó: —¡Pero si Elsa congeló tu corazón...! —El único corazón helado es el tuyo —dijo Anna, y lo lanzó al agua de un puñetazo.
Arendelle volvió a la normalidad, y las puertas de palacio quedaron abiertas para siempre. Anna dio un trineo y suministros a Kristoff, pero él no quiso marcharse, y mucho menos después de que Anna lo sorprendiera con un beso.
Cuando Anna regresó al palacio, Elsa la esperaba en un hermoso paraíso invernal, idéntico al de su infancia. Enseguida descubrieron que no habían olvidado cómo divertirse juntas. Felices de nuevo, nunca dejarían que nada se interpusiera entre ellas.
Una fría mañana, Olaf encontró a sus amigos preparándose para viajar a las montañas. —¡Hola, Kristoff! ¡Hola, Sven! —saludó Olaf—. ¿A dónde vais?
—Falta muy poco para la primavera, así que he de comprobar que mi equipo para recolectar hielo esté en buen estado —contestó Kristoff. —¿Primavera? —preguntó Olaf—. ¿Y cuándo llegará el verano? —La primavera viene antes que el verano. Y además, la primavera tiene también muchas cosas emocionantes. ¡Podemos salir a navegar! Tan solo espera y verás.
—Me encanta el verano, así que también debe encantarme la primavera... Creo —dijo Olaf mientras entraba en el castillo. Elsa estaba en el comedor hablando con Kai y Olina.
—En primavera tendremos fruta fresca, y con esa fruta podremos hacer pasteles —comentó Olina. —¡Me encantan los pasteles! —exclamó Olaf—. Por cierto, ¿qué es un pastel? Olina sonrió. —Es un postre delicioso. Tan solo espera y verás.
—Y pronto tendremos flores de azafrán para decorar —añadió Kai. —¡Me encantan las flores de azafrán! —exclamó Olaf—. ¿Cuándo florece el azafrán? —Tan solo espera y verás —dijo Elsa.
Olaf salió al exterior para buscar a Anna. —¡La primavera está a punto de llegar! —gritó—. ¡Y podremos navegar, hacer pasteles y coger flores de azafrán! —Me encanta la primavera —dijo Anna—. Es cuando nacen todas las crías de los animales. Tan solo espera y verás.
Olaf estaba emocionado. Todo cuanto oía acerca de la primavera era ilusionante. Empezaba a estar impaciente. —Voy a buscar el mejor sitio para esperar la llegada de la primavera — se dijo a sí mismo. Y se puso en marcha.
Olaf caminó y caminó buscando un sitio con buenas vistas. Quería ver llegar todos los barcos, pasteles, flores de azafrán y crías de los animales. Tan solo tenía que esperar y ver. Así que decidió esperar en un buen lugar.
Luego esperó en otro lugar. Más tarde, incluso encontró un lugar mejor. Y esperó.
Pero lo único que llegó fue una tormenta de nieve. —Mmm... Así no es exactamente como me esperaba la primavera —dijo Olaf. De repente, Olaf vislumbró algo a lo lejos. —¡Oh! —resopló—. ¡¿Serán las crías que llegan con la primavera?!
Olaf salió corriendo hacia lo que creía que eran las crías, pero descubrió que en realidad eran sus amigos.
—¡Olaf! Te hemos estado buscando por todos lados. Hace horas que no sabíamos de ti. —Tan solo estaba esperando —contestó Olaf. —¿Esperando qué? —preguntó Anna. —¡La primavera! —respondió el muñeco—. Tal y como todos me habéis dicho. ¡Estoy tan emocionado de que casi esté aquí!
—Porque, tan pronto como llegue, iremos a navegar... —... Comeremos pasteles deliciosos...
—... Contemplaremos un montón de bonitos colores cuando broten las flores de azafrán... —... Y, lo mejor de todo, ¡saludaremos a las crías que llegan con la primavera!
—Quizá alguien debería explicarle la verdad sobre la primavera — susurró Kristoff a Sven.
—Olaf —dijo Elsa con voz dulce—. La primavera no llega de golpe, sino que lo hace poco a poco.
—La navegación puede resultar complicada al inicio de la primavera ya que todavía hay hielo en el fiordo —empezó a explicar Kristoff—. Por este motivo, primero debe derretirse el hielo para que los barcos más grandes puedan navegar por el fiordo. Tiene que pasar un tiempo antes de que haga el suficiente calor para que nosotros podamos salir a navegar en nuestro pequeño bote.
—Y el calor no llega de la noche a la mañana —explicó Anna mientras regresaban caminando a la ciudad.
—Fíjate en ese árbol —dijo Elsa—. Los pájaros se están preparando para cuando nazcan sus polluelos en la primavera.
—¿Ves el nido, Olaf? —preguntó Anna—. Primero hacen el nido, después ponen los huevos y, por último, nacen los polluelos.
—¿Recuerdas que Olina y Kai hablaron sobre las cosechas de primavera? —dijo Elsa—. En este momento el sol está derritiendo la nieve y, aunque veas el suelo muy enfangado, pronto empezarán a crecer la fruta fresca y las hortalizas.
—Pero, si tenemos suerte, podríamos encontrar ya algunas flores de azafrán —añadió Elsa. —¡Oh, me encantan las flores de azafrán! —dijo Olaf.
—Si seguimos por este camino —anunció Kristoff, que iba en cabeza del grupo—, llegaremos a un lugar muy soleado donde seguro que ya habrá brotado alguna hermosa flor.
—¡Oh! —suspiró Olaf mientras subían una colina— ¡La primavera!
Al día siguiente, Kristoff insistió en que salieran todos a navegar con el bote que solía utilizar en primavera.
—Es el primer día de primavera. Pronto hará más calor —dijo Anna acurrucada junto a Kristoff debajo de varias mantas—. Solo hay que esperar un poco. —No pasa nada. ¡Me encanta esperar por la primavera! —exclamó Olaf.
Efectivamente, Olaf no tuvo que esperar mucho tiempo más. Pocas semanas después, la primavera hizo acto de presencia e inundó de belleza todos los rincones del lugar. —¡Oooh! —suspiró Olaf—. El verano es genial, pero ¡también me encanta la primavera!
A Olaf le encantaba vivir en Arendelle. ¡Tenía muchos amigos! Siempre encontraba a alguien a quien dar un abrazo, al que ayudar o con el que entretenerse. Pero, un día, todo el mundo parecía especialmente ocupado.
Olaf encontró a Elsa en la sala consistorial y le dijo: —Vamos a saltar sobre las hojas. Pero Elsa estaba reunida con el embajador de un país lejano.
—Lo siento, Olaf. Hoy tengo mucho trabajo.
Olaf se encontró con Anna en el pasillo. ¡Quizá podían deslizarse por el suelo reluciente del castillo! Pero Anna le dijo: —Nada me gustaría tanto como jugar contigo, Olaf, pero hoy tengo que ocuparme de los quehaceres reales de Elsa. Ella estará muy ocupada durante toda la jornada y debo ayudarla.
Así que Olaf salió al patio del castillo y vio a Kristoff. —¿Te apetece ir a montar a Sven por el fiordo? —le preguntó el muñeco, esperanzado. —Lo siento, Olaf —le contestó Kristoff con prisas—. Ahora mismo estoy trabajando. Tengo que repartir este hielo.
Elsa también había pronunciado la palabra «trabajo», pero Olaf no estaba seguro de lo que significaba. —Perdona, ¿podrías explicarme qué es un trabajo? —preguntó a un niño que estaba en la plaza. Pero el niño se encogió de hombros.
Olaf vio pasar a Gerda, una de las sirvientas más leales de Anna y Elsa. Gerda lo cogió de la mano y lo condujo nuevamente a palacio. —Los trabajos son responsabilidades que la gente tiene para ayudar en el castillo y en el reino —le explicó. —¡Perfecto! ¡Me encanta ayudar a la gente! —dijo Olaf—. ¿Podría conseguir un trabajo? —Por supuesto —contestó Gerda—. Acompáñame a la cocina. Olaf estaba muy emocionado.
La cocina era un lugar con mucha actividad, lleno de manjares variados y deliciosos. El cocinero enseñó a Olaf a clasificar las hortalizas para usarlas en diferentes recetas.
A Olaf le encantaba su nuevo trabajo con las hortalizas. La cocina era un lugar tan cálido y acogedor, y además las hortalizas le recordaban a su nariz. ¡Tal vez podría encontrar una nueva nariz! Olaf probó con un champiñón..., un tomate... ¡y un rabanito!
Justo entonces, un hombre que llevaba dos extrañas escobas entró en la cocina. —¿Alguien llamó a un deshollinador? —preguntó. —Sí —respondió Gerda—. La chimenea del comedor necesita una buena limpieza. —¿Estás trabajando? —preguntó Olaf—. ¿Puedo ayudarte? —Sí, ¡por supuesto! —dijo el deshollinador, sonriendo.
Olaf siguió al deshollinador hasta el tejado y ambos se dispusieron a limpiar la chimenea.
—Te enseñaré cómo hacer este trabajo —dijo a Olaf—. En primer lugar, debes inclinarte hacia la chimenea y...
Pero Olaf se inclinó demasiado y cayó. —¡Guaaaau! —chilló Olaf. ¡Me encanta este trabajo! El deshollinador intentó coger a Olaf, pero el resbaladizo muñeco de nieve cayó irremediablemente por la chimenea.
Olaf aterrizó en el comedor en medio de una nube de hollín. Pensó que ahora iba a juego con sus botones. —Olaf, estoy preparándolo todo para la comida del embajador con la reina —dijo Kai, que estaba poniendo la mesa—. Todo tiene que estar impecable... ¡tú incluido!
Así que Olaf salió al exterior y se sacudió el hollín. —Guau, ¡esto sienta bien! —dijo.
—¡Cuidado! —exclamó el mozo de cuadra—. ¡Este es el caballo del embajador y lo estás llenando de hollín!
Olaf se quedó mirando al mozo de cuadra, que estaba cepillando el caballo para que luciera bien limpio y brillante. —¿Estás trabajando? —preguntó Olaf.
—Sí —le contestó—. ¿Quieres ayudarme?
Así que Olaf y el mozo de cuadra estuvieron trabajando juntos toda la tarde. En primer lugar, Olaf puso un poco de heno al caballo, y a continuación lo sacó a dar una vuelta. —Y, por último, hay que llevarlo a su cuadra —dijo el mozo.
—¡No te olvides de cerrar bien la puerta! —le recordó el mozo de cuadra antes de marcharse. Pero Olaf pensó que el caballo estaría muy solo, el pobre, por lo que decidió dejar la puerta entreabierta. —Así podrás visitar a tus amigos —le susurró Olaf.
Olaf estaba casi a punto de llegar al castillo cuando escuchó un gran alboroto. El caballo se había escapado de la cuadra y no quería regresar. El pequeño muñeco de nieve miró al caballo y le dijo adiós con la mano.
—¡Buen caballo! ¡Nos vemos pronto! —dijo Olaf sin darse cuenta de que él había causado aquel revuelo.
Olaf se lo había pasado tan bien en las cuadras que se apresuró a contar a todo el mundo lo maravilloso que era el trabajo que había desempeñado. Incluso pasó por la cocina para contárselo a Gerda y al cocinero, que le dieron un regalo para compartir con Elsa y Anna.
Pero, sobre todo, Olaf se moría de ganas de explicar a Elsa y a Anna todo lo que le había sucedido. Cuando finalmente encontró a las hermanas, parecían muy cansadas. —¡Hola! —saludó Olaf—. ¿Habéis acabado de trabajar? Elsa asintió. —A veces me pregunto cómo podían nuestros padres dirigir el reino tan bien.
Olaf miró a las chicas y, a continuación, señaló el retrato que estaba colgado en la pared justo encima de ellas. —¡Están sonriendo porque están orgullosos de vosotras!
Después, Olaf les explicó cómo había transcurrido su jornada: su paso por la cocina, por la chimenea y por las cuadras. Y, por último, les entregó el regalo. Era un ramo un tanto especial...
Las chicas empezaron a reír. —Gracias, Olaf —dijo Anna—. Siempre sabes cómo sacarnos una sonrisa. Ese es tu auténtico trabajo. —Y eso nos ayuda a gobernar el reino —añadió Elsa.
—Elsa, Anna —dijo Olaf mientras abrazaba a las hermanas—. Vosotras hacéis el mejor trabajo de todos... ¡ser mis mejores amigas!
El rey Agnarr de Arendelle disfrutaba mucho contando historias de épocas remotas a sus hijas Elsa y Anna. Una noche les habló de los nortuldra, un pueblo que vivía en armonía con los espíritus de la naturaleza. En señal de
paz, los arendelianos les habían construido una presa. Un día que los dos grupos se habían reunido con motivo de una celebración, se desencadenó una pelea y el Bosque Encantado quedó envuelto en una niebla impenetrable. El relato dejó muy intrigadas a Anna y Elsa.
—¿Crees que el bosque volverá a despertar? —preguntó Elsa. —Solo el Ahtohallan lo sabe —le respondió su madre. —¿Ahto-qué? —dijo Anna. La reina Iduna les contó que, a la hora de dormir, su madre le solía cantar una nana que hablaba de un río muy especial llamado Ahtohallan. Se decía que tenía todas las respuestas sobre el pasado. —¿Nos la cantas, por favor? —le pidió Elsa. Iduna accedió y empezó a entonar la canción. Las niñas no tardaron demasiado en quedarse dormidas.
Anna se despertó al cabo de muy pocos minutos. Fue corriendo a mirar por la ventana y luego le dijo a Elsa: —El cielo está despierto y yo estoy despierta, ¡así que tenemos que jugar!
Habían pasado muchos años desde entonces, y, aunque ya no tenían a sus padres, la reina Elsa y la princesa Anna estaban muy unidas y siempre cuidaban la una de la otra. Olaf había aprendido a leer, y Kristoff había comprado un anillo de compromiso. Estaba listo para dar el siguiente paso en su relación con Anna, cosa que Sven aprobaba por completo.
Después de cenar, todos sacaban tiempo para reunirse y jugar un rato. Esa noche, empezó el equipo de los chicos, y Kristoff acertó todo lo que Olaf interpretó con mímica: —Helado. Oaken. ¡Elsa! —¡Tetera! —¡Unicornio! Sven hizo sonar una campanilla cuando se agotó el tiempo.
Cuando les tocó a las chicas, Anna trató de adivinar lo que intentaba representar Elsa. Pero su hermana parecía… distraída. —¿Estás bien? —le preguntó Anna. —Sí, solo estoy algo cansada —le respondió Elsa forzando una sonrisa —. Buenas noches —añadió repentinamente, mientras daba media vuelta para irse a su habitación.
Lo cierto es que sí que había algo que inquietaba a Elsa: una voz, que la llamaba para alejarla del reino. Por lo visto, nadie más podía oírla, y, aunque lo había intentado, no había conseguido silenciarla. Un rato después, Anna se asomó al dormitorio de Elsa. —Llevas el chal de mamá —le dijo desde la puerta—. Solo te lo pones cuando algo va mal.
Como Elsa no quería preocupar a su hermana, simplemente le dijo: —Es solo que no quiero echarlo todo a perder. Anna siempre encontraba el modo de animar a Elsa, tanto con palabras como con hechos. —¿Qué haría yo sin ti? —dijo Elsa cuando Anna empezó a entonar la nana que les cantaba su madre cuando eran pequeñas. —Me tendrás siempre —le aseguró Anna. Elsa se quedó dormida, y Anna no tardó mucho más en acompañarla al mundo de los sueños.
Un poco más tarde, la misteriosa voz despertó a Elsa. Una vez más, la estaba llamando. Aunque Elsa quería que se callara, no podía evitar sentir curiosidad. ¿Y si pertenecía a alguien con poderes mágicos como ella? Decidió bajar al fiordo y, de camino, se le ocurrió responderle a la voz con un canto. Entonces sintió una especie de impulso y lanzó nieve al aire utilizando su magia. De la punta de sus dedos empezaron a surgir figuras que jamás había visto y que formaron un círculo a su alrededor: había varios renos y un chico y una chica que correteaban por un bosque.
Fascinada por las figuras que había creado, Elsa dejó que su magia se desatara ¡y una enorme onda expansiva recorrió el fiordo de punta a punta! La humedad ambiental se congeló y formó pequeños cristales de hielo que quedaron suspendidos en el aire. —Aire, fuego, agua, tierra… —dijo Elsa mientras iba señalando los símbolos que mostraban los cristales. Estaba asombrada por la fuerza y creatividad de su poder.
La onda expansiva hizo que Anna se despertara de golpe. Corrió hacia el balcón en busca de Elsa, pero lo que encontró fueron cientos de relucientes cristales de hielo flotando en el aire. Se quedó mirándolos maravillada. Luego divisó a su hermana, de pie en lo alto de un montículo de hielo que se alzaba junto al fiordo.
Cuando las miradas de las hermanas se encontraron, se produjo un estallido de luz cegadora procedente del norte y los cristales cayeron al suelo en forma de cascada. De inmediato, Elsa se dirigió hacia el pueblo.
Al mismo tiempo que caían los cristales, Arendelle se fue transformando. El agua dejó de fluir, el fuego se apagó, el viento rugió e hizo salir a los aldeanos de sus casas, y la tierra se onduló como el mar. Cuando todo el mundo estuvo a salvo en los acantilados que rodeaban Arendelle, Elsa les contó a Anna y a Kristoff lo de la voz, que más que decir nada, le había enseñado el Bosque Encantado. —Y ahora nos ha obligado a irnos del reino —añadió Anna. —Para protegernos —dijo Elsa. —¿De qué? —preguntó Anna. —Aún no lo sé —admitió Elsa.
El suelo volvió a temblar, pero esta vez se trataba de los trols de montaña, que llegaban rodando. El Gran Pabbie fue directo hasta Elsa. Los dos sabían que los espíritus de la naturaleza estaban enfadados. —El pasado no es lo que parece —dijo Pabbie—. Cuando uno no es capaz de ver futuro alguno, solo puede tratar de hacer las cosas bien. Para hacer lo correcto, Elsa sabía que tenía que encontrar la voz. —Y esta vez, Anna, no tengo miedo —le aseguró. El Gran Pabbie se plantó delante de Anna y le dijo que él cuidaría de los aldeanos, pero que ella debía vigilar a Elsa. —No dejaré que le ocurra nada —le prometió Anna.
Al amanecer, Anna, Kristoff, Olaf y Sven se reunieron con Elsa. Todos se amontonaron en el trineo de Kristoff y partieron hacia el norte de Arendelle.
Pasaron por muchos lugares que ya habían visto antes y siguieron adelante, adentrándose en lo desconocido.
Desde que se había aficionado a la lectura, Olaf sabía muchas cosas curiosas y pensó que ese viaje era la excusa perfecta para explicárselas a los demás. —¿Sabíais que el agua tiene memoria ? —les preguntó—. ¿Y que si eres hombre tienes seis veces más probabilidades de que te caiga un rayo encima? ¡Lo siento por ti, Kristoff! Con las primeras luces del alba, Elsa le pidió a Kristoff que detuviera el trineo. —Oigo la voz —les dijo.
Un poco más adelante, después de una pequeña elevación en el terreno, se encontraron con un gran muro de niebla resplandeciente. Elsa sabía que habían llegado al Bosque Encantado y fue directa hacia allí. Los demás la siguieron de cerca y en silencio. Elsa se detuvo antes de llegar a la niebla. Cuando sus amigos la alcanzaron, vieron que contemplaba el muro grisáceo como si esperara que ocurriera algo.
Kristoff y Olaf, que eran muy impacientes, no tardaron en acercarse a la niebla. Pero cuando el chico la tocó, al instante su mano rebotó hacia atrás. Olaf arrancó a correr hacia la niebla y, en cuanto la tocó, rebotó como si fuera una pelota. Muerto de risa, repitió lo mismo una y otra vez. Elsa cogió a Anna de la mano para que le diera fuerzas, y poco a poco la niebla se abrió para que pudieran pasar. —Prométeme que haremos esto juntas —dijo Anna. —Te lo prometo —le dijo Elsa.
La niebla siguió replegándose y dejó al descubierto cuatro monolitos de piedra. Elsa, Anna y sus amigos echaron a andar, y cuando dejaron atrás esos pilares ¡la niebla se cerró detrás de ellos y los dejó atrapados en el bosque! Los colores centelleantes de la niebla mudaron al unísono. Algo había cambiado. Ahora, en vez de hacerlos rebotar si la tocaban, esa extraña bruma los obligaba a avanzar en una dirección determinada. Y cada vez más deprisa.
De pronto, la niebla los empujó hacia un claro del bosque. —Pero ¿qué está pasando? —preguntó Kristoff. Olaf tocó la niebla de la cual acababan de salir y comprobó que de nuevo lo hacía rebotar. —Vale, está claro que no quiere que nos vayamos —dijo Kristoff. —Este bosque es precioso —dijo Elsa. Se pusieron a caminar bajo los suaves rayos de sol que iluminaban el bosque, como si estuvieran en un sueño. Los altísimos árboles de relucientes hojas doradas se alzaban majestuosos hacia el cielo. Todos aminoraron el paso, abrumados por tanta belleza.
Anna subió a un punto más elevado y se quedó sin aliento cuando vio lo que había al otro lado: ¡era la presa de las historias de su padre! La construcción era real y aún se mantenía firme. Kristoff se acercó a Anna, valorando si ese era el momento adecuado para entregarle el anillo que llevaba en el bolsillo. Sin embargo, antes de que pudiera empezar a hablar, Anna salió corriendo, alarmada porque había perdido de vista a su hermana.
Cuando Elsa oyó que Anna la llamaba, se dio la vuelta. —¡Elsa! Estás aquí —dijo Anna, aliviada. Elsa le aseguró que estaba bien, pero entonces se dieron cuenta de que habían perdido a Olaf.
El muñeco de nieve se había despistado mientras exploraba felizmente el Bosque Encantado. Y ahora estaba solo. —¿Anna? ¿Elsa? ¿Sven? ¿Samantha? —los llamó de una sola vez. Entonces se rio por lo bajini—. ¡Pero si no conozco a ninguna Samantha! Mientras miraba angustiado a su alrededor en busca de sus amigos, todo lo que antes había encontrado hermoso ahora le parecía terrorífico. Sin previo aviso, ante sus pies se abrió un gran agujero. Olaf se asomó a él. —¿Samantha? —gritó. El muñeco de nieve empezó a sentirse mejor al pensar que, cuando fuese mayor, todo cobraría sentido, ¡incluso esa extraña línea de fuego que de pronto surgió ante él!
Olaf siguió adelante hasta que encontró un arroyo. Miró el agua, con la idea de sosegarse al ver una cara conocida (¡la suya!), pero lo que se encontró en esas aguas profundas fue otra cosa muy diferente. El muñeco de nieve gritó y salió corriendo. Una vez más, se dijo que todas estas cosas espeluznantes le parecerían normales cuando fuera mayor. Incluso esa gran ráfaga de viento que ahora lo perseguía, doblando los árboles a su paso. —No pasa nada —se dijo Olaf, haciendo ver que no ocurría nada extraño.
Quien iba tras Olaf era el Espíritu del Viento, que lo alcanzó justo cuando aparecieron Elsa y los demás. La fuerte corriente de aire rompió al muñeco de nieve en varios trozos, que empezaron a dar vueltas y más vueltas. Al intentar ayudar a su amigo, todos se vieron arrastrados por el remolino de viento. Elsa usó su magia para evitar que una rama golpeara a Anna, y entonces el Espíritu del Viento los expulsó a todos del remolino excepto a ella. Desesperada, Elsa lanzó un flujo continuo de nieve al centro del vórtice.
El remolino se fue estrechando alrededor de Elsa hasta que, al final, ella abrió los brazos y dejó que se desatara todo su poder. El aire se llenó de nieve, que se congeló y formó magníficas esculturas de hielo. Cada una de ellas representaba un instante del pasado. —El agua tiene memoria —dijo Olaf. Eso explicaba por qué el hielo podía revelar momentos que habían sucedido hacían tanto tiempo. Una de las esculturas llamó la atención de las hermanas: ¡era el joven príncipe Agnarr en brazos de una chica!
Mientras contemplaban maravillados esa estatua, se oyeron voces detrás de unos arbustos. Anna arrancó la espada de hielo de una de las figuras de la escultura, la blandió para apartar la vegetación ¡y dejó al descubierto a un grupo de personas y renos! Antes de que pudiera reaccionar, vio como otros individuos descendían de los árboles y aparecían unos soldados. ¡Eran los nortuldra y los arendelianos de la historia del rey Agnarr! Los dos bandos, que seguían reñidos después de tantos años, ignoraron a Elsa, a Anna y a sus amigos y empezaron a pelearse.
La líder de los nortuldra, Yelana, discutía con el teniente arendeliano, Mattias. A Anna le resultaba familiar el rostro de Mattias, así que se acercó a él, aún con la espada en la mano. Sintiéndose amenazados al ver que Anna se acercaba armada, tanto los nortuldra como los arendelianos se abalanzaron sobre ella. Rápidamente, Elsa los derribó a todos con sus poderes. —¡Eso ha sido magia! ¿Lo has visto? —dijo Mattias, estupefacto. —Claro que lo he visto —respondió Yelana, igual de sorprendida. Mientras tanto, Olaf se había acercado a un chico y una chica nortuldra. —Hola, soy Olaf y me gustan vuestras simpáticas caras y vuestros gorros. —Hola, yo soy Ryder… Y ella es mi hermana, Honeymaren, y a nosotros nos gusta… que puedas hablar —dijo el chico, a quien se le hacía muy extraño hablar con un muñeco de nieve.
Cuando Mattias se puso de pie, Anna se lo quedó mirando intentando recordar de qué le sonaba. De pronto, lo supo: —En la biblioteca, segundo retrato desde la izquierda. ¡Eras miembro de la guardia oficial de nuestro padre! A Mattias le alegró muchísimo saber que el padre de las dos chicas era el rey Agnarr y que había conseguido regresar a Arendelle.
Yelana los interrumpió y se encaró con los tres y dijo: —¿Por qué la naturaleza regalaría el don de la magia a alguien de Arendelle? —Quizá para compensar las acciones de tu pueblo —respondió Mattias. Todos sabían que se refería a la batalla entre los nortuldra y los arendelianos. —Mi gente es inocente —replicó Yelana—. Nunca atacaríamos primero. —Algún día se sabrá la verdad —dijo Mattias. Elsa intentó poner paz. Les habló de la voz que la había atraído hasta el bosque, tal vez para enseñarle la manera de liberar a todo el mundo. Les pidió que confiaran en ella. —Nosotros solo confiamos en la naturaleza… —le respondió Yelana—. Cuando la naturaleza habla, nosotros escuchamos. Y justo en ese momento se produjo un brillante destello.
—¡El Espíritu del Fuego! —gritó Yelana. Rápida como una centella, una bola de fuego rodeó un árbol y lo encendió en llamas. Luego se puso a recorrer el bosque, quemándolo todo a su paso, y se desató el caos. Elsa persiguió el fuego y usó su magia para intentar evitar que se propagara. Cuando por fin lo alcanzó, descubrió que el Espíritu del Fuego no era lo que se había imaginado.
¡No era más que una pequeña salamandra ! Elsa la miró a los ojos y entendió perfectamente el sufrimiento y el miedo que sentía.
Lentamente, Elsa extendió la mano y el animalito se subió a su palma, buscando su tacto frío. Cuando la salamandra empezó a calmarse, las llamas del bosque se fueron apagando.
Entonces la voz misteriosa volvió a hablar. Tanto Elsa como la salamandra miraron hacia el lugar del que parecía proceder. —Alguien nos está llamando. ¿Quién es? ¿Qué debemos hacer, ahora? —preguntó Elsa, algo confusa. La salamandra se quedó mirando a la lejanía, y Elsa entendió de inmediato lo que intentaba decirle. —Vale —susurró—. Pronto tengo que seguir mi camino hacia el norte.
Cuando Elsa se reencontró con su hermana, se quitó el chal de su madre y se lo puso a ella, sabiendo que la reconfortaría. Al ver que a Ryder y a Honeymaren les intrigaba la prenda, Elsa les explicó que había sido uno de los objetos más preciados de su madre.
Ryder reconoció los símbolos del chal y llevó a las hermanas ante las esculturas de hielo que había creado Elsa con su magia. Al comparar el chal de su madre con el que llevaba la estatua de la chica, Elsa vio que eran idénticos. ¡Y así descubrió que la joven nortuldra que había salvado a su padre en el pasado era nada menos que su madre!
Todo el mundo se quedó de piedra al conocer el sacrificio que un enemigo había hecho por el otro. De repente, todas sus diferencias, riñas y sospechas se esfumaron. Acompañados por el clamor de los animales del bosque, cada nortuldra posó sus manos sobre los hombros de la persona que tenía delante y todos juntos se pusieron a cantar en voz baja. Yelana se resistió hasta que no pudo negar más el vínculo que había entre todos ellos. Cogió a Elsa y Anna de las manos. —Nos llamamos nortuldra. Somos el pueblo del Sol. Anna y Elsa se miraron, embargadas por la emoción. —Te prometo que liberaré este bosque y conseguiré que Arendelle vuelva a ser como antes —le dijo Elsa a Yelana. —Haremos todo lo que esté en nuestras manos —les aseguró Anna.
Todo el mundo se reunió en el campamento para celebrar con un estofado y vino caliente la importante promesa que les había hecho Elsa. Kristoff, que había descubierto que compartía con Ryder su amor por los renos, le enseñó el anillo que tenía para Anna. Ryder se ofreció para ayudarlo. —No sé absolutamente nada sobre mujeres, pero te aseguro que tenemos la manera más increíble de declararnos. Seguro que la impresionarás. Si comenzamos ahora, ¡estará todo listo antes del anochecer! —¿De verdad? —preguntó Kristoff. Ryder asintió. —¿Y sabes qué es lo mejor? ¡Habrá muchísimos renos!
En otra parte del campamento, Mattias compartía con Anna las sabias enseñanzas de su propio padre. —Justo cuando crees que por fin has encontrado tu camino, la vida te marca un nuevo rumbo. Anna sabía qué venía después de eso: que uno simplemente debe tratar de hacer las cosas bien. Mattias asintió, pero no le pasó por alto la cara de preocupación que puso Anna cuando Elsa pasó cerca de ellos.
Elsa había ido a sentarse junto a la hoguera con Honeymaren. La chica nortuldra le enseñó los símbolos de los espíritus de la naturaleza que adornaban el chal y le explicó su significado. A Elsa le sorprendió descubrir que existía un quinto espíritu, el puente. Se decía que unía la magia de la naturaleza con los humanos, pero que había desaparecido cuando la gente había dejado de escuchar a la naturaleza. Algunos ancianos afirmaban haberlo oído gritar el día que el bosque quedó hechizado.
De pronto, el suelo empezó a temblar. Se acercaban los Gigantes de Tierra, que hacían temblar el suelo con cada zancada que daban. Todos se escondieron, pero los gigantes parecían percibir a Elsa y el rastro de su magia. Al ver que se acercaban a Elsa, Anna gritó para atraerlos. Rápidamente, Elsa lanzó sus poderes hacia el cielo nocturno para confundir a los Gigantes de Tierra, que se dejaron llevar por el engaño y se marcharan en otra dirección.
Mientras los gigantes se alejaban, Elsa decidió ir tras ellos, pensando que podría calmarlos tal como había hecho con los espíritus del viento y del fuego. —No quiero volver a poner a nadie en peligro. Así que nos iremos ahora y encontraremos la voz —explicó Elsa. Anna accedió, pero primero quería avisar a Kristoff. Lo buscó, pero no lo encontró. Con el corazón en un puño, siguió a su hermana hacia el norte. En una pradera cercana, los preparativos de la pedida de mano ya casi habían terminado. Había flores, mariposas, renos… Pero Anna no apareció. En su lugar llegó Yelana, quien le dijo a Kristoff que la reina y la princesa habían partido hacia el norte. Luego lo dejó a solas con sus pensamientos. Kristoff no se podía creer que Anna se hubiera ido sin él. Caminó por el bosque, preguntándose si de verdad encajaba en el futuro de Anna.
De camino al norte, Elsa, Anna y Olaf habían llegado a lo alto de una colina. Atónitas, las hermanas divisaron los restos de un antiguo buque naufragado. Llevaba una bandera de Arendelle desgarrada que ondeaba con el viento. Anna y Elsa se quedaron sin respiración ante tal descubrimiento: ¡era el barco de sus padres! Se acercaron corriendo para echarle un vistazo.
Anna y Elsa inspeccionaron la embarcación en busca de cualquier pista que pudiera revelarles por qué sus padres habían ido al Mar Oscuro. Anna se arrodilló y palpó la cubierta mientras decía: —Todo barco arendeliano tiene un compartimiento impermeabilizado. Anna no tardó en encontrarlo, y en su interior halló un mapa. Las hermanas lo desplegaron en la cubierta y vieron que el río Ahtohallan, al otro lado del Mar Oscuro, estaba claramente señalizado. ¡Así que sus padres habían emprendido el viaje en busca de respuestas sobre la magia de Elsa! Con sus poderes, Elsa extrajo la humedad del viejo buque y creó una escultura de hielo que representaba un momento del viaje de sus padres: el rey Agnarr y la reina Iduna se sostenían el uno al otro antes de que se los tragaran las olas.
Elsa salió corriendo del barco. —¡Todo fue culpa mía! —exclamó, mientras las lágrimas le rodaban por las mejillas. Anna le dijo que ella no era responsable de las decisiones que habían tomado sus padres, y le recordó que tenía que llevar a cabo una importante misión.
—Si alguien puede arreglar el pasado, salvar Arendelle y liberar este bosque, eres tú —insistió Anna—. Yo creo en ti, Elsa, más que en todo y en todos.
Una vez más, Anna le había devuelto la confianza a su hermana. Elsa prometió cruzar el Mar Oscuro y encontrar el río Ahtohallan, pero quería hacerlo sola.
—No, lo vamos a hacer juntas —dijo Anna. Y le recordó que la nana que les cantaba su madre incluía una advertencia—. ¿Quién evitará que vayas demasiado lejos? Pero Elsa se negó. —Has dicho que crees en mí y que he nacido para hacer esto. —Y no pretendo impedírtelo —dijo Anna—. Pero no puedo perderte, Elsa. —Yo tampoco, Anna —le contestó, y las dos hermanas se abrazaron. Con su magia, Elsa formó un bote de hielo bajo los pies de Anna y Olaf e hizo que se deslizaran por un sendero resbaladizo. Anna se revolvió, intentando detener el bote. Pensó que lo había conseguido cuando cambiaron de dirección y se salieron del camino, pero entonces se precipitaron por una pendiente. Anna y Olaf fueron a parar a un río y se alejaron de Elsa irremediablemente.
Los dos estaban enfadados con Elsa por haberse deshecho de ellos. Sin embargo, cuando Anna se dio cuenta de que Olaf también estaba asustado, intentó calmarse. —Eh, tranquilo. Yo nunca te abandonaré, Olaf. Jamás —le dijo. Olaf esbozó una sonrisa radiante.
—Prométemelo —le pidió él levantando la ramita que le hacía de meñique. —Te lo prometo —le dijo Anna, enlazando su meñique con el de Olaf.
Entonces Anna vio algo y mandó callar a Olaf. —Eso no se hace —refunfuñó Olaf—. Es de mala educación… Sin embargo, en cuanto descubrió que el río estaba rodeado de Gigantes de Tierra dormidos, el muñeco de nieve bajó la voz. —Son inmensos… —susurró.
Desesperada, Anna se puso a buscar una forma de escapar y vio que un poco más adelante el río se bifurcaba. —Agárrate, Olaf —le susurró—. Intenta no gritar. La chica cogió una rama y la usó para alejarse de los Gigantes de Tierra y sus ronquidos. ¡Y entonces fueron directos hacia una catarata!
La caída por la catarata hizo añicos el pequeño bote y ellos fueron a parar a un extraño lugar. Anna encendió una antorcha y le devolvió a Olaf su nariz. —Gracias —dijo él, volviendo a colocársela en la cara—. ¿Dónde estamos? —¿Será una cueva sin salida? —se preguntó Anna. —¡Pero con una entrada espeluznante y negra como la boca de un lobo! —añadió Olaf poco antes de descubrir una pequeña abertura detrás de una roca. Olaf cogió a Anna de la mano y se adentraron en la oscuridad. Asimismo, ambos no dejaban de preguntarse qué habría sido de Elsa.
Elsa finalmente había llegado a la orilla del turbulento Mar Oscuro. Entrecerró los ojos y miró más allá de las colosales olas, tratando de adivinar lo que había al otro lado. Se deshizo la trenza y se ató el cabello en una cola. Luego se quitó el manto y las botas, retrocedió unos pasos y cogió aire.
Elsa corrió hacia el agua y, según iba entrando en ella, se iban formando bajo sus pies placas de hielo con forma de copos de nieve. El hielo la mantenía a flote mientras se alejaba de la orilla. Una ola se alzó ante ella. Elsa intentó llegar a lo alto antes de que rompiera, pero no lo consiguió y la corriente la arrastró, tanto a ella como a las placas de hielo que la sostenían.
Mientras intentaba llegar a la orilla, se subió a una roca. Cuando otra ola se abalanzó sobre ella, Elsa la congeló y la usó para deslizarse. No obstante, la ola siguiente rompió el hielo y Elsa se hundió en el agua. Ni siquiera tuvo tiempo de fijarse en la enorme criatura que la observaba.
En las profundidades del mar, un destello de luz iluminó al Nokk del Agua. Era un extraño caballo, que se acercó nadando a Elsa y la miró a los ojos antes de desaparecer con el siguiente relámpago.
Cuando Elsa consiguió llegar a la superficie del agua, echó a correr. El Nokk del Agua la siguió y embistió el hielo que la mantenía a flote. Los dos se enzarzaron en una pelea, ora encima del agua ora debajo. Finalmente, Elsa usó su magia para crear una brida de hielo.
Elsa montó el majestuoso Nokk del Agua, dispuesta a seguir la voz que no dejaba de llamarla. La guiaba hacia el río secreto, el Ahtohallan, que según se decía tenía todas las respuestas del pasado. Tal vez allí podría descubrir el modo de romper la maldición del Bosque Encantado. Solo así podría liberar a los arendelianos y a los nortuldra que llevaban treinta años allí atrapados. Elsa oía la voz cada vez más fuerte. —Te oigo, ¡ya vengo! —dijo con una sonrisa.
Siguiendo la llamada de la misteriosa voz, Elsa cabalgó sobre las olas a lomos del majestuoso Espíritu del Agua hasta llegar a la orilla opuesta del Mar Oscuro. ¡Por fin estaba en Ahtohallan! Por primera vez en su vida, Elsa se sintió en paz por completo. El viaje la había cambiado, se sentía liberada. Estaba convencida de que conseguiría devolver la paz y la armonía a esas tierras atormentadas.
Pero cuando Elsa se acercó al río Ahtohallan, aún a lomos del Nokk del Agua, se llevó una buena sorpresa: ¡en realidad era un glaciar! Entonces, se dio cuenta de que la voz la llamaba desde el interior de la gran masa de hielo. Elsa se apeó del Nokk del Agua. En cuanto puso un pie en el suelo helado, notó que la poderosa magia del Ahtohallan la envolvía, y ni siquiera se dio cuenta de que el Nokk del Agua se daba la vuelta y desaparecía en el Mar Oscuro.
Elsa entró en una cueva de hielo. Estaba tan nerviosa como emocionada. Le parecía que había estado toda la vida esperando llegar allí.
Elsa continuó siguiendo a la voz, que la llamaba desde algún lugar de aquel misterioso mundo helado. Con valentía, saltó de un pilar al siguiente. Cuando comprendió que la voz procedía del fondo del abismo, creó una escalera y se adentró en la oscuridad. Nada le impediría llegar hasta la voz.
Finalmente, Elsa llegó a una gran sala diáfana. En las paredes y el techo había imágenes borrosas que parecían danzar, pero Elsa no podía verlas bien. Sin embargo, cuando se puso a cantar, algunas de esas imágenes se hicieron más nítidas. Eran recuerdos del pasado, y la mujer que la miraba era la dueña de la voz que la llamaba: su madre, Iduna.
Cuando Iduna se puso a cantar junto a Elsa, el resto de las imágenes también se vieron con claridad. Elsa notó que sus poderes iban creciendo y floreciendo, y entendió cuál era su auténtico destino. Y entonces Elsa se transformó en la Reina de las Nieves.
Elsa estaba eufórica. Con sus poderes, atrajo hacia sí docenas de recuerdos que revelaban el secreto de lo que realmente había ocurrido en el Bosque Encantado. Elsa siguió hurgando en los recuerdos hasta que llegó a los más lejanos, tal como le había advertido la nana que le cantaba su madre.
Cuando finalmente Elsa descubrió la sorprendente verdad que había detrás de tantas mentiras, una masa de hielo la envolvió, la levantó del suelo ¡y la congeló por completo! Desesperada, con su último aliento Elsa envió un mensaje a Anna para revelarle lo que había descubierto.
Al otro lado del Mar Oscuro, Anna seguía en la cueva con Olaf. Elsa se había negado a que la acompañaran en su peligrosa travesía. Había preferido que estuvieran a salvo. Cuando el mensaje mágico de Elsa llegó hasta ellos, se formó una figura de hielo y Anna por fin supo la verdad que les habían escondido durante tanto tiempo: su abuelo había construido la presa para engañar a los nortuldra y poder acercarse a ellos y atacarlos. Había sido él quien había provocado la batalla que había hecho que los espíritus de la naturaleza sumieran el Bosque Encantado en esa niebla impenetrable.
Anna supo exactamente lo que tenía que hacer. Sin embargo, mientras salían de la cueva, la joven se fijó en algo que la detuvo en seco: ¡del cuerpo de Olaf se desprendían copos de nieve! Anna comprendió de inmediato lo que sucedía. La magia de Elsa se estaba debilitando, y eso solo podía significar que su hermana se hallaba en apuros. Anna abrazó al muñeco de nieve e, intentando contener las lágrimas, le dijo: —Te quiero.
Segundos después, Olaf desapareció, y Anna supo enseguida que Elsa también se había ido. Entristecida y pensativa, Anna fue a sentarse sobre una roca y allí se quedó completamente inmóvil, durante un buen rato, intentando imaginar cómo sería su vida a partir de entonces, sin su querida hermana… y sin su muñeco de nieve preferido. La expresión de su cara lo decía todo.
Anna respiró profundamente. Debía ser fuerte para poder hacer lo correcto: destruir la presa. Sabía bien que las aguas inundarían para siempre su querido Arendelle, y pensó que quizá por eso los espíritus los habían obligado a evacuar a la gente. En Arendelle ya no quedaba nadie. Anna salió de la cueva y se quedó mirando a su alrededor durante un rato. Luego, con paso lento, se dirigió hacia el río.
En la orilla del río, Anna encontró a los Gigantes de Tierra. —¡Despertaos! —les gritó. Los gigantes se incorporaron y empezaron a perseguirla. Anna esquivó árboles y arbustos y los fue guiando hacia las profundidades del bosque. ¡Pero de pronto un Gigante de Tierra se interpuso en su camino! Por suerte, Kristoff y Sven llegaron al galope y la rescataron justo a tiempo.
Kristoff y Sven llevaron a Anna lo más cerca que pudieron de la presa, pero el teniente Mattias, el soldado arendeliano, intentó detenerla. Daba la impresión de que conocía su plan. —La presa debe caer —dijo Anna. Entonces le explicó que el rey Runeard había sido un traidor y que Elsa se había sacrificado para que se supiera la verdad. Mattias reflexionó, y al final sus soldados y él accedieron a ayudarla. Anna salió corriendo hacia el centro de la presa. —¡Lanzad las rocas! —les pidió a los gigantes. Cuando la construcción empezó a desmoronarse bajo sus pies, Anna corrió hacia Mattias y saltó. ¡Él y Kristoff la agarraron justo en el último momento!
El generoso acto que acababa de llevar a cabo Anna provocó que sucediera algo mágico en el Ahtohallan: ¡el hielo que retenía a Elsa se rompió! Elsa se montó en el Nokk del Agua y volvió a Arendelle. Ahora que la presa había caído, una enorme oleada de agua se dirigía al pueblo. Cuando Elsa y el Nokk del Agua llegaron a Arendelle, se pusieron ante la ola y Elsa la congeló. ¡Y así salvó el pueblo!
Cuando la niebla del Bosque Encantado se disipó, todos miraron hacia el cielo. El maleficio se había revocado y por fin eran libres. Las diferencias entre ambos pueblos se esfumaron como la niebla mágica, y juntos organizaron una celebración. —Treinta y cuatro años… —empezó a decir Mattias. —Cinco meses… —continuó Yelana, la líder de los nortuldra. —Y veintitrés días —terminó Mattias. Antaño enemigos, Yelana y Mattias se miraron y sonrieron.
Cuando vio llegar a Elsa encima del Nokk del Agua, Anna rompió a llorar de alegría y emoción. Exultante, se abalanzó sobre su hermana y la abrazo. Las dos se dieron cuenta de que habían cumplido su propósito porque cada una había hecho su parte, y se prometieron que siempre actuarían juntas. El destino de Elsa era estar con los espíritus del agua, el fuego, la tierra y el viento, mientras que el de Anna era ser la reina de Arendelle.
Con la ayuda de Galerna, el Espíritu del Viento, Elsa resucitó a Olaf. El muñequito de nieve se alegró muchísimo de volver a estar con sus amigos. —¡Menos mal que el agua tiene memoria! —dijo Elsa. Pero aún había más sorpresas. Kristoff se arrodilló ante Anna y le ofreció el anillo de compromiso. —Te quiero con todo mi corazón. ¿Quieres casarte conmigo? —¡Sí! —exclamó Anna.
Varias semanas después, la reina Anna y el general Mattias, acompañados por los habitantes del pueblo, se disponían a inaugurar una escultura como símbolo de la paz. La obra esculpida representaba a su madre, una joven muchacha nortuldra, y a su padre, el joven príncipe de Arendelle. Galerna llegó y rodeó a Anna. —Tengo un mensaje para mi hermana —le dijo Anna, mostrando una nota. Galerna se la llevó y se alejó del reino.
Galerna entró como un soplido en el Bosque Encantado y Elsa cogió la nota que le traía. «Mímica, este viernes por la noche —leyó—. No llegues tarde. Y no te preocupes, todo va bien en Arendelle. Sigue cuidando a los espíritus. Te quiero». Aunque vivían separadas, las hermanas estaban más unidas que nunca. Estaban seguras de que, juntas, eran el puente que mantenía la paz y la armonía en el mundo. El Nokk del Agua salió del río. Elsa lo recibió con cariño, y luego se montó en él para ir a disfrutar de un paseo por el bosque.
Mientras galopaban, Elsa y el Nokk del Agua acompasaron sus movimientos, como si fueran un solo ser. Elsa se sentía libre y más feliz que nunca. Tanto su hermana como ella estaban exactamente en el lugar que les correspondía.
Anna y Olaf se dirigían a la biblioteca de Arendelle cargados de libros. Para Anna, lo mejor de acompañar a la biblioteca a su muñeco de nieve favorito era escuchar algunos de los datos curiosos que había leído.
—¿Sabías que las ardillas no pueden eructar? —le preguntó Olaf. —Pues no, no lo sabía —respondió Anna.
Pero cuando llegaron, Oddvar, el bibliotecario, les anunció que la biblioteca permanecería cerrada durante unos días. Iba a ausentarse para celebrar la reunión familiar anual.
Anna se quedó muy disgustada con la noticia. Una biblioteca cerrada le parecía una de las cosas más tristes que pudiera imaginar. —Quizá alguien podría sustituirte hasta que regreses —propuso Anna.
Pero Oddvar no parecía muy convencido con la propuesta de Anna. —Conozco al candidato idóneo —dijo Anna. A continuación, le habló de alguien de total confianza, a quien le encantaba leer y contar historias casi tanto como dar abrazos calentitos.
—Sin duda, son cualidades muy apreciadas en un bibliotecario — reconoció Oddvar. —¿De quién se trata? —preguntó Olaf emocionado. —¡De ti! —exclamó Anna.
—¿Yo? ¡Me encantaría ayudarte! —le dijo Olaf a Oddvar. —Además, tiene muy buen olfato para los libros —comentó Anna.
—Sí, incluso a veces uso mi nariz como marcapáginas —añadió Olaf divertido.
Al principio, Oddvar se mostró algo indeciso con la propuesta. Advirtió a Olaf de que administrar una biblioteca no era tan simple como parecía; en realidad, era una gran responsabilidad. Pero, al final, el entusiasmo del
muñeco de nieve acabó por convencer a Oddvar.
Oddvar ya tenía el equipaje preparado, así que solo le restó montarse en su carro y tomar las riendas. Se despidió saludando con la mano y se dispuso a abandonar el pueblo.
¡El gran sueño de Olaf se había hecho realidad! Disponía de la mayor colección de libros de Arendelle, y podía leer el volumen que quisiera y cuando quisiera. Solo había un pequeño problema... No sabía por dónde empezar.
Podía leer sobre la nieve mientras estaba tumbado al sol. Podía leer sobre repostería sentado encima de una pila de libros. E, incluso, podía intentar coger un libro de lo más alto de una estantería subiéndose a una pila de libros que no paraba de tambalearse.
Olaf se lo estaba pasando tan bien representando lo que estaba leyendo que no se dio cuenta de que los niños lo miraban por las ventanas. Los niños del pueblo habían advertido que había actividad en la biblioteca y se habían acercado a investigar.
—¿Qué estás haciendo, Olaf? —preguntó uno de los niños. —Leer —contestó Olaf—. Es lo que más me gusta hacer. ¿Sabías que las babosas tienen cuatro narices?
Olaf entregó un libro a cada uno de los chicos.
Pronto, todos los niños estaban enfrascados en la lectura y descubriendo muchas cosas. —¿Sabíais que algunos caracoles tienen más de catorce mil dientes en la lengua? —dijo uno. —¿De verdad? Pues las mariposas pueden saborear con sus patas —dijo otro.
Cada día aumentaba el número de visitantes que acudían a la biblioteca. Olaf recibía a todos con un abrazo calentito y un buen libro. Anna nunca había visto la biblioteca tan abarrotada...
... ni tan diferente. —¿Qué te parece? —le preguntó Olaf. El muñeco de nieve había hecho algunos cambios. Había agrupado algunos libros por el color de sus cubiertas. Había formado una enorme torre de libros en espiral. Y había creado un divertido arco de libros para que los chicos pasaran por debajo. —La verdad es que es una forma muy personal de organizar una biblioteca —respondió Anna.
Justo en ese momento, llegó Oddvar. —Olaf ¿pero qué has hecho? —gritó mientras miraba alrededor. —Creo que le vendría bien un abrazo —le susurró Olaf a Anna. —No estoy segura de que sea la mejor idea en este momento —le advirtió Anna, algo temerosa. —Esto es... ¡maravilloso! —exclamó el bibliotecario mientras abrazaba a Olaf.
Era la primera vez que la biblioteca estaba llena de niños. Todos querían descubrir cosas nuevas y llevarse un libro a casa. Y aunque les encantaban las formas que Olaf había creado con los libros, entendieron que para encontrar lo que buscaban tenían que volver a ordenarlos en las estanterías. Todos se ofrecieron a ayudar.
Debido al gran éxito de Olaf para fomentar la lectura, Anna lo nombró embajador oficial de la biblioteca. A partir de ahora, podría compartir su pasión por las grandes historias y ayudar a otros a descubrir la magia de los
libros siempre que quisiera.
—Mi primer acto como embajador será celebrar una gran feria del libro. ¡Me encantan las ferias! —anunció Olaf.
Anna, Elsa, Kristoff e incluso Sven colaboraron para que el acontecimiento fuera todo un éxito.
Todo el pueblo estuvo de acuerdo en que la feria del libro había sido una idea novedosa y un gran éxito. ¡Había sido increíble! Así que enseguida empezaron a organizar la siguiente edición y a pensar en ideas brillantes. Estaban seguros de que aún sería más divertida y exitosa.
La campana del castillo resonó en Arendelle cuando se empezó a poner el sol. Anna, Elsa, Kristoff y Olaf habían estado esperando oír ese agradable sonido durante todo el día.
Habían tenido una jornada muy atareada, pero siempre reservaban un hueco para la noche de juegos en familia. Estaban impacientes por disfrutar de otra divertida velada.
Los amigos se reunieron en el palacio. Olaf no quiso perder ni un segundo y propuso jugar a las adivinanzas con mímica.
—Empezaré yo —comentó Olaf. En un periquete, el muñeco de nieve recompuso su forma para parecer un cerdito. —¿Y si esta noche jugamos a algo nuevo? —propuso Anna. Olaf parecía confundido.
—Es que últimamente siempre jugamos a lo mismo —se explicó Anna. —Y tu habilidad para adoptar formas de cuerpo diferentes... Elsa hizo una pausa para tratar de encontrar las palabras adecuadas, y Olaf aprovechó para volver a cambiar de figura. —¡Es increíble! —remató Anna. Olaf se detuvo a pensar en todas las ocasiones que jugaban a mímica y se dio cuenta de que su equipo siempre ganaba. —¿Pensáis que me resulta demasiado fácil ganar? —preguntó. —Exactamente —dijo Elsa, aliviada.
Olaf se mostró eufórico por jugar a algo nuevo. —¿Y a qué jugamos? —preguntó. Elsa sugirió jugar a las estatuas en el patio. —Si la persona que pilla te toca, tienes que quedarte quieto como una estatua. Pero si alguien más vuelve a tocarte, te libera y puedes volver a correr.
Jugar a las estatuas bajo las estrellas sonaba genial. —¡El que llegue el último, pilla primero! —gritó Anna mientras salía corriendo del palacio.
Kristoff, Anna y Olaf empezaron a correr por el patio, pero entonces, Elsa extendió la mano y dejó a todo el mundo con los pies congelados. —Ups... ¡Ha sido sin querer! —se excusó. Elsa pensó que quizá era preferible que pillara otra persona. Anna se ofreció encantada.
Anna alcanzó y tocó a Kristoff, así que al chico no le quedó otro remedio que quedarse quieto como una estatua, tal y como decían la reglas del juego. Unos instantes más tarde, Olaf intentó salvar a Kristoff, pero
también cayó bajo las redes de Anna.
Justo cuando Anna estaba a punto de tocar a Elsa, ¡sus zapatos se volvieron a quedar congelados en el suelo! Elsa sonrió, avergonzada. —Creo que quizá deberíamos jugar a otra cosa...
Anna sugirió uno de sus juegos de mesa favoritos: el ajedrez. —Pero al ajedrez solo pueden jugar dos personas —comentó Kristoff. —Podemos jugar por equipos —sugirió Anna. Anna sacó el tablero de ajedrez e hizo un repaso de las reglas. Olaf se mostró algo confundido, pero su amiga lo tranquilizó. —¡No te preocupes! Lo acabarás entendiendo. Será divertido.
Durante la partida, Anna se fue animando cada vez más; se lo estaba pasando realmente bien. En un momento determinado, no pudo evitar intervenir cuando vio el movimiento que Kristoff y Olaf estaban a punto de realizar. —Mmm... ¿Y por qué no hacéis esto? —dijo moviendo una de las piezas a una posición mejor. A continuación, Elsa adelantó una de sus torres tres casillas, y Anna pestañeó nerviosa. Entonces, Elsa volvió a colocar la torre en su lugar y su hermana asintió satisfecha.
Poco después, Anna movía las piezas de su equipo... y también las del contrario. La noche de juegos en familia se había convertido en «la noche de Anna jugando sola al ajedrez». Cuando finalmente se dio cuenta, esbozó una sonrisa. —Creo que me he emocionado un pelín... —dijo—. Este juego tampoco acaba de ser el más apropiado, ¿verdad? Entonces, todos miraron a Kristoff. Le tocaba elegir el siguiente juego. —Pensé que nunca llegaría este momento —dijo sonriendo.
—Vamos a necesitar algo de espacio —dijo Kristoff mientras los conducía al salón de baile. Kristoff les explicó un juego al que solía jugar con sus amigos los trols. Se llamaba «Raíces y copas de los árboles». —Y el objetivo no consiste en ganar o perder —añadió. Anna lo miró confundida. —Un momento... ¿cómo? ¿Nadie gana? —preguntó la joven.
El juego requería creatividad, equilibrio y coordinación. Intentaron seguir las indicaciones de Kristoff a rajatabla, pero siempre acababan cayéndose todos al suelo; no había manera de evitarlo.
Kristoff se dio cuenta de que su juego tampoco acababa de funcionar. —Seguro que es más divertido con los trols —dijo Olaf. Luego preguntó —: ¿Alguien ha visto mi nariz? —La encontré —dijo Kristoff, colocándosela de nuevo en su sitio.
—¿Y ahora a qué jugamos? —preguntó Elsa encogiéndose de hombros. —¿Y si hacemos una pausa para comer algo? —dijo Anna. Los amigos se dirigieron a la cocina para descansar un rato. Pero Olaf tuvo otra idea y salió en dirección contraria.
El muñeco de nieve se dirigió al lugar donde sabía que siempre podía encontrar respuestas: la biblioteca. Olaf seleccionó algunos libros y buscó un lugar acogedor para leer. Estaba decidido a dar con el juego perfecto.
Cuando Anna, Elsa y Kristoff terminaron de picar algo, se dieron cuenta de que Olaf había desaparecido. —¿Dónde se habrá metido? —preguntó Elsa, extrañada. Sabían que Olaf no solía perderse ni un minuto de la noche de juegos. —¡Ya lo tengo! —dijo Kristoff—. ¡Está jugando al escondite!
—¡Claro, debe de ser esto! —exclamó Anna, emocionada—. ¡Hace siglos que no jugamos al escondite! Elsa sonrió y dijo: —Buena idea, Olaf.
—¡El que no se ha escondido, tiempo ha tenido! —dijo Anna en voz alta. Y comenzaron a buscar al muñeco de nieve por todo el palacio, que estaba a oscuras y en silencio. El suelo crujía y se veían muchas sombras por las paredes. Jugar al escondite por la noche era un tanto inquietante, pero muy divertido. Miraron por todas las esquinas, detrás de las puertas y debajo de las mesas. Había tantos lugares donde esconderse, que no había manera de encontrar a Olaf.
Entonces, sucedió algo extraño: ¡también desapareció Elsa! Anna y Kristoff se separaron y continuaron buscando por el palacio. Ahora tenían que encontrar a Olaf y a Elsa.
De repente, Anna se quedó parada. Todo estaba extrañamente tranquilo y silencioso. ¡Tic tac! ¡Tic tac! Únicamente se escuchaba el sonido de las agujas del reloj. Aquello empezaba a ser demasiado aterrador. Anna salió corriendo a buscar a Kristoff, pero no lo vio por ningún lado. No se lo podía creer, ¡Kristoff también había desaparecido!
Sintió un escalofrío cuando iba caminando por la biblioteca, y se preguntó dónde estarían escondidos sus amigos. Anna abrió lentamente la puerta de un pequeño armario y...
... ¡los descubrió a todos allí metidos! Los amigos empezaron a reír mientras caían libros por todos los lados. —Olaf, has reinventado el juego del escondite —dijo Anna con una sonrisa—. Nos tenías a todos buscándote. ¡Ha sido muy divertido! —No lo habría logrado sin la ayuda de estos amigos —dijo Olaf, sonriendo a su pila de libros—. Los libros son una forma tan deliciosa de distraerse...
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Primera edición en libro electrónico (epub): noviembre de 2021 ISBN: 978-84-18939-32-7 (epub) Conversión a libro electrónico: Newcomlab, S. L. L. www.newcomlab.com
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