Nik Gaturro y el misterio de las cinco Ágathas / Nik ; ilustrado por Nik. - 1a ed. - Buenos Aires : Sudamericana, 2013. (Gaturro para chicos) EBook PDF. ISBN 978-950-07-4380-8 1. Historietas. I. Humor infantil argentino. Nik, ilustr. II. Título CDD 741.5
Dirección editorial: Mariana Vera Coordinación: Natalia Méndez Gerente de producción: Stella Maris Gesteiro Colaboración en textos: Melina Knoll Corrección: Silvia Villalba Idea original / Edición creativa e ilustraciones: Laura Losoviz - Nik Diseño gráfico: Christian Argiz Colaboración en ilustraciones: Fabián de Los Ríos Páginas 28-29 / 46-47 / 58-59 / 70-71 / 86-87 / 96-97
Edición en formato digital: junio de 2013 © 2012, Random House Mondadori S.A. Humberto I 555, Buenos Aires.
Diseño de cubierta: Random House Mondadori, S.A. Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin permiso previo por escrito de la editorial. ISBN 978-950-07-4380-8 Conversión a formato digital: Libresque
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SED
DE
AVENTURA
Esa noche, Gaturro y su familia estaban de festejo. Celebraban que Luz había decidido hacer ella misma la cena. Para la ocasión, les había preparado uno de sus platos predilectos: amasada en casa y con sus propias manos. Sobre la masa, además de las infaltables pomarola y mozzarella, había puesto de todo y para todos los gustos: jamón, morrones, aceitunas verdes, aceitunas negras, rodajas de cantimpalo, hojas de rúcula, queso rallado, palmitos y anchoas de exportación. Pero a Gaturro lo único que le interesaba de todos esos ingredientes eran las anchoas. Y sin que nadie se diera cuenta, fue robando y comiendo cada una de las anchoas de las porciones de pizza que se sirvieron en los platos. —¿Dónde estaban las de la 9
pizza? —preguntó el padre, revisando el ticket del supermercado—. Acá dice que compraste un frasco grande, pero yo no probé ni una. —Mezcladas con el resto —respondió la madre mientras levantaba la mesa. Gaturro, relamiéndose, sonreía, feliz de que no lo hubieran descubierto. Pero después de haberse comido él solo todo el frasco de anchoas, tenía tanta sed que le daban ganas de tomarse hasta el agua de la pecera del pobre Emilio. —Cuánta sed tiene hoy Gaturro —observó el padre, preocupado. —Debe ser el calor —dijo la madre—. Aunque no le guste, voy a mojarle un poco la cabeza —y acto seguido, para odio de Gaturro, le la frente con varios chorritos de agua helada. Después de la sobremesa con un rico té de hierbas digestivas, se fueron todos a dormir. 10
Pero Gaturro daba vueltas en la cama y no podía conciliar el sueño. La y el no lo dejaban descansar. Hasta que se le ocurrió probar suerte contando ovejitas. Al parecer, el método dio resultado y Gaturro empezó a dar unos cuantos hasta que se durmió. Pero a los pocos minutos tuvo una pesadilla: soñó que montada en una de las ovejitas que saltaban la valla venía su Abuelurra. —Abuelurra, ¿qué hacés ahí arriba? —la interrogó en sueños Gaturro, muy fastidiado. —Ay, nene, ¡no sabés el saquito divino que te voy a hacer con la lana de esta oveja! —respondió entusiasmada Abuelurra, dándole
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fustazos al pobre animal con sus agujas de tejer. —¿Un saquito? ¡Pero hace mucho calor! —protestó Gaturro. —Ahora hace calor, ¡pero dicen que va a refrescar! —No, Abuelurra, por favor. ¡Un saquito no! ¡Un saquito En ese momento, Gaturro se despertó transpirado como si tuviese cuarenta grados de fiebre. Sintió que tenía la lengua tan áspera y pinchuda como una virulana. Miró el reloj de la mesita de noche. En pocas horas sonaría la alarma para ir al colegio, pero no podría volver a dormirse si antes no se levantaba a tomar un poco de agua fría. La casa estaba a oscuras. Todos dormían.
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Sin encender la luz, Gaturro fue hasta la cocina chocando contra las paredes y prometiéndose que no probaría una sola anchoa más en toda su vida. Pero cuando estaba por abrir la heladera para sacar la jarra con agua, una voz muy familiar comenzó a llamarlo entre sollozos desde algún lugar de la cocina. — —gemía la voz—. Socooorro, Gatuuuurrooooo... Parecía ser la voz de Ágatha la que le pedía auxilio. — —preguntó Gaturro mirando hacia todos lados, pero sin lograr ver nada ni a nadie. —Sí, soy yo. —Pero, ¿dónde estás? —Estoy acá abajo, me caí por la rejilla. ¡Vas a tener que bajar a buscarme ! Gaturro pegó la oreja a la baldosa para escuchar mejor la voz del amor de su vida, que ahora llorando a mares seguía pidiéndole ayuda. 13
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—¡No te preocupes, Ágatha, no llores! Yo te voy rescatar. Se tiró al suelo y desatornilló la rejilla lo más rápido que le dieron las garras. Luego comprimió su cuerpo todo lo que pudo. Y finalmente, haciendo grandes esfuerzos, logró meterse y empezar a descender por aquel hueco oscuro.
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GATURRO CUESTA ABAJO Gaturro gateó y gateó hacia abajo por caños y tuberías, hasta que por fin aterrizó en el fondo dando un golpe seco contra el suelo mojado. —¡Ágatha, acá estoy, ya llegué! —gritó mientras se incorporaba. El eco de sus palabras siguió rebotando en el aire durante algunos segundos. Pero Ágatha no le respondió. Ahí abajo, la era era casi completa. Gaturro lamentó no haber llevado una linterna, una vela o al menos una cajita de fósforos que le permitiera alumbrar el camino. "Esto de que los gatos podemos ver de noche es una absoluta mentira", pensó mientras se agarraba de una de las paredes laterales del túnel. —¿Ágatha, dónde te metiste? —gritó. Pero
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nuevamente, como única respuesta, Gaturro escuchó el eco de sus propias palabras. Ágatha seguía sin contestar. — ¡No son horas ni es lugar para andar jugando a las escondidas! —dijo, pero esta vez en un tono lo suficientemente bajo como para que el eco no lo perturbara. A tientas, y dando pasos cortos por el suelo resbaladizo, Gaturro fue buscando a Ágatha, avanzando como podía, esquivando toda clase de basura. En efecto, amontonados en medio del camino había pelos, vidrios, cartones, latas de gaseosa y otros residuos. "Es evidente que aquí hace tiempo que nadie pasa un trapo ni una escoba", pensaba.
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Por momentos el recorrido se ponía cuesta arriba y Gaturro debía aminorar la marcha y esforzarse por equilibrar su peso para no caer hacia atrás. Otras veces, en cambio, el camino era cu es ta ab aj o y entonces se desplazaba rápidamente, deslizándose hacia un lado y otro como haciendo slalon en una pista de sky. Pero lo cierto es que Ágatha no aparecía y a Gaturro el juego de la escondida comenzaba a hacérsele demasiado largo, por lo que decidió ponerle punto final. —¡Ágatha, me cansé! ¡Salí de tu escondite que no quiero jugar más! —gritó. Pero esta vez no le respondió el eco de sus propias palabras, sino que fue la voz de Ágatha la que desde algún lugar impreciso. —¡Estoy atrapada! ¡No puedo salir! —¿Pero dónde estás? —se desesperó Gaturro—. ¡¿Dónde estás?! 18
Ágatha ya no respondió. Y por primera vez Gaturro empezó a temer que le estuviera pasando algo grave. En ese mismo momento vio que una gigantesca bola de verde fosforescente comenzaba a acercarse hacia él. Rodaba veloz desde el final de aquel túnel y Gaturro tuvo pánico de que lo pasara por encima. Pero cuando estuvo a milímetros de aplastarlo y dejarlo estampado contra el suelo, la bola de luz verde se detuvo con una violenta frenada que la hizo girar en trompo durante varios segundos. A medida que daba vueltas sobre sí misma, la luz iba perdiendo incandescencia. Y grande fue la sorpresa de Gaturro al ver que se transformaba en una enorme tortuga de agua, que comenzó a golpear sus aletas
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con fuerza, aplaudiéndose a sí misma. — —exclamó la tortuga echando un vistazo al cronómetro que le colgaba del cuello—. Acabo de romper mi propio récord de ¿Pero qué pasa aquí, por qué está todo a oscuras? —preguntó intrigada mientras se ponía a hurgar entre las paredes del túnel. —Ya estaba así de oscuro cuando llegué —explicó Gaturro mientras la seguía en su recorrido—. A lo mejor cortaron la luz por falta de pago. —No, querido, eso es imposible. Me parece que alguien que yo sé estuvo toquetando la llave térmica —replicó la Tortuga con gesto amenazante. — Los gatos tenemos la capacidad de ver en la oscuridad —mintió Gaturro para defenderse. —Los gatos, los gatos... —resopló la Tortuga, fastidiada—, ven en la oscuridad, son independientes, tienen siete vidas, siempre caen parados... y me tienen cansada con su
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soberbia —agregó, mientras activaba la llave térmica. Automáticamente, el túnel se Gaturro aprovechó para examinar el espacio en su totalidad. Pero no había rastros de Ágatha por ninguna parte. —Y hablando de gatos, ¿qué hace un gato acá abajo, en el subsuelo, cuando se supone que debería andar ahí arriba, en los tejados, eh? —Vine a rescatar a mi novia. Creo que se cayó a la alcantarilla. —¿Ella también es una gata? —Sí, se llama Ágatha —respondió Gaturro con un largo suspiro enamorado . —¿Y por qué se te ocurre que puede estar aquí? —inquirió la Tortuga. —Porque escuché que me llamaba desde la 21
rejilla de la cocina de mi casa y me pedía que bajara a rescatarla. —Ahá —reflexionó el quelonio, lleno de preocupación—. ¿Pero vos la viste o solamente la escuchaste? —Solamente la escuché. No logré verla a través de la rejilla. Y acá ya la estuve buscando por todos lados, pero no la encuentro. —Ah, no no... —dijo la Tortuga moviendo la cabeza—. Si decís que no la viste y que sólo la escuchaste... algo . —Yo también noto que algo huele muy mal —asintió Gaturro frunciendo su hocico—. Creo que de vez en cuando podrían echar un poquito de desodorante de ambientes, ¿no? — —se impacientó la Tortuga—. Lo que quise decir es que aquí hay gato encerrado. —¿Cómo? ¿Ágatha está encerrada? ¿Dónde? —se desesperó Gaturro. —¡No! Quiero decir que… bah, sí, en cierto modo sí puede ser que esté encerrada. Y no me va a quedar más remedio que guiarte hasta la isla donde es muy probable que la encuentres. 22
Pero, ¿dónde hay una isla? ¿Aquí abajo? —preguntó Gaturro, fascinado por los secretos que guardaba aquel mundo subterráneo. —Sí, hay una isla —confirmó la Tortuga—. Y tantas otras cosas que ustedes, ahí arriba, jamás llegarían a imaginarse. —¡Vamos ya mismo a esa isla a ! —¿Realmente te animás a ir? No creas que es tan fácil lo que te espera —advirtió la Tortuga. —Yo, por Ágatha, soy capaz de ir hasta la —sentenció Gaturro. —¡Mirá vos! —se sorprendió ella—, no sabía que ustedes los gatos fueran tan románticos. Sin perder un minuto más, Gaturro se subió al gigantesco caparazón de la Tortuga. 23
Y chapoteando en el agua sucia de la alcantarilla llegaron hasta el fondo del túnel que desembocaba en un gigantesco mar.
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CINCO ÁGATHAS P A R A U N SOLO G A T U R R O Media hora después, Gaturro y la Tortuga seguían viajando rumbo a la isla. Aún no se divisaba tierra firme y era difícil determinar si era de , de o de , porque allí el cielo era de un color rosa oscuro que Gaturro jamás había visto. —Perdón, pero… ¿qué hora es acá? —preguntó a la Tortuga. —Buena pregunta —le respondió ella—, lástima que no puedo contestártela. Porque aquí en la isla jamás se sabe exactamente la hora del día. El tiempo es algo que sólo les importa a ustedes, los habitantes de la Tierra, pero a nosotros nos tiene sin cuidado. —Si no te importara el no llevarías un cronómetro colgado al cuello —replicó Gaturro con tono sobrador. 25
—Buena respuesta. Pero no llevo este cronómetro para consultar la hora sino para medir cómo va mi RÉCORD de velocidad. Estoy entrenando duro para las próximas Tortu-olimpíadas internacionales. Luego de decir esto, y como para dar credibilidad a sus palabras, la Tortuga comenzó a la marcha. Muy pronto atravesaron las aguas a tanta velocidad que a su paso iban dejando una estela blanca. —Perdón, pero, ¿no podríamos ir un poco más despacio? Tengo miedo de caerme y la natación no es precisamente mi deporte favorito —rogó Gaturro, que se abrazaba al cuello de la Tortuga con tanta FUERZA que en un momento casi la ahorca. 26
—¡De ninguna manera! —respondió ella, que cada vez ganaba más velocidad—. ¡El me indica que estoy a punto de romper mi propio récord con carga de pasajeros! ¡Ni sueñes con que vaya más lento! —¿Falta mucho para llegar? —No mucho. Pero por favor, te ruego que te sientes un poco más atrás, hacia la popa. Porque desde que empezamos nuestra travesía me estás rasguñando toda la proa con tus garras. Gaturro cedió al pedido y pasó el resto del viaje sentado cerca de la cola de la Tortuga, aferrándose a la parte de abajo de su caparazón. —Ya estamos llegando —le anunció de pronto—. Preparate porque se viene una frenada inolvidable. Pero no tuvo tiempo de prepararse, porque en seguida la Tortuga chocó violentamente contra la orilla y Gaturro salió eyectado del caparazón, dando varias vueltas en el aire antes de caer de cabeza contra lo que parecía ser —y de hecho era— la isla. 27
— —gritaba la Tortuga revoleando la cadena del cronómetro en el aire como si fuera una boleadora—. ¡Récord de velocidad con pasajeros ampliamente superado!
—Felicitaciones —dijo Gaturro mientras se incorporaba sacudiéndose la arena del lomo—. Y ahora te pido que por favor me ayudes a recorrer la isla hasta encontrar a Ágatha.
Pero no fue necesario dar un solo paso. Porque no bien Gaturro pronunció el nombre del amor de su vida, y como por arte de magia, exactamente iguales se hicieron presentes ante él y lo rodearon dejándolo en medio de un círculo. —Creo que estoy un poco mareado por el viaje —comentó Gaturro a la Tortuga, refregándose los ojos—. Veo quíntuple. ¡Estoy viendo cinco Ágathas! —¡Pero yo soy la única verdadera, Gaturro! —se apresuró a decir una de ellas, con una enorme sonrisa.
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—¡Ágatha, qué gusto me da verte! —respondió él, y con los brazos abiertos corrió hacia su amada, pero otra Ágatha se interpuso en el camino. —No, la Ágatha soy yo. ¡Y estoy dispuesta a ser tu novia, a que nos casemos y tengamos muchos Gaturrines! —sentenció la otra. —Perdón, pero vos Ágatha seguro no sos... Aunque pensándolo mejor, mal no me vendría una Ágatha menos . —Gaturro, yo sé que antes era muy antipática, pero ahora quiero cambiar. ¿Qué te parece si nos vamos de mochileros a los Tejados de la Polinesia, eh? —propuso la tercera, acariciándole dulcemente el bigote. —Muy tentador —repuso él, cada vez más confundido. La cuarta de ellas dio un paso al frente y le propinó una tremenda . —Me imagino que no dudarás de que yo soy la única Ágatha verdadera, ¿no es cierto, Gaturro?
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Y luego retrocedió para ocupar otra vez su lugar en el círculo. —La verdad es que me está gustando más la Ágatha de mentira que me hace mimitos —respondió él, algo dolorido por el golpe.
—¡Ya fue suficiente, Gaturro! —gritó la quinta Ágatha—. Deciles a estas cuatro atorrantas que se vayan. Nosotros dos tenemos mucho de qué hablar. 32
— ¡Qué complicado se pone esto! —dijo él—. Me están confundiendo... Terminemos de una vez con esta farsa. —¡Lo mismo digo yo! —gritó la Tortuga, entrometiéndose en el círculo y dándoles violentos empujones a las cinco Ágathas—. ¡ , manga de farsantes, si no quieren que las meta a todas juntas en una bolsa de basura y las ahogue en el agua podrida de la alcantarilla! Ante la terrible amenaza de la Tortuga, las cinco Ágathas en el aire sin dejar rastro. El pobre Gaturro estaba cada vez más confundido; en un abrir y cerrar de ojos pasó de tener cinco hermosas Ágathas a quedarse finalmente sin ninguna. —¿Me podrías explicar qué está pasando en esta isla? —increpó a la Tortuga, con menos paciencia de la que le tenía la profesora Ruda Vinagretti cuando le tomaba una lección. 33
—Te lo puedo explicar, por supuesto. Lo que no puedo garantizarte es que lo entiendas. Ustedes los gatos son menos inteligentes de lo que parecen. —A ver, hacé la prueba —la desafió Gaturro para ver si lograba entender de una vez por todas de qué se trataba ese misterio de la rejilla de la cocina, la isla y las cinco Ágathas exactamente iguales. —Muy bien, aquí va la historia, mi querido Gaturro —comenzó a explicar la Tortuga, apoyándole una aleta sobre el hombro en actitud protectora—. Desde hace muchos años, en esta isla subterránea viven seres maléficos, cuya única diversión es
ATORMENTAR LA
A LOS
HABITANTES
DE
TIERRA. Raptan a alguien esperando que
alguno de sus seres más queridos baje a rescatarlo, y una vez que eso sucede se dedican a marearlos y confundirlos, tal como acaban de hacer recién con vos. En este momento Ágatha está bajo un hechizo y sólo resolviéndolo podrás rescatarla. 34
—¿Querés decir, entonces, que la voz que me llamó desde el fondo de la rejilla de la cocina era la de una ? —preguntó Gaturro, con los ojos desorbitados por lo que acababa de escuchar. —Exactamente —asintió la Tortuga—. Ágatha está entre esas cinco gatas que acabás de ver. Pero, como ya te habrás dado cuenta, es muy difícil determinar cuál de todas ellas es la verdadera. —¿Hay alguna forma de averiguarlo? —preguntó Gaturro al borde de la desesperación. —Sí, hay una forma. El hechizo sólo puede romperse si se descubren las cinco palabras que se esconden en esta isla. Pero honestamente... no sé cuán buenos son ustedes, los gatos, a la hora de romper hechizos. —¡Somos muy buenos hechizos! —se jactó Gaturro—. Los perros tienen fama de ser los mejores amigos del hombre. Pero no olvides que nosotros, los gatos, siempre fuimos los mejores amigos de las brujas.
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—Es cierto —admitió la Tortuga, que empezaba a admirar la valentía de Gaturro—. Entonces, viéndolo así... creo que vale la pena salir a recorrer la isla. Ya es tiempo de encontrar la primera palabra. 36
LA
RATA
MORGAN
Gaturro y la Tortuga se pusieron de inmediato en camino hacia el Noroeste de la isla en busca de la primera palabra que rompería el hechizo. Se detuvieron cuando una rata blanca, algo gorda y con el pelaje despeinado, desconsoladamente en la entrada de una cueva. —¡Ya está lloriqueando otra vez, el muy pobrecito! —comentó la Tortuga a Gaturro—. A éste siempre le pasa alguna desgracia. Gaturro notó en seguida que a la rata le saltaban las lágrimas pero sólo de un ojo, ya que el otro lo tenía tapado con un . —¿Quién es? —le susurró Gaturro, para no distraer el llanto de la rata. —Es Morgan, la rata pirata. —¡Dejen de cuchichear ustedes dos! —les gritó de pronto Morgan—. Sé que están 37
hablando de mí. —Es que no quisimos interrumpirlo —explicó Gaturro—. Por lo visto, llegamos en mal momento. —¡Llegaron en un pésimo momento, sí! —bramó la rata—. ¡Un barco de hámsters piratas desembarcó en la isla, y aprovechando que yo no estaba en mi cueva entraron y me robaron el mapa del tesoro. —¿Otra vez, Morgan? —se lamentó la Tortuga—. Pero ¡qué tenés, querido mío! "No sé si es mala o si es buena. Pero sin lugar a dudas es una pata de palo", reflexionó Gaturro al descubrir que, efectivamente, a la rata le faltaba una pata y en su lugar llevaba una ramita de árbol. —¡Es la séptima vez en el año que me 38
entran a robar! ¡En esta isla no hay seguridad! ¡Voy a tener que mudarme a un barrio de cuevas privadas! —lloriqueó la rata. —Bueno, las joyas del tesoro no lo son todo, Morgan —trató de consolarla Gaturro—, lo más importante es la salud. —¿Pero de qué salud me estás hablando? ¿Sos gracioso, vos? ¿No te diste cuenta de que además de tuerto soy rengo y tengo una pata de palo? —y violentamente increpó a la Tortuga—. ¿Quién es este ? —Es un gato. Se llama Gaturro. —¿Un gato? —gritó la rata con los pelos del cuerpo erizados de terror—. ¡Tortuga traidora! ¿Cómo fuiste capaz de traer hasta mi cueva a mi propio enemigo? ¿O no sabés de memoria que los gatos se comen a las ratas? —Conmigo podés quedarte tranquilo, ¿eh? Que a mí las ratas no me gustan ni un poco. A mí sólo me dan comida balanceada light 39
para gatos en edad de crecimiento. —¡No te creo! —exclamó Morgan al tiempo que la pata de palo empezó a tanto que Gaturro tuvo miedo de que con un mal movimiento se la quebrara. —¡Quiero ir con mi mamá! —agregó Morgan, haciendo pucheros. —¡Pero qué vergüenza, Morgan! ¡ SOS UN COBARDE , sos cobarde como toda rata! Gaturro es inofensivo. Y no sólo eso: es la víctima de esta situación. Llegó engañado por las criaturas maléficas del lugar, y tiene que averiguar las cinco palabras si quiere romper el hechizo y rescatar a su novia Ágatha. —¿Y a mí qué me importa? —rezongó la rata—. Yo ni siquiera tengo novia. Y además, bastante trabajo me dan mis propios problemas para ocuparme encima de los problemas de los demás. —¡Sabés muy bien que la primera palabra del hechizo la tiene que adivinar con vos, rata resentida! Así que es mejor que colabores —gritó la Tortuga, perdiendo por completo la paciencia—. Y no me hagas poner nerviosa que 40
me brota urticaria en todo el caparazón. —Muy bien —concedió Morgan—, cuando me piden las cosas dulcemente, es otra cosa. Yo voy a ayudarte a descubrir la primera palabra, Gaturro, pero antes necesito que vos me ayudes a mí, encontrando el tesoro escondido sin el mapa. — ¡ Pero es imposible ! —exclamó Gaturro—. No hay forma de encontrar un tesoro enterrado sin un mapa. —Ése es tu problema. Si vos querés mi ayuda, me tenés que ayudar a mí primero. Gaturro dudó un instante. En ese momento lo mejor era seguirle la corriente y ya se le ocurriría algo. —Acepto. Para empezar, necesito algunos instrumentos: una brújula, binoculares y un sándwich de atún. —¿Y el sándwich para qué? —le preguntó intrigada la Tortuga. —Porque no puedo buscar nada con el estómago vacío . —Creo que en la cueva tengo todo lo que me pedís —respondió la rata—, pero 41
espérenme aquí afuera. No los invito a pasar porque estos hámsters piratas me dejaron todo patas para arriba y justo hoy la empleada doméstica tiene franco. Ya vuelvo. La rata se metió en la cueva y volvió antes de que a Gaturro se le ocurriera una idea. Traía una brújula plateada entre los dientes, los binoculares y una bandeja con el sándwich. —No tenía atún fresco. Espero que te gusten unos restos de lechuga. Gaturro miró el sándwich con DISGUSTO. Y se concentró en los binoculares y en la brújula. De un primer vistazo, descubrió que algo raro tenía aquella brújula. —No es como las que hay en la Tierra —advirtió, alarmado.
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—¿Qué tiene de diferente? —preguntó extrañada la Tortuga. —Que donde correspondería una "E" , de Este, hay escrita una "I". —Por supuesto. Es una "I" de isla —le explicó la Tortuga. —¡Pero claro! ¡Fue lo que yo pensé! "I" de isla —mintió Gaturro, y se puso a observar el aparatito detenidamente—. Ahí se dio cuenta de que había algo raro en la brújula: en vez de marcar el Norte, marcaba el Noroeste. La sacudió un poco. Seguía marcando el Noroeste. ¿Qué podía estar pasando? Entonces se le ocurrió que si la brújula funciona con imán, era probable que en esa dirección hubiera una gran acumulación de metales que atraían a la aguja. Era eso o definitivamente la brújula no funcionaba. Pero había que arriesgar. 43
Entonces se hizo el entendido: —Si mis conocimientos en tesoros escondidos no fallan, tenemos que cavar en el Noroeste. Vamos hacia allí. —¿En el Noroeste? —se extrañó la Tortuga—. ¡Pero estamos en el Noroeste ! —Ahá —reflexionó Gaturro, con aires detectivescos—. ¿Quiere decir, entonces, que esto es el Noroeste de la isla? — ¡Toda mi cueva es el Noroeste de la isla! Y si no me creés, puedo mostrarte la escritura. —No es necesario, Morgan. Si tu cueva es el Noroeste de la isla, y el tesoro está en el Noroeste, eso quiere decir que... ¡el tesoro está en tu cueva! — Suena lógico —admitió la Tortuga. —¡Pero imposible! ¡Hace años que vivo aquí y no creo que haya ningún tesoro escondido! —Eso está por verse. ¡Vamos a e x c ava r hasta encontrarlo! —ordenó Gaturro, con el entusiasmo propio de un arqueólogo. —¿Pero por dónde empezamos? ¡Porque nos llevaría años excavar toda la cueva! —exageró la 44
rata, que como todo animal pequeño tenía la sensación de que las d i m e n s i o n e s de las cosas eran mucho mayores que lo que en realidad eran. —Déjenme consultar la brújula —dijo Gaturro. Y viendo que, una vez más, marcaba el Noroeste, sentenció—: ¡empecemos por el Noroeste de la cueva! —Muy bien —accedió Morgan—. Es por aquí. Síganme. Y una vez que estuvieron ubicados ahí, los tres se pusieron a cavar un pozo. Y cavaron tan pero tan que en determinado momento Gaturro imaginó que llegarían a tocar los pies de los habitantes de otro continente. —Todo está muy bien, pero ni rastros del tesoro —comentó la rata, con algo de decepción. 45
—Hay que tener paciencia —dijo Gaturro, fingiendo entusiasmo. —¡Me parece que ahí hay algo que parece la tapa de un cofre! ¿La ven? —gritó la Tortuga, manchada de tierra hasta el cuello. —Yo no veo nada. Soy miope de mi único ojo —advirtió la rata.
—¡Yo sí la veo! ¡Ahí está el tesoro! —y luego de decir esto, Gaturro descendió torpemente por el pozo hasta caer sentado sobre la tapa del cofre—. ¡Vayan a buscar una resistente y después prepárense para tirar! —les ordenó desde abajo. Al cabo de unos pocos minutos, la rata y la Tortuga ya habían arrojado una gruesa soga al fondo del pozo. Y no bien Gaturro la ató fuertemente al cofre, les dio la orden de que respiraran profundo y empezaran a tirar hacia arriba. Así lo hicieron ellas, aunque lo cierto es que no necesitaron tanta fuerza para llevar el cofre hasta la superficie. Porque a juzgar por el poco peso, daba toda la sensación de que estaba vacío. —Abrilo, Gaturro —pidió la Tortuga—. Es posible que adentro encuentres al menos la primera palabra que rompe el hechizo. Gaturro levantó la tapa de hierro, que tenía grabada una típica cal avera pir a ta . Pero grande fue la decepción de Morgan al descubrir que adentro no había ningún tesoro: el cofre 48
estaba repleto de plumas de pájaros. La rata rompió en un llanto desconsolado. —Lo lamento mucho —exclamó la Tortuga. —A lo mejor me equivoqué yo —la consoló Gaturro—, quizá éste no es el verdadero tesoro pirata. —¡SÍ ES ÉSTE, ES ÉSTE ! —lloriqueó Morgan sonándose los mocos con un manojo de plumas—. ¡Ahora entiendo! Es un tesoro pirata porque es un tesoro trucho. ¡Esta isla está llena de falsas promesas!
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—A mí tampoco me sirve este tesoro —dijo Gaturro—. ¡Yo no veo que contenga
ninguna palabra! Y volvió a mirar la brújula buscando inspiración. Había empezado con la pata izquierda: todavía no tenía ni una sola pista. Se alejó rodeando el cofre y al hacerlo notó que la aguja no se movía. Seguía apuntando al Noroeste cuando ahora el cofre estaba en otra dirección. —Esta brújula no sirve para nada. —Qué extraño... —dijo Morgan—. Si encontramos el tesoro. —Es que yo creí que el imán de la brújula era atraído por el hierro del cofre, pero ahora veo que no. Que siempre marca el NOROESTE aunque el cofre esté en la dirección opuesta. 50
—¿Cómo puede ser? —Miren, ¿ven lo que les digo? —les mostró—. Marca siempre el Noroeste. NorOeste. Ene-O. ¡N.O.! —maulló Gaturro. En ese momento, una luz rojiza iluminó por segundos el cielo. Y un centenar de voces extrañas, que Gaturro no pudo precisar de dónde venían, soltaron un: que hizo temblar toda la isla. —¡Maravilloso! —saltó la Tortuga, controlando su cronómetro—. ¡Adivinó la palabra en un tiempo récord! — F e l i c i t a c i o n e s —dijo la rata, estrechando la pata de palo con una de las garras de Gaturro. —¿Felicitaciones? ¿Hice algo bien? —Maravillosamente bien. ¡Acabás de adivinar la primera palabra! — —exclamó él, sorprendido. —Exacto. es la primera de las cinco palabras que había que adivinar 51
para liberar a tu novia del hechizo. ¡Primera prueba superada! ¡Pasemos ya mismo a la segunda! "Y claro", reflexionó Gaturro, "viniendo de Ágatha era de esperarse que la primera palabra fuera un . Ella siempre tan positiva". Antes de irse, quiso devolverle la brújula a la rata Morgan, pero ella no la aceptó. —Te la regalo, Gaturro. Tal vez te sea de utilidad algún día. —Pero vos vas a necesitarla para seguir buscando tesoros —le aconsejó Gaturro. —No. Ya estoy cansado de todo eso. Creo que me voy a retirar definitivamente de la piratería para dedicarme a lo que más me gusta: la alta costura. ¡Y pienso usar todas esas que encontraste para confeccionar hermosos trajes de teatro! —Es una buena idea —replicó Gaturro, con muy poca convicción. —Por favor, escríbanme en el caparazón la primera palabra del hechizo —pidió la Tortuga—. Tengo miedo de que nos la olvidemos con tanto 52
viaje que todavía nos espera. Entre Gaturro y la rata le escribieron con un lápiz la palabra en uno de los cuadrados de su gigantesco caparazón. Después le dijeron adiós a la rata Morgan. Y preguntándose qué le depararía ahora el destino, con la brújula que siempre marcaba el Noroeste colgándole del cuello, Gaturro empezó a caminar muy intrigado detrás de la Tortuga. Iban rumbo a la segunda
prueba . 53
LECHUCIENTA En mitad de la larga caminata, Gaturro empezó a sentir mucho . No podría decirse que estuvieran caminando bajo el sol, ya que no había sol visible y el cielo seguía tan rosado como al principio. Pero, a juzgar por la temperatura, en la isla debía ser pleno verano. —¿En qué época del año estamos? —preguntó a la Tortuga, que pese a la fama de lentitud que caracterizaba a toda su especie caminaba adelante, bastante más rápido que él. — Ni idea. Aquí es siempre la misma época. Eso de dividir el año en estaciones es algo que sólo hacen ustedes, los habitantes de la Tierra. A nosotros no nos interesa si es verano, otoño, invierno o primavera. —No les interesa, pero bien que estás al tanto de que existen CUATRO ESTACIONES —replicó Gaturro. 54
—Claro. Porque leo los diarios internacionales —explicó la Tortuga—, sobre todo el suplemento deportivo. Además, que yo viva en una isla no significa que no me interese saber qué pasa en el resto del universo. —En fin —resopló Gaturro con la lengua afuera—, no sé si estaremos en verano, pero la verdad es que tengo mucho calor. ¿No podemos un rato a la sombra de ese bosque que se ve ahí? —imploró, señalando un conjunto de árboles que se divisaba no muy lejos. —Justamente hacia allí vamos —lo tranquilizó la Tortuga—. De hecho, la segunda palabra del hechizo sólo la adivinarás entrando en contacto con un ave que habita en la copa de uno de esos árboles. Pronto estuvieron en el bosque y el 55
calor se apaciguó. Había árboles de todas las especies que Gaturro conocía, y de las que no conocía también. La Tortuga sacó un papelito en el que había dibujado un sauce llorón. —Éste es el árbol que buscamos —comentó a Gaturro—. Es el único sauce llorón de todo el bosque y es por eso que ella eligió instalarse en él. —¿Quién es " ella "? —preguntó Gaturro, muy intrigado. —Ya la vas a conocer. En ese momento resonó en el bosque el inconfundible chistido de una lechuza. La Tortuga, entusiasmada, comenzó a correr hacia el árbol de donde venía el sonido y Gaturro, jadeando, la siguió. En unos minutos ambos estuvieron al pie del sauce llorón. Entre las ramas estaba Lechucienta, quien sin dejar de mirarse ni por un segundo en un espejito de mano con marco de oro y brillantes, hablaba hasta por las plumas con alguien por teléfono. — ¡Cuando yo, Lechucienta, estoy hablando, usted, un don 56
nadie, se calla! —gritaba—. ¡Yo no quiero decirlo de nuevo! ¡MI MEJOR PERFIL ES EL DERECHO! ¡Y todas las cámaras laterales que instalaron acá en el sauce me toman del lado izquierdo! ¡Yo, que tengo poder, exijo que las cambien ya mismo y porque lo digo... yo! —¿Con quién discute? —preguntó por lo bajo Gaturro a la Tortuga. —Con el productor de su programa. Están haciendo un reality show sobre su vida y graban lo que ella hace durante veinticuatro horas. —Ah, entonces debe ser una lechuza muy famosa. Y se llama — Lechucienta porque antes era muy pobre y no tenía ni un mísero arbolito pelado donde caerse muerta. Pero desde que se casó con un pajarón millonario empezó a frecuentar otros árboles y se hizo famosa, al punto de haber logrado tener su propio programa de televisión. —¿Vienen a traerme el delivery de sushi?
¡Famosísima!
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—les preguntó autoritaria Lechucienta, desde lo alto de su copa—. ¡Déjenlo ahí, que después me lo sube mi mayordomo el Tero! —No, mi reina —le explicó en tono engolado y obsecuente la Tortuga—, vengo a... —Vengas a lo que vengas, yo, Lechucienta, estoy ocupada mirándome al espejo. Adiós. —Es que vengo de visita con el joven Gaturro, un aventurero que ha tenido que viajar a la isla a rescatar a su amada del hechizo de las criaturas maléficas. Y tengo entendido que usted...
—¡Ay, claro, que yo adoro las historias de amor ! —suspiró la lechuza—. Y por eso yo, que tengo el poder y que soy además muy solidaria, conozco esa segunda palabra que él necesita! —Exactamente, Su Majestad. —Que suba. La tortuga miró a Gaturro y le dijo: —Es una buena oportunidad para que demuestres eso de lo que se jactan siempre ustedes los gatos: que son muy habilidosos subiendo al tronco de los árboles. por el tronco del sauce Gaturro hasta quedar sentado al lado de la famosa Lechucienta. Sin dejar de mirarse al espejo, la lechuza extendió el ala para que él se la besara cortésmente. —Jovencito, hablemos relajados. Hagamos como si las cámaras no estuvieran . Yo, para matar mi aburrimiento, puedo concederle una minientrevista sobre mí misma, y responderle preguntas acerca de cuál es mi color preferido,
trepó
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cuál es mi perfume predilecto y cómo fue que empecé mi carrera como equilibrista de cordón de vereda para poder ganarme la vida. Porque yo, aunque no parezca, empecé bien de . —Muy bien —accedió Gaturro. Y ya se preparaba para hacerle preguntas y escuchar el monocorde relato sobre la vida de la diva cuando de pronto todo cambió, y de reportero pasó a ser el entrevistado exclusivo de Lechucienta. —¿Qué querés que te regale como souvenir de la isla? ¿Una porción de isla flotante? —inquirió ella, sin dejar de mirarse al espejo. —No, Lechucienta. Lo único que quiero es... que me revele la s e g u n d a p a l a b r a . 61
—Ay, yo sé que los gatos son muy rápidos. Pero si querés sacarme una palabra a mí, a mí, Lechucienta, vos que sos un pobre pelagatos, vas a tener que mirar mi mundo muy detenidamente. A ver… gatito, gatito, ¿quién es la más linda del Reino de la Televisión? —Lechucienta —respondió Gaturro, sin vacilar. ¿Y dónde vivo —¡Yo! yo, Lechucienta? —En un árbol —respondió Gaturro. —¿En un árbol común y corriente? ¡Mirame bien! —No. En el árbol más hermoso y maravilloso de todo el bosque. —¡Bravo! Y ya que vos, un gato cualunque, tiene hoy el privilegio de estar sentadito en el mismo árbol hermoso y maravilloso donde vivo yo, Lechucienta, exijo que les cuentes ahora mismo a mis televidentes cómo es mi árbol. —Bueno —se aclaró la garganta Gaturro, consciente de que estaba saliendo por televisión—, su árbol, Lechucienta, tiene una
¡Bravo!
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copa muy frondosa... —Igual que mi imaginación, que es muy frondosa. ¿Y qué más tiene mi árbol? —preguntó Lechucienta, sin dejar de mirarse en el espejo. —Tiene hojas muy . —Igual que mis comentarios, que son muy brillantes. ¿Y qué más tiene mi árbol? —preguntó, ahora sonriéndole al espejo. —Tiene un tronco muy... —¿Muy qué? Miralo bien en detalle, muy en detalle, y describíselo a mis televidentes. Gaturro se puso . No tenía la menor idea de cómo describir en detalle el tronco de un árbol. Por otra parte, el tronco de aquel sauce llorón no tenía ninguna particularidad. —Bueno, tu tronco, Lechucienta... el tronco de tu árbol tiene una preciosa corteza... —Igual que mi preciosa corteza cerebral. ¿Y qué más ves en el tronco de mi árbol? —Eh... eh... veo, veo ... En ese momento, a Gaturro le pareció que en 63
el tronco del sauce llorón había escrita una palabra pero no alcanzaba a leerla correctamente. — ¡Una palabra! —¡Es ésa! —gritó eufórica la Tortuga, desde abajo. —¡Bravo! ¡Ésa es la palabra, Gaturro! —lo felicitó la lechuza. —¿Ésa es la segunda palabra del hechizo? —¡Sí! ¡Ésa es la segunda palabra! —Pero no alcanzo a leerla. Tiene una letra extraña. —Es que no se a primera vista —observó Lechucienta, apantallándose con el espejo de mano como si fuera un abanico—. ¡Pero ésa es la segunda palabra y para leerla se necesita una segunda mirada! —agregó, enigmáticamente. —¡Pronunciá la palabra, Gaturro, es ésa! —gritó desde el pie del sauce la Tortuga. —La palabra que está escrita en el tronco del 64
sauce es... —dijo Gaturro, estirando el cuello todo lo que pudo— es la palabra O I D O . —¿Y la segunda mirada? —preguntó Lechucienta, golpeteando impaciente su espejo de mano contra una de las ramas. Gaturro volvió a mirar la palabra escrita en el tronco. —OIDO —repitió. El cielo se iluminó tenebrosamente de un color rojo sangre, y esta vez aquellas extrañas voces lanzaron un profundo y sostenido grito de terror. — ¡Maravilloso, Gaturro! —saltaba la Tortuga al pie del sauce llorón—. ¡Acabás de adivinar la segunda palabra que rompe el hechizo! —Listo. Tiempo de que te vayas, Gatirro —ordenó Lechucienta, probando muecas sexys en su espejo de mano. —Gatirro no —la corrigió él—. Me llamo Gaturro. —Y yo me llamo Lechucienta, y por ser yo, y tener el poder absoluto, te llamo como 65
se me canta. Y ahora andate. —Gracias. Nunca lo hubiera logrado sin su ayuda —exclamó Gaturro rebosante de felicidad. Y le besó de nuevo el ala. —De nada, Gatorro —le sonrió Lechucienta, falsamente—. En este mundo estamos para ayudar... y ahora andate rápido, que ya llega volando mi Torcaza asesora de imagen. —Me voy, entonces. Eso suena importante. —¡Es muy importante! —enfatizó Lechucienta. Y luego agregó, con cierta intriga—: es más, yo, si estuviera en tu lugar, le prestaría mucha más atención al espejo... Gaturro no supo cómo tomar esas palabras. Más tarde las comprendería muy bien. Pero en ese momento sólo atinó a pensar que, a lo mejor, lo que ella quería sugerirle era que frecuentara más seguido la veterinaria para que le cortaran las uñas. Lo tendría en cuenta. Descendió por el tronco del sauce y fue a parar directamente a los hombros de la Tortuga marina, quien gracias a la elongación y flexibilidad que le daba su entrenamiento ...
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deportivo había logrado escribirse la palabra OIDO en su caparazón sin ayuda de nadie. La Tortuga quería conversar acerca de cómo lucía la famosa Lechucienta vista personalmente y desde tan cerca, pero a Gaturro toda la situación le había resultado agotadora y pronto cayó en un profundo . Entonces la Tortuga, haciéndole caballito de mar, se lo llevó de allí y se abrió paso por la espesura del bosque en dirección a la de la isla.
prueba
tercera
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HABLAR
CON
PROPIEDAD
"NO OIDO, NO OIDO, NO OIDO...". Gaturro dormía a
caballito de la Tortuga, mientras, entre sueños, la primera y segunda palabra que rompían el hechizo resonaban
musicalmente dentro de su cabeza. Pronto lo despertaron los gritos de una discusión muy escandalosa. Refregándose los ojos con las garras, Gaturro advirtió que él y la Tortuga estaban en ese momento frente a Coca, una cocodrila adulta que luchaba contra la mala conducta de sus hijos. Eran dos cocodrilos gemelos muy simpáticos pero bastante malcriados, que se daban tremendos con la mitad del cuerpo sumergido en el agua. 68
—¡Iván y Manuel, les ordeno que se comporten como corresponde! —les gritaba Coca mientras intentaba separarlos—.
¡ Tenemos visitas !
—¡Entonces decile a Iván que la Play Station es mía! —ordenó Manuel, mordisqueando la cola de su hermano. —¡No es tuya, mentiroso! —Disculpen —se excusó Coca, viendo que Gaturro y la Tortuga contemplaban la riña de sus hijos con cierta incomodidad—. Es que no logro ponerlos en vereda. —En orilla, querrá decir —la corrigió Gaturro—, porque hasta donde pude ver, aquí no hay calles ni veredas. ¡Esta isla es una gran peatonal! —Coca, yo creo que a estos chicos habría que mandarlos urgentemente a una psicopedagoga —observó la Tortuga, justo en el momento en que Manuel enroscaba su cola en la garganta de Iván e intentaba hundirlo. —¡Ya lo sé! ¡Pero ninguna psicopedagoga los quiere tener como pacientes! —se quejó Coca, metiéndose en el agua para desenroscar la cola 69
de Manuel de la garganta de Iván, que a esa altura parecía una bufanda—. ¡Termínenla y esta vez va muy en serio! —gritó, mientras forcejeaba con ambos—. ¡O los voy a dejar tan c h i q u i t i t o s como dos monederos! —¿Dos monederos? —preguntó Gaturro a la Tortuga, sin entender la amenaza. —Claro. Como dos monederos de piel de cocodrilo —explicó la Tortuga, que a esa altura ya había empezado a impacientarse y frotaba el cronómetro con la punta de una de sus aletas.
Pronto vieron salir a Coca del agua, con Iván y Manuel colgándole de la espalda. Más que dos monederos de piel de cocodrilo, parecían dos mochilas . —Ahora sí. Saluden a las visitas con un beso, como corresponde —ordenó Coca a los gemelos, dejándolos sobre la arena. —Sí, mamita —respondieron Iván y Manuel y se acercaban a Gaturro con las fauces tan abiertas que le hicieron hasta los bigotes. —Si no es por las buenas es por las malas —observó Coca, orgullosa, mientras se le caía la baba por sus hijos—, pero la verdad que en el fondo son dos . —Dejen, dejen nomás —retrocedió asustado
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Gaturro—, no me besen. Me doy por saludado. —Y en seguida, con voz temblorosa , imploró a la Tortuga:— ¿No hay forma de que adivine la tercera palabra sin tener que relacionarme con estos dos "tesoros"? —No —respondió la Tortuga—, según mis cálculos, que hasta el momento no han fallado, la tercera prueba es aquí y con ellos. Iván y Manuel ya estaban peleando de nuevo, pero esta vez con métodos mucho más sofisticados. —¿Dónde escondiste mi Play Station? —gritaba Iván mientras le aplicaba a Manuel una toma de judo que lo dejó boca abajo, mordiendo la arena. —¡No es tuya, nene! ¡Es mía! —se defendió Manuel, que así, boca abajo como estaba, propinó a Iván tal patada de karate que lo hizo ir a parar de cabeza en el agua. —Los mando a judo, los mando a karate... ¿Para qué? ¿Para esto? —se quejaba Coca, cada vez más desesperada—. Al final una, como madre, no sabe si tantas actividades como hay 73
hoy en día son buenas o son malas para nuestros hijos. —¿Pero cuál es el problema con ustedes dos? — de pronto Gaturro, que perdió hasta el miedo a los mordiscones con tal de que se terminara la pelea de los cocodrilitos gemelos. —Que la Play Station es mía. Pero Iván dice que es suya —gimió Manuel. —¡No es tuya, Manuel! ¡No mientas! ¡Mi papá me...! —¡No es sólo tu papá, nene! ¡También es el mío! — Es el papá de los dos , ¿no es cierto? —intercedió Gaturro con aires de psicólogo. —Sí, es de los dos —respondieron Iván y Manuel, al unísono.
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—Y el papá de los dos, es decir, su papá, les regaló una Play Station a... —¡A mí! —dijo Iván. —¡Y a mí! —objetó Manuel. —¿Pero es la misma Play Sation? —¡Sí! —se apresuró a decir Coca—. Con mi marido consideramos que con una Play Station para los dos era suficiente. ¡No puede ser que estos dos malcriados no sepan compartir! —Pero no es cierto que estos dos "tesoros" no sepan compartir —reflexionó Gaturro, poniéndose estratégicamente del lado de los dos cocodrilitos—. ¿Acaso no comparten a su mamá? —Sí la compartimos —admitió Iván. —Mamá es de los dos —coincidió Manuel. —¿Y a su papá? ¿No lo comparten también? —Sí. Papá también es de los dos —respondió Iván. — ¿En partes iguales? —En partes iguales —admitieron al unísono los dos cocodrilos. —Entonces —prosiguió Gaturro— quiere 75
decir que si su papá es de los dos, en partes iguales, los dos bien pueden afirmar: "Papá es nuestro". —¡Y mamá también! —agregó Coca, emocionada, acariciando con la cola la cabeza de sus hijos. —Y lo mismo sucede con la Play Station, que es... —¡Nuestra! —exclamaron los gemelos. Gaturro también estaba emocionado. —Muy bien. Ahora dejen de pelearse y tráiganmela. Que yo, que soy un gato bastante cibernético, les voy a enseñar cómo jugar de a dos. Iván y Manuel fueron chapoteando hasta la laguna, y luego de sumergirse regresaron trayendo entre sus dientes una estrambótica Play Station construida con corales, algas marinas disecadas, caracoles y conchillas. —¿Cómo se enchufa? —preguntó Gaturro
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con gran curiosidad—. ¿O es a pila? —No se enchufa ni es a pila. Funciona con radiación solar —explicó Manuel, ubicando la extraña Play Station donde la luz rosada de aquel cielo pudiera darle cenitalmente. —Y también anda bajo el agua. Pero yo leí en una enciclopedia que ustedes, los gatos, le tienen miedo al agua. ¿Es verdad? —preguntó Iván con cierta ironía. —Miedo no —se defendió Gaturro—, rechazo, que no es lo mismo. Luego de algunos segundos, la Play Station se encendió. —Gaturro —susurró la Tortuga—, tengo un pálpito. Es probable que la tercera palabra que rompe el hechizo sea la contraseña para entrar a este chirimbolo. Pediles a los gemelos que te digan cuál es. —Perfecto —obedeció Gaturro, sintiendo que, de ser así, esta tercera prueba habría sido muy fácil de pasar—. A ver, chicos, ¿cuál es la palabra que usan como contraseña para poder entrar a jugar? 77
— Es 14-5-7-1-18. —¿Están seguros de que ésa es la contraseña? —inquirió la Tortuga, moviendo la cabeza con desconfianza. —¡Por supuesto, pedazo de quelonio! —se impacientó Manuel, mientras ingresaba la clave. —¿Cómo no vamos a estar seguros de que es 14-5-7-1-18? ¡Es NUESTRA Play Station! —agregó Iván, subrayando que había aprendido la lección. —Te falló el pálpito —comentó Gaturro a la Tortuga—. No es que yo me crea un as en gramática, pero hasta donde sé, eso no es una palabra. Eso es un número. —Sí, es un número. Pero a menos que... cada uno de esos números... —aventuró la Tortuga y se interrumpió para ver si Gaturro estaba pensando lo mismo que él. —Claro. A menos que cada uno de esos números tenga que reemplazarse por una letra... —dijo Gaturro—. Y la letra que se corresponda con ese número será la del número de orden que coincida con el lugar que ocupa en el abecedario. ¿Eso es lo que querés decir? 78
—¡Exacto! —aplaudió la Tortuga—. No perdamos más tiempo y empecemos a hacer la cuenta. Son cinco las letras que hay que adivinar. —El primer número es 14. A ver, ¿cuál es la letra que ocupa el número 14 en el abecedario? —repuntó Gaturro, y comenzó a repetir el abecedario en voz alta. En seguida Iván, Manuel y hasta Coca se sumaron para ayudarlo y para ir anotando las letras en el caparazón de la Tortuga. La letra que ocupaba el puesto número 14 era la "N". Volvieron a empezar hasta llegar a la letra que ocupaba el puesto número 5, que era la "E". Luego resolvieron la siguiente letra, la "G". Descubrir que el número 1 se correspondía con la letra "A" les resultó una pavada. Y por último, luego de mucho contar, estuvieron de acuerdo en que la última letra no podía ser otra que la "R" . —¡Ya tenemos las cinco letras! —exclamó ! Gaturro—. ¡Y la palabra es —gritó directamente al cielo. Y no terminó de pronunciar aquella palabra, que el cielo de la isla, una vez más, se iluminó
NEGAR
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con aquel tono rojizo. De nuevo había triunfado. Y las voces extrañas volvieron a lamentarse con un apesadumbrado . —¡Maravilloso! ¡Maravilloso y conmovedor! —exclamó la Tortuga, secándose la lágrima que le rodaba por la mejilla—. ¡Adoro los deportes en equipo! — Game over! —festejaron Iván y Manuel, haciendo chocar sus colas del derecho y del revés varias veces. —Gracias a los tres —dijo Gaturro—. De hoy en adelante prometo rasguñar a todo aquel que vea usando prendas de piel de cocodrilo. —¿Se quedan a tomar el té con nosotros? —preguntó, con mucha gentileza. —Nos encantaría, pero no podemos. Gaturro tiene que adivinar todavía dos palabras más. Se despidieron de los cocodrilos con besos y abrazos, y Gaturro no se salvó de que los traviesos Iván y Manuel sacaran sus dientitos afilados para darle un par de mordiscones 80
en el lomo y las orejas. Pero los recibió sin protestar. Se fueron de allí muy satisfechos. Tres de cinco palabras acertadas era ya una proeza. Y así, con más de la mitad de las pruebas en su haber, Gaturro y la Tortuga siguieron viaje hacia el sitio más extraño de aquella de por sí extraña isla: la Gruta del Trueque.
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LA
GRUTA DEL TRUEQUE
En una zona que la Tortuga marina explicó que comprendía el Sudeste de la isla, el terreno presentaba una profunda depresión. Ambos recorrieron el camino cuesta abajo, hasta llegar a la entrada de una gruta imponente. Pero cuando estaban a punto de entrar, unos escalofriantes ladridos
los obligaron a detenerse en seco. —¡Ya me parecía que en una isla llena de animales no me iba a salvar de toparme con algún perro guardián malhumorado! —protestó Gaturro. Pero enorme fue su sorpresa al ver que quien ladraba no era un perro sino un sapo gigantesco, 82
que se atrincheró en la entrada de la gruta impidiéndoles pasar. —Quieto, quieto . Que no somos peligrosos —explicó la Tortuga al sapo, quien por única respuesta soltó un ladrido capaz de asustar a un lobo feroz. —¿Qué es esto? —preguntó Gaturro, muy confundido—. ¿Un sapo que ladra? —Sí. ¡No va a ser un perro que croa! —replicó en tono de burla la Tortuga. El sapo se hizo a un lado de mala gana dejándolos pasar a la Gruta. Ambos avanzaron por aquel sitio oscuro. Pero como había velas colocadas entre las grietas de las paredes de roca, se alcanzaba a ver el camino perfectamente. —¿Dónde estamos? —En la —explicó la Tortuga—. Aquí adentro todo está cambiado. Un grupo de extraños insectos salieron a su
Gruta del Trueque
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encuentro, entorpeciéndoles el paso. —¡Como verás, está plagado de lombrices voladoras! —dijo la Tortuga, tratando de espantarlas—. ¡Y muy pronto tendremos que caminar dando s a l t i t o s para no pisar a las mariposas reptantes que les dieron las alas a las lombrices a cambio de que ellas les enseñaran a reptar y vivir bajo la tierra. ¿No te dije? Aquí vienen. ¡Los que hacen trueques entre sí siempre andan cerca, nunca se pierden el rastro, funcionan como una familia! Ambos tuvieron que esquivar el centenar de mariposas sin alas que llegaron reptando por el pedregoso suelo de la Gruta del Trueque. —¿Y por qué no vimos todavía al perro que croa , el que supuestamente hizo el trueque con el sapo que ladra? —preguntó Gaturro, con la sola intención de 84
demostrar toda su inteligencia. —Porque, lamentablemente, murió la semana pasada indigestado por una mosca en mal estado. El pobre creyó que porque podía croar como un sapo, también había adquirido la capacidad de comer insectos. Y no era así. La Gruta del Trueque tiene reglas muy estrictas, Gaturro. —Me gustaría entender cuáles son esas reglas. Nunca vi una cosa semejante. —Desde luego. De un momento a otro llegará alguien que te las va a explicar mejor que yo. Se llama Toto y es conocido como "El rey del Trueque", porque nadie en la historia de la Gruta ha adquirido tantas habilidades de otras especies como él. Y, de paso —agregó en tono confidencial—, es quien te ayudará a descubrir la cuarta palabra del hechizo, que si se rompe te devolverá a tu Ágatha sana y salva. En ese momento sonaron en la Gruta las fanfarrias de presentación. Y subido a una espléndida carroza motorizada se aproximó
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hacia ellos el animal más estrambótico que Gaturro hubiera visto en toda su vida. Era, sin lugar a dudas, el rey del Trueque. Porque aunque tenía patas de pato, sus piernas delanteras eran de gacela y las traseras de caballo. Tenía cola de ratón, pero tronco y cabeza de león, con una prominente nariz aguileña, que fue lo que más sorprendió a Gaturro porque era, aunque suene increíble, la nariz de un ser humano.
— Bienvenido a la Gruta del Trueque —exclamó grandilocuentemente Toto—. Los gatos son los parientes pobres de nosotros, los leones, y siempre es un placer para mí recibirlos en este humilde hogar. —Muchas gracias, rey Toto —respondió Gaturro, haciendo una reverencia a la vez que adoptaba la pose más felina que pudo.
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—Aquí tus sueños pueden convertirse en realidad. Por ejemplo, ¿te gustaría ser pelícano por un día? —inquirió el rey Toto. — ¿Pelícano? La verdad que no, lo único que yo quiero es conseguir la cuarta palabra. —¿La cuarta palabra? —exclamó el rey Toto, desconcertado—. ¿Y cuál de todos los animales de nuestra querida fauna posee esa habilidad? —Toto —comenzó a explicar la Tortuga, que no quería perder más tiempo en cuestiones de ceremonial y protocolo—, Gaturro no ha venido por un trueque. Él es de la y lo que necesita es averiguar cuál es la cuarta palabra del hechizo que tiene cautiva en la isla a su novia Ágatha. —Ah, comprendo, comprendo... La verdad es que a lo largo de mi vida he recibido peticiones de la más diversa índole: renacuajos que querían tener alas de gaviotas, avispas que buscaban tener picos de loro, serpientes que solicitaban experimentar qué se sentiría al galopar como un caballo árabe. Pero confieso que es la primera vez que vienen a pedirme una palabra. 89
CUARTA PALABRA
—Me parece que la no está acá —susurró muy por lo bajo Gaturro a la Tortuga—, vámonos antes de que este multianimal me convierta en un pollo rostizado. —Puede que tengas razón —admitió la Tortuga—, creo que esta vez perdí la pista. —Nos vamos, Toto —explicó Gaturro—, la cuarta palabra no está acá. Nos equivocamos. Y ya estaban a punto de dar media vuelta y salir por donde habían llegado, cuando Toto comenzó sacar toda clase de o b j e to s de su carromato y a diseminarlos por el suelo de la Gruta. —No se vayan todavía, que acá en mi carromato tengo de todo. 90
Toto no paraba de sacar más y m ás cosas, y muy pronto el suelo estuvo completamente sembrado de los más diversos objetos: paraguas, cuchillos y tenedores, botas de montar, sifones de soda, caballetes de pintura, frascos, marcos de ventana y neumáticos de auto, entre otras cosas. —¿Ven? Hay de todo y para todos los gustos —exclamó el rey Toto, jactándose de su poderío—. Hay de todo, nacional e importado. —Es cierto —tuvo que admitir Gaturro subido a una mo n t a ñ a de o b j e t o s —, hay mucho. Pero yo, por el momento, no veo ninguna palabra. —Vámonos ya mismo —ordenó la Tortuga—, no podemos darnos el lujo de perder tanto tiempo en el sitio equivocado. Gaturro dio un salto para bajar de la montaña de cachivaches. Y en ese preciso momento, desde allí donde estaba suspendido en el aire, le pareció ver que en el suelo algunos de los objetos se habían ordenado de manera tal que, efectivamente, formaban una palabra. 91
— —exclamó Gaturro, con la absoluta certeza de haber acertado. —Todo menos la palabra. Vamos, Gaturro —insistió la Tortuga. —¡No! —digo que la cuarta palabra es La estoy leyendo. Ahí está. —gritó, esta vez con todas sus fuerzas. Y la gruta entera se iluminó con aquella luz rojiza que ya Gaturro conocía muy bien. Y a la luz le siguió el sonido de esas extrañas voces que una vez más tuvieron que soltar su largo y sostenido: . 92
—¡Absolutamente maravilloso! —aplaudió la Tortuga—. ¡Adivinaste la cuarta palabra! —Felicitaciones en nombre de todos los miembros de la Gruta del Trueque —bramó Toto. —¿Tendrás una tiza o algo que sirva para escribir la palabra en el caparazón de la Tortuga? —le pidió educadamente Gaturro. —Tiza no. Pero tengo témpera roja —respondió Toto, dándole un pomito plateado sin estrenar. Gaturro se untó las garras de rojo para escribir la palabra en el caparazón de la Tortuga, a quien ya no le causaba ninguna gracia que una parte tan preciada de su cuerpo de atleta comenzara a parecerse a una pared pintarrajeada con GRAFITI.
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—Antes de irte, Gaturro... ¿no quisieras que te cambie mi preciosa cola de ratón por tu hermosa sonrisa de publicidad de dentífrico? Pensalo bien. Es una gran oferta. —No, Toto, gracias. Me gusta ser un gato normal. —Muy bien. Vos te lo perdés. Pero no dudes en venir a verme si llegás a arrepentirte. Y una vez dicho esto, Toto, el rey del Trueque, dio un giro en U con su carroza motorizada y se volvió a ir por donde había llegado. —Vámonos, Gaturro —ordenó la Tortuga mientras se alejaba de allí corriendo a gran velocidad. —¡Esperame! ¡No puedo ir tan rápido! —y luego preguntó con perspicacia:— ¿Vos no le habrás cambiado tu lentitud de tortuga a alguna liebre, no? —¡Correcto! —tuvo que admitir la Tortuga, sin detenerse y agarrándolo de la cola para llevarlo velozmente y a la rastra fuera de la cueva—, pero es un secreto. Prometeme que no se lo vas a decir a nadie. 94
Tengo miedo de que el rumor se expanda y en las próximas olimpíadas me quieran hacer el control anti-trueque. —¿Pero entonces dónde está la liebre? —Ya conocemos la lentitud de algunos... —le respondió la Tortuga—. Y ahora es mejor que nos apuremos si queremos llegar al final de la función. —¿Qué función? —preguntó Gaturro. —La función de teatro. Donde por fin tendrás la última palabra —le anunció la Tortuga. Y hacia allí fueron.
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GATURRO TIENE LA ÚLTIMA
PALABRA
En el centro de la isla habían montado un escenario imponente rodeado de butacas de paja. Todos los habitantes estaban reunidos para presenciar la función de una obra teatral titulada Lucrecia y Bartolomé .
Gaturro pudo distinguir, entre los espectadores, a la rata Morgan; a Lechucienta, que se contemplaba en su espejo de mano sentada en un palco, y a varias especies extrañas provenientes de la Gruta del Trueque que rodeaban a Toto, el rey. Y cerca de ellos vio, con alegría, que los cocodrilos gemelos Iván y Manuel también estaban allí, junto a su madre Coca. En ese momento ella hacía grandes esfuerzos para que sus hijos se quedaran sentados y no subieran a entorpecer el espectáculo al con sus travesuras. Dos cangrejos, uno macho y otro hembra, vestidos de príncipe y princesa, estaban en escena, en plena representación. —Nunca me pierdo una obra-debate de las que estrena la Compañía teatral de los Crustáceos —comentó la Tortuga a Gaturro—, son GRANDES actores. —Apúrense si quieren al menos presenciar la última escena de la obra —les advirtió una víbora que oficiaba de acomodadora y que los ubicó en un sitio preferencial.
escenario
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—¡Qué lástima que nos perdimos el principio! —se quejó Gaturro en tono casi inaudible. —No importa. A nosotros sólo nos interesa el final. Prestemos atención. En ese preciso momento, el cangrejo macho que interpretaba el personaje de Bartolomé hacía una larga reverencia. Luego tomó una de las pinzas de la cangrejo hembra que encarnaba el rol de Lucrecia y ambos comenzaron a bailar un vals. Dieron varias vueltas, Bartolomé extendió a Lucrecia un ramito de violetas y ella las aceptó, conmovida. Comenzaron a besarse apasionadamente mientras el público se ponía de pie y estallaba en un interminable a p la uso. Era, sin duda, una hermosa historia de amor. Gaturro y la Tortuga también se pararon para aplaudir a los intérpretes, quienes 99
finalmente se retiraron de escena, caminando de costado, como tienen costumbre de hacer los cangrejos. Todavía sonaban los aplausos en la platea cuando vieron subir al escenario al cangrejo Bartolomé, que además de actor principal de la pieza era también el director y productor. Pidió silencio gesticulando con ambas pinzas y pronunció las siguientes palabras: —Estimado público, todos ustedes saben que es costumbre de la Compañía de los Crustáceos dialogar con el público al finalizar la función. ¿Hay alguien, entre los al espectadores, que quiera escenario en representación del resto? —Va a subir Gaturro, un habitante de la Tierra que visita nuestra isla por primera vez —gritó la Tortuga.
acercarse
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—¿Qué? ¡Ni loco! —gritó Gaturro mientras la Tortuga lo arrastraba hacia el escenario. —¡Ánimo, Gaturro! —respondió ella una vez que estuvieron junto al cangrejo Bartolomé—, que de esto depende que adivines la quinta palabra, se rompa el hechizo y puedas recuperar a la verdadera Ágatha. La platea recibió la llegada de ambos al escenario con un cálido aplauso. La rata Morgan, Lechucienta, el rey Toto y los demás habitantes de la Gruta del Trueque, así como la cocodrila Coca junto a los gemelos, ya se habían acomodado en la primera fila para poder ver de cerca a Gaturro. — ¡Viva el teatro! —gritó Lechucienta apantallándose con el espejo de mano—. ¡Y prendan urgente el aire acondicionado, que el calor me reseca la piel! —Respetabilísimo Gaturro —comenzó Bartolomé, aclarándose la garganta—, como extranjero, tu presencia esta noche nos interesa especialmente. Queremos darle a la Compañía de los Crustáceos una proyección internacional, 101
por lo que estoy pensando en montar una nueva obra de teatro para salir de gira. Pero necesito tu opinión acerca del argumento y de los posibles integrantes del elenco. Deberían ser actores de carácter. —Yo creo que en esta isla hay actores de mucho
carácter —comentó Gaturro mirando simpáticamente hacia la primera fila—. Y debería ser una comedia musical, donde la rata Morgan, sin ir más lejos, bien podría desplegar sus dotes de vestuarista. — ¡Me encanta! —festejó Morgan, emocionado—. ¡Y además puedo bajar las escaleras bailando zapateo americano con mi pata sana! 102
—Una comedia musical puede ser un gran negocio —admitió Bartolomé—. ¿Qué más se te ocurre, Gaturro? —El rey Toto puede personificar al gerente de una gran tienda de ramos generales. —¡Pero siempre y cuando no se maneje dinero! —objetó el rey Toto—. No olviden que lo mío es el trueque. —Tu asistente de dirección sería mi gran amiga la Tortuga —agregó Gaturro—, nadie como ella para ayudar. — ¡Acepto! —replicó Bartolomé. —Y yo acepto tener una participación especial en la obra, en tanto y en cuanto me den un camarín privado y mi nombre figure en la marquesina del teatro escrito en cartel francés —se adelantó Lechucienta, por miedo a que no la incorporaran en el elenco. —Concedido —dijo Bartolomé—. Siempre es bueno incluir una figura convocante que garantice la venta de entradas. Pero también necesitamos ganarnos al público infantil. 103
—¡Propongo para eso a Iván y Manuel, los cocodrilos gemelos! Pueden interpretar el papel de los hijitos del rey Toto —respondió rápidamente Gaturro—. Si es que su madre, Coca, los autoriza a participar, claro. —Los autorizo con la única condición de que aprueben todas las materias —dijo Coca. —¡Vamos a aprobar, mamita! —respondieron los gemelos, levantando sus colas en señal de promesa. —Esto se está poniendo muy interesante —reflexionó Bartolomé—. Pero nos está faltando algo... —¿Qué? —inquirió Gaturro. —Saber quién será el protagonista . 104
—¿Cómo? ¿El protagonista no serías vos, Bartolomé? —No, imposible. Yo no puedo acaparar todos los protagónicos. Soy un cangrejo, no un pulpo. ¡Sólo me falta el protagonista! Y creo que deberías ser vos, Gaturro. — La platea comenzó a corear con entusiasmo el nombre de Gaturro. La tortuga le susurró: —A él sólo le falta el protagonista y a vos sólo te falta adivinar la última palabra. Decila, Gaturro, así se rompe el hechizo de una vez por todas. —¡El protagonista de la obra sos vos! —reiteró el cangrejo Bartolomé. —¿Yo? ¿Gaturro? En ese mismo instante la luz rojiza volvió a iluminar el cielo y las voces extrañas
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dijeron otra vez: “Ufaaaaaaaaaaaaaaaa”. El cangrejo Bartolomé escribió con maquillaje teatral la palabra sobre el caparazón de la Tortuga. —¡Maravilloso! ¡Adivinó la palabra! —exclamó la Tortuga. — "NO OIDO NEGAR TODO, GATURRO" —dijo entonces Gaturro, leyendo una a una las palabras del caparazón de la Tortuga. La platea se puso nuevamente de pie, aplaudiéndolo a rabiar.
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—¡Maravilloso! —gritó la Tortuga—. es la quinta palabra. Se acaba de romper el hechizo —agregó, estrechándolo entre sus aletas. Pero esta vez las voces extrañas, pertenecientes a las criaturas maléficas de la isla, rompieron en una estruendosa carcajada. —¿De qué se ríen? —protestó Gaturro, mirando hacia el cielo—. Y además, si el hechizo se rompió, ¿dónde está mi Ágatha, que no la veo? — ¡El hechizo no se rompió, querido! Tu ansiedad y tu atropello durante una de las pruebas hizo que ahora una de las cinco palabras esté equivocada —respondieron las voces. —¿Una de las palabras está mal? ¿Pero cuál? —preguntó angustiado Gaturro, leyéndolas una por una nuevamente—. ¿Cuál de todas está mal? —increpó a la Tortuga. —No lo sé, no lo sé, ¿cómo puedo saberlo? —sollozó nerviosa la Tortuga—. No tengo la bola de cristal. Y sucedió que la palabra fue como un destello en la oscuridad para Gaturro. Guiado por una 107
intuición que hasta entonces ignoraba que tenía, su mirada se posó en el espejo de Lechucienta. "¡Cristal! ¡Espejo! ¡Lechucienta! ¡Eureka!" pensó Gaturro, que entonces pudo ver claramente que la palabra "OIDO", tal cual estaba escrita en el tronco del sauce llorón, y ahora escrita en el caparazón de la Tortuga, se convertía en la palabra "ODIO" cuando se la leía a través del espejo de la diva. —¡No es OIDO sino ODIO! ¿Me escucharon? —se apresuró a gritar Gaturro, con toda la potencia de sus pulmones—. NO ODIO NEGAR TODO GATURRO son las cinco palabras correctas que rompen el hechizo.
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—Yo, que tengo el poder, te dije que necesitarías el espejo —le gritó Lechucienta—, pero hiciste "oído" sordo a mi sabio consejo. Entonces se desató una tormenta de agua cálida y rosada que cayó sobre las cabezas de todos los presentes. Porque allí en el cielo, las voces rompieron a llorar amargamente debido al hallazgo de Gaturro, que, corregido el error, había adivinado cada una de las cinco palabras que le devolverían a la verdadera Ágatha. El hechizo estaba roto. La tormenta rosada, que se fue transformando en un verdadero diluvio, obligó a todos a abandonar el lugar. En apenas unos pocos minutos sólo quedaron sobre el escenario Gaturro y la Tortuga. — ¡Que llueva, que —canturreaba la Tortuga, dando pequeños brincos de felicidad. Súbitamente, el diluvio se detuvo. Y el cielo de la isla recuperó su pálido color rosado. —En este momento Ágatha está siendo liberada —confirmó la Tortuga, mirando hacia arriba.
llueva!
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—¿Pero entonces... dónde está que no logro verla? —preguntó Gaturro, preso de la ansiedad. —Vamos ya mismo a buscarla . Y en seguida ambos bajaron del escenario mojado con suma precaución, procurando no resbalarse.
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ADIÓS
A LA
ISLA
Gaturro se dirigía ahora hacia la misma orilla de la isla en la que había visto, al llegar, a las cinco Ágathas exactamente iguales. Pero lo que más deseaba en la vida era reencontrarse con la verdadera y llevársela a la Tierra sana y salva. —¿Dónde está Ágatha? —preguntó, ansioso, a la Tortuga. Por única respuesta, la Tortuga apuntó con su aleta un punto cercano a la orilla y Gaturro dirigió su vista hacia allí. ¡Era Ágatha! —¡pero una sola Ágatha, la única, la verdadera e irremplazable!—, que se paseaba de un lado a otro en la orilla con gran impaciencia. — —gritó Gaturro, mientras salía corriendo a su encuentro. —¡Por fin, Gaturro! —respondió ella en tono de reproche—. Pensé que nunca ibas a adivinar las cinco palabras. Sin lugar a dudas, sos el gato más 111
lerdo que conocí en mi vida. —¡Y sin lugar a dudas, vos sos la verdadera Ágatha! —se alegró Gaturro—. ¡Siempre tan cariñosa conmigo! —agregó después, irónicamente. Pronto la Tortuga se sumó al grupo. Y allí estaban los tres, a punto de emprender el viaje en caparazón que los devolvería de nuevo a las alcantarillas. —¿Qué pasó con las otras cuatro Ágathas? —preguntó Gaturro a la Tortuga. — para siempre —fue la respuesta—. Y podés hacer de cuenta que nunca existieron. —¡Menos mal! ¡Porque cinco Ágathas para un solo Gaturro era demasiado! —suspiró aliviado. 112
Ágatha y Gaturro treparon al caparazón de la Tortuga marina, que con la velocidad de una lancha comenzó a surcar las aguas. —¡Más despacio, por favor, que me despeino! —imploró Ágatha. Pero la Tortuga siguió acelerando y en menos de lo que canta un gallo ya los estaba depositando, despeinados y húmedos, en la boca de la tubería. —Yo me voy adelantando, chicos —advirtió Ágatha—, no me gustan las despedidas. Y se alejó, dejándolos solos. — ¿Es el final? —inquirió Gaturro, sintiendo que se le hacía un nudo de tristeza en la garganta. —Sí, Gaturro —afirmó la Tortuga—, es el final. —Te voy a extrañar. —Y yo a vos. ¡Nunca imaginé que los gatos fueran los mejores amigos de las tortugas! Pero la madre Naturaleza no deja de soprendernos, ¿no es así? —reflexionó la Tortuga, con la voz quebrada de emoción. —Sí, es así —respondió Gaturro, acariciándole 113
suavemente el caparazón—. ¿Nos volveremos a ver? —Quién sabe —suspiró ella—, la vida está llena de caminos y tal vez nos crucemos en alguno de ellos. Pero si por alguna razón no llegamos a vernos, prometeme que sí o sí vamos a encontrarnos en nuestros sueños. —Trato hecho —sonrió él, estrechando con su garra la aleta de la Tortuga—, te lo prometo. Gracias por todo lo que hiciste por mí. —De nada, fue un gran placer. Y ahora quiero que te lleves este recuerdo —dijo la Tortuga, quitándose de su cuello la cadena de la que colgaba el ,y dándosela a Gaturro, junto a la brújula de la rata Morgan—. Este cronómetro era de mi bistortugo. Guardalo siempre. —No, no puedo aceptarlo. Era de tu bistortugo, lo necesitás para entrenar... es 114
demasiado importante para vos... —Y justamente por eso te lo doy —replicó la Tortuga—, porque es muy importante para mí. Y ahora sí, debemos regresar. Vos a tu casa y yo a mi isla. —Está bien —aceptó Gaturro—. ¡Suerte en las OLIMPÍADAS! —¡Gracias! ¡La voy a necesitar! ¡Y suerte para vos, con Ágatha! —Muchas gracias. ¡Creo que yo la voy a necesitar más que vos! La Tortuga dio media vuelta y desapareció, dejando un leve halo de luz verde fosforescente.
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Secándose las lágrimas y esquivando basura, Gaturro fue a reunirse con Ágatha, que ya lo esperaba junto a la boca de uno de los caños. —Si el sexto sentido femenino no me falla, éste es el caño por el que tenemos que trepar para desembocar directamente en la cocina —anunció, orgullosa de su descubrimiento. —Muy bien. Andá vos primero, que yo te sigo. Ágatha se metió en seguida adentro del caño y comenzó a subir. Pero antes de irse, Gaturro miró por última vez aquel mundo subterráneo. Luego sujetó fuertemente la brújula y el cronómetro con sus garras y se despidió de aquella aventura que jamás olvidaría. — ¡Adiós! —gritó con todo el aire de sus pulmones. Y el eco de su voz le respondió:
"Adiós... Adiós... Adiós...".
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HOGAR
DULCE
HOGAR
El ascenso por las cañerías parecía no tener fin. Pero cuando ya estaban los dos exhaustos, y luego de haber trepado sin descanso, sorteando tramos sucios y resbaladizos, Ágatha y Gaturro LLEGARON al hueco de la rejilla de la cocina. Con esfuerzo, comprimieron sus cuerpos todo lo que pudieron y lograron pasar del otro lado. En la casa no se oía volar ni una mosca. La familia seguía durmiendo. El silencio era absoluto. Entonces Gaturro llegó a la conclusión de que por más larga que le hubiese resultado la aventura, no había durado más que un par de horas si se tomaban en cuenta los parámetros con que medían el tiempo allí arriba. —Bueno, volvimos a la —comentó Gaturro. —¡Y vos, sobre todo! ¡Mirate! Tenés más tierra encima que el felpudo de la puerta de entrada. 117
—¿Ágatha? —preguntó, sacudiéndose la basura que se le había pegado al subir por el caño—, ¿cómo fue que te raptaron las criaturas maléficas de la isla? —Me hicieron el mismo truco que a vos. —¿Y de quién se disfrazaron para engañarte? —¡De vos, Gaturro! Escuché tu voz. Me llamabas para que bajara a rescatarte y así fue como caí en la trampa —respondió Ágatha, retocándose el moño de la cabeza. —Gracias, Agathita... —exclamó él, feliz de que ella hubiese sido tan valiente como para bajar a buscarlo—. ¡Pero te mintieron , porque a mí no me habían raptado! ¡Yo no estaba entre los cinco Gaturros que te deben haber mostrado al llegar a la isla! —¿No? —replicó ella, indiferente—. Bueno, de todas maneras, yo no llegué a adivinar ni la primera de las palabras del hechizo. Y por eso tuve que estar ahí abajo más de lo que me hubiera gustado. —¿Te quedás a desayunar conmigo? —la invitó románticamente Gaturro. 118
No
—¡ , ni loca! Estoy re-cansada. Me voy —respondió ella, dando un largo bostezo. Y se fue de allí meneando la cola. "No hay caso", se dijo Gaturro, acariciando nostálgico el cronómetro que colgaba de su cuello, "haga lo que haga, resuelva lo que resuelva, nada sirve. Entre Ágatha y yo todo va a seguir siendo igual hasta el fin de los tiempos. Y bueno", suspiró resignado. "Voy a intentar dormir al menos unos minutos antes de que me despierten para ir a la escuela."
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Pero al meterse en la cama, Gaturro volvió a sentir la misma sed que antes de que comenzara toda aquella extraña aventura. "¿Para qué me habré comido todas esas anchoas saladas?", refunfuñó al salir de la cama, con la lengua seca como un papel de lija. Y fue de nuevo hasta la cocina a tomar el vaso con agua que no había logrado tomar todavía.
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Pero al abrir la puerta de la heladera volvió a escuchar una voz que le hablaba a sus espaldas. — Gaturro dio media vuelta y allí la vio: era Ágatha. Estaba preciosa, ahí paradita sobre la rejilla. —¡Volviste! —Sí. Me olvidé de decirte algo... —¿Qué? —Gracias por rescatarme. Siempre me voy a acordar de lo que hiciste por mí. —Se acercó y le dio un beso en la mejilla. Gaturro sintió que el corazón le daba un brinco de alegría. —¿E..eso qui...quie-ere decir que va-vamos a estar juntos, Ágatha? Pero ¿cuá-cuándo? ¿Cómo? —tartamudeó, emocionado. —No sé, no sé... —replicó ella—, pero creo que vos solito vas a poder encontrar la respuesta y el camino —agregó, sonriendo—. Chau. Y volvió a irse meneando la cola. Gaturro quedó muy despistado frente a las palabras de Ágatha. 121
"¡Si al menos esta brújula que me regaló la rata Morgan me sirviera para orientarme un poco y encontrar la respuesta y el camino!", exclamó frotándola como si fuera una lámpara maravillosa "Pero está rota. El único camino que sabe marcar lo conozco de memoria. Y es el del Noroeste, el del ", suspiró con resignación. Sin embargo, para su sorpresa, al volver a contemplar la brújula descubrió que algo había cambiado. Porque, contra todo cálculo, ya no indicaba el N.O. ¡Ahora marcaba el Sur-Isla! 122
Insistentemente, ahora la brújula marcaba un SI, un —¡Entonces quiere decir que Ágatha y yo SÍ vamos a estar juntos! —exclamó, saltando de felicidad por toda la cocina—. ¡La respuesta es SÍ! —gritó—. ¡Sí! ¡Me pongo ya mismo en camino! Y de esa manera, con la velocidad que sólo son capaces de alcanzar algunas tortugas marinas, Gaturro salió volando a buscar a Ágatha.
¡SI!
Fin
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Sed de aventura
9
Gaturro cuesta abajo
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Cinco Ágathas para un solo Gaturro
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La rata Morgan
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Lechucienta
54
Hablar con propiedad
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La Gruta del Trueque
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Gaturro tiene la última palabra
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Adiós a la isla
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Hogar dulce hogar
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