El tiempo externo y el tiempo interno.
El tiempo externo (o histórico) es la época o el momento en que se sitúa una narración. Puede ser explícito o deducirse del ambiente, las costumbres, los personajes, etc.
Un ejemplo es:
“El primer día después de Navidad Marta y Nacho reciben una sorpresa: irán a casa de la tía Melinda, a la que nunca han visto. Marta sabe que ella guarda un gran secreto, pues oculta tras el sofá escuchó una extraña conversación entre su abuela y su madre, y quiere descubrirlo. Cuando llegan a casa de Melinda, los relojes se paran y la aventura comienza: deseos que se cumplen, puertas misteriosas, personajes fantásticos y una llave que será la clave para resolver un enigma.”
El tiempo interno es la forma en la que se ordenan cronológicamente los acontecimientos que aparecen en la obra. Lo habitual es un orden lineal, pero sobretodo en la narrativa actual, se empieza a contar en un momento determinado de la historia y después se cuentan unos hechos que han sucedido con anterioridad (flash back), o por el contrario, el narrador anticipa hechos que todavía no deberían haber sucedido (ordenación prospectiva). Incluso, a veces, los acontecimientos se disponen de una manera desordenada, por ejemplo empezando por el final.
La narración puede seguir estos pasos: - In media res: la narración comienza a contarse por el nudo o centro de la historia, se vuelve al comienzo y cuando se llega al centro prosigue linealmente. - In extrema res: se inicia la narración por el final o desenlace.
- Contrapunto: las distintas situaciones de la historia se desarrollan en secuencias que se van sucediendo alternativamente. -Final abierto: el autor decide prescindir del desenlace que permite al lector imaginar su propia solución al conflicto.
Ejemplo in extrema res: “Cuando murió la señorita Emilia Grierson, casi toda la ciudad asistió a su funeral; los hombres, con esa especie de respetuosa devoción ante un monumento que desaparece; las mujeres, en su mayoría, animadas de un sentimiento de curiosidad por ver por dentro la casa en la que nadie había entrado en los últimos diez años, salvo un viejo sirviente, que hacía de cocinero y jardinero a la vez. (…) El negro recibió en la puerta principal a las primeras señoras que llegaron a la casa, las dejó entrar curioseándolo todo y hablando en voz baja, y desapareció. Atravesó la casa, salió por la puerta trasera y no se volvió a ver más. Las dos primas de la señorita Emilia llegaron inmediatamente, dispusieron el funeral para el día siguiente, y allá fue la ciudad entera a contemplar a la señorita Emilia yaciendo bajo montones de flores, y con el retrato a lápiz de su padre colocado sobre el ataúd, acompañada por las dos damas sibilantes y macabras.”
Este cuento comienza con el funeral de la señorita Emilia Grierson, a continuación se cuenta la vida de este personaje para, finalmente, volver al funeral y al descubrimiento que se produce al curiosear en la casa de la difunta: Una rosa para Emilia, William Faulkner.
Ejemplo con final abierto (El vagabundo y la luna):
“Erase una vez un extraño hombrecillo que moraba entre las sombras de una ciudad. Prefería la noche al día, y al alba, se acomodaba sobre los tejados más mullidos de la capital. La gente, que nada de él conocía, acostumbraba a susurrar en su espalda mientras el hombrecillo dormía, ajeno a los demás.
¡Pobre vagabundo! –se lamentaban los bondadosos- ¡Qué vida tan desgraciada tendrá!
A aquel extraño vecino le acompañaba siempre un gato, lleno de tantas manchas que parecía vestido de lunares, y hasta unas botitas blancas parecía calzar. Poco más poseía aquel hombre, salvo una pequeña flauta que le alegraba las noches, mientras todos dormían y él despertaba.Y sin embargo, era el hombre más rico de la ciudad.
Cuando la ciudad dormía todo se tornaba de paz y tranquilidad por las calles de aquel lugar. Solo un pequeño hombrecillo y su gato de cien manchas permanecían en aquel momento con los ojos abiertos. Aquel pequeño hombrecillo o vagabundo (como le llamaban), hacía entonces sonar su flauta llenando las avenidas de alegría, color y magia. Sentado a los pies de la mismísima luna, cada noche silbaba el músico al viento todas las melodías que recordaba. (…) Arropadito por un buen manto de estrellas, tocaba y tocaba sin darse cuenta la noche entera, y cuando todos comenzaban a despertar volvía junto a su gato a buscar tejados mullidos donde poder reposar. Así una y otra vez hasta que acabase el día, y la noche y la música tuviesen de nuevo lugar.”
Brenda Pérez Rodríguez Lidia Sánchez Taboada
1º BAC - C