HOJAS ESCARLATA BAJO RAYOS DE SOL
LITERATURA UNIVERSAL Mar Juan 1ยบ Bach C
Verona: un cementerio (Es un día gris, melancólico. Las nubes se apoderan del cielo, proyectándose una luz tenue sobre los cipreses del majestuoso cementerio de Verona. Se escuchan graznidos de cuervos, haciendo de las tumbas un lugar más frío de lo que ya es.) (Entra BENVOLIO con una espada) BENVOLIO. (Indignado) ¡Mira que perderme por un cementerio! Me gustaría encontrar la sepultura donde yace el cuerpo de mi amigo Mercucio antes de que caiga la noche. (Sigue caminando entre esculturas de arte funerario) ¡Aquí estás! (Se arrodilla ante la tumba) ¡Oh, Mercucio, amigo mío! Ha pasado un año y todavía me arrepiento de no haber desenvainado mi espada en aquella pelea contra Teobaldo. Si lo hubiese hecho, quizás aún estarías vivo y Romeo no hubiera ido al exilio. (Aparece MERCUCIO, se perfila su figura como una sombra detrás de la lápida) MERCUCIO. (De tez blanca y con ropaje de colores claros, casi transparentes) Benvolio, no te tortures más recordando esa batalla. BENVOLIO. (Impactado, dando un respingo hacia atrás) ¡Repámpanos! Mercucio, ¿eres tú? MERCUCIO. (Con voz apaciguadora) Sí, tranquilo. No te has vuelto loco. Ahora me puedo convertir en espíritu si quiero hablar con alguien que visite mi tumba. No está mal esto de la vida después de la muerte. BENVOLIO. No sé si es mi imaginación la que está jugando conmigo, pero la verdad es que me tranquilizaría hablar contigo sobre esa discusión en la que te jugaste la vida. No me siento cómodo contando mis remordimientos a nadie más. Os he perdido a Romeo y a ti. MERCUCIO. Sintiéndote culpable de mi muerte solo conseguirás arrastrarte hacia la tuya. A Teobaldo siempre le han consumido las ganas de derramar la sangre de los Montesco o defensores suyos, y lamentablemente se cruzó con nosotros. Además, yo fui un cabezota y un orgulloso. Hice caso omiso de tu consejo cuando me dijiste que nos moderásemos. Por querer alardear de mis dotes en el campo de batalla he acabado en un hoyo. ¡Vive, tú que puedes! BENVOLIO. Intentaré disfrutar de lo que Romeo y tú no habéis podido. ¿Sabes que él quiso hacer justicia y se vengó, acabando con Teobaldo? MERCUCIO. Siempre ha sido un fiel amigo. Pero eso imagino que solo alimentó el enfrentamiento entre familias, ¿verdad? Y Benvolio, ¿por qué hablas de Romeo en pasado?
BENVOLIO. Sí. La muerte de Teobaldo y la tuya aumentaron el odio entre las familias. A mí, como testigo, no me creyeron. Dudaron bastante sobre mi verdad y enviaron a Romeo al exilio. Eso solo era un anticipo de la tragedia que vendría después. Romeo es la razón por la que he venido al cementerio. Hoy se cumple un año de su muerte y la de Julieta. Su historia es la pena que inunda Verona. (Echa una mirada hacia atrás, escondiendo sus lágrimas) Dos amantes que sufren por su amor a causa del odio del linaje al que pertenecen… (Ahoga su voz en un llanto) MERCUCIO. Hasta llegar al punto de verse las caras con la muerte, si es que no van a poder vivir con la persona que aman. (Se sienta al lado de su amigo, que sigue de rodillas, y le echa un brazo sobre la espalda) Una verdadera tragedia. Espero que tanto los Montesco como los Capuleto hayan aprendido que con el odio no llegan a ninguna parte. BENVOLIO. (Secando sus lágrimas con la manga de la camisa) Aunque parezca alucinante, ahora están más unidos que nunca. Hasta han construido una escultura de oro en la plaza de Verona con la figura de Julieta. MERCUCIO. Me alegro. (Levantándose) Creo que ya es hora de que vayas a ver a Romeo y Julieta. No te preocupes por mí, amigo. Yo estoy bien. BENVOLIO. (También se levanta) Tienes razón. Pero no quería venir aquí sin antes pasar a verte. Además, quería dejarte esto. (Saca la espada que traía consigo y la deja sobre la tumba) Es tu espada. Con la que defendiste tu honor y demostraste tu lealtad. Hasta siempre, Mercucio. (Se va MERCUCIO) (BENVOLIO camina por el cementerio hasta llegar a la sepultura de Romeo y Julieta. Allí, se encuentra con CAPULETO, vestido con ropa oscura y sujetando un pañuelo entre sus manos) CAPULETO. (Con una tímida sonrisa) Buenos días, Benvolio. ¿Qué le trae por aquí? BENVOLIO. (Elevando la voz entre los graznidos de cuervo) Ya sabe que lo mismo que usted, señor Capuleto. Rezar por los dos enamorados. Por lo menos, en esa otra vida, podrán quererse en paz. CAPULETO. Con esta pena todos hemos recibido el castigo de nuestras vidas. Siento tu pérdida, Benvolio. ¿Usted sabía que se habían casado con ayuda de Fray Lorenzo?
BENVOLIO. Lo mismo digo, Capuleto. Siento que haya perdido a su única y querida hija… Una mujer tan guapa e inteligente como Julieta… Respecto a su pregunta, mi primo no me dijo nada acerca de esa boda. Me imagino que querría mantenerlo en secreto porque usted pretendía casar a Julieta con el conde Paris y así evitaba que se corriera la voz. CAPULETO. Es verdad. (Guardando el pañuelo en el bolsillo izquierdo de su chaleco) No sé cómo pude ser tan ciego y no darme cuenta de que Paris no era a quien ella amaba. Al principio me negué a que se celebrara esa boda, pues consideraba a mi hija muy joven y quería que se casara por amor. Más tarde, tras la muerte de su primo Teobaldo, busqué la alegría de Julieta con esa boda, pero lo único que conseguí fue presionarla y trazar el camino hacia su muerte. Incluso tuvimos una discusión demasiado dura unos días antes. El único apoyo con el que contaba Julieta era el de la nodriza. ¡Qué estúpido fui! BENVOLIO. Capuleto, si le sirve de consuelo, todos firmamos la muerte de ambos. No es el único culpable. CAPULETO. (Desatando su ira) Lo sé, pero unos lo fueron más que otros. Si Romeo no le hubiese quitado la vida a Teobaldo, yo no hubiese presionado a Julieta con la boda de Paris. Por lo tanto, ella no se hubiera tomado esa bebida con la que fingió estar muerta, Romeo no se hubiese envenenado y Julieta no se hubiera clavado el puñal. BENVOLIO. (Sorprendido y con grandes gestos) ¿Me lo está diciendo de verdad? ¿A estas alturas va a culpar a Romeo de la muerte de su hija? ¡Pero si estaban enamorados! Capuleto, yo siempre he apostado por la paz como primera opción, pero he de decir que esa vez Romeo acabó con la vida de su sobrino en defensa propia y también como acto de justicia tras la muerte de su amigo. No hace falta que se lo diga, usted conocía de sobra a Teobaldo y su agresividad. ¡Si le vi el día de la fiesta de los disfraces! Ese día, usted le impidió pelear con Romeo por nuestra irrupción en la fiesta de los Capuleto. CAPULETO. (Asintiendo) Tiene usted razón, Benvolio. A Teobaldo siempre le gustó tener la fama de ser el más rudo de los Capuleto. No me extraña que él empezara esa innecesaria guerra. BENVOLIO. ¿Acaso hay guerras necesarias? Dígamelo usted, que ha vivido de cerca esta tragedia, al igual que yo, y hace un año que firmó la paz con los Montesco. Por cierto, en todo caso, la única forma de haberse salvado hubiera sido que Fray Juan hiciese entrega a Romeo de esa preciada carta.
CAPULETO. (Estrechándole la mano) Es usted muy sabio, Benvolio. No vale la pena discutir por esto. Me he dado cuenta de que Romeo y Julieta acabaron su vida por nuestro odio, antes que prorrogar su muerte sin su amor. De hecho, es su amor el que nos ha enseñado a los Capuleto y a los Montesco a no odiar. BENVOLIO. (Sonriéndole) En eso estoy de acuerdo. Hemos aprendido la lección. CAPULETO. (Sacando una rosa del bolsillo derecho de su chaleco) He traído esto porque me parece que simboliza a ambos. (Agachándose para dejar la rosa sobre la tumba) Una rosa. Tan bella como su amor, tan peligrosa como el daño al que hicieron frente. (Suena la Gymnopédie I de Satie, orquestada por Debussy) (Se va CAPULETO) (Se va BENVOLIO) (La rosa queda en el centro del escenario, quedando sus hojas escarlata iluminadas por los tímidos rayos de sol que asoman entre las nubes. La paz por fin reina en Verona. Una dulce melodía de piano pone fin a la obra.)