Cuestiones fundamentales, martin pinedo

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interrogatorios de un tribunal son adecuados para facilitar una decisión. Tales interrogatorios, a fin de cuentas, priman sólo al orador que está dispuesto a mentir con habilidad. No hay más que un indicio para comprobar la autenticidad de la decisión de conciencia, y es la disposición del encartado a atenerse a una desagradable alternativa. La conciencia no es herida si se le impide a uno hacer lo que ella manda, ya que ese obstáculo no cae bajo su responsabilidad. Por eso se puede encerrar a un hombre que quiere mejorar el mundo por medio del crimen. Otra cosa es cuando a uno se le obliga a actuar en contra de su conciencia. Se trata de una lesión de la dignidad del hombre. Pero, ¿es eso de verdad posible? Ni siquiera la amenaza de muerte obliga a uno a actuar contra su conciencia, como documenta la historia de los mártires de cualquier tiempo. Existe no obstante un modo de forzar la actuación contra conciencia: la tortura, que convierte a un hombre en instrumento sin voluntad de otro. De ahí que la tortura pertenezca a los pocos modos de obrar que, siempre y en toda circunstancia, son malos; toca directamente el santuario de la conciencia, del que ya el precristiano Séneca escribió: "Habita en nosotros un espíritu santo como espectador y guardián de nuestras buenas y malas acciones".

VII. Lo absoluto o ¿qué convierte una acción en buena? Hemos visto que nada de lo que se haga contra la conciencia puede ser bueno, aunque vimos también que no todo lo que se hace en conciencia es bueno; la conciencia, en efecto, no es un oráculo, sino un órgano. Y como tal puede estar mal orientada. Además, ninguna introspección, ninguna inmersión en nuestro interior nos dice si es nuestra conciencia la que ahí nos habla. Ningún juez externo puede informarnos de si alguien actúa realmente en conciencia, y tampoco nosotros estamos libres de duda al respecto. La conciencia es la mirada que el hombre dirige al bien, pero el ojo no puede verse a sí mismo. Debemos seguir aquello que nos parece ver. Kant escribe: "No se puede pensar que exista algo, dentro o fuera del mundo, que pueda ser tenido sin limitación por bueno, a no ser una buena voluntad". Si nos atenemos a la literalidad de este principio, debemos preguntar a continuación: ¿qué es entonces una buena voluntad? Seguramente, aquella voluntad que desea el bien. Pero, según eso, la pregunta por el bien ya no se responde señalando la buena voluntad. Si la sabiduría de todos los tiempos no hubiera llegado a fin de cuentas más que a esta buena intención, no por eso sería algo inocuo, como puede parecer. La buena intención se podría convertir fácilmente en justificación para todo tipo de injusticias y maldades. Todo el que actúa tiene, en cierto modo, una buena intención. Nadie quiere el mal como tal. Todo el mundo desea algo positivo, algún valor, sea que se trate del placer, de una satisfacción espiritual, incluso de la felicidad de los demás, de la justicia, o de lo que

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