La espera (1)

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La Espera Marta Planes PĂŠrez


Las seis de la mañana, ni un minuto más ni un minuto menos. Ya de por costumbre, Manuel se levantó sin ninguna prisa, también como siempre, preparó dos rebanadas de pan tostado, las untó de mantequilla y mermelada de cereza y las colocó en la mesa del comedor, una al lado de su silla y la restante a la silla delantera. Volvió a la cocina cogió cuatro naranjas y preparó zumo. Llenó dos vasos, uno de ellos lo coló y lo colocó al lado de aquella tostada solitaria de la mesa. Manuel se sentó en su silla, la primera luz del día le deslumbraba el rostro, pero él no quitaba la vista de esa parada de autobús de la plaza de delante de su casa, de su gran balconario. No había absolutamente nadie, vacía, ninguna alma correteaba durante esas horas de la madrugada por Barcelona.


Pasó una hora, él permanecía en su sitio y observaba. De repente apareció un hombre, era Juan, un anciano de su misma edad, con pocos pelos en la cabeza, alto y siempre vestido con ropa muy elegante. Era un buen amigo de Manuel, se conocieron en el mercado del barrio junto a sus parejas, pero ya hacía seis años que no se veían. No había vuelto al mercado desde “entonces”.


Hacia las nueve, como todos los días de la semana menos los Domingos, llegaron Teresa y Francisco. Eran una pareja del barrio. Francisco, un hombre muy puntual, miraba en el reloj cada minuto que pasaba, seguro que el autobús ya llegaba tarde. Mientras tanto Teresa comentaba la jugada, seguro que hablaba de alguna anécdota graciosa del día anterior. Se aproximaba la Navidad, así que Manuel hubiera puesto la mano en el fuego que de vuelta, como todos los años desde “entonces”, llevarían un jamón, para todos sus queridos nietos e hijos.


Manuel supo que ya eran más de la diez cuando se dió cuenta que empezaban a llegar a la parada gente joven, además muchos de ellos completos desconocidos. Andaban adentrados en su propio mundo tecnológico sin darse cuenta de todo lo que sucedía a su alrededor. A Manuel le sorprendía cómo habían cambiado las cosas, cincuenta años atrás la gente conversaba mientras esperaba el autobús, hacían amistades, hasta algunos afortunados habían llegado a conocer el amor de su vida.


En el banco dormía Javier Blanco, el que antes había sido un importante director de una multinacional, un millonario un tanto creído que tiraba el dinero hasta que terminó en la ruina, viviendo en la calle y sin tener nadie querido a su lado. Dos personas hablaban de él, sin disimulo, Javier no se immutaba, parecía darle igual. Sentados en el banco descansaban tres chicos, parecían turistas, a lo mejor eran ingleses, tenían los ojos azules, la piel blanca como la leche, y como le gustaba la leche fría recién sacada de la nevera a Ana…, y siguiendo con la descripción, el pelo claro y brillante, repeinado hacia atrás.


A Manuel le entró el hambre, pero no podía dejar de mirar hacía fuera, no podía perder ese tiempo preciado, a lo mejor cuando dejase de observar aparecería Ana volviendo del trabajo. Así que abrió el cajón de debajo de su mesa y sacó unas galletas de canela, sus preferidas. El piso estaba en silencio, no se oía ni una sola ánima. Entonces vio como salía del autobús Juan,su amigo del pasado, ya volvía hacía casa. Seguro que llegaba tarde, como de costumbre. Pero quién no aparecía era Ana.


Después de que Juan saliera del autobús, el autobús se fué. Igual que aquel Miércoles de hacía seis años cuando Ana entró para ir a trabajar e a esa reunión que hacía tanto tiempo que deseaba hacer. Manuel recordó el beso que le dió antes de irse de casa aquel día, después de haberse tomádo su tostada con mermelada y su zumo colado. Le cayó una lágrima, que le recorrió las mejillas hasta caer al suelo.


Habían pasado 24 horas más, un día entero, 720 minutos más sin Ana, después de seis años. Pero Manuel tenía la esperanza de que Ana volvería. Aquel día llamaron a la puerta y le dijeron que había fallecido en un accidente de autobús, pero Manuel nunca se lo creyó. Aún espera que su amada salga de ese automóvil lleno de gente, cada uno con su propia vida, pero que salga ella y que lo vuelva a abrazar como hacía antes.


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