La fisonomía del caudillo Mtro. Israel Vizcarra
Los caudillos surgen en Hispanoamérica entre el fin de las guerras de independencia y el surgimiento de los estados nacionales en la primera mitad del siglo XIX. Eran líderes dotados de un fuerte carisma que accedían al poder máximo de gobierno mediante intrincados mecanismos en donde las multitudes y las elites, convertían al caudillo en la síntesis de los intereses conjuntos y en el único capaz de resolver los problemas comunes. El caudillismo pues, centra su atención en hombres fuertes y emblemáticos. Caudillo proviene de la palabra latina capitellum, esto es, cabeza, y se aplicaba a quienes tenían a su cargo un mando militar; dicho significado aún se conserva en la lengua española. Así pues, desde la etimología tenemos una primera característica esencial de ésta figura: el ejército. Una constante del “caudillismo” entonces, es que el caudillo se convierte en la fuerza y el corazón de un movimiento de cambio, en quien las fuerzas armadas depositan su confianza y obediencia, tanto para gobernarlos a ellos como a la república. Es así que al caudillo se le sigue con una mezcla de admiración y miedo, ambición y fe. No obstante, los caudillos no son exclusivos de la casta militar, pues se ha dado el caso de hacendados o comerciantes que han estado en movimientos armados cuyos soldados apenas si tenían alguna instrucción militar. Los caudillos se distinguieron por tener el don de manipular a las masas populares, lo que iba en relación directa a su prestigio militar o carismático, pues entre más brillante era su historial, recibía mayor adhesión y apoyo de las masas; por tanto, el caudillo requería, indispensablemente, de las masas para conservar el poder. El pragmatismo es otra constante en el caudillismo ya que reúne en su persona los intereses más contradictorios. Por un lado, los intereses de las clases
acomodadas y la defensa de la propiedad privada, mientras por otro, la satisfacción de las necesidades del pueblo llano. El caudillo, que buscaba gloria y poder, con sus obras intentaba ganarse la simpatía de la población y desprestigiar al máximo al anterior gobernante; así, reorganizaba el gobierno a su antojo y consideraba como malo todo lo que el gobernante anterior hubiese hecho. Este apoyo popular se tornaba en su contra cuando las esperanzas puestas en el poder entregado al caudillo se veían frustradas, y se decidía seguir a otro caudillo que lograra convencer de su capacidad de mejorar el país o la región. La militarización, la inestabilidad política y el debilitamiento del poder central revalorizaban la figura de los caudillos, convertidos por las circunstancias en los principales garantes del orden y de la cohesión social a escala local o regional. Orden y cohesión que en numerosas ocasiones debían defenderse con las armas. La figura del caudillo se manifestaba al margen de las opciones políticas o ideológicas de su época, los había federalistas o centralistas, y liberales o conservadores, pero también había quienes cambiaban de bando a medida que transformaban sus lealtades personales o bien, si las circunstancias del momento lo aconsejaban. A diferencia de otros líderes en la historia, el caudillo por lo general no se ha movido en las aguas de las grandes ideologías, ni se mantiene apegado a estrictos principios, pues el criterio personal tiende a ser la base y sustento de sus acciones. Del mismo modo, la gran mayoría de ellos no se distingue por una instrucción sólida o por haber viajado por el mundo, de hecho no es extraño observar que no conocen por completo su país, sino apenas su región natal. Los grandes caudillos de los siglos XIX y XX, en muchos de los casos, se sirvieron de las instituciones democráticas para acceder al poder, y ya instalados en él, maniobraron para perpetuarse el mayor tiempo posible, convirtiéndose en dictadores. Una vez en el poder, los caudillos encontraban en el sistema presidencial la justificación perfecta para asumir el control pleno del Estado.
A lo anterior se puede agregar un mesianismo que impregnaba muchos de sus discursos y acciones, al manifestar su deseo de redimir, liberar, supervisar el buen gobierno e impartir justicia. Algunos incluso manifestaron que sólo serían juzgados por Dios y por la Historia. Los caudillos latinoamericanos se han caracterizado por: 1. Poder personal: salvo raras excepciones, poseían recursos financieros
(eran hacendados, comerciantes y militares, que se movían en el triunvirato del poder-prestigio-economía). 2. Poder de persuasión: por medio de un discurso populachero integrador, se
adhiere al pueblo de bajos recursos por medio de la retórica simple y dogmática, apelando al nacionalismo, regionalismo y entrega de regalos, lo que crea una dependencia hacia su persona. 3. Intereses ocultos: todos poseían intereses específicos más allá del discurso público. 4. Manejo de la sociedad de acuerdo a sus necesidades: control de todos los actores sociales mediante el interés y la aceptación, en tanto que a sus oponentes se les reprime. Se Integra a toda la sociedad bajo sus objetivos. Las instituciones democráticas lo son tan sólo en apariencia, ya que el caudillo es quien decide el destino de la sociedad. 5. En algunos casos ha existido interrelación entre diversos caudillos (o jefes
políticos y caciques que promueven fuertes regionalismos), y pueden estar aliados y ganar mutuamente en un sistema de recompensas, o bien enfrentarse entre sí.
Bibliografía Demélas, Marie-Danielle, “El nacimiento de una forma autoritaria de poder: los caudillos”, Fundamentos de Antropología, Granada, Granada, Centro de Investigación Ángel Ganivet, 2001, no. 10-11.
Entrena Duran, Francisco. “México: del Caudillismo al Populismo Estructural”, Escuela de Estudios Hispano-americanos de Sevilla, Sevilla, 1995, no. 378. Garfias M., Luis, La Revolución Mexicana: Compendio Histórico Político Militar, México. Panorama, 1980. Krauze, Enrique, Siglo de caudillos. Biografía política de México (1810-1910), México, Tusquets, 1999. Musacchio, Humberto, Diccionario Enciclopédico de México. México: Andrés León Editor, 1989.