La hora azul Urbanidad

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Urbanidad

Miradas: Colonia y Oaxaca Misión Importante 34-37

Fotografía: Mónica Cruz

Poesía

Cuento

Fotografía



Editor y Director de ArteFabián Matías Editora FotográficaMónica Cruz

La hora azul

TextosPablo M. Antúnez Esthela Bennetts Fernando de Zárate Gustavo Borga Iván Wielikosielek José Xochitláloc José M. Campuzano Alfonso Camberos Maximiliano Spreaf FotografíaCarlos Carreter Angel Sánchez Johathan Merlín

á Designed by Matsfranc


Cuento

Misión Importante Esthela Bennetts “Solicito dama de buen carácter para atender y cuidar a una niña. Buen sueldo. Alimentación y cuarto. Interesadas preguntar el domicilio en la dirección de este diario”. Acabas de leer el anuncio y friccionas los dedos. Ese trabajo lo necesitas. Hace varios días que tus nenas no comen. Ni tú. Más vale que obtengas ese empleo. Tocas la puerta de madera con la seguridad que te exigen tus problemas económicos. Cuidar una niña no representa para ti ninguna dificultad. Estás acostumbrada a cuidar a tantas.Tu rostro se ilumina cuando las recuerdas. Son tan felices al verte llegar con alimento.Ya abren.

Angel Sánchez

- Vengo por el anuncio del periódico, ¿es aquí? Él contesta afirmativamente moviendo la cabeza. Te dice que lo sigas. Caminas tras él en ese pasillo largo y de luz tenue que se te hace interminable. De pronto el hombre se detiene, voltea para verte y te pregunta por la experiencia


que tienes en el trabajo que buscas. Titubeas un poco antes de contestar, después le dices que tienes la suficiente no sólo para cuidar una. Él te mira inquisitivo y parece no tomar en cuenta tu comentario. Te recorre con una mirada escrutadora. Tal vez te encuentra inepta o tu presencia no le convence. No sabes interpretar esa mirada y sin querer te alisas el cabello. Él nota tu nerviosismo y como para tranquilizarte sonríe. Camina hacia una de las puertas y la abre. Señala el interior diciéndote que esa será tu habitación. Ya tendrás tiempo de conocer la casa. Toda la tarde es tuya hasta las ocho de la noche en que bajarás al comedor. Mañana iniciarás tus labores con la niña que aún no conoces. El hombre se retira antes de tus preguntas. La casa te parece sombría, triste y demasiado solitaria. La cocinera sirve la cena. Los destellos de la lámpara que pende del techo se acomodan inquietos sobre la mesa. Distraídamente preguntas por los dueños de la casa y el resto de la familia. No hay respuesta. Duermes intranquila, sientes que no descansas realmente. Tu insomnio te hace levantarte más temprano y estar lista a las ocho de la mañana. Subes la escalinata, que conduce a varios cuartos. Te

preguntas cuál de ellos corresponde al de la niña que vas a cuidar. La indecisión te hace ver de una puerta a otra, cuando la voz que te recibió el día anterior, te sorprende: - Por aquí -te dice. Abre una de las puertas y entras. Ves una criatura en la cama tapada con las mantas hasta media cara. Le cubre las cejas el fleco castaño. Descubres una gran ternura en esos ojos pequeños de café transparente. - ¡Hola! –le dices. El hombre se acerca a ella y haciéndole un cariño en la cabeza le habla: - Luci, ella es Amanda y desde hoy será tu compañera. Será tu amiga. Sale de la habitación viéndote directamente a los ojos. Sientes que tu edad no le ha convencido del todo para cuidar a su hija. Algo pasa en esos ojos cada vez que te ven. Quisieras aclararle otra vez lo de tu experiencia o mencionar tus treinta años, pero no te da tiempo; sale, cierra la puerta tras de sí.


Cuento

Luci salta de la cama y no puedes ocultar la impresión que te causa el verla. Mide aproximadamente un metro de estatura, es enjuta y pálida. Su joroba te estremece. Alza la cara al tiempo que extiende los brazos y con sus manos flacas toma las tuyas. Sus ojos están hundidos en unas ojeras muy marcadas que no corresponden a la edad de la niña. Piensas en ello. Bueno, y cuántos años tendrá Luci. Se lo preguntas pero no te responde. En fin, su edad para ti carece de importancia. Se dirige al baño y te das cuenta que cojea. Una pierna es más larga que la otra y tiende a inclinar el cuello sobre el hombro derecho. Cuando voltea a verte lo hace con todo el cuerpo. Un sentimiento extraño te apresa. La sigues, suponiendo que debes ayudarla a bañarse. Le quitas su ropa y su figura te deprime totalmente. En ese estado de ánimo no podrás trabajar con ella, así que tratas de recuperarte y cambias tu expresión. Ese escalofrío que recorre tu columna vertebral va desapareciendo poco a poco. Después del desayuno la llevas al jardín. Luci se acerca a la orilla de la fuente y mete las manos para jugar con el agua. A ratos te ve con curiosidad, le sonríes y te inclinas sobre el borde de la cantera. Ella

sólo emite sonidos guturales que intentan ser risa. No habla. El ruido de su garganta y los movimientos de sus manos te indican que está contenta con tu compañía. Es tan inocente, piensas. Camina con su escasa facultad hacia los rosales y te manifiesta con sus gestos y señas que quiere una rosa. Las cortas y se las ofreces. Ella la toma y se le acerca a su maíz sin dejar de mirarte. Se ríe al tiempo que deshace la flor y desparrama los pétalos sobre el agua. Ves por allí una pelota y corres por ella. Se la botas y cae cerca de sus pies chuecos. Se sienta con dificultad y te invita a jugar. Pronto se cansa y se mete los dedos de la mano derecha en la boca y los chupa hasta quedarse dormida. Debe pesar mucho para levantarle, piensas. Ir a la casa en busca de ayuda no te parece prudente, pues la abandonarías en el jardín. Decides despertarla pero no lo consigues. Después de todo es tu obligación atenderla, así que te inclinas a levantarla y para tu sorpresa te parece muy ligera. La llevas a su alcoba y la acomodas en la cama. Te sientes en su sillón frente a ella. Es muy importante la misión por la que está trabajando y debes de cumplir cuanto puedas. Tus nenas deben alimentarse. Ese es tu objetivo principal. Te sobresalta la voz el hombre. Siempre inesperada.


- ¿Está dispuesta a seguir? - Sí, contestas sin pensarlo. Él te comunica que la señora Méndez salió. Tendrás que preparar los alimentos. Le preguntas si en ese momento desea tomar algo y propone café para los dos. Luci abre los ojos y los fija en la puerta en la puerta por la que saliste con su padre y sonríe. La señora Méndez te informa hoy, después de varios días que él no aparece, que está de viaje. Te atreves a preguntar otra vez por la madre de Luci. Ella te contesta que murió en un accidente. Después de dormir con la niña, recoges los juguetes regados por el cuarto y guardas la ropa limpia en el armario mientras piensas que ya es hora. Te diriges a la cocina. La señora Méndez se dispone a merendar. Le invitas un café. Ella apenada no quiere aceptar, arguyendo que es ella quien debe servirte. Pero insistes con amabilidad asegurándole que el café que preparas no lo ha probado nunca. Entras en la habitación de Luci y ella se mueve dentro de las cobijas. Sus sonidos te indican que ha despertado. Te acercas a ella y le preguntas si quiere algo. Te señala la jarra. Sirves en un vaso el agua y con diligencia le vacías una cápsula. Luci bebe hasta la mitad.

- Un poco más – le sugieres. Luci termina de tomar el contenido del vaso. Oyes el ruido que hace la puerta de la señora Méndez al entrar a su alcoba. Te acercas a Luci y con una pequeña lámpara le observas los ojos. Su respiración es tranquila. Sus músculos faciales están relajados. Recuerdas qué frágil y ligera te pareció cuando la cargaste en el jardín. La levantas y llevándola entre tus brazos vas a la cochera. La acomodas en el auto. No hay ruidos ni de grillo siquiera. Cuando enciendes el motor, temes que alguna de las dos despierte. Nada de eso, están bien sedadas, te dices. Conduces despacio pues el camino hacia la casa donde te esperan tus niñas es terregoso. La casa enclavada entre los cerros más alejados de la ciudad se ve imponente a la luz de la luna. Su construcción de piedra está cubierta de verdes praderas y rodeada de rosales. Ante los faroles del portón detienes el coche. Sacas a Luci y te la hechas con amor al hombro. Aunque te tambaleas un poco, resistes el peso. Entras. Tus criaturas chillan pedigüeñas. Las calmas con palabras cariñosas. Dentro de poco comerán, les aseguras. A la mañana siguiente, buscarás otro anuncio en los periódicos...


Poesía

Ciudad Poética Poemas: Fernando de Zárate

De todos los infiernos posibles, eligió el silencio. Esa otra cobardía.

Los sueños, ese contínuo desmentir de los días imposibles.

Arrastraré lo que de mí sobreviva: huesos y sombras.

El primer Judas repartía -dicenel Sagrado Corazón a manos llenas. Sin costo adicional.


Cre贸 Todo este silencio. Universo cerrado que ensordece.

al hombre cuando se convenci贸 de que la eternidad era demasiado para uno solo.

Entonces, el olvido, era siempre esa sustancia fr铆a que utilizaba el tiempo para acribillarnos.


Poesía

Dossier Urbanidad Voy caminando por las calles de mi ciudad y una chica resbala y cae en la vereda. Nadie mira, los adultos siguen de largo y los niños piensan en su Playstation. La chica se ruboriza, maldice, se levanta y sigue. Su día acaba de ser arruinado por este suceso. Me quedo pensando, en esta ciudad seca, por dentro y por fuera. En nosotros. Decido olvidar lo ocurrido y seguir con mi paseo. Desde un quinto piso sale disparada por la ventana una bolsa de residuos. Traza una parábola en el aire y cae prácticamente a mis pies. Es de un supermercado que aboga por el uso de bolsas biodegradables. Esta que quedo a centímetros de mis zapatos es de nylon común y corriente. Tardará siglos en degradarse y desaparecer. La miro, y me da asco levantarla y quitarla de la vereda. Un perro se acerca y la olfatea. La mordisquea un rato y se la lleva. Lo miro huir con la bolsa en el hocico. Alguien mira por una ventana. Una señora mayor. Me hace señas con su mano para que me acerque.Voy hacia ella. Me mira. Intenta decirme algo y trastabilla con sus palabras. Unos segundos después logra su cometido. "Fue suficiente... volvé a tu casa..." Giro y me voy. En la ventana ya no hay nadie. Ni una sombra. Maximiliano Spreaf


Afuerismos I. La arquitectura no es social, ni científica, ni comercial, ni artística, es todo. XXIII. El espacio tiene tus reglas y tus complejos y tus traumas... XXVII. El poema requiere humanidad, honestidad y experiencia espacial. XLVI. Fraccionamiento: pedazos de vivienda para confinar humanos o lo que quede de ellos. (Evítalos) Alfonso Camberos


Ensayo Fotogrรกfico

Una mirada:

Colonia

Carlos Carreter



Ensayo Fotogrรกfico

Carlos Carreter


Carlos Carreter


Ensayo Fotogrรกfico

Carlos Carreter


Carlos Carreter


Ensayo Fotogrรกfico

Carlos Carreter


Carlos Carreter


Cuento

34-37 José Xochitláloc

La hora azul

El Erudo y yo vivíamos juntos en Monterrey. Abusados, no vayan a creer que habíamos formado una sociedad de convivencia. No. Eramos estudiantes de maestría y rentábamos un departamento cerca del Tec. Ay sí, que fresas, del Tec. Pues tampoco. Siempre andábamos cortos de dinero y nuestra precaria situación se reflejaba en el departamento en el que vivíamos. Oscuro, sucio, húmedo. Ahora que lo menciono, son muchas las similitudes de ese departamento con un culo. En verano hacía un calor que evaporaba hasta el pensamiento y en invierno hacía un frío que te cagabas. Pero bueno, no son cosas de estar recordando tantos detalles. Baste saber que vivíamos en el culo de Monterrey, muy cerca del Tec, donde


donde estudíabamos merced a los impuestos que ustedes, queridos lectores, nos hacían el favor de pagar puntualmente. Esos impuestos, les voy a decir ahora a dónde se iban. Una parte importante se iba a pagar la ruina que, ya mencioné, teníamos por departamento. Que no por ser una ruina era barato ¡que va! Ya mencioné que vivíamos en Monterrey y cerca del Tec además. O sea, que el departamento costaba una pasta, una lana, una billulla, pues. Que para los regios, la billulla es la cosa más importante del mundo. Más importante que la madre, para que me entiendan. Total. Una parte iba para eso. Otra parte se iba a pagar las latas de atún Tuny y de elote Herdez (inserciones pagadas) con las que fortificábamos nuestros cuerpos y

mentes casi a diario. Que tampoco era gran cosa lo que necesitábamos. Ocasionalmente nos permitíamos el lujo de desayunar chilaquiles en la cafetería de la escuela y en eso se iban nuestros ahorros de uno o dos meses. Libros era otro de los rubros en los que gastábamos, aunque menos porque, eso sí, la biblioteca de la universidad estaba bien provista de ellos. Last but not least, es decir, finalmente, cada tres meses conseguíamos ahorrar lo suficiente como para realizar investigación de campo. No se aburra el lector pensando que está recibiendo una lección de contabilidad estudiantil. De ninguna manera. Baste para aclarar las cosas el que mencione que nuestra investigación de campo consistía en dar el rol, en dar la vuelta, en visitar los tugurios del centro de Monterrey, los antros, los giros negros, los tables dances. Como quién dice, nos íbamos a ver a las putas, que esa es una actividad fundamental cuando se estudia un posgrado en humanidades; y si no me creen, pregúntenle a Nietzche, a Milan Kundera, a Kierkegaard, a... No me extiendo en esta justificación de mis actividades extracurriculares y paso a la historia (porque hay una historia en todo esto, querido lector). Resulta que un día el Erudo y yo nos fuimos de putas. Él estaba haciendo un ensayo acerca de las implicaciones del dualismo cartesiano en la ética moderna y yo necesitaba perfeccionar mi técnica de entrevista a profundidad. Contamos nuestros ahorros y decidimos que teníamos lo suficiente como para pagarnos una tutoría con las expertas. Igual y no teníamos lo suficiente, pero era fin de semana y habíamos estado contando las estrellas en compañía de un six de carta-blancas (inserción pagada), y eso basta para cometer los errores más básicos en el ejercicio de la contabilidad.Total, tres días sin comer no es mucho tiempo. La educación es primero y todo eso. Dimos cuenta de las cartas (blancas) faltantes y nos trepamos al Enano, un tsuru dos puertas modelo ‘96, propiedad del Erudo. Tenía poco de haber arrollado a una vaca y hacía raca-raca mientras circulaba por las calles de la ciudad. Y ahí íbamos, raca-raca, por todo


Cuento

Eugenio Garza Sada (Garza Asada, para los cuates) hasta la Avenida Prostitución, perdón, Constitución. Raca-raca por Constitución hasta el cruce con Cuauhtémoc donde dimos vuelta y nos topamos de frente con la antialcohólica. Querido lector, si nunca has vivido en Monterrey, en estos momentos te estás preguntando ¿Qué chingados es la antialcohólica? Te lo explico brevemente.Ya he dicho que los regios son aficionados a la billulla. Otra cosa a la que son aficionados es a chocar sus autos. Contra lo que sea. Árboles, postes, perros, personas. Nada se salva su pericia. El alcohol ha tenido que ver en más de una ocasión en dichos percances. Para muestra, vean los videos de Dulce Sarahí en Youtube: “Yo no choqué -hic- me chocaron -hic”. El colmo fue cuando, el día de la inauguración del paseo Santa Lucía, un par de edecanes contratadas para la ocasión se las arreglaron para estacionar su camioneta en medio del lago artificial. Imagínense: “Nos dijeron que iba a haber agua manita, glub glub, pero no veo al presidente, glub, ha de estar más en lo hondo, glub glub”. Madedito (Se llamaba Adalberto Madero, pero no pronunciaba bien la r) alcalde en turno de la ciudad, decidió que ya había tenido suficiente de esos episodios, y de su simpática testa (en todo similar a un huevito de pascua), nacieron las megamultas. Multas de hasta 20,000 pesos contra quién fuera sorprendido manejando en estado -hic- inconveniente. A partir de entonces, los policías de tránsito organizaban retenes periódicos, conocidos por la raza como “la antialcohólica”, con el fin de detectar, detener y desangrar a los conductores etilizados que circularan por las principales avenidas de la ciudad. Conductores como nosotros, sin oportunidad de retroceder o estacionarnos, mientras el tráfico nos arrastraba irremisiblemente a las garras de la antialcohólica. Total que caímos en las susodichas garras. “Buena tarde joven ¿ha consumido alguna bebida con alcohol el día de hoy?” “Para nada mi

general” “Sópleme aquí en este instrumento a ver si es cierto” “¿Qué pasó mi coronel, ese respetillo?” “¡Qué sople, le digo!” “Fffffffff ” “Oríllese a la orilla”.Y bueno, bajaron al Erudo, que era el que iba manejando. Cuantas se tomó, joven. No, pos que una. Hay política de cero tolerancia, vamos a tener que llevarnos el coche y cobrarle una multa de 3,000 pesos. No pos que no traigo. En ese caso va usted a pasar la noche en una cómoda suite que el gobierno municipal ha preparado especialmente para usted. Pos la paso, pero no se lleve al Enano ¿Qué? Que no se lleve el coche. Tenemos que llevárnoslo. Que no se lo lleve. Que sí. Que no. Que sí. Que no. Que sí ¿No habrá forma de llegar a un arreglo? Mire joven, está difícil porque ya le hicimos la


regreso también. Lo cual sucedió efectivamente.Y nosotros ya sin un peso.

prueba de alcoholemia. Difícil no es imposible... ... ...Venga para acá pues. Y entre los dos juntamos 500 pesos y se los dimos al oficial que nos había parado. El Erudo se agüitó. 500 pesos menos eran varios días comiendo frijoles de lata.Vamos a regresarnos –me dijo. No mi Erudo –le dije–, si nos regresamos, ellos ganan; su objetivo es arruinarnos la noche y no podemos dejar que lo consigan. Vamos a dónde íbamos a ir, total, la observación participante no genera cargos –¿Qué? –Que por ver no se cobra, zopenco ¿Qué cosa peor nos puede pasar? Si el lector es avezado, y no está ebrio como estaba el Erudo, será capaz de contestar la pregunta anterior al instante: Que nos agarre la antialcohólica de

– Jóvenes, se les nota en la carita que vienen bien pedos. Vamos a tener que llevarnos el mueble y mañana lo recogen en el corralón, previo pago de la multa que asciende a bla bla bla. El Erudo fue incapaz de contenerse: Mire señor, ya pagamos lo que teníamos que pagar, hace rato nos mordieron en un retén por la Cuauhtémoc –dijo. El oficial que nos detuvo esta vez miró a mi amigo con cara de reproche, como si hubiera dicho una palabra obscena. Luego endureció el rostro y le espetó: “¡Ahorita me va a decir quién!” ¡Uta ma! pensé, ahora sí se armó la de dios padre diría Loret-de-Mola. Seguro este ha de ser de esos policías incorruptibles de Asuntos Internos, como los que salen en las películas. Nos subieron a la patrulla y nos llevaron al retén que todavía estaba en Av. Cuauhtémoc. Con cara de pocos amigos, el policía que nos llevaba le indicó al Erudo que delatara al elemento que lo había extorsionado. Ese fue –dijo el Erudo. – ¡Cabo Lucas! –llamó el que nos había detenido. El cabo Lucas se acercó serenamente, no sabía la que le esperaba. – ¡Cabo! ¿Es cierto que usted ya 34-37 aquí a los señores? El cabo Lucas repasó mentalmente la lista de códigos vigente esa noche. Pareció acordarse y al cabo de un momento dijo: Señor, sí señor. Ah, ta bueno –dijo el que nos había detenido y nos escoltó de vuelta a donde había quedado el Enano, todo amabilidad y buenas maneras.


Poesía

Micropoesía

Se fue A vos te doy mi piel

Está sola

Tomá Probatelá (Ahora sabrás lo que se siente)

Arrodillado en el suelo toco con mis manos sus huellas Antes que caiga la noche le daré alcance y seré su esclavo.

De noche orina en el suelo al pie de su cama como un animal.


Llueve Una mujer amamanta a una muñeca de plástico

Sombrilla negra Ilustración. Antonio Fonseca

y vos

Poemas: Gustavo Borga

llorás.


Poesía

Sabes a nostalgia

del recuerdo gris y rojo de tu vida.

Arrástrame al torrente brusco de las noches y tus días.

Concédeme la gracia de tomarte y hacerte mía; en la conciencia, en la ironía o en la imnomalía. ¡Sabes a nostalgia oh madrileña guía!

La gran vía

¡Oh madrileña guía! Condúceme por las vías

Libertad


Esta noche, me caí del altar de tus lamentos… y me convertí en aserrín liviano de arbustos y abetos… ¡ay de aquellos Dioses!

Poética

Parén tesis

que derramaron lluvia varios meses, consagrando maldiciones a los fantasmas y

tribulaciones.

Soy arrastrado por los vientos del pasado, donde sólo ha quedado, el olor a todo recuerdo maltratado. ¡por la furia! ¡por la inconsciencia! Pero sólo busco la convergencia de tu espíritu, de tu esencia. Hoy la vida me ha regalado algo; el saber que la distancia, sólo es, otro camino que me lleva a

ti.

Poemas: José M. Campuzano


Poesía

Poesía fragmentaria R3b3lión de los adverbios I Una cosa parecida al ahora se vistió de tarde .....y se cruzó de mientras. Levantó su nunca y cantó en voz de antes, luego, al revés.

¡VENGA EL ANDO C

¡hurra! alEL acaso y al q ¡VENGA ANDO ¡hurra! al acaso y al quizás enfurecido

II ¡Escuchadme oh lectores! que a ustedes os presento el aullido de gerundios y de núcleos nominales, el reproche de adjetivos y la furia de asonantes Los artículos en marcha galopan como ninfas y arañan a ésos locos que rebuznan como bestias bastante es la queja que tienen ya las letras Se gesta una guerra en contra de ésos necios

¡VENGA EL ANDO CO

¡hurra! al acaso y al qO ¡ESCUCHADME que a ustedes os presento ¡ESCUCHADME que a ustedesO ¡hurra! al acaso y al quizás enfurecido

¡VENGA EL ANDO CON SU ENFADO!

¡hurra! al acaso y al


III

CON SU ENFADO!

CON SU ENFADO!

ON SU ENFADO!

¡hurra! al acaso y al quizás enfurecido

quizás enfurecido quizás enfurecido OH¡VENGA LECTORES! EL ANDO CON SU ENFADO!

LECTORES! sOH os presento

l quizás enfurecido

¡ESCUCHADME OH LECTORES!

¡hurra! al acaso y al quizás enfurecido

Allá lejos del jamás muy cerca del aún el casi y el debajo se alían con el obvio el tal, y el para se han armado de a de veras les darán en la madre a ésos protestantes. IV ¡Venga el ando con su endo enfadado! ¡hurra! al acaso y al quizás enfurecido […] Poema: Pablo M. Antúnez

Poesía fragmentaria


Poesía

Cigarrillos baratos Es sábado a la noche y un hombre entra al kiosco es uno de esos hombres pobres que anda en bicicleta con el asiento envuelto en una bolsa de nailon la vendedora una treintona teñida con botas de cuero le pregunta sin ganas qué quiere “cigarrillos de esos baratos” dice el hombre y al hablar muestra una dentadura donde faltan más dientes de los que se cuentan “tengo estos a dos con cincuenta” le dice la mujer sacando un paquete amarillo de contrabando

“eeeeeeesos mismos…” dice el hombre que quizás está viendo esa marca por primera vez en su vida la vendedora le extiende el paquete de diez cigarrillos con una mano de uñas pintadas

una mano cansada de estrecharse con las manos de esos hombres que no tienen muchos hombres que le estrechen una mano

una mano de mujer divorciada con la marca de un anillo que ya no está

la vendedora espera la paga y mientras tanto mastica chicle

una mano de mujer que tiene sirvienta porque no pareciera lavar los platos

pareciera decir “dale que estoy apurada y ya cierro para irme a bailar”

una mano de mujer más acostumbrada a sacar plata de un cajero que a escurrir estropajos el hombre recibe el paquete con una mano rugosa y de uñas comidas una mano más acostumbrada al trabajo del campo que a las caricias femeninas

el hombre se dispone a pagar metiendo la mano en el bolsillo con la paciencia de un borracho y saca un billete de dos pesos ajado hasta el asco de existir y se lo entrega a la mujer que lo plancha con sus dedos


luego saca cinco moneditas de diez centavos con sus soles opacos que cuenta y recuenta hasta el asco de no tener y que en la mano de la mujer parecieran recuperar el brillo perdido entonces sin saludar ni dar las gracias la vendedora pregunta quiĂŠn sigue entonces el hombre sale a la calle y en medio de los autos anclados al silencio

se va fumando en bicicleta la brasa de su tabaco traza una lĂ­nea de luz roja como un bicho de luz de veinticinco centavos que se pierde en la noche.

Poeta: IvĂĄn Wielikosielek


Ensayo Fotogr谩fico

Una mirada:

Oaxaca

Carlos M贸nica CarreterCruz


M贸nica Cruz


Ensayo Fotogr谩fico

M贸nica Cruz


M贸nica Cruz


Ensayo FotogrĂĄfico

Jonathan MerlĂ­n


Jonathan MerlĂ­n


Ensayo FotogrĂĄfico

Jonathan MerlĂ­n


Jonathan MerlĂ­n


Colaboraciones e informaci贸n: Lahoraazul@live.com.mx


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