cosas de otro modo; comprenderá que el bien tiene que ver con la experiencia de la realidad, con el hacer justicia a la realidad. El título de este capitulo es: Educación, o el principio de la realidad y del placer. Hasta ahora no ha aparecido la palabra educación; no obstante, se ha estado hablando de ella continuamente. En el comienzo de toda Ética, de todo consciente preguntarse por la vida recta, se sitúa el proceso en el que el niño, desde la parcialidad de su subjetivo mundo de sentimientos, es introducido cuidadosa y resueltamente en la realidad; realidad que es como es, independientemente de nosotros. Rousseau recomendó una vez a las madres que, cuando el niño que tienen en brazos tienda la mano a una manzana, no deben buscarle la manzana, sino que deben llevar al niño a la manzana. Así aprende el niño que las cosas no se dejan dar órdenes y que debemos determinarnos a nosotros mismos. Y Matthias Claudius escribe a su hijo Juan: "la verdad, querido hijo, no se acomoda a nosotros, sino que somos nosotros los que debemos acomodarnos a ella". Conviene ver que esto es así felizmente y no por desgracia. Pues solamente ante una realidad que nos ofrece resistencia podemos desarrollar nuestras fuerzas. Y las alegrías más profundas de la vida se relacionan con el desarrollo de nuestras fuerzas y capacidades. El educador tiene ante sí la tarea de introducir al niño en la realidad que está frente a él y es independiente de él. La madre es en general la primera realidad independiente con que el niño se encuentra. Se ha cuidado así que la realidad se experimente ante todo como algo amistoso y favorable. La formación de esta primera experiencia la psicología habla de confianza originaria es lo más importante que la educación tiene que hacer. Quien puede recurrir al recuerdo de un mundo sano, está más preparado para el contacto con el que está viciado.
III. Formación o el propio interés y el sentido de los valores ¿Qué es lo que de verdad y en el fondo querernos9, ésta era la pregunta de que tratábamos en el capitulo anterior y merced a la cual entroncamos con el planteamiento de la cuestión en la tradición filosófica clásica. Hemos discutido la respuesta que se insinúa cuando el mundo de las normas éticas pierde por primera vez su inmediata y evidente validez: la respuesta del hedonismo que afirma que lo que propiamente y en el fondo deseamos es el placer, el bienestar. Hemos reconocido los límites de esa respuesta y hemos visto que, en general, queremos todavía algo más, precisamente esto: mantenernos en el ser. El principio del placer encuentra su limite en el de realidad, como afirma Freud; pero hemos visto que tampoco da en el blanco lo que enseña Freud sobre el hombre como un hedonista frustrado que debe amoldarse, lo quiera o no, a la realidad, si quiere sobrevivir. Lo que deseamos es justamente realidad; y salvo que estemos enfermos o seamos toxicómanos, no deseamos ninguna euforia ilusoria, sino una felicidad que se apoye en la realidad. Damos un paso más en nuestras reflexiones sobre lo que hace buena una vida. La verdad es que tanto el principio de placer como el de realidad son dos 'abstracciones que, ni
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