Me duele una mujer en todo el cuerpo

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MADRIZ fanzicuerpos@gmail.com Mayo 2020


Para mis hermanas, por enseĂąarme a mirarme a mĂ­ misma como me miran ellas.


Este fanzine comenzó a gestarse a principios de 2019, en un momento en el que vivir dentro de mi cuerpo y exponerlo todos los días me generaba un cúmulo de sufrimientos y vergüenzas demasiado grande como para vivir tranquila. Al principio, iba a escribirlo sola, investigando sobre la concepción del cuerpo y los efectos de las políticas del cuerpo en las mujeres. Después, me di cuenta de que lo que opinase Foucault me importaba bastante menos que pedirle a una amiga que me escribiera un texto sobre cómo se relacionaba consigo misma. Así, entre amigas y desconocidas, este ejercicio de autoterapia comenzado en 2019 ha acabado siendo un fanzine colectivo en 2020, en medio de una pandemia donde estamos encerradas y tenemos que convivir con nuestro cuerpo más que nunca. "Me duele una mujer en todo el cuerpo" es el verso final del poema El Amenazado de Jorge Luis Borges. Gioconda Belli lo utilizó como título para un artículo de la prensa nicaragüense acerca del aborto. Decía que, como mujer, sentía el dolor de aquellas a las que les había sido arrebatado el control sobre sus propios cuerpos.


El júbilo del cuerpo: la carne salvaje Mujeres que corren con los lobos. Clarissa Pinkola Estés. Fragmentos del capítulo 7. Me fascina la forma en que los lobos chocan unos con otros cuando corren y juegan, los lobos viejos a su manera, los jóvenes a la suya, los flacos, los patilargos, los rabicortos, los de orejas colgantes, aquellos cuyas fracturadas extremidades se soldaron torcidas. Todos tienen sus propias configuraciones y fuerza corporal, su propia belleza. Viven y juegan de acuerdo con lo que son, quiénes son y cómo son. No fingen ser lo que no son. Allá arriba en el norte vi una vez una vieja loba que sólo tenía tres patas; era la única que podía pasar a través de una grieta donde crecían los arándanos. Otra vez vi a una loba gris agacharse y pegar un brinco tan rápido que, por un segundo, dejó la imagen de un arco de plata en el aire. Recuerdo a una muy delicada, una recién parida todavía con el vientre deformado, pisando el musgo del borde del estanque con la gracia de una bailarina. Y, sin embargo, a pesar de su belleza y de su capacidad para conservar la fuerza, a las lobas se les habla a veces de la siguiente guisa: "Estás demasiado hambrienta, tienes unos dientes demasiado afilados, tus apetitos son demasiado interesados." Tal como ocurre con las lobas, a veces se habla de las mujeres como si sólo un cierto temperamento, sólo un cierto apetito moderado fuera aceptable. A lo cual se añade con harta frecuencia un juicio sobre la bondad o la maldad mortal de la mujer según su tamaño, estatura, andares y forma se ajusten o no a un singular y selecto ideal. Cuando se relega a las mujeres a los estados de ánimo, gestos y perfiles que sólo coinciden con un único ideal de belleza y conducta, se las aprisiona en cuerpo y alma y ya no son libres.


En la psique instintiva, el cuerpo se considera un sensor, una red de información, un mensajero con una miríada de sistemas de comunicación: cardiovascular, respiratorio, esquelético, autónomo y también emotivo e intuitivo. En el mundo imaginativo el cuerpo es un poderoso vehículo, un espíritu que vive con nosotros, una oración de la vida por derecho propio (…) El cuerpo utiliza la piel, las fascias profundas y la carne para registrar todo lo que ocurre a su alrededor Para quienes saben leerlo, el cuerpo es, como la piedra de Rosetta, un registro viviente de la vida entregada, la vida arrebatada, la vida esperada y la vida sanada. Se valora por su capacidad de reacción inmediata, su profunda sensibilidad y su previsión. El cuerpo es un ser multilingüe. Habla a través de su color y su temperatura, el ardor del reconocimiento, el resplandor del amor, la ceniza del dolor, el calor de la excitación, la frialdad, la desconfianza. Habla a través de su diminuta y constante danza, a veces balanceándose, otras moviéndose con nerviosismo y otras con temblores. (…) El cuerpo recuerda, los huesos recuerdan, las articulaciones recuerdan y hasta el dedo meñique recuerda. (…) Reducir la belleza y el valor del cuerpo a cualquier cosa que sea inferior a esta magnificencia es obligar al cuerpo a vivir sin el espíritu, la forma y la exultación que le corresponden. Ser considerado feo o inaceptable por el hecho de que la propia belleza esté a la imagen de la moda actual hiere profundamente el júbilo natural que es propio de la naturaleza salvaje. Las mujeres tienen buenos motivos para rechazar los modelos psicológicos y físicos que ofenden el espíritu y cortan la relación con el alma salvaje. Está claro que la naturaleza instintiva de las mujeres valora el cuerpo y el espíritu mucho más por su vitalidad, capacidad de reacción y resistencia que por cualquier detalle de su aspecto. Lo cual no significa rechazar a la persona o el objeto que es considerado bello por algún segmento de la cultura sino trazar un círculo más amplio que abarca todas las variedades de belleza, forma y función.


Una vez formé con una amiga mía un tándem de narración de cuentos llamado "Lenguaje corporal", destinado a descubrir las virtudes ancestrales de nuestros parientes y amigos. Opalanga es una griot afroamericana tan alta y delgada como un tejo. Yo soy una mexicana, tengo una hechura muy terrenal y abundantes carnes. Aparte el hecho de ser objeto de burla por su estatura, de niña le decían a Opalanga que la separación entre sus dientes frontales significaba que era una mentirosa. Y a mí me decían que la forma y el tamaño de mi cuerpo significaban que era inferior y carecía de autocontrol. En nuestros relatos sobre el cuerpo hablábamos de las pedradas y las flechas que nos habían arrojado a lo largo de nuestras vidas porque, según los grandes "ellos", nuestros cuerpos tenían demasiado de esto y demasiado poco de lo otro. En nuestros relatos entonábamos un canto de duelo por los cuerpos de los que no nos estaba permitido gozar. Nos balanceábamos, bailábamos y nos mirábamos. Cada una de nosotras pensaba que la otra era tan hermosa y misteriosa que nos parecía imposible que los demás no lo creyeran así. Qué sorpresa me llevé al enterarme de que, de mayor, ella había viajado a Gambia en África Occidental y había conocido a algunos representantes de su pueblo ancestral en cuya tribu, mira por dónde, muchas personas eran tan altas y delgadas como los tejos y tenían los dientes frontales separados. Aquella separación, le explicaron, se llamaba Sakaya Yallah, es decir, la "abertura de Dios" y se consideraba una señal de sabiduría. Y qué sorpresa se llevó ella al decirle yo que de mayor había viajado al istmo de Tehuantepec en México y había conocido a algunos representantes de mi pueblo ancestral, los cuales, mira por dónde, eran una tribu de coquetas y gigantescas mujeres de fuerte cuerpo y considerable volumen. Éstas me dieron unas palmadas y me palparon, comentando descaradamente que no estaba lo bastante gorda.


¿Comía lo suficiente? ¿Había estado enferma? Tenía que esforzarme en engordar, me explicaron, ya que las mujeres son la Tierra y son redondas como ella, pues la tierra abarca muchas cosas. Por consiguiente, en la representación, al igual que en nuestras vidas, nuestras historias personales, que habían empezado siendo opresivas y deprimentes a la vez, terminaban con alegría y un fuerte sentido del yo. (...) Experimentar un profundo placer en un mundo lleno de muchas clases de belleza es una alegría de la vida, a la cual todas las mujeres tienen derecho. Aprobar sólo una clase de belleza equivale en cierto modo a no prestar atención a la naturaleza. No puede haber un solo canto de pájaro, una sola clase de pino, una sola clase de lobo. No puede haber una sola clase de niño, de hombre o de mujer. No puede haber una sola clase de pecho, de cintura o de piel. (…) Los severos comentarios acerca de la aceptabilidad del cuerpo crean una nación de altas muchachas encorvadas, mujeres bajitas sobre zancos, mujeres voluminosas vestidas como de luto, mujeres muy delgadas empeñadas en hincharse como víboras y toda una serie de mujeres disfrazadas. Destruir la cohesión instintiva de una mujer con su cuerpo natural la priva de su confianza, la induce a preguntarse si es o no una buena persona y a basar el valor que ella misma se atribuye no en quién es sino en lo que parece. La obliga a emplear su energía en preocuparse por la cantidad de alimento que ha comido o las lecturas de la báscula y las medidas de la cinta métrica. La obliga a preocuparse. Y colorea todo lo que hace, planifica y espera. En el mundo instintivo es impensable que una mujer viva preocupada de esta manera por su aspecto. Es absolutamente lógico que una mujer se mantenga sana y fuerte. Y que procure alimentar su cuerpo lo mejor que pueda.


Pero no tengo más remedio que reconocer que en el interior de muchas mujeres hay una "hambrienta". Sin embargo, más que hambrientas de poseer un cierto tamaño, una cierta forma o estatura o de encajar con un determinado estereotipo, las mujeres están hambrientas de recibir una consideración básica por parte de la cultura que las rodea. La "hambrienta" del interior está deseando ser tratada con respeto, ser aceptada y, por lo menos, ser acogida sin necesidad de que encaje en un estereotipo. Si existe realmente una mujer que está "pidiendo a gritos" salir, lo que pide a gritos es que terminen las irrespetuosas proyecciones de otras personas sobre su cuerpo, su rostro o su edad. (…) La angustia acerca del cuerpo priva a la mujer de buena parte de su vida creativa y le impide prestar atención a otras cosas. Esta invitación a esculpir el cuerpo es extremadamente parecida a la tarea de desterronar, quemar y eliminar las capas de carne de la tierra hasta dejarla en los huesos. Cuando hay una herida en la psique y el cuerpo de las mujeres, hay una correspondiente herida en el mismo lugar de la cultura y, en último extremo, en la propia naturaleza. En una auténtica psicología holística todos los mundos se consideran interdependientes, no entidades separadas. No es de extrañar que en nuestra cultura se plantee la cuestión del modelado del cuerpo natural de la mujer y se plantee la correspondiente cuestión del modelado del paisaje y también el de algunos sectores de la cultura para su adaptación a la moda. Aunque no esté en las manos de la mujer impedir la disección de la cultura y de las tierras de la noche a la mañana, sí puede evitar hacer lo mismo en su cuerpo. La naturaleza salvaje jamás ahogaría por la tortura del cuerpo, la cultura o la tierra. La naturaleza salvaje jamás accedería a vulnerar la forma para demostrar valor, "dominio" y carácter o para ser más visualmente agradable o más valiosa desde el punto de vista económico.


Una mujer no puede conseguir que la cultura adquiera más conciencia diciéndole: "Cambia." Pero puede cambiar su propia actitud hacia sí misma y hacer que las proyecciones despectivas le resbalen. Eso se consigue recuperando el propio cuerpo, conservando la alegría del cuerpo natural, rechazando la conocida quimera según la cual la felicidad sólo se otorga a quienes poseen una cierta configuración edad, actuando con decisión y de inmediato recuperando la verdadera vida y viviéndola a tope. Esta dinámica autoaceptación y autoestima son los medios con los cuales se pueden empezar a cambiar las actitudes de la cultura.



Nunca percibí mi cuerpo como “bonito”. Sinceramente, no puedo recordar una época de mi vida donde mi preocupación por él no fuera constante. ¿La hubo? Mi cuerpo en eterna batalla, pues es recipiente de los pensamientos más fríos, alimentados por las palabras de personas, hombres en su mayoría, que pensaron que demandaba su opinión o sintieron una necesidad imperiosa de expresarla. Nunca me escuché, sin embargo, danzando desesperada en su busca así que supongo que simplemente hicieron uso de la licencia adquirida y poder sobre nosotras. Mi cuerpo, en eterna batalla, pues se encuentra marcado a fuego con cicatrices, heridas y zarpazos. Mi cuerpo, en eterna batalla… o tal vez yo misma en eterna batalla con él. Mi cuerpo, donde cohabitan golpes, caricias y estrías. Donde ahora, nace el vello que tantas veces arrancaba y deseaba que no volviera jamás. Mi cuerpo, me permite sentirme y sentir a otras. Mi cuerpo y yo con él. En reposo, nunca descansa; en silencio, nunca callada: curas y sanas.

Luna




Cuando estaba en el cole me encantaba mi barriga, pero a medida que mi barriga crecía escuchaba comentarios sobre la barriga que estaba echando y entonces me di cuenta de que las barrigas de mis amigas no eran así, y que a mí me gustaban las barrigas de mis amigas. Mi madre y mi hermana no tenían cuerpos normativos y eran las mujeres más guapas del mundo, ¿por qué yo no era guapa con barriga? Estuve varios veranos sin quitarme la camiseta cuando iba con mis amigxs a la piscina, mirando cómo se bañaban o cómo tomaban el sol. Aprendí a quererme un poquito más, estaba contenta con todo lo que había avanzado y todo "gracias" al chico con el que tanto tiempo estuve, él me repetía lo muchísimo que le gustaba mi barriga y a partir de eso me gustaba a mí; pero hace un año que a Luis dejé de gustarle yo y entonces a nadie le iba a gustar mi barriga o mi culo. Había estado durante tres años escondiendo mi falta de autoestima tras la aceptación de un chico, había ignorado la necesidad de quererme. Hace un año que me voy queriendo cada día un poquito más pero mucho mejor. Mimi


Hay veces que me miento a mí misma diciendo que lo que piensen los demás no me importa, pero sola ante el espejo me derrumbo viendo las cicatrices que el tiempo va dejando en mi cuerpo. Mis pechos practican caída libre, mis venas parecen ríos de lava ardiendo, mi pelo ya no es mío porque se lo lleva el viento. Me miro y me jode mucho que no me guste lo que veo porque quiere decir que me queda muchísimo por desaprender, pero créanme, estoy en ello. Ruth Mi ex me decía que fuera al gym porque tenía cartucheras, ahora adoro mis cartucheras y salen en la gran mayoría de mis fotos. Jodete porque son únicas y preciosas! Anónima

Con 12 años empecé mi primera dieta, seguida de periodos de ayuno, visitas diarias a la báscula y alguna que otra al baño para vomitar aquello que me había comido. Que sí, que no. Y desde entonces épocas mas o menos obsesivas con la comida. Las mujeres de mi familia, desde sus historias siempre han intentado que yo sea una chica guapa, bonita y femenina. Lo intenté, creí que quería serlo. Pero nunca era suficiente, nunca era como aquellas mujeres bellas que veía en las revistas y en la televisión. Y un día decidí dejar de depilarme, empecé a vestirme según me apeteciera como me apeteciera. Y a veces rechazo la feminidad, y escupo sobre ella. Otras me dejo llevar por ella y la disfruto. Otras miro al espejo y me siento fea , gorda y peluda. Otras abrazo cada lorcita y estría que mi cuerpo tiene.


Y al final, soy el cuerpo que habito, soy un espíritu que aprende cada día. Y a veces pequeñita y a veces grande como mi panzota. Tampoco importa mucho. Siempre que pueda sonreír al mirar una flor florecer o un ave volar. Los estándares de belleza son fascismo cultural, una herramienta que somete a la mujer. A veces gana unas batallas, otras las pierde. Y mientras seguimos luchando, creciendo y bailando. El feminismo es el camino y nuestra libertad el destino. Lauriña


"Sangre y lecciรณn"

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Lu


-Oye, ¿y no tienes calor con eso? -Pues sí, la verdad, pero esconde mis piernas, mis pelos, mis penas, me ayuda a estar camuflada y ser parte de las “nenas”. Imagina enseñar la celulitis… ¡sería ser humana y entrar en crisis! Imagina enseñar las estrías… ¡ese machista nunca me querría! Imagina estar a gusto con mi cuerpo… ¡Cuidarlo, moverlo, quererlo! Pero claro, esa ironía y desparpajo no los tenía con 15 años. Sería más tarde cuando el feminismo llegó y chocó e hizo añicos presiones que teníamos sobre los hombros para ser validadas y deseadas por otros. Sería más tarde cuando el feminismo llegó, se presentó y me enseñó que olé mi coño, mi arte mi vida y mi morbo


que yo tenía contenido más allá de mi continente y que ya había sido bastante resistente. Y, por supuesto, aún me acecha esa hegemonía, a veces me pega, me tumba, y me grita: “¡FEA!, anda que con esas caderas dónde vas, tu culo no es como el que él likeó en instagram” Pero bueno, poco a poco, roto a roto y reto a reto. Que ya tengo bastante, de momento con querer quererme, con no seguir lastimándome. con soportarme rollo violento. Que ya tengo bastante, por cierto con querer cuidarme con no seguir insultándome con amarme rollo in crescendo.

Cynthia



Mara


@zaida_blacktattoo


Pensamientos inconexos Solo me pienso cuando me duelo. Eso es lo triste. Cuando menstrúo me vivo con intensidad, en negativo, desde el dolor físico. Si me encuentro algún defecto soy plenamente consciente de mi cuerpo y sus contornos. De cada uno de ellos. El resto del tiempo vivo hacia fuera, y este cuerpo solo me contiene, nada más.

No entendéis nada. No consiste en cambiar de marco, sino en destrozar todos los marcos y vivir siendo feas, feísimas, asquerosas, tremebundas.

Me sé los mensajes "auto-estamínicos" de la psicología positiva al dedillo. Lo que me pasa forma parte de mi manera de existir en el mundo y para que desaparezca ha de desaparecer primero este universo hostil y putrefacto en el que nos habéis condenado a malvivir.


MAI


‘’Chua la rata. Despeinada, simboliza la despreocupación por la apariencia física exterior de cada unx. También simboliza todas las veces que han opinado sobre mis dientes, y mi tamaño corporal. Hace muchos años me dolía que me llamasen ratilla, ahora me parece cariñoso y tierno, como las ratas. Hoy en día me preocupa más que todos mis dientes se hayan rebelado sin dios ni amo, me preocupa volver a la adolescencia insegura, saliendo en las fotos sin sonreír.

Quizá me ponga brackets, viva una segunda adolescencia, quizá nazcan nuevas inseguridades, las cicatrices se mantienen. Y aunque el conformismo se haya transformado, gracias al empoderamiento, o simplemente al paso del tiempo, en querer. Hay brechas muy profundas que nunca se cerrarán. Ya soy rata vieja. De momento es mayo, están floreciendo las flores, he conseguido autorretratarme una parte conflictiva de mí, conmigo y sigo sonriendo. Nati



BECE


Mis pezones se notan Maria Luisa Calvo

@maluphoto_clic

Hace poco subí esta foto a una red social y fue todo un reto personal. Puesto que, aunque me considere una chica normativa en algunos aspectos, no siempre he llegado a cumplir con determinados cánones de belleza y eso me ha causado algún complejo que otro. Uno de ellos ha sido tener los pechos pequeños, o más bien considerar que eran así, ya que los comparo con lo que en su día aprendí que eran unos pechos normativos y bonitos. Pero mi historia no viene a hablar realmente de cómo son mis pechos, sino más bien de cómo los veo sin nada debajo. Puesto que desde que empezó la cuarentena dejé el sujetador guardado en un cajón. No lo he echado de menos. Y creo que no soy la única.


Observar cada día como mis pezones se notan debajo de una camiseta ha hecho que los normalice. Ya que siempre había pensado que estaba mal que se notaran y que no eran nada ‘estéticos’. Así pasaba, que a veces me ponía tops que no necesitaban sujetador y yo me empeñaba en ponérmelo (también por el complejo de que se vieran tan pequeños) Y yo aquí supuesta feminista, con formación y todo, me he dado cuenta ahora de esto. Y es que la belleza impuesta está en cada parte de nuestro cuerpo, nos han enseñado qué es bonito y qué es feo. Lo que no nos dijeron es que podemos meter a la hoguera todas esas etiquetas y entre nosotras ir aceptándonos y queriendo nuestros cuerpos. Aunque esto no es nada sencillo dentro de este sistema, pero estoy segura de que si lo hacemos con nuestras amigas puede que sea un proceso bonito y empoderador. Y sí, puede ser que vuelva a utilizar sujetador como siempre, ya que la presión social, o más bien el sistema, me pueden a veces. Aunque intentaré optar por opciones mucho más cómodas como sujetadores sin aros o tops. Al menos me he dado cuenta de que los pezones no son para tanto y que #freethenipple.




Todo parece una puta simulación Abro mi espacio identitario digital para ver qué imagen de mí misma voy a mostrar hoy en stories a todos mis potenciales consumidores. El libro que leo, la peli que vi anoche, el selfie que me hice hace unas horas -elegido entre otros quince que, a todas luces, eran peores-, la exaltación de la amistad en la fiesta del finde, el cartel de la convocatoria política a la que nunca iré -pero que no se diga que no lo compartí-. Hay para elegir. Todas esas cosas soy yo. Pero yo, ¿qué soy sin esas cosas? Si no (te) publicas no existes. Si no te publicitas no existes. Abro la lupa que me lleva a ver contenido (aún más) irrelevante. Las actrices de la serie del momento con sus cuerpos ideales, la cuenta que sube vídeos de maquillaje en cámara rápida, la influencer de moda posando de manera nada artificial. Veo sin ver, deslizo el dedo cada vez más rápido, mi mente acumula todas esas imágenes sin procesarlas del todo. No las valoro de ninguna manera, solo las observo pasivamente.

Me pregunto qué me genera ver todo eso, y la respuesta es que una incómoda satisfacción. Es el modelo de belleza con el que me han taladrado toda la vida y mi mente siente una extraña tranquilidad al ver aquello. Los cuerpos que son como tienen que ser. Sin embargo, al volver a mí, al mirarme, me invade la incomodidad.


Al racionalizarlo, me da vergüenza mi subconsciente. Me miro al espejo: no tengo nada que ver con esa gente. Tengo ojeras, pelos en el cuerpo, un moño que no se sostiene, las cejas a medio depilar, celulitis, estrías, las tetas pequeñas pero no lo suficientemente tersas para entrar en el canon revolucionario de las tetas pequeñas. También forma parte de mi identidad no ser ese tipo de chica. Con todo lo que eso conlleva. Salgo de la lupa y vuelvo a stories. Otros seres tan mundanos como yo publicitan su vida y hazañas. Hay para elegir. Todas esas cosas son ellxs. Pero, ¿quiénes son ellxs sin todas esas cosas? Deslizo el dedo, rápido, cada vez más rápido. Si Bauman levantara la cabeza reescribiría Modernidad líquida porque se queda tremendamente corto ante la distopía digital cotidiana. Frenética búsqueda de nada. El monstruo ya ha empezado a devorarme.



Sara Jansen


Análisis teórico de la forma-cuerpo. El cuerpo bajo el dominio del sistema de producción de mercancías de la economía burguesa. Marina Trigo Cuevas Con la finalidad de comprender el contexto en el que nos encontramos y en el que actuamos se debe proceder a un análisis radical de la lógica que rige, es decir, indagar en la matriz conceptual, adentrarnos en la raíz lógica y sistemática de la realidad efectiva. De esta manera, se hace necesaria la retrospectiva analítica hasta el momento en el que se formula la promesa de la Ilustración, a saber, la de ser una época autoconsciente, que se concibe a sí misma como el momento en el que el ser humano se libera de las ataduras, infortunios y desigualdades impuestos por el dominio de la naturaleza. Dicha liberación de los designios del orden natural suponían que los individuos pasaban a estar bajo el reino de otra instancia que se cree como aquella de la cual emana una suerte de libertad y de autonomía. Dicha instancia no es otra que la Razón. El proceso de la entronización de la Razón hace surgir la imagen de la Modernidad como una salida de la oscuridad, de las tinieblas que circundaban en ese momento previo al mundo moderno – la época moderna históricamente entendida como el comienzo donde se sustituye la naturaleza como instancia que media en las acciones humanas por la facultad de razonar. La Modernidad se presentará, entonces, como la época de la secularización, de la salida del dogmatismo, en definitiva, como el proceso del «desencantamiento del mundo» (1). Dicha salida del mundo mitológico y supersticioso que busca la liberación del dominio de la naturaleza, no obstante, no supone en sentido estricto ninguna liberación real y efectiva, sino una liberación abstracta que va ligada a la facultad de razonar. La liberación no es efectiva en la medida en que no se suprime la dominación, sino que se produce un cambio cualitativo en el tipo de dominación.


Ahora la dominación no se identifica con la irracionalidad, el desorden o la heterogeneidad; sino que surge una dominación que se concibe como racional, objetiva, mecánica y ordenada. En definitiva, se construye un sistema de dominación racional que bajo el principio de la abstracción que reivindica la objetividad elimina todos los aspectos cualitativos de la realidad, de aquello que supone la exterioridad que ha de poder ser controlada. De esta manera, se impone a la mirada de los individuos un mundo e, incluso, una existencia como homogénea y ordenada. Dicha premisa de homogeneización implica una determinada mediación que se ha denominado en el entorno teórico del marxismo heterodoxo como el fenómeno de la cosificación (2). Este fenómeno remite directamente al problema radical que encuentra Marx en el capitalismo, a saber, el “fetichismo de la mercancía”. Sin embargo, con el término de la cosificación se hace hincapié en la objetivación que se desarrolla y se despliega en todos los aspectos de la vida cotidiana sin quedarse anclado en las cuestiones económicas y las relaciones que surgen de este ámbito. Dicha cosificación se observa tanto en el ámbito económico, como en el político-jurídico. Pero además, su dominación llega hasta las concepciones del tiempo y del espacio las cuales son constitutivas y condiciones de posibilidad de la existencia. Entonces, de la cosificación se llega hasta la afirmación de que la economía «alcanza la ocupación total de la vida» (3) Esta dominación de la razón que busca tratar con una realidad ordenada, cuantificable y, por tanto, homogénea encuentra su mejor aliado en el sistema de producción de mercancías de la economía capitalista. Dicho sistema es efectivamente conocido por todos los individuos en nuestro momento actual histórico.


Con esto se quiere señalar que las condiciones de producción capitalista sólo podían haberse manifestado en ese contexto de la Modernidad debido a que la racionalización de la realidad lleva intrínseco el desarrollo de la mecanización y tecnificación basado en un principio del cálculo que deriva en dominación objetiva. Con todo ello se pretende hacer llegar a la idea de que todo aquello que se encuentra sumido en este tipo particular de sometimiento sufre un proceso de abstracción por el cual las cualidades particulares y concretas de cada forma concreta dejan de tomarse en cuenta para sufrir una reducción a sus aspectos cuantitativos los cuales son manejables, son susceptibles de introducirse en la lógica del “fetichismo de la mercancía”. Llegados a este punto, en el que se ha pretendido contextualizar y bosquejar cuál es la constelación de principios sobre la que se erige esta nueva “formación social” (4), denominada coloquialmente como la sociedad (5), cabe introducir la siguiente cuestión: ¿Cómo se introducen nuestros cuerpos y nuestra actividad realizada por medio de ellos en esta lógica mecanizada y objetivada de la producción de mercancías? Como respuesta nos encontramos con el infortunio de que sólo podemos concebir nuestra actividad individual, nuestra existencia que tiene como sustrato material nuestro cuerpo sometiéndolo a este paradójico proceso de descualificación. Dicho proceso consiste en sumirnos bajo las concepciones objetivas que permiten ordenar y homogeneizar la realidad. Sin embargo, cuando observamos esa materia que supone el cuerpo no encontramos un cuerpo objetivo, esto es, un cuerpo normativizado bajo los principios ya señalados con anterioridad. Por el contrario, en nuestra experiencia cotidiana, asistimos a la presencia de un cuerpo que no es uniforme, que no es regular, que por mucho que se pueda cuantificar por medio de una cantidad como, por ejemplo, el “peso”, es imposible aprehenderlo mediante el mismo.


Nos encontramos, pues, ante una “cosa” – entendiendo cosa con referencia al sustrato material, no como fruto de la cosificación – heterogénea, particular y concreta, pero a la cual se le impone la existencia que encontramos en todas las mercancías que circulan bajo el capitalismo: la existencia de ser equivalente. Así pues, nos adentramos, por referencia a esta existencia sumida en la equivalencia, en otra de las paradojas construidas por el pensamiento moderno: la idea de igualdad. La enunciación de esta noción nos remite a ese sentimiento, supuestamente, emancipatorio que supuso el lema de la Revolución Francesa – Libertad, Igualdad y Fraternidad – pero que irónicamente trajo consigo una serie de monstruos con los que todavía tenemos que convivir o, más bien, intentar sobrevivir. Esta idea de igualdad que se impone como necesidad para la construcción de un nuevo espacio político-jurídico (6) – sin entrar en las discusiones propias de este espacio público de la modernidad, sino en los aspectos analíticos que subyacen al mismo – tiene a la base el propósito programático de la creación de una unidad que no esté mediada por las relaciones de naturaleza de las supersticiones de su época anterior, sino una unidad mediada por la racionalidad. Esta unidad racional necesita de la noción de igualdad, pero una igualdad a la que se le hace necesario un cambio cualitativo en las formas que se subsumen en ella. Esta transformación cualitativa no es otra que la inversión de lo concreto y lo abstracto, de lo particular y lo universal, de lo cualitativo y lo cuantitativo, desembocando en una preeminencia de lo universal, abstracto y cuantitativo sobre sus opuestos (lo particular, lo concreto y lo cualitativo). En consecuencia, lo que se encuentra velado detrás de la tentadora “igualdad” es un principio de equivalencia: «lo que podría ser distinto, es igualado. Tal es el veredicto que erige críticamente los límites de toda experiencia posible. La identidad de todo con todo se paga al precio de que nada pueda ser idéntico consigo mismo.


La Ilustración deshace la injusticia de la vieja desigualdad, la dominación directa, pero la eterniza al mismo tiempo en la mediación universal, en la relación de todo lo que existe con todo. […] No solo quedan disueltas las cualidades del pensamiento, sino que los hombres son obligados a la conformidad real. […] A los hombres se les ha dado su sí mismo como suyo propio, distinto de todos los demás, para que con tanta mayor seguridad se convierta en igual». (7) Si procedemos al ejercicio hermenéutico de interpretar la existencia de la noción de “cuerpo” bajo todo lo anteriormente desarrollado y con referencia a esta idea de igualdad política-jurídica, que no es otra cosa que la equivalencia cuantitativa que encontramos en una ecuación matemática o en los procesos de intercambio mercantil, nos encontramos con una pérdida cualitativa de los cuerpos concretos y, absolutamente, particulares. Lo interesante o, quizás, lo llamativo, desde el punto de vista analítico, viene del hecho de que no podemos asistir a la génesis de esta inversión de lo cualitativo por lo cuantitativo. Para no caer en meras abstracciones en nuestra exposición, se señala que lo que acontece aquí no es más que la conversión de nuestros cuerpos en mercancías; pero no tenemos que entender aquí el término “mercancía” como remitiéndonos únicamente al ámbito de relaciones económicas, sino “mercancía” en tanto objeto que ha sufrido una descualificación la cual ha sido mediada, en tanto que producida, por el mismo sujeto, pero que no ha sido llevada a término de forma consciente. Es decir, nos encontramos con que nuestros cuerpos se convierten en mercancía que sirven o se insertan en el proceso de mecanización y tecnificación de la vida en todos sus aspectos; nos encontramos con la idea de nuestro cuerpo como una “forma social” más de todas las producidas como resultado de la cosificación. Este cuerpo ya no remite a aquello que es, sino a lo que puede ser dentro de la formación social producida y reproducida por la lógica del valor.


Este cambio cualitativo que supone una descualificación basada en una inversión es cualitativo en la medida en que pierde sus características pero no sólo en lo referente a la materia misma que supone nuestro cuerpo con el que desarrollamos determinadas actividades en nuestra cotidianeidad, sino que las propias necesidades del mismo sufren dicho cambio que remite, también, a esta misma lógica del valor. En definitiva, nuestro cuerpo, la actividad que realizamos con él y las necesidades que surgen del mismo son formas sociales cosificadas en las cuales el sujeto se tiene que reducir a desarrollar una actividad contemplativa, esto es, una actividad sin capacidad consciente. Como colofón y con el intento de reunir todas las ideas que se han ido desarrollando, se quiere sacar a la luz, irónicamente igual que el propósito de la Ilustración, que el sistema económico imperante desde la Modernidad hasta la actualidad se ha desplegado de tal manera que ha llegado a dominar, aunque digámoslo claro, a cosificar nuestro propios cuerpos dándoles una existencia “social” por la cual ya no nos relacionamos con el cuerpo de forma orgánica, es decir, teniendo en cuenta todas sus peculiaridades y su existencia bruta y heterogénea, sino que se impone una forma cosificada la cual encuentra su razón de ser en la idea de cálculo, dominio y control que se extiende hacia el interior del propio individuo y hacia su propia exterioridad con la que interactúa. De ahí que sea una tarea la mar de complicada el reconocimiento de los cuerpos, la visualización del mismo y una relación del cuerpo con aquello que nos es exterior que no suponga una reproducción de las relaciones sociales fetichistas y cosificadas que surgen de la entronización de la Razón junto a su despliegue mecánico que concluye en la irracionalidad del sistema de producción de mercancías que solo tiene el fin tautológico de la reproducción de la “forma-valor”.


Apéndice: Con la finalidad de ayudar a aquellas personas interesadas en el enfoque interpretativo aquí tratado remitiré una pequeña bibliografía de las fuentes presentes en el ensayo (algunas citadas ya): ADORNO, Th. W., HORKHEIMER, M., Dialéctica de la Ilustración. Fragmentos filosóficos. Madrid: Trotta, 2016. DEBORD, G., La sociedad del espectáculo. Valencia: Pre-Textos, 2002. JAPPE, A, KURZ, R., ORTLIEB, C. P., El absurdo mercado de los hombres sin cualidades. Ensayos sobre el fetichismo de la mercancía. Logroño: Pepitas de calabaza ed., 2014 .JIMÉNEZ PERONA, A., La construcción del concepto de ciudadanía en la modernidad. En: Arenal: Revista de historia de mujeres, Vol. 2, Nº1, 1995 LUKÁCS, G., Historia y conciencia de clase. Cuba: Ed. Ciencias Sociales del Instituto del Libro, 1970. MARX, K., El Capital, Tomo 1, Vol. 1, Libro primero. México: siglo XXI editores, 1975. MARX, K., Sobre la religión. De la alienación religiosa al fetichismo de la mercancía. Madrid: Trotta, 2018.


1 Formulación utilizada por Theodor W. Adorno y Max Horkheimer en Dialéctica de la Ilustración para referirse al proyecto ideológico del momento de la Ilustración. 2 El término de cosificación, también traducido como “reificación”, es formulado por G. Lukács como el proceso que surge de aquello denominado por Marx como el “fetichismo de la mercancía”. Se señala la aparición de este concepto teórico dentro de lo que podría llamarse “marxismo heterodoxo” en la medida en que, por contraposición, el “marxismo ortodoxo” no indaga en este fenómeno dándole la importancia nuclear para comprender la dominación ejercida por la economía burguesa. 3 Debord, G., La sociedad del espectáculo, Valencia: Pre-Textos, 2002, § 42 4 El térmico aquí utilizado, a saber, “formación social” se entiende bajo la significación marxiana que esta toma en el “fetichismo de la mercancías”, a saber: «la crítica monoteísta de los ídolos experimenta un sorprendente renacer en la crítica de representaciones y prácticas sociales consideradas seculares, desencantadas y racionales. […] Para comprender el carácter fetichista de la forma de la mercancía, el dinero o el capital, es necesario primero entender el concepto de forma en Marx. Él utiliza este concepto para referirse a una relación social que se autonomiza frente a los actores sociales por medio de la abstracción y adquiere así una cualidad objetual autónoma, es decir, sustraída a la intervención directa de la acción ordinaria, aunque esta esté determinada por ella». (Cfr. La introducción de José A. Zamora y Reyes Mate en: Marx, K., Sobre la religión. De la alienación religiosa al fetichismo de la mercancía. Madrid: Trotta, 2018, especialmente II, 3)


5 Es interesante concebir el término de “sociedad” como una “formación social” en la medida en que este último par de conceptos hace hincapié en la construcción histórica de este fenómeno y permite no caer, así, en el equívoco de que aquello a lo que nos referimos como sociedad es una suerte de fenómeno dado de una vez por todas. 6 Cfr., J. Perona, A., La construcción del concepto de ciudadanía en la modernidad. En: Arenal: Revista de historia de mujeres, Vol. 2, Nº1, 1995. 7 Adorno, Th. W., Horkheimer, M., Dialéctica de la Ilustración. Madrid: Trotta, 2016, p. 67. (Se clarifica en esta referencia que el término “hombre” en este párrafo es propio del texto citado, pero se clarifica que el uso es en referencia a los seres humanos. Se pide disculpas por la utilización de dicho término pero se justifica en la redacción filosófica de los autores.)



"Sabemos cómo luce una bota vista desde abajo. Conocemos la filosofía de las botas. Invadiremos todo como maleza silenciosa. Las plantas prisioneras se rebelarán junto a nosotras. Derribaremos las cercas y las murallas caerán. No habrá más botas. Por el momento consumimos basura y dormimos, mientras esperamos debajo de tus pies. Cuando digamos al ataque no oiréis nada. Al principio" (Fanzine: Feminismo y anarquía, la conexión. Ediciones Inestables)

Cuando camino, proyecto una sombra proporcional a mi miedo. Allá donde vaya, siempre demasiado inadecuada, incorrecta, incómoda, imposible. Me mueve la máquina de la insatisfacción para arrastrar mis energías por caminos donde nadie cuida mi caída. Ni si quiera yo pongo las manos para frenar el golpe. De lleno contra el asfalto, con la mirada incrédula del feminismo clavada en la nuca. Pero tía. Quiérete un poquito más, que ya bastante daño nos hace el sistema. La teoría me la sé mejor que mi yaya el padrenuestro. Que me quieren así, que me hacen perder el tiempo, que me quieren callada, pequeña, entretenida, gastando dinero y tiempo en un ideal imposible. Lo sé, no soy tonta. Me duele la cabeza de escuchar mis propios razonamientos impostados, que no salen de las tripas, sino de los libros, porque en las tripas solo hay rencor, ansiedad y esperanza por llegar a ser todo eso que hay que ser.


La losa que llevo en la espalda es más grande que cualquier movimiento emancipatorio. Los mensajes positivos de autoestima encuentran su espacio en mi cabeza, pero en mi piel no penetran, rebotan y se alejan, conmigo corriendo detrás. Qué poquita confianza habéis tenido siempre en nosotras. Las muñecas tristes os devorarán los ojos algún día. Siglos de ponernos la bota encima de la cabeza no pasan como si nada, dejan una huella profunda en el pómulo. Tenemos que destruir el marco desde el que nos pensáis, porque no sirve sólo con sustituirlo. No queremos un marco nuevo lleno de flores y mensajes de autocomplacencia. Queremos verlo arder mientras bailamos a su alrededor con las tetas caídas y el pelo enredado. Al principio no oiréis nada.


SARA RODRÍGUEZ POLO


El pelo rizado, mi talón de Aquiles Maria Luisa Calvo Antes de nada, me gustaría aclarar que voy a hablar desde un punto de vista como mujer blanca normativa sobre el pelo rizado. Mi pelo no siempre ha sido tan rizado como ahora (tengo 25 años). Cuando era pequeña lo tenía ondulado con mucho volumen. Mi madre siempre me lo solía recoger, de hecho, hubo unos años en primaria en los que nunca lo llevaba suelto. Así que un día en el colegio, mis amigas me dijeron que me lo dejara suelto, que querían ver cómo me quedaba. Así que al llegar a casa le dije a mi madre que me lo peinara y lo dejara suelto. El resultado fue que al día siguiente tuve que aguantar ciertos comentarios, como que si lo que llevaba en mi cabeza era una peluca. No volví a dejármelo suelto. Más adelante, me hice un corte ‘pixie’. Y a partir de ahí, mi pelo empezó a crecer de forma rizada. En esta época, lo fui dejando suelto, ya que lo tenía muy cortito, y no me lo podía recoger. Así que fui aprendiendo a ‘peinarlo’ y a definir más mis rizos con espuma. Pero, de alguna forma, yo sentía que mi pelo no respondía al canon que veía en las demás chicas, yo no lo quería alborotado, pensaba que eso no era bonito. Sin embargo, alisármelo nunca fue una opción (y menos mal). Al tener tanta cantidad de pelo y volumen, era una odisea y se me iba mucho tiempo si lo intentaba (porque hacerlo yo sola era bastante imposible). Así que lo que hacía era alisarme el flequillo hacia un lado. De esta forma, sentía que encajaba más en la sintonía de cortes que llevaban las demás chicas.


Con los años, ese flequillo me lo fui quitando, hasta llevar únicamente una larga melena rizada con la ralla un poco al lado. Aun así, a mí todavía no me terminaba de gustar mi pelo, siempre pensaba que podía ser más guapa con otro peinado, y que por tenerlo así nunca iba a llegar al ideal de belleza con el que soñaba. No fue hasta hace unos años, cuando empecé a sentirme a gusto con mi pelo y a aceptarlo. Fue cuando me lo corté a media melena y lo dejé todo rizado. Ahí es cuando empezó a gustarme y a sentirme a gusto con mis ricitos. Con este mini relato personal, quería exponer un poco la evolución de mi pelo y los quebraderos de cabeza que me ha dado. Aunque aquí tengo que distinguir que los rizos en cada chica son de una forma, que hay ondas grandes y pequeñas, con más o menos volumen y más o menos pelo, y que esas diferencias son a veces muy cruciales para entrar un poco en el canon y aceptarte, o que nunca te guste. El principal problema creo que ha sido que queríamos someter los rizos a un principio imposible. El cabello rizado nunca sigue un orden, es decir, cada vez que te lo lavas, los rizos se forman de manera distinta, nunca están en el mismo sitio de siempre. Entonces creo que eso genera inseguridad, ya que buscamos que el pelo siempre esté perfectamente colocado y peinado. Asimismo, creo que no entender muy bien cómo funcionan los rizos, y no encontrar que les puede sentar bien (cortes, productos, secado, etc.) ha influido mucho en que no nos guste nuestro pelo.


Algo a lo que le he dado muchas vueltas estos últimos años es a lo típico que me ha dicho mucha gente de: “¡me encanta tu pelo! Pero yo no lo podría tener, a mí no me quedaría bien”. Ah, vale gracias. Gracias por admitir que prefieres entrar en el canon de cabello liso y bien peinado, que intentar cuestionar porque ese tipo de peinado pensamos que sí le sienta bien a cualquier persona, pero el cabello rizado no. Además, esto me ha pasado con mucha gente que tiene el pelo rizado y se lo alisa, entonces me duele más todavía. Pero el comentario que más me ha podido doler en la vida, por todas las connotaciones que conlleva, es que mi pelo lo comparen con el vello púbico. Lo peor de esto, es que te lo intentas tomar a broma, pero dentro de ti sabes que te hace mucho daño. Por lo tanto, este odio que muchas mujeres hemos sentido hacia nuestro cabello pienso que se debe a no tener un control total sobre nuestros rizos, a no encontrar un corte de pelo con el que nos sintamos a gusto y sobre todo a soportar comentarios que nos hacen recordar que nosotras no entramos en el canon de belleza. Con este texto no pretendo generalizar, es simplemente mi experiencia y mi reflexión. Os lo dedico a todas aquellas que algún día odiasteis vuestro pelo, estoy segura de que me encantan vuestros rizos.


SARA RODRÍGUEZ POLO


Epístola 52 Cientos de fotografías desayuno cada día; es asomarme a la ventana y deseo convertirme en cirujana... “que si me pongo pecho, no sé si saldré de este techo”, “que convertir mi piel en pulcra y delicada, no me torna libre, pero cada vez que voy, ¡menuda clavada! aunque el libre albedrío de mis pelos, no compensa nada, si me tacháis de enajenada” “que lavarme 300 veces el pelo no aumenta mi valía, pero si lo llevo pa’ freír croquetas la desdicha de vuestros ojos es sólo mía” Y quiero exprimirme la tripa, secarme las lágrimas y rebotar bien lejos esta sarta de complejos ... Porque ya ves, 4 angelitos me guardan la cama, cada mañana.


Dicen protegerme de mi propia rebeldía, mientras cizallan solamente un ápice de mi recatada autonomía -ellos van en bolas, pero me acusan tediosos de no decirles hermosos y no conseguir embellecerme sola, a costa de las amapolas, que este año veo de lejos, -parece ser que ellas SÍ dejan en paz a los conejos... ¿Para cuándo la aceptación infernal? ansío tener una charla con el diablo, hacedor de cera hervida en los mismísimos avernos, estercolero de vello enquistado y sudores fríos en los inviernos ... Y pienso en tu cabello al sol, en que las penas que televisas parecieron pasar a mejor vida, bien ahogadas entre formol e intermitencia diurna de una historia que aguanta 24 horas y olvida en 5 minutos. Pienso en tu sonrisa perfilada, ¿y yo? tan sólo soy una desgraciada ...


Y otra vez, de vuelta al arte contemplativo de imágenes que acuchillan mi ayuno, aunque no tanto como aquellos puteros, siempre habilidosos escarbando carne y dignidad de temporeras en la fresa; esos, sí que me dejan tiesa ¿De dónde será que encontramos la fortaleza, pa’ aguantar vuestras miserias y encima creer que en nuestros propios cuerpos reside la tragedia? ... Y pienso, y pienso, y pienso... ¡en Góngora, de repente! “goza cuello, cabello, labio y frente, antes que lo que fue en tu edad dorada oro, lilio, clavel, cristal luciente”, pero aún son las tantas de la mañana, y me da la temprana para el aguardiente (nunca fui tan valiente...) Así que decido inminente comenzar el día sin tu aprobación asumiendo que, aunque no tan guapa como en el holograma, tengo que cambiarme el pijama...


Este señor habla de la edad de oro, Y yo más astuta que una gata, todos los soles me voy haciendo un mapa de las estrías de mi anatomía; no se me vaya a olvidar que están todas en sintonía. Y desayuno fibra algunos días, pues hago alarde de que aquellas, aquellas que llaman cuarentonas, son en realidad unas mujeronas... Y bueno, otros tantos me siento en la cima de mis venenos y me disfrazo de reina complaciente de mi propia felicidad (nunca exenta de vertiginosidad), así que me enfundo todos los dulces de mundo: ¡y a la carrera! Porque primavera la sangre altera, y aquí encerrada la jura de bandera sólo se la hago a la nevera ... No sé hasta cuando este estado general de alarma; de momento llegó la merienda, y no hay contienda que me quite esta hambre tremenda


de reconciliación fraternal. Estoy aprendiendo a defendernos a capa y espada, cubriendo de espejos todas las paredes del hogar para ver cómo le sacamos la lengua a esta puta imposición de raquítica moral. En cincuenta y dos días trataron de mezquina nuestra preocupación estética y su banalidad histérica resultó ser diurética En cincuenta y dos días, aprendimos a dejar de envidiarnos, a parar de despellejarnos y darnos la mano para traspasarnos telemáticamente las cicatrices; hermanas de pensamiento, tanto la 36 como la 54 amparan nuestros alientos. Porque juntas, desde la ventana, le damos un ultimátum perfecto al ratio de 1 kilómetro por donde se extiende este perfeccionismo frenético

María Jiménez Méndez


SARRI @mierdassarri


SARRI @MIERDASSARRI


Batallas contra una misma SARRI @MIERDASSARRI Aclaración de la autora: Voy a escribir todo con el femenino, me raya un poco esto porque intento el escribir siempre con el lenguaje inclusivo en neutro pero al contar mis vivencias como mujer cis me sale escribirlo en femenino. Así que, mil perdones por si algune se siente incómode u ofendide, no es para nada mi intención.

Con todo esto del encierro a muches nos ha servido para reflexionar y reabrir viejas heridas que creíamos cicatrizadas, pero, sin embargo, han seguido sangrando en alguna parte de nuestro ser que estábamos ignorando con nuestra rutina de ritmos acelerados de curros precarios, asambleas, conciertos y encuentro con amigues. En mi caso en concreto ha servido para volver a tener un dialogo con y sobre mi cuerpo. Nunca he entrado en los cánones de belleza establecidos, de siempre me han (he) asignado el rol de la amiga gorda simpática, pues como bien nos han enseñado a través de la socialización de género el patriarcado capitalista, solamente podía relacionarme con las demás desde una esfera donde mi gorditud me lo permitiera. Esto ha influenciado mucho a la hora de relacionarme con xavalas y con pibes. Con las xavalas, siempre me he visto relegada en un segundo plano, convertida en una sombra de las que tienen un cuerpo normativo, pues no me siento digna de okupar el mismo lugar que ellas. Sin embargo, tuve la suerte de encontrar una manada de mujeres las cuales me enseñaron que yo soy valida por como soy y que eso no lo determina la talla de falda que gaste o la cantidad de tripa que se me saliera del bikini.


A pesar de todo, he de reconocer que a veces las inseguridades se me clavan en lo más hondo de mi ser y esto se convierte en celos/envidias a mis compas, a sufrir cuando estamos en espacios donde ellas pueden mostrar su cuerpo libremente y yo, sin embargo, por mi complejo, no puedo hacer otra cosa más que taparme, ocultarme… Sí, lo sé, tengo que cambiar todo esto, pero es un proceso lento y doloroso con el que trabajo día a día, y que gracias a las redes de mujeres que tengo a mi lado, hay veces que es mucho más llevadero que otras. En lo que respecta a la relación con pibes, a la hora de establecer vínculos en el plano sexo-afectivo, siempre me he visto que no tengo derecho a poder participar de esto, que una xavala con mi cuerpo nunca será un cuerpo deseado… Así pues, cuando creo un vínculo siempre me siento como en una relación de deuda con el pibe, pues se ha fijado en alguien con un cuerpo como el mío. Por otra parte, cuando llega la hora del cuerpo a cuerpo siempre se repite el mismo patrón, vergüenza- placer- vergüenza. Una y otra vez. A raíz del encierro, he visto como esta herida de mi relación con el cuerpo se ha vuelto a reabrir. Todo el mundo y su brote de hacer ejercicio, las amigas que comentan sus avances de tonificación o el odio a Patry Jordan como deporte nacional, hace que en mí se hayan desarollado sentimientos de culpa constante al no ser capaz de ponerme fitness… Soy la anticrista deportiva de esta cuarentena. Si a esto le sumas el tener que aguantar 24/7 comentarios despectivos sobre tu cuerpo por parte de tu entorno familiar, esto acaba generando traumitas que se materializan en que evite los espejos de toda la casa, que tenga que ir corriendo a la ducha para así no pararme frente al espejo y enfrentarme a la realidad de mi cuerpo…


He odiado, y odio a veces, cada centímetro de mi cuerpo y lo maltrato bastante… Culpabilizándome cada día y castigándome constantemente por no tener un cuerpo normativo. Sin embargo, hay días como que entre tanta batalla encuentro paz, una tregua, y me puedo mirar al espejo más de cinco minutos, verme y reconocer que hay diversidad de cuerpos como el mío y que no tengo que encajar en ningún canon de belleza para sentirme válida. Porque yo no quiero ser válida en su sistema, lo quiero ser en mis márgenes. Porque a pesar de que mi cuerpo es mi templo, muchas veces mi yo atea lo único que quiere es quemarlo todo, que el fuego okupe cada rincón. Que solo queden cenizas, a partir de las cuales poder resurgir como el ave fénix.


@maluphoto_clic


Tiene las cejas con calvas, los dientes imperfectos, la piel con granos y puntos negros. En el pecho tiene estrías, al igual que en la cintura, las piernas y los cachetitos del culo. Tiene el cuerpo blandito, el vientre con michelines y ondulaciones en la figura. Se la notan las marcas de cicatrices, los pelos no depilados, las rodillas hacia dentro y la celulitis por doquier. En las manos verás dedos torcidos, en los pies uñas movidas y algún callo en la planta... Todo ello refleja el tallo malo, con espinas que se clavan y duelen porque hacían que mi confianza no llegase a la mínima. Llamémoslo "canon de belleza", por innovar (si no se nota, hago hincapié en desvelar la ironía). De primavera en primavera, entre conversaciones con amigas, reflexiones y entendimiento, atrapé ese tallo, me dolió pero entendí que aunque siempre fuese a estar ahí, tenía el poder de detener su tamaño o mínimo ralentizarlo. Desarrolle otras partes de mi, las asimile y las potencie, aunque el mérito no es sólo mío... benditas amigas que te acompañan en el proceso de replantearte y asimilar otra perspectiva más lógica y natural que la establecida. Nunca estuve sola en este camino y se que tampoco lo estaré en lo que me queda por recorrer. A día de hoy soy una mujer joven que acepta y quiere su cuerpo sin necesidad de modificarlo para agradar ojos ajenos o cumplir expectativas sociales. Aunque todo lo anterior me pueda definir, pese a que no lo haya borrado de mi cuerpo y conviva con ello, cada año llegan más primaveras y en vez de tanta espina, me empiezan a salir más flores. Anónima


Anรณnima


La interminable historia de un elefante en una cacharrería Irene Bezares Desde pequeña creo percibir una realidad superior a la objetividad a la que todo el mundo se atiene. Fui una niña sonriente, triste y gorda. Y me gustaría aquí hacer un alto en el camino (ya ves tú, si acabamos de empezar) porque no necesariamente estuve gorda, no necesariamente lo estaré, ni lo estoy especialmente ahora. No recuerdo ningún momento concreto de mi vida en el que cogiera peso y, desde luego, no recuerdo ningún punto y aparte con la esencia de mi existencia física. Nunca me he mirado al espejo y me he dicho, con sorpresa, con añoranza de otros tiempos más normativos: “joder, qué gorda estás”. Mi pequeño monstruo siempre ha sido esa tibia semiaceptación que tanto he repetido a lo largo de mi vida: “soy gordita”. Sin rasgarme las vestiduras, sin posible detonante para una reapropiación de lo que soy y de cómo existo. Volviendo a la mística realidad a la que me he referido al principio del texto, he de decir que con los años ha ido perdiendo ese carácter misterioso y arbitrario que antes le atribuía. Cuando he sido mayor he entendido que esa realidad en la que parecía solo vivir yo, en la que todo el mundo se encontraba en una categoría ligeramente superior a la mía, no era más que una forma de intuir lo que después entendería como el orden social que es. “Ser gordita”, a su vez, no es lo mismo que ser gorda. Ser gordita implica una resignación, una alienación, una disculpa, un agradecimiento por poder estar entre las demás aunque no seas igual que ellas.


Implica una manera de esconder las chichas, una ilusión intermitente de que a lo mejor no pasa nada. De que quizá sean impresiones tuyas. Implica una o dos noches sin dormir cuando alguien que no eres tú hace alusión a tus no-delgadeces, a tus carnes y a tus pieles como lo que son: gordas. Porque tampoco hacía falta decirlo en voz alta, ¿no? Otro de los miedos que me sopla en la oreja de vez en cuando como gorda diminutiva es el miedo al exceso, lo escandaloso de ocupar mucho espacio, de no ser invisible. Me explico: en mis mejores días me siento afortunada de ser una mujer extrovertida, que no tiene miedo a estar presente. Mi abuela dice que cuando entro en un sitio es imposible ignorarlo, para bien y para mal; “un elefante en una cacharrería” para ser más exactas. En mis momentos buenos me enorgullezco, ¿a quién no le gusta un poco de ruido? Los problemas vienen cuando lo estridente se asienta en un cuerpo grande; más concretamente en un cuerpo grande de mujer. Cuando aterrizas en la tierra y, por tanto, en tu cuerpo, lo que era tu herramienta ahora es vergüenza, vergüenza que anida en ti y que se alimenta de todo lo que tienes de más. Se alimenta del exceso de kilos, exceso de talla, exceso de volumen, exceso de ruido, exceso de voz, exceso de risa, exceso de pelos, exceso de confianza, exceso de carisma, exceso de tiempo, exceso de comida, exceso de bebida, exceso de miradas sostenidas, exceso de espacio. Exceso de espacio. Vergüenza. Vergüenza debería darte. ¿Quién te ha dado derecho a ocupar todo eso?


Cuando alcanzo el límite de violencia que considero suficiente me enfado, aparto mis manos del cuello de mi autoestima a la fuerza y me obligo a pedirme perdón, uno de esos perdones falsos de patio de colegio que se dicen cuando alguien se ha chivado a la profe. Entonces vuelvo a mi tibio limbo en el que ni siquiera me veo con claridad. Si tuviese que dibujar mi cuerpo, cada día haría un dibujo distinto. Quizá disociarlo de mi mente es lo único que la mantiene fiel a sus grandezas. Quizá no. Hoy, me doy mucha vergüenza; mañana seguramente salga.


Otras resistencias DOCUMENTAL: La imposición de la belleza. Nadia Martín DOCUMENTAL: MIAU, Movimiento Insurrecto por la Autonomía de Una Misma PODCAST: La violencia estética. Degeneradas, radio Irradiando. BLOG: El Camino Rubí LIBRO: La cerda punk de Constanzx Álvarez Castillo LIBRO: Diario de un cuerpo de Erika Irusta LIBRO: Mi cuerpo es un campo de batalla, de Colectivo Ma Colère. LIBRO: Esta es mi sangre de Élise Thiébaut LIBRO: Habitar mi cuerpo de Zinteta LIBRO: Manual Introductorio a la Ginecología Natural de Pabla Pérez FANZINE: Gordazine FANZINE: Menstruación: un fanzine sobre género y salud global FANZINE: Blood Fanzine FANZINE: Comadreando FANZINE: Kinky, nasty y aunque sea; fancy FANZINE: Femizine FESTIVAL ONLINE Gordafest REVISTA: La Boletina de Mujeres Para la Salud


Gracias infinitas a las mujeres que habéis participado con vuestro arte en este fanzine. Espero que os haya servido para habitaros con un poco más de cariño. Desde luego, a mí sí. Os abrazo a todas, siempre. Marta.



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