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Naturaleza
Ebriedad de Dios Paisajes Pirenaicos La sirena y el licántropo Guillermo de Jorge; Poemas
Fotografía: María José Carmona
Poesía
Cuento
Fotografía Pintura
M é x i c o -A r g e n t i n a - E s p a ñ a
Editor y Director de ArterteFabián Matías Jefa de RedacciónNahima Dávalos Editora FotografícaMónica Cruz
Mónica Laa hora L horCruz a aazul zul
TextosLuis Armenta Malpica Jorge Torres Daudet Pablo M. Antúnez Guillermo de Jorge Gustavo Borga Liliana Marescalchi Fernando Montesdeoca Lydia Raquel Pistagnesi Marcela García Ferré Karla Licano Jesús Rito García Miguel de la Cruz Ofelia Pineda FotografíaMaría José Carmona Nacho García
Designed by Matsfranc
Poesía
El ocaso El ocaso, rojo y cálido como la ardiente sangre, abrasa las palabras y sus besos de amor. La mar, sus aguas vacilantes y juguetonas, lame sus cuerpos, entrelazados y desnudos. Una gaviota, columpiada en las mudas olas, observa a los amantes. El sol, pudoroso, se esconde tras las montañas. Ya, a oscuras, dan rienda suelta, con frenesí, al goce, a la fogosidad que embarga sus sentimientos. Las sabias manos de él recorren la orografía provocadora de un cuerpo joven e incendiario que se retuerce, conjugando los movimientos con los lascivos lances de su amante. La luna, curiosa, se asoma en lo alto; por lo que ve, ya no es de plata, pues se sonroja. Tras varios asaltos se internan en las templadas aguas, jugando y salpicándose con las olas.
Luna llena Esa noche nuestros ojos eran los que hablaban. Fueron tus ojos, mi amor, los que me dijeron que tĂş me amabas Fueron tus ojos, mi amor, los que me abrieron, de par en par, tu alma. Y esa noche, mirĂĄndome a los ojos, esa noche, la luna... el brillo de tus ojos envidiaba. Y esa noche, de luna llena, nuestros cuerpos se unieron, se enlazaron, por siempre, nuestras almas.
La hora azul Jorge Torres Daudet EspaĂąa
Poesía
Ebriedad de
Dios
Luis Armenta Malpica México
Uno vuelve, siempre, a los viejos sitios donde amó la vida. César Icella
1 Esa lenta tristeza del recuerdo se nos va desdoblando por la cara. Y en lugar de los ojos se humedecen dos profundas hogueras en donde alguna vez frotamos nuestras manos con las de un ser querido. Entonces el amor era un barril de pólvora. Una mecha muy corta nos unía. Nuestra casa era un papel periódico con un asombro nuevo en las noticias. Pero llegó la lluvia y sus relámpagos. Las hojas de la casa no fueron suficientes para formar un barco que nos sacara a flote.
Poesía
Intenté resistir escribiendo en las hojas nuestra casa quemada. Naufragué por mis dedos. Luego encontré en el vino las múltiples razones para escapar de todo: de mi madre y mis hijas, de ti mi propia sombra. Era increíble ver que en un vaso cupieran la luz que yo buscaba y el fondo inacabable de lo que yo no quise. Me alejé de la lumbre para hallar en los hielos que enfriaban mis angustias un barrio conocido. Allí, dueña de las paredes, las sábanas del vino me negaban los cláxones el timbre del teléfono el puño que golpeaba mi nombre por la puerta: el contacto caliente con el piso. Yo solo pedía tiempo, no a Dios. Le pedí alguna calle, otra lepra en un vaso otra memoria. Me fui acabando entera sin terminar el vaso -tan lleno- de mi vida. Lenta, en verdad, la vida a pesar del galope del inicio.
Perenné Liliana Marescalchi
Apuro lo que bebo y no se acaba al contrario: es m谩s lo que me culpa. Cada uno se despide del mundo como puede... Yo pretendo el sigilo, para no avergonzarme de no enfrentar los ojos de los tantos que me aman. El vino es otra herida inflamatoria para que el hombre sepa de la muerte. Sin embargo, cuando empiezo a morirme Dios hace mucho ruido y me despierta. Y en lugar de ir a la cocina por un vaso voy a la habitaci贸n de mis tres hijas para mirar si duermen... y besarlas, si puedo.
Poesía
2 De niña me enseñaron que yo era una manzana; los hombres, el cuchillo. Las mujeres debíamos lograr que nos pelaran se hundieran hasta el mango en nuestra carne y le dieran salida a las semillas. Ya en espiral —con nuestra piel deforme, oscura por el tiempo— el amor podía ser algún mordisco un apretar los dientes y ser mujer callando... Pero yo no callaba... me decía en los poemas. A golpes —como aprendió su madre— fue lección de mi madre: la cocina es el mundo de la mujer que calla. Entre especias, vinagres y embutidos esa dulce manzana de mi vida se llenó de gusanos. No callaba: mis hijas me costaron, cuando menos, un grito. El amor, esa lata carísima se quedó en la alacena. Un día, por buscarle acomodo al aguardiente lo tiré a la basura.
Sé lo que hacen los lazos en todas las mujeres aunque sean familiares. Al encender el horno (¡ay, Sylvia Plath, te envidio!) al picar la cebolla lo recuerdo... Las profundas estrías de la garganta son mi paso de Dios a la intemperie. Perdí mi casa cuando llegó el alcohol como el mesías. Después perdí a mis hijas, una a una. Pero rezaba, así, como callando: «Señor, ésta es tu sangre...» Tu madre se nos muere, les digo a mis tres hijas luego de cada sorbo. Ellas tan solo lloran, muy quedito como diciendo: ¿cuándo!
3 Jamás voy sola a misa; me llevo los pecados de mi esposo y su esposa, uno o dos de mis hijas, alguno de mi hermano todos los de mi madre... hasta llenar el bolso que hace juego conmigo. Y Dios, distante y sin moverse parece consternado ante mis confesiones. Rezo en latín —como hacen las mujeres pecadoras— y en español castizo, un sacerdote (sin mirarme a los ojos) me da por penitencia un par de avemarías que lanzo, pronta, al vuelo. En casa sin bolso ni tacones me sirvo alguna copa de aguardiente y observo largo rato un crucifijo. Eduardo Quiroga
Y sé que a Dios tampoco le hace gracia el que vivamos juntos.
Poesía
Libertad Poética
Guillermo de Jorge España
Si existes... eres como yo, imagen y semejanza del hombre: una herida ilimitada , incuestionable. Escribo tus ojos cuando aún no tú todavía. busco tu rostro… un posible o un quizás…
existo olvido casi.
antes que el cuerpo y el ser:
tú,
semilla de presagios que pueblan estos labios.
Microrelato
Llueve
o sólo una vieja nostalgia quizás.
Llueve Llueve Llueve Llueve
llueve y todas las lagrimas del mundo caen sobre la ventana. parece como si un viejo dolor volviese a p r e c i p i t a r s e sobre todos los cristales del universo
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Ll L lu e v ue e ve
Llueve Llueve Llueve Llueve
un niño alimenta en la cocina a su dragón preferido, mientras espera a su princesa. mamá hace un caldero de sueños con su ropa más íntima. la abuela cose hasta el último agujero que le queda en el alma. el abuelo escala hasta el infinito, subido en su pipa.
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y todas las ventanas del mundo caen sobre las lágrimas , parece como si todos los cristales del universo se precipitasen sobre un viejo dolor.
Poesía
Sabéis: roca soy hundiendo raíces, mano de la memoria, palpo, retrato de un edificio en llamas.
tal vez, hoy, dibuje un suicidio con un beso
y destruir así antiguos bastiones, absortos misterios,
una infancia jamás vivida;
Guillermo de Jorge España
en tus labios dejo parte de esa vida: ojos de exilio, un dedo interrogante sobre la sien de un mendigo.
Poesía
Oruga en sí Cintura sin manos ojos en el entorno, sobre ella se cierra una parábola invertida con mentes sin hélices. De pie murmuran, murmuran, mientras giran a su alrededor los que no subieron ni bajaron y ahora están de pie.
De pie, ella cae y se transforma, oruga en sí.
Ser de nuestro planeta I Pulso que nace en su centro Habita En las profundidades de lagos y de océanos Viaja adentro de una corriente plateada Cruza la línea del tiempo Y emerge a la sincronía entre la Tierra y la Luna II Siente Guía a los segundos a través de su evolución Moldea el cambio Y late cada vez más fuerte.
Marcela García Ferré
Marcela García Ferré Argentina
Cuento
La sirena y el licántropo Fernando Montesdeoca México
Tania Su
En las noches, harta de estar sola, camina por el borde de los acantilados contemplando el oscuro aceite del mar. Desciende durante más de dos horas por el camino que conoce a ciegas hasta llegar a la playa pedregosa en donde la resaca se retira con un vocerío de millares de cantos rodados que resuenan como una lluvia de doblones de oro. Los perros de la playa le huyen ladrando y aullando. Pelirroja. La piel de su rostro brilla marcada por minúsculos puntos plateados. Los ojos rosados-violáceos, la boca abultada. Se cubre con una túnica blanca que ella deja mojarse en los remolinos de espuma mientras camina. Dicen que más de una vez ha devorado a un perro entero en menos de una hora y que la han encontrado con la ropa ensangrentada y la mirada inyectada de una fiera voraz; dicen que desgarra la carne con sus dos hileras de pequeños colmillos en forma de sable. No sé. Pero no es cierto que se alimenta de los bebés de los seres humanos, ni que mata de placer a los hombres
para devorar después sus vísceras y las partes más blandas. No es cierto que corre en grandes y lentos saltos de gacela, desnuda, durante toda la noche, con la cauda encendida de la cabellera ondeando en el aire, gruñendo como un jabalí, relinchando como un caballo; ni es cierto que se tiende lasciva a fornicar con toda clase de animales del mar o la tierra. Ni siquiera tiene sexo con los hombres del lugar que la buscan, a menos que sea luna llena, que tenga ganas y que ellos sean vírgenes, o viudos; quién sabe si esto se deba a una caprichosa moralidad aprendida entre los seres humanos, o si se trata nada más de una espontánea reacción fisiológica. En todo caso los hombres la temen, especialmente en la noche. Es cierto que se masturba con peces, con las piernas abiertas hacia el mar y hacia el cielo; sola, jadeando temblorosamente. Después de eso canta, sin palabras, melodiosa y dulce, intercalando en su voz de tonalidades humanas los sonidos de los animales del mar -los lamentos de las ballenas-, deteniéndose a veces en una sola nota que crece y decrece a la deriva en la noche. La gente del pueblo suaviza su sueño o escucha despierta, detenida en la punta del tiempo, reblandecida como por un encanto. Canta cuando está en celo y los hombres se levantan inquietos de sus camas y buscan sus ropas para salirse a la noche. Las mujeres, como Ulises hizo con su gente, tapan los oídos de sus maridos con
cera y les preparan fuertes tés relajantes. Los hombres que viven solos y la temen hacen lo mismo. Los atrevidos que se dejan seducir por su canto y la buscan nunca hablan de lo sucedido y pronto se marchan del pueblo, hacia las tierras altas y ya nunca regresan. De día no tolera estar en la tierra. Mucho menos si llueve. Cerca del amanecer sus piernas comienzan a verdecerse y platearse. Se aleja entonces hacia adentro del mar, desnuda y con los ojos vidriados y fijos. Más tarde los pescadores la llaman soplando en grandes caracoles marinos. Valoran su ayuda pues los guía hacia los bancos de peces y hace que sus redes queden repletas, mientras ella se alimenta engullendo a los más pequeños, tragándolos enteros al mismo tiempo que nada, con los brazos ondulantes junto a los costados, el pelo más rojo que antes, convertido en una especie de trenza densa y mojada que se pega a su espalda, con sus extremidades unidas y transformadas en una cola que termina en una aleta caudal irisada de nácar, de rosados y azules, como un pez vela. Igual que los delfines es capaz de saltar varios metros por encima del agua. Los pescadores ven entonces sus senos pequeños y firmes y el abundante vello púbico
Cuento
qque permanece en el nacimiento de su larga cola. Después de las jornadas de pesca, mientras las barcas regresan, se queda en las profundidades del mar, sin que nadie sepa lo que miran allá adentro sus ojos; tal vez duerme, abandonada a las aguas, alerta el instinto contra depredadores más grandes que ella. Cerca del atardecer regresa a la playa y sale del agua en dos piernas, recoge su larga túnica blanca, o cualquier otra prenda que haya dejado y se dirige a los embarcaderos en donde los pescadores le pagan con una parte del dinero de las ventas del día. Ella cubre sus gastos, hace sus compras y se dirige entonces a su casa, aislada del pueblo, y duerme soñando con cardúmenes de peces. Con medusas fosforescentes. Con rebaños de ballenas en la niebla densa de las profundidades del mar, con la otra niebla de los bosques, que no conoce; con la repetida imagen de las fauces del lobo en su nuca. Vive en los bosques. En invierno vaga de noche lejos de las poblaciones, aborreciendo el olor de la leña en las chimeneas, esperando las lunas llenas de las soledades más altas de la montaña. Ahí habita por unos días en una abandonada cabaña de cazadores hecha de troncos al pie de lo más profundo de una
Mónica Cruz
cañada negra de pinos. La luz de la luna le causa dolor. Rueda por el suelo estremeciéndose y gruñendo, hasta quedarse agotado como un animal perseguido. Se transforma lentamente y llora de autocompasión y de rabia observando la noche a través de una rendija. Después aúlla. Si pudiera olvidarse de todo. Aúlla erguido sobre dos piernas de hombre y lobo a la vez, hipnóticos y tristes los ojos amarillos, anhelantes y fijos. Sus manos como de antropoide y felino son nudosas y anchas. Trepa a los árboles clavando las garras y corre echando bocanadas de vaho blanco, a cuatro patas, ligero sobre los espejos opacos de las llanuras de nieve, como un gran simio esbelto, arqueando su flexible y fuerte lomo de puma, el rostro achatado cubierto de pelo cortito y parejo, distinto al hirsuto pelo del cuerpo. Los lobos lo siguen. Con instinto preciso conduce a las manadas hacia presas seguras y devora las mejores porciones. Busca mujeres y mientras espera encontrarlas en los poblados dispersos copula con lobas y animales domésticos. Prefiere el furor de las yeguas en los establos y disfruta clavando sus garras en los hijares y el cuello mientras muerde sus nucas abundantes de carne. No las devora ni les quita la vida. Las deja exhaustas y enfebrecidas, con los ojos desorbitados y las fosas nasales dilatas, resoplando humaredas de vaho. Se acerca a las ventanas de las cabañas en lo más alto de la noche y observa con su penetrante mirada a
las mujeres dormidas, imaginando los cuerpos, el sabor de los cuellos, la carne lechosa y blanda de los pechos. Respeta a los seres humanos. No es hambre ni rabia lo que arrastra su angustia: es solamente el deseo. Cuando regresa a los bosques se tiende como un perro casero lamiéndose el sexo con triste dedicación hasta olvidarse de él mismo. Dicen que al fin del invierno regresa con su forma de hombre a los poblados y busca trabajos no fijos. Caza las mejores piezas de los alrededores y es buen leñador. Trabaja las pieles de los animales y luego las vende negociando con pocas palabras, roncas y hurañas. A veces sonríe. Dicen que sólo la fijeza amarilla y ávida de sus ojos lo delata. Algunas mujeres se sienten inevitablemente atraídas por esa mirada. Él huele sus mínimos cambios bioquímicos y entonces las sigue y las ronda y se les aparece en todos momentos, las acosa y las cerca, las pastorea hasta separarlas del rebaño y luego se lleva a una a su lecho caliente de hombre; de hombre, no de lobo, de hombre de pelo negrísimo, de barba cortita y cerrada, cejas horizontales y densas, ojos. Ojos amarillos, de enmielada tibieza. Las ama y araña y lame todo su cuerpo, muerde sus cuellos, una vez y otra vez, hasta que tiemblan, hasta que gimen, hasta
Cuento
que gritan ¡ya! ¡ya!, ya! ya! y las deja caerse en su abismo, hasta el fondo de su vaso, hasta el corazón del deseo, y luego por horas les hace el amor y así una noche y otra, hasta que se acerca la luna llena y decide irse otra vez. Se va. A veces siguiendo el rastro de una presa, animal o mujer, llega hasta los límites más bajos del bosque y ve el mar. El mar que duplica a la luna y al cielo. Más negro. A veces, bajando hasta más allá de los bosques, perdido el rastro, bestiales los ojos, anhelantes y fijos, sofocado por el olor espeso y salino del mar, se queda inmóvil durante ratos muy largos a diferenciar entre la muchedumbre de aromas ese olor de animal y mujer que lo llama desde lo profundo o lo alto, desde adentro de su propia historia, y se acerca y la presiente en su olfato, como un radar, como un mapa del deseo, como un árbol creciéndole adentro. Desde su casa lo huele venir entre sueños mientras sube la noche. La marea de la noche. Abre los ojos de golpe. Lo huele. Un resorte la sienta en el lecho. No duerme. Lo reconoce: es el lobo en la nuca. Viste su túnica. Pone un vaso de leche en la mesa. Lo siente de pie tras la puerta. No toca, ella abre. Durante la mayor parte del tiempo él es un hombre, como
ahora, ojos amarillos y ávidos. No hablan, se miran, se siguen, como en cautelosos pasos de tango. Se saben. Trazan hilos de pasos. No sonríen, se muestran lasfauces, se huelen de cerca, el lobo se sienta y bebe despacio el vaso de leche. La luna entra, discreta y premeditada, a la habitación. La sirena lo envuelve rodeándolo. La luz de la luna le causa dolor. Se rueda hacia el suelo estremeciéndose y gruñendo, surca con las garras los duros tablones del suelo, arañando el turbión del deseo que sube por paredes y sombras. Se transforma. Se transforman. Se erizan. Su hambre y sus cuerpos embonan uno en el otro como dos mitades del cielo. Son uno del otro. Se transforman en un solo animal que se desborda en la cópula. La luna sigue creciendo.
Pintar
BĂşsqueda de raĂces Liliana Marescalchi
Liliana Marescalchi Argentina
Prosa
La realidad no es lo que parece. Hay mundos interiores más ricos y otros donde la belleza está en crear, llenar el espíritu de sueños. La búsqueda no tiene fin. La armonía descansa en cada forma de la naturaleza, en cada perfil de un recuerdo o el color de un pensamiento. También hay belleza en la denuncia, en la exaltación de ideales, en ser fieles a nuestros mandatos. Es un equilibrio y una necesidad. Equilibro entre la frialdad de un mundo que nos duele y la contención del ideal, esperanzado. Necesidad porque hay una energía que bulle por plasmarse, que se erige contra viento y marea con valentía en pos de la entrega. Son mantras ineludibles. Pintar es una de ellas. Es plasmar vida en un soporte. Se descubren horizontes increíbles, plenos, vibrantes. Es un vértigo especial, que nos da libertad y definitivamente paz. Porque al fin somos consecuentes a nuestra esencia. Esa sensibilidad especial es la que nos permite ver que la realidad no siempre es lo que se parece. Porque detrás de los espejos hay imágenes que esperan ser despertadas.Y cuando nos disponemos a pintar, se abre un portal hacia esa dimensión de plenitud. Salto
Liliana Marescalchi
Al principio hay conjuros: la mirada puesta tras el lienzo impoluto, en pausa inspiradora. La paleta elije los colores, se acarician los pinceles y el aroma de las pinturas cierran el círculo con amorosa dedicación. Y llega el instante mágico, cuando estalla el concierto con el primer trazo. Es música que nos envuelve en el silencio y olvidamos todo lo demás. Está naciendo una obra.
tras una línea contundente, la ondulación que sugiere movimiento o un color casi imposible. Son los precursores de nuevas series, nuevos caminos para recorrer. Se erigen en numen que con pasión no nos abandonará. El lienzo se va cubriendo. A veces es necesario dejarlo dormir, para que reciba nuevos secretos. Otras es imperioso continuar para no dejar escapar los hados. No se siente cansancio ni malestar, hay lógicas diferentes que se mueven sin reloj.
A veces ya está esbozada en nuestra mente y corazón. La vemos claramente, está simplemente allí. En la nada se edifica toda la composición. Pero otras veces el cuadro ya tiene vida y nos lleva la mano con maestría, sin que nosotros lo hayamos concebido previamente. Se materializa por voluntad propia y no deja torcer el mensaje. Los calderos de oro son esos instantes sublimes cuando emerge un detalle ínfimo lleno de magia, que va rodeando toda la obra con su aura misteriosa. Puede ser una luz que se asoma tímida
Cuando el cuadro está casi listo lo miramos con el ojo más crítico que tendrá, seremos implacables en nimios detalles. Hay un enamoramiento. Nos cuesta dejarlo. Nos detenemos adrede en veladuras casi invisibles, extendiendo la despedida. Ponemos distancia, intentando tener ojos ajenos. Pero es imposible, es parte de lo que somos. Llega al fin la firma, es el último toque. En ese momento maravilloso cobra vida y pasa a ser de todos. En algún lugar del arco iris otra nueva obra comienza a gestarse. Libertad y fraternidad Liliana Marescalchi
Fotografía
Paisajes Pirenaicos
Nacho García España
Valle de Odesa
Fotografía
Paso de la Escupidera
Nacho García
Midi d´Ossau
Nacho GarcĂa
Fotografía
Sierra de la Partacua
Nacho García
Circo de Aneu
Nacho GarcĂa
Fotografía
Arroyo Pirenaico
Nacho García
Campana de Aneu a la Luz de la Luna
Nacho GarcĂa
Poesía
Poesía fragmentaria Ven a mí I Ven a mí para callar a cachetadas este dolor. Así como se callan las lluvias negras que caen al piso cuando oscurece el amor. ¿Recuerdas? la copa del deseo solía ser la taza de café que me servías en pijamas mientras tus brazos sostenían un libro de Whitman Es fácil pensar en tus pestañas, es como darle dos sorbos a los versos de Whitman, pero es difícil mirar el pasillo sin las pisadas rojas de tus pasos.
Ven a mí me cuesta trabajo dormir lejos de tu río. ¿Será que recorríamos juntos las calles del edén en la chalupa de llovizna dorada por las madrugadas? II Tiéntame para soñarte acuéstame debajo de tu risa para mirar los manzanos de la tentación que custodian los ángeles de la carne.
K [Después del abandono: Confesión] [Fragmento del poemario “Tres veces he muerto por esa perra”]
Confieso que los ruiseñores se han anidado en mi vientre. Confieso que tiemblo cuando las olas gritan tus recuerdos. ¿Sabes? El temblor se ha vuelto una hierba común en mí. Los fantasmas se levantan en manadas y arremeten contra mi casa. […]
Pablo M. Antúnez México Tania Su
Poesía fragmentaria
Poesía
Micropoesía
Un poema rompió el vidrio de mi ventana
No le da asco
lo tiraron de arriba como una piedra
me come me caga
¿es forma de entrar a una casa?
Mastica la hostia como chicle hace globitos con el cuerpo de Cristo.
me vuelve a comer.
Un ni帽o puso su coraz贸n sobre la v铆a el tren descarril贸.
Gustavo Borga Argentina
Poesía
Te toco con la punta de mi seno y con mi soledad desamparada; y acaso sin estar enamorada; me desordeno, amor, me desordeno. Carilda Oliver Labra
Por las noches sueño que el mundo se derrumba y me dan unas ganas locas de salir corriendo; pero no puedo, amor, no puedo, los hongos de los pies no me dejan volar, y tengo por testículos un par de duraznos, que no florean, amor, que no florean. Bach, sálvame de este mundo derruido, llévame lejos con tu música.
Jesús Rito García México
Sé que tengo por cerebro un par de cacahuates. Cada uno piensa distinto; el primero es el triste, el que quiere ser berenjena, o morir en Kurdistán, El otro es un pobre diablo con hormigas en las bolsas, que repite a cada momento: “Me desordeno, amor, me desordeno”. Ven amada mía, ven a chuparme los pezones y los hongos de los pies, verás cómo después, alucinamos juntos.
Neta que ya no me dueles como antes; ya puedo acordarme de ti y levantarme bien caliente, sin llorar o pensar en sacarte del infierno de tu casa. Ahora sólo me acuerdo de tu perro y cómo se le iban los ojos mientras nos veía coger en el baño, en la sala o en la cocina. Recuerdo el hilito de baba y sus largas orejas. Ya puedo contestar el teléfono sin esperar que sea tu número o tu voz. Te puedo contar que ya conocí a otras, a muchas otras, y dejé de ser celoso. Los celos son puras mamadas, pero contigo los sentía hasta la médula.
Regresé a Oaxaca, a donde nunca quisiste venir, porque pensabas que se te pegaría lo indio, como decía tu padre. Pues sí, regresé a cambiar de aires, a extrañar la ciudad y tus largos cabellos. Ahora escribo versos y vendo libros que nunca se venden. Sigo sin un peso en la bolsa, y en mi ficha curricular dice que soy poeta.
Poesía
Hoy es mi último poema en azul, azul distancia, azul amor, azul olvido, azul con ansias. Escrito con mano temblorosa y un corazón que duele, por lo que fue, por lo que pude ser, y porque no se puede. Nostalgias de juventud que no vivió momentos, y una pasión que llegó tarde, en tiempo de descuento. Hoy es mi último poema en azul, azul mirada que quedó grabada dentro mío, y la dejé guardada. Hoy es mi último poema en azul, porque tú ya partiste. Azul te digo adiós pero no olvides nunca, lo importante que fuiste y aquí, dejo una página en blanco por si algún día lo lees esperando que tu también escribas un adiós, Lydia Raquel Pistagnesi Argentina
Adiós si puedes...
Plata de luna iluminando oscuridades a lo largo del camino Brisa eterna acariciando su figura en exilios de nostalgia Murmullo pintando poemas sobre senderos de orfandad.
AllĂ habita mi duende. El mismo que hasta ayer pintaba pĂĄginas en blanco sobre cicatrices de sombras. Hechizo, transitando futuros de plegarias abstractas, donde hoy, Comulga su grandeza
Poesía
Se fueron (Kua’ana) Se fueron los dioses mixtecos a recorrer su territorio, a plasmarlo en códices, se fueron a dibujar el cielo y pintarlo de colores, se fueron a vencer más soles de otros mundos, se fueron a buscar caracolas para teñir las telas, se fueron a buscar más territorios para avanzar sobre los enemigos, se fueron tan lejos que no han vuelto y yo aquí los espero con mi ofrenda puesta, con el incienso que los llama pero no vuelven, ni siquiera el mensajero llega. Espero sentada junto al señor de la lluvia que descansa sobre la gran montaña, espero en el rio de los linajes donde me dijeron que vendrían y mis ojos los verían, por eso estoy a la espera. Lo que ellos me escribieron antes de irse… vinieron hombres de lejanas tierras y me las arrebataron y no sé dónde encontrar mis leyendas, mi historia, se lo llevaron no sé para qué.
Mis dioses me lo dieron para que nunca los olvidara, para que siempre creyera en el pasado pero… no pude hacer nada, me lo quitaron y ¡ahora! qué le contaré a mis hermanos. Que los códices de mis dioses se fueron al otro lado del mar, donde mis pies descalzos no pueden llegar. Espero y espero, me distrae las mañanas cuando el sol respira profundo con las ganas de mirarlos, de respirar su incienso, su ofrenda, espera y nada pasa, ellos ya no están, se fueron, el tiempo se los llevo y él sigue esperando a quienes lo conquistaron a quienes lo flecharon. Ellos se fueron o desaparecieron tanto que sus rastros poco a poco se perdieron en la mezcla de religiones y política… Se fueron a donde la civilización no los alcanzará, en donde nacieron del árbol de la vida, en donde vivieron y se casaron para que su linaje jamás tuviera fin. Para que siempre los recordáramos, pero sólo queda
Ofelia Pineda México poco de ese ayer, los códices se fueron, no quieren volver., creo que ya olvidaron nuestro llamado. No sé si me recuerdan, porque jamás pude abrirlos, se los llevaron antes de que tocaran mis manos, antes de que pudiera respirar su pintura y palpar mis huellas en ellos, antes de que los leyera. Se fueron los dioses a buscarme en otro lugar y se perdieron. Los espero, los llamo y deseo encontrarlos una mañana, cuando se abran las ventanas de mis ojos negros y vea en el río de los linajes su presencia para darles su ofrenda. Espero sus reverencias y alegrías para contarles todo lo que ha pasado y que traigan de vueltas los escritos de mi historia, de nuestro ayer juntos y escribir sobre pieles todos los códices de nuestro mundo Ñuu Savi.
Foto: La hora azul
La hora azul
Poesía
Kua’ana (Se fueron) Kua’ana ndioxíi na Ñuu Savi kúndena ñu’una, ndataavanaña nu’u i’ín, kua’ana ndataavana ntivi, ndaakayune , kua’ana kata’ana xíi nikandií nu inka inyúvi, Kua’ana ndadu’ukana ndíkani ka’ayu, ña ndakayuña yu’uva, kua’ana ndadukukana ñu’u nuna kuaáxina, ni ya’avi kani kua’ana chii koóna ndíkoo taáyu’u yo’o ndatuí shíi ta’avina, shii shusha ña kanena su koona ndiko, nira shikoó tu’u koo kisha… indu’u ndatuí nuu savi ña iyo ñuu yuku, ndatui nuu iyo itía Tuhun nukachina xií ña ndikoona ta nduchí ñuii kúnikunia’ana, ñakake yu’u ndatuví. Ña’a ntiana nuí tasha´a kua’ana… kíshina yu’uvi inka ñuu ta kíindianaña ntaií ta shini nda ndanií Ña’a ka’a shaa ña skukuni, ta kuaée xina ta shini na chi’iñu. Mina ndíoshiyu nishane ndaií ña ndikivi ku’uñu’uinishana, tandikivi kandishaíña shíina’a… súkonikuvi Kui’i nimitu’uña, xii kindiane ndaií ta ¡vixhi! Nakée ndatuí xiina kuvaií. Ña’a ndatavana nu’u
nu’u i’ín Mina ntioxiyuú kua’e nuu inka shíiyo tikui kua’a, nukuvi ku’u sha’a cha’ali. Ndatuií ta ndatuií, ta sava sanaíni tasha na’á ta miia nikandií kusuchi inía ña kunía kuniana, ña ntikía shíkoo ntacho’omana,ta’aviña, ndatuií su kooña’aku, ndaminá koo, kua’ana, miia kií ndíkina, su ñaka’a ndatu’ana na kuchiñu nua, na kiíniña, su miína kua’ana a´ ndañu’una shi ta´lo’o ta lo’o ndíshana minu ki’íta’a veénu’u shií veéshiñu… Kua’ana nuu komitu’una niína, nuu kindíana ni samana ni ta’avina, naka’e chíiva’a yukúvana a’ tu Itia Tuhun, minu kaákuna nuu itu shinaá nuu nishiyona nuu tanda’ana ña ndisha’anina. Ña ntikívi kuñu’uinión sha’ana, súa kuní lo’ovae kintó, miia ndatavana nu’u i’ín ndikiakua’e ta kokunia ntikoe, náka’e sanaíniña shaá tu’u kanena, shini a ñu’u inina sha’í, xií koníkúvimiívi kunivía, kuaé xíina konishamiavia ndaí, konikuvi ta’amí ña ni ndakayuí ña, kuaé ta kóni kavi ña Kua’ana ndioxíi ndadúkuna yu’u inka ñuuvi ta ndañu’
Traducción al Mixteco: La autora
ndañu’una, ta yu’u ndatuina kanina, kuníkavi ndánina íi na’á tashanakuni shitia ndía nuí ta kuni nuu Itia Tuhun kisha’ana ta ndakuaíi ta’avina, ndaatí tu’u ndioxíi shi tu’u kusíni sa vii ndatu’ishina ntakundí ña’a niya’a tana sandíko’na miia ndatavana nu’u i’í inka ña nakisha´ae shina’a ña kaá sha’a kuní ta ndatíe nu’u i’ín miia ka’a shaá ñuu savi yo.
La hora azul
Ensayo
Transparencia y reflejo Sobre la imagen poética
Miguel de la Cruz Argentina
El título lo he tomado de un texto que escribí hace años y que se reproduce al final. Aunque también podría haberlo llamado “la función de habitar la intimidad”, no sólo porque la función de habitar es una expresión del autor que voy a citar, Gastón Bachelard, sino porque la intimidad sería la palabra que agregaría para completar ese título alternativo, una palabra que comparte el contenido de la fenomenología de las imágenes poéticas que generan una casa, un cofre, un armario, un sótano, un rincón, un nido, una ostra marina, las formas redondas, el adentro y el afuera. Estas son cosas, como se sabe, que Bachelard analiza, especialmente en “La poética del espacio”. Ahí está la morfología de su pensamiento, en la intimidad, que es el espacio donde la imagen poética cobra la consistencia de la inmediatez. Dice Bachelard que toda intimidad se esconde, y cita al poeta surrealista Jöe Bousquet: Nadie me ve
cambiar. ¿Pero quién me ve? Yo soy mi escondite. Bousquet pasó paralítico la mayor parte de su vida desde que fue baleado en la columna vertebral durante la primera guerra mundial en 1918. Su intimidad fue forzada por una circunstancia. Su punto de vista se proyectaba desde la cama donde estaba postrado.
En esta idea de la intimidad como escondite, percibí desde chico tres tipos de imágenes que me indujeron posteriormente a la poesía:
Flor M.
1) Las imágenes que llamo ecográficas y que eran aquéllas generadas por el ensueño, la duermevela, el viento o la lluvia de noche: una combinación del ambiente exterior con el estado onírico, un susurro que se colaba en mí cuando estaba entre dormido y el desgano me impedía levantarme para ir a orinar; la
sensación de lo acuoso se amplificaba en oleaje, ritmos intrauterinos, voces lentificadas. Era un estado similar a cuando deliraba de fiebre e imaginaba las alucinaciones que preceden a la muerte. 2) Las imágenes refractarias o reverberaciones con soliloquio, producto de la extensión diurna, en caminos al rayo del sol que producen espejismos, lejanía, vacilación.Voy a caballo, hablando solo. El ritmo del andar del animal acompasa mis ritmos y tonos. Comienzo a darme cuenta que la escritura resuena en el cuerpo, como la voz. Aquí se inicia mi relación con la ausencia, sobre la que he poetizado desde muy temprano. Quedarme a percibir ecos de las personas que estuvieron de visita en casa y se fueron, sus tonos, sus perfumes, la posición en que dejaron una silla al levantarse. 3) Las imágenes del mundo o el ojo en la cerradura. Son las que me ofrecían un punto de vista particular, oculto, como espiar a una reunión de mayores cuando de niño te mandan a dormir. Ver por el
Ensayo
el ojo de la cerradura sus rostros, captar sus gestos y sus dimensiones en el conjunto, no tanto oírlos como observarlos a través de un enfoque un poco distorsionador, casi un ojo de buey que fijaba un grado de concentración algo aumentada donde se realzaban los detalles. Son las imágenes que asocio al extrañamiento y al poeta-narrador como un espía. Si la intimidad comprende este tipo de sensaciones que se gestan en la infancia y que en general quedan fijadas en una sublimación regresiva, idealizadas al cabo de los años, cuando se transfiguran en imágenes poéticas pasan a ser instantáneas y pierden la referencialidad del recuerdo, deslumbran por su peculiar punto de vista y reafirman la idea de que el poeta nos hace ver el lado de las cosas que habitualmente no miramos. Pero para esto se requiere, según Bachelard, del no- saber.
El no-saber es la superación de normas que estructuran la percepción, no una apología de la ignorancia. Instante e intuición se funden en una imagen poética novedosa. El saber del poeta viene con la tarea posterior a la imagen, lo que se llama la elaboración del texto, sus correcciones y modificaciones que terminan de definirlo. Pero la imagen es sorpresiva, supera los datos de la sensibilidad, como dice Bachelard, aclarando que no es que la imagen se presente como un artificio en contra de la vida, de los impulsos vitales, sino que debe ofrecer tanta sorpresa, tanto asombro, como la vida misma.
¿Por qué entonces muchos autores insisten en que escribir un texto es más que nada elaboración, reconociendo sí un 1% a no se sabe qué estímulo, pero con cierto fastidio, más bien desmereciendo ese instante que disparó la frase o el verso? Trabajo y trabajo y trabajo, dicen, como los directores de empresas. Demasiado sudor, para mi gusto.
Flor M.
Reelaborar el texto es tarea de escritores, claro, pero al resaltarlo con tan frecuente insistencia se busca desmitificar toda epifanía, inspiración, irrupción aleatoria, lo que recuerda a esos burgueses que se jactan de haber conseguido su fortuna con el propio esfuerzo, sin reconocer el trabajo anónimo de los obreros o incluso la suerte de haberla heredado. Muchos de estos escritores son progresistas y dicen estar en contra del capitalismo que, como se sabe, es un sistema basado en la ciencia, la técnica y la propiedad privada. Pero por otro lado dan a entender que en esto de la creación no hay ningún misterio, es cuestión de oficio, nada más, el talento no viene del cielo, la vocación es una cuestión de posibilidades sociales. Si todos tuviéramos las mismas oportunidades, todos seríamos geniales para esta gente. Ni que temieran ser confundidos zcon algún oscurantismo, siendo como son tan deterministas, por otra parte. ¿No ha habido a esta altura suficiente esfuerzo por reducir la creatividad humana bajo la impronta del ego calculador y dominante como para que
encima los propios creadores envíen guiños tranquilizadores a la racionalidad imperante, como si quisieran quedar bien con los especialistas de las ciencias duras que todo lo registran bajo una producción científicamente comprobada y que poco o nada les interesa la poesía, ese lenguaje primario asociado a la magia donde nació balbuceante la escritura que secamente ellos utilizan? La referencia a Flaubert para señalar su innovación de la novela al desplazar el narrador omnisciente y moralizante, contradice a estos autores que tanto lo han reivindicado, ya que esa primera persona ha terminado por enquistarse en este énfasis del pleno dominio del autor sobre su obra. Sin embargo, hay un momento de la imagen, del primer verso, de la primera línea, en que se desvanece todo cálculo y un soplo se libera del escritor. A veces pasa años pensando un tema y en un instante se resuelve su escritura, con un
Ensayo
estímulo casi se diría extraño al argumento o a la idea. Incluso en el mismo proceso de reelaborar un texto suelen manifestarse aleatoriamente imágenes o ritmos que alteran o potencian su significado. O el escritor sale a la calle y una circunstancia termina de esclarecerle lo que por él mismo no podía resolver. Como también hay poemas que se dan de un tirón y no es necesario corregirlos.
Sin irnos a extremos, habría que repetir con Jean Paul que el clásico tiene la arcilla sin alma y el nihilista busca el soplo vital, pero le falta arcilla.
Baudelaire ha dicho que el poema dura lo que tarda su lectura. Pero se podría agregar que al terminar de leerlo suele imponerse un suspenso, si la imagen es intensa, tanto como para condensar el
sentido. Están estos versos de Juan Ramón Jiménez: “Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando”. Este es el ]suspenso al que me refiero; luego de leer este verso, me quedo ante el futuro de alguien que se irá y de unos pájaros que se quedarán, pero en tiempo presente, en un instante sostenido, como un acorde, lo que abre una visión panorámica, un horizonte, en una hora clave del día que puede ser el amanecer, el mediodía o el anochecer. La partida y el suspenso se funden en una sola tensión entre el lugar hacia donde se va y el lugar que se deja. A Bachelard le asombraba que una imagen singular pueda concentrar todo el psiquismo y que se proyecte
Mónica Cruz
transubjetivamente, excediendo lo individual. Distinguía en una imagen poética novedosa dos momentos: la repercusión y la resonancia. Mientras la resonancia se dispersan en el vivir, la repercusión profundiza nuestra existencia. En las resonancias oímos el poema. En la repercusión lo hacemos nuestro. La resonancia nos remite a esta o aquella cosa. La repercusión nos interroga toda nuestra existencia. Están estos versos de Rilke, que Bachelard cita: “A través de nosotros Vuelan los pájaros en silencio. Oh yo que quiero crecer, Miro hacia afuera, Y el árbol crece en mí.”
Bachelard dirá que aquí el espacio y el. espacio íntimo vienen a estimularse en crecimiento. Es verdad que el espacio vivido es espacio afectivo pero cuando se vuelve espacio poético adquiere valores de expansión, por más triste, pesado o deslumbrante que haya sido. Bueno, los versos de Rilke conforman una atmósfera cercana al relato que le dio el título a esta reflexión inspirada en el pensador francés, donde la noción de intimidad y resonancia proceden de un ámbito que se recrea en el texto. La repercusión está dada por un gesto de la naturaleza en un espacio de intimidad. Como la magdalena de Proust que remite a la busca del tiempo perdido.
A continuación Transparencia y Reflejo.
Prosa
Transparencia y Reflejo Voy enrollando la esterilla del ventanal. La luz parpadea entre los claros del fresno. Antes he puesto a sonar una vieja grabación de otro mundo, y como otras veces y ante otros árboles, la música parece acompasar el viento en el follaje. Me quedo miranescuchando, mitad en un lado y en el otro, el sonido adentro, la visión afuera, yo qué sé, apenas me doy cuenta que estoy solo, tanto puedo decir que cerca y lejos de lo que hay adentro como afuera, en eso estoy, cuando una rama se arquea y un verdor de ráfaga plomiza me muestra, en un solo resplandor, un viaje de veinte años atrás. Vamos con papá costeando campos que se sueltan en un vuelo de arena y flotan con el cielo. Tenemos que traer forraje de una chacra vecina, porque hay una racha de sequía y hubo que sacar las vacas a la calle; pero el viento come más que el hambre de las bestias y el poco pasto que queda está siendo disecado de raíz. Todo es tan rápido que, mientras avanzamos, llegamos, nos saludamos con el vecino, quien a su vez empieza a remover un terraplén al que le llama silo, un modo primitivo de almacenar forraje que papá va a explicarme al volver. El vecino cava con una pala y papá lo ayuda a cavar con una horquilla. Brota un vaho caliente del pasto removido, más dulzón que el orín y el sudor de los caballos, más como las camas de paja donde duermen, en los establos. Caballos… ¿Por qué no me importa lo que sigue? Otros harían una historia de este párrafo. Yo sacrificaría el mundo por un detalle. Un detalle es la marca de un instante en la inmensidad, y por eso para mí sólo cuentan transparencia y reflejo en el ventanal, como si una fuera memoria y el otro, tiempo. El tiempo como un reflejo, la memoria como una transparencia.Y ese soplo que encendió estas palabras.
Miguel de la Cruz Argentina
Poesía
Chalchiuhtlicue Allá, del otro lado del océano atlántico, existió una tierra de la que hoy estoy separada por agua. Donde alguna vez se proclamaban sus dichos en nahuátl y el agua, que hoy nos separa, era entonces una diosa:
Karla Licano México
Poesía
Habito dentro de cada molécula de hidrógeno, Burbujeo bajito por aquella del oxigeno Y bailo dentro de cada sustancia que compongo Eximio culpas, otorgo nombres Renuevo, arraso, purifico El mar le canta una canción a mis caderas y yo obedezco a su compás Sin más querellas Que las de la libertad
las sopas, las frutas, las verduras, los llantos a lágrima viva, la nostalgia los embriones, las placentas, la leche, el vino, la miel todos, todas, son amantes de mi ser y sin mí, no existirían Llevo un vaivén inquietante por donde me vengo a desbordar porque el viento me ama, me acaricia y hacemos el amor mientras llovizna
Las canciones de perlas profundas me poseen los corales, las estrellas marinas, los ciclones, las tormentas los sueños húmedos, las tazas de té, los aires acondicionados, las lavavajillas los besos incendiarios,
Soy hija del jade, de la luna soy madre y a la marea ataño mi proverbial influencia Recorro montes, valles, poseo ríos y riachuelos, Olas, océanos, y un planeta entero, con todo y sus charcos Me abstengo del desierto, de otros sitios del sistema solar y establezco mi reino entre los peces
¿de los hombres? De ellos soy maestra constante y a pesar de que no soy guerrera sé combatir la arrogancia Sólo basta otorgar mi condena Y en vez de cubrir su necesidad; inundarla No entienden mis ciclos, mis tiempos, mi estados Soy tripolar; y ello no me quita la paciencia pues en lugar de volverme desquiciada tengo sabiduría envuelta en fuerza Chalchiuhtlicue, es mi nombre Y soy diosa del agua, Tuve un reino en otro tiempo Pero éste, aún me invita Cuando calmo la sed de los que bailan.
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Una mirada
María José Carmona España
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María José Carmona
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María José Carmona
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