Buscando mi sonido

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CRÉDITOS ISBN 317-5126-52-9 Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida de ninguna manera sin consultar antes a Casa Editorial MQ.


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ran las seis de la mañana. Un día como cualquier otro; el cielo era de un color azul pálido, las hojas verdes de los árboles revoloteaban al paso de una brisa, el aire mañanero transitaba por las calles empedradas refrescando a sus habitantes, y la luz del sol caía suavemente sobre las tejas de adobe que se encontraban sobre las casas del pueblo. Justo en aquel árbol de flores color bermellón, sí, aquél al lado del poste de electricidad cuyas ramas se enredan entre loscables, se encontraba un pajarito. Era pequeño, frágil, sus plumas de un azul profundo, su pico y sus patas eran del color de las mandarinas.

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Él era algo silencioso, y bastante pacífico; le gustaba pasearse por el pueblo observando a los demás, pero raramente interactuaba con alguien más.


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Mientras observaba cómo el pueblo lentamente le daba la bienvenida al día, escuchó algo sumamente hermoso que provenía de arriba; al voltear su cabeza vio cómo las nubes abrían paso a unos pajarillos girando en el cielo, quienes con su canto hacían que las flores despertasen, saturando de diversos colores la alfombra antes verde.

La cuestión es que esta no voz tiene nada de especial, es la misma que utiliza todo el mundo para hablar de cosas cotidianas, pasando desapercibida. El pajarito aspiraba a tener un canto que embelleciera el aire, que llegara al oído de los demás como una suave caricia, y que éstos le sonrieran de regreso.

Estaba experimentando algo realmente mágico, y fue ahí donde se dio cuenta que él no tenía un sonido especial. La mayoría de los otros pájaros, todos, a decir verdad, tienen un sonido especial que permite identificar su especie sin necesidad de verlos, basta con escuchar el sonido que emiten. Y no, el pajarito no es mudo, ¡por supuesto que puede hablar! De no ser así, ¿cómo se supone que se comunicaría con los demás?

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El pajarito se posó sobre uno de los cables provenientes del poste de electricidad, y observaba a los demás pájaros, sintiéndose ligeramente triste al no ser especial como ellos. “¿Un pájaro que no canta? ¡Qué ridiculez!” – pensó. De repente se le ocurrió que seguramente él podría recrear esos sonidos sin problemas, y al lograrlo, los demás lo aceptarán como su amigo.

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Empezó imitando a los canarios, acercándoseles lentamente. Inhaló profundamente y luego, les enseñó lo bien que había aprendido a gorjear como ellos, excepto que en realidad no lo hacía nada bien. No sonó ni un tercio de hermoso como ellos. Los canarios, confundidos, se le quedaron observando. Ellos no sabían cómo reaccionar, ¡Sentían tanta pena ajena! “¡Hola!, ¿Quién sos?” preguntó uno de los canarios para romper el silencio, sin intención de hacerlo sentir mal. El pajarito, apenado se retiró volando sin responderles a los canarios.

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Luego se acercó a un grupo de palomas que se encontraba en la plaza, frente a la iglesia. Una señora les lanzaba migajas de pan. Mientras ellas comían, él procedió a imitar su arrullo; esta vez tampoco lo hizo bien. Todas las palomas lo quedaron viendo sin entender lo que sucedía. “¿Te estás burlando de nosotras?” le preguntó una de ellas. El pajarito se disculpó, aclaró la situación, y se retiró nuevamente, volando hacia su árbol de flores bermellón, sí, aquel al lado del poste de electricidad.

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El pajarito se sentía inútil, había intentado imitar el sonido de cada ave del pueblo: el trino de los gorriones, el graznido de los cuervos, el cacareo de las gallinas, el silbido de las golondrinas, el parpeo de los patos; sin éxito. Incluso intentó picotear un árbol para producir sonido, tal como lo hacen los carpinteros, pero en menos de dos minutos se mareó y empezó a dolerle la cabeza, ahí se dio cuenta que eso quizás no era para él.

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“¡¿A quién le interesaría ser mi amigo?! Jamás me aceptarán en su grupo”, pensó. De pronto, sintió que la rama sobre la cual se encontraba se movió, era una lora de plumaje colorido. Parecía ser muy simpática y extrovertida. “Hola, Te vengo observando desde hace un par de horas ¿Estás bien?”, le preguntó la Lora. En ocasiones anteriores, se le habían acercado pájaros para preguntarle cosas; pero nunca alguien se le había acercado a preguntarle si se sentía bien. El pajarito le contestó: “Hola, no me siento tan bien, gracias por preguntar. Me da mucha vergüenza que me hayás visto hacer el ridículo una y otra vez. Imitar a los otros pájaros es más difícil de lo que parece”.

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A lo que la lora le contestó: “En mi caso, tampoco sueno como ellos, ni me interesa aprender a hacerlo. Algo que sí puedo hacer bien es remedar a los seres humanos, puede que a vos también se te facilite. ¡Vení acompañame!”

Emocionados, le pidieron que repitiera lo que ellos decían, entre esas cosas, una que otra grosería; La lora los remedaba a la perfección.

Ambas aves volaron hacia el patio de una casa, donde se encontraban unos hermanos jugando ajedrez. El hermano se encontraba sentado en el suelo, mientras que la hermana sobre una hamaca, con la mesa lo suficientemente cerca como para poder alcanzar el tablero. “Primero fijate bien cómo le hago yo, para que luego vos hagás lo mismo”, le dijo la Lora al pajarito. La lora voló sobre la mesa donde se encontraban los muchachos. “¡Jaque mate!, perdiste”, le dijo el hermano a su hermana. “¡Jaque mate!, perdiste”, repitió la lora. Ambos hermanos la quedaron viendo y se empezaron a reír.

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Los muchachos la estaban pasando bien, en eso la lora le hizo una señal al pajarito para que se uniera, y lo hizo. El pajarito intentó remedarlos numerosas veces, fracasando en todas, lo único que logró fue conseguir un fuerte dolor en la garganta. Los muchachos se dieron cuenta de su presencia, pero al no causarles tanta gracia, prefirieron seguir prestándole atención a la lora. Un perro y un gato se le acercaron, ambos vivían en esa misma casa. “Hola”, le dijeron ambos. “Vimos que estabas tratando de imitar a n uestros humanos… pero ¿Por qué?”, preguntó el gato .

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Era la primera vez que él interactuaba con animales que no fueran pájaros en su vida. “Hola… em, pues la lora me dijo que hablando como ellos les agradaría a los seres humanos”, contestó el pajarito bastante nervioso. “No tenés por qué tener miedo, no te voy a hacer daño”, dijo el gato. “Tampoco es necesario que podás hablar como los seres humanos para agradarles; en mi caso yo no me tengo que esforzar en absoluto, es suf iciente cuando maúllo o ronroneo sobre su regazo”, dijo el gato muy orgulloso. “Bueno, yo no necesito maullar”, dijo el perro, “Yo ladro, aúllo, incluso hasta gruño, y aun así me adoran”. “Si querés te enseñamos a hacerlo”, dijeron ambas mascotas. El pajarito se los agradeció, se encontraba bastante emocionado.

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Las lecciones para maullar y ladrar comenzaron, y el pajarito escuchaba atentamente mientras le hacían demostraciones; se estaba divirtiendo mucho con ellos, pues eran animales muy agradables. La lora se les unió a los otros animales para ver el progreso del pajarito en su aprendizaje. Por mucho que el pajarito se esforzó, había quedado disfónico; tenía miedo de haber estropeado su voz permanentemente. “Estoy esforzándome mucho”, dijo el pajarito muy angustiado con una voz quebradiza, “Perdónenme por haber desperdiciado su tiempo”, luego el pajarito se alejó volando tan rápido como pudo, antes que los animales pudieran decir algo para consolarlo.

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Mientras volaba por el pueblo, muchos sonidos diferentes llegaron a sus oídos. Las campanadas que provienen de la iglesia, el ruido constante de los automóviles sobre las tumultuosas calles empedradas, los agudos llantos de los infantes dentro de las casas, la serena melodía de los instrumentos musicales en los restaurantes llenos de turistas, el estruendo del trueno a lo lejos; todos estos ruidos mezclándose en el viento formando un solo caos armónico “todo tiene un sonido propio, menos yo”, dijo el pajarito tristemente para sí mismo.

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Finalmente se dirigió hacia a su árbol con flores color bermellón, aquél cuyas ramas se enredan en el poste de electricidad. Al acercarse logró identificar tres figuras: el gato, el perro, y la lora.

“No es necesario tener un sonido especial para que le agradés a los demás”, dijo la Lora. “Exacto”, dijo el perro, “No tiene nada de malo que no podás imitar a los otros pájaros”. Luego el gato dijo: “Tampoco tenés que saber “Hola! ¿Qué hacen acá?” les imitarnos a nosotros para que te preguntó el pajarito. “Queríamos consideremos nuestro amigo”. saber si estabas bien, después de que te fuiste así de repente…”, El pajarito apenas podía creer le contestó la lora. “Pues, en lo que escuchaba, su rostro se realidad no me siento nada bien”, iluminó de repente, y le invadió dice el pajarito, “no tengo ningún una inmensa alegría. “¡¿Ustedes me sonido que me identif ique, consideran su amigo?!”, exclamó, algo que me diferencie de los olvidándosele por completo del demás. Soy tan solo un pájaro ardor en la garganta, a lo que ellos común… jamás encontraré contestaron al mismo tiempo“¡Sí!”. amigos de esa manera, ya me cansé de quedarme solamente observando a los demás divertirse, yo también quiero disfrutar de la compañía de los demás”.

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El pajarito empezó a reír alegremente de la felicidad de saber que ahora tenía amigos. Su risa hizo que las hojas de los árboles danzaran, que una brisa de aire frío serpenteara entre el césped, que los cerros a lo lejos se saturaran de verde, y que sobre el cielo se pintara un brochazo iridiscente. “¡¿Ya te habías dado cuenta de que podés hacer eso?!”, le preguntó la lora emocionada. “¿Hacer qué?”, le preguntó el pajarito. “Ese sonido… ¡El que acabás de hacer hace unos segundos!”, exclamó la lora sorprendida. “¿Cuál sonido? Lo único que hice fue reírme…”, le contestó el pajarito. “Pues, al parecer, lo que vos considerás solamente tu risa para mis oídos caninos suena muy agradable, ¡hermoso a decir verdad!”.

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“Yo nunca había escuchado a otro pájaro reír de esa manera”, dijo el gato. “¡Es tu sonido especial, el que tanto buscabas; lo acabás de encontrar!”, exclamó la lora. El pajarito se encontraba extremadamente contento que por f in haber encontrado su canto. Comprendió que no era necesario buscarlo en la imitación de otras aves, animales, personas, o cosas. El sonido especial que tan desesperadamente había buscado no era otro que aquel que produce su voz al sentirse feliz; para el cual no tenía que esforzarse en absoluto, bastaba con sentirse satisfecho consigo mismo, con su vida, y disfrutar al lado de sus amigos.

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FIN





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