Del 18 de junio al 19 de julio de 2015. Hall Central y Sala Augusto Schiavoni.
Intendenta Municipal Dra. Mónica Fein Secretario de Cultura y Educación Horacio Javier Ríos Subsecretaria de Cultura y Educación Mónica Peralta Director del Centro Cultural Roberto Fontanarrosa Rafael Ielpi
Impresión Borsellino Impresos S.R.L. Diseño Editorial Matías Carbonari
Hermenegildo Sábat Menchi Sábat –como lo llaman sus amigos y colegas– nació en Montevideo en el seno de una familia donde la impronta artística ya estaba presente en su padre Juan Carlos, dibujante, escritor y periodista, y en su abuelo español Hermenegildo Sábat Lleo, radicado desde niño en Uruguay y conocido como pintor y gran caricaturista, cuyos trabajos se publicaron en la legendaria “Caras y Caretas” porteña en los primeros años del siglo pasado. También temprana fue la incorporación de Menchi a la prensa escrita, ya que publicó sus primeros dibujos a los 15 años en el montevideano diario “Acción”. Ejerció tareas vinculadas al periodismo: fotógrafo, impresor, redactor y periodista hasta ser designado en 1965 director de “El País”, el importante diario uruguayo, cargo al que renunció para seguir su vocación de artista plástico. Radicado en Buenos Aires en 1966 inició la extensa y reconocida trayectoria como dibujante y caricaturista en el diario “La Opinión” primero y más tarde en revistas como “Atlántida” y “Primera Plana”, para comenzar su larga vinculación con el diario “Clarín” en 1973 ilustrando la sección política y ejerciendo un verdadero “periodismo de la imagen”. Su afinidad con el jazz (es un clarinetista aficionado), con el tango y con la literatura y la pintura y su aguda captación de la realidad del país, le dieron material para una larga serie de libros como “Scat: una interpretación gráfica del jazz”, “Yo Bix, tú Bix, él Bix”, “Al troesma con cariño”, “Monsieur Lautrec”, “Tango mío”, “Georgie dear”, “Dogor” y otros. En 1982 adoptó la ciudadanía argentina y dos años después creó la Fundación Artes Visuales en el barrio de Montserrat, instalando allí su taller dedicado a la enseñanza de dibujo, pintura, grabado e ilustración pero sobre todo a valorar el “respeto por el arte”. La fundación editó “Sección Aúrea”, revista sobre artes visuales que dirigiera durante seis años y que mereciera premios de diseño como el del Art Director’s Club de Nueva York.
Sábat ha realizado numerosas muestras de dibujo, pintura y fotografía, entre las que pueden consignarse sus retrospectivas en el Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires (1997), Museo Nacional de Artes Visuales de Montevideo (1998). Museo de Arte de San Pablo (1984) y Museo de Arte Moderno de Rio de Janeiro (1997). Varios de los órganos de prensa prestigiosos del mundo han publicado sus trabajos, desde el “New York Times” a “L’Express”, “O Globo”, “American Heritage”, “Punch” y muchos otros. Recibió el Premio Konex (1982), el “Maria Moors Cabot” de la Universidad de Columbia (1988), el “Premio Nuevo Periodismo” CEMEX-ENPI” de la fundación presidida por Gabriel García Márquez. Entre otras distinciones fue declarado “Personalidad emérita de la cultura argentina”, “Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires” (1997), “Ciudadano Ilustre de Montevideo” (2003) y Doctor Honoris Causa de la Universidad de la República” de Montevideo.
Pichuco, el Gato y Menchi. Cuando Hermenegildo Sábat decidió dejar Montevideo, una entrañable ciudad, para radicarse en Buenos Aires en 1966, algunos sobrevivientes de la legendaria Generación tanguera del 40 seguían vigentes: Pugliese, Fresedo, D’Arienzo, Salgán, Basso, peleando por sostener estables sus orquestas ante el avance incipiente pero firme del rock y la parafernalia indefinible del Club del Clan. Algunas de las voces emblemáticas de aquella década dorada –Rivero, Marino, Floreal Ruiz, Goyeneche, Raúl Berón, Mauré– se empeñaban también en mantener viva la poesía de Cadícamo, Manzi, Discépolo, Expósito y García Jiménez mientras las sombras fantasmales de Fiorentino, Orlando Goñi, Alfredo Gobbi, Ángel Vargas, Di Sarli y Juan Carlos Cobián se corporizaban por las noches en los reductos donde el tango se refugiaba con un poco de melancolía y otro poco de coraje. De aquella cofradía seguramente irrepetible, Aníbal Troilo (1914), porteño y Astor Piazzolla (1921), marplatense, fueron quienes mejor tendieron el sólido puente entre los 40 ya entonces lejanos y el presente y porvenir del 2x4. Los unían muchas cosas: la portación de un apodo (Pichuco uno, el Gato el otro), un mismo instrumento, el bandoneón, y el inicio de una historia común: la de la antológica orquesta de 1939 de Troilo, un director de 25 años, a la que Piazzolla, un muchacho de 18, se incorporaría entonces y de la que formaría parte hasta 1944. Aquellos cinco años de convivencia musical los enriquecieron a los dos: a “Pichuco” a través de los arreglos que “el Gato” escribiera aportando ya algo de lo que sería después la evolución instrumental del tango, que lo tendría como paladín; a Piazzolla, por haberse impregnado en ese lustro de la sensibilidad profunda de Troilo, presente después, por ejemplo, en temas suyos tan perdurables como “Adiós Nonino”. Hermenegildo Sábat, para no ser menos, ostentaba ya entonces su apodo: Menchi, pero sus instrumentos
cotidianos eran el lápiz, el plumín, los pinceles y los elementos que intermediaban entre su formidable talento y el papel en el que dibujaba o caricaturizaba, como nadie, tanto a los efímeros protagonistas de la azarosa política argentina como a esos hombres y mujeres tangueros a los que su trazo inimitable fijaría para siempre en las páginas de “La Opinión” y de “Clarín” o en libros dedicados a algunos de ellos: Gardel, Troilo, Piazzolla. Había hecho y haría lo mismo con el jazz y sus grandes nombres, desde el casi mítico Bix Beiderbecke a Satchmo y desde Ellington a Count Basie y había llegado más lejos aún en ese homenaje, descubriéndose como un clarinetista aficionado pero no por eso menos apasionado. Esta muestra “Pichuco y el Gato” exhibe una parte de la obra de Sábat dedicada al mundo del tango. Las dos figuras protagónicas aparecen en ella retratadas, o imaginados, por al talento que Sábat viene destilando sin pausa desde hace medio siglo entre nosotros. En esa sucesión de dibujos, caben desde la infancia de Aníbal y Astor a su vida entera, siempre atravesada por esa música que perdura en las dos orillas del Río de la Plata como parte de la identidad de argentinos y uruguayos, y que sigue escuchándose y bailándose en todo el mundo. Rafael Ielpi, Rosario, 2015.
Aníbal Troilo Si en el futuro alguien se preguntara por qué Troilo se convirtió en un mito se podrán dar muchas explicaciones musicales, históricas, sociológicas y hasta de índole política. Será válido encontrar coincidencias entre su propio desarrollo musical y la paralela evolución del tango. Se podrá conjeturar que su obra fue consecuencia de la falta de avance, del quietismo de la música porteña en la década del 30. Se dirá que Pichuco se puso al frente de una necesidad de cambio. No faltará incluso quien ubique los compases de su orquesta dentro de un inventario nostálgico en el que aparecerán mezclados la revista “Patoruzú”, los dibujos de Divito, la despedida de Humphrey Bogart e Ingrid Bergman en el brumoso aeropuerto de Casablanca y los radioteatros de la tarde. Sin embargo, quienes alguna vez lo escucharon, quienes lo vieron, especialmente cuando la orquesta lo dejaba en
la penumbra a solas con su fuelle, acaso digan, si pueden traducir aquellas sensaciones, que Troilo quedaba instalado en el misterio. En ese instante, cuando parecía que Pichuco soñaba mientras sus dedos regordetes se deslizaban por el teclado del Doble A, se producía una corriente profunda que conjuraba un aleph. Allí convivían las historias ajenas con los propios recuerdos, las calles y los seres anónimos de la ciudad. Durante los tres o cuatro minutos que duraba esa magia estaban a su lado los protagonistas de los tangos. Acaso por ello Troilo no miraba a su publico, o lo hacía con los ojos desmesuradamente abiertos, como en trance, sin ver a los fanáticos que lo rodeaban, expectantes. Ocurre que cuando toco el bandoneón estoy solo, o con todos, que viene a ser lo mismo, explicó alguna vez. Horacio Salas; El tango, Editorial Planeta, 1997.
Astor Piazzolla Polémico, discutido, arbitrario, con toques de genialidad, Piazzolla representa lo distinto, lo nuevo, la encarnación del cambio. Haber logrado extraer las sensaciones, la esencia de una ciudad, debe haber parecido en los comienzos de su obra una tarea ciclópea. Y lo era. Pero contra viento y marea Piazzolla se propuso transformar las pautas de la música de Buenos Aires y en esa tarea de constante renovación, de experimento cotidiano, ha elaborado una obra en un territorio que para muchos ya no es del tango, terreno en el que se habían mantenido renovadores previos como Julio de Caro , Osmar Maderna u Horacio Salgan. Estoy harto de que todo el mundo me diga que lo mío no es tango Yo –como estoy cansado- les digo que bueno, que lo mío si quieren es música de Buenos Aires Pero la música de Buenos Aires ¿cómo se llama?: tango. Entonces lo mío es tango. Esta frase se registró en una audición radial en Buenos Aires a mediados de 1963. La polémica se encontraba en plena ebullición. Los tradicionalistas consideraban una herejía
mencionar el nombre de Piazzolla entre los creadores del tango. Las diatribas se multiplicaron entre los comentaristas aferrados a los moldes canónicos. En tanto, el reducido y elitista grupo de sus adeptos lo seguía hasta locales donde una homeopática clientela se reía de la ignorancia de sus detractores. Mientras, al tiempo que provocaba a sus críticos con declaraciones escandalosas para los mitólogos –como por ejemplo “Hasta Gardel también desafinaba”– Piazzolla seguía creando. Probaba, experimentaba. Se equivocaba y las más de las veces acertaba. En tanto se iban acumulando partituras de obras como Lo que vendrá, Buenos Aires hora cero, Nuestro tiempo y dos temas escritos en homenaje a su padre: Nonino y Adiós Nonino, donde el melancólico dramatismo del duelo parece internarse en la nostalgia de su propia infancia mientras atraviesa los compases del réquiem. Horacio Salas; El tango, Editorial Planeta, 1997.
Pichuco y el Gato
El Gato y el Zorzal
El Gato con Vicente (“Nonino�) y Asunta, los padres.
Astor canillita en “El día que me quieras”.
Con Gardel en la misma pelĂcula.
Enrique Santos DiscĂŠpolo
Mercedes Simone
Rubén Juárez
Edmundo Rivero
Julio y Francisco de Caro
Juan Carlos Cobiรกn
Azucena Maizani
Susana Rinaldi