Comunicación: Un Paradigma de la Mente por Martin Wainstein (ED.2020) - En Español

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Comunicaciรณn: un paradigma de la mente Martin Wainstein

Ediciรณn Digital 2020



Martin Wainstein Profesor Consulto de la Universidad de Buenos Aires (UBA).Director de la Carrera de Especialización en Psicología Clínica Sistémica en la Facultad de Psicología de la UBA. Licenciado en Sociología y Psicología Universidad de Belgrano (UB).

en la

UBA, Se doctoró en Psicología en la

Se formó como psicoterapeuta en el Mental Research Institute de Palo Alto California con John Weakland, Paul Watzlawick, Richard Fish y Stevee deShazer y en el Families Studies de Nueva York con Salvador Minuchin. Se ha desempeñado como Profesor en la Facultad de Psicología (UBA) de Teoría y Técnica de Clínica Sistėmica, cátedra que inició esa enseñanza en una universidad nacional, en 1992 hasta 2015 y en la cátedra de Psicología Social, desde 1986, en la que continúa a cargo. Dirigió la Carrera de Psicología de la Universidad de Palermo, donde fue Profesor Titular de Clínica Sistémica y Psicoterapia Conductual, Psicología de la Personalidad y Psicoterapia Cognitiva-Conductual (2002). Dirige desde hace 20 años equipos de investigación (SECyT-UBA) y actividades y programas de extensión en el área de la psicología social y las prácticas sistémicas (UBA). Realizó programas de entrenamiento y formación de terapeutas en la República Argentina en Buenos Aires, Mar del Plata, Neuquén, Mendoza, San Luis, Trelew, Rosario; en los EEUU, en Palo Alto, Ca. y en Nueva York, NY. Dirige desde 1985 la Fundación Gregory Bateson de Buenos Aires, ha publicado numerosos escritos científicos, organizado congresos nacionales e internacionales y publicado como autor cuatro libros y varios capítulos de libros. Dirige actualmente la revista Sistemas Familiares editada por la Asociación Sistémica de Buenos Aires. Desde 2015 es Miembro Evaluador de la Comisión Técnica Asesora de Ciencias Jurídicas Económicas y de la Administración del Rectorado, de la Comisión Nacional de Evaluación


y Acreditación Universitaria (CONEAU) y coordina la Comisión de Posdoctorado de la Facultad de Psicología de la UBA.



ÍNDICE

1. PRÓLOGO 2. INTRODUCCIÓN ..........................................................................................00 El tema y el autor .............................................................................................00 El estilo batesoniano ........................................................................................00 Datos biográficos.....................................................................................00

3. LAS RELACIONES MENTE- CONDUCTA- CONTEXTO EN LA PSICOLOGÍA00 El Conductismo....................................................................................... 00 El Psicoanálisis ....................................................................................... 00 La Teoría de la Forma ..............................................................................00 El interaccionismo ................................................................................... 00 La revolución cognoscitiva y la nueva ciencia de la mente ..........................00 Crear un puente entre la ciencia, la filosofía y los datos de la conducta ........................................................00

4. LA CUESTIÓN DE LA MENTE Y EL NUEVO PARADIGMA DE LA CIENCIA . Mentes y máquinas ..................................................................................00 La complejidad ........................................................................................00 Los modelos ............................................................................................00 Lo mental y las ciencias de la conducta...........................................................00 Mente y conducta .............................................................................................00 Mente y ordenadores ........................................................................................00

5. LOS PILARES DEL “PUENTE” ..................................................................00 La noción de “paradigma” ...............................................................................00 De la estructura al sistema ...............................................................................00 El concepto de isomorfismo ............................................................................00 El concepto de analogía ...................................................................................00 La noción de pattern .......................................................................................00 La cuestión del cambio ..................................................................................000 El concepto de morfogénesis .........................................................................000 De la energía a la comunicación ....................................................................000 El lenguaje como mediador ...........................................................................000


La cuestión del significado ............................................................................000

6. LA “MÁQUINA” DE BATESON ............................................................. 000 El modelo de proceso mental .........................................................................000

7. CONSTRUCTIVISMO: UNA PERSPECTIVA SOCIAL DE LA PSICOLOGÍA 000 8. BIBLIOGRAFÍA CITADA.....................................................................000 ACERCA DEL AUTOR..............................................................................00


1. Prólogo

A principios de los años cincuenta Gregory Bateson, un

antropólogo y experto en

comunicación inglés, afincado en los Estados Unidos, comenzó una investigación que estudiaba las paradojas en la comunicación. Realizaba su trabajo mediante la observación del comportamiento de pacientes esquizofrénicos internados en un hospital de veteranos de guerra. Utilizaba para ello una metodología más propia de un antropólogo que de un psiquiatra, se incorporaba a la vida de los pacientes como aquél se incorpora a la vida de una tribu, con una mirada diferente de las ideas psiquiátricas propias de la época orientadas hacia las causas que producían la enfermedad mental. Comenzó a interesarse por las formas de relacionarse de los pacientes con el entorno institucional psiquiátrico y familiar y por las variaciones que producía esto en su conducta. Se agregaba a esto que las descripciones de lo que observaba, las hacía desde ciertas concepciones recientes y originales en el campo de conocimiento de aquellos días. Estas ideas, que provenían de disciplinas jóvenes como la Cibernética, la Teoría General de los Sistemas y de la Física moderna, lo llevaron a pensar temas propios de las ciencias de la conducta de un modo realmente original. Dicho a modo de ejemplo, en lugar de preguntarse “por qué”, o sea en base a qué causas, en el pasado individual, una persona se comporta de una manera determinada, Bateson se preguntaba “¿qué efectos del efecto tienen influencia sobre sus propias causas?”, o “¿cómo está constituido el contexto actual de esta persona, para que su conducta tenga sentido, o sea coherente con la situación, etc.?”. Así, Bateson fue un pionero en introducir cierta concepción teórica nueva en las ciencias humanas, su idea sistémica y cibernética de la comunicación que reemplazaba cierta forma de pensamiento causalista y lineal por otro “circular”. Si leemos de manera ingenua estas preguntas, aparentemente son simples, pero fueron ellas las que produjeron un giro en lo que sería el futuro entendimiento de las prácticas clínicas. El libro que el lector tiene frente a sus ojos, desentrama este proceso. Su autor, recorre a lo largo de sus páginas, las ideas de un Bateson investigador, creador de nuevos conceptos, que traslada originalmente, conocimientos de distintas disciplinas, como la física, la biología, la psicología, la antropología, etc., aplicándose a la construcción de una pragmática de la comunicación humana. Martín Wainstein dirige su estudio hacia el entendimiento del proceso creador de una teoría de la mente, que desestructura los parámetros clásicos de su concepción, como él claramente lo menciona en la Introducción “[...] su conceptualización de la mente revitalizó en el campo de la psicología clínica, la posibilidad de pensar y ampliar conocimientos, más allá de los límites bastante cerrados impuestos por los modelos psicodinámicos y conductistas”. El texto contextualiza la producción batesoniana, no sólo con aspectos biográficos, sino también realizando un recorrido breve -pero no por eso superficial- de las diferentes


concepciones de mente propias de los modelos más relevantes de la psicología, como los propuestos por el Conductismo, el Psicoanálisis, la Teoría de la Forma y las vertientes Interaccionistas y de la Psicología Cognoscitiva, para arribar al momento histórico en que comienza a producirse la constitución de un nuevo paradigma de las ciencias humanas, sintetizando algunas reglas básicas del “conocer” batesoniano, que “[...] refieren a un conjunto de conceptos, algunos de raíz matemática, otros relativos a la física de los procesos irreversibles (segunda ley de termodinámica), otros relacionados con la biología, todos sustentan su punto de partida de ‘que el mundo y la vida tienen un orden y que ese orden supone una lógica que tiene que poder sernos –por lo menos parcialmente– accesible ya que nuestra propia naturaleza pertenece a ese mismo orden’”. Numerosos conceptos de la frondosa literatura batesoniana (Naven, Pasos hacia una Ecología de la Mente, Espíritu y Naturaleza, etc.), que, en el estilo propio del autor, abundan en complejidad, son recreados en este libro, en la búsqueda de cierta convergencia entre epistemología, teoría de la conducta y sus posibles aplicaciones en la clínica psicoterapéutica. El texto orienta la atención del lector hacia el lenguaje como un agente de cambio. El lenguaje abandona aquí, su clásica concepción representacional, adquiriendo el status activo de “constructor de mundos”, “inventor de realidades” a través de las narrativas. En este aspecto, el libro navega sobre las aguas originales en las que se basó la concepción batesoniana de la psicoterapia para delimitar y justificar modelos de trabajo. No son muchos los textos que han avalado epistemológicamente los recursos de las terapias comunicacionales, y esto es lo que produce un efecto tentador en esta obra, el “buscar encontrando”, el respaldo teórico que sostiene una intervención, partiendo desde la matriz de la concepción de mente para Bateson -“la máquina”- con toda la implicación teórica que esta palabra concita, “ [...] es fundamentalmente un modelo epistemológico, de cómo conocer, que pretende ser aplicable con valor descriptivo y explicativo, a cualquier área de la realidad del ser viviente. Por ese motivo, sus cualidades deben ser evaluadas en función, justamente, de su capacidad como modelo general para ser aplicado a situaciones particulares, y para poder ‘pasar’ conocimiento de una situación a otra”. En síntesis, Comunicación: un Paradigma de la Mente, aúna y explica las diferentes conceptualizaciones científicas de uno de los pensadores más relevantes del siglo XX, aporta nuevas reflexiones y aclara otras, fundamentando muchos de los conceptos que presentan las intervenciones clínicas, no como meras recetas técnicas, sino como el resultado de una nueva forma de mirar el mundo. Para ser coherentes con el autor: introduce información que genera diferencia, y en esa diferencia consiste la novedad y el aprendizaje. Marcelo R. Ceberio Hospital de San Pau, Barcelona Paul Watzlawick M. R. I., Palo Alto, California


2. Introducción

El tema y el autor ¿Qué pauta conecta al cangrejo con la langosta y a la orquídea con el narciso, y a los cuatro conmigo? ¿Y a mí contigo? ¿Y a nosotros seis con la ameba, en una dirección, y con el esquizofrénico retardado, en la otra? GREGORY BATESON

El texto que el lector tiene en sus manos trata del concepto de mente, un tema teórico, abstracto y complejo que, por otro lado –y por si esto solo fuera poco–, ha sido ya motivo de siglos de ardua reflexión. El territorio abarcado por este tema continúa siendo ámbito de fuertes disputas: si bien durante siglos ha implicado demarcaciones dudosas entre la filosofía y la religión, en los últimos doscientos años ha sido a la vez objeto del reclamo de casi todas las ciencias, en especial la biología, la neurofisiología, la psicología, las ciencias sociales y humanísticas, y la 1

lingüística. Una temática de esta índole –antes bien “ecuménica” que “panorámica”– solamente puede ser motivo de un estudio si es sometida a grandes restricciones. Ellas son las siguientes: Éste es un trabajo in se historiográfico. Esto quiere decir que se realizó bajo la influencia de un autor: hemos tratado de investigar el concepto de mente en la obra de un autor específico: Gregory Bateson. ¿Por qué Bateson? Tal vez bastaría decir: “Porque nos gusta”. Pero no, no es sólo esto: creemos poder ofrecer una razón un poco más justificada que la de nuestras emociones. Entendemos que fue uno de los principales pioneros en la tarea de liberar a los estudios de la conducta –en lo referido a la cuestión de la mente– de los “atolladeros teóricos” heredados del dualismo y el mecanicismo cartesianos. Participó de un vasto movimiento, la cibernética, que influyó sobre casi todas las formas de pensamiento en la segunda mitad de este siglo. Su participación conectó las nuevas ideas cibernéticas con la noción de conducta desde la biología de los organismos más simples hasta el conocimiento de los comportamientos más complejos de la vida social. Hoy muchas de sus ideas están relativamente diseminadas en el lenguaje común de los científicos y la cultura en general, pero antes de la cibernética, en esos ámbitos prevalecía terminantemente un modo de pensar –identificado como clásico– acerca de los fenómenos mentales y de la conducta que persiste aún en la psicología. Veamos brevemente este recorrido. Si bien desde la antigua Grecia hasta el siglo XVII diversos autores habían sostenido teorías y doctrinas acerca de la naturaleza de lo que se identificaba como alma, psique y mente,


fue sin duda Descartes el pensador que estableció la distinción más aceptada entre el mundo de lo material y el mundo de lo mental –instalando, de allí en más– la problemática del dualismo en la cuestión de la mente. Menos resaltado por la posterioridad, pero no por eso menos importante fue el hecho de que al relacionar el pensar y el conocer como fundamento del existir, Descartes definió también la naturaleza de lo mental como algo individual, privado e intracraneano. Esta filosofía de la mente cartesiana prevalecía sobre finales del siglo XIX cuando la psicología se separa de la filosofía y se orienta por el camino de la ciencia. El laboratorio de Wilhelm Wundt –fundado en Leipzig en 1874– y el de William James, en Harvard en 1876 señalan claramente el nacimiento de la psicología científica y la correspondiente transformación de la filosofía de la mente en filosofía de la psicología. Para la psicología científica la búsqueda se orientó en primer lugar hacia encontrar las particularidades que asemejaran o distinguieran sus explicaciones de las de otras ciencias, en especial de la física. En segundo lugar, a relacionar las ideas de la psicología popular con los resultados de los descubrimientos de la psicología científica, especialmente en sus vertientes clínica y experimental. En tercer lugar, la moderna psicología continuó el debate cuerpo-mente, pero reemplazando los fundamentos religiosos del pensamiento clásico por los fundamentos de teorías y descubrimientos realizados en el marco del método científico. De todos modos lo que llamaríamos la cuestión de la mente, de la conducta o simplemente de lo que “hace que la gente se mueva” ha tenido un desarrollo no demasiado coincidente entre los psicólogos y otros científicos de la conducta. Diferentes pensadores hicieron diferentes suposiciones acerca de cuáles son los aspectos que merecen estudiarse de las personas. En general, esto supuso la exclusión de otros y definió un modelo o imagen subyacente de cómo son los seres humanos. Estos modelos determinaron ideas sobre la normalidad psicológica, la naturaleza del desarrollo evolutivo, la relación cuerpo-mente, la relación persona-entorno, etc. Hasta los años ’50 esas ideas pusieron el acento en dos grandes líneas. Una de ellas atendió algunos procesos parciales, como la búsqueda de localizaciones funcionales en las vertientes biologistas, o bien los estudios del aprendizaje, la organización cognoscitiva o las relaciones entre la psicología animal y humana. Otra se dedicó a las personas, al estudio de las diferencias individuales, mediante instrumentos de medición. La psicología del desarrollo, a través de experimentos y estudios de casos y la psicología clínica, dedicada a los casos “anormales”. Así, el enfoque psicoanalítico buscó las causas del comportamiento en fuerzas emocionales profundas cristalizadas durante el desarrollo evolutivo en estructuras (ello, yo, súper yo) entre las cuales se generan conflictos. La visión conductista halló las causas del comportamiento en fuerzas ambientales (reforzamiento) y en un conjunto de respuestas aprendidas ante los estímulos externos.


La perspectiva de la gestaltheorie hizo hincapié en la organización cognoscitiva actual, fundamentalmente en la reorganización perceptual, base del comportamiento y la resolución de problemas. El pensamiento de los neurobiólogos y genetistas describía la conducta como resultado de factores y procesos genéticos, fisiológicos y neurobiológicos. El punto de vista humanista-existencial aportó las ideas de individuo libre, racional y autodeterminante, diferente de los animales por su capacidad de autoactualización en la cual conjuga tanto su experiencia presente como la pasada. La psicología social, incorporada en los márgenes de cada una de estas corrientes del pensamiento psicológico “propiamente dicho”, arrastrando un pecado de nacimiento –su condición “multiparadigmática”– con fuerte y recíproca influencia con el pensamiento sociológico, acompañaba este camino. Si bien la mayor parte de los psicólogos aceptaron que “toda psicología es psicología social” porque todo lo que se incluye como la mente y la conducta sucede dentro de un contexto social. Y aun cuando fue moneda corriente entender que cuando alguien está solo sigue recibiendo la influencia de otros -aunque sea como expectativa potencial de éstos hacia lo que está haciendo-; debe aceptarse que el pensamiento, digamos “oficial”, iniciado por George Herbert Mead a principios de siglo, entró siempre en contradicción con el paradigma predominante que veía la mente como algo aislado, privado y estructuralmente determinado por alguna causa en particular. Mead era alguien raro para el mundo “psi”, razonaba desde una matriz darwiniana a propósito de la significación de los gestos sociales para los animales. Estaba influido por James en la distinción entre Yo que conoce y Mi que se conoce y por Cooley y su “teoría del espejo”, según la cual el self se refleja en las reacciones de los otros. Entendía que el conocimiento del sí mismo y de los otros se desarrolla simultáneamente, ya que ambos dependen de la interacción social. Que la mente, el self y la sociedad constituyen una unidad, un proceso cuyo estudio fragmentado atenta contra la posibilidad de entendimiento de las partes y del todo. También el brillante psicólogo ruso Lev Vigotsky señalaba en los mismos años que “el mecanismo del comportamiento social y el mecanismo de la conciencia son el mismo”, la propia conciencia depende de la conciencia que los demás tengan de nosotros tanto como la de los otros depende de la nuestra. Mead y Vigotsky tenían una concepción mediadora del papel que los instrumentos psicológicos y los medios de comunicación interpersonal desempeñan en el proceso de construcción de la conciencia. Bateson reconocerá la influencia de las ideas de George H. Mead (véase más adelante) y sin duda tuvo noción de las ideas de Vigotsky a través de quien fuera su esposa, la antropóloga norteamericana Margaret Mead. Esta conocía por lo menos el trabajo de Vigotsky Thought and speech (Pensamiento y Lenguaje), publicado en Psychiatry, 2, en 1939 que citaba en la bibliografía de su capítulo sobre los niños primitivos en el Manual de Psicología Infantil editado por Leonard Carmichael a principios de los ‘50. Todas estas ideas clásicas acerca de la naturaleza y la conducta humanas desarrolladas a fines del siglo XIX y principios del XX pasaron a ser parte del lenguaje familiar de millones de personas en el mundo. “Los hombres prácticos” decía el economista John Maynard Keynes, muchas veces creen estar lejos y libres de las influencias intelectuales pero suelen ser “esclavos


de algún economista difunto”. Podríamos decir que la psicología de la vida cotidiana de los hombres comunes también es a veces esclava de algún “psicólogo difunto”. Así, resultan obvias para el conocedor las referencias que en las conversaciones sociales cotidianas o en los discursos de economistas y políticos se hacen a la represión, la descarga de agresión, la relación entre refuerzo y repetición por personas que no conocen o sólo les es familiar el nombre de Freud, Watson, Lewin, Skinner, etc. Sin embargo tanto en la psicología académica como en la psicología clínica de la segunda posguerra pocos autores incorporaban las ideas interaccionistas dentro de los prevalentes paradigmas conductista y psicoanalítico. El sujeto “estructural” de la psicología influido por el paradigma cartesiano clásico que intersectaba la relación ciencia-filosofía dejaba poco espacio para un “sujeto interactivo”, mediatizado por la cultura y fuertemente socializado como el propuesto por pensadores como George Mead o Lev Vigotsky. Las preguntas básicas eran (y para qué negarlo, aún lo son): ¿son la mente y el cerebro dos entidades independientes? Si lo son ¿cómo interactúan? ¿Es la mente una cosa, una colección de estados, un conjunto de procesos? ¿Existe la mente? Parafraseando a nuestro Mario Bunge, lo esencial era la “identificación del sujeto de los predicados mentales”... que es lo que ‘mienta’ ...cuál es la cosa que percibe, siente, recuerda, imagina, desea, piensa” (M. Bunge, 1980, p. 23). Así llegamos a la idea central de este libro. Es relativamente sencilla: entendemos, por una parte, que Gregory Bateson creó un puente bastante sólido que permitió integrar conceptualmente un grupo de teorías –algunas más antiguas, otras que estaban enunciándose entre 1945 y 1950–, a la reflexión sobre las relaciones entre organismos, conocimiento y mundo. Desfilan así, explícitamente, por su obra la Teoría de la Evolución, la Teoría de los Tipos Lógicos, la Teoría de la Información, la Teoría Cibernética, la Teoría General de los Sistemas, la nueva Lingüística, los desarrollos en procesamiento de información, las teorías sobre el ADN y un código genético, la codificación de mensajes en un sistema nervioso central reticulado y muchas otras, como la teoría “de los dos cerebros”, aunque en forma más fragmentaria y difusa. Por otra parte sus trabajos de investigación –sobre todo los que llevaron a su teoría del “doble vínculo”– fueron un ejemplo de aplicación de esas teorías y modos de pensar los problemas humanos y también reformularon muchos aspectos de las teorías clásicas acerca del aprendizaje, la percepción interpersonal, la comunicación humana y los trastornos mentales. Bateson desarrolló toda una filosofía de la mente, o por lo menos toda una manera de pensar lo mental -lo que él gustaba llamar, una epistemología- orientada a describir cómo los organismos perciben, piensan, y actúan. Con esa tarea contribuyó a conectar las nociones de comunicación y conducta de modo tal que permitió en el campo de la psicología y en un área especial, las prácticas clínicas, la posibilidad de pensar y ampliar el conocimiento plus ultra de los límites ciertamente cerrados que se imponían desde los prevalecientes modelos psicodinámico y conductista.


De hecho, ampliando hacia el entorno la noción clínica de mente contribuyó a establecer en el campo psiquiátrico la idea de que los trastornos “mentales” son trastornos de la comunicación. Si bien su herencia ha tenido y sigue teniendo efecto ecosistémico sobre varias áreas del conocimiento, el efecto más evidente ha sido sobre el modo de pensar sus prácticas entre los terapeutas familiares, psicólogos clínicos, psiquiatras, psicopedagogos y trabajadores sociales. De hecho, la terapia familiar, la terapia breve orientada a la resolución de problemas y los procedimientos surgidos en el mítico Mental Research Institute de Palo Alto, de aplicación a individuos, parejas, familias y organizaciones –y todas sus derivaciones, consecuencias y aplicaciones por parte de otras “escuelas”– la terapia estratégica, de redes, etc., y en última instancia lo que se dio en llamar el enfoque sistémico, “clínica sistémica”, o clínica de “sistemas”, serían impensables sin las ideas batesonianas. Aun la misma evolución de la psicología “cognoscitiva” -en algunos de sus aspectos- sería improbable sin el “pivote” que significó la reflexión batesoniana. Sirva de ejemplo la reciente evolución de los modelos cognoscitivos desde un modelo mental “de computadora”. Es decir, modelos que suponen la aplicación en serie de reglas formales, previamente almacenadas, sobre símbolos claramente definidos y discriminables; hacia modelos más actuales, que razonan en términos de aplicación en paralelo, cuyas reglas no están predeterminadas ni son predeterminables, cuyas unidades de aplicación están conexionadas y responden con representaciones emergentes de la red de conexiones. Un ejemplo de esto son los criterios de “mente” o de procesamiento de información enumerados por un modelo de pensamiento de última generación como el de Rumelhart, Hinton y McClelland (1986) llamado de procesamiento paralelo distribuido (Parallel Distribued Processing). Sugieren los investigadores del PDP Group, ocho aspectos básicos que debe incluir un modelo “en paralelo” que ofrezca posibilidades de aplicación a fenómenos psicológicos: 1) Un conjunto de unidades de procesamiento ordenado como red (sistema interconectado). 2) Un estado de activación del sistema (¿energía?). 3) Una función de output para cada unidad del sistema. 4) La conectividad entre las unidades debe seguir un patrón (pauta de conexión sistemática). 5) Una regla ordena la difusión de actividades en la red. 6) Una regla ordena la relación entrada-estado actual-nuevo nivel de activación para cada unidad (regla de transformación), no se transmiten mensajes sino que la representación surge de procesos emergentes producidos por múltiples activaciones de unidades incapaces cada una de ellas de provocar mensajes... 7) Una regla de almacenamiento de experiencias que ordene la modificación de los patrones de conectividad (aprendizaje II: aprender a aprender). 8) El sistema opera en un ambiente (noción de contexto). Puede el lector retener este listado, o bien volver a él despues del análisis del modelo de mente de Bateson presentado en el capítulo IV.


Es inevitable por otra parte reconocer que todos estos temas están hoy, por así decirlo, un poco “en el candelero”. Efectivamente, la inclusión de las perspectivas cognoscitivas en la psicología clínica nacional es ya una realidad, sea como corrientes “sistémicas” o “cognitivas”. Y Bateson fue y es una fuente teórica para ambas. ¿Qué nos proponemos hacer entonces con Bateson y su concepto de mente? Trataremos de sistematizar su lenguaje, definiéndolo o confrontándolo con otros, de discriminar las fuentes o la novedad de sus ideas, en lo que constituye obviamente una lectura particular, que incluye una reflexión acerca de las influencias que tuvo su pensamiento en las aplicaciones a la resolución de problemas en personas, familias y organizaciones. La propuesta no es per se absolutamente original, aunque tampoco la oferta es muy grande... El análisis de su obra escrita hasta la década del sesenta, se difundió parcialmente a través de la Pragmatics of Human Comunication, de Watzlawick, Beavin y Jackson (1967). El aporte posterior más sólido se debe sin duda a Bradford Keeney con su Aesthetics of Change (1983). Trabajos igualmente significativos, si bien de corte no tan teórico, han sido About Bateson: Esays on Gregory Bateson, de su hija Mary Catherine (1977); Gregory Bateson: The legacy of a scientist, de David Lipset (1980); Thinking, the expanding frontier: procedins of the international and interdisciplinary conference on thinking held at the University of the South Pacific, editado por William Maxwell y con un excelente prólogo de Jerome Bruner (1983); With a daughter’s eyes: a memoir of Margaret Mead and Gregory Bateson, de su hija Mary Catherine (1984). A esta lista se deberían agregar el más reciente Sacred Unity. Further steps to an ecology of mind, editado por Rodney E. Donaldson (1991, A. Cornelia and Michael Bessie Book) y los ensayos y artículos sobre aspectos específicos de su obra, publicados por varias revistas científicas, especialmente Family Process. Pero llegados a este punto debemos aclarar también qué no es este trabajo. No es una introducción a su obra. Si bien Bateson es en general reconocido como epistemólogo, y esto es válido en los términos en que él definía la epistemología (cómo los organismos perciben, piensan y deciden). Sin embargo, éste no es un trabajo filosófico o especulativo, sino que más bien buscamos delimitar aquellos conceptos que entendemos válidos para las ciencias de la conducta, con el fin restringido de su aplicación en las practicas clínicas, prácticas que se desarrollan fundamentalmente como intercambios comunicacionales mediante lenguaje oral y gestual. Intercambios que buscan cambiar los modos que las personas tienen de significar situaciones, personas o cosas, es decir de comprender sus experiencias. Los humanos organizamos nuestras experiencias del mundo en base a nuestras propias creencias, nuestras “verdades” y tendemos a entender éstas como correspondencia entre nuestro parecer interno “subjetivo” y un fenómeno externo ”objetivo”. El mito del parecer interno intenta resolver cuestiones como el sentido de la propia vida. El mito objetivista pone la atención sobre la necesidad humana de entender lo otro no humano para ser capaces de funcionar con éxito. Ambas visiones suponen un sujeto separado de su ambiente. El objetivismo concibe lo adecuado como dominio sobre ese ambiente. El subjetivismo pone el acento en la individualidad, la intuición y los valores.


Comúnmente pensamos el ‘mundo físico’ externo como algo separado de un ‘mundo mental’ interno. Es nuestra creencia que esta división se basa sobre el contraste en la codificación y la transmisión que se dan dentro y fuera del cuerpo. El mundo mental –la mente–, el mundo del procesamiento de la información, no está limitado por la piel (...) Decimos que el mapa es diferente que el territorio. Pero ¿qué es el territorio? Operacionalmente alguien salió con su retina o con un instrumento de medición e hizo representaciones que luego se dibujaron en un papel. Lo que hay en el papel del mapa es una representación de lo que hubo en la representación retiniana del hombre que hizo el mapa; y a medida que retrocedemos preguntando, nos topamos con una regresión al infinito, con una serie de mapas. El territorio no aparece nunca en absoluto.(...) El proceso de representación siempre lo filtrará, excluyéndolo, de manera que el mundo mental es sólo mapas de mapas de mapas, al infinito. (...) en cada paso, a medida que una diferencia se transforma y se propaga por su vía, la materialización de la diferencia antes de ese paso es un ‘territorio’, del que la materialización después del paso es un ‘mapa’.

En el mito batesoniano la comprensión emerge de la interacción, el sujeto negocia continuamente con la naturaleza y con los otros y crea una experiencia recurrente. Esa experiencia recurrente genera categorías y formas de entendimiento que se aplican de una experiencia en otra. Así, todo entender es extender la metáfora de una experiencia a otra, de un dominio a otro. Toda realidad es “ficcional” y todo entender se vuelve “tautológico”. Pero, ¿qué es entonces una mente? La delimitación de una mente individual depende siempre de cuál es el fenómeno que se quiere comprender. Muchas vías de mensaje están por fuera de la piel, y éstas, junto con la información que transportan deben ser incluidas como parte del sistema mental: “Veamos lo que sucede con un árbol y un hombre con un hacha. Observamos que el hacha vuela por el aire y hace cierto tipo de incisiones en un tajo que preexiste en el costado del árbol. Si queremos explicar este conjunto de fenómenos, tenemos que ocuparnos de las diferencias en la superficie cortada del árbol, las diferencias en la retina del hombre, las diferencias en su sistema nervioso central, las diferencias en sus sistemas neurales eferentes, las diferencias en el comportamiento de sus músculos, las diferencias en el modo en que se desplaza el hacha por el aire, hasta llegar a las diferencias que el hacha produce, finalmente en la superficie del árbol”.

La comprensión de la conducta humana requiere siempre circuitos totales. Esto es la cibernética: el recorrido circular completo que describe y explica. Un sistema mental es ese circuito completo que no nos deja cosas sin explicar, a nosotros, que estamos incluidos en la explicación. Obviamente el sistema, sus límites, dependen de la naturaleza de la explicación. La información que como una diferencia elemental recorre ese circuito es lo que Bateson llama idea. Como puede apreciar el lector, admitiendo estos puntos de partida es difícil pensar que uno no termine encontrando lo que buscaba, o que “busquemos” lo que vamos a encontrar. Buscaremos aquí encontrar en el modelo de mente batesoniano cierto isomorfismo con las características operacionales de los sistemas nerviosos propios de los mamíferos, las de los sistemas lingüísticos complejos (como los humanos) y una teoría acerca del significado según la cual éste depende de su comprensión dentro del marco de una comunidad lingüística. Esto es,


un modelo de mente que admite los intereses de la neuropsicología (y amigable con cualquier sistema biológico portador de un sistema nervioso de cierta complejidad) y la lingüística (aplicable a sistemas sociales complejos). De esta última nos interesan las posibilidades de sistematizar una comprensión del acto clínico que favorezca su práctica: ¿qué resultados se obtienen mediante la comunicación y la negociación de significados? ¿Cómo podemos ser más capaces de producir visiones y provocar experiencias diferentes del mundo que disminuyan el sufrimiento evitable de las personas? Quedará sin desarrollar una posibilidad quizás más importante que la relación menterealidad clínica. La que relaciona el pensamiento de Bateson con un siglo en el que la aceleración tecnológica y científica se produjo y se sigue produciendo a una velocidad y un ritmo espasmódico. Esa aceleración relaciona las cosas, crea nuevas interacciones a un ritmo demencial en el que jamás la naturaleza imaginó que una vaca podría comer una oveja muerta. Pero el ingeniero de alimentación conectó de algún modo la sarna de la oveja viva con los huesos de la oveja muerta, con el músculo de la vaca viva y a éste con el cerebro del hombre, cerrando un “circuito loco” del que sólo se detecta una “vaca loca”. Cada uno conoce sólo una fase del “circuito mental”, cada uno está privado tanto de la satisfacción como de la responsabilidad del producto terminado. Como en las familias, todos se miran azorados ante el vómito de la bulímica, la crisis de pánico del padre-superhombre. Nadie ve en la “vaca loca” el síntoma, la síntesis de una sociedad sin conciencia de sí. El siglo XX es el siglo de la comunicación instantánea, Cortés pudo destruir una civilización antes de que la noticia llegara a Europa. Hoy el mundo es un espectáculo continuado donde todo está en contacto con todo casi simultáneamente, pero la inconciencia del siglo de Cortés se ve reemplazada por la inconciencia del hábito y la pasividad, o bien por el estallido masivo y el colapso social. La comunicación hace que el castigo de un ciudadano negro en Los Ángeles haga estallar disturbios e incendios en cincuenta ciudades de los Estados Unidos. Sabemos cómo fabricar la felicidad, el mejor desodorante, pero no cómo controlar la acción a distancia mediante la cual nuestras axilas perfumadas destruyen la capa de ozono. Volviendo al autor, es necesario señalar las raíces tempranas de su inquietud sobre las relaciones entre interacción y construcción del self o la persona. En 1935, en un trabajo de antropología teórica en el cual buscaba establecer categorías para el estudio de lo que definía como contacto cultural, e indicaba que los conceptos a crearse no deberían sólo servir para “establecer clasificaciones abstractas” de relaciones entre comunidades diferentes, sino para “describir relaciones reales” dentro de una comunidad. Luego agregaba –de un modo aparentemente periférico a su tema– que propondría “ampliar tanto la idea de contacto, que la haría incluir aún en esos procesos en los cuales un niño es modelado y adiestrado para que se adecue a la cultura en la que nació...”. En el mismo texto, una nota al pie de página sugería una idea premonitoria: “El presente esquema está orientado hacia el estudio de los procesos sociales más que hacia el de los psicológicos, pero podría construirse un esquema estrictamente análogo para el estudio de la psicopatología. Dentro de él, se estudiaría la idea de ‘contacto’, especialmente en los contextos de moldeamiento del individuo. Estos intercambios mostrarían desempeñar un papel


importante no sólo en el desajuste sino en la normalidad de la asimilación de las personas a los grupos sociales” (G. Bateson, 1972).

Idea premonitoria que recién tomaría cuerpo y se desarrollaría dieciséis años después, con los trabajos de investigación en conjunto con Jürgen Ruesch y la publicación de un texto que adquirió valor fundacional, Communication: The Social Matrix of Psychiatry (G. Bateson; J. Ruesch, 1951). Desde este libro se comienza a hablar de la conducta como comunicación (en un sentido informacional), de las interacciones como un sistema y de “terapia de la comunicación”. Esas ideas se ampliaron después y hasta nuestros días hacia las nociones de “terapia sistémica”, “cibernética”, “contextual”, “ecológica”, de las “narrativas”, etc. De allí en más, ocurrió lo que suele ocurrir casi siempre en el desarrollo del conocimiento: ciertas expresiones centrales o conceptos fundantes del modelo que se desarrollaba como paradigma en expansión terminaron por así decirlo, colapsándose, perdiendo su sentido y su contenido originales, a medida que el ámbito descriptivo originario se amplió hasta horizontes impredecibles para los pioneros. Baste recordar que en los últimos cuarenta años los conceptos sistémicos, cibernéticos, comunicacionales y ecológicos, se han imbricado con el saber de la psicología, y de la mano del movimiento de terapia familiar –desarrollado primero en los Estados Unidos y luego en el resto del mundo– han ocupado un lugar relevante en el campo de la psicología clínica. En la República Argentina no se encuentran orígenes muy claros de esta experiencia, si se sondea más allá de la década de los ochenta. Si bien es claro que su introducción se debe al trabajo de continua conexión entre el contexto estadounidense y argentino llevado a cabo por el terapeuta argentino Carlos Sluzki, miembro del legendario semillero del Hospital Aráoz Alfaro de la ciudad de Lanús, un suburbio de la ciudad de Buenos Aires. Sluzki inició en los años ’60 sus viajes al Mental Research Institute de Palo Alto, verdadera Meca del movimiento sistémico argentino -como bien lo señala Des Champs (1991). En 1970, poco antes de instalarse por lo que sería un largo período de su vida allí, Sluzki colabora en la organización de un congreso internacional en Buenos Aires al cual asistieron importantes figuras internacionales como Jay Haley quien menciona por primera vez y oficialmente en Buenos Aires la noción de terapia familiar desde una perspectiva sistémica. La fundación, en 1984, de la Asociación Sistémica de Buenos Aires significó el eslabón institucional que facilitó el desarrollo posterior, concretado con la creación de publicaciones específicas y la inserción de la especialidad en las cátedras universitarias. Ya en los ’90 el fenómeno “sistémico” se afinca e influye fuertemente la psicología clínica nacional, esto motiva a preguntarse por un marco teórico, o un fundamento metodológico de lo que pueda ser llamado “psicología clínica sistémica”; o bien, mutatis mutandi: ¿Qué es hacer una clínica sustentada en supuestos sistémicos, y cuáles son esos supuestos en la investigación y en la docencia? Son preguntas que parecen por lo menos razonables. En esta dirección guía nuestro trabajo la idea de que cierta forma de entender la ciencia, la naturaleza y la conducta originada en los desarrollos batesonianos contiene algunos elementos que permitirían hallar algunas respuestas a estas preguntas.


En tanto Bateson superpuso a un concepto clásico para la psicología -el concepto de mente- las perspectivas y modelos aportados por otros campos de conocimiento, como los de las teorías de la comunicación, del control, de sistemas, del aprendizaje, lingüísticas, ecológicas, neurofisiológicas, neuropsicológicas, etc., el estudio de esa superposición permitiría delimitar cierta posible especificidad de una perspectiva sistémica de la psicología -respetando el término sistémico, cuyo uso está ampliamente extendido en nuestro medio- para definir abreviadamente la aplicación al campo de la conducta de la confluencia de diversas teorías que registra la obra de Bateson. Demarcar esta especificidad nos llevó, por una parte, al análisis del concepto de mente en la obra de Bateson, pero también por otra nos comprometió a un cierto análisis de la historia del concepto en la Psicología, historia –demás esta casi decirlo– de una conflictiva coexistencia y una sistemática sustitución de cosmovisiones y modelos. El estudio y las notas recogidas en ese análisis quizá sean obviables en la lectura de este trabajo, aunque ciertamente no lo han sido para su realización. Por ese motivo esa “navegación” entre los innumerables textos aparece en el libro reflejada en “ventanas” que conectan el “hipertexto” que subyace a la producción del “texto” propiamente dicho.

El estilo batesoniano Jean Guitton, en su ensayo Aprender a vivir y a pensar (1960), opone el “pensador sistemático” al “pensador problemático” de una manera similar a como se enfrentan un arquitecto y un zapador. El arquitecto prepara y realiza su obra en base a un plan completo, estructural, preocupado por la armonía; el zapador, en cambio, es un investigador de problemas, va de aquí para allá cavando, sorteando, regresando, buscando soluciones para su búsqueda. El zapador sabe que los conceptos predefinidos pueden no adaptarse y constituirse en trampas. Busca más la solución que la coherencia. Es decir, hay pensadores que construyen sistemas, cierran épocas de pensamiento. Otros, como dijo Stephen Toulmin (1980) –en referencia justamente a Bateson– son como los exploradores solitarios del Far West norteamericano: precursores, a veces dominados por una excentricidad y una necesidad de nuevos rumbos casi exasperante. Esto tiene su expresión más acabada en la forma de su obra, en su mayor parte constituida por ensayos, los cuales conforman el estilo literario de una búsqueda de lo específico: aún sus libros registran cada capítulo con un status de autonomía cercano al de un ensayo. A la par que desarrolla su labor, pareciera que el explorador fuera descubriendo un verdadero mundo en cada pequeña tarea; y algo de eso hay, aunque a posteriori, luego de captar el todo dentro de una perspectiva histórico-panorámica, no es difícil ver que se están ofreciendo nuevos puntos de vista a cuestiones antiguas, tratadas con sistemática continuidad. Si la creación de sistemas teóricos tiende más a la coherencia que a la verdad, y la preocupación metodológica más a la verdad que a la coherencia, se podría decir de Bateson que buscaba antes bien una metodología para describir y comprender la realidad que la


construcción de un sistema teórico para explicarla y darle un sentido. Aquí se adoptará esta perspectiva. Por último, Bateson se nos aparece como un autor poco académico. Perfil que se infiere de sus “saltos” desde un tema a otro, lo cual suele reflejar, en muchos casos y simultáneamente, saltos de un nivel de abstracción a otro. Esto a veces hace tan difícil su lectura como la sistematización de su pensamiento y, mucho más que en otros autores, la revisión de sus conceptos puede -en vista de la multiplicidad ofrecida- resultar discutible.

Datos biográficos Gregory Bateson nació en 1904. Hijo de William Bateson, un reconocido biólogo británico, pionero en el aquél entonces novedoso campo de la genética. Se graduó en antropología y dejó su país natal para realizar trabajos de campo en Nueva Guinea. Corría la década de los treinta, y tampoco en ese entonces era fácil ni usual internarse entre los cazadores de cabezas del delta del río Sepic... En esos raros caminos se encontró con la que a la postre sería su esposa, la célebre antropóloga norteamericana Margaret Mead. Se radicó en los Estados Unidos, donde se desempeñó en 1947 como profesor visitante de Antropología en Harvard. En los años siguientes fue investigador asociado al Langley Porter Neuropsychiatric Institute de San Francisco y trabajó como “etnólogo” en el Palo Alto Veterans Administration Hospital. De aquel tiempo en más, el nombre de Palo Alto permanecerá asociado al “proyecto de Palo Alto” o “grupo de Palo Alto”, y por ende a la historia de la psiquiatría moderna. Posteriormente realizó trabajos experimentales en teoría de la comunicación con delfines, en el Oceanographic Institute, y fue profesor en la Hawaii University. Posteriormente continuó como docente en la University of California at Santa Cruz. Su influencia en el pensamiento norteamericano fue en su momento muy grande; toda una generación de pensadores y científicos sociales sintió su impacto, especialmente en el campo de la terapia familiar. Sin embargo, nunca obtuvo un claro reconocimiento en los círculos académicos de ese país. Los últimos diez años de su vida los dedicó a la investigación teórica. En 1976, en claro reconocimiento a sus virtudes intelectuales, el gobernador Jerry Brown lo nombró miembro del Consejo de Regentes de la Universidad de California. Murió en Esalen, San Francisco ( California) en julio de 1980. El eminente físico Fritjof Capra lo retrató como “una figura imponente: un gigante, intelectual y físicamente. Alto y corpulento, se imponía en todos los niveles” (F. Capra, 1988).

NOTA


1. El término “científico” fue empleado por vez primera hacia el año 1840 por el clérigo y filósofo William Whewell. Anteriormente, aquéllos que intentaban explicar algo acerca del mundo que los rodeaba eran simplemente llamados “filósofos”.

3. Las relaciones mente-conducta-contexto en la Psicología

En occidente reconocemos los comienzos de la cultura con el inicio de la tradición escrita. En esas primeras narraciones –ya sean griegas o judeo-cristianas– siempre tuvieron presencia temas como el imaginar, el desear, el pensar, y las acciones humanas. Sin embargo, hicieron falta muchos siglos para que la psicología, ganara la posibilidad de reivindicar un nivel de discurso propio, independiente de la filosofía, convirtiéndose en una disciplina o campo de estudio y llevar a esa región del saber hacia lo que hoy llamamos conocimiento científico. Esa psicología “como ciencia”, al nacer sobre los finales del siglo XIX, estaba rodeada de una cultura romántica, un mundo burgués y una idiosincrasia fuertemente individualista. Tanto fue así, que hoy nos resulta coherente y entendible que su primera unidad de análisis fuera el individuo, y que su método fuera la introspección. Que buscara develar lo mental en los entretelones de una “conciencia individual totalizadora y capaz de guiar la voluntad que une idea y acontecimiento” (Wundt, 1896). La psicología es la ciencia de la vida mental, tanto en sus fenómenos como en sus condiciones... Los fenómenos son aquellas cosas a las que llamamos sentimientos, deseos, cognición, razonamiento, decisiones y demás (William James, 1890). Fue un poco más tarde –con el comienzo del siglo XX–, iniciado el tiempo que la percepción orteguiana llamaría “advenimiento de las masas a la historia” y “necesidad de las circunstancias para la comprensión del individuo”, que también para la psicología, el ser individual se abrió al mundo y al ambiente. Esto coincidió –y tal vez convocó– el desarrollo de varias perspectivas teóricas que se ofrecieron como alternativas al introspeccionismo y a una psicología de la conciencia privada. Cada una de las nuevas teorías creó supuestos suficientemente sólidos, y también grupos de científicos y profesionales que los adoptaron, por lo que podría decirse que tomaron la forma de verdaderos paradigmas (Kuhn, 1962). Merecedores de ese título son, sin duda, el Psicoanálisis, el Conductismo, la Teoría de la Gestalt y el Interaccionismo. Cada una de estas perspectivas contestó de un modo particular


ciertas cuestiones esenciales acerca de la mente y la conducta, proponiendo específicamente construcciones mediatizadoras entre el individuo, su conocimiento y el mundo. Así lo fueron –y aún lo son– los conceptos de inconciente, de conducta, de conocimiento como proceso psicológico y la comunicación como interacción. Cada una de ellas ofreció también un modelo acerca de las relaciones entre las personas y su mundo; ya sea con la denominación de “relación entre la vida cotidiana y los fenómenos inconcientes”, o de “relación entre el organismo y el ambiente”, o de “relación entre la percepción y la realidad”, o “la conducta como comunicación”. Cada una de estas propuestas tuvo también su fecha de nacimiento. En 1900, Freud publica La Interpretación de los sueños, que incluye una teoría del “aparato psíquico”. En 1904 Iván Pavlov recibió el Premio Nobel por su teoría de lo que actualmente se denomina condicionamiento clásico. En 1913, Watson da a conocer su manifiesto “La Psicología desde el punto de vista de un conductista”; en 1912, Wertheimer presenta su hipótesis sobre los “fenómenos fi” (buena forma, continuidad, etc.), hacia 1910 George Mead ya ha consolidado los orígenes del interaccionismo simbólico, que se llamaría más tarde Escuela de Chicago. Atentos a los objetivos de este trabajo, en lo que hace a nuestro interés por el modo en que se fueron entretejiendo históricamente ciertas concepciones de lo mental y su relación con el mundo, realizaremos una breve descripción que selecciona los elementos mínimos de cada uno de los modelos en cuanto son relevantes a sus propuestas sobre la relación individuo-ambiente, o, en un lenguaje más antiguo: cuerpo y mundo.

El Conductismo Para el conductista, la psicología es esa división de la ciencia natural que toma la conducta humana –lo que se hace y dice, tanto aprendido como no aprendido– como su objeto de estudio. (John B. Watson, 1919)

El conductismo original consideró el ambiente como un conjunto de estímulos potenciales, y al individuo un organismo con una red neural capaz de alterarse plásticamente a partir de las estimulaciones externas. Esa alteración sólo podía estudiarse por medio de la observación de las respuestas, o más bien de patrones de estímulos y respuestas mediados por la red neural. Para aquel conductismo original no había “mente” estrictamente hablando. La entidad mediadora era la conducta entendida como interacción entre el organismo y el medio, transcurriendo en un continuo espacio-temporal. En él, ciertos aspectos de la actividad de los organismos (“respuestas”) se relacionan con los diferentes objetos del medio (“estímulos”). Dichas relaciones remiten a la forma en que cada uno de los elementos condiciona, o es condicional, a los restantes. La relación más simple que puede establecerse entre el organismo capaz de dar respuestas y el ambiente capaz de provocar estímulos es el nexo denominado “reflejo”. El reflejo es posible por las características estructurales del organismo y las propiedades físico-químicas del ambiente. Gráficamente, esto puede representarse de este modo:


AQUÍ DIBUJO

Cuarenta años después B. F. Skinner, desarrollando la famosa ley del efecto de Thorndike (1898), propuso que “la conducta se moldea y mantiene por sus consecuencias”. Buscaba controlar y predecir la conducta, –mas no explicarla– para lo cual investigó los resultados del uso de reforzadores –aquellos estímulos que instalan la repetición o la evitación de ciertas conductas. Cuando en la década del cincuenta este modelo fue utilizado con seres humanos en la psicología clínica, a pesar de haberse enriquecido teóricamente con nociones más complejas como las ya citadas, en las cuales el estímulo indica la posible consecuencia de la emisión de una respuesta particular (condicionamiento operante), el conductismo no avanzó plus ultra de poner el acento en arcos de conducta o fragmentos de circuitos comportamentales específicos de ciertos síntomas manipulados por medio de un sistema de premios y castigos.

El Psicoanálisis Para el psicoanálisis, en cambio, con respecto a la relación organismo-ambiente las cosas ocurrían de un modo que era casi todo lo contrario. No es que Freud desestimara lo fisiológico, pero evidentemente el escaso desarrollo de la neurofisiología de su época lo llevó –a pesar de ser un decidido defensor de la metodología de las ciencias naturales (Assoun, 1981)– a buscar explicaciones para la conducta de las personas a través de hipótesis mentalistas y entidades teóricas intrapsíquicas. Sin embargo, el “aparato psíquico” freudiano deja de lado la cuestión de los estímulos y –como aparece desarrollado en la noción de serie complementaria– centra más bien su preocupación en las determinaciones estructurales intrapsíquicas, de carácter inconciente. Aquellas pasan a ser un mero “factor desencadenante” externo; por lo cual aquello que permitía explicar la conducta era el análisis de los procesos ocurridos en una “mente” sustancialmente dividida entre inconsciente y conciencia, y los conflictos que esta división generaba. Hemos llegado a conocer este aparato psíquico estudiando la evolución individual del ser humano. A la más antigua de estas provincias o instancias psíquicas la llamamos Ello; su contenido es todo lo heredado, lo congénitamente dado, lo constitucionalmente establecido; es decir, ante todo lo pulsional surgido de la organización somática(...) Esta parte más arcaica del aparato psíquico seguirá siendo la más importante durante la vida entera. (Sigmund Freud, Esquema del Psicoanálisis).

El psicoanálisis surgió, por otra parte, como experiencia clínica. Si para Wundt lo inconsciente era algo negativo (“una periferia primitiva de la conciencia”), para el psicoanálisis, por el contrario, era algo positivo: buscando su eficacia en “hacer conciente lo inconciente”, tomó claramente partido a favor de los procesos inconscientes.


La mente freudiana podría, en nuestra simplificación, ser representada así: AQUÍ DIBUJO

La Teoría de la Forma El modelo de mente de la Teoría de la Gestalt (de la forma, por oposición a una psicología de los “contenidos”) también se oponía tanto al de Wundt cuanto al del conductismo. Si bien para Wertheimer también lo central era el organismo, y en especial el cerebro, lo que le interesaba era fundamentalmente la capacidad de éste como productor de procesos mediadores. Asimilando un saber fascinante en aquella época –el concepto de “campo dinámico”, tomado de la física– lo aplicó a las relaciones propias del cerebro, el que era considerado cual electrolito capaz de “ionizar” los estímulos externos, como cualquier electrolito tiende a hacerlo con su entorno (W. Köhler, 1955). Si bien esto último no adquiría sino un valor metafórico, esta analogía definía la idea de una mente con capacidad pregnante. Heredera de una tradición filosófica de raíz kantiana, la Gestalt postulaba para este cerebro, capaz de generar procesos mediatizadores (es decir, mentales) una capacidad ordenadora y organizadora de la realidad externa. El concepto principal legado de allí es el de puntuación: la percepción parcela el continuo de la realidad, creando jerarquías de figura y fondo. Si la percepción de un organismo se caracteriza por Gestalten inmersas en la corriente de la comunicación, esa corriente puede dar lugar a una jerarquía de sucesivas subdivisiones; de ellas, sólo una será la historia natural del organismo, no obstante lo cual esa historia admitirá muchas percepciones o puntos de vista diferentes. La “mente” de la Gestalt no traduce en modo directo el universo fenoménico como objeto a la conciencia, sino a través de formas a priori, que producen una configuración psicológica de la realidad. La mente de la Gestalt podría ser representada de este modo: AQUÍ DIBUJO

Esta perspectiva tomó un cauce nuevo y diferente a partir de la obra de G. Spencer Brown, quien en su ya clásico Laws of Form (1973) fundamentaría lógico-matemáticamente el modo en que se genera un universo “cuando se separa o aparta un espacio” cuyos límites pueden trazarse “por donde nos plazca”. La cuestión no queda sólo allí: la idea se extiende –como veremos más adelante– a que el mandato de trazar una distinción, es decir puntuar una secuencia de hechos, es anterior a la descripción, y por lo tanto a la experiencia, lo cual implica la preexistencia de lo que Rabkin (1978, 487) llamaría “programas, reglas, planes, libretos, recetas, esquemas de trabajo, guiones, secuencias, relaciones, circuitos recursivos, carreras profesionales, procesos, gramáticas, etc”. En un lenguaje más aggiornado, lo que hoy se llama


un “dato” (datum), desde la Psicología de la Forma debiera ser llamado un “capto” (captum), una experiencia. Más adelante cuando veamos las propuestas constructivistas se notarán las influencias que los conceptos de la Gestalt mantienen aún en el pensamiento contemporáneo.

El interaccionismo Otro conjunto de ideas que aportó su influencia fue el constituido por las inquietudes psicosociales, que, aún en un breve repaso, no pueden ser dejadas de lado. Desde principios del siglo XX, estas perspectivas interaccionistas fueron aportando un caudal de instrumentos teóricos que, lamentablemente, la psicología en general, y la clínica en particular, demoraron muchos años en capitalizar. En una primera aproximación encontramos el aporte del llamado “conductismo social” de George Mead. Para Mead, una conceptualización de la mente debía adoptar los puntos de vista funcional y evolutivo, contrastantes con cualquier forma sustantiva o material, en especial aquéllas que llevaban a ubicar lo mental dentro del cráneo o de la epidermis. La teoría meadiana de la mente delimitaba para ésta “un campo coextensivo con el campo del proceso social de la experiencia y la conducta”. En este campo entraban todos los componentes de ese proceso, es decir la matriz completa de las interacciones sociales de los individuos (Mead, George; 1932, 1972, 245, nota al pie). En esta línea de pensamiento se desarrollará toda la llamada “escuela de Chicago” y, en confluencia con ella, el trabajo de un pensador gestáltico que llevó hasta las últimas instancias la noción social de campo dinámico en las ciencias de la conducta: K. Lewin (1935). El “Yo” meadiano (tomado de James), es el “sí mismo” que conoce y el “Mi” es el “sí mismo” que se conoce... el sí mismo es un proceso y no una estructura, no equivale al Yo freudiano, ni es un cuerpo organizado de necesidades y deseos o una colección de actitudes y valores o normas. Es el proceso reflexivo mismo donde el “sí mismo” actúa sobre sí y se responde, lo que hace que sea lo que es. El Yo que experimenta no puede experimentarse a sí mismo, dado que es el mismo acto de experimentar, lo que se experimenta y aquello con lo que se interactúa mediante el lenguaje es el “Mi”.

Otra propuesta fue la de J. R. Kantor (1924-26, 1959), que aportó dos cambios sustanciales al conductismo basado en el paradigma del reflejo. Kantor definió, por una parte, la conducta como interconducta, es decir como la interacción organismo-ambiente, centro de su interés teórico. Kantor abandonó el tratamiento descriptivo y explicativo causal para poner de relieve el concepto de interdependencia de campos de relaciones, concepción de naturaleza sincrónica, caracterizada por una mayor complejidad que la del conductismo clásico. En tercer lugar, no pueden dejar de mencionarse los aportes del psicólogo y semiólogo soviético Lev S. Vigotsky a un modelo de comprensión de los procesos mentales a partir de su origen en los procesos sociales. Procesos desarrollados sobre todo a través de instrumentos y signos que, como ocurre con el lenguaje, actúan como mediadores. Así como Mead y Kantor se detuvieron en un enfoque prevalentemente sincrónico, Vigotsky señaló la relevancia del trasfondo evolutivo y sociohistórico de la construcción de la mente. Este trasfondo tiene características específicas; el ser humano comienza su vida como


un ser social, es capaz de interactuar con los otros pero es poco capaz de hacer algo para sí mismo práctica o intelectualmente, en su socialización la internalización del mundo lo pone en camino hacia la inteligencia. La internalización es la reconstrucción interna de una operación externa, lo interpersonal se transforma en intrapersonal. La internalización de las actividades socialmente construidas e históricamente desarrolladas define la especificidad de la inteligencia humana. ... el momento más significativo en el curso del desarrollo intelectual, que da nacimiento a las formas puramente humanas de inteligencia práctica y abstracta, sucede cuando convergen el discurso y la actividad práctica, dos líneas de desarrollo que eran independientes por completo (Lev Vigotsky, 1934).

La revolución cognoscitiva y la nueva ciencia de la mente* En los Estados Unidos durante la década que se extiende desde 1955 hasta 1965, comenzó a surgir un nuevo conjunto de ideas en el pensamiento de muchos investigadores. *En colaboración con Cecilia Daireaux. Lentamente, en diversos ámbitos al mismo tiempo y con un comienzo de un cierto estilo underground, se fue perfilando un nuevo modo de pensar que con el transcurso del tiempo quebraría la hegemonía del modelo conductista vigente hasta ese momento en las llamadas “ciencias de la conducta”. Así, tuvo lugar ese movimiento que a la postre se denominaría “revolución cognoscitiva”. Algunos años antes en setiembre de 1948, se había realizado en California el Simposio de Hixon, –éste fue contemporáneo con las célebres conferencias Macy en las cuales se fundó la cibernética habiendo entre ambos eventos cierta similitud de temas e inquietudes y más aún algunos participantes comunes–. El Simposio trató sobre “Los mecanismos cerebrales en la conducta” y marcó un hito fundamental en este tema. Destacaremos aquí solamente la temática de las ponencias de algunos de sus participantes con el fin de obtener una aproximación acerca del clima reinante en dicho encuentro. El matemático John von Neumann había planteado la analogía entre cerebro y computadora. Warren Mc Culloch había hecho referencia a cómo el cerebro procesa la información. El psicólogo Karl Lashley puso en duda la explicación conductista –y con esto al mismo modelo– al referirse al problema del orden serial en la conducta. Posteriormente, en 1956 se llevó a cabo el Simposio sobre Teoría de la Información en el Instituto de Tecnología de Massachusetts. Estuvieron allí presentes algunos de aquellos que tendrían un papel fundamental en la transformación que se estaba gestando: Jerome Bruner, George Miller, A. Newell y H. Simon, y Noam Chomsky. Según Miller, es alrededor de esta fecha que sería oficialmente admitida la ciencia cognoscitiva.


Creo que Jerry (Jerome Bruner) y yo formamos una buena pareja... Compartíamos una visión de la psicología cognoscitiva, pero nuestros compañeros de juego eran muy distintos. Yo le di acceso a ideas surgidas de la teoría de la comunicación, la computación y la lingüística, mientras él me familiarizó con ideas tomadas de la psicología social, la psicología del desarrollo y la antropología... En 1960 empleamos “cognoscitivo” en nuestro nombre, en tono desafiante. La mayor parte de los psicólogos respetables de la época aún consideraban que la cognición era demasiado mentalista para científicos objetivos. Pero lo clavamos en la puerta y lo defendimos, hasta que, a la postre, nos impusimos. Y ahora hay por doquier Centros Cognoscitivos (J. Bruner, 1983).

Para que este nuevo movimiento intelectual tuviera lugar fueron decisivos numerosos aportes de diferentes campos científicos. Podemos contar entre ellos la teoría de la información desarrollada por Shannon y Weaver, el nuevo modelo neuronal propuesto por McCulloch y Pitts (mostraron que la red neuronal podía representarse mediante un modelo lógico), los escritos sobre lingüística de Noam Chomsky (su trabajo cuestionó seriamente el reduccionismo implícito en la visión conductista sostenida por Skinner en el comportamiento verbal), los avances en lógica matemática basados en la propuesta inicial de A. Turing (véase página 27), y los desarrollos en cibernética de Norbert Wiener. Este último recogió los progresos en la comprensión del sistema nervioso humano, la computadora electrónica y el funcionamiento de otras máquinas y así estableció paralelismos entre el funcionamiento del organismo vivo y el de las nuevas máquinas de la comunicación. Dentro del ámbito de la psicología, en el año 1960 se crea en Harvard el Centro para Estudios Cognoscitivos bajo la dirección de los nombrados Jerome Bruner y George Miller. La idea fundante consistía en establecer un lugar donde pudiesen coparticipar científicos de distintas disciplinas interesados en la naturaleza del conocimiento. Bruner ya había publicado, en 1956, El estudio del pensamiento, obra que ha sido considerada como uno de los prolegómenos de lo que luego se llamaría “revolución cognoscitiva”. Por el nuevo Centro pasaron entre otros, Nelson Goodman, Noam Chomsky, Barbel Inhelder y Roman Jakobson. El espíritu de la época estaba marcando un nuevo rumbo en la investigación. Los científicos mencionados son sólo algunos notables representantes de este clima de transformación que tuvo lugar gracias a los avances conjuntos en diferentes disciplinas científicas. Es evidente que muchas de estas ideas y participantes estaban presentes en el contexto de reflexión batesoniano. Howard Gardner (1987) manifiesta que la Ciencia Cognoscitiva, con una fuerte apoyatura empírica, apuntó a responder antiguas cuestiones epistemológicas, especialmente aquéllas vinculadas con la naturaleza del conocimiento, sus elementos componentes, sus fuentes, evolución y difusión. Dentro de la Ciencia Cognoscitiva se incluyeron disciplinas como la antropología, la inteligencia artificial, la lingüística, la neurociencia, la filosofía y la psicología, que, compartiendo marcos epistemológicos, apuntaron a trabajar interdisciplinariamente. Como puede apreciarse de lo hasta aquí planteado, un giro significativo tuvo lugar dentro de la comunidad investigadora: se produjo un desplazamiento desde el paradigma conductista


de estímulo-respuesta, asociacionista y lineal, hacia una posición “cognitiva” o de “procesamiento de información”, en la que se enfatiza el papel de los procesos que median la entrada y salida de información. La psicología retornaba al estudio de la mente. Volveremos sobre este punto a lo largo de nuestra exposición. La palabra “cognoscitivo” es ambigua, y aunque puede denotar “funciones concientes, intelectuales”, no es éste el sentido principal en que la usan los científicos cognocitivos modernos (B. Baars, 1986). Genéricamente, el término es utilizado con el fin de delimitar un campo en la psicología humana caracterizado por la aplicación de la metáfora del procesamiento de información al funcionamiento humano. Es precisamente en este punto donde nos detendremos: ¿a qué se refiere la “metáfora computacional”, a partir de qué elementos surgió esta analogía, y qué consecuencias tuvo y tiene en el campo de la aplicación clínica en la psicología? La “metáfora computacional” hace referencia a la comparación entre el funcionamiento del cerebro humano y el de la computadora. Esta idea fue producto de los avances en el área de la inteligencia artificial y una consecuencia de las ideas implicadas en lo que hoy ya se considera un hito en la historia humana, la así llamada “máquina de Turing”, cuya intención era dar respuesta a la pregunta: “¿Las máquinas pueden pensar?” Juego de imitación, o prueba o “máquina“ de Turing Se juega entre tres personas un varón (A), una mujer (B) y un interrogador (C). Este último permanece en una habitación aparte de los otros. El objeto del juego para el interrogador consiste en determinar cuál de los otros dos es el varón y cual es la mujer. Los conoce por las etiquetas X y Y y al final del juego dice “X es varón e Y es mujer” o bien “X es mujer e Y es varón” . Al interrogador (C) se le permite hacerles preguntas a ambos del tipo “Me podría decir, X, cuál es la longitud de su cabello?” Ahora supóngase que X de hecho es A, entonces A debe responder. El objetivo de A dentro del juego es intentar que C haga la identificación incorrecta. Su respuesta podría ser, por lo tanto: “Mi cabello está en capas y las partes más largas son de cerca de 23 cm de largo. Para que los tonos de voz no ayuden al interrogador, las preguntas deben ser por escrito, o mejor aún, a máquina. Lo ideal es una teleimpresora que comunique las dos habitaciones. Ahora se hace la pregunta “—¿Qué sucedería si una máquina tomara la parte de A en este juego?” El interrogador decidiría de manera incorrecta con la misma frecuencia cuando el juego se realiza de esa manera que cuando se juega con un varón y una mujer? Estas preguntas reemplazan la original “—¿Las máquinas pueden pensar?”. ...Considero que en un tiempo de aproximadamente 50 años será posible programar computadoras, con una capacidad de almacenamiento de cerca de 10 x 9, para hacerles jugar tan bien el juego de imitación que, en promedio, el interrogador no tendrá más que el 70% de probabilidad de hacer la identificación correcta después de cinco minutos de preguntas... Cuando esto suceda, no existirá contradicción con la idea de máquinas pensantes (Turing, 1950).

El argumento dice que si pueden describirse con precisión los procesos de pensamiento o de conducta de un organismo, podría ser diseñada una computadora que funcionara en forma


idéntica a él. Siguiendo el silogismo, tal vez podría probarse en la computadora la viabilidad de algunas ideas sobre el modo de operar de un ser humano. Como señala Gardner, si es posible sostener que una máquina construida por el hombre razona, tiene metas, revisa y corrige su conducta, transforma información, etc., los seres humanos merecen ser caracterizados de la misma manera. Como veremos con mayor detalle, esto tiene una importancia fundamental para apoyar y sostener el modelo cognoscitivo emergente. Este cuestiona los postulados defendidos por el paradigma conductista, e introduce conceptos antes descartados por “mentalistas”. La analogía entre el funcionamiento de la computadora y el del cerebro humano orientó esta nueva visión científica del hombre. Como podemos ver, los desarrollos asociados con la teoría de la computación llevaron a algunos psicólogos y neurofisiólogos a ver al sistema nervioso (SN) como una especie de procesador de información (B. Baars, 1986). En este sentido, los antes mencionados estudios de McCulloch y Pitts fueron muy esclarecedores sosteniendo dicha analogía al establecer que las operaciones de una célula nerviosa y sus conexiones con otras podían ser representadas mediante un modelo lógico: (...) los nervios eran equiparables a enunciados lógicos, y su propiedad de ser activados o no activados –“todo o nada”– era comparable a las operaciones de cálculo proposicional, donde un enunciado es o bien verdadero, o bien falso. Según este modelo, la neurona era activada, y a su vez activaba a otra neurona, del mismo modo que un elemento o proposición de una secuencia lógica puede implicar alguna otra proposición.(...) Era verosímil una analogía entre las neuronas y la lógica en términos de electricidad, vale decir, con referencia a señales que pueden pasar o no a través de un circuito (H. Gardner, 1987).

Así, McCulloch y Pitts entendieron que había una “máquina” –el cerebro humano– cuyas operaciones podían ser concebidas por semejanza con los principios de la lógica: aquella era mutatis mutandi una poderosa computadora. Por supuesto, nadie sostuvo ni sostiene seriamente que los seres humanos se asemejen a las computadoras digitales. Sin embargo, el sistema nervioso tiene que solucionar muchos problemas similares a los que deben ser resueltos por las computadoras. La teoría computacional especifica principios matemáticos aplicables a una clase infinita de aparatos simbólicos. Los SN se encuentran especialmente adaptados para representar y transformar simbólicamente el mundo del organismo. Esto nos lleva a la idea de que los principios abstractos de la manipulación de símbolos también pueden aplicarse a él. Otro aspecto importante del funcionamiento del SN que debemos considerar aquí es que cuando procesa datos no es sensible a la energía física como tal, sino sólo a la información. Esto redunda en entender diferentes eventos físicos como iguales mientras sean simbólicamente (algorítmicamente) isomórficos. ¿Qué se quiere decir con que “el SN es sólo sensible a la información”? En primera instancia, se dice que un mensaje aporta información cuando permite al receptor de la señal hacer una elección entre un conjunto de alternativas.


En el caso del funcionamiento neuronal, el hecho de que una neurona sea “sensible a la información” se observa en cómo ésta responde. Si una neurona es estimulada por determinado pulso eléctrico, se adaptará a dicha frecuencia de estimulación y pronto dejará de responder al estímulo ingresante si éste es repetitivo en términos informativos, es decir, si es redundante. La falta de respuesta de la neurona no se debe a fatiga –como se creyó en algún momento– sino más bien a que el estímulo no transmite nueva información. Esto se demuestra claramente: si esta neurona es estimulada con una frecuencia eléctrica diferente, responderá nuevamente. Vemos entonces que el SN, lejos de ser un conjunto pasivo de conexiones entre estímulos y respuestas (tal como fue concebido por el modelo asociacionista postulado por el conductismo), se nos aparece como un enorme mecanismo, altamente sofisticado, activo, inteligente y flexible. Las funciones cognocitivas son, en sentido amplio, sinónimo de procesamiento de información. Este procesamiento puede ser tanto conciente como no conciente. Esto último quiere decir que puede tener lugar a nivel tácito; de hecho, la gran mayoría del procesamiento de información en el SN no es conciente. ¿Cómo influyeron estas nuevas conceptualizaciones en el ámbito de la Psicología? En primer lugar, como expresamos sucintamente al definir lo que se entiende por “psicología cognoscitiva”, el énfasis se amplía desde la conducta observable (paradigma conductista) a la inferencia de los procesos que median entre la entrada y la salida de información. Estos procesos mediadores, para los conductistas, caían dentro del ámbito de la “caja negra”. No eran directamente observables, ni medibles. Difícilmente podían realizarse experimentos que dieran cuenta de éstos de manera repetible y verificable. Por este motivo, nadaban fuera de los límites de lo que se consideraba científicamente válido. Asimismo, una fuerte “ideología” ambientalista restaba importancia –cuando no descartaba totalmente– la posibilidad de considerar a la persona como teniendo un papel activo en su relación con el entorno. El sujeto era considerado como simple receptor de sensaciones, al compás de la herencia de la visión empirista. Como definiera J. Bruner (1983) en su autobiografía: (...) el mundo de la corriente central de la psicología... estaba dominado por el sensacionismo, el empirismo, el objetivismo y el fisicalismo. [...] la explicación en psicología debía ser, en última instancia, física y biológica... [...] lo opuesto era el mentalismo, que afirma la eficacia causal de la mente misma. En el mapa anglosajón estaba marcado con rojo: ‘Cuidado’...

Decíamos entonces: el interés de los psicólogos cognitivos está puesto en los “procesos mediadores”. Nos referiremos a ello con más detalle. B. Baars (1986), desde una perspectiva similar, define como dominio de una psicología científica la observación de la conducta para realizar inferencias sobre factores subyacentes que permiten explicarla. Esto es algo con lo que todos estamos familiarizados desde la visión cotidiana del sentido común; para comprender o darle un sentido a la conducta de alguien buscamos una intención,


un motivo, un propósito, un deseo, etc., que dé cuenta de su accionar, que lo explique: “hizo esto porque....”, “seguramente su intención fue/no fue....”, “tal vez quería demostrar...”. Es a esto a lo que se hace referencia cuando se habla de “procesos mediadores”. Desde la perspectiva cognitiva, pues, el objetivo de la psicología es generar teorías acerca de constructos inobservables, tales como “propósitos”, “ideas”, “imágenes”, “representación”, “significación”, etc., que puedan resumir, predecir y explicar los datos de la experiencia. Plantear esto de esta manera, y utilizando estos conceptos, hubiera sido imposible durante la hegemonía conductista. Para comprender de manera cabal lo que significa esto, veamos lo que dice al respecto alguien que trabajó en aquel contexto. Manifiesta George Miller (citado por J. Bruner en 1985): (...) Pero aún nuestra limitada victoria fue importante, pues sirvió para levantar la prohibición psicológica, de 30 años, a la terminología mentalista. Ha crecido ahora una nueva generación de psicólogos que sin temor a ser mal vistos manejan conceptos mentalistas como los de cognición, atención, las imágenes, memoria, intuición, expectación, planeación, intención, voluntad, etc., todo lo cual había sido prohibido por los conductistas como anticientífico...

Que los psicólogos cognoscitivos se centren en los procesos mediadores implica que se interesan por las representaciones que los organismos pueden tener de sí mismos y del mundo 1

y, obviamente, también por las transformaciones que estas representaciones sufren. En síntesis, la metateoría cognoscitiva plantea que la psicología estudia la conducta para inferir constructos explicativos no observables, tales como “memoria”, “atención” y “significado”. Por lo que ya no se piensa como condición sine qua non que los constructos teóricos semejen estímulos y respuestas visibles. La psicología cognoscitiva parte del supuesto de que nuestra manera de comportarnos depende del modo en que interpretamos el mundo. Este modo en que las personas atribuyen significado a las situaciones, a las cosas, o a los demás, se particulariza en cada individuo y da cuenta de su estilo de sesgar la realidad. Desde la perspectiva cognitiva –así como también desde otras teorías– esta particular e idiosincrática manera de significar el mundo se denominó estilo cognitivo. Estilo ... entre otras acepciones, hace referencia a “modo, manera... uso, práctica, costumbre... manera de expresar el pensamiento por medio de la palabra escrita o hablada, por lo que respecta a la elección de giros, que dan al lenguaje carácter de gravedad o de llaneza o lo hacen adecuado para ciertos fines..., manera de hablar o de escribir característica de una persona...,

carácter propio que da a sus obras el artista... (J. Casares, 1992).

Lo que se expresa con el término “estilo cognitivo” son los aspectos característicos, personales, con los que se atribuye significado a la propia experiencia.

Crear un puente entre la ciencia, la filosofía y los datos de la conducta


Cuando en 1939 estalló la Segunda Guerra Mundial, el camino más prometedor para las ciencias de la conducta provenía de los marcos de pensamiento previos a la revolución cognoscitiva, a los que se habían agregado los conocimientos de la antropología cultural y de la lingüística (M. Mead, 1953; Boas, 1911; E. Sapir, 1927, 1929, 1933, 1949). En el ambiente científico norteamericano, dentro del cual Bateson pasó a desempeñarse como investigador, primero en el campo de la psiquiatría junto a Jürgen Ruesch (J. Ruesch; G. Bateson, 1951), y desde 1949 hasta 1962 en el Hospital de Veteranos de Palo Alto; la psicología clínica comenzaba a apartarse del estudio exclusivo del paciente individual, bajo la influencia de un científico social como el ya nombrado Kurt Lewin (K. Lewin, 1935), y de un clínico como Sullivan (H. S. Sullivan, 1947). En un texto cuyo acceso debemos a la presentación en lengua francesa de la “nueva teoría de la comunicación” (Y. Winkin, 1981), Bateson relata así el momento científico e ideológico posterior a la guerra: Después de ese período de confusión, salieron a la luz del día una serie de enfoques a la vez nuevos e importantes que se desarrollaron de manera más o menos independiente en lugares diferentes. Sin embargo, la posibilidad de una pertinencia para las ciencias del comportamiento de los trabajos de George Boole, Whitehead y Russell seguía inexplorada. Todos esos pasos hacia adelante un poco dispersos se precipitaron con el desarrollo de la ingeniería electrónica durante la guerra. Una lista parcial de nombres y lugares correspondientes a los principales avances dará una idea de lo que se produjo. Rosemblueth en Cambridge y México, Wiener y Bigelow en el Massachussets Institute of Technology, estaban poniendo los cimientos de lo que llamarían la cibernética, generalizando en los dominios de la biología y la organización social lo que los ingenieros y los matemáticos habían aprendido sobre los mecanismos autocorrectores. En Princeton, Von Neumann y Morgenstern ponían las bases de la Teoría de los Juegos. En Inglaterra, Craik escribía en Cambridge poco antes de morir prematuramente, The nature of Explanation, que planteaba toda la cuestión de la manera en que son codificados los mensajes en un sistema nervioso central reticulado. Attenave, Stroud y otros en Standford leyeron la obrita de Craik y hallaron en ella la inspiración para un nuevo enfoque de la percepción y de la acción de adaptación. (Se refiere 2

aquí a la noción de interacción como red social). En Viena, Bertalanffy construyó las bases de la teoría de los sistemas, poniendo especialmente el acento en los sistemas (como por ejemplo los organismos) que disponen de una fuente continua de energía extraída del medio ambiente. Shannon y otros que trabajaban en los laboratorios de la compañía Bell Telephone elaboraron la estructura de lo que hoy se denomina la teoría de la información. Ashby, en Glóucester (Inglaterra), concibió nuevos modelos destinados a las teorías del aprendizaje y de la evolución del cerebro. Podrían citarse otros nombres como los de MacCulloch y Pitts, Lorente de No, Rashevsky, Timbergen, Lorenz, por su contribución a esta orientación general.

Bateson entendía que estos conocimientos serían un aporte fundamental para las ciencias del comportamiento, frente a la hasta ese entonces tajante división entre las ciencias “duras” y las de la conducta, escisión relacionada con las dificultades que planteaba la aplicación a estas últimas de un modo de pensar orientado, por lo menos desde hacía doscientos años, por una


preocupación puesta en la materia (sustancia), en las cadenas causales, en nociones como “fuerza”, “impacto” o “energía”, y en una matemática newtoniana preponderantemente cuantitativa, encaminada hacia la medición de cantidades. Creemos que, si por algún motivo Bateson puede ser llamado un precursor, es por la idea de que todo ese conocimiento “fundamental” debía ser revisado hasta encontrar en él los elementos que permitieran salir a las ciencias humanísticas de lo que él llamaba “jungla de hipótesis sustentadas sólo a medias ya existentes”; y por proponer como necesidad indispensable “crear el puente” entre esos elementos fundamentales de la ciencia y la filosofía, y los datos de la conducta (G. Bateson, 1972, 22). Bateson denominaba “nuevos elementos fundamentales”, a los conocimientos vinculados con la problemática del orden y de las pautas de relación. Citando las primeras líneas del Génesis comentará que lo más notorio es que se desestima en él el problema del origen y naturaleza de la materia y sin embargo se trata en detalle el origen del orden separando dos tipos de problemas, los de la materia y los del orden. Separación que aun persiste en la ciencia moderna en la forma de una separación entre leyes de conservación de la materia y la energía y leyes del orden, entropía e información. Dios es presentado en el texto como una entidad percipiente, entidad cuya complejidad le permite crear un pasaje del azar y del caos a la regla y el orden. Hoy diríamos entidad generadora de entropía negativa y por lo tanto productora de información. Entidad por otra parte capaz de crear un orden puesto que el orden es un asunto de división y selección, es decir un problema de clasificación para el cual se requiere un órgano capaz de concebir distinciones. (G. Bateson, 1972)

Las nuevas disciplinas que englobaron estos conocimientos, y a las que adhirió desde sus inicios –la Teoría General de los Sistemas y la Cibernética– fueron casi gemelas por nacimiento; ambas eran tributarias de la Teoría de la Información y, asimismo, las tres admiten ser consideradas modelos abstractos aptos para la descripción de realidades diferentes. Lo que muchos investigadores pronto comprendieron fue que los supuestos metodológicos de estas teorías, fundados en un saber de neto perfil formal-abstracto, estaban orientados no tanto a asentar ciertos axiomas y efectuar a partir de ellos deducciones, sino más bien a 3

proponer la existencia de ciertas “estructuras-madres” a las cuales no se llega arbitrariamente, sino por medio del estudio sistemático de los isomorfismos en distintos órdenes de la realidad. Hubo desde el inicio, y aún subsiste en este pensamiento, el presupuesto de cierto isomorfismo entre el pensamiento filosófico y las matemáticas. Esto le dio cierto rasgo contrario al neopositivismo vigente y –asimilando estas estructuras-madres a los paradigmas 4

platónicos, de raíz pitagórica– le otorgó un matiz idealista en el sentido clásico. Pensadores de la conducta humana –como Bateson o Lévi-Strauss– que adoptaron este camino, debieron aceptar la realidad de que estas nociones implicaran, como toda formalización lógico-matemática, una atemporalidad aparentemente contradictoria con la 5

necesaria comprensión dialéctica de los procesos humanos. El costo de abandonar la historia les permitiría, sin embargo, acceder a la operatividad de nociones como “historia natural”,


“trayectoria”, “transformación” y “autorregulación”, todas ellas implícitas en la noción de estructura, a la vez que atrapadas dentro de sus límites. Cuando estos pensadores comenzaron a producir, el predominio de la computadora como modelo de máquina, se imponía con un presente deslumbrador y un futuro casi ilimitado. Siguiendo nuestro supuesto de una asociación histórica entre los conceptos de mente y de máquina vigentes en cada época (véase más adelante Mente y máquinas), debemos recordar que es en la computación donde las matemáticas, los números y las operaciones aritméticas toman su máximo carácter lógico-simbólico y afirman como nunca su existencia en el mundo real, por fuera del proceso mental subjetivo, pasando este último a formar parte del sistema programador-programa-máquina. Es así posible pensar, al observar los desarrollos actuales de la psicología –y sobre todo la importancia y desarrollo de la psicología cognoscitiva– que casi ningún pensador de nuestro tiempo puede escapar a lo que, hace ya más de sesenta años, vaticinaba Lewis Mumford (1934, 51): Las máquinas, y sólo ellas, satisfacen completamente los requerimientos del nuevo método científico y también del nuevo punto de vista científico: satisfacen la definición de “realidad” de manera mucho más perfecta que los organismos vivos. Y una vez que se estableció la imagen mecánica del mundo, las máquinas medraron, se multiplicaron y dominaron la existencia.

NOTAS

1. Aclaremos un poco la noción de “representación” tal como se entiende en este marco. “Representación” es una idea de sentido común. Como plantea Baars, palabras tales como “pensamiento”, “plan”, “sentimiento”, “conocimiento” expresan la idea de que de alguna manera podemos moldear el mundo en nuestras mentes y discursos. Si bien desde el punto de vista filosófico, y desde una postura conductista o desde el positivismo lógico, la noción de “representación” y la de que podemos representar cosas del mundo en “nuestra cabeza” es problemática, la existencia de la computadora provee una prueba práctica y concreta de que esta noción de representación es todavía viable. Dentro del cognitivismo, entre quienes aceptan un nivel de representación hay, de todos modos, debates. Sin embargo, todos los científicos cognitivistas aceptan como una verdad evidente que los procesos mentales están representados en el sistema nervioso central. (H. Gardner, 1987). 2. Una red social es entendida como una estructura formada por personas que definen un sistema comunicacional que intercambia información (nota del A.). 3. Este término lo propusieron los Bourbaki para las matemáticas hacia 1936. 4. La cibernética es una teoría matemática general de los procesos y sistemas elaboradores de información; se ocupa, además, de su materialización en procesos y sistemas de procesamiento físicos, biológicos o psicológicos, incluyendo la modificación técnica de estos procesos; es la ciencia de los mensajes. Si la filosofía se pregunta acerca de cómo es posible el conocimiento, la cibernética se pregunta acerca de cómo objetivar el proceso de este conocimiento en algoritmos que relacionen datos y resultados. 5. Diríase que el costo de abandonar la historia y lo social (en un sentido hegeliano-marxista), y por ende la noción de utopía, aproxima a Bateson a cierto pesimismo posmoderno. “Sostenía que el concepto de la relación cuerpo-mente en la cultura occidental desde Descartes en adelante era tan equivocado, que cualquier civilización erigida sobre esa base era intrínsecamente inestable y tendía a la autodestrucción. (....) las conexiones internas eran tan profundamente erróneas que el sistema resultaba inútil” (M. C. Bateson, 1984, 1989, 83) [el destacado es nuestro].


4. La cuestión de la mente y el nuevo paradigma de la ciencia El supuesto especialista en ciencias del comportamiento, que lo ignora todo de la estructura fundamental de la ciencia y de tres mil años de reflexión filosófica y humanística sobre el hombre –que no puede definir, por ejemplo, ni qué es la entropía ni qué es un sacramento–, haría mejor permaneciendo callado, en lugar de añadir su contribución a la jungla actual de hipótesis vacías. Gregory Bateson

Cuando alguien se inicia en la obra de Bateson, en principio es esperable que ésta se le presente como demasiado especulativa y difícil de seguir; el lector encuentra un pensamiento que continuamente se desplaza de un nivel de complejidad a otro, de un tema hacia otro tema. Después de conectarse más intensamente con ella le es posible entender que, así como ciertos modelos (por ejemplo el que explica la combustión) sirven para describir tanto lo que ocurre en un fósforo cuanto lo concerniente al incendio de un bosque, de un modo similar Bateson relaciona realidades de complejidad, materialidad y regiones diversas. De alguna manera, a quienes tienen intereses específicos –como las prácticas clínicas– esto puede llevarlos a pensar que aquello que sirve para describir una realidad restringida –como la de un consultorio clínico, por ejemplo– podría encerrar y completar las premisas que también hacen posible describir y comprender la amplitud de la vida como totalidad. Y que lo inverso también es viable y tal vez inevitable de tener en cuenta. Tal exigencia parece convocar el concepto de mente de Gregory Bateson, y de allí creemos que puede buscarse un aporte a: -una mayor confluencia conceptual y consolidación teórica de la psicología como conocimiento; -cierta optimización de recursos de la psicología clínica como práctica; -facilitar las relaciones entre la psicología clínica y otros marcos de referencia y prácticas sociales.


Mentes y máquinas Gran parte de las discusiones en el ámbito de la psicología han sido –y en muchos casos aún hoy lo son– controversias filosóficas disfrazadas. Atravesadas casi todas ellas por intereses sociales, políticos y tecnológicos. El recorrido histórico-epistémico que presentamos en el capítulo III sugiere que en la cuestión de la mente como objeto de la psicología se convoca cierta disparidad epistemológica en lo que atañe a los fundamentos, los límites y la validez del conocimiento. Esta discusión, si bien pertenece al ámbito doctrinal y propio de la filosofía, alcanzó también a otras ciencias más antiguas que la psicología, como la física, la química o la biología (Von Heisemberg, 1958; Prigogine, 1972; Maturana, 1980). Una idea se nos impuso tras andar los caminos históricos y epistemológicos del concepto de mente; podría enunciarse más o menos así: el discurso de la psicología estableció a través del tiempo una relación vicaria y metafórica con el modelo de máquina más moderno y exitoso de cada época. Cada uno de estos modelos remite a nociones –poco estudiadas por la ciencia hasta tiempos relativamente recientes– de máquinas como mecanismos o sistemas. Estos modelos de máquina admitieron inicialmente dos versiones –por supuesto herencia de la paradigmática física. La primera se desarrolló en torno a la mecánica clásica, que estudia el comportamiento de sistemas, entendidos como conjuntos de elementos que interactúan y son capaces de generar acciones a distancia entre sí por medio de varillas, engranajes, resortes, etc. En estas máquinas está el origen del llamado sistema dinámico –de propiedades fuertemente deterministas– derivado de la mecánica de Newton y Laplace. En versiones más modernas, y fruto de reelaboraciones posteriores, los modelos se fueron adaptando a nuevos descubrimientos como el del electromagnetismo, la electricidad, la teoría de los circuitos y finalmente –pero ya con implicancias muy distintas– a lo que culminaría en la máquina cibernética. Denomino ‘magnetismo animal’ (magnetismo de los cuerpos vivos) a la propiedad de un cuerpo vivo que lo hace susceptible a la influencia de los cuerpos celestes y a la acción recíproca de cuantos lo rodean –manifiesto en su analogía con los imanes–. Esta acción puede tener lugar a una distancia considerable y sin la ayuda de ningún cuerpo intermedio (...) el imán y la electricidad artificial tienen, en relación con las enfermedades, propiedades en común con algunos otros agentes que la naturaleza nos proporciona; si se ha obtenido resultados positivos con su aplicación, eso se debe sin duda al magnetismo de los seres vivos (...) este principio puede curar inmediatamente las enfermedades nerviosas y aliviar otras. (Franz Anton Mesmer, 1779, F. Podmore, 1963).

La segunda versión de mecanismo o sistema se relaciona con la termodinámica, en la cual ya no se prioriza la consideración de las partes, sino la de las magnitudes que se refieren a la totalidad (por ejemplo: volumen, presión, temperatura). La termodinámica es una rama de la física que se ocupa de las relaciones entre la energía térmica (calor) y mecánica (trabajo) y las leyes generales de los fenómenos que impliquen


intercambios o transformaciones térmicas. La llamada primera Ley se refiere a la conservación de la energía y a su quantum, que permanece constante más allá de sus transformaciones. La segunda Ley incorporó la noción de entropía; ésta se refiere a que la cantidad de energía, aunque permanezca constante, se degrada cualitativamente en forma continua hasta que ya no produce ningún efecto de transformación. Dicho de otro modo, las diferencias capaces de producir efectos dejan de existir y el estado de equilibrio térmico deja de producir efectos. Lo que aquí nos interesa es que la segunda Ley incorpora no sólo el concepto de cualidad sino también el de orden y organización, que obligan a pensar en términos relacionales. Debemos recordar –por otra parte– que en 1894 Boltzmann había establecido la relación entre la entropía y la información, en la cual la entropía se refería a “la medida de nuestra ignorancia” o, si se quiere, de nuestra incertidumbre respecto al universo de lo posible. La información, en cambio, “medía” el grado de organización (no ignorancia = conocimiento) que el observador es capaz de incorporar. Orden y desorden, entropía y negentropía, son medidas “humanas” que miden la “probabilidad” de un suceso para un observador que no puede predecir todas las posibilidades. El mundo de la segunda Ley se perfila así muy distinto del mundo newtoniano: aquél era un mundo atemporal, predecible, reversible y exacto; el mundo de la segunda Ley, en cambio, señala la relación hombre-mundo como teñida por los límites de la sabiduría humana. La relación entropía-información estuvo perdida en la historia hasta la llegada de las teorías de la Información y de la Cibernética, casi un siglo después. Igual que la cantidad de información en un sistema es una medida de su grado de organización, la entropía de un sistema es una medida de su grado de desorganización: la una es simplemente el negativo de la otra (N. Wiener, 1948).

Bateson conservó esta idea de la información -de hecho la definía como “la capacidad de una diferencia de generar otra diferencia”. Este efecto en la primera cibernética cumple la función de control de la tendencia general de los mecanismos hacia la desorganización mediante un cambio temporal y local de la dirección natural de la entropía: es la función correctora (termostática) del mecanismo de realimentación negativa, feed back que mantiene un sistema dentro de sus parámetros estables. La primera cibernética definió de este modo los términos de la estabilidad de los sistemas en general. Se necesitó llegar a los ’60 para que Magoroh Maruyama, aplicando una idea de Turing, aportara la noción de cambio: es decir que un sistema puede cambiar su estructura básica y mutar de tal manera que la nueva forma a la que accede (morfogénesis) se demuestre más capaz para adaptarse a un ambiente eventualmente modificado. Se inauguraba así la cibernética del cambio. Otro salto, verdaderamente cualitativo, ocurrió cuando a la actividad misma del conocimiento, al sistema conocedor-conocido, se le aplicaron estas premisas. Desplegando ideas presentes en la obra de Bateson, pensadores como P. Watzlawick, E. Von Glasersfeld, H. Von Foerster, H. Maturana y F. Varela comenzaron a entender que la construcción mutua de lo real –como proceso bio-psico-social que resulta en un acuerdo intersubjetivo– puede ser más importante para el hombre y las cuestiones humanas que la pregunta acerca de la realidad en tanto construcción objetiva.


La consecuencia fue lo que se llamó constructivismo y la formulación de lo que se dio en llamar la pregunta básica de la llamada cibernética de segundo orden: ¿Cómo opera lo que la cibernética propone, sobre el proceso mismo de construcción del conocimiento; sobre la relación entre el observador y lo observado como un proceso constructivo? A medida que avancemos en el texto el lector irá perfilando cómo estas ideas se superpusieron sistemáticamente y cómo funcionaron como “plantilla modeladora” de la noción misma de proceso mental y del entendimiento de las formas de organización psicosocial de la conducta. No estaban demasiado lejanos a estos desarrollos en la epistemología, la física y la cibernética teorías psicológicas como las de Jean Piaget y George A. Kelly, que trasladaron la atención hacia un modelo de máquina próximo al de una “bio-lógica” cerebro-mental caracterizada por cierto carácter proactivo, para el cual la experiencia humana, el conocimiento y los procesos adaptativos suponen una participación activa tanto individual como colectiva. Este carácter proactivo se refiere a considerar operaciones cognitivas que tienen por finalidad crear sistemas de significado que tienen una función anticipatoria de situaciones aún no ocurridas salvo en la mente subjetiva e individual. Si bien el tema ha sido un poco relegado en los últimos años, no debiera restarse importancia al papel que sistemas de ideas más amplios como las ideologías o –en un lenguaje más sociológicamente puro– los sistemas de creencias que organizan la acción de minorías o mayorías sociales tienen en la organización de la conciencia individual y colectiva. Las circunstancias sociales que llevaron al fracaso del “socialismo real” no necesariamente han hecho mella en las brillantes ideas de pensadores como Bajtín y Vigotsky. La significación de un enunciado concreto es aún más compleja, ya que además de sentido y significado, el signo posee una orientación valorativa. El juicio de valor incorporado al signo es de carácter social: la esfera valorativa de un grupo social particular es la totalidad de lo que reviste importancia y significado para ese grupo. Y dicha valoración incide en el proceso generativo de la significación (A. Silvestri, y G. Blanck, 1993).

El constructivismo incluyó también entre sus premisas la idea de que el mundo humano se organiza mediante una diferenciación de procesos centrales o nucleares y otros de carácter más periférico o superficial. Esta diferenciación supone una jerarquía de los primeros sobre los segundos y un entendimiento de la “caja negra” como un sistema diferenciado, con niveles jerárquicos y especializaciones; el cerebro y su rica biología empieza a ser tomado en cuenta con la riqueza de los descubrimientos que lo abrían al conocimiento desde los ’60 (Bunge, 1980). Una tercera idea, no menos trascendente, es la de autoorganización: los sistemas humanos se organizan a sí mismos cuidando su integridad, mediante un proceso que Bateson definía como estocástico (de diferenciación y creación de estructuras mediante un procedimiento de ensayo y error, en el cual lo ya constituido interactúa con el entorno azaroso y novedoso seleccionando las variantes autoprotectoras y preservadoras).


Sin extendernos demasiado, resulta obvia en estas ideas la presencia de un pensamiento en el cual se mezclan las nuevas hipótesis sobre arquitecturas de sistemas y redes neurales con las de los diseños virtuales de los circuitos de los modernos súper ordenadores. Por último, desde los ’70 confluyeron dos temas que afectaron el pensamiento de los epistemólogos, los psicólogos y los terapeutas: la cuestión del proceso mental como “procesamiento de información” y la de proceso mental como construcción de significado. Tanto uno como otro -niveles de descripción de por sí diferentes- se volvieron un poco más confusos, difíciles y exigentes en la medida en que la computación fue adoptada por la psicología cognoscitiva como metáfora dominante de lo mental y la computabilidad se convirtió en el criterio “imprescindible” para medir la calidad de su teorización. La psicología cognoscitiva “dura” computacional creó modelos que ayudaron en mucho a “abrir” la caja negra, pero sus aplicaciones a la vida cotidiana o al trabajo clínico son aún una expectativa incumplida. En este punto, si de algo sirvió y aún sirve como referencia una visión como la batesoniana, en la cual la conducta y la mente son vistas como un área de confluencia entre la lingüística, la antropología, la filosofía, el derecho –es decir, las Humanidades con los saberes clásicos de las Ciencias Exactas y Naturales–, fue justamente en la medida que permitió y permite entender la noción de procesamiento de información como comunicación. La realidad existe, las construcciones del lenguaje la “inventan” en conjuntos de “realidades” más o menos adecuadas y en relación de interpretación con ella. La comunicación por un lado es capaz de construir significados mediante un lenguaje humano caracterizado por la vaguedad, las metáforas, la polisemia de sus signos y el predominio de lo connotativo sobre lo denotativo. Por otro lado, ¿qué es la comunicación humana sino su efecto? En un texto ya clásico, Paul Watzlawick (1978) señala que se puede quitar a un niño las verrugas mediante el recurso de “comprárselas”. Se le da al niño una moneda por la verruga y luego se le dice que ya es de la persona que la ha comprado, hacia quien la verruga se irá pronto. Este es uno más de los “tratamientos” mágico-religiosos que desde tiempos remotos se ha usado para suprimir las verrugas. Dice el autor: retengamos esto: sobre la base de una interacción simbólica absolutamente absurda, se produce un resultado totalmente concreto. Se contraen los vasos sanguíneos que irrigan esta excrecencia de origen viral y en definitiva se reseca el tejido, como consecuencia de una insuficiencia de oxígeno.

La “interacción simbólica”, absurda o no, es una construcción de significado, una atribución, una interpretación, algo que pertenece al mundo lingüístico de la connotación. El “tejido que se reseca” y la verruga que desaparece pertenecen a un mundo construido pero más “común” y convencional, más relacionado con la percepción sensorial: es el mundo lingüístico de la denotación, la referencia al objeto, si la verruga “está o no está”.


Más allá de que el mundo de la percepción puede ser fácilmente igualado al de la interpretación (las innumerables ilusiones perceptuales lo demuestran) tanto en la vida cotidiana como en la terapia, necesitamos que estos mundos sean distintos. La vida sería invivible en un mundo de ilusiones perceptuales. Y aun si todo fuera una ilusión, el proceso mental necesitaría diferenciar entre realidad y “realidad”. Por otro lado, para el conocimiento de la mente necesitamos estudiar el efecto pragmático de una sobre otra y para cambiar el mundo, éste debe “existir”. Este parece el único pasaje posible de la incertidumbre a la certidumbre, de la complejidad y la ignorancia al conocimiento (debemos reconocer en este punto, que está implícita una concepción política acerca del cambio como praxis sobre la naturaleza y lo social, que obviamente compartimos). Acerca de cómo el pensamiento, el diálogo y las narraciones que somos capaces de construir afectan nuestras vidas y el mundo nos parece útil reflexionar sobre este pasaje fuertemente constructivista de Schafer, que aúna poder de síntesis y una singular belleza (el destacado es nuestro): Estamos siempre contando historias sobre nosotros mismos. Cuando contamos esas historias a los demás, puede decirse a casi todos los efectos, que estamos haciendo simples acciones narrativas. Sin embargo, al decir que también nos contamos las historias a nosotros mismos, encerramos una historia dentro de otra. Esta es la historia de que hay un yo al que se le puede contar algo, un otro que actúa de audiencia y que es uno mismo o el yo de uno. Cuando las historias que contamos a los demás sobre nosotros mismos versan sobre esos otros yoes nuestros; por ejemplo cuando decimos ‘no soy dueño de mí mismo’, de nuevo encerramos una historia dentro de otra. Desde este punto de vista, el yo es un cuento. De un momento a otro y de una persona a otra este cuento varía en el grado en que resulta unificado, estable y aceptable como fiable y válido a observadores informados ( W. J. T. Mitchell, 1981).

...las narraciones que somos capaces de construir afectan nuestras vidas... Heme aquí caminando por la ribera de Filadelfia, algo triste quizá y distraído en mi pensamiento, cuando de repente me doy cuenta de que una brújula me mira. Está acostada en la vidriera de un almacén naval.(...) Me aproximo. La brújula mide unos veinte centímetros de diámetro y está suspendida sobre un cardán de bronce bruñido. Es muy hermosa, pero yo no la necesito... La observo algunos instantes y sigo caminando. Al día siguiente, paso por casualidad frente al mismo almacén y creo que debo comprar algo: un bichero de segunda mano o tal vez un puñado de estopa. Vuelvo a mirar la brújula. Dos días más tarde la compro. La llevo a mi hotel y la coloco sobre la mesa de noche. Me será muy útil, me digo a mí mismo, para averiguar la dirección Norte cuando me levante, y si me convierto en mahometano me permitirá orientar mi tapiz ritual hacia la Meca. Así, la brújula permanece fielmente junto a mi cama. Es mi última visión cuando me acuesto y la primera al despertarme, alrededor de ella comienza a tejer una trama mi imaginación... Pero pasa mucho tiempo antes de que yo admita que la razón que me llevó a adquirirla fue porque yo pensaba hacer construir un barco... (E. Uriburu, 1953).

La complejidad


Algo bastante aceptado en la comunidad científica, y que ya no constituiría un supuesto sino una evidencia, es la vasta transformación operada en la ciencia de este siglo y el carácter revolucionario aportado por la perspectiva de una ciencia de la complejidad, orientada hacia lo que Whitehead llamaría una “complejidad organizada”. Esta visión puso de entrada límites a los enfoques encuadrados dentro de la física clásica, comenzando a buscar respuestas en la dirección de modelos de unidad y totalidad orgánicas, como las estudiadas por la física cuántica o la biología, disciplinas actualmente más propensas 1

a las explicaciones teleológicas que a la mera clasificación. Con la idea de complejidad comenzó a diluirse la noción simple de objeto como unidad pasible de ser descompuesta en partes y aislada de su entorno. Si la actitud de la mecánica cuántica es correcta, en el sentido fuerte de que no es posible una descripción más completa que la que esta mecánica proporciona de la subestructura que subyace en la experiencia, entonces no hay ningún mundo físico substantivo, en el sentido habitual de la palabra. Esta no es una conclusión débil de que podría no haber un mundo físico sustantivo, sino que definitivamente no hay un mundo físico sustantivo. (Henry Pierce Stapp, en G. Zukav, 1979).

El objeto, ya no fue sólo un mero objeto, sino una forma de organización. Y cuando la organización estudiada era algo viviente, la idea de máquina debió transformarse, al evidenciarse más relevantes las relaciones funcionales –las interacciones de las partes– que las partes en sí mismas. Es interesante que la psicología, en una de sus ramas (como llamara Saussure a la Lingüística) encontrara a principios de siglo este problema, y una solución como veremos similares. Se empezó a necesitar, más que objetos o máquinas, un concepto nuevo y diferente, un concepto que hiciera evidente en cualquier descripción, al igual que en la lingüística, el predominio de las relaciones sobre las partes: ése fue el concepto de sistema. Esto diluyó también la posibilidad de separar el objeto observado del observador y sus premisas, que son su obvio “primer entorno”. Pero, ¿qué es la complejidad? ¿Es algo más que algo complicado? Un sistema es complejo cuando: Está compuesto por una gran cantidad de elementos variables cuyos valores además de cambiantes son aleatorios. Estos elementos están dotados de funciones especializadas. Las funciones especializadas y los elementos están organizados en niveles jerárquicos. Los elementos interactúan de manera no “lineal’, es decir definen un proceso en el cual un cambio en sus propiedades, estructura o interrelaciones causa por acumulación efectos cuantitativos crecientes y decrecientes de resultados impredecibles. El sistema define sucesos que son resultado de un gran número de circunstancias, sin que ninguna de ellas sea suficiente, es decir pueda producirlo independientemente de las otras. La complejidad implica un orden y una organización que nos es incierta o desconocida.


Es muy difícil definir una medida de la complejidad, es decir cuánto es más complejo un virus que otro, o que una entrevista clínica o un automóvil. Los expertos en computadoras, los actuales científicos que más se ocupan de esto, tienden a definir la complejidad por la cantidad de información necesaria para su representación, medida cuantitativamente en bits y bytes. El resultado de esta idea nos lleva a que la complejidad de un sistema es la cantidad de información y el tiempo de su procesamiento mediante un programa que permita su simulación por computación. Resulta obvio que simular por computadora una entrevista clínica, un virus o un automóvil requiere diferente cantidad de tiempo y de datos, y que aun los datos y el tiempo requeridos dependen en mucho de qué datos se trata y qué tiempo considera disponible el observador, o sea el “captum” del observador. Entender o describir cualquier suceso complejo en términos de crecimiento, fluctuaciones, regulaciones, construcciones, etc., presupone siempre la restricción perceptiva del observador, es decir la intermediación de modelos.

Los modelos Hemos visto que, cuando la ciencia ha llegado más lejos en su avance, ha resultado que el espíritu no extraía de la naturaleza más de lo que el propio espíritu había depositado en ella. Hemos hallado una sorprendente huella de pisadas en las riberas de lo desconocido. Hemos ensayado, una tras otra, profundas teorías para explicar el origen de aquellas huellas. Finalmente hemos conseguido reconstruir el ser que las había producido. Y resulta que las huellas eran nuestras.

Esta cita de Eddington que von Heisenberg reproduce en su clásico Imagen de la Naturaleza en la Física Actual, sintetiza la paradoja entre, por un lado, la necesidad de los modelos, y por otro lado, los límites que éstos ponen al conocimiento humano. Ella refleja cómo, ante la complejidad, por una parte ya no resultaba posible pensar en una aproximación directa, como era imaginable la aproximación a un objeto en situación, es decir un evento. Por otra parte, concita la conciencia del pensador hacia cómo su participación en la “selección de lo relevante” pone en riesgo la realidad misma del evento. Aun con estos límites, ser concientes de la complejidad terminó imponiendo la noción de modelo como una necesidad. Por más evidente o intuitiva que resulte la comparación de la realidad empírica –en la que se entrecruzan innumerables series de eventos– con una red que conecte una gran cantidad de conceptos, ninguna descripción de un evento particular sería posible sin realizar previamente alguna selección de las partes de esa realidad que se consideren relevantes. Esa selección se hará, obviamente, mediante los conceptos que exhiban sólo aquellos factores que concluyen en ese evento en particular. De allí, es fácil concluir que, un mismo hecho, según qué se defina como “factores relevantes”, merecería explicaciones alternativas y varias de ellas podrían resultar igualmente adecuadas.


Múltiples versiones del mundo: alguien muere en un accidente automovilístico. Distintos observadores describen el evento mediante diversas causas y “organizan” sus visiones del mundo. El médico diagnostica la “hemorragia múltiple”, el abogado cree poder sostener la figura de negligencia culposa del conductor, el mecánico verifica el mal estado de los frenos, el ingeniero vial especula sobre el diseño antiguo de la curva, el jardinero detecta el pastizal que dificulta la visión, etc... lo relevante es lo que nuestro sentido común hace emerger de un contexto, nuestros mapas tienen los límites inmanentes a nuestras premisas. Entre la mente individual del pensador y el mundo complejo interviene e interfiere con sus ventajas y limitaciones el modelo: un sistema conceptual abstracto que de igual o parecida forma a ese mundo lo re-presenta o tal vez lo presenta por primera vez creando su experiencia subjetiva en la simbología del lenguaje. Algo de esto había sido ya intuido en el pasado, puesto que lo que llamamos la mente no consistió en otra cosa, a través de siglos de pensamiento, que en los modelos con los que se pretendió su misma representación o, en un lenguaje más moderno, su simulación. Hecho que, por otra parte, ha mantenido y mantiene lo mental hasta el presente en una condición de cosa 2

en sí kantianamente inaccesible.

El dominio de la razón pura ha encerrado al pensamiento. Kant unió la tesis de su fatigoso e incesante progreso hasta el infinito con la insistencia inflexible sobre su insuficiencia y eterna limitación. La respuesta que ha dado es el veredicto de un oráculo. No hay ser en el mundo que no pueda ser penetrado por la ciencia, pero aquello que puede ser penetrado por la ciencia no es el ser. De tal suerte, según Kant, el juicio filosófico mira a lo nuevo, pero no conoce nunca nada nuevo, puesto que repite siempre sólo aquello que la razón ha puesto ya en el objeto” ... después viene la cuenta: “el dominio universal sobre la naturaleza se retuerce contra el mismo sujeto pensante, del cual no queda más que ese mismo, eternamente igual “yo pienso” que debe poder acompañar todas mis representaciones. Sujeto y objeto se anulan entre sí” (Max Horkheimer; Theodor W. Adorno, 1944,1969).

Lo que aquí entendemos por simulación se refiere más específicamente a la simulación analógica: al uso de algunas propiedades de ciertos eventos para representar propiedades de otros, como por ejemplo el uso de analogías hidráulicas para representar los “flujos” económicos. También nos referimos al denominado gaming, técnica en la que participan actores humanos en situaciones reales o posibles con el objeto de estudiar tácticas y estrategias para resolver problemas y realizar predicciones –cuyo uso está muy difundido en el entrenamiento de conductas. La simulación se ha vuelto una costumbre según la cual “ver para creer” es una trampa. El mundo de los comerciales televisivos que invade la vida cotidiana de millones de personas muestra productos que no son fotogénicos y su verdadero retrato generaría más rechazo que adhesión. Ante esa situación los publicitarios van mucho más allá de la “cosmética”. “Cuanto más sencillo es el producto, más se impone el artificio” –dice el publicista independiente Alejandro Di Michele, asistente de producción de empresas de publicidad–; algunos de los artículos y materiales tienen “dobles” como algunos actores. Las cremas heladas no soportan el calor de los sets; así, los cucuruchos se llenan de puré coloreado, los alfajores son de madera y


la nafta verdadera nadie la compraría porque “sale vieja y amarillenta”, motivo por la cual es reemplazada por agua con un toque de anilina azul. Algo parecido está ocurriendo con la mente; en la historia de las ideas, las representaciones de lo mental jamás fueron tan sofisticadas como las actuales. Antiguamente, la mente fue descripta como “fuego”, algo “gaseoso”, o bien algo equivalente a un reloj o un molino, tal vez a un reflejo. Más modernamente las especulaciones la asimilaron a teorías ópticas, hidráulicas, biológicas e informáticas...; y se le atribuyó tanto un carácter sustantivo, de suceso o res; cuanto de propiedad o proceso. Lo descripto como “mental” reflejó, en el ámbito específico de lo psicológico, las características de visiones filosóficas que exacerbaron al máximo la dualidad entre sujeto y objeto, y entre lo natural y lo sobrenatural. “Lo mental” asimismo ocupó un espacio mediador e intersticial entre lo corporal y lo ambiental. En cuanto a la ubicación corporal, ésta circuló caprichosamente por diversos lugares de la anatomía (desde el estómago a la glándula pineal) cuando no recaía en ciertos espacios virtuales e inefables que el arte reflejaba como una aureola luminosa alrededor de la cabeza. Debemos recordar asimismo, que históricamente mucho de lo que hoy llamamos “mente” o “mental”, está relacionado a lo que el lenguaje clásico llamaba “alma”, u ocasionalmente “espíritu”. El alma, desde la antigüedad hasta nuestros días, es un concepto que revela una realidad quasi religiosa, reconocida como un “aliento” o principio de vida, que en el plano individual es inmortal, y se manifiesta con fuerzas y acciones; y que a pesar de lo dicho vaga alrededor de los vivos. En el pensamiento clásico el cuerpo era la materia y el alma la forma. El concepto de “espíritu”, que ha sobrevivido hasta hoy, es un concepto fuertemente unido al pensamiento filosófico clásico alemán. En Hegel, el espíritu es todo, en el sentido de “la verdad de todo”. Filosóficamente se trata pues de una categoría universal que se despliega a sí misma en parcialidades para completarse en un proceso dialéctico. Es por otro lado lo que 3

afirma las diferencias, al contraponer su unidad. De cualquier forma, en lo que al concepto de mente se refiere, no tuvo la filosofía, ni tiene tampoco la psicología, una demarcación neta o típica, al estilo de las que suelen tener los conceptos de la lógica, la física o las matemáticas; agrega dificultad a este problema el hecho de que en la vox populi se trata de una palabra de uso muy común. Todo esto ha llevado a que 4

cualquier intento de definición suela recibir “filtraciones” ideológicas del más variado color.

Lo mental y las ciencias de la conducta El modelo batesoniano de mente propone una modificación del sujeto (el quién) de la psicología clásica. Entendiendo por “clásica” aquélla que entendía “lo mental” como una entidad mediadora entre lo externo y la conducta. Para Bateson, lo mental era un procedimiento: Se interesaba en cómo se desempeñaban los sistemas vivientes en tanto y en cuanto simulados como sistemas lógico-simbólicos. En el aspecto positivo, podemos afirmar que cualquier conjunto operante de acontecimientos y objetos que posea la complejidad adecuada de circuitos causales y las relaciones de energía adecuadas mostrará con seguridad características mentales. Comparará, es decir, dará


respuesta a la diferencia ....”. Procesará información “e inevitablemente actuará de manera autocorrectiva, sea hacia el punto homeostático óptimo o hacia la optimización de ciertas variables. (G. Bateson, 1971).

Hay en su propuesta un claro predominio de la función sobre el contenido, o más precisamente una reinterpretación del contenido –lo que los lingüistas llaman “semántica”– en términos de las relaciones que se constituyen como estructura. La perspectiva batesoniana conduce pues a no aceptar la reducción de la psicología al estudio exclusivo de los procesos subjetivos (y la consecuente identificación entre “subjetividad” y “mente”); más aún, a rechazar la referencia –en una reducción personalista– del individuo como unidad de análisis por excelencia (Bateson, 1972). No fueron ajenas a esta propuesta las influencias que tuvo en Bateson, por un lado, la filosofía de Bertrand Russell, quien era claro al respecto: (...) así como ya no tiene sentido en la física moderna preguntarse si éste es el mismo átomo que existía pocos momentos antes, puesto que la continuidad de un cuerpo es asunto de apariencia y de conducta, no de sustancia, así lo mismo se aplica a la mente. Pensamos, sentimos y actuamos, pero no hay además una entidad simple, la mente o el alma, que haga o sufra estas cosas. La continuidad mental de una persona es una continuidad de hábito y memoria (...) todo lo que constituye una persona es una serie de experiencias unidas por la memoria y el hábito... (B. Russel, 1961).

O, en otro lugar: Un instrumento sensitivo, tal como una placa fotográfica, situado en cualquier lugar puede decirse que ‘percibe’ los distintos objetos. No empleamos la palabra ‘percibe’ a menos que el instrumento en cuestión sea un cerebro vivo, pero ello es porque aquellas regiones ocupadas por cerebros vivos tienen ciertas relaciones peculiares entre los sucesos que allí ocurren. La más importante de ellas es la memoria. Dondequiera que existen esas peculiares relaciones decimos que hay un percipiente. Podemos definir una mente como una colección de sucesos conectados entre sí por cadenas-memoria hacia atrás y adelante... (B. Russel; 1948).

Desde otro lado, lo influyó la joven cibernética, y el genio indudable de Norbert Wiener (N. Wiener, 1948, 1961): [Desde el siglo XVIII] ...en psicología, el concepto de contenido mental dominaba al de proceso mental. Puede que fuera una supervivencia del énfasis escolástico en las sustancias, en un mundo en que el sustantivo estaba hipostasiado y el verbo tenía poco o ningún peso...

Así, la unidad de análisis propuesta por Bateson es la mente como sistema. Un sistema constituido por los comportamientos reglados y entendidos como un lenguaje que debiera ser llevado a una descripción lógico-formal. 5

Tal como se había expuesto en los Principia, la lógica matemática estaba llamada a ser el fundamento de las matemáticas, como paso inicial hacia un esfuerzo más general por cumplir la meta de Leibniz: rehacer el lenguaje convirtiéndolo en un instrumento lógico para el conocimiento. De un modo similar a cómo el positivismo vio en la lógica “el método de la Filosofía” (R. Carnap en J. Ayer, 1959, 133) o un procedimiento para discernir entre enunciados legítimos e


ilegítimos, la noción de una lógica de la conducta, y sobre todo la noción de tipos lógicos, se convirtió para Bateson –imbuido además de los lenguajes computacionales propios de los años de posguerra– en un procedimiento para discriminar incongruencias entre las secuencias, los niveles y las jerarquías de las configuraciones utilizadas para describir la realidad de los intercambios humanos. Su replanteo no quedará sólo en esto; arremeterá también contra la visión causalista, concebida históricamente en el marco de la mecánica cartesiana mediante explicaciones orientadas a la búsqueda de relaciones consistentes de causa-efecto. La visión causalista clásica describía las cosas bajo la forma de movimientos antecedentesmovimientos consecuentes y por medio de metáforas como la del impulso nervioso, la fuerza de las respuestas, o la de las pretendidas transformaciones de una supuestamente existente “energía psíquica” que parangonaba el concepto de energía eléctrica (G. Bateson, 1972). Esta forma de ver las cosas había llevado a dos restricciones en el pensamiento psicológico. Primero, la eliminación de variables contextuales –¡el medio ambiente se convertía en una caja negra! Los elementos del medio y del organismo –conjuntos de eventos continuos y yuxtapuestos que constituyen el contexto que interactúa en toda relación– fueron llevados a constantes de valor cero. Algo desaparecía, como ocurría con lo mental en el conductismo. La segunda restricción fue la exclusión de los elementos teleológicos: se perdieron las nociones de transición, de salto cualitativo y de valor autocorrectivo y finalista surgido de las interacciones históricas y evolutivas del organismo. ¡Se perdía la noción de proceso! La búsqueda batesoniana de reformular el objeto de estudio de lo que llamaba “las ciencias de la conducta” en general, alcanzó a teorías que, como el psicoanálisis, incluyen descripciones principalmente energético-motivacionales o a conceptos como los del aprendizaje asociativo conductista (ya sea en su forma respondiente u operante). Teorías que, en cualquiera de sus variantes, perdían para la descripción del comportamiento humano aquello que aquí llamamos complejidad. La cuestión de la complejidad en las ciencias de la conducta; era (y lo es actualmente), por sobre todo, una cuestión de ocurrencias conjuntas. De relaciones múltiples y simultáneas: entre las cosas, por una parte; y entre las cosas y el observador, por otra. Se hacía indispensable poder captar por una parte ocurrencias conjuntas y por otra parte cómo éstas se organizan mediante regulaciones jerárquicas. “Si uno desea enunciar el significado de una descripción caracterológica –valiente, pasivo, agresivo, dominante, astuto, enfant terrible, dependiente, fanfarrón, impaciente, etc.–, la manera correcta de hacerlo es describir un contexto formal de aprendizaje (es decir de Aprendizaje de nivel 1) en el cual se aprendería ese componente caracterológico particular (en el Aprendizaje de nivel 2)” (M. Berger, 1978).

El entender esta situación llevó a Bateson a abandonar su interaccionismo funcionalista inicial (tal como aparece en Naven, 1936) y lo llevó a incluir no sólo las relaciones entre el organismo y su ambiente sino además las interacciones entre niveles jerárquicos, como un target de su interés teórico. Allí se le hará presente nuevamente Russell con su teoría de los Tipos Lógicos –inicialmente enunciada para evitar contradicciones en las fundamentaciones


matemáticas–, que el epistemólogo Bateson extenderá ad infinitum en un intento de ordenar palabras, proposiciones, niveles de lenguaje, conductas y todo aquel acontecer que pueda ser captado como dotado de capacidad de generar significación. El modelo batesoniano de mente y de “proceso mental” supone y “es” las categorías que definen una epistemología –en el sentido de reglas para pensar la realidad. Estas categorías se convierten en “teoría de la conducta” cuando operan en un nivel descriptivo más específico, es decir cuando se lo aplica a las relaciones entre el organismo animal o humano y su medio físico, químico, social o ecológico. No debemos pasar por alto que sólo en este sentido, más limitado –como concepto “psicológico”–, mente remite a las conductas humanas; pero aun tomado en este sentido restringido, el modelo no deja de exigir como condición epistemológica el tomar lo específico como algo parcial enmarcado por el funcionamiento del sistema total de relaciones de la evolución. Bateson extiende, como Peirce, la noción de operación hasta una escala cósmica, mind llega a ser “la fuente de la existencia”.

Mente y conducta Los confines del campo que su concepto de mente recorta no están dados por las necesidades de un objeto particular, sino por los criterios epistemológicos necesarios para desarrollar una descripción completa. Lo cual es lógicamente deducible dentro de las premisas 6

que el modelo presupone. Toda descripción es por otra parte inevitablemente fragmentaria, dadas las características propias de la conciencia que la conduce. Entre ellas, y en especial lo que Bateson llamará “economía de operaciones” de los procesos concientes, productora de un “efecto de corte” que hace de la visión conciente de cualquier totalidad una negación monstruosa de la integración de esa totalidad”. Percibir es recortar una figura sobre un fondo, la figura incluirá detalles, el fondo deberá ser homogéneo para realzar los detalles. La conciencia, y ése es un conflicto que está presente en toda su obra, “nunca podrá apreciar... el carácter sistémico de la mente (G. Bateson, 1972).

La maquinaria mental no proporciona información sobre los procesos que realiza sino sobre sus productos, esto tiene algo que ver con el sentido común; la adaptación de algo a un entorno más complejo es una cuestión de resultados. No creemos que la persistencia en una actitud inadecuada frente a las dificultades implique necesariamente la existencia de defectos fundamentales en la organización familiar o un déficit mental en los protagonistas individuales. Creemos más bien que las personas persisten por inadvertencia en actividades que mantienen vivos los problemas, y a menudo lo hacen con la mejor de las intenciones. En realidad las personas pueden verse aprisionadas en esta conducta repetitiva incluso cuando son conscientes de que lo que están haciendo no sirve para nada (...) No se trata de que las personas sean ilógicas, sino que siguen lógicamente sendas que proceden de premisas incorrectas e inaplicables (...) Se ajustan con mucho cuidado a mapas deficientes, cosa bastante explicable en individuos que se hallan comprensiblemente ansiosos en medio de


sus dificultades. (...) muchos de estos mapas parecen bastante lógicos, o se hallan respaldados por la fuerza de la tradición y la sabiduría convencional (Richard Fisch, 1982).

Lo que en este trabajo intentaremos recuperar –de un modo similar a como lo hizo el mismo Bateson– es el valor heurístico del concepto de mente en cuanto a su competencia como modelo para convocar y describir ciertas cuestiones que podríamos llamar “prototípicas” de las ciencias del comportamiento. Estas cuestiones pueden subdividirse y ordenarse de la siguiente manera: 1. Premisas desde las cuales pensamos la realidad. 2. Premisas con las que pensamos la realidad viviente. 3. Premisas con las que pensamos la realidad que atiende el conocimiento de “la mente y la conducta”. El punto 1) remite a la epistemología en un sentido clásico: como método, fundamento y validez del conocimiento. El punto 2) nos lleva a lo que describe y delimita conceptos como vida y evolución. Se entenderá aquí que lo abarcado por los puntos 1) y 2) es a lo que se refiere la noción de paradigma (Kuhn, 1962), que ordena ciertos acuerdos intersubjetivos entre los científicos. Es el punto 3) el que demarca el concepto “psicológico-social” de mente, y lo que éste convoca en cuanto a los métodos, fundamentos y propuestas para el conocimiento de las relaciones: a. Entre el cuerpo y la mente. b. Entre la mente animal y la humana. c. Entre el organismo y el ambiente (material, simbólico y social). d. Entre el conocimiento y la supervivencia (salud). 7

En este nivel, hablamos de los modelos dentro de una disciplina como conjuntos de proposiciones referidos a teorías –dentro de los paradigmas– y aplicados a descripciones de problemas específicos. Así, por ejemplo, si la relación cuerpo-mente se presenta como enigmática, la psicología propone modelos de esa relación, es decir sistemas conceptuales (conjuntos de proposiciones) que impliquen sugerencias y hasta predicciones sobre el comportamiento cuerpo-mente. Estos modelos tienen enorme importancia, ya que son el fundamento explícito (muchas veces subyacen ocultos) del operador en las descripciones o intervenciones clínicas o de cualquier otro tipo. Un ejemplo de esto es la cuestión psicosomática (interacción cuerpo-mente) y la noción misma de “enfermedad psicosomática”. Según las premisas del modelo que se tome, se verá lo psicosomático como una totalidad, o bien como algo totalmente diferente y separado. Se describirán las relaciones como “de determinación causal” (psíquica o somática) o bien gobernadas por el azar, metadeterminadas por alguna otra cosa o bien autoorganizadas. Todo esto, obviamente, depende del punto de vista del observador y compromete no sólo las


operaciones cognitivas del operador, sino que define también todas las operaciones de 8

intervención. En la dirección de esta idea, insistimos aquí en que la mente suele ser descripta en la teoría psicológica como una máquina, cuya “forma virtual” es la de la máquina más exitosa o compleja que la sociedad ha elaborado. En épocas de Freud fue la máquina hidráulica u óptica; hace cuarenta años –y aún persiste– es la computadora, con cierto deslizamiento hacia la idea de cerebro “como máquina” operada por neurotransmisores. Las consecuencias de esta idea para las intervenciones de un observador -por ejemplo un psicólogo clínico- es que los alcances y límites del modelo “virtual” de máquina (mente) implícito en el lenguaje y las metáforas que utiliza en sus descripciones, señala las fronteras y constriñe las posibilidades de sus operaciones clínicas.

Mente y ordenadores En la teorización psicológica posterior a la Segunda Guerra Mundial la influencia descollante fue, sin lugar a dudas, la de la “máquina de Turing”. Esta no se trataba de otra cosa que de la teoría del moderno ordenador: la lógica de las operaciones sintácticas secuenciales en el procesamiento de datos. En síntesis, la “máquina” de Turing (véase capítulo III) es un aparato ideal de cálculo, capaz de resolver funciones matemáticas computables, es decir, cuya solución es susceptible de ser resuelta por un procedimiento mecánico (Turing, 1950). La descripción lógica de una máquina de Turing no incluye ninguna especificación acerca de la naturaleza física de la totalidad de la máquina. Puede constar de relés, botellas llenas y vacías, empleados humanos sentados ante escritorios, neuronas, ideas, pensamientos, o lo que sea... Es decir, es una máquina abstracta, que puede realizarse en un sinnúmero de formas y estados diferentes (H. Putnam, 1960). Las consecuencias de la implementación de este modelo a la descripción de la mente humana son obvias. Si un ser humano no puede distinguir las facultades cognitivas de un ordenador de las de un ser humano, entonces el computador es un excelente modelo de la mente humana, y sus simulaciones debieran ser su mejor campo de estudio y la fuente de la teoría psicológica. Los programas utilizados por estas máquinas serían una mente en el sentido literal. En los años cincuenta, ésta era una tesis de lo más avanzada y atrevida, y aún en los últimos años motiva las más ásperas controversias teóricas (véase Searle, 1990; Churchland y Churchland, 1986, 1990a, 1990b). Estas ideas de Turing aparecían paralelamente al surgimiento de otras similares, en las cuales la noción de procesamiento de información se extendió hasta los organismos vivos (Wiener, 1948; Von Neumann, 1958). Es en esa misma década que Bateson “descubre” la posibilidad de relacionar estos nuevos conceptos con las conductas animal y humana; hecho que lo llevaría a una tesis más arriesgada aún: cualquier agregado de fenómenos, naturales o artificiales, que satisfaga ciertos criterios formales de funcionamiento, puede ser considerado como una mente en sentido literal (Bateson, 1972).


Esto lo iría aproximando inexorablemente hacia el núcleo de lo que tal vez sea la voluta conceptual más importante para la ciencia en el presente siglo y los albores del XXI: la idea de que la evolución es in se un proceso mental del cual la subjetividad humana -colectiva o individual- sólo es una metáfora o muestra fragmentaria a ser entendida como “organismo en su ambiente”: (....) con el descubrimiento de la cibernética, la teoría de los sistemas, la teoría de la información... comenzamos a contar con una base formal que nos habilita a pensar sobre la mente (...) Partamos desde el lado de la evolución (...) En la actualidad es algo empíricamente comprobado que la teoría evolucionista darwiniana contenía un muy grave error en lo que hace a su definición de unidad de supervivencia bajo la acción de la selección natural. La unidad que le parecía decisiva... era el individuo, o la línea familiar o la subespecie o algún conjunto de entidades conespecíficas (...). La antigua unidad ha sido corregida parcialmente por los genetistas especializados en población. Han insistido en que la unidad evolutiva no es de hecho homogénea. Una población silvestre de cualquier especie incluye siempre individuos cuya constitución genética presenta amplias variaciones. En otras palabras, la potencialidad y madurez para el cambio están ya incorporadas en la estructura de la unidad de supervivencia. La heterogeneidad de la población silvestre constituye ya la mitad de ese sistema de ensayo y error que es necesario para interrelacionarse con el ambiente.(...). Hoy en día es necesario corregir otra vez aquella unidad. La flexibilidad del ambiente tiene que ser incluida junto con la flexibilidad del organismo (...). La unidad de supervivencia tiene que ser el flexible organismo-en-su-ambiente. (Bateson, 1970, 1972).

Enunciada en 1970, esta propuesta confluiría con otra similar procedente de un pensamiento ciertamente diverso, aunque no menos ilustre, y que por este motivo vale sin duda presentar en extensión (Popper, 1972, 1974): Mi teoría puede describirse como un intento por aplicar a toda la evolución lo que aprendimos al analizar la evolución del lenguaje animal al lenguaje humano. Y consiste en cierta visión de la evolución como creciente sistema jerárquico de controles flexibles, y en cierta visión de los organismos en el sentido de que incorporan este creciente sistema jerárquico de controles flexibles. Se presupone la teoría neodarwiniana de la evolución; pero es replanteada señalando que sus “mutaciones” pueden interpretarse como gambitos más o menos de prueba y error, y la selección natural un modo de control mediante la eliminación del error (...) Eliminación del error que puede proceder de la completa eliminación de las formas fracasadas (la muerte de formas fracasadas por selección natural), ya por la evolución tentativa de los controles que modifican los organismos o formas de control fracasados, o hipótesis.

Lo que el discurso de los setenta pergeñaba eran las bases de lo que sería el modelo más preciso de los ochenta: la “máquina de Bateson”: la mente, que para Bateson remite a cualquier sistema que cumpla ciertos requisitos, o responda a ciertos criterios. Estos criterios son los de un sistema cibernético elemental, en el cual contabilizamos: a) las comunicaciones a través de mensajes –que se los entiende como lenguajes transformados mediante códigos– que viajan por circuitos circulares,


b) con los distintos niveles de complejidad que puede implicar un conjunto de subsistemas agregados que, c) se ordenan en jerarquías, con capacidad clasificatoria entre nivel y nivel. Y, por último: d) como todo sistema, tenderá a mantener su coherencia interna, valorará como mejores las correcciones que lo llevan a su propio equilibrio y así también tenderá con ello a establecer un carácter autorreferencial. De estar dotado de conciencia, ésta siempre tendrá un carácter fragmentario en cuanto a la información que pueda manejar del circuito total, en el que predominarán los aspectos no 9

conscientes del proceso. Ésos son los elementos de la “máquina”. Elementos que –Bateson nos promete– harán soluble el problema cuerpo-mente, el de la diferencia entre los procesos de pensamiento y los sucesos materiales, y el de cómo pensar los pensamientos (Bateson, 1979, 1980). En cierto modo, su intento de desarrollar una teoría de la mente se inscribe dentro del programa general 10

que desarrollaría la cibernética, sobre todo en sus niveles más complejos. Es decir, aquellos modelos que suponen que el ambiente de un sistema informacional contiene, por lo menos, un otro sistema informacional en cooperación o en antagonismo con aquél. A este estadio, el más complejo, pertenecen la teoría matemática de los juegos, la pedagogía cibernética y la llamada cibernética de organización. El modelo de mente que Bateson se propuso construir debería contestar la pregunta con la que creemos poder sintetizar lo que para él era el programa de investigación más seductor, dentro de lo que consideraba una verdadera ciencia holística: Entre los infinitos comportamientos, interrelaciones y comunicaciones posibles, ¿cuáles, cómo y para qué son retenidos por la evolución y la cultura, constituyéndolos en conjuntos significativos? En la práctica clínica esta propuesta se oponía al entendimiento de las conductas “trastornadas” –psicopatológicas– como el resultado de una historia evolutiva que debía ser inferida paso a paso “hacia atrás”, hasta hallar una causa “eficiente”, o suceso traumático, que cerrara la explicación. Convergía en cambio, con la idea de buscar descripciones en el aquí y ahora de quién le hace qué a quién y cómo. Quién es un subsistema, individual, parental, una empresa, una idea, qué es un mensaje y cómo es el mundo de la forma. El mundo de la forma en las prácticas clínicas es el mundo de las múltiples formas de contar sus historias cotidianas los pacientes. El terapeuta es sólo el agente de un lenguaje que le impone modelos para que él los transforme o imite, actualiza textos que ya existían en su potencialidad. El diálogo clínico es iterativo. Intervenir es repetir y las tramas posibles son limitadas, continúan relatos anteriores y se introducen en los relatos por venir. El terapeuta opera como un agente de la cultura externa al consultante (persona, pareja, familia, organización, red) y promueve el contraste entre el guión del consultante y su propio


guión alternativo. El terapeuta sabe que toda organización individual (un self) está formado por el intercambio retórico entre dos narrativas, la de la historia personal y la diferencia que puede proponer el mundo de afuera. Las narrativas personales son intentos de encontrar y adecuar un sentido al sentimiento de fracaso de la conexión del propio self con las narrativas de la cultura y la sociedad. Así, la anorexia nerviosa organiza el discurso personal y familiar en un guión particular que no puede digerir el guión con que la cultura organiza la cuestión general de la belleza y la esbeltez. Este modelo de mente en su uso específico en la psicología clínica, puede preguntar acerca de qué premisas están en juego a propósito de la supervivencia -de la salud- del órgano, del organismo, de la persona, de la familia, de la población, o de la sociedad. De los infinitos comportamientos, interrelaciones y comunicaciones que ocurren en los límites específicos de un sistema clínico –terapeuta/paciente–, ¿cuáles tienden a persistir y cuáles son pasibles de cambios o alteraciones? ¿Cómo pueden éstos lograrse, y para qué? Este aspecto particular de la conducta y de la clínica, que aquí remarcamos es, para Bateson, siempre parte de una cuestión más general, relativa a las relaciones entre conocimiento y supervivencia, en el sentido más amplio -o mejor dicho, ecológico- de las relaciones entre organismos y comportamiento. Dentro de esta perspectiva, términos como “personalidad”, “estructura cognitiva”, “estructura de carácter”, son en realidad un cuerpo de supuestos (o creencias) que se anticipan a la relación entre cada organismo y/o los organismos, incluidos nosotros, y su ambiente. Estos supuestos limitan y definen la validez de nuestros conocimientos. Es decir, la validez depende de nuestras creencias, por eso para Bateson la realidad es una construcción cuyo rigor depende de la explicitación de esas creencias (Bateson, Ruesch, 1951, 176). Si estas creencias no se explicitan, se tiende a construir dogmas, a definir “verdades” absolutas; y esto es siempre riesgoso, pues las creencias no sólo son parte de nuestra propia naturaleza, sino que ellas mismas afectan “ecológicamente” la realidad natural y social que nos circunda. El conocimiento y la vida se afectan mutuamente en la perspectiva batesoniana. Además, más allá de la distribución social del conocimiento, existe una división social del conocimiento, que crea subculturas poseedoras de versiones diversas y parciales del conocimiento general y constituyen verdaderas sociedades dentro de la sociedad total. Esto es una realidad que se concreta y se hace particularmente “visible” en lo que Berger y Luckmann denominan “zonas limitadas de conocimiento”. Uno de los riesgos de la práctica clínica es olvidar que la “realidad clínica” es una de esas zonas.

NOTAS

1. El concepto de complejidad organizada se refiere a entidades y relaciones identificables, pero múltiples y variables. Difiere del de simplicidad organizada, que define componentes identificables invariables y relaciones


secuenciales, y del de complejidad caótica, que se orienta hacia entidades y relaciones inidentificables y sólo reseñables en términos de probabilidades o gradientes continuos. Aquí es donde más tallan los modelos verbales (véase de Rapoport y W. J. Horvath, 1959). 2. Como se verá más adelante, para Bateson esto constituía una premisa: los mamíferos sólo podemos “mapear” la realidad, y nuestro acceso al “territorio” está mediatizado por nuestros analizadores, hasta tal punto que la realidad “dura” queda in se excluida por la realidad de nuestras distorsiones (G. Bateson, 1979). 3. Nos parece importante aclarar que el concepto de mente en Bateson –que él expresa con la palabra inglesa mind– tiene, al igual que en la lengua castellana, un matiz psicológico e intelectual. Sin embargo, en mucho le cabe la noción más amplia de espíritu (que en sus últimos textos Bateson llega a utilizar), sobre todo cuando “el espíritu (the mind) pasó a ser para mí un reflejo de grandes y numerosas partes del mundo natural que está fuera del pensador” (1979). Esto sin duda pesó en la elección por parte de los traductores de una u otra versión. 4. Un interesante inventario de éstas puede verse en Mario Bunge, 1980. 5. Principia Matematica, Vol. I (Cambridge, 1910). Texto escrito por Russell y Whitehead que tuvo mucha influencia en el pensamiento filosófico de este siglo. En él se tratan varias cuestiones, entre otras la Teoría de los Tipos Lógicos, un intento de solución de las paradojas lógicas del tipo: “¿la clase de todas las clases es una clase?”. 6. Para Bateson toda explicación es una tautología. Su valor descriptivo depende del ordenamiento lógico de sus conceptos en términos de las premisas, las cuales deben ser enunciadas para que en el marco de ellas la explicación pueda ser criticada. 7. Los modelos suministran -como conjuntos de proposiciones con una cierta organización- formas, patrones u hormas con las cuales se ordenan la percepción y la reflexión de la realidad que se está estudiando. Un ejemplo es el modelo de la realimentación, otro el de las estructuras jerárquicas. No falta la crítica fuerte a estos intentos, sobre todo por parte de quienes sostienen que los sistemas tan complejos como los humanos o sociales no son reductibles a un número finito de variables. 8. Véase para esto Solomon, 1985. 9. La estrechez o “amplitud” relativa de la conciencia es para un adulto de sólo 100 a 160 bits de información simultánea. Esto obliga a una reducción de información por aplicación homomorfa del objeto en modelos; y a una transferencia del pensamiento desde esos estrechos límites de la conciencia hacia un operar externo con signos y cálculos. De allí que comprender o configurar algo en la conciencia es siempre construirlo (H. G. Frank; 1969, 1974, 166). 10. “La cibernética es la construcción de sistemas técnicos con el fin de objetivar en lo físico nuestra relación psicofísica fundamental con la naturaleza” (E. Schmidt; 1964, en H. G. Frank, 1969, 1974) o aún antes (el sentido trascendental de la cibernética) como “matemática de la subjetividad” queda ligado a la necesidad de que “el vacío entre el yo y el tú quede salvado de un modo racionalmente dominable... por medio de la construcción de un mecanismo que produzca información y comunicación”.

limitaciones del proceder analítico, en el cual un objeto es investigado y resuelto en partes unidas, a partir de las cuales puede ser tanto material como conceptualmente constituido o reconstituido. Es decir, la aplicación de procedimientos analíticos supone que no existen relaciones activas entre partes, esto es, las interacciones. O que éstas, sea por débiles o por poco relevantes, puedan ser dejadas a un lado. Sólo en esas condiciones es posible separar las partes en forma empírica, lógica o matemática para luego volverlas a juntar. Otra condición es que las relaciones que describen el comportamiento entre partes sean lineales, para mantener la condición de la propiedad aditiva. Esto es, que la ecuación que describa la conducta total mantenga la misma forma que las que describen el comportamiento de cada una de las partes.


Los problemas surgen cuando son necesarias descripciones de partes en interacción, en las cuales la importancia de ésta es predominante, así como la gran cantidad -aunque no ilimitadade elementos y combinaciones posibles (complejidad). En esos casos, se hace indispensable recurrir a ecuaciones diferenciales simultáneas y no lineales (L. von Bertalanffy; 1968, 1984). Resumiendo: cuando los recursos analítico-aditivos se ven limitados, la noción de sistema se convierte en una necesidad. La teoría de los sistemas y la cibernética surgieron como modelos matemáticos referidos a relaciones o conexiones de elementos entre los cuales ocurrían fenómenos interactivos –acción de un elemento sobre otro– e iterativos –repetición de interacciones en el tiempo–. Modelos 4

referidos a informaciones dadas y recibidas. Hasta aquí, la noción de sistema permanece todavía “cerrada”, pues aún no se priorizan las relaciones de éste con todo aquello que afecte su comportamiento, o bien aquello a lo cual su comportamiento puede afectar, lo que más sencillamente definen las palabras “medio”, “entorno” o “contexto”. En realidad, forzando un poco el lenguaje y con la intención de acercarnos al uso más completo del concepto de sistema, diríamos que en los usos actuales de sistema se entiende que 5

los “sistemas cerrados” no existen, salvo como enunciados teóricos. El uso actual del concepto de sistema se refiere a bastante más de lo que la original noción de estructura implicaba y que ya hemos definido más arriba –conjunto de elementos, reglas de relación. A aquel uso se le han agregado una serie de conceptualizaciones que, no obstante estar muchas de ellas aún en discusión, permiten hablar de una “teoría” y hasta de una “metodología” y/o “epistemología”, cuando no de una “ciencia” de los sistemas. Lo que sin duda está más unánimememente aceptado es la existencia de conjuntos de sucesos muy complejos, por ejemplo los biosistemas, el sistema nervioso central, o sistemas biosociales como la familia, en los cuales las propiedades sistémicas emergentes no son en modo alguno reducibles a las partes (ya sean éstas células o individuos). Lo que aquí nos interesa resaltar es que un sistema no es tan sólo la sumatoria de un conjunto y sus leyes de composición, es decir una estructura. Un sistema incluye una estructura, pero agrega a ella propiedades resultantes de las interacciones entre sus partes, y de sus intercambios con lo que lo afecta o con lo que él es capaz de afectar. Un sistema es un conjunto interrelacionado de elementos de cualquier clase: pueden ser conceptos (como en el sistema numérico), objetos (como en un sistema telefónico o en un cuerpo humano) o seres vivos (como en un hormiguero), o personas (como en una familia o en una organización social). A ese conjunto se le deben poder atribuir las siguientes características: Sus propiedades o el comportamiento de cada parte tiene efecto sobre las propiedades o el comportamiento del conjunto. Un ejemplo es la relación órgano/cuerpo. Sus propiedades y el comportamiento de cada parte, así como su modo de afectar el todo, dependen de por lo menos el comportamiento de una otra parte del sistema.


Actúa como un conjunto. Por lo tanto, ninguna parte tiene un efecto independiente sobre el todo. Por ejemplo: el efecto que el corazón tiene sobre el cuerpo depende del comportamiento de los pulmones. Todo subsistema posible de elementos en el conjunto posee las dos primeras propiedades. Cada una tiene un efecto, y ninguna puede tener un efecto independiente sobre el todo. Por lo tanto, los elementos no pueden ser organizados en subgrupos independientes. Por ejemplo: todos los subsistemas de un organismo humano interactúan y cada uno afecta el desempeño del todo. Debido a estas propiedades, un sistema tiene siempre características o manifiesta comportamientos no atribuibles a ninguno de sus subsistemas. Es indivisible en términos de su descripción, pues su existencia, aún conceptual, depende críticamente del ajuste y trabajo conjunto de las partes, y no de sus desempeños independientes. Además, su desempeño depende del modo en que se relaciona con su medio ambiente, con el sistema mayor con el que se relaciona, y con otros sistemas de su ambiente. Nos hemos detenido, extendido y enmarcado, por dos motivos; en primer lugar debido a que para Bateson la mente tiene las propiedades de un sistema, al cual llega a sintetizar mediante un alto grado de abstracción, caracterizándolo con propiedades muy exclusivas y formas de relación muy específicas, las cuales deben darse para que un suceso pueda ser catalogado como “mental”. En segundo lugar, tenemos conciencia de que cuando ciertos conceptos como el de sistema se los lleva al entendimiento de cuestiones clínicas, en general se lo diluye de sus propiedades para darle más operacionalidad, aunque se pierda riqueza descriptiva. De hecho, cuando el concepto es usado entre colegas su extensión no va mucho más allá de “un sistema es algo más que el agregado de sus partes”. De esas propiedades y modos que no siempre se conectan con la idea de proceso mental mencionaremos algunos, que entendemos representan una de las puertas de entrada más útiles a la versión batesoniana de los procesos mentales.

El concepto de isomorfismo El concepto de isomorfismo, que puede ser definido como una identidad de estructuras, es también en su origen un concepto matemático. El mejor modo de presentarlo es con un ejemplo de la geometría analítica. Si se toma una recta ubicada entre un par de ejes ortogonales (x, y), es fácil ver que las relaciones que existen entre los números algebraicos de la función f (x) = ax + b son las mismas que las que existen entre los puntos de dicha recta. Esto resulta de que la aritmética y la geometría son isomórficas, porque existe una relación unívoca y continua entre los puntos de una recta y el conjunto de los números reales. Esto deja claro que el concepto de isomorfismo es inseparable del concepto de estructura, ya que dos grupos son isomorfos cuando existe entre sus elementos una correspondencia biunívoca, lo que supone también una correspondencia entre sus leyes de composición respectivas (V. N. Bourbaki, 1936, 1960).


El concepto de isomorfismo fue llevado a las ciencias de la conducta luego que la extensión general que le diera L. von Bertalanffy (1968), especificara la existencia de sistemas que si bien son materialmente diversos pueden ser formalmente idénticos. Esto permitió justificar numerosas analogías propias del pensamiento científico, como la de “onda” en la física. Sin embargo, la primicia de la utilidad de pensar y aplicar modelos isomórficos en la biología, la computación, la ingeniería eléctrica y los comportamientos animales y humanos, corresponde a un matemático, N. Wiener, quien hizo de esta comparación una disciplina: la cibernética. Si bien Wiener desarrolló la cibernética como un estudio de los mecanismos de control, este estudio del control sólo tenía sentido, como suele suceder en las matemáticas, primero en abstracto, si luego era posible de generalizar a situaciones diversas que presentaran elementos relacionales similares. Esta forma de pensar tiene vasta aplicación desde entonces y desarrollos de distintos autores han influido en todo el pensar contemporáneo. Hace ya algunos años Hofstadter (1979) desarrolló la idea de “estructuras complejas” que pueden “proyectarse” una sobre otra de tal modo que cada parte cumple funciones equivalentes en cada totalidad (ley de composición biunívoca), cual ocurre entre el ala de un avión y el de un ave. La noción de isomorfismo si bien es de origen matemático, aportó una gran riqueza conceptual cuando se entendió que su aplicación a la descripción y entendimiento de sistemas “empíricos” abría en la perspectiva de un observador lingüístico una aproximación a la noción de analogía, esa antigua figura del lenguaje.

El concepto de analogía La noción de analogía lleva cuestiones como estructura e isomorfismo al plano del lenguaje y por ende del pensamiento. De allí su importancia como instrumento de conocimiento (epistemológico). En un número reciente de la revista Physics Today se lee una breve noticia: “Una combinación de trabajo interdisciplinario de astrónomos, astrofísicos y médicos del Instituto de Ciencias del Telescopio Espacial y de las Universidades John Hopkins y Georgetown (Estados Unidos) logró adaptar sofisticadísimas técnicas de procesamiento de imágenes astronómicas a la detección del cáncer de mama”. “Encontrar una estrella débil en medio de una fotografía telescópica, borrosa por la presencia de gran cantidad de otras fuentes luminosas, es similar a detectar una microcalcificación –depósitos de calcio– en medio de las 6

complejas estructuras que presenta el tejido mamario visto en una mamografía”. Toda la argumentación analógica se fundamenta en una semejanza o igualdad de relación de dos o más objetos, o de dos o más propiedades. Su validez probable depende de la cantidad de entidades y aspectos tomados en comparación para sustentar la afirmación. Los razonamientos deductivos son válidos cuando la verdad de sus conclusiones se deriva necesariamente de sus premisas; en cambio, el razonamiento analógico retoma la distinción aristotélica entre lógica como ciencia de la demostración y dialéctica y retórica como ciencia de lo probable, es decir de los resultados de una argumentación.


Mientras la ciencia se funda en la razón teórica, el método demostrativo y las categorías de verdad y evidencia; el pensamiento por analogía, retórico, dialéctico y filosófico se basa en la razón práctica, la categoría de verosimilitud y el método de la argumentación. (Ch. Perelman, Olbrechts-Tyteca, 1952).

En el pensamiento sistémico-cibernético se desarrollará el uso de la analogía como descripción por igualdad de relaciones. Esta forma de pensamiento de primigenio origen matemático (aparece por vez primera en los Elementos de Euclides) promueve inevitablemente la visión transdiciplinaria (en el sentido de “ver a través de las disciplinas”), es decir, la búsqueda de una unificación del conocimiento, en tanto sostiene que las propiedades generales que se pueden estudiar en estos objetos abstractos que son los sistemas, son aplicables a distintos campos de la experiencia. De hecho lo que se hace es emplear un modelo de la clase de sistemas que comparten determinada estructura. De allí la unidad metodológica para las ciencias que Bateson 7

proponía, la que en un plano más abstracto lo lleva a proponer la cuestión de que más allá de que su modelo específico de mente sea o no el más acertado, lo que seguramente sí es acertado es: que debe haber algún modo de (...) estructuración tal de la epistemología [cómo los organismos conocen, piensan y deciden], la evolución [transformación de las especies mediante un mecanismo que combina un componente aleatorio con un proceso selectivo de tal manera que sólo perduran los aciertos del componente aleatorio] y la epigénesis [proceso del desarrollo embriológico en el que se relaciona cada estadio con el anterior y el posterior] (G. Bateson, 1979).

Es decir, Bateson suponía y buscaba una analogía entre las operaciones propias de los procesos de conocimiento humano, los evolutivos de la naturaleza y los ontológicos de los individuos.

La noción de pattern ¿Cómo se relaciona el mundo de la lógica, que elude las “argumentaciones circulares”, con un mundo en que cadenas circulares de causación son la regla más que la excepción?

El término inglés pattern tiene diversos significados, y su traducción requiere tanto una discriminación en el marco de la lengua inglesa cuanto otra en el marco de los desarrollos conceptuales específicos de Bateson. El primer sentido de pattern, deriva de una etimología de origen similar a “patrón” o “patrono”, se refiere a un “modelo o guía para hacer algo”, un sucedáneo del padre protector. En un segundo sentido se refiere a un “particular ordenamiento o disposición de partes o elementos”; esto lo relaciona con las nociones de “forma”, “esquema” y “diseño”. Esta acepción es la que permite acceder a la idea batesoniana de “captación estética de la realidad”. Como verbo, to pattern indica la acción de modelar, ajustar algo –por ejemplo una conducta– a un diseño o modo. Una traducción aceptable sería la de configuración, en el


sentido de la forma u orden que toma una sucesión continua de interacciones entre partes diferenciadas. En los textos de Bateson este concepto es utilizado con matices que se refieren a la materia, la información, la percepción, el pensamiento y el lenguaje. Si tomamos en cuenta, como se verá más adelante, que el concepto clave de la epistemología batesoniana es el de comunicación, es fácil llegar a la idea de que una “forma” se refiere al pattern de esa comunicación. A esta altura ya habrá notado el lector que, en su plano más abstracto y teórico, pattern permite establecer una fuerte analogía con la noción lógico-matemática de leyes de composición de una estructura (véase más arriba, de la estructura al sistema). En términos psicológicos (y estrechamente relacionada con la temática de la percepción), pattern se emparienta fuertemente con la noción de Gestalt, en el sentido de una estructura 8

capaz de ser “estructurante” de la realidad. En el campo de la comunicación, se refiere a las reglas características en los intercambios de mensajes, y en última instancia, a todo aquello que se relaciona con el pensamiento en cuanto modelo del proceso mental. Pareciera que -por lo menos en el mundo de los seres vivientes- no hubiera otra alternativa para el pensamiento -tenga la forma que tenga- que la de adoptar la forma que le define lo que termina siendo el modelo de todas las formas, el del lenguaje con el que nos comunicamos. Modelo que, además, fija el ajuste, alcance y límites de 9

nuestros conocimientos en relación a la realidad. Dice en uno de sus últimos textos (G. Bateson, 1979): Las configuraciones de animales y de plantas son ‘formas trasformadas’ o ‘trasformas’ de mensajes. El lenguaje mismo es una forma de comunicación. La estructura de lo que entra debe de algún modo reflejarse en la estructura de lo que sale. La anatomía debe contener un análogo de la gramática, porque la anatomía en su totalidad es una trasforma de material de mensaje, que debe configurarse de acuerdo con el contexto. Y por último la configuración contextual no es sino otra manera de designar a la gramática. Así es que volvemos a las pautas de conexión y a la proposición más abstracta, más general (y más vacía) de que hay, en verdad, una pauta de pautas de conexión.”

Nótese el uso de un término como trasforma, de la gramática transformacional chomskyana, que es un esquema lógico-simbólico, mientras que pattern –como señalara el traductor español L. Wolfson– parece corresponder al concepto de configuración o estructura “captada de acuerdo con algún modelo ideacional o ideal” –nosotros agregaríamos: trascendente y platónico en el sentido más estricto del término. Por otra parte, esta cuestión estaba también presente en la idea matemática de 10

transformación que Wiener (1948, 1961, 1985) incorporó a la cibernética: Una transformación de un sistema es una alteración en la cual cada elemento se convierte en otro. La modificación del sistema solar que se produce en la transición del T1 al T2 es una transformación del conjunto de las coordenadas de los planetas. El cambio equivalente en su coordenada cuando desplazamos su origen o sometemos los ejes geométricos a rotación, es una transformación. El cambio de escala que se produce cuando examinamos un preparado bajo la acción magnificadora del microscopio es también una transformación.


Creemos que la oscilación continua de Bateson entre esquema lógico como proceder del pensamiento y organización del conocimiento (mente o, como dice cierta traducción, espíritu), y esquema lógico como organización y funcionamiento de la realidad ajena al conocimiento humano (naturaleza) se debe a que, en la perspectiva batesoniana, por un lado se puede descubrir en los seres vivientes y sus conductas semejanzas formales, pero por otro lado también esa semejanza formal es evidencia de una relación evolutiva. Para Bateson, la lógica del pensamiento humano es inmanente a la naturaleza, y de ninguna manera se confunde con los antiguos conceptos vitalistas de esencia o sustancia, los cuales pretende eludir. No es casual que llegue a afirmar (desde su ateísmo) que “si hay Dios”, será la “pauta (pattern) que conecta”. De allí que para su punto de vista una misma estructura lógico-simbólica sea inmanente a los sucesos, a los actos y a la percepción y haya un “área de impacto entre el pensamiento filosófico muy abstracto, por una parte, y la historia natural del hombre y los seres vivientes por la otra” (G. Bateson, 1972). Es decir, entre el nombre y la cosa nombrada –problema clásico de la semántica– o, dicho en los términos de Korzybski (1933), entre el mapa y el territorio. Mapa y territorio ‘Algo’ pasa delante de mí: es mi perro ‘Max’. No lo puedo describir integralmente, pero es para mí un ‘objeto observado’, mi ‘perro Max’, bien conocido, reconocible e inconfundible. En un primer nivel de abstracción, se lo puede describir como un ‘ovejero alemán’. En un segundo nivel de abstracción, es un ‘perro’, y en un tercer nivel, un ‘mamífero’. La conceptualización gana constantemente en generalidad, mientras pierde en especificidad. (...) el objeto no es el suceso, la designación (label) no es el objeto, (...) ‘una declaración’ acerca de una ‘declaración’ no es la misma ‘declaración’ (Alfred Korzybski, 1933)

Esta idea es definitoria para el concepto batesoniano de mente, pues la lógica del pensamiento humano es propia del mapa e inmanente al territorio y es a la vez la que rige el modo en que se organiza la relación mapa-territorio; que es inmanente, lo que aquí quiere decir es que pertenece a la realidad en cada uno de sus niveles, que es su estructura, y por lo tanto hay una identidad lógico-simbólica entre lo que ordena la materia, lo que ordena el conocimiento y lo que ordena las relaciones entre la materia y el conocimiento. Esto se refiere a la cuestión del significado, tema de importancia fundamental para la psicología clínica. La intersección de estas realidades disjuntas es lo que constituye la fuerza de la significación, que el hombre realiza mediante el lenguaje, dentro del cual el procedimiento más plástico para intersectar realidades es la metáfora, que aquí asimilaremos a la noción de 11

modelo. Veamos un ejemplo de una conferencia ofrecida en la Universidad de Utah en 1955 sobre epidemiología de la enfermedad mental, intitulada “Cómo la persona desviada ve su sociedad”. Bateson presenta en ella un ejemplo clínico que creo merece ser transcripto en toda su extensión: Un paciente, por ejemplo, tiene la idea central de que “algo se movió en el espacio” y que es la razón de que él haya tenido su colapso. Por alguna razón, a partir de la manera en que él hablaba acerca del “espacio” tuve la impresión de que el espacio era su madre, y así se lo dije.


Respondió: “No, el espacio es la madre”. Le sugerí que de alguna manera ella podía ser la causa de sus problemas. Dijo él: “Nunca la condené”. En determinado momento se encolerizó y dijo – la transcripción es palabra por palabra–: “Si decimos que tuvo movimiento en ella debido a lo que ocasionó, no hacemos otra cosa que condenarnos a nosotros mismos”. Algo se movió en el espacio y eso lo hizo colapsar. El espacio no es su madre, es la madre. Pero ahora nos concentramos en su madre, de la que dice que nunca lo condenó. Y agrega ahora: “si decimos que ella tuvo conocimiento dentro de sí debido a lo que ocasionó, no hacemos otra cosa que condenarnos a nosotros mismos”. Fijémonos en la estructura lógica de esta última cita. Es circular. Implica una manera de interacción y de conflicto de objetivos con su madre, y que para el niño el ejecutar las acciones 12

que podrían resolver las malas interpretaciones estuvo también prohibido. (G. Bateson, 1955, 1972).

Lo que se dice aquí, como observará el lector es que en la estructura lógica del mensaje es donde están implícitos: a) el modo de interacción; b) las incongruencias en el modo de interacción en cuanto a los fines; c) la imposibilidad de referirse a la situación; d) que todo esto es un patrón sistemático. A esto volverá en su famoso artículo teórico Forma, sustancia y diferencia (1970, 1972), allí define como de “enorme importancia” de qué modo las premisas formales que se encuentran en el pensamiento filosófico más abstracto (la lógica de una argumentación y conclusión circular por ejemplo) están presentes en la “conducta efectiva”, en el acto. Así, el “trastorno” mental es visto como una transformación expresada en el lenguaje interacción, es decir de la conducta.

13

de la lógica de la

El ejercicio necesario para este resultado es un proceso de abstracción por el cual se agrupan experiencias de vida en contextos similares. A partir de allí, y establecida una memoria, la circularidad puede aplicarse a la conducta humana. La metáfora intersecta las diversas realidades del paciente: la de su pensamiento, la de su lenguaje, la de su patrón sistemático de interacción con su madre y la construida en su interacción con el observador, quien participa acusando el “desvío” respecto de otra lógica, la suya propia de observador Existen por lo menos cuatro niveles relevantes: Patrón de pensamiento (sistema cognitivo, anticipaciones) Patrón de expresión (sistema comunicacional) Patrón de comportamiento (sistema interactivo, actos) Patrón de observación (sistema observante) Circuitos sistémicos en la conducta humana Cualquier tratamiento terapéutico requiere ingresar información, “diferencias”, en varios niveles. Aquí se entiende por nivel a una posición relativa o rango en una escala de observación. La noción de nivel implica la de jerarquía. Así, en un trastorno de ansiedad el psicólogo clínico como observador puede jerarquizar. Circuito 1: Evaluación cognitiva de la respuesta fisiológica


Un comportamiento muy básico, una respuesta fisiológica común, como la alteración del ritmo cardíaco depende críticamente de la valoración (significación) que hace el individuo sobre las demandas de la situación (evaluación primaria) y sobre los recursos propios para hacer frente a las mismas (evaluación secundaria). (Circuito 1. Evaluación cognitiva)

Circuito 2: Mecanismos de anticipación Efecto de anticipación del problema, ya sea del tipo con afrontamiento “incrementador” en el que predomina la vigilancia y la sensibilización respecto de la situación definida anticipadamente como amenazadora, o bien del tipo “atenuador” evitativo de la situación amenazante.

(Circuito 2. Anticipación)

Circuito 3: Configuración y efecto de las relaciones interpersonales ¿Quién hace qué a quién cómo? De manera independiente a la respuesta interpersonal que las personas tienen frente a exigencias externas, interesa la influencia social, el efecto pragmático que la comunicación tiene en tanto sistema comunicacional que tiende estabilizar un comportamiento. Interesa la posibilidad de establecer estrategias de interacción diferentes, que creen condiciones en las cuales el afrontamiento de las situaciones de malestar sea más


viable. Incluye la reformulación de las narrativas y los sistemas de significados que tienden a sostener el problema. (Circuito 3)

En cualquiera de ellos, una alteración puede agregar información nueva e iniciar un proceso de cambio. Las distintas técnicas clínicas priorizan más uno u otro nivel. Pero es evidente que la identificación batesoniana de pensamiento y lenguaje orienta hacia la importancia de las estrategias de verbalización (retórica) para la modificación de los otros niveles: de aquí la influencia que ha tenido la práctica y la obra del hipnólogo Milton Erikson en la terapia sistémica. 14

Aquí es preciso mencionar lo que Bateson llamó procronismo. Tema que, entendemos, tiene una gran trascendencia para la psicología clínica. En el ejemplo clínico citado más arriba, lo que Bateson dice es que en la estructura lógica del lenguaje del paciente está el registro de cómo resolvió sucesivamente, en su propio pasado, un problema formal de formación de pattern. La estructura de su carácter fue el resultado de acopiar un mecanismo destinado a producir redundancias en la conducta, cuya estructura lógica fuera capaz de adaptarse a redundancias similares propias de la relación con su madre. Y que esto tiene su manifestación en la estructura lógica del lenguaje con que se expresa. Por lo tanto, al actuar sobre la estructura lógica de ese lenguaje, reformulando sus argumentaciones, modificando sus metáforas, alterando su retórica, es posible modificar aquí y ahora los comportamientos que él supone. Procronismo Un ejemplo de procronismo es el dibujo de las circunvoluciones que ofrece en el aquí y ahora el corte transversal de un árbol, en él queda registrada y puede leerse la historia evolutiva del árbol, inclusive la relación con las inclemencias ambientales que variaron su nutrición, temperatura, etc. Por supuesto el pasado de un árbol no se altera haciendo una muesca en su corteza actual. El mundo de la significación (bites) es diferente al de los átomos.

En un plano más sencillo, esto se resuelve en que tanto la conducta como la cultura pueden ser descriptas y pensadas como un lenguaje y un código de comunicación.


Nosotros creemos que la noción de codificación es de una naturaleza tan general que resulta común a todas las teorías psicológicas; es más, en las ciencias del comportamiento el sentido exacto de la palabra codificación es transformación. El enfoque cibernético adoptado por Bateson orienta hacia una visión de la conducta como un continuo de interacciones configuradas como un lenguaje y pasible de ser descripto a través de un sistema de reglas. Coincide en muchos aspectos con la perspectiva estructuralista que Saussure había adoptado para el sistema de la lengua, que retomarán luego Chomsky (1965, 1968) y Jakobson (1971) en la lingüística transformacional y en la aplicación de la teoría de la comunicación al lenguaje. Coincide también con la perspectiva estructuralista para la investigación antropológica adoptada por Lévi-Strauss (1963), con el modelo evolutivo de Piaget (1968, 1970) y aún con las a veces crípticas intenciones de Lacan (1973, 1977) para una reformulación del inconciente en el psicoanálisis (hipótesis del inconsciente estructurado como un lenguaje). Lo que el planteo cibernético, y por ende el batesoniano, agregan a esta preocupación por la estructura es la cuestión de cómo las configuraciones generan nuevas configuraciones, o cómo las cosas cambian, problema central en temas de orden biológico o social. Nos estamos refiriendo, obviamente, al tema del cambio, y por ende al del tiempo, que Bateson denominaba contexto temporal.

La cuestión del cambio La teoría del cambio surgió de la necesidad de representar fenómenos como los biológicos 15

y sociales, que suponen una gran diversidad, complejidad y transformación de estructuras. Veamos el problema del tiempo y del cambio en las estructuras. Una vez que se realiza la descripción de un sistema mediante los conceptos y magnitudes (parámetros) relacionados con sus partes, se tiene una imagen estática de él (sincrónica). El tema del tiempo está asociado a la modificación de esas magnitudes: es lo que se llama trayectoria del sistema. La cuestión del tiempo es de lo más relevante en el estudio de los sistemas, pues permite entender cómo sus elementos y sus relaciones –su estructura o configuración– definen aquello que, desde lo más abstracto hacia lo más concreto, llamamos en primer lugar, y como entidad lógico-matemática, trayectoria. Luego, como propiedad de un sistema empírico, proceso. El subjetivo continuo de la conciencia. Y por último, fenoménicamente, comportamiento. El conjunto de esos comportamientos (magnitud de variación de sus parámetros o sus reglas) es lo que se llamará historia del sistema. Nos detendremos en algunas aclaraciones de esta noción (que suele prestarse a confusiones) cuyas derivaciones poseen trascendencia en la psicología y sus aplicaciones clínicas. Lo que aquí llamamos “historia” está relacionado a los cambios y la trayectoria o comportamiento del sistema observado, cuyos límites espacio-temporales –cuestión arbitraria y de lenguaje– surgen de criterios pragmáticos, puestos por el observador. En los sistemas matemáticos, que simulan sucesos reales, las ecuaciones permiten anticipar la historia del sistema. En este sentido, debe destacarse como aporte principal de


estos modelos la posibilidad de generar estrategias para la resolución de problemas, anticipando trayectorias posibles (M. Bunge, 1979; R. Rosen, 1985). En los sistemas conceptuales desarrollados para la descripción de la conducta, como por ejemplo el denominado “ciclo de vida familiar” (R. Hill, 1964, 1970; J. Haley, 1973, 1974), se pueden definir tipologías que ofrecen un cierto grado de predicción de utilidad preventiva o clínica. En el sentido aquí expresado no es diferente la historia de una población, de un circuito eléctrico, de las interacciones de una familia, o de las ocurrencias interpersonales en un sistema terapeuta-paciente. De manera similar a como ocurre en un modelo matemático, las magnitudes o los cambios de configuración que ocurren entre un tiempo t y otro tx definen ciertos valores de estado del sistema. Las relaciones entre lo que hemos llamado “estructura” y “comportamiento” (o “proceso”) son de gran importancia. Estas relaciones permiten crear modelos para describir: a) las relaciones entre los elementos del sistema, b) las relaciones con las perturbaciones relativas al medio, y c) el cambio de las relaciones internas y con el medio para lograr mantener su estructura. Los sistemas pueden cambiar de dos maneras. O bien los valores necesarios pueden mantenerse constantes, oscilando entre ciertas variaciones cuantitativas, como lo hace una heladera –esto es lo que Ashby (1952, 1956) llamó “cambio de primer orden”–; o bien, como este autor también los describió, están los cambios que producen una alteración de las estructuras, es decir de los elementos y/o de las leyes de composición: cambios “del” sistema, que le dan a éste una gran capacidad de adaptación. Así ocurren los cambios en los sistemas complejos, como por ejemplo los organismos con sistemas nerviosos de cierta complejidad, o los sistemas biosociales. Es necesario señalar que estos cambios no alteran lo que Ashby llamara coherencia interna del sistema, que es su identidad (mantenimiento de una cierta congruencia –cierta lógica de intercambios– en relación al entorno). En un ámbito muy caro a la psicología, como lo es el de las teorías del aprendizaje, realizó Bateson una pionera aproximación de estas ideas. Probablemente antes que nadie, en 1942 (G. Bateson, 1941-2), como resultado del análisis de los estudios de L. K. Frank (1926), de E. R. Hilgard y D. G. Marquis (1940), y de Clark L. Hull y otros, propuso los conceptos de protoaprendizaje y deuteroaprendizaje, fuertemente relacionados a los conceptos que venimos mencionando aquí. Hay cierta homología entre teorías del cambio y del aprendizaje que hace que el protoaprendizaje refiera a la capacidad de “grabar” o no un estímulo, como ocurre en los experimentos de memorización de sílabas, mientras que el deuteroaprendizaje se refiere a cuánto se modifica la capacidad de memorizar por el mismo ejercicio de estar haciendo experiencias de memorización (el aprender a aprender, o cambio de reglas, por influencia del contexto). En términos cibernéticos, el cambio de primer orden se relaciona a lo que hemos llamado “realimentación negativa” mantenimiento de cierto equilibrio estable del sistema; el cambio de segundo orden nos remite a lo que mencionamos más adelante como “realimentación positiva”, desequilibrios generadores de cambios en los sistemas.


La introducción de estos conceptos en la psicología clínica se hallaba ya implícita en los primeros antecedentes (G. Bateson, 1942, 1972) y en la “teoría del doble vínculo” propiamente dicha (G. Bateson, 1955/6 en 1972), si bien su difusión se debió a algunos de los investigadores del llamado Grupo de Palo Alto (P. Watzlawick; J. H. Weakland y R. Fish, 1974), y posteriormente a P. F. Dell (1982).

El concepto de morfogénesis Planteado como pregunta, el problema de cómo cambian las configuraciones, patrones o pautas de intercambio en los sistemas puede ser enunciado de este modo: dado un estado homogéneo –o de equilibrio– de un sistema, ¿qué mecanismo puede dar cuenta del cambio y la diversidad? Las primeras respuestas con cierta repercusión científica a estas cuestiones nos llevan nuevamente a la formulación de modelos matemáticos. En este caso a un autor repetidamente citado por Bateson, Nicolás Rashevsky (1938), o al aquí ya referido Alan M. Turing (1950) quien analizó un problema clásico de la embriología: ¿cómo es posible que de los intercambios de un conglomerado de células homogéneo y sencillo –pueden ser dos células– surjan estructuras altamente diferenciadas y complejas? Turing consideró en su trabajo un sistema real, a saber un embrión. Determinó cómo la distinta concentración de los morfogenes en las células definía la diversa especialización de éstas en su futura evolución, creando la posibilidad de órganos diferenciados. Por último concluyó que el proceso morfogenético era el resultado de la combinación de un mecanismo de realimentación positiva con uno de difusión celular. En su primera aproximación a esta temática, en 1935, Bateson describió un fenómeno interaccional con un modelo al que llamó cismogénesis. Definía ésta como un “proceso de diferenciación en las normas de la conducta individual producido por la interacción acumulativa entre individuos” (1972). Lo que allí sostenía era que en un proceso de interacción social simple -como puede ser una discusión de una pareja, por motivos cotidianos-, sin necesidad de prestar atención a las circunstancias externas, ambientales o ajenas a la interacción y sólo tomando en cuenta la igualdad o la diferencia de las conductas individuales –o sea en la simetría o la complementariedad de los intercambios–, permitía observar que las interacciones tendían a crear configuraciones o patrones autónomos. Observó que éstos pueden variar en un gradiente que va desde el equilibrio del sistema de intercambios hasta su colapso. La clásica disputa matrimonial que se interrumpe por el sonido de la campanilla del teléfono y lleva a uno de los discutidores a contestar la llamada crea una situación muy conocida. Después de contestar el teléfono la pareja “debe” continuar discutiendo por la inercia misma de la interacción, pero puede ocurrir que ninguno sepa por qué causa o acerca de qué discutían. El silencio embarazoso que continúa después del llamado les revela en forma dramática qué es estar sumergido en un patrón interaccional autonómo. Es decir, de una discusión que se alimenta a sí misma de manera independiente del contenido ideacional de lo discutido.


¿Qué determinaba que un patrón interactivo cambiase? El problema del cambio –¿cómo ocurría que ciertos patrones autónomos se detuvieran, o invirtieran su ciclo?– que se le 16

planteaba a Bateson, en 1935, no tenía respuesta en un modelo teórico que funcionara con los patrones interaccionales estímulo-respuesta (causa-efecto); tampoco lograba una explicación aceptable acerca del por qué las “escaladas” –simétricas o complementarias– no terminaban necesariamente, ya sea en un estado ultraestable o en el colapso del sistema. La solución, según confesara más adelante (1972), llegó con el descubrimiento, en 1942, del concepto de realimentación; en sus dos modos: realimentación negativa, indicativo de las tendencias de un sistema a mantener el equilibrio y, más adelante, el de realimentación positiva, el cual tiende a aumentar la desviación. Es decir, la cibernética lo conectó con modelos que le permitieron describir fenómenos tanto de estabilidad y homogeneidad como de inestabilidad y diferenciación capaces de actuar autocatalíticamente. Esta perspectiva fue usada de manera similar por Lewis F. Richardson (1939) para el análisis de la política exterior entre naciones, y tuvo posteriormente un desarrollo promisorio en los trabajos de Donald Campbell (1959) aplicada a los procesos de conocimiento, y en los de Magoroh Maruyama (1963), aplicada al desarrollo sociocultural. En los últimos años, se debe al Premio Nobel Ilya Prigogine (1972, 1980) el haber desarrollado trabajos de investigación en el campo de la física (termodinámica de los procesos irreversibles) sobre las condiciones en que un sistema se vuelve inestable; dicho de otro modo: cómo un sistema en equilibrio tiende a romper cierta simetría espacial, a volverse inestable y a 17

recomponer otra simetría espacial diferente. Esto ocurre en un circuito continuo orden-desorden-orden, o bien caos-orden-caos. A esto Prigogine lo llamó orden por fluctuaciones, fenómeno en el cual predomina lo que Jaques Monod (1971) describió como una fusión entre procesos deterministas y otros aleatorios y en el cual se manifiestan, en igual forma, azar y necesidad. ¿Puede ser útil todo esto para describir y entender las interacciones animales y humanas? Un ejemplo lo dan los hormigueros, que tienen un funcionamiento comunicacional muy estructurado basado en el intercambio químico-trófico (alimentos). El hormiguero in se es un sistema y una autoorganización, pero cualquiera de sus partes (cada hormiga en particular con sus azarosas exploraciones) puede incorporar información nueva que altere toda la estructura. Algo similar ocurre con los flujos de tráfico automotor. Mientras el flujo es bajo cada automovilista tiene un amplio grado de libertad, pero a medida que el flujo se densifica éste se pierde y depende del conjunto, sin perjuicio de que una mala maniobra de un solo 18

automovilista recomponga toda la organización del flujo. Este modelo de autoorganización de Prigogine presenta analogía con la propuesta, al 19

menos paralela en el tiempo, de Bateson para los procesos de morfogénesis de los procesos mentales, especialmente en el aprendizaje y la evolución; también sugiere que para cambiar un sistema debe alterarse su estructura. Esta alteración se provoca por entrada de información nueva al sistema. Si bien la información que ingresa genera cambios que son impredecibles, debe esperarse que el sistema se estabilice en un nuevo orden.


Esto es de gran importancia para ilustrar y comparar con otros campos una idea cara a la terapia estratégica, orientada a la modificación de los circuitos comunicacionales de un grupo humano mediante la modificación de patrones puntuales. La idea es válida en cualquier modelo en el cual el aprendizaje y la evolución de los organismos sean definidos como un proceso estocástico (Bateson, G., 1979)20 asentado en nociones como ensayo y error y coevolución. De la energía a la comunicación De una trascendencia similar para las ciencias de la conducta –en las que se pasó del concepto de objeto al de estructura, y de éste al de sistema– es lo que Bateson propone en 1948: el reemplazo, en éstas, de la noción o la metáfora de la energía por el concepto de información. Veamos, en primer lugar, qué es la energía, y luego cuál fue su uso en las ciencias del comportamiento. En el mundo científico en general el concepto de energía es un concepto abstracto, una entidad escalar que no tiene dirección. Se la define como la capacidad o aptitud para hacer que algo trabaje; la cantidad de energía de cualquier sistema se puede medir por la cantidad de trabajo que puede realizar. En física, el concepto encuentra una definición cuantitativa muy precisa que permite descripciones referentes a su paso de un objeto a otro y de una forma a otra. Ejemplos sencillos de esto son: el péndulo, cuyo movimiento muestra el pasaje de la energía potencial a la cinética; o la pila, en la cual se transforma la energía química en eléctrica. En la biología el concepto se refiere a transformaciones químicas como el metabolismo (o físico-químicas como la fotosíntesis) que permiten los intercambios tróficos con el medio ambiente. El concepto de energía designó en el mundo científico el final de una larga controversia en torno a la naturaleza del movimiento, la fuerza, el calor y el trabajo, una de las preocupaciones del mundo clásico. 21

La palabra “energía” emergió a principios del siglo XIX, con el enunciado de la primera ley de la termodinámica, la cual determinaba su modo de conservación. Según la primera ley, la energía se transforma de modo y pasa de un lugar a otro, pero no se destruye y la cantidad total se conserva siempre equivalente. Fue precisamente cuando el concepto de energía llegaba a su máximo “prestigio” científico cuando las ciencias del comportamiento comenzaron a sistematizar sus conocimientos, que desde Descartes eran representados con nociones como “causa y efecto” o “fuerzas e impactos”. Estos eran asimismo los conceptos que durante los últimos doscientos años –a partir de Newton– habían sido preocupación central en los científicos. Así como las descripciones de los acontecimientos –desde el punto de vista de un físico o un químico– se basaban en rigurosas mediciones que consignaban la masa y la energía, los primeros pensadores de las ciencias del comportamiento, buscando igual rigurosidad y no pudiendo apelar a nociones como longitud y masa, trataron de acomodar el concepto poco ubicuo de energía a las metáforas lingüísticas preexistentes del vitalismo (G. Bateson, 1971).


Esto ocurrió tanto en la sociología, en la cual la sociedad era vista como suma de individuos devenidos “átomos sociales” interactuantes como tales, cuanto en la psicología, donde se recurrió a “reflejos”, “tensiones”, “cargas”; con el efecto consiguiente en la psiquiatría, en la cual fue muy grande el impacto del pensamiento freudiano, que incluyó el célebre concepto de “energía psíquica”: Freud lo definió como la capacidad de generar trabajo (arbeit), específica del “aparato psíquico” (aparat) y de sus operaciones (leistugen). El concepto de “energía psíquica” más tarde se equiparó al de energía “psicofisiológica” (R. Jacobson, 1964) y luego llevó a decir que la libido estaba sujeta a una ley de conservación y una ley de entropía. Los que adoptaron esta noción le dieron un carácter direccional y autónomo, ya que según ellos les permitía estudiar “los gastos, desplazamientos y transformaciones de la energía psicológica sin tener que establecer primero los de la energía fisiológico-biológica, que son su sustrato orgánico” (Rapaport y Gill, 1959). El concepto de “energía psíquica” se convirtió pues en la metáfora por excelencia en los 22

modelos psicodinámicos. Tal como la había descripto Freud, la “libido” era un fluido invisible y sin peso capaz de entrar y salir de la materia. Con ella se agregó un nuevo instrumento a los utilizados por los científicos para la descripción de fenómenos que se llamaron, sucesivamente, “flogisto”, “calórico”, “éter”, “fluido eléctrico”, “magnetismo”, “los espíritus y las esencias”, “los humores”, “los nervios”. Descartes Desde los griegos hasta Descartes, la noción de tubos huecos por donde circulan cosas tuvo al fin un carácter unificador con el principio de conservación de la energía, como puente entre la materia y los procesos mentales. Resulta relevante en este sentido, que el pensar cartesiano acerca de la mente oscila continuamente entre el innatismo y el aprendizaje. Ideas innatas, como la de círculo, y adquiridas, resultado de las experiencias de aprendizajes cotidianos, además de otras, producidas por la imaginación, como la de centauro. Si bien queda claro en el planteo de Descartes una dualidad en la cual el objeto y la imagenpercepción ligada al cuerpo, son corpóreas y materiales y la idea o concepto son “formas” mentales; lo que no queda claro es la relación, cómo se relacionan la percepción, la idea y el suceso físico. De las “formas” mentales sí queda claro, que tienen las propiedades de una “facultad” no como ser en acto sino como ser en potencia, hoy diríase una competencia (en el sentido chomskiano). De cualquier modo lo más relevante, más allá del carácter material o inmaterial, innato, adquirido o producido de las ideas, es la cuestión de cómo éstas se relacionan. Es en eso, en lo que la influencia de Descartes tiene una trascendencia que perdura aun hoy en los resabios asociacionistas presentes en la psicología actual y constituyen aún un importante mapa del operar clínico moderno.

Para Bateson esto había sido un avance en el siglo XIX, pero le parecía inconcebible ya pasada la medianía del XX (G. Bateson, 1951, 1965): El pensamiento de Freud ha sido repetidamente criticado por haber introducido entelequias en su sistema teórico, pero hoy en día esto parecería haber sido una solución temporaria relativamente buena del problema de la finalidad (...) de todos modos, con la metáfora de la


energía de Freud no se puede hacer nada, salvo una reconstrucción casi total de la teoría, partiendo de la consideración de la entropía.

O, en otro lugar (G. Bateson, 1971, 1976): Después de todo, la energía es Masa x Velocidad al cuadrado, y ningún especialista en ciencias de la conducta sostiene que “la energía psíquica” tenga esas dimensiones.(...) Es necesario, por consiguiente, revisar los elementos fundamentales para encontrar un conjunto apropiado de ideas con el cual podamos contrastar nuestras hipótesis heurísticas.(...) Las leyes de conservación de la materia y la energía siguen aún separadas de las leyes del orden, energía, entropía e información.

La energía física y la energía psíquica son conceptos diferentes, y nunca ha podido establecerse una relación conceptual entre ambos. La idea de una energía psíquica sólo puede ser entendida hoy como un resabio del vitalismo que hace difícil, por otra parte, acceder a nociones más prometedoras, como la de significación. Fue justamente en la búsqueda de ese puente, el que uniera los fenómenos naturales con el fenómeno de la significación, que Bateson propuso pasar del énfasis en la primera ley de la termodinámica y la economía de la energía al énfasis en la segunda ley y los conceptos de entropía y de entropía negativa (negentropía), que Shannon y Weaver equipararon al concepto de información (G. Bateson, 1951, 1965). Llegados aquí, deberemos detenernos en un tema que aporta una diferencia de mayor trascendencia en lo que hace a la propuesta de Bateson para las ciencias del comportamiento en particular y para todo lo relativo a las relaciones entre naturaleza y conocimiento. Me refiero justamente a este concepto, el de información, y su relación con la comprensión de los sistemas. El término forma parte originariamente de la “teoría matemática de la comunicación” elaborada por Claude Shannon, un antiguo alumno de Wiener que, a pesar de esta condición, no se vio afectado por la seducción que aquél evidenciaba por la noción de realimentación. La teoría de Shannon es puramente lineal, quizá debido a que estaba pensada para resolver problemas técnicos de las comunicaciones telegráficas (Shannon trabajaba para la compañía Bell). Su preocupación original era aumentar la velocidad de transmisión de mensajes, disminuir las pérdidas de información en el curso de la transmisión y calcular la cantidad de ésta susceptible de ser transmitida en una unidad de tiempo dada. Shannon definía su circuito como un recorrido de una señal que crea y codifica la fuente de información, un mensaje, un emisor que lo transforma en señales codificadas, un canal que lo transporta, un receptor que lo recodifica, y un destino que lo recibe. Hay, además, un factor de perturbación que es el ruido. Dentro de este circuito, aquello que se llamará “información” es una magnitud estadística abstracta que califica el mensaje de manera independiente de su significación. Dicho en el sofisticado lenguaje de los matemáticos: “es la medida cuantitativa de la incertidumbre de un mensaje en función de la probabilidad de cada señal que lo compone” (C. Shannon y W. Weaver, 1949).


La información La cuestión era cómo relacionar un modelo matemático de este tipo con comportamientos –es decir, cómo transformar una teoría de secuencias abstractas de entidades abstractas, en una teoría de la comunicación–, una teoría en la cual las formas abstractas se llenarían de contenidos, pues para los organismos la información es “una diferencia que genera una diferencia”, como sintetizará Bateson (1979). Pero los organismos -y sobre todo los seres humanos- son capaces de establecer diferencias entre las diferencias, es decir de marcar y generar contextos. En síntesis, de construir significados. La información se percibe cuando en un sistema de elementos las diferencias que ocurren en uno se relacionan con diferencias que ocurren en el otro, de hecho hay una acción a distancia, por lo menos a los ojos de los observadores. Supongamos un modelo muy sencillo compuesto por dos elementos A y B que son capaces de presentarse de dos formas diferentes –mitad claro mitad oscuro – en un período de tiempo T que transcurre entre T1 y T3:

AQUÍ DIBUJO

El modelo incluye por lo menos dos elementos, éstos son competentes para por lo menos crear una diferencia, requiere el paso de tiempo y obviamente un observador para el cual esto sea interesante. Esta “acción a distancia” es la capacidad de una diferencia de generar otra diferencia. Este modelo muestra la información en su modo abstracto, pero permite comprender cómo esta información es el soporte de la construcción de significados. Podríamos decir –agregando elementos de contexto– que el dibujo representa un juego de miradas en el subterráneo que inicia un juego de seducción, podría ser un “juego” de banderas o luces que inicia la entrada a puerto de un barco, etc. De esta descripción se desprende que para llegar a construir significados se requieren “juegos” que incluyen cantidades de signos y reglas que derivan en una mayor complejidad, la complejidad de los lenguajes humanos.

Lo que permitió unir información con significado fue resultado de la asimilación que hicieran Shannon y Weaver de los conceptos matemáticos de información y negentropía (entropía negativa). En la teoría de la información se usa el concepto de negentropía para describir la cantidad de información organizada y coherente que contiene un mensaje codificado. A mayor información, menor entropía (desorganización). Por supuesto que la “cantidad de información organizada y coherente” es la cantidad de información que puede organizar un órgano percipiente capaz de codificarla en base a códigos compartidos. Sobre el papel que juega el significado y la construcción y teorías del significado véase más adelante “El lenguaje como mediador”. En 1947, Bateson ya proponía el uso de la noción de negentropía como metáfora más adecuada a la conducta que la de la energía; agregando además, de manera anticipatoria, que el uso de conceptos como información, negentropía, cadenas causales circulares y sistemas abiertos, incorporados por la psiquiatría al mundo de la complejidad, obligaba también a incorporar la expectativa de que –como lo había demostrado Godel (1931) para las matemáticas– todo sistema proposicional autoorganizado, por más preciso que fuese, devenía 23

paradojal.


Sin embargo, con todos los recaudos que debe suponer la traslación sin más de conceptos de las matemáticas y de la física a sucesos como los comportamientos, la noción de negentropía coincidió en forma bastante exacta con las nociones de organización y orden que las ciencias de la conducta necesitaban describir. Todavía estamos inmersos en esta metáfora –más aún luego de que Haken (1984) ligara principios generales de la física a criterios sinergéticos como los de conducta colectiva y 24

autooorganización.

El lenguaje como mediador Las palabras corrientes comunican sólo lo que ya sabemos; solamente por medio de las metáforas podemos obtener algo nuevo. Aristóteles, Poética

La influencia del modelo informacional trascendió en varias direcciones desde su inclusión en la ciencia y sus aportes atravesaron las barreras entre disciplinas. La Lingüística no quedo fuera de este proceso. En el discurso de clausura del Congreso de Antropólogos y Lingüistas celebrado en la Universidad de Indiana en 1952, señalaba Román Jakobson: Para el estudio de la lengua en funcionamiento, la lingüística ha recibido un impulso extraordinario de los resultados conseguidos por dos disciplinas conjuntas: la teoría matemática de la comunicación y la teoría de la información. Por más que la ingeniería de la comunicación no figuraba en el programa de nuestro congreso, muy sintomático resulta que apenas hubiera artículo no influenciado por los trabajos de Shannon y Weaver, de Wiener y Fano (...) Hablé del emisor, del receptor, del contenido, y de pronto nos percatamos de la gran cantidad de cosas nuevas que podemos hacer al analizar este problema capital del emisor y el receptor... poner de relieve ora el mensaje ora el código. Esta puesta de relieve del mensaje en sí mismo es lo que se llama función poética... no se trata sólo de poesía... esta función puede o bien estar subordinada a otras funciones o aparecer como función organizadora. La concepción de la lengua poética como lengua con una función predominante nos ayudará a comprender la lengua prosaica de todos los días, en la que la jerarquía de funciones es diferente, sí, pero en la que esta función poética (o estética) se da necesariamente tanto en el papel sincrónico como 25

diacrónico del lenguaje. (R. Jakobson, 1953). La teoría de la comunicación es, creo yo, una buena escuela para el lingüista actual, así como la lingüística estructural es una buena escuela para la ingeniería de la comunicación. Creo que la realidad fundamental con la que el lingüista se encuentra es la interlocución: el intercambio de mensajes entre emisor y receptor, entre destinador y destinatario, entre codificador y decodificador (...) el discurso individual no se da sin un intercambio (...) en cuanto al llamado discurso interior, no exteriorizado, no emitido, no pasa de ser un sucedáneo elíptico y alusivo del discurso más explícito y formulado. Es más, el diálogo se halla en la base incluso del 26

discurso interior, como se ha demostrado, de Peirce a Vigotsky (R. Jakobson, 1953).

Fue a partir de estas propuestas que el modelo de la comunicación comenzó a extenderse hacia las ciencias humanas mediante lo que dio en llamarse la forma verbaltelegráfica, que el mismo Jakobson propusiera (1960, 214):


AQUÍ DIBUJO Fue con este modelo, con el que se difundió por el mundo la noción antropológica, lingüística y psicológica de la comunicación. Si bien la extensión y la generalización que alcanzó este modo de representar la comunicación es muy amplia, en el sentido que le daban los primeros cibernetistas, no es una exacta representación de lo que los preocupaba. El modelo de Jakobson era en lo fundamental un modelo lineal, ingenieril. Esto último en el sentido de que aquello que el modelo inicial de la información quería dilucidar era la transmisión de datos, su quantum. Cuánto de tal cosa (información) podía enviarse de un punto a otro en la geografía. La preocupación batesoniana, giraba alrededor de otra cosa. Así como a los matemáticos les interesaba el mundo de los datos, como ya vimos, a Bateson le interesaba el mundo de los patterns.

La articulación entre cibernética y ciencias humanas no fue ni es fácil y ocurre muy lentamente. Las ciencias humanas y en especial la psicología encontraron rápidamente el camino más fácil para las descripciones, el atajo de la informática. Primero los economistas y luego todo el mundo hicieron del modelo input-output (entrada-salida) un criterio explicativo. AQUÍ DIBUJO

El modelo cibernético original se orientaba hacia el descubrimiento del funcionamiento de eso que se denominaba caja negra, mediante la acumulación de datos cuantitativos que permitieran definir su funcionamiento interno, por parte de un investigador externo. AQUÍ DIBUJO El modelo cibernético de Bateson no está preocupado por las entradas y las salidas sino por los acontecimientos del conjunto de circuitos que participan de la cuestión y del cual el investigador, observador, forma parte: AQUÍ DIBUJO Para la forma de pensar de Bateson (y de Wiener) la interacción del hombre con su entorno, en el sentido más amplio se realiza mediante la comunicación, una forma específica de intercambio de información que se da simultáneamente en múltiples niveles, cerebrales, díadas, familias, grupos de pertenencia profesionales, el mundo simbólico y de la cultura.


Su inquietud original, en cuanto a la descripción de la conducta animal o humana, estaba ya presente en los estudios antropológicos de la década del treinta, publicados en Naven (G. Bateson, 1936, 1958). Y continuó en los trabajos posteriores con pulpos, nutrias y delfines. Luego, hacia los ’70, cuando abandonara el campo de la investigación empírica, todavía persistió en las teorizaciones de sus últimos textos (G. Bateson, 1979; y G. Bateson y M. C. Bateson, 1987). Esa preocupación consistió siempre en llegar a una formalización de la conducta en tanto constituyente de sistemas “pensantes”, con capacidades mentales. Esto es, la posibilidad de formalizar comportamientos reales o posibles, sus historias naturales, sus mecanismos y procesos de diferenciación, las funciones sociales y ecológicas de cada uno de ellos, y sus fundamentos y competencias cognoscitivas. Cismogenésis Yo definiría la cismogénesis como un proceso de diferenciación en las normas del comportamiento individual resultante de la interacción acumulativa entre individuos. (...) Debemos prepararnos para estudiar la cismogenésis desde todos los puntos de vista – estructural, etológico, sociológico– (...) es razonablemente cierto que la cismogénesis desempeña un importante papel en el modelaje de los individuos. Yo me inclino a considerar el estudio de las reacciones de unos individuos a las reacciones de otros individuos como una útil definición del conjunto de la disciplina a la que vagamente nos referimos como Psicología Social. Esta definición podría alejar a dicho tema del misticismo. Creo que haríamos bien en no seguir hablando de ‘comportamiento social de los individuos’ ni de las ‘reacciones del individuo ante la sociedad’. Todas estas expresiones llevan con demasiada facilidad a conceptos tales como los de Mente de Grupo o Inconsciente Colectivo. Estos conceptos carecen por completo de sentido para mí (...) En cuanto nuestra disciplina se define en términos de las reacciones de un individuo a las reacciones de otros individuos, en seguida se hace evidente que debemos considerar las relaciones entre dos individuos como algo susceptible de cambiar de vez en cuando, aun cuando no exista perturbación desde el exterior. Tenemos que considerar no sólo las reacciones de A al comportamiento de B, sino también cómo éstas afectan al posterior comportamiento de B y el efecto de esto en A (G. Bateson, 1935). Partiendo otra vez de la visión ‘ingenua’ del historiador natural, como se decía en el siglo XVIII, es decir, desde el punto de vista del observador del comportamiento natural. Los seres humanos se mueven, emiten sonidos, ingurgitan alimentos, se reúnen en pequeños grupos de jóvenes y de mayores, de hombres y mujeres, etc. (Y. Winkin, 1981, 1982).

Pero, ¿qué de todo eso tiene sentido? La búsqueda batesoniana se orientó en realidad hacia una generalización de las cuestiones fundamentales de la lingüística: de todos los sonidos ¿cuáles elige una cultura para constituir y legitimar una lengua?; y luego: de todas las posibilidades que abre una lengua ¿cómo se constituye el sentido, en la particularidad de cada frase que entendemos como dotada de sentido y referencia? Sentido porque está informada de significación, y referencia porque ocurre en un contexto o situación específicos. En esta manera de pensar, las partes –sean individuos, células, hojas, anémonas ante las mareas– externalizan sus comportamientos en situaciones y mediante procedimientos en los


cuales los participantes (cualquier sistema capaz de procesar información) “conocen” las reglas en forma implícita. El símil es evidente con el conocimiento de una gramática por quienes usan una lengua. En los comportamientos humanos las reglas están dadas en el carácter sociocultural de las convenciones o surgen por las propiedades generativo-transformacionales inmanentes al 27

sistema. Los comportamientos, como todas las conexiones que se dan en la naturaleza viviente, son pensados como “una danza de partes interactuantes” que a lo largo del tiempo construyen una “historia [que] es un pequeño nudo o complejo de esa especie de conectividad que llamamos ‘relevancia’” (G. Bateson, 1979). Las conexiones, en el orden de la naturaleza, constituyen un tipo de historias: las de la naturaleza. Las conexiones entre las personas constituyen otro tipo de historias. Por otro lado, las personas piensan en términos de historias. Aquí Bateson conecta y amplía la noción de mente en el sentido tradicional, de proceso individual subjetivo, dándole otro sentido, trascendente al individiuo e inmanente a sistemas más amplios. Esto coincide con la noción clásica de espíritu como entidad transpersonal (en realidad trans-partes), ya que los límites físicos de los organismos le parecerán siempre arbitrarios. Lo que le interesa son los patrones (patterns) a lo largo del tiempo. Es decir, la capacidad de la naturaleza para crear contexto. Esto le permite un giro conceptual, por el cual hasta “la embriología es un proceso mental, como lo es la evolución”. Mente y naturaleza son isomórficos, son un proceso semejante ocurriendo en entidades diferenciadas por un observador. De ahí la importancia de la “forma”; ya que lo que construye la “identidad” (las reglas de relación particular de las partes) es una gramática que permite encontrar o dotar de significado a elementos de esas abstracciones, construcciones de “realidades” producto de reglas sintácticas y atribuciones.

La cuestión del significado Los filósofos y lingüistas consideran comúnmente la ambigüedad como si fuese patológica por naturaleza, algo que se interpone en el camino de la claridad y la precisión. Este enfoque del tema es altamente nocivo e injusto. Se asocia frecuente y erróneamente, no sólo con la consideración de que todas la oraciones tienen significados precisos y determinados, sino que se basa en el supuesto igualmente erróneo de que la claridad y la evitación de imprecisiones y equívocos son siempre deseables, independientemente del juego lingüístico que estemos ejercitando (J. Lyons; 1981).

Vuelta al problema del significado, problemática desde la cual la conducta (o el comportamiento de cualquier sistema o subsistema viviente) es generalizada como comunicación, es decir como un sistema de codificación que, adopte el nivel que adopte, determina el universo del sentido como supraindividual y no conciente. Supra-individual porque las reglas de relación (como ocurría en la cismogénesis) adquieren autonomía. No


conciente porque el código que sustenta el acto entra en acción antes de que el actor tome 28

conciencia. La comprensión –en un sentido que excede a la conciencia– precede al acto. El modelo comunicacional desarrollado por Bateson, que luego se extendiera al campo de las terapias familiares, sistémicas, cognitivas, etc., resumía tres premisas: a) “el ser humano orienta sus actos hacia las cosas (objetos, situaciones o personas) en función de lo que éstas significan para él”, b) “el significado de estas cosas se deriva o surge como resultado de la interacción social que cada cual mantiene con su prójimo; es de hecho un proceso emergente de la actividad social humana”, c) “los significados se manipulan y modifican mediante un proceso interpretativo desarrollado por la persona, pero esta misma está sumida en significados y manipulaciones sociales de éstos”, d) “la persona debiera ser vista más como un sujeto ‘autointeractivo’ (actuante más que respondiente) provisto de un sí-mismo orientado situacionalmente”. Significado La información debe ocuparse de medir cambios del conocimiento, y no del contenido cuantitativo de un mensaje” (...) el significado es claramente una interrelación entre el mensaje y el receptor y no únicamente una propiedad del mensaje (...) en cuanto al emisor, el significado del mensaje que emite se relaciona con su idoneidad para transferir al receptor una incitación especifica a la acción, (...) el significado es inseparable del uso, ya que se trata de una relación entre el receptor y el mensaje que puede variar de un receptor a otro, de hecho no hay dos receptores que tengan el mismo condicionamiento semántico, un lenguaje es una población variable de significados potenciales (Donald M. MacKay, 1972).

La significación es asimilada por Bateson a los conceptos de información, organización (negentropía) y de reglas de restricción de una estructura, ya que aquella es función de esa restricción de otras posibles significaciones. Algo bastante equivalente a la ausencia de ambigüedad o ruido. De todos los elementos y las peripecias de la formación y de la re-formación de las relaciones humanas, el proceso que le interesa (más que la cuestión de la verdad) es aquél mediante el cual los sujetos instauran reglas comunes para la creación y comprensión de mensajes. Para entender el “fraseo” mediante el cual pacientes y terapeutas se comunican, se hizo necesario abrirse a nociones de significado que la lingüística o la filosofía hasta ese entonces habían descartado. En lingüística el significado de una oración es en gran medida independiente del contexto, pero el significado de un enunciado no lo es. Teorías del significado


a) la teoría referencial (“el significado de una expresión es aquello a lo que se refiere o representa”: por ejemplo, “Leal” significa Leal, “perro” significa tanto la clase de los perros como las propiedades que todos ellos comparten); b) la teoría ideacional o mentalista (“el significado de una expresión es la idea o conceptos asociados con ella en la mente de cualquiera que la conozca”); c) la teoría conductista (“el significado de una expresión es tanto el estímulo que lo evoca como la respuesta evocada o la combinación de ambos en ocasiones de expresión particulares”); d) la teoría de el-significado-es-el-uso (“el significado de una expresión, si no es idéntico a su uso en la lengua, está determinado por él”); e) la teoría verificacionista (“el significado de una expresión, si tiene alguno, viene determinado por la verificabilidad de las oraciones o proposiciones que lo contienen”); f) la teoría de condiciones-de-verdad (“el significado de una expresión consiste en su contribución a las condiciones de verdad de las oraciones que contienen dicho significado”) (J. Lyons, 1891). La inclusión de las variables contextuales hizo necesario en la descripción de la conducta como algo complejo, dotarla de las propiedades de un sistema, capaz de una organización autónoma susceptible de ser considerada; por un lado, independiente del pensamiento individual, y por el otro, del marco sociocultural. Queda claro que al decir “independientemente” no decimos aisladamente. La atracción inmediata que provocó en los primeros años de investigación psiquiátrica: primero la metacomunicación en la hipnosis como modo de hacer ingresar información nueva en un sistema cognitivo estable. Luego, los intercambios en la díada madre-hijo. Y por último, la familia como institución mediadora entre las personas y un orden social más amplio, se relacionaba con la necesidad teórica y práctica de tener un fondo contextual que resaltara el significado como resultado de la acción o el hacer (pragmática) social en el marco operativo de las instituciones sociales y de las convenciones. A la familia no era difícil adosarle características de microcultura, con códigos y recursos propios. La familia se adaptaba perfectamente a ser vista como un sistema abstracto, que podía subtender la ejecución de un número potencialmente infinito de comportamientos, pero que en 29

la realidad cotidiana aparecía constreñida a una producción por un lado restringida, otro no siempre adaptada a sus necesidades, como ocurría en los casos patológicos.

y por

De todas formas, la familia también podía ser vista como un recorte arbitrario. La instrumentación del modelo y su inserción y desarrollo en el movimiento de terapia familiar en los Estados Unidos parece haber tenido más relación con las necesidades o modas de los profesionales de la psiquiatría y la sociedad norteamericana que con la aplicación rigurosa del modelo y sus premisas. Una pregunta fue soslayada: ¿cuáles son los límites de un sistema o, por lo menos, cómo trazarlos? El problema del recorte de unidades de conducta dotadas de sentido y significación –con valor descriptivo e instrumental y con el fin de lograr introducir modificaciones o diferencias (por ejemplo en su uso terapéutico)– tuvo su origen y aún hoy parece permanecer asentado


más sobre los gustos y preferencias de cada terapeuta que sobre los resultados de estudios teóricos. Del modelo se deducía que debían ser recortes de conjuntos de comportamientos que tengan unidad de sentido, que sean un texto a entender en un contexto más global de la 30

conducta.

¿Qué es la trompa de un elefante? ¿Qué es filogenéticamente? ¿Qué nos dice la genética que es? Como tú sabes (¡hasta Kipling lo sabía!), la respuesta es que la trompa de un elefante es su “nariz” entre comillas porque la trompa es definida mediante un proceso interno de comunicación en crecimiento. La trompa es una “nariz” por un proceso de comunicación: es el contexto de la trompa lo que la identifica como nariz. Lo que está entre dos ojos al norte de la boca , es una “nariz”, y tal es tal. Es el contexto lo que fija el significado, y por cierto tiene que ser el contexto receptor el que provee de significado a las instrucciones genéticas. Cuando a esto lo llamo “nariz” y a aquello “mano”, estoy parafraseando –bien o mal– las instrucciones evolutivas del organismo en crecimiento, aquello que los tejidos que recibieron el mensaje interpretaron que era la intención de este último. (G. Bateson, 1979).

Así, cuando una proposición es sugerida por otra o por la situación, hay argumentación, cuando se dice que la trompa del elefante es su “nariz” se está argumentando en una dirección diferente que la que sostendría que es su “mano” pues con ella “agarra” cosas. Esto supone oponer lógica y argumentación, La lógica no autoriza la ambigüedad, su regla es la univocidad, pero ésta no es la regla de las relaciones humanas de uso del lenguaje. En el uso de las lenguas naturales no se estipula toda la información, ni las reglas según es necesaria tratarla. Se deja a los interlocutores, en consecuencia al auditorio, la oportunidad de decidir e inclusive volver unívocos los conceptos usados. Obviamente nada impide jugar sobre la pluralidad de sentidos, los equívocos y la manipulación del otro. Al proporcionar al otro un contexto de medios para definir un sentido se descubre la flexibilidad y la riqueza, casi infinita, del uso de los lenguajes naturales. El valor argumental no es algo que se agrega a lo explícito como una ornamentación, es lo que lo explícito sugiere, o implica (H. P. Grice, 1977). La naturaleza de esta implicación constituye la esencia de las técnicas hipnóticas que coinciden con tres funciones del lenguaje: a) la comunicación indicativa y referencial de hechos y estados de cosas, b) la expresión de la subjetividad y del pensamiento, c) la persuasión del interlocutor. Esa necesidad de fijar una “unidad de análisis” tuvo para Bateson un modelo, más que en díadas concretas como madre-hijo o familias, en la noción más general de lo que denominaba “relación organismo + ambiente”. La unidad donde estarían presentes las principales características de “lo viviente y sus limitaciones” es en la descripción batesoniana del mecanismo o sistema descripto por la noción de doble vínculo.


Dejaremos momentáneamente de lado la relación entre el doble vínculo y la etiología de la esquizofrenia (o de otro tipo cualquiera de patología mental) para hacer pie en lo que la noción implica en su forma más general como proceso “sistémico-cibernético”, o bien mental. El doble vínculo puede ser descripto como: 1) un sistema comunicacional estable, en el cual los intercambios son inevitables (sean por ataduras afectivas, o de necesidad o poder entre sus partes); 2) duradero y repetido en el tiempo; 3) que genera y mantiene incongruencias entre los distintos niveles de la comunicación (capacidad de generar paradojas en su estructura lógica); y por último: 4) que incluye reglas que le impiden incorporar información nueva acerca de sus propias reglas (metacomunicación) (G. Bateson, 1955, 1956, 1960, 1969, en 1972; C. E. Sluzky, y D. C. Ranson, 1976; M. M. Berger, 1978). La teoría del doble vínculo, pese a los exigentes análisis y las críticas a que fue sometida (V. E. Cronen; K. M. Johnson; J. W. Lannamann, 1982), fue la piedra fundamental del comienzo de los estudios psiquiátricos en la perspectiva batesoniana. Aún hoy podría decirse que representa el modelo más acabado de lo que Bateson llamaba aplicación de los conceptos de sistema y de cibernética a las ciencias de la conducta humana. Este modelo incorporaba una teoría con alto nivel de abstracción (Teoría de los Tipos Lógicos), un modelo teórico de patrón interactivo, cierta forma de organización de los datos que los dotaba de un significado específico, una hipótesis acerca de la limitación de los individuos particulares a un estado agencial (pérdida de la capacidad y control de producir comportamientos alternativos). La evolución posterior del movimiento sistémico, sobre todo la de las vertientes que abandonaron la pragmática de la comunicación; modelos llamados posmodernos, colaborativos, narrativistas o conversacionales ingresaron en una zona de especulación teórica que perdió ciertas características de rigor e imaginación de aquellas primeras investigaciones y la exigencia en la evaluación de resultados que la evolución clínica requería. La hipótesis del doble vínculo puede ser entendido como un “procedimiento” específico de ciertas situaciones de la comunicación, así como una herramienta para el estudio de una amplia gama de conductas humanas y animales (1962). Es decir, como un proceso mental en un sentido más amplio que el psiquiátrico. No siempre fue debidamente tomado en cuenta; Bateson extendió las situaciones de doble vínculo al estudio y la comprensión de fenómenos ecosistémicos más amplios en los cuales se generaban incongruencias. Dicho resumidamente: la hipótesis del doble vínculo es una teoría de alcance medio que ofrece una descripción posible de un proceso mental en el cual es dable detectar cómo un “error epistemológico” –incongruencia lógica– en el lenguaje es capaz de afectar el comportamiento. Y debemos aclarar, que aquí la palabra “error” no es una valoración negativa, ya que en todo sistema estocástico el error permite la incorporación de lo aleatorio, esto quiere decir, engendra la novedad.


De hecho toda renarración, el parafraseo continuo y las reinterpretaciones y reenmarcamientos a que sometemos cotidianamente el lenguaje escuchado son un sistématico intento de cambiar la congruencia interna del discurso escuchado al otro e imponerle una congruencia alternativa. ¿Qué otra cosa es la negociación de significados? Queda de hecho por cuenta del observador, o del proceso evolutivo, valorar en el resultado patología o creatividad. Esto estaba muy en claro para quien decía que: (...) aunque haya cuidado de varios pacientes esquizofrénicos, jamás me he interesado intelectualmente por ellos, en tanto que tales. Lo mismo es cierto con respecto a mi trabajo con las culturas indígenas de Nueva Guinea y de Bali. Mi interés intelectual se ha concentrado siempre en principios generales que estaban a continuación ilustrados y ejemplificados por los datos. Quiero saber: ¿de qué clase de universo se trata? ¿Cómo puede describírselo mejor? ¿Cuáles son las condiciones necesarias y los límites ”31

de la experiencia de la comunicación, de la estructura y del orden?

(G. Bateson, 1966).

NOTAS 1. Parece exagerada la propuesta de un “paradigma batesoniano” como “epistemología ecosistémica” para las ciencias (Keeney, Bradford, 1983, 1987). Obviamente es un problema de lenguaje, aunque nos parezca más adecuado, con el fin de mantener el carácter sociológico (y no sólo epistemológico) del concepto de “paradigma” de Kuhn (1962), el planteo según el cual Bateson es considerado un importante precursor, justamente de la instrumentación del paradigma ecosistémico en las ciencias del comportamiento. 2. El destacado está en el original. 3. Georg Cantor, filósofo y matemático nacido en San Petersburgo en 1845 y muerto en Halle en 1918. Hacia 1879 desarrolló la teoría de los conjuntos, de uso y conocimiento universales. 4. Es lo que técnicamente se llama “función de coordinación” o “algoritmo de formación”. 5. Los modelos de “sistema cerrado” tuvieron difusión y aplicación -hoy bastante discutida- en la física y en la química. Como suele ocurrir, su uso se extendió también a las ciencias de la conducta. 6. Clarín, 18-01-96, p. 13. 7. Es interesante la idea de que las clasificaciones disciplinarias y profesionales del conocimiento científico son ortogonales entre sí, y por lo tanto pueden representarse por medio de una matriz en la cual las disciplinas forman filas y las profesiones columnas; sin embargo, la perspectiva de sistemas diluyó esta expectativa poniendo el énfasis más bien en los “nudos”, “embrollos”, o problemas, que en los objetos de estudio. En la clínica, esta concepción derivó en el enfoque estratégico. 8. También tiene una clara relación con el concepto piagetiano de inteligencia: ésta, en tanto organiza el mundo y la memoria, se organiza a sí misma. 9. En esta perspectiva, las estructuras biológicas son vistas como estructuras cognitivas, aunque cuando se las compara con las estructuras cognitivas en sentido estricto, la diferencia es de flexibilidad para el cambio; las primeras son más lentas e inerciales, aunque de todos modos determinen a las segundas, las cuales siguen las premisas de una base codificada biológicamente. Bateson creía que este código era representable en última instancia en forma lógico-matemática (véase R. Riedl, 1980; y Watzlawicz, 1988; R. Riedl, 1981, y E. von Glasersfeld, 1981). 10. Wiener hace un desarrollo matemático de este tema desde la mecánica estadística de Gibbs, relacionándolo con la noción matemática de invariante y grupo de transformación; pero esto obviamente no hace al caso aquí. Lo que sí interesa es de dónde salen y cómo se construyen las metáforas batesonianas. 11. En la epistemología tradicional se plantea que la percepción refleja una realidad independiente del observador. Pero en la epistemología batesoniana, en la que todo lenguaje o proceso mental y cognitivo terminan –como todo recurso lógico-simbólico– siendo autorreferenciales, se admite que la aproximación a la


realidad depende de la metáfora, modelo conceptual, mapa cognitivo o lenguaje utilizado, los que están incluidos a su vez en el paradigma o “supermodelo” teórico-científico que se utilice. 12. El destacado en este último párrafo es nuestro. 13. Que Bateson –a la manera de Sapir (1949) y de Whorf (1942, 1971)– identifica con el pensamiento. 14. Este concepto se refiere a la evidencia en las ciencias biológicas de que los organismos portan, en sus formas (el corte transversal del tronco de un árbol, o la concha del caracol) rasgos o señales de su crecimiento anterior: el procronismo es a la ontogenia lo que la homología (semejanza formal entre organismos) es a la evolución. 15. Nota del autor: salvo aclaración, “sistema” y “estructura” se usarán en el sentido ya establecido. 16. G. Bateson: Naven by the Board and Trustees of the Leland Stanford Junior University, EE. UU. de A., 1958. 17. El concepto de simetría espacial se refiere a la distribución de las moléculas de, por ejemplo, una reacción química. En un primer paso hay un orden distribucional X; siguiendo el concepto de entropía, esa organización debiera ir perdiéndose hasta un desorden final, pero ocurre que cuando el sistema llega a un cierto grado de inestabilidad –por amplificación de una fluctuación que rompe la simetría distribucional– se genera un nuevo orden espacial, que Prigogine ha denominado orden de fluctuaciones (1972). 18. I. Prigogine: “Un itinerario científico para un siglo turbulento”; entrevista al Premio Nobel Ilya Prigogine; M. Wainstein y C. Des Champs, Perspectivas Sistémicas, 10-3-1990, Nº 11. 19. El físico Fritjof Capra (1988) sugiere que incluso sería anterior. 20. “Se dice que una secuencia de sucesos es estocástica si combina un componente aleatorio con un proceso selectivo, de manera tal que sólo les sea dable perdurar a ciertos resultados del componente aleatorio” (G. Bateson, 1979). Si bien creo que estas ideas en su modo más abstracto son asimilables, debe tomarse muy en cuenta que los conceptos de “estructura” se refieren, en un caso, a funciones, y en otro a ubicaciones espaciales de partículas; y así como el de equilibrio a gasto de energía y no al carácter estable de una estructura. 21. El término técnico fue introducido y usado en física por vez primera por Thomas Young (1773-1829). 22. Y en general del asociacionismo, que intentaba representar las correlaciones entre las cadenas de ideas y las cadenas causales de procesos ambientales. 23. Hofstadter (1979) y Gotthard Ghunter (1982) han sugerido la posibilidad de proposiciones autorreferenciales que no son paradojas, como por ejemplo: “This sentence has (thirtyone) letters”, en la cual “thirtyone” es la primera solución. Los sistemas autorreferenciales pueden no ser paradójicos si hay soluciones discretas en un contexto de infinitas soluciones. 24. Y de los aportes de Prigogine (1972) sobre los procesos negentrópicos locales en las reacciones químicas, retomados por Dell y Goolishian para la terapia familiar; y también los aportes desde la biología a lo biosocial de Maturana y Varela (1980), a través de los cuales fenómenos como la autopoiesis (capacidad de autoorganización y de autorreproducción del organismo) se transformaron en metáforas para la descripción de la conducta. 25. El destacado es nuestro. 26. El destacado es nuestro. 27. Con este uso de un lenguaje chomskiano adoptó aquí una perspectiva -admirada por él- sobre la necesidad de no sólo clasificar las formas (configuraciones) de la comunicación, sino también de estudiar el “efecto de estas formas sobre las relaciones interpersonales”. Tarea posible a través de un modelo lingüístico (como el de la gramática transformacional) que simultáneamente ofrece una base teórica y sirve como herramienta de cambio interpersonal (psicolingüística). (G. Bateson, prólogo a R. Bander y J. Grinder; 1975, 1980). 28. Esto es evidente, sobre todo al leer su introducción a la inédita The natural story of an Interview (1971); allí, las conductas verbal y gestual son estudiadas con la misma metodología –en “partículas”– y agrupadas en unidades cada vez más amplias. Recién cuando adquieran cierta complejidad permitirán acceder a la significación; entretanto, lo importante es: ¿cómo altera la significación un cambio dado en la secuencia o el contexto? 29. Es clara la analogía –vista desde este ángulo– entre partes del sistema de la lengua –discurso y frase– (E. Benveniste, 1966) y partes del sistema sociocultural: familia y self. 30. Este es un tema bastante crítico tanto en el origen de la teoría de los sistemas como en la actualidad. Las nociones de sistema cerrado (teórica y contradictoria) y la de sistema abierto soslayaron por un tiempo la cuestión de un criterio para los límites. En Bateson, la comprensión precede al significado: “el sistema debe permitir una explicación completa dentro de los circuitos cerrados que determinan el acontecimiento” (1972), y lleva el tema a una cuestión de lenguaje, es decir de dependencia a las necesidades del observador. 31. Destacado en el original.


6. La “máquina” de Bateson

En el Capítulo 4 de Espíritu y Naturaleza, Bateson enumera una lista de “criterios del proceso mental”, su objetivo es de limitar las características que debe cumplir un agregado de fenómenos, un sistema, para que éste pueda ser considerado una mente. Allí también identifica mente y pensamiento diferenciándolos de fenómenos mas simples llamados sucesos materiales. Allí sostendrá por otro lado que fenómenos dispares como los denominados “evolución”, “ecología”, “vida”, “aprendizaje”, únicamente pueden ocurrir en sistemas que satisfagan estos criterios. Por último, lo que sustenta todo lo propuesto por el paradigma comunicacional se sostendrá, o no, si se sostiene la idea de que es posible establecer criterios formales que deben ser satisfechos, para que algo como eso que llamamos “conocimiento”, pueda ser aplicado con alguna esperanza al problema cuerpo-mente. Veamos los criterios uno a uno. 1. “Una mente es un agregado de partes o componentes interactuantes.” Este primer criterio es ya, a esta altura de nuestro desarrollo, bastante obvio, en relación a todo lo hasta aquí dicho sobre sistemas. Lo que aquí Bateson llama interacción es una secuencia sistemática de interacciones entre partes. La explicación de ese proceso asienta en la organización o pauta que tome esa interacción sistemática. Llegado a este punto, Bateson aclara especialmente que, si fueran posibles sucesos mentales en entidades indiferenciadas, es decir entes simples, como científicos deberíamos “cerrar el negocio e irnos a pescar”. Es decir: suceso mental implica siempre complejidad. Como el lector tal vez ya sospeche, estos criterios surgen de algo bastante parecido a las propiedades y operaciones de un órgano sensorial de cierta complejidad y capacidad; de allí en más se puede pensar en un gradiente que vaya desde un cerebro hasta un ecosistema. De todos modos, un elemento, per se e in se, y por más complejo y diferenciado que sea (aún un cerebro como modelo de complejidad), no puede ser visto como “proceso”, salvo puntuándolo en una relación entre partes o bien parte-contexto. Un cerebro sólo lo será si tiene una historia evolutiva de interacciones con el ambiente y con otros “cerebros”. Cuando un niño nace, su cerebro no llega “en blanco”, llega con un conjunto de plasticidades y potencialidades que le permiten desarrollar ciertas correlaciones internas en sus intercambios con el ambiente; pero esto que llamamos “ambiente” también es una organización con relativa “clausura”, es un


“mundo” de estímulos posibles y no otro. El pequeño niño chino estará expuesto al idioma chino y la cultura china de su región, ese mundo genera ciertas correlaciones y no otras. En última instancia se correlacionan entidades que mantienen una relativa clausura y una relativa capacidad para interactuar. Veamos el segundo criterio: 2. “La interacción de las partes de la mente es desencadenada por la diferencia, y la diferencia es un fenómeno no sustancial, no localizado en el espacio o el tiempo; la diferencia se relaciona con la negentropía y la entropía, no con la energía”. Ahora bien: tenemos ya partes y tenemos la condición de la interacción. Pero, ¿cómo interactúan las partes para crear un proceso que admita ser llamado mental? Llegados a este punto, Bateson diferencia dos mundos, y los llama como los denominara Jung, del Pleroma y de la Creatura. Preferiremos continuar con la terminología que habla de un mundo de la materia inerte (físico) y un mundo viviente (biológico). Cada mundo tiene sus propiedades específicas; en el mundo físico las cosas se relacionan por fuerzas o impactos de una cosa sobre otra. En el mundo de las cosas vivientes, en cambio, es necesaria una relación entre las partes de las cosas o bien entre dos momentos de una misma cosa. Queda pendiente aquí si esa necesidad lo es de la propia naturaleza o corre por cuenta exclusiva de un observador. Para Bateson hace falta un elemento sensorial, un observador, capaz de responder a cambios o diferencias, capaz de alterarse ante una diferencia, o bien -lo que es lo mismocambiar ante un cambio. Teoría del Observador de Guy Jumarie (1980,1982) 1. Un sistema S no puede definirse sino relativamente a un observador dado R: “Este axioma considera la interacción ‘observador-sistema’ como un hecho fundamental, inherente a la noción misma de sistema. Un mismo objeto, físicamente definido sin ambigüedad, será percibido de maneras distintas por observadores distintos”. Tendremos por lo tanto S/R1, S/R2... S/Rn. 2. Un sistema S recibe información I desde su entorno no-S y usa dicha información para modificar su estructura interna... y actuar sobre S de manera de alcanzar una meta propia. S + no-S = U (o sea el universo) “Ese axioma sistematiza simplemente el hecho de que todos los sistemas son más o menos adaptativos.” 3. El universo U es ciego: no es capaz de observar él mismo sus propias transformaciones, no puede en definitiva observarse. “... este enunciado es equivalente al famoso Teorema de Godel sobre la incompletud de los sistemas formales”, éste sostiene que todo sistema formal tiene axiomas básicos que no son demostrables en el marco del sistema. Es más o menos como decir que todo sistema tiene controles que no puede controlar. Aplicado a sistemas clínicos esto se refiere a que ninguna instancia de “observación” puede observar y/o tener control sobre lo que ocurre en la sesión


incluido el observador. Quien mira mediante un espejo unidireccional “ve” lo que ocurre del otro lado pero no “su” propia relación con el “otro lado”. En resumen: toda percepción es necesariamente fragmentaria.

En esta visión, el mundo de lo viviente es el mundo de la información en tanto proceso; un mundo signado por la capacidad que tiene una diferencia de generar una diferencia. En tanto entidades, es un mundo de elementos capaces, en un sentido, de “responder”, pero también, en otro sentido, activamente “trazar” o “puntuar” diferencias. Esto es, ser “procesadores” de diferencias. No se trata, como en el conductismo, de estímulos y respuestas, sino de desencadenantes-procesadores-respuestas. Alrededor de esto se han realizado bastantes reflexiones, algunas de las cuales entienden la información como una “intervención instructiva” de algo sobre algo, y otras que acentúan la capacidad “estructural” de respuesta que algo tiene ante perturbaciones externas. Todas ellas se relacionan con las propiedades del observador propuestas. En Bateson el concepto de información nunca dejó de ser central. En su forma más abstracta, es la capacidad de una diferencia de generar una diferencia en otro lugar. La observación crítica de Maturana y Varela (1980) niega la existencia de la información y corre el eje de los efectos a las propiedades organizativas del organismo. Así, no es la luz la que “lleva” información al ojo; la luz es una perturbación física propia del mundo que rodea al ojo, y el modo en que éste reacciona depende de sus propiedades estructurales. No reaccionará igual el ojo de un ser humano que el de una araña. Mencionamos este problema debido a las consecuencias clínicas que ocasiona, sobre todo en relación a cuestiones como las de la manipulación y el poder. Nos referimos a la controversia entre el psicoterapeuta “instructivo”, directivo, versus el psicoterapeuta “neutral”, que sólo crea condiciones para que algo ocurra. En el primer caso se hace hincapié en la pragmática de la comunicación, representada por las activas técnicas derivadas de la hipnosis, fundamentalmente la de raíz eriksoniana. En el segundo caso el acento se pone más en generar estados alternativos, de desequilibrio, que propendan a que el “sistema” terapeuta/paciente reestablezca su equilibrio a partir de sus 1

propias competencias. Este es un tema abierto aún a discusión y puede convertirse en un verdadero “deporte” buscar citas de Bateson (más aún después de su muerte) que permitan apoyar una u otra posición. Teoría de observador de Humberto Maturana y Francisco Varela (1984) “Tenemos así nuestro experimentador, sentado como un Dios que mira al mundo desde ‘arriba’, viendo la conducta de nuestro monito en relación a las variaciones que experimenta el ambiente, empeñándose en sacar conclusiones ‘objetivas’; esto es, independientes de su propia interacción con el animal y tal ambiente. De esta manera se ha trabajado tradicionalmente, incluso cuando se reemplaza al animal por un ser humano, ya que siempre se tiene el triángulo observador-organismo observado-ambiente, tratando el observador tanto al organismo y al ambiente como independientes de sí mismo. Esto último se ha debido a la siguiente suposición: para el observador tradicional, es evidente que la trayectoria del sol es operacionalmente independiente de la conducta del monito, y que la conducta de este último es dependiente de la posición del sol (de los fenómenos de luz y sombras). Lo mismo le parece


válido para cualquier fenómeno atmosférico o estímulo que él utilice en el laboratorio y al cual ve como independiente del organismo en estudio. Por el contrario, la conducta del animal le parece (al observador tradicional) que varía según los estímulos ambientales siéndole aparente que si el organismo no se adapta a tales cambios, puede morir. ¿Qué concluye de todo esto el observador tradicional? Primera conclusión: Existe un ambiente cuya dinámica es operacionalmente independiente al ser vivo en estudio, dinámica a la cual el observador tiene acceso (conocimiento) independiente de la dinámica de tal ser vivo. Segunda conclusión: La dinámica del ser vivo en estudio depende de los cambios ambientales, y este ser sobrevive si se adapta a tales cambios, esto es, si los ‘incorpora’ en su conocer (procesos cognoscitivos) reaccionando adecuadamente ante ellos. Sumando ambas conclusiones para el observador tradicional: el conocer es un adquirir información de un ambiente cuya naturaleza es operacionalmente independiente del fenómeno del conocer, en un proceso cuya finalidad es permitir al organismo adaptarse a él (al ambiente). Pues bien -dice el observador- investigador-, como yo soy un ser vivo, lo anterior debe ser válido igualmente para mí, por lo que mi proceso de conocimiento debe consistir en lograr la mayor ‘información’ posible sobre la naturaleza que me rodea, la cual es de una dinámica operacional independiente de mis propios procesos cognoscitivos y ante la cual mi conocer me permite sobrevivir. Tanto más información obtenga sobre la constitución de ‘la naturaleza en sí’, tanto más objetiva será mi visión de ella y tanto más verdadero mi conocimiento logrado en este continuo tête a tête entre mis propios mecanismos cognoscitivos y la dinámica de variación del mundo-objeto ambiental”.

En nuestra opinión no es tanto una cuestión teórica como un problema surgido de la puntuación sugerida por el modelo utilizado. Un modelo que pone el acento en la importancia de la influencia social sobre la conducta, será pragmático y tenderá a hacer relevante la idea de influencia. Un modelo que acentúa el interés por las correlaciones biológicas del cerebro o el sistema nervioso dejará a un lado la cuestión de la influencia social y hará relevante la “influencia” de la plasticidad biológica. En lo que hace a la práctica clínica, el “neutralismo”, la idea de no “influir” es una ilusión. Si bien es cierto que son posibles diversos gradientes de directividad y manipulación, no se puede estar y no estar al mismo tiempo en la sesión. Toda presencia es una intervención y de hecho una instrucción o influencia. Dicho más claramente, en la tarea clínica cotidiana el operador puede elegir estrategias terapéuticas orientadas pedagógicamente hacia la inducción o “enseñanza” de ciertas conductas, o bien poner el acento en “crear condiciones”, mediante preguntas que ofrezcan al paciente alternativas más abiertas para encontrar o desarrollar respuestas más “propias”. Por otra parte, es difícil negar que ambas estrategias dan resultados y que el verdadero problema clínico es determinar cuál elegir en el momento adecuado. La cuestión toma otras implicancias cuando se intenta definir que en las relaciones sociales un organismo (o persona) es siempre y totalmente “responsable” de lo que ocurre en sus relaciones de co-evolución con el mundo.


¿Qué hizo usted para que tal o cual suceso ocurriera?, puede ser una pregunta interesante, pero tiene los límites que corresponden al riesgo de darle a las ciencias de la conducta un sesgo a nuestro entender excesivamente naturalista e individualista, soslayando la importancia de la influencia de las relaciones y representaciones sociales y de los procesos históricos y 2

culturales. Volviendo a nuestro tema, lo cierto es que en el mundo que llamamos físico no son las diferencias las que determinan los cambios, sino los impactos y las fuerzas. En este punto, debemos señalar una diferencia entre las relaciones o pautas que conectan entidades físicas y las que conectan entidades vivientes capaces de procesar información (con órganos sensoriales). Si bien Bateson no es muy claro al respecto, es evidente que en el primer caso predomina y es necesaria la acción a distancia por medio de algún elemento material o energético, como ser un resorte, palanca o bien electromagnetismos. En el segundo caso – tomemos el caso de los ojos de dos personas que se “ven”– lo que está priorizado es la característica estructural del ojo, el diseño o arquitectura interior, más que el elemento de transporte de la información, la luz en este caso. “...del mismo modo que cuando toco con un bastón, soy yo quien os toca y quien siente que os está tocando, sin que yo mismo esté en el lugar en que os toco, así también cuando se dice que yo os veo mediante la vista, aunque yo no esté en el lugar del objeto que veo, ello no implica que no sea yo quien ve” (San Agustín, De quantitate animae, 33,72).

Esto habla de las limitaciones a la hora de demarcar cuándo algo es estado y cuándo es 3

cambio, tratándose casi todo proceso de un gradiente continuo. Lo que ocurre es que lo que asigna un predicado u otro a la “cosa” es siempre un órgano sensorial, que de un modo u otro, es casi siempre un órgano o una extensión óptica, mecánica, o electrónica de él. Y lo que termina llamándose cambio no suele ser otra cosa que la competencia estructural del órgano para captar umbrales. Los pormenores y diferencias que ocurren en el mundo son representados por relaciones en otra parte de este mundo. Esta otra parte es para Bateson el mundo de las ideas. Estas son “noticia” de una “diferencia”, es decir información captada por algo –un órgano sensorial– capaz de hacerlo, y eso ocurre en el mundo de la vida en general y no sólo en los cerebros. De ahí que en Bateson convivan simultáneamente una postura aparentemente idealista, que rememora al obispo Berkeley (“si no estoy en el bosque lo que pasa allí para mí no existe”) con una postura materialista, por la cual lo viviente sólo puede ser predicado de la materia, ya que “nada puede provenir de la nada”. Las ideas para Bateson son mapas, ficciones, no tienen existencia física. La información es nada, lo único probablemente “real” es el proceso físico sobre el que se asienta: Debe haber un cambio en mis neuronas o en las tuyas que represente ese cambio en el bosque, esa caída del árbol; pero no al suceso físico, sólo a la idea del suceso físico. Y la idea no tiene localización en el espacio y el tiempo –tal vez únicamente en una idea del espacio o el tiempo (G. Bateson, 1979, 88).


Las ideas no son sustanciales; su eficacia radica en su significación. Este fenómeno, el de la significación, se convierte en el aspecto fundamental a definir en las cuestiones que tienen que ver con lo viviente. Pero vayamos primero al tercer criterio: 3. “El proceso mental requiere energía colateral.” Si bien la “diferencia”, la “información”, las “ideas” no son nada, no se trata evidentemente de fomentar la existencia de algo sobrenatural. Como lo señaló su hija en el compartido libro póstumo (G. Bateson; M. C. Bateson, 1987, 1989): “Gregory se encontraba siempre en la difícil posición de tener que decir a sus colegas científicos que no prestaban atención a cuestiones críticamente importantes a causa de las premisas metodológicas y epistemológicas centrales de la ciencia occidental durante siglos, y luego tenía que decir a sus más devotos seguidores, cuando éstos creían que estaban hablando de esas mismas cuestiones críticamente importantes, que la manera en que hablaban de ellas era una insensatez.”

Si bien la información no es energía ni materia, la vida se predica de la materia y la energía. Los seres vivos cumplen todas las leyes de la física pero con una diferencia: las bolas de billar se “empujan” pasándose energía. Los seres vivos se “responden” pasándose información –o, más correctamente, significados–. Las piedras resisten mecánica e inercialmente a las patadas, los perros muerden, los seres humanos ironizan. Es decir, la energía que llega a un ser vivo, llegue 4

de la forma que llegue, es una señal que desencadena toda una actividad que es una propiedad del conjunto del sistema y que potencialmente es anterior a la recepción, pero que en cada momento pasa a depender prioritariamente de la trayectoria o historia natural del sistema. 5

Esto en la psicología clínica se traduce en que, en la medida en que un “paciente” es siempre un sistema altamente complejo y en cambio continuo, y este proceso no puede ser descripto rápida y efectivamente por un diagnóstico, lograr éste requiere un continuo trabajo de redefinición y aproximación por ensayo y error a sus estados y potencialidades de cambio. A los sistemas vivientes se les puede aplicar una metáfora elegida por Bateson (G. Bateson, 1979, 91): Uno puede llevar a un caballo hasta el agua, pero uno no puede hacerlo beber. Esto es de incumbencia del caballo. Ahora bien: aunque el caballo tenga sed, no podrá beber a menos que uno lo lleve hasta el agua. Llevarlo es de incumbencia de uno. Probablemente esta metáfora resuma la mayor parte de los problemas acerca de la neutralidad terapéutica que debate la psicología clínica. El cuarto y quinto criterio del proceso mental se relacionan con las nociones de determinación y transformación: 4. “El proceso mental requiere cadenas circulares (o más complejas aún) de determinación”. 5. “En todo proceso mental, los efectos de la diferencia deben considerarse como trasformas (o sea como versiones codificadas de sucesos que los precedieron. Las reglas


que rigen tal transformación deben ser comparativamente estables (o sea, más estables que el contenido), pero en sí mismas están sujetas a trasformación”. En el mundo de los sistemas complejos, que presentan características mentales, la causación es circular. Es un mundo de secuencias de causa y efecto que se remiten a causas anteriores confirmando o no una corrección. La noción de circularidad implica la de recurrencia o regreso a un estadio inicial. Esto, que parece contradictorio con la noción de irreversibilidad (segunda ley de la termodinámica), es una abstracción relacionada con las necesidades de cierta homeostasis cognoscitiva –apuntadas más arriba– de reproducir como sincrónicos fenómenos temporales y vivientes. En los sistemas complejos la recurrencia se asimila al “regreso” o existencia de una memoria, por más que ésta se la considere 6

sistemáticamente “reconstruida”. La circularidad es por excelencia el mecanismo que describe la autorregulación y fue llevado a un rigor matemático por vez primera por Wiener, quien también la asimiló a una 7

analogía entre organismos y máquinas. Analogía que supone entre todos estos sistemas una estructura común, la estructura de la realimentación. Cuando Wiener se ocupó, en el inicio de la década del cuarenta, de problemas como el de los sistemas realimentados, desarrolló también una teoría de los procesos estocásticos (conceptualmente ya definidos anteriormente). En aquella época, la opinión dominante en los círculos científicos era que sólo la materia y la energía eran pasibles de tratamiento matemático. Wiener construyó modelos matemáticos referidos a la información y a la comunicación con un rigor reservado hasta allí sólo a la física. En esos modelos, la noción de información se identificó con la de realimentación negativa o entropía negativa. Es decir, con la capacidad de ese mecanismo de contrarrestar la tendencia desorganizante implícita en la noción de entropía de la física clásica. El término entropía negativa o negentropía quedó así asimilado al concepto de organización, y ésta fue definida como resultado de un “comportamiento propositivo”, es decir regido y orientado por un propósito. Esto genera un salto perceptivo, como el que nos hace decir frente a un robot: “Tiene vida”. De allí a ser asimilado a sistemas como los biológicos y los sociales había un paso; ¡que por supuesto había que darlo! Pero la pregunta que surgió de inmediato era: ¿cómo representar con un mecanismo común sistemas constituidos por entidades tan disímiles? Bateson puede ser considerado, en este sentido, un discípulo de Wiener, no sólo por haber sido llamado por éste a compartir desde un inicio la reflexión cibernética, sino por su labor precursora en el desarrollo de estas ideas, sobre todo en lo que hace al ámbito de las disciplinas tradicionalmente llamadas “humanas” o de la conducta. El mecanismo de realimentación es muy sencillo, pero debieron pasar muchos años -por no decir siglos- para que se tomara en cuenta justamente la eficacia descriptiva de su sencillez. complejos ordenamientos jerárquicos. Estos pueden incluir un número indefinido de circuitos de realimentación dentro de otros circuitos de realimentación. En el ámbito de la conducta, una acción sencilla como comer puede ser descompuesta en una infinidad de niveles


jerárquicos, de sistemas y subsistemas autonómos en sí mismos, pero interdependientes entre sí. En el acto del “comer pescado” –por ejemplo– hay un sistema general autorregulado que organiza la ingesta, cuyo propósito es terminar de ingerir la comida. Hay otros sistemas que están relacionados con el pequeño acto de tomar un bocado, o circuitos ocasionales y laterales como sacar una espina. Para cada uno de ellos, todos los otros son su contexto. Lo que Bateson dirá es que las comunicaciones entre estos contextos suponen niveles de clasificación capaces de generar paradojas lógicas. Estas serían similares a las que se observan al tratar una proposición como la antigua paradoja de Epiménides: “Epiménides era un cretense que dijo: {los cretenses siempre mienten}”. En esta paradoja la cita más amplia, entre comillas, clasifica a la más corta, entre llaves, pero esta última, por otra parte, es capaz de reclasificar también a la primera generando una contradicción. Si unimos todos estos conceptos podremos concluir que la comunicación es siempre una secuencia de contextos de aprendizaje en la que cada subsistema es corregido en cuanto a la naturaleza de cada contexto previo. En lo fundamental el contexto es lo más relevante para el significado, ya que incluye los marcadores de contexto, y éstos permiten la construcción del significado. La conducta se organiza en distintos niveles de plasticidad; existen conductas más plásticas y otras menos plásticas. Un ejemplo de esto es la diferencia entre inhibir la curiosidad particular de un mamífero por ver qué hay en una caja, y pretender inhibir en un mamífero la conducta que llamamos “exploración”. En el primer caso, basta condicionar un reflejo de inhibición a la caja en particular; pero en el segundo caso se debería llegar a provocar un estado general de indefensión que destruya todo el marco de la conducta (M. E. P. Seligman, 1975). Esto es equivalente a decir, en relación a las personas que una cosa es cambiar conductas particulares y otra el “carácter”, o la “estructura cognitiva” (G. Kelly; 1955) de un individuo. Esto tiene consecuencias clínicas evidentes en lo que hace a contextos como “conducta delictiva” o “alcoholismo”, y en general al carácter “adictivo” (el sujeto no puede no hacerlo y declara la tendencia involuntaria) de los comportamientos patológicos, en contraposición a situaciones más específicas capaces de generar problemas y sufrimiento. Las diversas técnicas de la psicoterapia sistémica diferencian un tipo de cambio del otro. En general, desde muy temprano se admitió que primero debe lograrse un cambio sencillo o meta mínima (como propuso ya hace muchos años el modelo de terapia breve del Mental Research Institute, de Palo Alto) y luego dejar abiertas las posibilidades autoevolutivas, o bien colaborar en la creación de posibilidades de un cambio más general en el marco de las posibilidades autónomas del paciente (J. Weakland; R. Fisch; P. Watzlawick; A. Bodin; 1974).

El modelo de proceso mental Para Bateson un modelo tenía varias finalidades, no muy diferentes de las que le asignan en general los científicos. En primer lugar, suministrar un lenguaje esquemático y preciso que


sirva para representar las relaciones del tema o conjunto de sucesos estudiados y compararlas con las relaciones del modelo. En las lenguas occidentales, se quejaba, “...comenzamos denominando las partes y luego las relaciones entre las partes se manifiestan como predicados generalmente asignados a una sola parte, no a las dos o más partes entre las cuales existe la relación” (1987, 49).

Para Bateson, un modelo es, antes que nada, fundamentalmente un lenguaje, una selección relevante de datos y de reglas (códigos) de cómo se relacionan esos datos. En segundo lugar, un modelo permite “jugar” lingüísticamente con las relaciones. De éstas pueden surgir cuestiones o problemas y las soluciones del modelo pueden ser soluciones del conjunto de sucesos reales. Por último, un modelo permite la “abducción”, que es una forma de razonamiento por analogía. Cuando se ha descripto la estructura relacional de un fenómeno que explica su evolución, se buscan otros fenómenos que revelen el mismo tipo de estructura. Es decir se extrae de fenómenos diferentes relaciones que son comunes. De ese modo es posible transferir conocimientos de un fenómeno a otro, aunque ellos pertenezcan a realidades muy alejadas. Esto es bastante propio de los modelos cibernéticos y de sistemas como ya se vio. Bateson finalmente terminó, después de muchos años de diversos intentos, usando estos criterios acerca de la utilidad de los modelos, creando un modelo de mente. Este modelo permitiría determinar qué es una mente, ya que cualquier sistema o agregado de elementos que satisfaga los criterios del modelo debería ser considerado una mente. 9

De todos modos, los estados en que puede encontrarse cualquier entidad y los procesos que ocurren en ella, o de los que participa, no están dados en un vacío existencial; ocurren en alguna parte. En este sentido, y de partida, diremos que Bateson no puede ser fácilmente embanderado como materialista o idealista (o en cualquier otro “ismo”). Su concepción de lo mental exige una cierta reformulación ontológica. Para él la mente no es una sustancia, y por lo tanto algo independiente, sino un conjunto de propiedades emergentes a determinado nivel de organización, sea de la materia viva, sea de las posibles combinaciones entre ésta y elementos no vivientes. Su modelo de los procesos mentales es una abstracción, un sistema conceptual o teórico armado de proposiciones entrelazadas. Lo que busca es identificar y describir las relaciones implícitas en y entre el sujeto y los predicados mentales, independientemente de qué sujeto y de qué propiedades se trate. Nótese bien aquí una diferencia con otras teorías acerca de la mente: el modelo no busca identificar el sujeto de los predicados mentales como podría pretenderlo por ejemplo una visión psicobiologista que identificara ese sujeto con un objeto específico, como el cerebro. O bien, una psicoanalítica que lo identificara con un escatológico “inconciente”. Epistemología y clínica Entendida en un plano epistemológico, una situación clínica es descripta sistémicamente si el observador (terapeuta) se interesa por quién hace qué a quién cómo; éste es el sujeto de la clínica sistémica. Los quién son los individuos que el observador incluyó en lo que denomina sistema. El hace qué es la comunicación-conducta que establece la interacción entre los


individuos y que desarrollada en secuencias temporales tiende a establecer patrones estables y predecibles de comportamiento. El cómo se refiere a las variaciones formales de la oralidad en el curso de un proceso terapéutico. Entendemos la terapia como un fenómeno de influencia social originado en modos particulares de argumentar. La argumentación conserva un espacio de oralidad, que separado del hablar cotidiano (la conversación de familia, de amigos) implementa esa oralidad en la perspectiva de la relación entre un experto y un consultante. La argumentación, de antigua relación con la retórica y la dialéctica clásicas establece una ruptura con la concepción de la razón y el razonamiento que tuvo su origen en Descartes. Sus objetos la deliberación y la argumentación se oponen a la necesidad y a la evidencia, no se delibera cuando la solución es necesaria y no se argumenta contra la evidencia. El campo de la argumentación es el de lo verosímil, lo probable, lo que escapa a la certeza del cálculo.

La búsqueda de Bateson estaba orientada, en cambio, hacia un programa conceptual que le permitiera describir el denominador común de todo proceso de conocimiento, tanto el referido a la evolución de lo viviente, cuanto a las etapas del desarrollo ontogenético de cada ser viviente. En términos de su alcance para la descripción clínica de la conducta humana, su modelo sólo parece acertado para describir conductas con un grupo finito, pero numeroso de actos. Los comportamientos humanos implícitos en “Juan come” son poco accesibles a un 10

modelo de este tipo. Sí, en cambio, lo representado por “Juan come, su esposa va y viene a la cocina y los niños pelean”. Otra característica importante es que la “máquina” de Bateson es útil para realizar ciertas descripciones y no otras. Por un lado, tiene límites estructurales: sólo puede describir interacciones entre partes; pero esas interacciones, como decíamos más arriba, deben tener una cierta complejidad emergente de la interacción de partes no complejas en sí mismas, es decir verdaderos átomos (por lo tanto indivisibles). No hay complejidades de acción inmanentes a entidades indivisibles, no hay mónadas. Esto quiere decir que el proceso mental es siempre inmanente a partes que interactúan entre sí, y lo mental como sistema está 11

constituido por esos intercambios. En lo que se refiere a los límites de lo que pretende ser descripto, están fijados por los intereses del observador y la capacidad de la conciencia. Esta, en un instante sólo puede registrar una perspectiva de la realidad por vez y un momento temporal por vez. Es complicado para el pensamiento no focalizar el espacio y el tiempo dentro del continuo de la realidad, en lo que von Foerster (1970, 1974, 1984) llamó necesidad de una “homeostasis epistémica”, en tanto 12

nuestro propio sistema nervioso central sólo puede conocer realidades estables. Debemos aclarar que el hecho de que una conducta humana sea pasible de ser descripta mediante un conjunto de reglas no significa que sea determinada o predecible. El modelo establece su funcionamiento dentro de ciertos criterios. Por ejemplo, la capacidad descriptiva es apta dentro de ciertos parámetros de complejidad, que dependen del observador, quien recorta arbitrariamente la realidad para describirla. Recorta, simplifica, y como una función lógica altera lo que está dado.


Los modelos sistémicos Aplicados a las descripciones clínicas cumplen la función de reducir la complejidad de la sesión. Le permiten al terapeuta organizar los elementos y sucesos que le parecen más relevantes y que selecciona para ordenar en mapas cognoscitivos los datos que van surgiendo. También le permiten prever y organizar la secuencia de su participación. Los modelos son el marco dentro del cual es posible la espontaneidad y la creatividad del terapeuta. Le dan la posibilidad de afrontar rutas exóticas en la medida en que le permiten saber a dónde regresar en caso de haber perdido el control del tratamiento. Si bien la clínica sistémica no excluye la noción de procesos intrapsíquicos o mapas cognoscitivos (de hecho el terapeuta los usa), la mayoría de los autores entienden que éstos sólo son utilizables en tanto y en cuanto son expresados por la comunicación. A los fines de la práctica clínica el pensamiento existe si se expresa como lenguaje comunicado y éste tiene la ventaja de que permite establecer registros. Los modelos se orientan hacia diferentes aspectos de la realidad clínica y para ello reducen su complejidad utilizando ciertos conceptos reductores. Por ejemplo el modelo clásico del Mental Research Institute de Palo Alto (J. Weakland; R. Fisch; P. Watzlawick; A. Bodin; 1974), expandido a innumerables centros de asistencia en todo el mundo, centró su atención en aquellos comportamientos que el sistema puso y pone en marcha para resolver el problema planteado. La idea es que el problema en gran parte está sostenido por las conductas que se implementan para su solución. Esta es la propuesta central del modelo, que obviamente incluye un listado de criterios y procedimientos técnicos para bloquear esa solución intentada, que constituyen accesorios referidos a una gran cantidad de aspectos prácticos para lograr eso. Otros modelos, como el estructural creado por Salvador Minuchin en la década del ’70 , resultado de sus diez años como director de la Philadelphia Child Guidance Clinic (S. Minuchin; 1974) y desarrollado en la actualidad por su creador y por sus múltiples seguidores entrenados en Minuchin Center for the Family y diversos institutos en el mundo; pone el interés en producir cambios en la influencia de la familia como factor etiológico. Gran parte de la tarea está dirigida a modificar cómo interactúan diferentes subsistemas de una familia (conyugal, parental, fraterno, filial) e identifica, en general, sistema con familia conviviente. Esta corriente busca el cambio del sistema familia y pone el énfasis en los procesos interpersonales en disfunción. El modelo incluyó mas adelante un listado de técnicas de intervención, pasos y procedimientos para lograr esos objetivos (S. Minuchin; H. Fishman; 1981; Family Therapy Thechniques, Harvard University Press, Mass; que en los últimos años se dio en llamar “caja de herramientas” y perfeccionó sus aplicaciones a nuevas formas de organización familiar (S. Minuchin; Wai-Yung Lee, George M. Simon; 1996). Todos los modelos sistémicos (probablemente toda terapia) requieren para lograr los cambios un reenmarcamiento del modo en que lo que llevo a la consulta debe ser entendido o definido. En ese sentido, más allá de cuánta conciencia se exija o proponga que el consultante tenga acerca de sus cambios, todos los modelos reconocen, de hecho, que los cambios de conducta suponen un modo diferente de ver las cosas (cambio cognitivo), o por lo menos de poder ver que las cosas han cambiado, lo cual sólo es aceptado cuando se completa con un modo diferente de hacer las cosas de allí en adelante. En los últimos diez años se ha asociado la posibilidad de entender los relatos de los pacientes desde una perspectiva que incluye técnicas de análisis del discurso y de las narrativas en general, y en las que se intenta modificar colaborativamente, co-constructivamente el contextosistema lingüístico que sería el agente sostenedor del problema (H. A. Goolishian; 1988; H. Anderson; 1994).


En términos utilitarios, un modelo terapéutico es un mapa mediante el cual el terapeuta como operador puede transitar ciertos territorios de la realidad; en términos tecnológicooperativos –y, digamos también más extenso– un modelo es una construcción teórica que en términos de la comunidad de colegas señala coincidencias y diferencias, algo parecido a lo que Kuhn llamara paradigma. De todos modos, el modelo comunicacional de Bateson no es un modelo de mente psicológico en un sentido tradicional, es decir que relaciona sucesos y procesos de la subjetividad individual con los acontecimientos del cuerpo y/o del entorno o medio individuales. En realidad define en forma muy abstracta un modo de relación entre “las cosas” que un observador puede aportar al entendimiento de diversos lugares de la realidad. Es en ese sentido “ecológico”, pues involucra toda la naturaleza y la conecta con las formas humanas del conocimiento; es en ese sentido un paradigma de cómo conocer la naturaleza y cómo relacionar conocimiento y naturaleza de un modo que afecte menos a esta última. Cuando este modo de pensar se lleva a la psicología, esta concepción batesoniana de la mente es poco restrictiva; puede llegar incluso a acordar parcialmente con hipótesis aparentemente muy alejadas de ella, como las psicobiológicas y monistas que sostienen que todos los procesos mentales son procesos cerebrales (D. O. Hebb,1949; D. Bindra, 1970; M. Bunge, 1980). Y puede acordar en un doble sentido: por un lado, “la ‘mente’ es inmanente a todos los circuitos del cerebro que están completos dentro del cerebro” (G. Bateson, 1972, 347). Por otro lado, cuando se quiere explicar un acontecimiento, la explicación es emergente de una red de circuitos, que nada impide sean cerebrales. En este sentido, la “máquina” de Bateson es un modelo que desde una posición meta es fuertemente integrador de niveles biológicos, psicológicos y sociales. De todos modos cuando se quieren explicar conductas humanas, el sistema necesario ya no suele adaptarse a los límites de un self. Allí, por más que le pese al monismo psiconeural en el que se sostiene la moderna psiquiatría biológica, se confunden el acontecimiento y la 13

descripción, y la descripción, sobre todo en cuestiones de conducta, es más que en cualquier otro tema relevante al problema (D. Davidson, 1970, 79-101; 1971, 709-722). El modelo de mente de Bateson es fundamentalmente un modelo epistemológico, del cómo conocer, que pretende ser aplicable, con valor descriptivo y explicativo, a cualquier área de la realidad viviente. Por ese motivo sus cualidades deben ser justamente evaluadas en función de su capacidad como modelo general a ser aplicado a situaciones particulares, y permitir “pasar” conocimiento de una situación a otra. El proceso mental no opera para Bateson como una máquina de Turing, por lo menos desde el punto de vista estructural, ya que una máquina de Turing tiene un espacio de estados fijo y en el modelo de Bateson continuamente se están generando y aniquilando estados. Por otra parte, en la máquina de Turing hay una función que establece continuamente el próximo estado. En la “máquina” de Bateson el estado siguiente se alcanza por un procedimiento 14

variable e impredecible, como el definido por el llamado proceso estocástico. Para finalizar, quedan sobre la “máquina” de Bateson muchas preguntas, algunas de las cuales él mismo se formuló después de listar la propia competencia del modelo:


“...la especie de sistema que yo llamo ‘mente’ es capaz de finalidad y de elección por vía de sus posibilidades autocorrectivas. Es capaz de permanecer en estado estacionario, o de desenfrenarse, o de una mezcla de ambas cosas. Es influido por ‘mapas’, nunca por el territorio, y está en consecuencia limitado por la generalización de que su recepción de información nunca probará acerca del mundo o acerca de sí mismo... Aparte de esto el sistema aprenderá y recordará, incrementará su negentropía, y lo hará ejecutando juegos estocásticos llamados ‘empirismo’ o ‘ensayo y error’. Acumulará energía. Se caracterizará inevitablemente, por el hecho de que todos los mensajes serán de uno u otro tipo lógico, y estará sometido así a las posibilidades de error en la tipificación lógica. Por último, el sistema será capaz de unirse con otros sistemas para conformar totalidades aún mayores”.

En conclusión, pueden plantearse dos preguntas: ¿Será capaz el sistema de tener alguna especie de preferencia estética? ¿Será capaz de tener conciencia? Para Bateson, la primera pregunta es sobre la belleza en un sentido muy clásico, y tiene respuesta afirmativa. Todavía lo bello nos conmueve y una cierta actitud artística parece ser universal. La segunda pregunta es sobre la ética, y también está formulada en un sentido muy clásico. Pero su respuesta tiene aristas más duras, que Bateson asignaba a cuestiones de clasificación lógica, en las que la gran contradicción es la existente entre el carácter fragmentario y parcial de una conciencia humana y su tendencia a entender el mundo y a actuar sobre él como si fuera capaz de captar la totalidad. De ese modo sólo logra ir generando más paradojas, sobre todo aquella que cuestiona la supervivencia humana:

“cuando un organismo ataca o destruye su ambiente se ataca o destruye a sí mismo”. NOTAS 1. Desde el punto de vista teórico, esto es una suerte de polémica epistemológica entre una perspectiva más cercana a lo sostenido en Cambio (Watzlawick, Weakland y Fisch, 1974), que resume las prácticas del hipnólogo Milton Erikson (1976, 1979) para cambiar conductas, los trabajos más neocognitivistas reflejados en la programación neurolingüística (Bandler y Grinder, 1975, 1980); en contraste con la llamada Escuela de Milán y modelos cognitivistas posracionalistas, adheridos a una visión de la terapia más centrada en cuestiones de significado (Selvini-Palazzoli y otros, 1978, 1984; Michel J. Mahoney.; Arthur Freeman (1985) Cognition and Psychotherapy, Plenum Press, Nueva York, trad esp. 1988 Paidós). 2. Este tema, que parece propio de diletantes, tiene consecuencias importantes: en la medida que disminuye y soslaya el valor de la organización social y de la política para la acción social, ésta queda restringida a valores individuales y a una moral de tipo kantiana aparentemente naturalista y ajena a épocas e ideologías. 3. Lo continuo y lo discontinuo en cualquier proceso es una propiedad asignada por el observador, un problema de puntuación. 4. Bateson usa la palabra inglesa triggered; to trigger se puede traducir también como “gatillar”. 5. A esta altura es obvio que, cuando hablamos de “paciente”, éste puede ser una persona, una familia, una institución, una población, etc. En sí, el paciente de un terapeuta sistémico debiera ser un “sistema” que él debe definir sobre la base de un criterio de economía de operaciones que le permita resolver el problema con la menor cantidad de datos y relaciones posible. En otras palabras, el sistema menos complejo, aunque portador de las variables críticas al proceso que se quiere alterar. 6. Los primeros y quizás más sólidos desarrollos en la psicología fueron los conceptos de “efecto retroactivo” en la organización del deseo en Freud y de “reconstrucción” en las descripciones de Piaget sobre las relaciones entre la memoria y la inteligencia humana. 7. Esta analogía no debe hacernos caer en simplificaciones. Wiener era bien explícito al decir: “cuando comparo un organismo viviente con una máquina autorregulada, de ningún modo quiero decir que los fenómenos específicos de la naturaleza física, química o espiritual de la vida, tal como los entendemos corrientemente, son


los mismos que los de la máquina que los imita. Quiero decir simplemente que ambos, el ser viviente y la máquina, son ejemplos de fenómenos locales antientrópicos” (N. Wiener, 1969, 31). 8. La metacomunicación es una comunicación acerca de una comunicación; en general sirve para señalar el contexto, pues incluye los llamados marcadores o signos, los cuales permiten al emisor o receptor hacer inteligible la situación. Bateson toma el concepto de Whorf (1942) intentando de todos modos recuperar una dimensión experiencialista de la comprensión, y pone el énfasis en el valor interactivo de los conceptos. 9. Los estados de una cosa refieren al conjunto de todos los estados en que la cosa se puede encontrar. Normalmente, el espacio de estados de una cosa es un espacio n-dimensional formado por los valores de las funciones que representan las n-funciones de la cosa. La noción de función se refiere a la correspondencia biunívoca entre miembros de dos conjuntos diferentes. En forma aplicada, es lo que una cosa hace (recuérdese lo dicho anteriormente sobre la noción de estructura). 10. Nos referimos aquí al ámbito de la conducta sólo desde la visión del psicólogo clínico. “Juan come”, desde la complejidad de los circuitos de la conducta que implican los procesos cognitivos, la ingesta, el metabolismo, etc., es perfectamente adecuado a ser estudiado por este modelo. 11. Resulta extraño que en la aplicación de este modelo a la psicoterapia se haya generado una oposición individuo-familia, o que se haya pensado que un individuo no pueda ser pasible de tratamiento. En realidad, un individuo en sí mismo o como parte de un sistema paciente-terapeuta es una entidad con suficiente complejidad como para incluir procesos mentales en el sentido aquí expuesto. 12. Esto queda definido así por cuanto el proceso mental es recurrente, su causalidad es circular (realimentación) y tiende continuamente a corregir las discrepancias que le impidan mantener su coherencia interna. En última instancia, lo que Bateson llama “proceso mental” tiene las características de un proceso local negentrópico propio de todo ser viviente y similar al descripto por Prigogine para algunas reacciones químicas. 13. En realidad, en la epistemología batesoniana el acontecimiento y la descripción, si bien no se “confunden”, no son separables. Piénsese en la proposición (“La nieve es blanca” si y sólo si la nieve es blanca). En el mundo no hay entidades claramente identificables como nieve o blanca y la hipótesis sólo funciona en términos de una particular comprensión humana de lo que es nieve y blanca. El significado depende de la comprensión: siempre es significado para alguien. 14. Proceso que produce una serie de símbolos, de acuerdo con ciertas probabilidades. En ellos se pueden hacer previstones globales, pero no sobre algún elemento particular.

7. Constructivismo: una perspectiva social de la psicología

He aquí una historia: un médico argentino fue a trabajar a una universidad del Brasil. Cuando terminaba su estadía participó de una reunión pública en la que se le preguntó qué diferencias notaba entre los estudiantes argentinos y brasileños. Contestó que notaba varias diferencias. Los estudiantes brasileños podían asistir a la universidad en ojotas o descalzos, en remera, mientras en la Argentina eran aún comunes la camisa y la corbata. También se manifestó sorprendido por una visible manifestación del bisexualismo entre los estudiantes brasileños que admitían con naturalidad convivir en “familias” o grupos que lo practicaban. Un confundido colega brasileño le preguntó por qué hablaba de bisexualismo, y no simplemente de sexualidad, a lo que el médico volvió a explicar lo de la pública admisión de relaciones hombre/


mujer, hombre/hombre, mujer/mujer por parte de una misma persona. Llegado a este punto, el médico brasileño, aún confundido, afirmó que él entendía que los estudiantes brasileños vivían su sexualidad y preguntó: ¿No será acaso que los estudiantes argentinos son hemisexuales? Cuando el colega relató esta historia en la Argentina, ante una audiencia de profesionales de distintas disciplinas, todos los presentes reímos. En primer lugar, por el resultado de cierto juego de lenguaje. Los médicos hablan de hemipléjicos, pero no de hemisexuales. La idea misma de hemisexualidad es ajena a nuestro lenguaje. Luego, más reflexivamente, la historia se torna menos jocosa y llama a pensar en algo que va más allá de puntuaciones diferentes. Verdaderos mundos cognitivos surgen y se viven a partir de trazar distinciones diversas en el conocimiento de las cosas. Ésta es la tesis central del constructivismo, tesis que rompe con los esquemas tradicionales de pensamiento, en especial las del empirismo lógico. ¿Cuánto y cómo estos mundos cognitivos que la subjetividad personal define difieren de lo que el mundo y la vida social son? El modo de pensar tradicional considera que la percepción refleja una realidad que existe independientemente del observador. Así, para un observador la bisexualidad es un hecho, la heterosexualidad es otro hecho y la homosexualidad un tercer hecho. Para otro observador la sexualidad engloba estos tres hechos y la hemisexualidad su parcialización. Para una perspectiva constructivista cualquier afirmación sobre la realidad es una afirmación consistente con los mapas cognitivos del observador. La realidad en sí misma es incognoscible y para el constructivismo lo fundamental no es ya conocer la realidad, sino establecer la fecundidad de algunos modelos para sus finalidades pragmáticas. Como las finalidades son variadas para diferentes organismos, especies o seres humanos, entonces las variaciones viables pueden ser muchas y cada una de ellas encarna cierta verdad y constituye una realidad creada y alternativa a otras posibles. Desde el punto de vista psicológico, la premisa básica del constructivismo es que cada uno de nosotros vive con cierto mapa del mundo, desde el cual cartografiamos lo que percibimos constituyéndolo en realidad. La metáfora cognitiva de la mente toma convincentemente sus elementos del campo neuropsicológico, por ejemplo de las interacciones entre el sistema sensorial, el sistema nervioso central y la percepción conciente. Veamos. El sistema sensorial, junto con los diversos órganos receptores como el tacto, el oído, o la vista, emite señales al sistema nervioso central mediante impulsos o mensajes que, a modo de un código llevan al cerebro la espacialidad y la intensidad del estímulo. Esa transmisión nunca es directa, ocurre a través de relees sinápticos que modifican el mensaje. Debido a estas modificaciones, el sistema nervioso central recibe una imagen distorsionada de los estímulos periféricos. Para decirlo con sencillez, lo que el sistema sensorial recoge, las líneas de transmisión lo distorsionan convirtiendo las configuraciones de estímulos en sucesos neurológicos apropiados para ser captados por el córtex cerebral. De un modo más doméstico: las líneas de transmisión funcionan como una procesadora que hacen de la realidad de la papa, la calabaza y la espinaca una papilla, no menos real, pero


diferente a la papa, la calabaza y la espinaca, si bien la papilla encaja de manera tal vez más apta para las posibilidades alimenticias del bebé. Un dato: una señal sensorial para llegar de la piel a la corteza demora 0,0015 segundos, la 1

respuesta sensorial conciente 0,5 segundos. Hace treinta años Libet descubría experimentalmente que entre el estímulo, la recepción cortical y la consecuente respuesta sensorial conciente, se requería un tiempo para la elaboración de patrones espacio-temporales. Esos patrones constituían (¿construían?) la real experiencia del córtex. Es decir, la experiencia conciente es un resultado de la actividad de esos patrones espacio-temporales. Si nos atrevemos a llamar a estas experiencias procesos cognitivos, entonces nos atreveremos también a ver en ellas un proceso primario de la actividad de conocimiento que desmiente las ideas del realismo ingenuo que imagina el cerebro como un espejo capaz de reproducir o representar el mundo real libre de distorsiones. 2

Esto da verosimilitud a la ya antigua, pero cada vez más admitida, tesis de Mountcastle de que todos creemos vivir directamente en el mundo que nos rodea, sentir sus objetos y acontecimientos con precisión, y vivir en el tiempo real y ordinario... (esto) no es más que una ilusión perceptiva, dado que nos enfrentamos al mundo desde un cerebro que se halla conectado con lo que está ahí afuera a través de millones de frágiles fibras nerviosas sensoriales... son nuestros únicos canales de información, nuestras líneas vitales con la realidad... estas fibras no son registradoras de alta fidelidad, dado que acentúan algunas características del estímulo y desprecian otras. La neurona central es un contador de historias, por lo que respecta a las fibras centrales aferentes, y nunca resulta enteramente fiable, permitiendo distorsiones de cualidad y de medida en una relación espacial forzada... la sensación es una abstracción, no una réplica del mundo real”.

Podría decirse que cuando las neuronas cuentan sus historias nos ponen ante las cuestiones teóricas fundamentales del constructivismo: el conocimiento de la realidad y la existencia misma de la realidad son cosas independientes. De allí en más, estas preguntas extienden las inquietudes filosóficas a ámbitos más focalizados o bien más extensos, según sean las necesidades y preocupaciones del observador en cuestión. Como decía Bateson: “los datos primarios de la experiencia son las diferencias [de allí] construimos nuestras hipotéticas (siempre hipotéticas) ideas o imágenes del mundo exterior”.

Para Bateson el acto epistemológico básico es trazar una distinción, para que esto ocurra siempre debe haber algún tipo de órgano sensorial. De allí en más todo dependerá de la complejidad del órgano sensorial de que se trate. En términos batesonianos esto quiere decir que toda observación supone una mente observante o, lo que para él es lo mismo, una parte observante del sistema total que al trazar la distinción define el campo que ella misma denomina mental. En estos términos, definir la subjetividad personal o individual como un espacio mental es uno de los recortes posibles para el espacio mental. Es posible definir un Yo o un Self como una mente. Pero, en la perspectiva batesoniana una pareja, una familia, pueden ser definidos como


espacios mentales. Así, por ejemplo, una pareja puede “tener la idea” compartida de que sufrir es algo necesario para obtener logros, y esta idea ser algo propio y consistente con un desarrollo de la pareja como sistema social en tanto tal. Con los mitos familiares ocurre otro tanto. Se desempeñan como sistemas de creencias sistematizadas y compartidas por todos los miembros de la familia, ordenando los roles mutuos y la naturaleza de las relaciones. Concientes o no concientes son las reglas secretas de la relación familiar, que se mantienen ocultas como parte de rutinas e intercambios triviales. Estas creencias operan como un sistema mental complejo que organiza la percepción, el diseño de la vida común y el modo de actuar de la familia. En el sentido en que usábamos más arriba el prefijo, un terapeuta familiar puede ver la terapia de niños como una hemiterapia. En una realidad diferente, y extendiendo un poco más aún las cosas, Bateson diría que las interacciones entre un espacio marítimo y un espacio terrestre definen una costa y que lo que llamamos costa es el patrón de relaciones tierra/mar y el contexto de flora, fauna, relieves y contornos que ellas crean. Ahora bien: ¿Cómo impacta un derrame de petróleo en ese contexto de relaciones? ¿Cómo impactan la epistemología del derramador y el acto de derrame sobre la capacidad (epistemología) de la costa para adaptarse al derrame y como esta interacción, entre derramador y costa, construyen la experiencia del derrame? Esta pregunta es un buen ejemplo de lo que es la Ecología de la Mente. Eso que Bateson definía como la relación entre nuestro conocimiento como personas y como especie y el mundo que habitamos. En esta relación no hay inocencia: existen modos de conocimiento que favorecen la supervivencia como personas, grupos o especie y otros modos que no. Hay conocimientos que son más útiles y más aptos para la continuidad de la vida vista como una totalidad. Uno de los problemas teóricos del constructivismo es delimitar dónde se origina y opera el constructo, quién traza la distinción, o bien quién queda constituido como sujeto de la actividad constructiva. ¿Hasta dónde debo ampliar la complejidad de lo involucrado en la descripción de un sistema de tal manera que mi descripción sea útil y no se pierda en las divagaciones de un conocimiento infinitamente ampliable? No dejará de notar el lector que nociones como útil o divagar implican ellos mismos constructos ideológicamente muy poderosos. Llevándolo a un plano más mundano: ¿Dónde está la “maldad” (en tanto patrón, contraste o diferencia)? ¿En el niño que patea a la maestra? ¿En la relación sin límites maestra/niño? ¿En la baja autoestima de la maestra sin autoridad? ¿En la red escolar que contiene al niño y la maestra? ¿En la familia del niño? ¿En el colectivo social que contiene la familia, el niño y la escuela y la maestra y sus complejas relaciones? ¿En los ojos del observador que aplica el constructo maldad? ¿En el acto de observación recíproca que agrupa ciertos elementos y relaciones y las recorta y define como maldad? Cada una de las preguntas anteriores determina un recorte específico, obviamente hay infinitos recortes posibles. El constructivismo se ha preguntado por el carácter pasivo o proactivo del conocimiento, extendiendo y hurgando con su pregunta ámbitos tan dispares como el restringido Sujeto de la


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Psicología Cognitiva, el desarrollo y la socialización del niño como sujeto social, hasta 5

inmiscuirse en las operaciones mentales del sujeto de atribución de la Psicología Social. Sin embargo, la preocupación constructivista se orientó significativamente a un tipo de recorte que acentúa la investigación y descripción no tanto del mundo tal como es, sino de la cognición del mundo que cada uno, en tanto individuo, tiene. Esto arrastra consecuencias para la noción de realidad de una Psicología epistemológicamente social. Una de las teorías constructivistas más desarrolladas y de mayor influencia, es la atribuible a George Kelly. Su Teoría de los Constructos Personales si bien pone el acento en las relaciones entre el individuo y el medio y la capacidad del primero para anticipar experiencias y adopta un enfoque situacional e interaccionista. Sin embargo, al llegar al mundo de las prácticas terapéuticas pone más el acento en el descubrimiento de los constructos del consultante que en 6

la demostración o comprobación de la teoría del terapeuta. La Teoría de la Mente de Bateson sigue un desarrollo diferente. Para éste lo mental es todo lo viviente. Es decir, cualquier conjunto operante de acontecimientos y objetos que posea la complejidad adecuada de circuitos causales y las relaciones de energía adecuadas mostrará con seguridad características mentales. Bateson resalta el cualquier, allí es donde entra nuestra descripción de una costa como mente, o del patrón de maldad escolar como un proceso mental. Para Bateson el conocimiento es una propiedad del sistema, inmanente a la naturaleza de las cosas. Todo lo viviente implica una epistemología, es decir, un modo de percibir, procesar, elegir y actuar. En este sentido para él, conocer no es privativo de los individuos, éstos son partes de sistemas más amplios que incluyen otras personas, otros elementos, otras especies, otras redes propias de la naturaleza. La mente para Bateson es inmanente a todos los circuitos del cerebro que están completos dentro del cerebro... o del circuito cerebro más cuerpo... o del circuito más amplio del hombre más el ambiente.

Esto quiere decir que si queremos explicar un acontecimiento biológico debemos recurrir a la red de circuitos dentro de los cuales está determinado ese acontecimiento biológico. Pero si la explicación es acerca de un ser humano el sistema necesario no tendrá los límites del Yo o el Self. La red de lo humano no está limitada por la piel, incluye todas las vías externas por las cuales puede viajar la información, los objetos de tal información, las acciones de los demás y las acciones propias. Este sentido situacional de la acción humana, propio del pensamiento sistémico, lo asoció tempranamente a éste con la Psicología Social, a la cual Bateson definía como “las reacciones de un individuo a las reacciones de otro individuo”. Para el constructivismo y la perspectiva cognitiva el mundo se reduce a un resultado del individuo que conoce. Para una perspectiva sistémica el mundo es el resultado de las interacciones entre los individuos portadores cada uno de su propio mundo. La palabra es la misma pero el concepto tiene otra extensión: el mundo cognitivo es intrapsíquico. El mundo sistémico es transpsíquico. El mundo no asegura su existencia solamente porque alguien lo “mente”. Lo que terminamos llamando el mundo es el circuito interactivo de todos los que “mentan”.


Aquí surge una distinción que conviene destacar. El constructivismo cognitivo coincide con el constructivismo social (o construccionismo) en dos cosas: en el abandono de una concepción dualista del mundo (sujeto/objeto) y en el rechazo del conocimiento como “reflejo del mundo”. 7

Como diría Goffman el Yo no es antecedente sino consecuente de la interacción, o como diría 8 Vigotsky el pensamiento antes de ser un diálogo interior se constituye afuera como un diálogo social y será pensamiento cuando sea interiorizado. El monismo cognitivo asienta la productividad y la creatividad de la construcción humana en la interioridad recortada de la mente privada del individuo. El constructivismo social entiende los productos y las creaciones humanas como un resultado de la legitimación social de las producciones individuales. Para el construccionismo algo es real cuando algo es socialmente reconocido. De allí que la producción de realidad requiera de la activa distribución y circulación social del saber. Valga de ejemplo aquí una historia “real”: Todo comenzó cuando un fabricante de las marquillas de cigarrillos Marlboro box imprimió en éstas –según una modalidad habitual en muchos lugares del mundo– un código de fabricación. Esa identificación consistía en un pequeño relojito que indicaba, junto a otros números que lo acompañaban, el día, el mes y al año, en que esa caja fue hecha. Debajo del relojito figuraba algo asimilable a un número de teléfono precedido por un número de tres cifras (041) encerrado entre paréntesis. Un día de fines de 1991, alguien que llegó hasta ese lugar recóndito del paquete de cigarrillos y se encontró con el enigmático relojito, creyó y seguramente luego hizo creer que aquello correspondía a un concurso. La historia comenzó a rodar, a enriquecerse y pulirse con el ingenio popular: si se daban determinadas coincidencias entre las cifras uno se hacía acreedor a fabulosos premios. ¿Dónde se reclamaban éstos? Muy simple: había que llamar a un número que figuraba allí y que sin lugar a dudas correspondía a Rosario (prefijo 041). He aquí lo increíble: que Massalin-Particulares (fabricante de Marlboro) no hubiese publicado jamás el presunto concurso, que hubiese que romper la caja para poder encontrar el relojito y los números –habiendo lugares más expuestos y comercialmente adecuados–, que hubiese que reclamar los premios en una ciudad del interior del país y por teléfono de larga distancia. Nada desalentó a lo que se convirtió en una masa de concursantes. 9

Cuando un periodista del diario La Nación comenzó a investigar este fenómeno, llamó por teléfono al susodicho número y le respondió un contestador: “Este número no pertenece a la firma Marlboro, es el número particular del Sr. Roldán; si usted quiere comunicarse con él deje su mensaje...” Cuando el cronista llegó a Roldán, éste estaba desesperado y vociferaba: Este concurso nunca existió; la gente cree en un número de las cajitas y resultó que coincide con mi teléfono, me vuelven loco, me reclaman premios, me insultan. No me creen. La gente de Marlboro se portó bien conmigo y me puso este contestador..., cuyo sonido ya me tiene harto...

La vida del gerente de Massalin-Particulares no transcurría mucho más tranquila: Nos vuelven locos, nos llaman clientes, proveedores y hasta funcionarios de gobierno. No tenemos nada que ver y ya le pedimos al fabricante que no publique más esa identificación.


Ocurre que se han impreso dos millones de cajas... creemos que a fines de este mes se habrán agotado...

¿No se construyen así gran parte de las historias humanas? No se preguntaba acaso Bateson: ¿Qué pauta conecta al cangrejo con la langosta y a la orquídea con el narciso, y a los cuatro conmigo? ¿Y a mí contigo? ¿Y a nosotros seis con la ameba, en una dirección, y con el esquizofrénico retardado, en la otra?

Parafraseando a Bateson ¿Qué pauta conectó al observador de la marquilla con el número del Sr. Roldán? ¿Y al Sr. Roldán con Massalin-Particulares? ¿Y a Massalin-Particulares con un concurso inexistente? ¿Y a éste con una legión de potenciales concursantes? El modo en que una construcción de realidad prevalece y se sostiene a través del tiempo no depende de la validez empírica de su significado y sentido, sino de las vicisitudes de los procesos comunicacionales, negociaciones, conflictos, lenguaje, retórica, etc., implicados. El conocimiento del mundo no surge de la naturaleza de las cosas, ni de nuestros procesos biológicos, el saber es un artefacto social, lo producen las interacciones sociales histórica y espacialmente localizadas. La “verdad” del fabricante de marquillas de Marlboro, de los “concursantes”, del Sr. Roldán y de la gente de Massalin-Particulares, cumple la función de garantizar la propia visión del mundo de cada uno y lograr el descrédito de la visión alternativa en un marco de negociación y conflicto. Esto conlleva consecuencias importantes para la Psicología y la Psicología Social. Del acento en la investigación empírica se pasó al acento en la investigación de los conflictos sociales, la negociación y las técnicas de intervención social activas con individuos, parejas familias y organizaciones. Si bien se desarrolló después que la Psicología General, la Psicología Social desarrolló de entrada una identidad diferente de la de su disciplina madre. Identidad quiere decir aquí cierta coherencia interna conceptual y exigencias definidas en los términos de lo que Kuhn llama un paradigma. La psicología general anglosajona fue dominada durante décadas por la visión conductista. Esa perspectiva que vivió en los trabajos que se extienden desde la producción de John B. Watson hasta B. F. Skinner, rechazaba el carácter científico de sucesos mentales como los pensamientos, sentimientos, emociones, deseos, intenciones, etc. Para el conductismo radical o metodológico, el objeto de la psicología debía ser la conducta observable influida por los estímulos observables del ambiente. El conductismo fue medio ambientalista, lo cual no quiere decir en absoluto que fuera social. Los psicólogos sociales poco podían adherir a un punto de vista tan estrecho por varios motivos. En primer lugar, la influencia de la obra de George Mead y su acento en la comunicación llevó desde el inicio del pensamiento psicosocial la cuestión del sujeto de la psicología hacia un punto de vista social, comunicacional, interpersonal e intersubjetivo. 10

En segundo lugar, como señalara irónicamente D. Cartwright, la persona que tuvo mayor impacto en la Psicología Social –por lo menos en los Estados Unidos– fue Adolf Hitler. La


ironía esconde un trasfondo de verdad. Tanto la extensión del nazismo a partir de 1930 como la Segunda Guerra Mundial misma impactaron dramáticamente sobre el desarrollo de la disciplina, al producir una inmigración importante de psicólogos europeos hacia aquel país. Aquellos europeos no pertenecían a la tradición conductista. Su paradigma era la teoría de la Gestalt, cuyo foco de atención estaba puesto sobre lo que hoy llamaríamos los procesos cognitivos. Sin embargo, el nazismo mismo como fenómeno histórico y personal marcó a muchos de ellos con la preocupación sobre el efecto de fenómenos grupales, sociales y culturales en la conducta de las personas. La Psicología Social moderna fue resultado no solamente de los intercambios teóricos entre conductismo y Gestalt. También influyó que esos intercambios ocurrieran como resultado de una interacción social forzada por causas históricas que superaban e influyeron las subjetividades privadas de sus partícipes. En tercer lugar, la llegada del efecto del trabajo de pensadores provenientes de la antropología y los estudios de culturas aisladas y diversas (Bateson, Lévi-Strauss), conectó a esos psicólogos con realidades nuevas y diferentes. 11

La teoría del espacio vital de K. Lewin, uno de los psicólogos más influyentes de la posguerra incluía tanto la noción de la existencia de un mapa subjetivo de los objetivos del individuo y de su entorno como la idea de que las influencias principales (sociales) moldean las interpretaciones y las creencias que orientan la conducta. Con estas influencias, ya desde los 50, la Psicología Social comenzó a ser vista como el estudio de los efectos de procesos sociales y cognitivos sobre el modo en que individuos y colectivos humanos perciben, influyen y se relacionan unos con otros. Los procesos sociales son los modos en que nuestros pensamientos, emociones y acciones se ven afectados por las personas, los grupos y la cultura en la que participamos. Los procesos cognitivos son recuerdos, percepciones, pensamientos, emociones y motivos que –influidos por otros– moldean una organización personal que influye en nuestra comprensión del mundo y en nuestras acciones. Estos procesos se manifiestan mediante el lenguaje, que en sí mismo no es significativo, sino en tanto adquiere importancia como puerta de acceso a “otros mundos”, mediante el intercambio social. Esta definición del campo perfiló de entrada cierta dualidad entre un espacio intrasubjetivo (intracraneal lo llamaría Mead) característico para el desarrollo de procesos cognitivos y procesos psicológicos básicos como la memoria, la atención, la percepción, etc. y otro espacio, intersubjetivo o social-interactivo. Éste está caracterizado por un proceso de producción social por el cual nuestros pensamientos ante las reacciones de los demás, el inicio de nuestras propias reacciones hacia los demás, nuestra exposición ante personas y grupos, moldean nuestras percepciones más íntimas y nuestra autopercepción. De esta historia se perfilaron varios supuestos para una Psicología epistemológicamente social: 1. Construimos nuestra propia realidad entre los estímulos y las influencias de los otros. 2. Vivimos impregnados de esa influencia social, resultado de las construcciones de otros, aun desde antes del nacer (en las expectativas y motivos de nuestros padres).


3. Eso que llamamos “la realidad” es resultado de las interacciones humanas en el marco de una cadena de conflicto-negociación-consenso-conflicto, etc., fuertemente anclados en factores históricamente contingentes. 4. El agente y material de construcción de nuestra realidad personal y social es el lenguaje, mediante el cual negociamos nuestros conflictos, establecemos nuestros consensos y creamos el ámbito para nuestras acciones. La diferencia persona/sociedad no desaparece, simplemente las personas son partes que conocen y constituyen una sociedad que conoce. Las personas captan y usan sus saberes parciales en estrategias de negociación para la resolución de los inevitables conflictos que los intercambios de conocimientos parciales suscitan. Lo que desaparece es la idea del mundo como producto de un individuo que conoce y también la del saber como una iluminación del mundo desde los vericuetos y profundidades de un Yo Supremo.

NOTAS

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8. Bibliografía citada


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