Escribiendo los problemas Me gustaría que antes de empezar a leer con atención las próximas líneas, traten de imaginar la siguiente situación tan cotidiana en la vida de todos. Quiero pedirles que visualicen esta escena: estamos esperando un llamado importante, aquel que hace la diferencia entre un buen y un mal día. En un instante suena el teléfono, y cuando corremos hacia él, nos damos cuenta, al escuchar la voz del otro lado, que es la gran llamada esperada. Tomamos una lapicera del montón contenido en el frasco o cajita que está al lado del teléfono, para darnos cuenta, a la hora de transcribir la información, que la misma no funciona. La pregunta que sigue es: ¿qué hacemos? Lo más lógico y racional sería apartarla y tirarla a la basura. Lo mejor de todo, separar sus partes para reciclarla, usarla como instrumento para rascarnos las orejas, etc. Pero no. Simplemente la volvemos a meter con el montón, y a la vez, tomamos otra que tiene el mismo efecto en el papel. Una vez que llegamos a la tercera o
cuarta, “la salvadora”, comenzamos a tomar nota de lo que nuestro interlocutor quiere decirnos hace más de media hora. Y ahora yo les pregunto: ¿somos muy diferentes para con nuestros problemas? ¿O tomamos la misma actitud ante los conflictos que nos invaden en el día a día? ¿Acaso no sucede con demasiada frecuencia el hecho
de
encontrarnos
con
los
mismos
problemas en nuestras vidas? ¿No será que lo único que hacemos en esas circunstancias es renegar un rato, descargar algunas tensiones y acrecentar otras, para luego devolverlas al montón de problemas que ya traíamos? Es cierto, claro que sí. Existen personas que en un momento determinado toman el montón de problemas y deciden hacer algo al respecto. Sin embargo, el trabajo se torna mucho más difícil por la acumulación de los conflictos internos a lo largo del tiempo. En esas condiciones llegan las personas a la consulta psicológica. Y por ese motivo el trabajo terapéutico se complica, se torna más largo, más costoso y con mayores sacrificios. Lo más aconsejable es intentar resolver la problemática del día a día a medida que se hace
presente. Estemos atentos tanto de los llamados externos como de los internos. Intentemos, a travĂŠs de una nueva actitud, que los costos se abaraten,
los tiempos disminuyan
y
los
sacrificios sean menores. Tomemos conciencia de una vez y para siempre que vivir mejor es posible. Utilicemos elaboraciĂłn profundos
de y
nuestros recarguemos
problemas con
la
la mĂĄs tinta
experiencial resultante nuestros corazones. Escribamos nosotros mismos aquello que deseamos para nuestra vida.
La pierna acalambrada Hace un tiempo, en una de esas charlas internas que todos solemos tener, tomé conciencia de la semejanza que existe entre
el crecimiento
personal y el proceso disfuncional conocido popularmente como la pierna acalambrada o la pierna dormida. Sí, eso mismo, la pierna acalambrada. Todos conocemos esa sensación de dolor y molestia que nos invade, con cierta variabilidad personal, en aquellos momentos en los que nos encontramos por un período de tiempo con la pierna en una posición determinada. Es un dolor que aparece y se proyecta con sutileza pero con rapidez, hasta dejarnos con la sensación a nivel físico y psicológico de estar inmovilizados. Este mismo fenómeno acontece en el mundo interno de toda la humanidad. Un día nos encontramos sin ninguna clase de molestia, y cuando menos lo esperamos, cierto vacío nos invade y nos carcome el corazón. Es en esos momentos en los que sentimos que el dolor no pasará
y que estaremos en ese estado
eternamente. De igual forma que en el cuerpo, los primeros
pasos para liberarse del dolor son los más atroces, los que más daño hacen. Esos primeros movimientos nos hacen pensar que quizás es mejor detenerse y esperar a que algo mágico ocurra. Pero eso no sucede. Al contrario, si no hacemos algo para salir de esa situación, el dolor crece y nos envuelve todo el cuerpo, dejándonos
verdaderamente
inmovilizados.
Como toda situación de dolor, estas vivencias tienen un potencial de aprendizaje que nos permite
evolucionar,
si
es
que
nos
lo
proponemos, sin fin. Es verdad que los primeros esfuerzos para salir de estas crisis son molestos, dolorosos y de cierta manera crueles. Pero con la práctica y con
cierta
motivación
personal
para
sobreponernos, nos damos cuenta de que a medida que avanzamos en el tiempo, el dolor decrece poco a poco hasta abandonarnos. Una vez que decidimos transitar este camino, de hacer algo con lo que nos pasa, el dolor parece crecer con cada paso hasta que, a través del compromiso, la intención y las ganas de liberarnos de él nos conducen a la victoria. En algunas oportunidades existen ciertos compañeros de camino que nos ayudan y escoltan, ya sea masajeándonos la parte del
cuerpo adormecida o acariciándonos el alma a través de un abrazo o de una palabra afectuosa. Nos asisten en aquellas situaciones de mayor vulnerabilidad.
Nos
acompañan
en
los
momentos de soledad. Nos miman cuando la tempestad toca la puerta de nuestras almas. Aunque cabe reconocer que no siempre podemos acudir al otro cuando sentimos la necesidad. En las situaciones que sí podemos hacerlo, debemos darnos cuenta de que hay dolores que sólo nosotros podemos enfrentar; nadie puede reemplazarnos en esta tarea. Por lo tanto, aunque yo pueda reconocer que en algunas situaciones requiero la ayuda del otro, también debo recordar que para madurar, realizarme y evolucionar, es necesario que tenga conciencia de una de las principales realidades en la vida: que sólo yo puedo enfrentarme con aquello que me duele y me paraliza. El camino es de a uno en este sentido. Una vez que abandonemos el dolor, el calambre, aprenderemos cuáles son las posturas que facilitan el adormecimiento y producen entumecimientos; qué situaciones se escapan de nuestro control, cuáles nos superan. Este nuevo aprendizaje nos dará la posibilidad de no repetirlas, de aprender algo de ellas.
Estos despertares cotidianos alumbran una pequeña parte de nosotros mismos, de nuestras mentes y de nuestras almas. Asimismo nos dan la certeza de que en un futuro se presentarán problemas similares, tales como calambres, algunas torceduras y unos cuantos dolores más y menos tolerables. Estas experiencias nos garantizan tener en el futuro la suficiente fuerza para superar cualquier obstáculo, de la misma manera que pudimos sobreponernos en el pasado. Porque todo lo que vivimos día a día nos permite ser quienes somos. Tener conciencia de que en un instante creíamos que no había salida y de repente nos encontramos corriendo, y con buen trote, la maratón de la vida. Y no seremos ganadores, ya que en la carrera del vivir no existen vencedores ni vencidos, sino atletas con diferentes habilidades, que no corren todos las mismas carreras ni a la misma velocidad. En ellas, la única competencia que vale es la que juega cada persona consigo misma. Teniendo en cuenta la variabilidad personal y gracias a un entrenamiento individual, puedo asegurar que todos y cada uno de nosotros podemos
llegar
a
nuestro
máximo
rendimiento, triunfando cada día en el dulce regalo que constituye el vivir.
El reflejo de Nicolás Ese día le había parecido a Nicolás el más largo del año. Entre el frío sufrido durante la jornada laboral (era mecánico de juegos en un parque turístico) y el poco interés que tenía hacia ese trabajo,
las
horas
se
le
habían
hecho
interminables. Cuando anocheció, motivado por el impulso de abandonar su trabajo y llegar a su casa, no siguió su costumbre de bañarse al final de la jornada. Ni siquiera se tomó el tiempo de quitarse la grasa que había quedado adherida en sus manos, uñas y cara. Lo único que pasó por su mente fue el calor de su estufa y lo acogedor del hogar. Una vez que llegó a su casa, procedió a lavarse las manos para luego cenar alguna fruta y meterse en la cama. Cuando estuvo frente al espejo del baño, se lavó las manos en la pileta y, con dificultad y mucho esmero, pudo quitarse casi todas las secuelas laborales de ese día. Sin embargo, no pudo evitar que el espejo le devolviera con crueldad el reflejo de su rostro con las manchas que seguían aferradas a él. Impactado por aquella imagen decidió hacer
algo al respecto. Tomó entonces el jabón y la toalla húmeda con la que se había secado las manos y, decidido a quitarlas de una vez y para siempre, empezó a refregar con todas sus fuerzas la zona del espejo que le devolvía la imagen con las manchas. No te sorprendas del modo en que Nicolás procedió. Recuerda,
en su lugar,
cuantas
veces emprendemos una guerra personal contra aquellas situaciones, personas o eventos que son sólo el producto o reflejo de nuestra propia manera de pensar, sentir o actuar. La actitud y el modo de ser de cada uno de nosotros se reflejan en el día a día de nuestras vidas. Por desgracia, limpiar el espejo no afecta al que en él se refleja. En vez de buscar en el afuera las razones y soluciones de nuestros desafíos existenciales, debemos usarlo como instrumento para reconocer nuestra intima
interioridad,
y
desde
superarnos cada día un poco más.
ese
lugar,
Mágica sabiduría Una sombra creciente oscurecía aquel día el pueblo de Camelot.
El rey Arturo, máxima
autoridad de aquel mítico reino, era acosado por una
idea
en
su
mente
y
una
duda
desesperanzadora en su corazón. Hacía
tiempo
que
se
cuestionaba
profundamente su capacidad de liderazgo, dudaba si poseía o no la sabiduría, los recursos, el carisma, y todo lo necesario para poder guiar exitosamente a su pueblo. En ese mismo instante, cuando todo parecía confirmar sus temores, se oyó un leve golpe en la puerta de la habitación real, y pronto supo que su consejero y mejor amigo, el mago Merlín, acudía otra vez en su ayuda. Se levantó de su cama y con voz firme dio el consentimiento para que el mago entrara a la habitación. Quizás porque lo conocía desde que era un bebé, o tal vez por la tristeza en sus ojos, o quizás por ser simplemente Merlín, el mago supo al instante que algo oscuro adormecía el buen juicio de su rey. Entonces lo invitó a dialogar sobre sus temores.
Con un tono apagado Arturo le comentó lo que le ocurría, compartiendo con su leal amigo y consejero sus miedos
y
ansiedades más
profundas. Una vez que finalizó su relato, Merlín lo invitó a emprender un viaje a caballo, pero sin revelar el destino. Y sólo cuando llegaron al bosque de mayor tamaño en el reino, el mago anunció con alegría el final de aquella travesía. Después de un momento en silencio lo invitó a contemplar los quehaceres de los leñadores. Juntos observaron que en el instante en que los árboles caían luego de ser cortados, dañaban e incluso quebraban a otros que se encontraban a su alrededor. Una vez presenciado aquel acontecimiento, Merlín dijo: -Nosotros somos como el árbol derribado por tu pueblo. Cuando nos “caemos“, arrasamos y dañamos a un gran número de personas a nuestro alrededor. Si dejas que tus temores te paralicen y optas por no asumir la Misión
que se te ha
encomendado, no sólo caerás tú, sino que se verá perjudicado todo Camelot por tu decisión.
Todas las personas son como los árboles. Aquellas que no cumplen con el Sentido de sus vidas, sea por las razones y las circunstancias que fuera, no sólo se dañan a sí mismas, si no que perjudican a una parte de la humanidad en su caída. Dentro de tu corazón sabes que esta es tu Misión, tu contribución a la humanidad. Claro está que en este viaje también te acompaña un polizón llamado miedo. Debes saber que este es el Sentido de tu vida. Si el deseo de abandonar a los tuyos se originara en una revelación profunda más que en un miedo irracional, tendrías mi apoyo
y
colaboración para hacer lo que tú quisieras. Pero ese no es el caso, ya que yo hoy estoy aquí para recordártelo, reorientarte y acompañarte en el cumplimiento de tu Sentido, ya que eso constituye el Sentido de mi vida. Dice la leyenda que gracias a estas palabras, Arturo cumplió con su Sentido, ayudando a que muchos otros cumplieran con el propio. Haz lo mismo que Arturo. Encuentra, desarrolla y sé fiel a tu verdadero y profundo Sentido. Cumple con tu Misión, y ante cualquier duda, busca el consejo de un buen mago amigo que te ayude y te oriente en esa dirección.