Atahualpa Yupanqui

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1908-2008: Centenario del nacimiento de Atahualpa Yupanqui

Don Ata y el c贸ndor Fragmentos sobre la vida y la obra de Atahualpa Yupanqui

Texto y recopilaci贸n: Sandra Gordillo Ilustraci贸n: Juan Cruz Abril

Cerro Colorado, 2008


1908-2008: Centenario del nacimiento de Atahualpa Yupanqui

Esta recopilación fue realizada en el marco del Proyecto educativo COPANACU (Cóndor andino como patrimonio natural y cultural), declarado de interés educativo por el Ministerio de Educación de la Provincia de Córdoba (Resolución 588/02). Este proyecto tiene como objetivos integrar y regionalizar contenidos que favorecen nuestra conciencia histórica y ambiental, crear espacios para el fortalecimiento de nuestra identidad, y sensibilizar a los visitantes hacia los valores patrimoniales y turísticos regionales. Coordinadora: Dra. Sandra Gordillo, Universidad Nacional de Córdoba copanacu@yahoo.com.ar

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Era deseo de Don Ata y su esposa Nenette, que su casa, hoy sede del Museo, sea un modesto centro de ideas, un sitio para los idiomas antiguos y para los enamorados de la naturaleza, la bot谩nica, un hecho cultural en una zona alejada de todo, un canto de amor a la tradici贸n. (Fuente: Cartas a Nenette, 2001, Victor Pintos)

Dedicado a Emiliano

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Prólogo No se pretende realizar un trabajo biográfico o de tipo ensayista sobre Yupanqui; para eso se necesita penetrar en el universo del hombre, en la piel del poeta, tarea demasiado difícil para la que escribe. Como homenaje en el Centenario de su natalicio sólo se quiere compartir algunos fragmentos del sentir de este paisano, de este gran hombre, sentir que se refleja en su obra, y que es su propia vida. El cóndor, ave emblemática y nativa de Sudamérica, es el hilo conductor o eje organizador para este recorrido. Porque el cóndor representa la identidad ancestral de nuestra tierra y es símbolo de integración de nuestros pueblos. En la obra de Yupanqui, el cóndor siempre está presente: La vida americana tendrá nuevas rutas, descubrirá nuevos ritmos, pero el amanecer montañes se iniciará siempre con el vuelo de un cóndor. A.Y. El indio y el cóndor, sabelo mi huahua, son dueños del mundo cuando abren las alas! A.Y. Además, en Cerro Colorado, lugar elegido por el poeta como residencia para el descanso y meditación, el vuelo del cóndor quedó plasmado en la piedra como parte del arte indígena. Y así, con las alas desplegadas, como centinelas del patrimonio, los cóndores vigilan desde los cerros.

Para incursionar en el universo yupanquiano se ha contado con los prodigiosos ensayos de Fernando Boasso (1969) y de Félix Luna (1974), que realizaran cuando el hombre aún se encontraba en plena vida; y de algunos artículos periodísticos, aparecidos casi todos a 10 años de su muerte, ocurrida en 1992.

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EL HOMBRE

Dice Félix Luna, que A.Y. nunca ha sido demasiado preciso en el plano autobiográfico: prefiere que se mezclen años, gente, lugares, y todo lo cuenta con una pincelada borrosa que da dimensión de leyenda a sus andares. Pero vamos a intentar esbozar una cronología con trazos autobiográficos. Su niñez transcurrió en la pampa gringa. Nació en 1908 en un paraje del partido bonaerense de Pergamino. “Nací en un medio rural, y crecí frente a un horizonte de balidos y relinchos.” “No fueron muchos los años que viví y trajiné la pampa. Pero esos tiempos de mi infancia están bañados de magias guitarreras”. “Al poco tiempo mi tata me llevó a la ciudad para presentarme a un hombre, a un artista, a un maestro: don Bautista Almirón. Ese instante frente al maestro fue definitivo para mi vida, mi vocación. Entraba yo para siempre en el mundo de la guitarra. Aún no había cumplido ocho años, y la vida me daba un glorioso regalo: ¡Ser alumno de Bautista Almirón!”. Luego, aún niño, viajó con su familia a Tucumán. A partir de allí comenzó su trajinar por los paisajes del noroeste y el litoral argentino. Comenzaba a sonar el paisaje del indio. “A mí personalmente, me sobraba con un concierto al mes, pues tenía caminos, paisajes, gauchos, un par de mulas, un colorado pedidor de rienda y un indomable vigor para cabalgar por esos valles, días o semanas, aprendiendo cantares, respirando un aire antiguo y gratísmo, durmiendo junto a los corrales o al reparo de los aleros kollas, vistiendo solamente la sencilla y noble ropa del paisano del norte, portando –como un caracol sin brújula- la cama en mi apero, las armas en la guitarra y la quena, y un anhelo profundo en el corazón: ahondar América para encontrarme a mí mismo”. Además de la música, desde muy joven mostró pasión por los libros. Leyó el Quijote. Leía a Nietzsche, Schopenhauer, Quevedo, Lope de Vega, Gracilazo de la Vega, Leyó a Joaquín V. González, a Argüedas y a Ricardo Rojas. En 1930 se acercó por primera vez a Cerro Colorado, lugar que lo cautivó, y que luego eligió como morada. Allí en Agua Escondida donde el río nunca deja de cantar.

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En los años 40’ comienza a publicar sus primeros libros: Piedra Sola (1941), Aires Indios (1943), Cerro Bayo (1946), Tierra que anda (1948). Luego vendrían Guitarra (1960), El Canto del Viento (1965). Casi todos traducidos a varios idiomas. Conoce y admira a Leopoldo Lugones, Ricardo Rojas, Arturo Capdevilla, entre las personalidades más conocidas, aunque hay muchos nombres que encontró en su vida que, en alguna letra o un relato, rescata del anonimato y del olvido. Otros nombres en su vida fueron Edith Piaff, Neruda, Picasso. El sacerdote Fernando Boasso (1969) describe a Yupanqui como ‘uno de los hombres que sube desde la tierra, pero sin abandonarla’ y con un espíritu que ‘trasciende la materialidad, para subir taladrando espacios, con el poder ascencional del cóndor’. Félix Luna (1974) dice de A.Y.: ‘Y como era un hombre advertido –antes aclara que ser advertido consiste en estar alerta para recoger todo lo que la vida, las cosas, los hombres van ofreciendo para formar una experiencia-, como ninguna vibración profunda se le escapaba, como todo iba depositándose en el fondo de su memoria para sedimentarse y manifestarse luego en forma de canto, su poesía musical no es más que una proyección estilizada de su persona.’ Otro relato, sirve también para conocer facetas de este hombre. En un reportaje que un periodista le realizara en 1979 A.Y. finalizó la entrevista diciendo: “Aquí estamos, en la pobre ciudad, viendo como se apura la gente para no vivir”. Para Yupanqui la ciudad aleja al hombre del silencio esencial, de la verdadera civilización.

La cosmovisión Hablar de Yupanqui, y no hablar de su cosmovisión es mutilar al artista. Su cosmovisión es quizás el punto de partida para cualquier análisis. Tiempo del hombre La partícula cósmica que navega en mi sangre es un mundo infinito de fuerzas siderales, Vino a mí tras un largo camino de milenios Cuando, tal vez, fui arena para los pies del aire. ................................................................................ Luego fui la madera. Raíz desesperada. Hundida en el silencio de un desierto sin agua. Después fui caracol quién sabe dónde Y los mares me dieron la primera palabra. ............................................................................... Después la forma humana desplegó sobre el mundo la universal bandera del músculo y la lágrima. Y creció la blasfemia sobre la vieja tierra.

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Y el azafrán y el tilo, la copla y la plegaria. .............................................................................. Entonces vine a América para nacer en Hombre. Y en mi junté la pampa, la selva y la montaña. Si un abuelo llanero galopó hasta mi cuna, otro me dijo historias en su flauta de caña. ............................................................................ Yo no estudio las cosas ni pretendo entenderlas Las reconozco, es cierto, pues antes viví en ellas. Converso con las hojas en medio de los montes Y me dan su mensaje las raíces secretas. .......................................................................... Y así voy por el mundo, sin edad ni destino. Al amparo de un Cosmos que camina conmigo. Amo la luz, y el río; y el camino, y la estrella. Y florezco en guitarras, porque fui la madera. A.Y. (Extraído de El Canto del Viento, 1965)

EL INDIO Los tesoros del indio Hoy ando sufriendo de una pena enorme y quisiera huirme, no se ni pa donde. ............................................................................. Es que mi huahuita se ha venio de golpe Preguntando Tata ¿por qué somos pobres? ............................................................................ Yo quise contarle cualquierita cosa. Pero como nunca, m’ h’ callao la boca. ........................................................................... M’ hi quedao mirando su vestido viejo Su boquita juerte huayquito de mis besos. ........................................................................... M’ hi querado mirando su carita’ i bronce, sus ojos de kolla, mitracita ‘ i noche. ........................................................................... He mirao mi poncho, mis dobles ushutas, y estas manos mías curtidas y oscuras... ........................................................................... Y he ‘ i sentío de golpe ganas de gritarle: huahuita! Sí somos más ricos que nadie! .......................................................................... Tenimos los cerros, los valles hermosos, tenimos todito, la tierra y el cielo. .......................................................................... De cristal los ríos, rosadas las albas,

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las tardes de oro, las noches de plata. .......................................................................... El sol que nos mira todas las mañanas en tiempo del Inca fue Dios de la raza. ......................................................................... El indio y el cóndor, sabelo mi huahua, son dueños del mundo cuando abren las alas! ......................................................................... Duermase huahuita. Duermase tranquila, Que seremos ricos todita la vida! A.Y. (De Piedra Sola, 1940)

En Voces en la Quebrada (El Canto del Viento), A.Y. dice del indio: “Reino de arcilla y cobre, alto y seco, huraño y sereno a la vez. Duramente tuvo que combatir la espada del Conquistador frente a la astucia y valentía de los homahuacas, los ocloyas, los casahuindos, los atacamas, pueblos indios de enorme tradición labriega, “ allpa-runa” (hombres-tierra), hermanos del maíz y de la quinua, grey de los antiguos ritos del Ande, caminadores de todas las leguas, alma de yaraví, perfil de cóndor, silencio de agua mansa, espejo de la Puna.”

También en Cerro Bayo, A.Y. escribe sobre el indio: “¡Pobre hijo de la montaña, oscuro runa, hermano de los cóndores, que cayó sobre las piedras del Pucará sagrado, cerrando los ojos besados por Pachamama 1 y dejando que el viento le lamiera las heridas del cuerpo, que las del alma las habían de llevar para siempre, en permanente sangrar interno, las generaciones futuras, en un enorme silencio que sólo la quena es capaz de traducir!” (Extraído de Una Quena en la noche, Cerro Bayo).

“Porque dicen que el hombre y la vicuña son las creaciones favoritas de la tierra, como el pájaro y el árbol son los favoritos del sol. Porque el pájaro pinta su plumaje con pintura de sol, que le dio fuerza infinita al huamán 2 e hizo del cóndor un símbolo guerrero, y de la urpila –la tierna paloma-, hizo una música para la esperanza. Y porque el árbol se evade de la tierra con la ayuda del sol. Tiene sus raíces en la tierra, es cierto, pero según la leyenda, Tata Inti lo conquistó, pintando los frutos y creándole felicidad de sombra. Porque hasta la sombra del árbol es la maduración serena del destino. La vicuña es de la tierra. Su instinto está en plena conexión con las vibraciones del suelo. Adivina la niebla, la lluvia, la ventisca y la nevada, con sólo olfatear hondo entre los iros y el pajonal. El hombre es el hijo poderoso de Pachamama, aunque vive prisionero de la garra cósmica del cerro. Puede matar al pájaro y derribar al árbol. Pero, precisa al sol para su vida, al árbol para su sueño y al ave para su canto. Y siempre

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permanecerá pegado a la tierra, sobre la que ha de luchar, crecer, amar y sufrir, hasta que el cansancio y un anhelo de sombra lo haga tenderse bajo las piedras, en un silencio definitivo. Estas referencias, y muchas más, en clave de secreto andino, guardan las leyendas y tradiciones de la raza.” (..) “El diálogo del amor montañés no tiene más palabras. La poesía no asoma en los labios. Está en la tierra, en la peña arisca, en la rúbrica misteriosa del vuelo de los cóndores, en el rumor denso del pajonal, en el camino quebrado, fiel e infinito como un mensaje eterno, de cumbre a cumbre”. (Extraído de ¡Pachamama!, Cerro Bayo).

Gauchos con perfil de indio Sobre las gentes de Amaicha, allá por 1932: “Gauchos tafinistos, mestizos, gente de piel blanca curtida por los soles, pero con el clásico perfil del indio. El sello del cóndor en su perfil, las pestañas chuzas y el ademán prudente. Gentes que miraban con infinita libertad, con una serenidad sin miedos. Gentes con mucha confianza en su brazo, en su flete, en sus espuelas, en su paisaje.” (Extraído del Canto del Viento).

Los Indios América es el largo camino de los indios Ellos son estas cumbres y aquel valle Y esos montes callados perdidos en la niebla Y aquel maizal dorado Y el hueco entre las piedras, y la piedra desierta Desde todos los sitios nos están observando los indios. Desde las altas cumbres nos vigilan Ha engordado la tierra con la carne del indio Su sombra es la centinela de la noche de América Los cóndores conocen el silencio del indio Y su grito quebrado duerme allá en los abismos. Donde quiera que vamos está presente el indio Lo respiramos. Lo presentimos andando sus comarcas Quechua, Aymará, Tehuelche, Guarán o Mocoví Chiriguano o Charrúa, Chibcha, Mataco o Pampa Ranquel, Arauco, Patagón, Diaguita o Calchaquí Humahuacas, Atacamas, Tonocotés o Toba. Desde todos los lados nos están contemplando los indios Porque América es eso: Un largo camino de indianidad sagrada Entre la gran llanura, la selva, la piedra alta

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Y bajo la eternidad de las constelaciones Si, América es un largo camino de los indios Y desde todos los sitios nos están contemplando. A. Y. (París, 1970)

La Tierra y El Hombre El viento de la sierra pasaba como silbando entre las arrugas de mi cara. El viento frío me esperaba cerca de las lomas altas, pero esto me hacía reír, me divertía, porque parecía que mis dientes apretaban un acuyico de viento. No tenía sabor, pero me divertía. Y yo seguía caminando sobre mi universo de piedra respirando con firmeza y mirando aquí cerca y allá lejos, como se debe mirar. El maíz estrenaba verdes nuevos, y cada planta aprendía a bailar en gratitud al sol, para el aire, para la buena tierra. En la media tarde, conversábamos entre puros runas, entre “paisa”, sentados en las peñas o en la pura tierra, Alguno, con una ramita seca, dibujaba un corral, y luego lo borraba, y lo volvía a dibujar. Y hablábamos la lengua del Taita Mayor, para decir las palabras más antiguas que conocíamos, y hablar lo justo de las cosas. Conversábamos mirando la tierra, porque de la tierra nos llegaba la memoria de las palabras, la seriedad de las razones. Allá el buey, allá la majada, y entre la piedra que va hacia el río, como una piedra más, la casa. Así eran las cosas siempre, y parecía que así tendrían que ser siempre. Un día, no sabemos de adonde, llegaron a la alta sierra gentes de mucho mando y grandes voces, diciendo cosas que no comprendíamos. Tenían armas poderosas y desconocidas, y las usaron contra los “paisa”. Nosotros miramos al amauta. Había silencio en sus ojos. Invocamos a Tata Inti, pero no pudimos oír respuesta alguna. Nos miramos entre los “paisa”. Una oscura noche nos borraba el color de nuestros ponchos. Nos tumbaron. En cada resuello se nos iba la sangre, y la tierra nos fue tapando la boca. Nuestra tierra, la que nos dio el maíz, y la arena de colores, la que ayudó a la planta, y al río, y al hombre, la que nos dio caminos, esa misma tierra nos fue tapando los ojos y la boca. Bajo la tierra quedamos con la sonrisa y las palabras antiguas; bajo la tierra se durmieron nuestros ojos, el aliento, y la memoria del camino Nuestras manos, las fuertes manos nuestras de carne, cobre, sol y viento hermanas de la flor y la semilla, hermanas de la lanza y la flecha, duras como las piedras del hondero, tiernas como el yaraví de las quenas, nuestras manos se volvieron raíces secas de un tiempo sin regreso. Todos los horizontes quedaron sepultados bajo la amada tierra nuestra. Todos los “paisa” nos fuimos convirtiendo en silencio. En un enorme, infinito silencio. Años pasaron. Siglos pasaron. Se mezclaron las sangres y los tiempos a lo largo de las cordilleras, y en los bosques, y en las llanuras. A veces, cuando la

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noche es profunda y azul, no se sabe de adonde, llega el zumbo de un viento misterioso, que recorre el espacio infinito de la tierra. Una extraña voz recóndita conversa con el viento, usando la sagrada lengua antigua del Taita Mayor: Tu has de saberlo, Huáyra. ¿Podrán quizá, otros “paisa”, en algún tiempo, quitarnos poco a poco la tierra que nos cubre, devolvernos los ojos y las manos, el aroma del surco sembrado y el rezo de las flautas?. ¿Volveremos nosotros, a ser nosotros?. A. Y.(París, 1978)

EL CANTO “ ..., el hombre tiene la facultad del canto, y como no es necesario cantar hacia fuera, haciéndose oír, el viajero ‘de a caballo’ puede sentir todas las coplas vibrando en su garganta sin que sea menester emitir ningún sonido. Y puede lograrse un estado de gracia o de emoción intensa. Yo lo he experimentado en largos viajes y durante años. Muchas veces me han señalado como una sombra callada que pasa, cuando en realidad mi corazón flotaba como la espuma en el tope de una ola, y todo el canto del mundo, desde el más olvidado yaraví hasta un coral de Bach, pasaban ayudando a mi vida, estremeciéndome de dicha, de pena o de emoción. Más de una vez estos recóndidos conciertos me han dejado rendido de fatiga, luego de tanta exaltación. Y así he vencido muchas leguas, y así he aprendido a descubrir las mil llegadas de un largo viaje, mientras la bestia ajusta su marcha a un rítmico tranco, y los caminos se pueblan de hechicerías en su afán de merecer el Canto del Viento.” A. Y. (Extraído de El Canto del Viento).

LA BAGUALA “No hay cantar que esconda más soledad ni más infinito que ese alarido musical de los jinetes del cerro. La baguala precisa de la soledad, como la estrella precisa de la sombra, para brillar mejor. El canto es más arisco y es más libre que el hombre. El hombre vive en una cárcel de piedra y cielo, con una senda que sube, con un camino que baja. Puñal azul, el canto desbarata las nubes. El alma del arriero se preña de silencios para parir una canción en la noche. El hombre sigue siendo un pedazo de cerro que se ha hechado a andar. Ya lo dijo Choquehuanca: ‘El hombre es tierra que anda...’. No puede apartarse de la tierra. Cuando se cansa de andar sobre ella, busca dormirse debajo de ella. Por eso ha creado su canto: la baguala. Para volar como el cóndor; para gritar sus anhelos recóndidos, sus sueños de hombre, su azoramiento de niño; para enfrentarse a los astros y averiguar su destino; para acompañarse en el viaje por esas lejuras solitarias, abriendo su corazón, dolorosamente ensanchado, tenso como un arco, del que partirá un canto que ha de subir hasta confundirse con la sinfonía sideral.”

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A. Y. (Extraído de Carnaval, Cerro Bayo).

EL YARAVÍ Y EL CÓNDOR La escritora Isabel Lagger en su reciente biografía novelada sobre la concertista y compositora Antonieta Paula Pepin Fitzpatrick, quien musicalizó parte de las canciones de su esposo Atahualpa Yupanqui, hace referencia a un artículo en Revista Sintonía, donde Atahualpa Yupanqui escribe sobre el yaraví y el cóndor: “El yaraví 3 posee la fuerza de un símbolo; en eso se parece a un cóndor”. “La vida americana tendrá nuevas rutas, descubrirá nuevos ritmos, pero el amanecer montañes se iniciará siempre con el vuelo de un cóndor, como en los tardeceres andinos las primeras estrellas acudirán siempre al llamado de la quena pastoril. El yaraví dice la confidencia eterna de la tierra en el ritmo de un cantar dolido. Del gran silencio de la montaña –silencio preñado de voces solemnes para el espíritu- surgió el yaraví.”

CERRO COLORADO

‘Los misterios de Cerro Colorado’, así tituló A.Y. a uno de los capítulos de su libro ‘El Canto del Viento’, donde hace referencia a “la labor de los artistas sanavirones y comechingones”. “Seguramente cuando Lugones, en sus magníficos Poemas solariegos, hizo referencia a las ‘grutas pintadas del Cerro Colorado’, no imaginó jamás la repercusión que su cita habría de tener en el enjambre de estudiantes y estudiosos de arqueología, folklore y etnología, apasionados buscadores del ayer artístico de las colectividades.

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Nuestra Córdoba, en el corazón geográfico del ayer argentino, presenta yacimientos arqueológicos ya famosos en el mundo. Nuestra gente, Imbelloni, Anibal Montes, Lozano, Márquez Miranda, Rex González, han trabajado tenazmente en los distintos Inti-Huasi cordobeses. En Ongamira, en Pampa de Olaen, en Achala, en Cuchi-Corral y en Cerro Colorado, este último frontera de los departamentos Río Seco, Tulumba-Sobremonte. Nuestros aguerridos investigadores han hurgado todas las piedras, toscas y areniscas hasta dejar al descubierto todos los signos de la cultura indígena, la labor de los artistas sanavirones y comechingones, la influencia de Tihuanacu y Cuzco en los cultos del enterratorio en huacas y tinajones, los ritos del viaje y de la muerte, y las diversas manifestaciones del entendimiento sobre la medicina, la siembra, la lucha en la selva, etc. Casi sin ayuda oficial en la mayoría de los casos, costeando de su propio peculio las excursiones, excavaciones, traslados, etc., “ hurgadores” de cerros han probado la importancia de los yacimientos arqueológicos y etnográficos de cerro Colorado. Así fue que se produjo, hace treinta años, la llegada de los señores Gardner desde Londres. Estos ingleses estuvieron meses enteros entre chañares, picachos y vertientes, anotando, copiando, oteando constelaciones en las noches. Fue de ello el primer libro importante , nutrido, sobre Cerro Colorado. ¡Pero se llevaron el Sol de Inti-Huasi 4, descuajado de la mole pétrea, y ahora se exhibe en un museo de Londres! El sabio Pedersen lleva años ya viajando por el mundo, (..). Pues, este investigador Pedersen, todos los años, desde hace más de quince, camina los angostos vallecitos de Cerro Colorado, y lleva estudiados más de cuatrocientos dibujos indígenas en la región, determinando la edad, la condición de los pueblos indianos que los produjeron, comparándolos con otras culturas de América, Europa y Oceanía, haciendo, en fin, una enorme labor de esclarecimiento y análisis. Lástima que tan valorable obra, que abarca seis grandes tomos, tendrá que publicarse en danés, porque no alcanzó a tocar la sensibilidad de nuestros editores. ¡Claro! Son obras demasiado caras sobre asuntos ‘ya viejos’... Mientras tanto, Cerro Colorado, desde el 15 de marzo de 1958, es monumento nacional. Son centinelas de sus reliquias etnográficas todos los vecinos, que suman ciento cincuenta en la legua cuadrada. No faltan “ turistas” que borroneen piedras, o hurten flechas, o estropeen senderos. Pero esto se comprende. Hay todavía gente que no ha aprendido a oír la voz de todos los dioses que le transitan por la sangre a nuestra América deslumbrante y misteriosa. Cuando se sube a las cuestas del Veladero, del Cerro Mesa, del Colorado, del Cerro de las Cañas o del Cerro de los Pumas, se va hacia los sitios exactos de los mangruyos comechingones. Ahí se descubrieron tumbas, algunas momias. Allí se hallan puntas de flechas, pequeños huaycos en el granito. Y a lo largo de esta cadena de sierras, centenares de cuevas con dibujos en rojo-negro, en rojo-blanco, con tinturas indelebles.” (..) Y continúa luego con la mención de algunas de las representaciones, y habla del pueblo y de su gente, para terminar con una nueva referencia al artículo de Lugones, que tanto significara para él, y para muchos otros:

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“ (..). Y como los poetas no escriben sin brújula, bendigo la sagacidad y el consejo de Leopoldo Lugones, que señaló, para goce del alma y retozar de mi caballo, las famosas ‘grutas pintadas del Cerro Colorado’.”

DOS MUERTES Y DOS RELATOS Tuve un amigo querido (Homenaje a Ernesto Guevara) Tuve un amigo querido que murió en Ñacahuazú su tumba no la encontraron porque no le han puesto cruz. ............................................. No importa que no la tenga, lo mismo la hemos de hallar multiplicada en el aire donde está la libertad. ........................................... Crece la mata en la sierra, crece el árbol más allá, en los barrancos profundos el río canta y se va. .......................................... Pájaros de tres colores pasan en vuelo fugaz la mariposa y el cóndor todos lo quieren nombrar. .......................................... Tumba perdida en la sierra jamás se podrá olvidar en las guitarras del pueblo se convierte en madrigal.

El Sacrificio de Tupac Amaru (Cantata a Tupac Amaru, La Capataza, Atahualpa Yupanqui – 1992) Eran las primeras claridades, pintando fantasmas en los roquedales, cerca de Cuzco. Huyendo de los vientos fríos, se diluía la madrugada. Era la hora “en que el canto de los gallos cava la mina del alba”. Sombras de soldados ascendían hacia la meseta, llevando a José Gabriel Condorcanqui, el jefe de los comuneros de Tinta. El Tupac Amaru. El cacique de la comunidad quechua, corpulento, de honda voz vigorosa. El hombre-tierra que decidía por muchos el anhelo de todos: ¡LIBERTAD!. Entre las peñas, ponchos escondidos espiaban los movimientos del opresor.

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José Gabriel Condorcanqui fue sentado sobre una piedra grande, junto a un poste donde seria ajusticiado, en el procedimiento de “vil garrote”. Una cuerda sujetaría su cuello, y el torniquete daría vueltas en manos del verdugo. Comenzó la ejecución. Pero la cuerda se trizo, quizás de gastada. Muchos años después, el poeta Abreu Gómez transcribiría el comentario de Tupac Amaru: “¡Hará falta mucha cuerda para ahorcar a todo un pueblo!”. Fue entonces, y ya el sol reinaba sobre las nubes, cuando José Gabriel fue sujeto con lazos en sus extremidades a cuatro caballos, cuyos jinetes, a una orden, tirarían hacia los cuatro puntos cardinales. La honda voz del cacique no pidió clemencia ni favores. Solo crines al viento del Ande, y un sonido de espuelas, prontas a herir ijares para cumplir una barbarie. Para despedazar a un corazón estaqueado. Un gran testigo, un eterno testigo: el sol. Y detrás de las peñas, un puñado de ojos rasgados, desesperadamente fijos en el hombre querido, en el amado Tatay de los indios comuneros. De pronto, la orden, sin voz que temblara, sin Dios que la enmudeciera, sin un soplo de alma buena capaz de detenerla. Y la voz estalló, como una campana de muerte, enemiga del sol y de la piedra, enemiga del verdor del maíz que se mecía en las laderas valle abajo. Ni un cóndor en el aire. Ni un rastro de vicuña. Solo en viento del Ande. Concluido el suplicio, recogido los lazos, ellos fueron descendiendo la meseta. Instantes después desaparecían entre los pajonales, como pumas hartos. José Gabriel Condorcanqui quedo ahí, como un cántaro roto entre las piedras. Pero el viento aprendió a decir su nombre, y lo repitió en todas las quebradas, por todo el Tahuantinsuyo, los cuatro rumbos de la América india. ¡Tupac Amaru!... ¡Tupac Amaru!... ¡Tupac Amaru!...

EL MISTERIO, EL INFINITO Y EL CÓNDOR

En la obra de Atahualpa, la mención del “infinito” y de lo “misterioso” se repite de manera insistente. En las llanuras, tiene una perspectiva horizontal (“llanura infinita”, “caminos infinitos”), en la montaña, la perspectiva es vertical (“cumbres y abismos del infinito valle”). Fernando Boasso alude al universo religioso de Atahualpa: Según la cosmovisión indígena, las montañas son “hierofánicas”, es decir que manifiestan lo sagrado.

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Dentro de la cosmovisión yupanquiana, el cóndor es el símbolo de la altura, del poder ascensional del espíritu.

Dice al respecto Boasso que el cóndor posee el ritmo de la nobleza heroica de los dominios del sol, los rayos y la pureza de las nieves eternas; pontífice de las catedrales de hielo y piedra...Vencedor de la fuerza (..) inferior, señor solitario familiar del universo divino”. Sobre esta metáfora, Boasso se refiere a las expresiones de Yupanqui sobre el cóndor:

Dice A.Y. en ‘El Canto del Viento’: “Y al frente, siempre espejeantes, los picachos inaccesibles, como una catedral de hielo a la que sólo los cóndores ven de cerca”.

A.Y. en ‘Guitarra’: “¡Si habré mirado las nubes como quien escribe cartas! ¡Si habré contemplado cóndores envidiándoles las alas!

A.Y. en ‘Aires Indios’: El cóndor, que “vuela en la tarde, aprisionando azules desvanecidos bajo sus alas...” “Y amanece un nuevo día en la montaña eterna. Lejos y alto, un cóndor aparece en el azul sin nubes, trazando en su vuelo un extraño mensaje que acaricia el cansancio del gran viento dormido.”

Otras alusiones al cóndor también aparecen El Canto del Viento: En Laguna Brava, “Desfilaban seres alegres, solemnes, cuentos sobre cóndores, fábulas de don Nazario Vargas,...” También en el Canto del Viento, Atahualpa dice sobre el paisaje montañés: es “un paisaje de cumbres y senderos, de abismos y de cielos, donde sucumbe

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todo lo que es débil, donde triunfa o permanece sólo aquello que es fuerza y es verdad”, también equiparable con el cóndor. En el Canto del Viento hay un relato sobre el minero, el minero joven y el minero fuerte., y siempre el cóndor: “Y a la mañana, los cóndores revolando sobre los huaycos trazan las palabras del último salmo bárbaro, sobre el cadáver de un muchacho minero que no supo esperar, que no pudo resistir el falta encantamiento de la luna en las cumbres”. En otro capítulo un bandolero le dice a un minero que está en el boliche de Mulas Muertas, a cinco días de Vinchina: “-¡Tonto: como lo fue mi padre! Y un día lo devoraron los cóndores. ¡Pero antes lo habían devorado los bolicheros!”, devolviéndole un puñado de pepitas que un momento antes su compañero le había quitado. Y sigue el relato del minero, buscador de oro: “Estuvo, sufrió, abrió arañando la roca, rezó con salmo bárbaro cada mañana. Sólo él sabe para qué. Sólo él y algún cóndor.” Y luego habla de Nácar, que fue bandolera, que mató a un hombre, que se fue con uno, que se fue con otro, que ahora tiene un pequeño negocio de regionales en el pueblo: “Está sola. Es que siempre estuvo sola. Su corazón estuvo amurallado tanto tiempo, que fue un ritmo sin música, un eco sin voz, un lago dormido sobre las cordilleras, donde nunca ha caído un guijarro, ni una pluma de cóndor que inquietara sus aguas.”

Por eso el cóndor es el espíritu de la montaña, el cóndor es el infinito, el cóndor es el misterio. Don Ata falleció en 1992.

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1908-2008: Centenario del nacimiento de Atahualpa Yupanqui

Domingo Montes, músico y escritor de Tierra del Fuego, le dedicó las siguientes letras: Atahualpa Se nos fue Don Ata el músico nuestro y han quedado tristes los valles y cerros. .................................... Se nos fue Atahualpa hacia el gran silencio... y todo el paisaje se vistió de duelo. .................................... Lloran las guitarras el lento preludio, los acordes graves de un “triste” profundo... ..................................... Ha muerto Yupanqui se nos fue el maestro pero sus canciones ¡Viven en el pueblo!...

Atahualpa Yupanqui, un buscador de paisajes, un hombre forjado con tierra, un poco de viento, galopes y vidalas, dejó este mundo, y continuó su viaje cósmico, hacia los misterios infinitos, que sólo conoce “el vuelo del cóndor”. Quizás la mejor forma de recordarlo sea a través de su música y de su letra. Atahualpa nos hizo ver que todo ser que camina, que anda, o que vuela, tiene una raíz, una identidad, una cultura.

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1908-2008: Centenario del nacimiento de Atahualpa Yupanqui Notas: 1

Pachamama: Madre-tierra. Máxima diosa andina. Huamán: halcón de los Andes 3 Yaraví: antiguo canto quechua. 4 Inti-Huasi: Hay varios sitios homónimos. Inti-Huasi se denomina uno de los cerros de la localidad Cerro Colorado. También Inti-Huasi es la gruta en San Luis, donde el antropólogo Rex González realizara un minucioso estudio. Intihuasi se denomina también un tercer sitio arqueológico, a 50 km. de Río Cuarto, por primera vez descripto por la Dra. Gay. Finalmente, un cuarto sitio, en el Dpto. Tulumba corresponde presumiblemente al lugar donde originalmente se encontraba un petroglifo (¿?) conocido como “el sol de los comechingones”, pero que luego fuera saqueado y exhibido en un museo de Londres. 2

Fuentes de Consulta Boasso, F. 1969. Atahualpa Yupanqui. Símbolo, Mensaje y Drama. Gráfica Guadalupe. 162 pág. Lagger, I. 2000. Una mujer llamada Pablo. Biografía Novelada. Monica Figueroa Editora. 120 pág. Córdoba. Luna, F. 1974. Atahualpa Yupanqui. Ediciones Júcar. 150 pág. Montes, D. 1995. Atahualpa. En: Antología del Fin del Mundo. IPRA. 136 pág. Yupanqui, A. 1971. El canto del viento. Compañía General Fabril Editora. (1ra edición: 1965). Yupanqui, A. 1981. Cerro Bayo. Ediciones Siglo Veinte. (1ra edición: 1946). La Voz de Interior. A 10 años de la muerte de Atahualpa Yupanqui. Domingo 19 de mayo de 2002. Suplemento Espectáculos. Varios artículos.

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