Historia de Vida Profesor Jose Israel Gonzalez

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De paso por las veredas Otanche y Saboyá… “Hablar es hablar para unos pocos, escribir es escribir para todos. Hablar es escribir en el viento, escribir es hablar con la eternidad”

El texto de William Ospina 1 , refiriéndose a “El Arte de la conversación”, dedicado a honrar la memoria de Estanislao Zuleta, permite alentar la escrituración del siguiente documento. Se trata de decodificar del viento las palabras que a finales de 1970 quedaron registradas, y que hoy la iniciativa del maestro Álvaro Liatón posibilita consignar en este capítulo, para que los lectores conozcan la cara oculta que constituye el poliedro experiencial de uno de los tantos maestros y maestras, alumno en la universidad de la vida, de quien rubrica su tercer libro. 1. EL MAESTRO DE LOS HIJOS E HIJAS DE LA VIUDAS Enclavada en el lomo de la cordillera Oriental, cerca de una quebrada cuyo referencia homenajea el nombre de una peligrosa serpiente de la región, colindando con una Serranía, la cual lleva un nombre que evoca el sexo masculino, distante en tiempo 8 horas a “macho tobillo” o “a lomo de mula” del casco urbano de Otanche, atravesada por un legendario camino de guaqueros y habitada por no más de 15 familias de colonos provenientes de los departamentos de Caldas, Antioquia, Cundinamarca, del mismo Boyacá, se halla la vereda de Sábripa. Allí, en ese exótico lugar, hábitat de variedad de loros, pequeños tigrillos, escalofriantes serpientes, sosegados Güios, hipnotizadores cocuyos, ponzoñosas arañas, aguijoneantes zancudos, hostigantes mosquitos, apetitosos marsupiales y ratas de campo, la exuberante flora y palmas de Cachipay, bajo los cuales crece el cafeto, el cacao y unas pocas plantas frutales, allá en ese pedacito de Macondo, existió una escuela pública, institución que en el año 1977 albergó en su seno a un maestro, formado principalmente por los abuelos maternos, por las reverendas hermanas de la Presentación y del Rosario, por presbíteros parroquiales y por Radio Sutatenza. “La escuelita”, como cariñosamente le denominaban los educandos, antes de la llegada del relator de este texto, no contaba con educador, dado que hacía más de un año había partido a un lugar desconocido huyéndole al temor causado por una masacre contra 11 campesinos de la vereda, originada por el simple hecho de ir en la búsqueda del cadáver de otro de sus convecinos. El Comisario, angustiado porque un miembro de la vereda llevaba más de 5 cinco días perdido, convocó a varones mayores de edad para ir tras la búsqueda de su cadáver, pero su intencionalidad se convirtió en tragedia: de los doce exploradores solidarios, sólo sobrevivió uno: Don Lucio, quien luego de tres días de permanecer parapetado en unos rastrojos de un pasto nominado gordana, logró retornar a su apesadumbrada morada para notificar a su prole y al vecindario de la luctuosa noticia. La situación se tornó tan espeluznante, que sólo después de 6 días el ejército y las autoridades judiciales incursionaron por aire y tierra al lugar para abordar el problema. El tiempo pasó, los noticieros de radio y prensa registraron el fatídico acontecimiento, la escuela se quedó sin su maestra, las viudas subsistieron ante el desamparo de los esposos, los niños y niñas padecieron la orfandad de sus padres, los cultivos se marchitaron ante la ausencia de sus labradores, el temor se apoderó de los pocos 1

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OSPINA, William. El arte de la conversación. En: Conversaciones con Estanislao Zuleta. Cali, 1997, p


habitantes que se resistían a desertar de sus parcelas, pero la vida y el universo no se detienen ente el disparate de los humanos. Aquí, contrario al relato de García Márquez, los muertos no se quedaron solos, se fueron y las viudas se quedaron con su prole, con su tierra, con la escuela, con el dolor y con los inolvidables recuerdos de sus consortes. Nuevamente los pobladores de la vereda, en este caso las mujeres, hoy denominadas “cabeza de familia”, se aferraron a la esperanza, recogieron las banderas de sus cónyuges, levantaron la autoestima de su progenie y siguieron adelante. Es así como recurrieron a la jefatura de grupo para solicitarle el envío nuevamente de un profesor. Curiosamente, la Secretaría de Educación de Boyacá, en días anteriores había conseguido ubicar en la Escuela Cayetano Vásquez del municipio antes citado a un maestro, como recompensa por los servicios prestados durante 6 meses de interinidad ininterrumpida en el naciente colegio del también municipio boyacense de San José de Pare, Centro Educativo que ya cumplió sus Bodas de Plata. La escuela, cuya denominación honra al famoso territorio Vásquez, lugar donde han brotado las esmeraldas más finas del mundo, territorio escindido por alguna divinidad en dos elevados cerros: Fura y Tena, garganta por donde circula el anchuroso río Minero, tierra de mucha fertilidad y prometedora de progreso, no dejó que este arriesgado maestro se estrenara como tal en la educación primaria, pues recientemente un Nissan Patrol, de propiedad de un minero, atiborrado de guaqueros y campesinos, había sido asaltado en cercanías a Coscuez, feneciendo 15 de sus ocupantes. Un nuevo éxodo se escribía en las páginas de la historia del Territorio Vásquez, esta vez al píe de la institución erigida en memoria del insigne personaje. Paradójicamente, el siniestro de Coscuez, implícitamente devuelve la esperanza a los moradores de Sábripa. Así, entre calamidad y calamidad, sigue el periplo de un recién graduado maestro, ensamblado con el Modelo de Tecnología Educativa 2 , por una psicopedagoga, licenciada en la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia. Una vez superada la inestabilidad en la ubicación del desventurado extraño, un grupo de campesinos arriba al casco urbano el sábado, con sus mulas cargadas de café y cacao. El jefe de grupo está expectante para darles la buena nueva. Uno de los campesinos lo contó en los siguientes términos: “les tengo una maravillosa noticia, tomémonos una y se la suelto. Miren, llegó un muchacho del interior nombrado para Cayetano Vázquez, pero allá no se puede dejar porque hay mucho pe ligro, entonces le dije que podía ir a Sábripa y no me dijo que no, porque él no se podía devolver para Tunja, porque conseguir una vacante por esos lados es difícil. Yo les pido el favor de que destinen una mula para que lo lleven, le den comidita porque apenas, si desayuna no almuerza ni come, allá lo tengo durmiendo en mi pieza, pero sobre unos periódicos, porque yo no tengo más camas... Ustedes verán”. Entre cerveza y cerveza cuajó la conversación y efectivamente el día del Señor, a eso de las 9:30 partieron los campesinos loma arriba con su maestro. Fueron 8 horas sentado en una silla vieja, sin zamarros ni jáquima; pues estos aparejos no se requerían para avanzar en un camino quebrado, que parecía un sendero con escalinatas naturales apostadas a lo largo de la distancia. En el momento de pasar por la Serranía de las 2

Para recordar los contenidos de este Modelo léanse, entre otros investigadores: M ARTÍNEZ B. et al, Alberto. Currículo y Modernización. Cuatro décadas de educación en Colombia. Bogotá: Foro Nacional por Colo mb ia, 1994.


Quinchas, el cuerpo del andariego sintió un frío de nostalgia por la asignatura de Geografía de Primero de Bachillerato; pues allí, en una de las clases había aprehendido la existencia de ese accidente orográfico, pero nunca se imaginó conocerlo y menos ir a trabajar de manera cercana. También comprendió, que en los mapas los ríos no corren de para arriba, como lo señalaba el profesor con la varita, ni tampoco que los accidentes estaban acostados como lo indicaba el plano, eso no era otra cosa que analfabetismo geográfico y orográfico. Pasado el meridiano, atravesamos la Serranía, circundada por la quebrada La Cobra. A esa hora el estómago bramaba del hambre, anunciando el inicio de la úlcera y cultivando el cuerpo para la amebiasis que a diario hace recordar la travesía por esa región. Agua no se podía ingerir porque, al decir de los campesinos, “hacía daño tomarla cruda”, debido a la intensidad de los minerales y la impureza de la misma. A eso de la hora nona fue divisada la escuela: una construcción de madera, cubierta con latas de zinc, en la mitad de un potrero donde pastaban tres vacas, con piso de tierra sobre el cual reposaban 6 bancas diseñadas por las personas de la vereda, con tabla de la misma jungla, sin ningún servicio público domiciliario, al igual que las pocas casas del contorno. A los niños, les tocaba adentrarse en la selva para poder satisfacer necesidades fisiológicas, permitiéndole al viento, de esta manera, acariciar los glúteos de los huérfanos de padres y de los otros niños de Primero, Segundo y Tercero de Primaria. Luego de un vistazo rápido, la marcha continuó media hora más hasta llegar a la vivienda de don Lucio, anfitrión encomendado por el jefe de grupo. En el tránsito por la región, la gente preguntaba por la presencia y procedencia de ese forastero de cuerpo menudo, de cabeza rapada, con semblante de enfermo y con cara de aburrido. Los arrieros en voz baja y con sutileza comentaban que era el nuevo profesor. Las madres, viudas en su mayoría, daban paso a los preparativos para enviar el lunes a sus hijos al ritual de la escolarización. Los pequeños se secreteaban, no podían ocultar la alegría que les producía volver a la escuela y efectivamente, el lunes la casita de zinc y paredes de madera volvió a tener otra vida. EL MAESTRO, PARTERO DE UN “SABER DOCENTE” Mientras una nueva forma de vida comenzaba para los pequeños y pequeñas de la vereda, una muerte súbita se anunciaba para el Normalista Superior. La primera pregunta que rondó la cabeza del maestro fue ¿Y cómo se hace para trabajar con tres cursos, si en la Normal enseñaban solamente con uno, en un salón de ladrillo, cemento y estuco, con unos pupitres individuales, con reglamento, con unos niños uniformados, de edades similares según los grados, con baños, bombillos, tablero, tiza, franelógrafo, libros de registro, sin machetes ceñidos a la cintura, sin sombreros, llegando a la hora que pueden y literalmente sin cuadernos? Ahí empezó la muerte del modelo de la Tecnología Educativa y el Diseño Instruccional ropaje con el cual se cubrían las prácticas y se le daba colorido al discurso pedagógico implementado en la Normal de la Presentación de Soatá, dando paso al nacimiento de aquello que Elsie Rockwell3 denominó saber docente, es decir, el quehacer cotidiano de los maestros y maestras

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ROCKW ELL, Elsie. (1986) “La relevancia de la Etnografía para la transformación de la escuela" En: Tercer seminario de Investigación en Educación. Bogotá DE: ICFES -UPN.


diferente al discurso normativo de la pedagogía. Evocando a Berstein 4 podría leerse como la coexistencia de las pedagogías segmentadas, las del día a día, no las prefiguradas en la Educación Formal. El contacto con una escuela, que a posteriori se parecería mucho al programa Escuela Nueva, que por cierto en ese año se inauguró en Colombia, ha posibilitado cuestionar el esquema de formación de maestros desde la Normal a la Universidad, llegando a colegir la presencia de una esquizofrenia educativa, porque las instituciones formadoras de maestros se han quedado en un discurso respecto a las tipología de los alumnos homogéneos, desconociendo en gran parte la cultura y las características sociales de los niños y niñas de cada región del país. ¿En cuál normal le han enseñado a los maestros a trabajar simultáneamente con tres grados? El referente sigue siendo EEUU y Europa, dejando a merced de nadie los escolares macondianos. El contacto con Sábripa pone en cuestión la ingenuidad cultural y política en que se forma a los maestros y maestras colombianos, pues en ninguna de las clases ni en ninguna práctica, salvo alguna excepción, se le advierte al maestro la existencia de disimilitudes y adversidades como las encontradas en la vereda; pues allí, el almuerzo, por ejemplo, lo llevaba un estudiante luego de recorrer casi una hora para llegar a casa, media hora para engullir la ración y desarrollar una tarea agrícola y otra hora retornado al establecimiento. Pasado ese lapso, asomaba el escuelante con una chuspa envolviendo unas hojas que cubrían un plato ocupado con yuca, plátano cocido, ñame, carne y un tarro con agua café, ese era el almuerzo que todos los días dilapidaba el profesor. La experiencia con Sábripa, incita también a interpelar el Derecho a la Educación, sobre todo en estos tiempos en los que el Modelo Neoliberal viene aniquilando las ganancias de la escuela expansiva de los años 70s y 80s, y la necesidad de formar unos docentes para unas tipologías de alumnos distintas a las de otrora, pues la influencia de la industrialización en la vida rural, la aculturación y la incidencia de la vida urbana, han creado nuevos estereotipos de educandos, merecedores de estudios serios por parte de quienes se dedican a la formación de maestros y maestras y de los mismos candidatos a ser docentes. Vivir por más de un año en un lugar como el que se acaba de describir, superando inclemencias climatológicas, quebrantos de salud y reveses sociales; observando que la escuela estaba en medio del conflicto, porque los grupos armados cruzaban por allí y porque el mismo ejército tomaba su territorio para acampar, pernoctar y entrenar a su soldados; sintiendo que lo aprendido no respaldaba una práctica pedagógica acorde con las exigencias del medio; sometido a un régimen alimenticio, donde el desayuno era un plato colmado con 20 0 30 chontaduros extractados de la olla que servía para cocinarle a los cerdos, acompañado de una taza de caldo guisado con manteca sacada de “la gordana” de las reses, pero frita previamente y almacenada en un tarro, con un almuerzo tal como quedó enunciado, adhiriéndole la manipulación y contaminación, viviendo en la misma sala con 3 adultos y 5 niños, sobre una estera en el piso; alejado de la cultura, pues allí solamente se sintonizaba una o dos emisoras por las características de la selva; pudiendo salir al pueblo cada dos o tres meses, por la distancia y los peligros que el medio ofrecía; incomunicado de la familia, de los demás maestros y de las 4

BERNSTEIN, Basil. La construcción social del discurso pedagógico. Bogotá: CORPRODIC. 1990 p.p 68-69


organizaciones sindicales, cooperativas, de las universidades y de la misma familia, arriesgando la vida por los caminos y carreteras sin más protección que la de su valentía y amor por la profesión, convencido de que ir a guaquear a Peñas Blancas, Coscuez y Muzo acarreaba más pobreza que enriquecimiento, no son más que las vicisitudes y penurias que los maestros y maestras de un buen número de veredas tienen que sobrellevar en aras de hacer de Colombia un país menos pobre culturalmente, pues, al decir del profesor Yunnis 5 , ese es uno de los problemas más acuciantes de Colombia junto con la incomunicación. Este relato, invoca la presencia del poeta cuando nos dice que los maestros y maestras en medio del olvido, la ingratitud, la pobreza y la persecución “hacemos el más noble de los oficios: amasamos el futuro de la patria, al inclinarnos sobre los pequeños, como los panaderos sobre el trigo...”“Entender el mundo de los maestros, aparentemente pequeño, pero en realidad grande y lleno de ternura, es un deber y una necesidad de la nación entera... Todos estamos en deuda con los maestros y si es verdad que aspiramos a hacer de Colombia una fuerza noble y equilibrada, tenemos que contar con ellos, en primera instancia, y reconocer que es en sus manos, en donde nace el porvenir y empiezan a crecer cosechas humanas” 6 . Llamaba la atención, que en ese municipio el único Normalista Superior que estaba laborando en el área rural era el autor de este escrito, y como regla general, por esa época, se debía priorizar al docente con mayor formación académica y experiencia; todavía no contábamos con el Estatuto Docente, los Normalistas Superiores salíamos de la Normal en grado 2° y el máximo era 3°. No obstante, el traslado para un lugar más cercano no se materializó, hecho que motivó un viaje a la capital del departamento para solicitar traslado, toda vez que ya se presagiaban problemas de orden público que obligaban a migrar a otro maestro de esa escuela. Efectivamente, la Secretaría de Educación ve con preocupación el problema y lo traslada ipso facto para el municipio de La Victoria, no sin antes exigir el cumplimiento como jurado de una mesa de votación en esa semana y el visto bueno del alcalde militar. Las vacaciones fueron el pretexto legítimo para salir de la vereda, con el disgusto tácito y el irrebatible pesar de algunos campesinos, quienes veían como se esfumaba nuevamente su ilusión con la partida del profesor de sus hijos, ilusión forjada un día de mercado, al calor de una conversación y bajo la degustación de un tequila. En boca de Borges dirían los labriegos: “después de un tiempo, uno aprende la sutil diferencia entre sostener una mano y encadenar un alma; y uno aprende que el amor no significa acostarse y que una compañía no significa seguridad, y uno empieza a aprender”. MONTE DE LUZ: UN PARTO DE “ALTO RIESGO” El nuevo lugar no era una buena garantía para el maestro, toda vez que las distancias se ampliaban, las condiciones ambientales en nada mejoraban, la superación de los problemas vividos en Sábripa no se visibilizaban, por tanto la alternativa fue recurrir de nuevo a la entidad nominadora para que estudiara la posibilidad del cambio inmediato de la Resolución. En esos tiempos, los guaqueros me habían enseñado a ser devoto de la Virgen de Chiquinquirá, ante quien intercedí para que se me concediera mi solicitud. Al YUNIS TURBAY, Emilio. ¿Por qué somos así? Bogotá DC: Temis, 2004 CASTRO SAAVEDRA, Carlos. Los maestros. En: Literatura Infantil -Didáctica- Santa Fe de Bogotá: USTA. 1993 p.499. 5 6


decir de mi mamá, ferviente feligrés de la Virgen, el traslado para Saboyá, que fue la última oferta, se dio gracias a un milagro de ella. El nombramiento correspondió a la vereda de Monte de Luz, allí encontré laborando a un maestro de Firavitoba, quien también había trabajado, en Muzo y su desarraigo obedeció a problemas de violencia, atentando contra su integridad física y su vida. Ese fue un buen pretexto para entablar una excelente relación de trabajo. Monte de Luz, a diferencia de Sábripa y la Victoria, es una vereda fría, poblada por campesinos sencillos, laboriosos, en su gran mayoría liberales. Sus pobladores aludía n mucho a la persona de Efraín González, quien por mucho tiempo se paseó por ese paraje simétrico a Cachovenado y adyacente a Puente Nacional, pues ese fue parte de su hábitat, recordaban con mucho pesar el levantamiento del ferrocarril que comunicaba Chiquinquirá con Barbosa y tenía estación en Garavito, pero se sentían orgullosos de que su municipio tuviese tanta resonancia en el país y hasta en el Madison Square Garden, gracias a que Don Gregorio le regaló la cucharita a Jorge Veloza en la vereda de Velandia, comarca contigua con Monte de Luz y espacio en el que conocí a Álvaro Laytón Cortés como maestro del colegio, con otras beneméritas profesoras y estimables profesores, que recuerdo con mucha gratitud por sus enseñanzas y actitudes benévolas. La escuela de Monte de Luz está conectada por una trocha carreteable que parte de Balconcitos, sitio en el que se une con la vía que de Bogotá comunica a Bucaramanga. Su estructura locativa, totalmente diferente a la descrita en el aparte anterior, la constituían cuatro casas disparejas, construidas en momentos disímiles, con materiales variados, dentro de las cuales era relevante la cocina y las habitaciones para los maestros, pues allí, al asomar el alba ya se contaba con el tinto, incluso para brindarle a los transeúntes que iban en la búsqueda de algún oficio en otros zonas del municipio. A las 7 de la mañana, los maestros ya habíamos preparado y consumido el desayuno, para lo cual nos apoyábamos en las elípticas arepas de trigo y maíz tostado, en los cilíndricos y esponjosos “ajiacos”, bollos o envueltos, en el deliciosos y esférico queso, cuyo ritual de preparación demoraba más de una semana, en los productos vegetales y pecuarios, al igual que en el fogón de leña que conservaba la vetusta cocina y finalmente en la estufa a gasolina. Transcurrida la 8ª hora del día, los niños y niñas de primero a quinto ya debían estar con uno de los dos maestros en sendos salones recibiendo la instrucción, porque eso era lo que se consumaba a nombre de la educación. Antes del meridiano los alumnos se desplazaban a la casa a tomar el almuerzo, retornando a la 1 p.m. para reiniciar las clases y culminar felizmente a las 4 p.m. Ese rito acaecía entre el lunes y el viernes. Los sábados y domingos se dedicaban a las visitas domiciliarias, eventos en los cuales las gallinas y los huevos sufrían bajas significativas; se destinaban también al baño en la quebradas y a la pesca en el río Suárez, al lavado y planchado de la ropa, a la lectura y redacción de epístolas dirigidas a los familiares y amigos. No faltaba el momento dedicado al consumo de chirrinche, guarapo, cerveza y juego al tejo con vecinos y a veces con los mismos alumnos. Monte de Luz también engendró en la mente de sus maestros la inquietud por el Mapa Educativo y avizoró las esperanzas de una nueva carrera docente con el Estatuto, hoy arrasado por el gobierno. Generalmente, en el mes había dos motivos para salir hacia la cabecera municipal: el primero, ir a cobrar el salario en la Caja Agraria, suceso que consistía en firmar una nómina y recibir el dinero correspondiente al mes anterior; el segundo, la reunión de


maestros con la jefe de grupo. Esta segunda actividad se dinamizaba en la escuela urbana y contaba con la presencia de todos los maestros, quienes presurosos corrían al lugar para exteriorizar el saludo, comentar avatares y vivencias escolares y familiares, a recibir el saludo del Secretario de Educación en boca de doña Inés Monsalve, a participar en la organización de actividades curriculares, a escuchar y discutir el informe sindical y cooperativo, casi siempre rendido por “el flaco”, un hombre de alto de cuerpo, de cabellos largos y claros, con una barba rala y una retórica convincente, seria, estudiosa y llena de sabiduría. Se trataba de un gran dirigente sindical como logró demostrarlo ulteriormente en la Directiva de SINDIMAESTROS y como lo ha testimoniado durante varias décadas. Una rutina como la comentada, no era un buen tranquilizante para quien escribe este relato. Fue así como desafió el esquema y se vinculó a la UPTC, Seccional Chiquinquirá, en la carrera de Ciencias Sociales, para lo cual recorría todos los días, desde las 5 a.m. hasta las 4 p.m. La ruta Garavito-Chiquinquirá (en bus) por un tiempo de 30 minutos y otro tanto caminado hasta la escuela. Ello por supuesto despertó sospechas, indujo vilipendios, motivó acusaciones y llamados de atención por los campesinos, puso en crisis al otro maestro, pero como lo explicita el profesor Gutiérrez Girardot, citando a José Luis Romero 7 , las crisis no son la culminación de un proceso, como siempre se piensa, sino “los momentos, en que empieza a imponerse algo nuevo en la sociedad” 8 . Y efectivamente algo nuevo empezó a imponerse en la mente del maestro inaugurado en Sábripa. En la Universidad accede, además del conocimiento del hombre desde la historia y la antropología, a la compañía de eminentes maestros catedráticos y a la ayuda de una comitiva de colegas con quienes se forjaron muchos ideales. La participación en el Comité Estudiantil, cuya bandera de lucha fue la construcción de la sede de la Universidad y la plasmación del Bienestar Estudiantil; la constitución del Comité Regional de Educadores de Occidente, el viaje a municipios de la región, unas veces a entregar informes sindicales y otras a motivar la vinculación de bachilleres a la seccional; la intervención en la tertulias y grupos de estudio de maestros de la Universidad y de la educación formal en general, al igual que la puesta en público del periódico mural “El Alacrán” en las instalaciones de la UPTC, el cambio de los vicios de la “bebeta” consuetudinaria y los juegos de azar” por la lectura y incursión en espacios hasta ahora vedados para el hijo de unos campesinos Sativeños, por las secuelas de la educación bancaria y por la misma pobreza cultural, epistemológica y política, potenciaron en la corporalidad y mentalidad de este maestro el cultivo de nuevos aprendizajes y la afirmación de una disciplina de trabajo y estudio, que hoy le permite comunicarse sin tantas dificultades con los demás congéneres tal como se intenta confirmar en este documento. El tránsito por la UPTC auscultó una nueva partida de este mortal, hacia la capital del país como maestro de primaria y en pocos meses como estudiante de la Universidad Nacional de Colombia. Desde aquel histórico día en que conozco “al Flaco”, a Jaime Rodríguez, Víctor Raúl Rojas, José Valbuena, Pacho Burbano, Armando Acuña, Gustavo Montañéz, Nelly Buitrago, Gladys Martín, Alberto González, Javier Guerrero, Edilberto Fagua, Consuelo Murcia y a un sinnúmero de amigos, cuyos nombres no se alcanzan a poner aquí, pero que a diario se remembran, la práctica pedagógica y política de éste, su alumno, se 7 8

ROMERO, José Luis. Latinoamérica: las ciudades y las ideas. Medellín: Universidad de Antioquia, 1999. GUTIÉRREZ GIRARDOT, Rafael. Insistencias. Santafé de Bogotá, Editorial Ariel S.A. 1998, p. 264


transforma y empieza a transmutar escenarios locales, regionales y hasta de la vida nacional. De estos MAESTROS, pero principalmente de Álvaro, hay que decir, que es uno de los colombianos que ha sabido sobreponerse a los tres grandes males que echaron a perder a Macondo: la fiebre del insomnio, el huracán de las guerras, la hojara sca de la compañía bananera. Vale decir, parodiando a William Ospina, a la peste del olvido, a la locura de la venganza y a la ignorancia de nosotros mismos que nos ha hecho incapaces de resistir a la dependencia, a la depredación y al saqueo. “El flaco”, como cariñosamente le dice este educador, parece no haber perdido la memoria, no parece haberse extraviado en su territorio, como esos personajes de Rivera a los que se tragó la selva, y parece no haber perdido la confianza en sí mismo, pues siempre nos hace creer la existencia aquí de una singularidad, de grandes fortalezas genuinas para dialogar con el mundo. Álvaro sabe al igual que el mundo y a veces mejor que Colombia misma, que el país está lleno de originalidad y de lenguajes vigorosos; pero es necesario que Colombia lo sepa también y por eso se pone en ese peliagudo compromiso de escribir otro texto. Si Colombia lo supiera, el autor del libro se ahorraría el arduo trabajo de la escritura como lo pensaba Deleuze Corrámosle el cerrojo a este relato, probablemente latoso para quienes se han tomado el trabajo de leerlo, reiterando, de una parte, que quien lo ha elaborado no es maestro de nadie sino discípulo de todos aquellos maestros y maestras que han tenido la paciencia, la entereza y la diligencia de dejar que este hombre aprenda, porque “lo más difícil de enseñar -como lo decía el filósofo- es dejar aprender”; y de otra, indicando, que con un libro o con un relato o con unas palabras no salvamos el mundo, tal como lo revelaban los nadaístas. Efectivamente, no tenemos la fórmula para salvar a la humanidad. Ni siquiera para salvarnos nosotros, pero pensamos que el mundo no es mundo para dejarlo ser de cualquier manera, sino para hacerlo nuestro mundo, a imagen de nuestros sue ños, de nuestros deseos. Esfuerzos como los de Álvaro para editar y ponernos a leer, además de impedir que el mundo siga de cualquier manera y hacer el mundo a nuestra imagen y semejanza, deja como enseñanza, que con el tiempo nos damos cuenta que cada experiencia vivida con cada persona es irrepetible, pero más difícil aún si se deja escrita únicamente en el viento, porque allí las pueden derrochar los pájaros, pues ellos están llamados a ser las flores del aire y estas últimas, los besos de la naturaleza, en fin -como dijese Cortázar 9 , “esta Geografía ha sido objeto de otra interpretación” al sostener que las hormigas -esos insectos pululantes en Sábripa- “son las verdaderas reinas de la creación”. Y de esta experiencia se aprende, que hasta el calor quema. “Así que uno planta su propio jardín y decora su propia alma, en lugar de esperar a que alguien le traiga flores, pues las flores son pájaros del aire, que permanecen en los árboles, porque éstos no atan sino que ofrecen, mientras que los humanos atamos, de ahí las ataduras en la travesía de los maestros, aludidas por el profesor Martínez Boom. En todo caso, la experiencia entre Sábripa y Bogotá, indica que por el camino uno se encuentra con “El hombre que cultiva su jardín, como quería Voltaire./ El que agradece que en la tierra haya música./ El que descubre con placer una etimología./ Dos empleados que en un café del Sur juegan en silencio ajedrez./ El ceramista que premedita un color y una forma./ El tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada./ Un hombre y una mujer que leen los tercetos finales de cierto canto./ 9

CORTÁZAR, Julio. Historia de cronopios y de famas. Barcelona: Editorial EDHASA,


El que acaricia a un animal dormido./ El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho./ El que agradece que en la tierra haya Stevenson./ El que prefiere que los otros tengan razón./” El campesino que gorjea con la pica, el arado, la guadaña y la macana./ Las mujeres que trajinan en la cocina, el lavadero, la calle, en la compañía y la crianza./ El indígena que lucha por defender la madre tierra./ Los maestros y maestras que “hacemos el más noble de los oficios: amasamos el futuro de la patria, al inclinarnos sobre los pequeños, como los panaderos sobre el trigo./ “Esas personas que se ignoran, asevera Borges- están salvando el mundo”. El mundo lo hacemos día a día los justos, los anónimos, los nadies, apelando al discurso de Eduardo Galeano; los hijos de los pobres y de desempleados, de los más 3 millones de colombianos y colombianas desplazados por al violencia, los trabajadores y nuestros hijos, los campesinos, campesinas, los indígenas, los negros, los integrantes de las 82 etnias colombianas, los y las que viven en casas humildes, pero que sus mentes pueden ser palacios, tal como lo expresó un día el viejito de las Cenizas de Ángela, en una escuela de Irlanda, donde el maestro es un partero de ilusiones.” 10 Este artículo ha sido tomado de: LAITÓN CORTÉS, Álvaro (2008). Saboyá: Campesinos, violencia y educación. Bogotá DC, editorial Códice, págs. 176-190.

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Relato elaborado por: José Israel Gon zález Blanco. Educador de Saboyá y actualmente del co legio Distrital Nuevo Horizonte, Bogotá. Normalista Superior, Pedagogo Reeducador, Trabajador Social de la Universidad. Nacional de Co lo mbia. Bogotá DC, junio de 2004.


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