Perfil de Ignasi Terraza

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Ignasi Terraza

entre

el jazz

y les fosques el pianista catalán, nacido en 1962, se ha afirmado como un punto de referencia en la escena jazz de Barcelona. A 30 años del principio de su carrera, habla del ritmo sincopado de su música y de su vida. Ésta es la historia del niño que preguntó a Tete Montoliu qué es el jazz. Texto & Fotos - Francesca Aliai Crispino

- RHYTHM A NIGHT Terraza durante un concierto en Casa Fuster, Barcelona.



- TIME ON MY HANDS Terraza lee una partitura en Braille. Su ceguera no representa una desventaja a la hora de tocar.

L

a sala huele a humo ya antes de que empiece el concierto. Ignasi entra en el club junto con su tía, que lo ha acompañado esta noche. Sus manos curiosas quieren saberlo todo de este nuevo sitio. Mientras camina con el paso un poco incierto hacia su asiento, toca las paredes y el tejido de su silla para sentir la textura. Las voces, absorbidas por las cortinas de fieltro espeso, son una ligera alfombra de sonidos en su oído. El niño está emocionado: con trece años no pasa muy a menudo que un chico tan joven se encuentre en un club de jazz. Esta noche tocan Tete Montoliu y su trío. “Tendrías que irle a escuchar”, le había aconsejado el afinador que iba a su casa para ajustar su piano, “Es ciego y es un gran pianista. Toca jazz”. Hasta entonces Ignasi no había oído hablar

nunca de jazz, pero fue al concierto. La música de aquel pianista era algo diferente de todo lo que había escuchado hasta ese momento. Demasiado lejos de sus esquemas para que pudiera gustarle, pero al mismo tiempo atractiva por la libertad que expresaba cada vez que sus dedos tocaban una tecla. Aquellas notas le habían entrado en la piel. Acabado el concierto, el clamor del los aplausos deja lugar a las voces bajas de los camareros, que arreglan el local antes de irse a casa. Tete Montoliu, americana, corbata y sus gafas de sol que forman una única figura con su rostro, se sienta en la barra a disfrutar de la calma sorbo a sorbo. El niño se le acerca -¡Maestro!-, le llama, -¡Maestro!-. El pianista, que con la edad se había quedado sordo

de un oído, se da cuenta después de un rato que la voz de un chico le está llamando:

“Para mí el encuentro con Tete Montoliu fue fundamental: me orientó hacia el jazz” -¡Maestro! ¿Qué es el jazz? -¿Eh? ¡Menuda pregunta!- llama a su batería -¡Peer, mira! Aquí quieren saber qué es el jazz.


“Tete me explicó que el jazz era un lenguaje. En aquel momento no entendía su música, pero sí que me fascinaba la posibilidad de improvisar y de libertad que había en ella. Yo estudiaba piano clásico, sin embargo desde el primer momento me había gustado jugar e improvisar con las notas”.

pués con un ritmo fresco, intenso pero nunca rígido. Los tres son interpretes de una misma sensación. Un grupo de invitados que parece estar en el local más para aparentar un estatus social que por amor a la música, no para de reír y charlar en voz alta. Terraza tiene que pedir que haya silencio en la sala.

Tete Montoliu aquel día se ofreció a prestarle partituras. “Más tarde fui a buscarlas a su casa. Montoliu era una persona con un carácter muy especial. No puedo hablar de amistad entre los dos, pero sí que había afecto, paternal un poco. Para mí este encuentro fue fundamental: me orientó hacia el jazz”. Era 1975. Aquella noche Ignasi Terraza conoció el jazz.

Las piezas pasan una a una, el swing empieza a entrar en las venas del público que, unánime, vibra junto con la banda: se ha producido el milagro que solo los buenos músicos saben crear. Aplausos y los saludos de los tres músicos cierran el concierto. Un grupo de personas rodea a Terraza para expresarle su admiración, alguien más tímido se queda mirándole desde más lejos y le sonríe. Ignasi no puede ver este gesto: las sonrisas, él, las percibe de la voz de quien le está en frente. Ignasi Terraza es un pianista ciego.

La sala de la planta baja del hotel Casa Fuster de Barcelona está repleta de huéspedes. Las voces rebotan en las columnas de mármol que suben del suelo hasta el techo, como troncos de árboles de un bosque petrificado. Conforme pasa el tiempo aumenta el volumen de las conversaciones, el ruido de los zapatos de la gente que se acomoda en su butaca, de las botellas de cristal que se posan en las bandejas y de los vasos que chocan entre ellos. Ignasi no las oye, o al menos intenta evitarlo mientras hace los últimos ensayos antes de empezar. Esta noche la gente está aquí por él: por el Ignasi Terraza Trio. El pianista está en la barra, un poco nervioso y muy concentrado, como es normal antes de un concierto. “Ignasi, ¿vamos a empezar? Ya es hora”. Esteve Pi, el batería del trío, lo acompaña al escenario, Terraza busca el teclado, el taburete con la mano y se sienta con una sonrisa. El grupo inicia a tocar casi inesperadamente. La atmósfera en la sala se carga de matices. El piano de Ignasi Terraza, el contrabajo de Dimitri Skivanov y la batería de Esteve Pi juegan a llamarse y contestarse. El pianista empieza con un solo, bajo y batería se incorporan juntos una frase des-

El día en que todo cambió

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staba jugando a básquet en el patio del colegio, Ignasi, la mañana en que perdió la vista. El mismo patio donde otros niños imitaban a sus ídolos del fútbol dando patadas tan fuertes como podían a una pelota. No tuvo tiempo de reaccionar cuando un balón le botó en la cara dejándole los sentidos aturdidos por un instante que le pareció eterno. “Ese día tuve una hemorragia muy fuerte y mucho dolor de cabeza toda la tarde. Mi madre me llevó en seguida al médico. Allí me fue diagnosticada una enfermedad rara llamada Eales: una inflamación que afecta a los vasos sanguíneos del fondo del ojo y que produce un síndrome de hemorragias repetidas en la retina. El resultado es que los capilares se rompen casi sin hacer nada. Cuando tienes una hemorragia en el ojo, la sangre lo cruza en forma de raya, después se mueve y se va. Yo me acuerdo de ver esa rayita la mañana de ese mismo día. Aquella

tarde, al darme el pelotazo, el ojo me dolía tanto que no podía ni abrirlo. Cuando lo hice, ya no podía ver”. En un día, Ignasi perdió la vista en el ojo izquierdo. Cuando tres meses después notó la misma raya en el derecho, ya supo lo que iba a pasar. Al cabo de un año y medio se quedó totalmente ciego. Tenía 9 años.

“Desde el primer momento me había gustado jugar e improvisar con las notas” Ignasi empieza así una nueva etapa de su vida, contando sólo con cuatro sentidos, potenciándolos y haciendo de la memoria su arma más poderosa. Aprende a reconocer las calles, a orientarse en las aceras, a formarse una imagen mental de la realidad que le rodea. Ya desde pequeño, Ignasi estaba acostumbrado a oír a su abuela tocando el piano. A los 11 años, un amigo le enseñó el “Cumpleaños feliz” en el órgano eléctrico. Cuando fue a casa de su abuela, entusiasta del nuevo descubrimiento, Ignasi empezó a ensayar la canción. “La probé muchas veces, luego me enseñaron otra y otra más… y aquí estoy”. Mientras se acercaba a la cultura jazz, Terraza desarrollaba también su talento para las matemáticas. Con 16 años, asistió a una conferencia sobre la carrera de telecomunicaciones y electrónicas, donde un catedrático de París le dijo que tendría posibilidades en el campo de la informática y que en Francia un chico ciego estaba empezando a estudiar esta licenciatura. En los años 80 se estaban justo


inventando los primeros ordenadores personales y se empezaba a comercializar el Macintosh. En 1985 nació la primera versión del sistema operativo Windows . JAWS (Job Access With Speech), y los demás programas que facilitarían el acceso a los sistemas operativos a los ciegos, estaban aún lejos de ser ideados. Cuando Terraza empezó los estudios universitarios, hacía un año que la carrera de informática se había inaugurado en Barcelona. Ignasi fue la primera persona con minusvalía visual a empezar este curso en España. “No toqué ningún ordenador hasta que no acabé la carrera. Como al principio había una sola máquina para toda la universidad, trabajábamos en grupo”.

“Quisimos darle otro sentido a Jazz a Fosques: no sólo el pianista, sino todo el público estaría en la oscuridad” Los estudios, para Ignasi, fueron como un cuento narrado por la voz de su madre: desde el principio del bachillerato era ella quien le grababa en casete todo el material escrito. Su voz fue un puente entre la mente de su hijo y la tinta demasiado lisa de los libros.

“Mi madre se ha pasado el periodo de mi carrera leyendo textos de los que no entendía nada. Yo le enseñaba como se tenían que leer, ella buscaba los símbolos matemáticos: sabía cómo se interpretaban pero no sabía que querían decir”.

- HOW DO YOU KEEP THE MUSIC PLAYING Una clase de piano jazz en la ESMUC, donde Terraza se incorporó como profesor hace 8 años. Cuando se licenció, Terraza estuvo trabajando en la escuela de la Organización Nacional de Ciegos Españoles (ONCE) de Barcelona, como profesor de informática antes y, en un segundo momento, en el área de administración. Pero el interés por la materia no era tan fuerte como la pasión por la música. Así Terraza decidió dedicarse enteramente a su musa. Con 18 años debutó en pu-

blico con un grupo compuesto por otros cinco elementos. Fue en la Aliança del Poble Nou. “Eran standards. Hasta entonces no había tocado nunca con un batería y un contrabajo. Aunque aquella era una sesión para la escuela, el teatro era realmente grande: vinieron a escucharnos unas 500 personas. Al principio la idea de estar delante de tanta gente me daba respeto, pero no


piezas ha llegado a fusionar estas cadencias sincopadas con la música clásica y sinfónica, dándole un toque impresionista al estilo de Stravinski y del catalán Monpou. Aquella noche nació una colaboración destinada a durar en el tiempo. La relación entre Tarraza y Farràs llevaría en 2009 a la publicación de Plaça Vella, un álbum que es un compendio de estilos. Las escobillas de Pierre Derouard a la batería, el arco y las manos de Dimitri Skidanov al contrabajo, los dedos de Tarraza y los labios de Farràs viajan desde acentos bebop a pinceladas más típicas de la bossa nova, sin olvidar nunca el lirismo del swing que impregna cada composición.

recuerdo estar muy nervioso: más bien sentí una sensación positiva, de estar pasándolo bien junto con ellos”. En esta época Ignasi empezó a frecuentar los locales de jazz de Barcelona. En 1980 conoció a Josep María Farràs, un trompetista de Terrassa nacido en 1943 que, a pesar de haber cumplido más de cuarenta años de carrera en el mundo del jazz, aún a día de hoy sigue prefiriendo la condición de amateur y de improvisador a la de músico por profesión. Farràs asistía habitualmente a las

jam sassions que se organizaban en el Eixample, un club de jazz que se encontraba en el homónimo barrio de Barcelona. Dice que cuando vio al joven pianista se dio cuenta que se encontraba ante un talento diferente. En esa época estaba de moda el bebop, pero Ignasi tenía un estilo más clásico, era capaz de ejecutar solos muy densos. Además, con el tiempo su estilo se ha caracterizado por la mezcla de la musicalidad de Teddy Wilson, Art Tatum y, más en general, de los años 40, con los ritmos más moderno de Oscar Peterson. Terraza en sus

En los ’80 Terraza tocaba a menudo en la Cova del Drac, un club especializado en jazz que se impuso como lugar clave en la escena cultural barcelonés ya desde su inauguración en 1965. El primer grupo estable en que tocó se llamaba Hot Swing. Era un cuarteto formado por el piano de Terraza, el vibráfono de Oriol Bordas, la batería de Julian Vaughan y el contrabajo de Artur Regada. Terraza en este entonces estaba a punto de terminar los estudios de piano en el conservatorio, a la vez que aprendía informática y empezaba a trabajar en la ONCE. Hablando del talento musical de Ignasi, Regada afirma que una de sus cualidades más evidentes es la memoria. “Tiene muchísima más que el resto. Recuerdo un viaje en coche hacia un sitio en que tocábamos, él estaba leyendo una partitura en braille. Yo le digo: -¿Qué es Ignasi?-Una sonata de ChopinLlegamos al sitio y la tocó de memoria, siempre practica de memoria”.

Les fosques (la oscuridad)

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urante un concierto en la Cova del Drac en 1988, hubo un apagón. Sin embargo la falta de electricidad no paró la energía


de los músicos, que siguieron tocando hasta que no se acabó la pieza en la total oscuridad. Ignasi al principio no se dio cuenta de que se había ido la luz, sólo notó que estaba pasando algo, pero continuó con su instrumento. Explica: “Allí constatamos que había sido una experiencia interesante. Anteriormente habíamos estado tocando en un ciclo de conciertos organizado por la ONCE que se llamaba Jazz a Fosques: un festival protagonizado por músicos ciegos. Nosotros quisimos darle otro sentido al evento: no sólo el pianista, sino todo el público estaría a les fosques, en la oscuridad”. Esteve Pi, actual batería del Ignasi Terraza Trio, participó en la segunda puesta en escena de Jazz a les fosques. “Percibes la energía de la gente, te atraviesa la piel. Tocar a oscuras te da una sensación de vacío: hay más expectación. Ahí, en la oscuridad, cada golpe coge mucho más sentido. Cuando la escobilla acaricia la caja -shh, shh, shh- se escucha de otra manera. Quitándole la vista, todo el mundo se fija en el sonido: la relación entre músico y público se hace más directa”.

Las hijas de Van Gogh

U

n mundo a oscuras puede ser muy luminoso a veces. Ignasi admite que aunque puedan existir muchas incógnitas en su vida, lo cierto es que el cambio más importante que le ocurrió fue tener a dos niñas. Se llaman Ana y Cristina y hoy tienen 19 y 13 años. “Mis hijas han visto siempre con naturalidad mi ceguera. A Cristina la llevaba al parvulario cada mañana cogida en los hombros, aquí arriba. A mucha gente le parecía raro ver a un hombre con el bastón llevando a una niña de esta forma, pero para mí era la manera más segura, porque estaría siempre yo delante y habría podido ayudarme con las manos en caso de que hubiera chocado con algo. Muchas veces encima era ella la que me avisaba de ir

- SO WHAT Excluyendo las sensaciones visuales Ignasi Terraza puede sumergirse en pleno en el mundo auditivo.

en una dirección en lugar de otra”. El estudio de ensayos de Ignasi es un amplio salón de su casa, la mitad del cual está ocupado por un piano de cola y una batería. En casi todos los lados de la habitación hay estanterías llenas de vinilos y cds, todos rigurosamente de jazz: cada uno lleva una pegatina con su nombre escrito en braille. Una estatuita de un derviche tourneur baila inmóvil en el medio de los premios que el dueño de la casa ha coleccionado durante estos años: el

último fue en 2009, en el marco de la 25ª edición de la Great American Jazz Piano Competition de Jacksonville (Florida). Las paredes están cubiertas de las fotos y los pósters de los grandes de este género: Aretha Franklin sonríe a la cámara mientras Jelly Roll Morton está sentado en el piano y Luis Armstrong da una vuelta en Vespa cerca del Coliseo: Roma 1949. Pegado a un lado de la estantería hay un collage de Cristina: “Ignasi, felices 43 años”, lleva escrito. El collage


está hecho de manera que el pentagrama y las notas de papel estén en releve. Un clavo sostiene tres bastones. A una esquina de la pared hay una reproducción de un Autorretrato de Van Gogh. El dato parece peculiar si se cuenta que hay también una composición de Terraza que lleva el nombre del pintor holandés. En realidad el pianista no llegó a ver nunca como es la obra en cuestión, pero un amigo suyo programador y aficionado al jazz, Jordi Carrasco, le puso este apodo cuando se dejó crecer la barba que tenía el mismo color rojo de la de Van Gogh. “Se pasaba todo el día llamándome ¡Van Gogh, Van Gogh! Una vez compuse un tema pensando en él y le llamé así. Más allá fui a Ámsterdam y compré una reproducción del cuadro. Cuando se lo enseñé a mi hija, que entonces tenía 2 ó 3 años, dijo: “¡Oh, una foto del papá!”. Este salón es también el sitio donde Ignasi de vez en cuando imparte clases a sus alumnos. Aunque desde hace 8 años ha entrado a formar parte de la plantilla de la Escuela Superior de Música de Catalunya (ESMUC). El aula de piano se encuentra en la tercera planta, al final de un largo pasillo de madera. Unas paredes blancas limitan este ambiente insonorizado: dos pianos de cola y un espejo es casi todo lo que contiene. Terraza está en pie cerca de un piano mientras un alumno, con mano un poco insegura, toca una pieza: “Es que no me sale”, exclama Carles. Ignasi le dice que no piense en las notas a solas: la cadencia, en el jazz, es el conjunto de figuras y ritmos. Es un proceso mental: cuando uno lo controla le sale casi de manera automática. El profesor se sienta en el segundo piano y sigue el ritmo de su alumno tarareando el motivo de la canción, casi como si a través de su piano quisiera infundirle la energía necesaria para tocarla. La pieza se llama Bourbon Street y es un clásico del jazz dedicado a una de sus cunas: la calle Bourbon de New Orleans. El tiempo pasa rápido. El alumno a

un punto mira el reloj y avisa que la clase se ha acabado, es hora de ir. “Carles es un muy buen pianista clásico. Ahora que ha iniciado a estudiar técnica jazz conmigo debe adquirir una nueva forma de pensar. Es como empezar de cero, en consecuencia le parece estar tocando algo difícil. En realidad cada estilo de música tiene una serie de elementos típicos: una vez que los tienes dominados, improvisar es sólo combinarlos. No es que en el piano clásico no se pueda improvisar: los músicos del periodo barroco lo hacían, ¡y no tocaban jazz!”.

“Una vez que has visto, la concepción que tienes del espacio es visual. Soñar o estar despierto es lo mismo” Una característica del estilo de Ignasi es usar motivos clásicos como contrapunto de una composición jazz. “Bach tiene mucho de jazz, pero muchas veces en el jazz hay poco de Bach. Siempre me ha gustado utilizar algún elemento de su música en la mía”.

Dixieland en Terrassa

E

l próximo tema es una canción de Louis Armstrong y se titula: If I Could Be With You One Hour Tonight”. La banda inicia a tocar. Los dedos de Ignasi rozan las teclas a la vez que Esteve Pi marca el tiempo con las

baquetas: la delicadeza se convierte poco a poco en fuerza. Esta vez el piano no es el único protagonista: la trompeta de Josep María Farràs traduce el movimiento de sus dedos en un tema mitad ragtime, mitad dixieland. Terraza juega con el teclado mientras Esteve Pi percute con precisión la caja y los platos. Artur Regada trata su contrabajo como si fuera su pareja en este baile, mientras canta en voz alta el tema que está tocando. A un punto Farràs, con su pié, golpea fuerte contra el suelo. La música del cuarteto ha despegado. Solo de batería, luego la trompeta vuelve a ser la protagonista: el piano la acompaña casi con galantería, hay un dialogo entre los dos instrumentos. “If I could be with you one hour tonight, If I was free to do the things I might, I’m telling you true, I’d be anything but blue, If I could be with you”. El público del Centro Cívico de Terrassa bate las manos en esta última pieza del concierto, hay quien canta o echa un “Yeah!” al estilo americano. Un niño sentado por el suelo justo delante del escenario se queda con los ojos clavados en el piano y la boca abierta. A un punto vuelve de su hechizo y se pone a imitar a los movimientos de las manos de Farràs, como si él también tuviera en mano una trompeta. El encanto dura algunos minutos más. Terraza hace de contrapunto a Farràs, hasta que interviene Regada con su contrabajo, para poner fin a la canción con una serie de notas juguetonas. Piano, trompeta y batería se rinden con un último agudo. Las luces iluminan en pleno los rostros de los cuatro interpretes que se levantan para saludar al público que pide más: más música, más espectáculo, más emociones. Terraza no puede verles la cara, pero percibe la energía de que está saturado este sitio.


- TERRAZA HIMSELF Ignasi Terraza nació en Barcelona el 14 de julio 1962. Se quedó ciego a los 9 años.

La imagen de un vuelo

A

pesar de su discapacidad, Ignasi tiene una concepción visual del espacio que le rodea. Cuando entra en un lugar pregunta siempre a quien esté con él cómo es el contexto en el que se encuentra, la forma del sitio, los colores. “Una vez que has visto, la concepción que tienes del espacio es visual. Soñar o estar despierto es lo mismo: cuando yo percibo algo, cuando oigo una voz, le estoy haciendo corresponder una imagen, como una foto. Esto no quiere decir que la foto sea detallada. Con el tiempo he ido creando imágenes que se parecen a la última época de cuando me quedaba un resto visual. Son imágenes incompletas, canceladas. Son recuerdos sueltos de hace 30 años. Sin embargo, aunque en esta habitación pueda ser todo borroso, si cojo un objeto en la mano, lo veo con mucha claridad, porque lo estoy tocando. Pues así es como vivo yo”.

¿Qué imagen debió crear la mente de Ignasi Terraza la vez que entró en la Modelo. La primera vez que sus pies pisaron el suelo de cemento de la cárcel del Eixample de Barcelona?

Era 1983 y el pianista con su grupo de entonces, Hot Swing, fue a dar un concierto para los presos. Un olor intenso les dio la bienvenida nada más meterse en la cárcel y les acompañó en cada pasillo, en cada control de seguridad antes de llegar al patio donde tocarían. Era olor a sudor, a cerrado, a excrementos, olor de jaula. El aire libre del patio alivió sus narices. Los reclusos estaban tomando su hora de aire, quien sentado, quien andando nerviosamente de un lado al otro de aquel cuadrado. Los chicos tenían la orden de no relacionarse con ellos. “Ehi, Hot Swing, sí. ¡Yo os vi tocar a vosotros!”, exclamó uno. El grupo subió al escenario para posicionar los instrumentos y ensayar. Entre una pieza y otra Ignasi se

levantó para bajar solo de un sitio que no controlaba tan bien como para moverse autónomamente en ello. Dio dos pasos, al tercero tropezó. Después de un vuelo de un metro y medio, se cayó al suelo dando con la cabeza contra las cajas de los altavoces que estaban justo debajo de él. Antes de que llegaran los músicos, los presos fueron por ayudarle: se abalanzaron sobre él para ver que le había pasado. No hicieron a tiempo a acercarse que las guardias intervinieron para alejarlos. En un instante todo el mundo fue alrededor de ese chico tumbado en el suelo: su caída había provocado una reacción en cadena. “No pasa nada, no pasa nada”, se oía del centro de ese extraña concentración.

Le ayudaron a levantarse, Ignasi se quitó el polvo de los pantalones, en un gesto casi automático. “No ha pasado nada”, insistía mientras notaba un pequeño bulto que nacía debajo de sus dedos, en su frente. “¿Tocamos?”.



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