Rogers enseñanza y aprendizaje

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Ideas personales sobre la enseñanza y el aprendizaje1 Carl Rogers Este es el capítulo más breve del libro, pero si mi experiencia tiene valor, es también el más explosivo. Su historia (a mi juicio) es bastante divertida. Con varios meses de anticipación, me había comprometido a participar en una asamblea organizada por la Universidad de Harvard sobre el tema "La influencia sobre la conducta humana; su enfoque en el aula". Los organizadores me solicitaron que preparase una demostración de "enseñanza centrada en el alumno", es decir, enseñanza basada en los principios terapéuticos aplicados a la educación. Pensaba que sería muy artificial y poco satisfactorio pasar dos horas tratando de ayudar a un grupo algo sofisticado a decidir cuáles eran sus propios propósitos y responder a los sentimientos que surgieran en sus miembros, de modo que no sabía qué decirles. En ese momento viajé a México para pasar mis vacaciones de invierno; allí pinté, escribí, tomé fotos y me sumergí en las obras de Sören Kierkegaard. Estoy seguro de que su honestidad al llamar a las cosas por su nombre influyó sobre mí más de lo que yo mismo creía.

Rogers, Carl R. “Ideas significativas sobre la enseñanza y el aprendizaje”. El proceso de convertirse en persona; mi técnica terapéutica. Buenos Aires, Paidós, 1972. P.p. 241-245. 1


Cuando se aproximó la hora de volver debí enfrentarme con mi obligación. Recordé que en ciertas oportunidades había logrado iniciar en clase discusiones muy significativas, expresando alguna opinión muy personal, y que luego había tratado de comprender y aceptar las reacciones y sentimientos, a menudo muy dispares, que despertaba auditorio. Esta me pareció una manera adecuada de cumplir con el compromiso contraído en Harvard. Por consiguiente, comencé a escribir, con la mayor honestidad de que era capaz, acerca de mis experiencias en la enseñanza —según la definición que dan los diccionarios de esta palabra—, e hice lo mismo con mi experiencia respecto del aprendizaje. Me alejé mucho de los psicólogos, educadores y colegas cautelosos; simplemente expresé lo que sentía, con la seguridad de que si estaba equivocado, la discusión me ayudaría a corregirme.

Puedo haber sido ingenuo, pero no pensé que el material fuera explosivo. Después de todo, los miembros de la asamblea eran docentes accesibles y capaces de autocrítica y los vinculaba su interés común por el método de discusión en el aula. Cuando estuve frente a ellos expuse mis puntos de vista tal como figuran más abajo; eso no me llevó mucho tiempo, y en cuanto terminé declaré abierta la discusión. Esperaba una respuesta, pero no precisamente el tumulto que se desató, ya que se manifestaron sentimientos muy intensos: muchos sintieron que yo representaba una amenaza para su trabajo, que en realidad me había expresado mal y que yo mismo no debía creer en algunas de las cosas que dije,


pero se oyó también una que otra tímida voz de aprobación por parte de alguien que había sentido las mismas cosas que yo, pero nunca se había animado a expresarlas.

Me permito decir que ni un solo miembro del grupo recordó que se trataba de una reunión programada para tratar el tema de la enseñanza centrada en el alumno, pero espero que al pensar en ella cada uno haya advertido que vivió una experiencia de enseñanza centrada en el alumno. En aquella ocasión rehusé defenderme replicando a las preguntas y ataques provenientes de todos los ángulos; en cambio, me esforcé por aceptar y empatizar con la indignación, frustración y críticas que surgían de los participantes; señalé que sólo había expresado algunos puntos de vista muy personales y que no había solicitado ni esperado que los demás estuvieran de acuerdo. Después de la tormenta, los miembros del grupo comenzaron a expresar con mayor franqueza sus propios puntos de vista acerca de la enseñanza; con frecuencia éstos diferían radicalmente entre sí y también de los míos. Fue una sesión muy estimulante, y me pregunto si alguno de los participantes habrá podido olvidarla.

Por la mañana siguiente, cuando me disponía a abandonar la ciudad, escuché uno de los comentarios más significativos, proveniente de uno de los miembros de la asamblea. Todo lo que dijo fue: "Por usted, mucha gente no durmió anoche."

Nunca intenté publicar este pequeño fragmento. Mis ideas sobre la psicoterapia ya me habían convertido en una "figura controvertida" entre psicólogos y psiquiatras, y no tenía


interés alguno en agregar los educadores a la lista. Sin embargo, los miembros de la asamblea reprodujeron y difundieron mi exposición, de manera que varios años más tarde, dos revistas solicitaron permiso para publicarla. Después de esta larga reconstrucción histórica, tal vez el capítulo mismo sea una desilusión. Personalmente, nunca creí que fuera incendiario. Expresa algunos de mis puntos de vista más profundos sobre el problema de la educación.

Deseo presentar algunas breves observaciones; espero que si provocan alguna reacción en ustedes, ello me ayude a profundizar en mis propias ideas. Me resulta muy difícil pensar, sobre todo cuando pienso en mis propias experiencias y trato de captar su significado inherente y más genuino.

En un comienzo el pensamiento resulta muy gratificante, porque parece descubrir el sentido y la armonía de una multitud de acontecimientos discretos; pero pronto se vuelve desalentador, porque advierto que esos pensamientos, tan valiosos para mí, pueden parecer ridículos a la mayoría de las personas. Mi impresión es que cuando trato de encontrar el sentido de mi propia experiencia, ésta casi siempre me conduce en direcciones que otros consideran absurdas. Por consiguiente, en los próximos minutos trataré de resumir el significado que ha tenido para mí mi experiencia en el aula y en la terapia individual y grupal. Mis palabras no


pretenden ser conclusiones para otros, ni deseo proponerlas como guía. Son sólo los significados provisionales de mi experiencia hasta abril de 1952 y algunas de las difíciles cuestiones que plantea su carácter absurdo. Presentaré cada idea o significado en un párrafo individual, no porque requieran un orden lógico particular, sino porque cada una tiene para mí su propia importancia.

Considerando los propósitos de esta asamblea, la siguiente idea bien puede figurar en primer lugar: Mi experiencia me dice que no puedo enseñar a otra persona cómo enseñar. En última instancia, intentar algo así resulta inútil. a.

Pienso que cualquier cosa que pueda enseñarse a otra persona es relativamente intrascendente y ejerce poca o ninguna influencia sobre la conducta. Esto suena tan absurdo que no puedo evitar cuestionarlo en el mismo momento en que lo enuncio. b.

Cada vez estoy más convencido de que sólo me interesa el aprendizaje capaz de influir significativamente sobre la conducta. Tal vez esto no sea más que un punto de vista personal. c.

He llegado a sentir que el único aprendizaje que puede influir significativamente sobre la conducta es el que el individuo descubre e incorpora por sí mismo. d.

El aprendizaje basado en el propio descubrimiento, la verdad incorporada y asimilada personalmente en la experiencia, no ,puede e.


comunicarse de manera directa a otro. En cuanto el individuo, a menudo con un entusiasmo muy natural, trata de transmitir esa experiencia de modo inmediato, la transforma en enseñanza y sus resultados pierden trascendencia. Hace poco me sentí aliviado al descubrir que Sören Kierkegaard, el filósofo dinamarqués, llegó a la misma conclusión mediante su propia experiencia y la expresó con gran claridad hace un siglo, lo cual confiere mayor lógica a mi enunciado. Como consecuencia de lo anterior, advierto que he perdido el interés en ser un educador. f.

Cuando trato de enseñar, los resultados a veces me espantan, ya que además de ser incoherentes, en ocasiones la enseñanza parece tener éxito. Cuando esto sucede veo que las consecuencias son perjudiciales: el individuo desconfía de su propia experiencia y esto impide el aprendizaje significativo. Por consiguiente, he llegado a sentir que los resultados de la enseñanza son intrascendentes o bien dañinos. g.

Cuando reviso los resultados de mis experiencias pasadas en el terreno de la enseñanza, todos me parecen iguales: hubo un perjuicio o bien no ocurrió nada significativo, lo cual es francamente perturbador. h.

Por consiguiente, pienso que sólo me interesa aprender, incorporar preferiblemente cosas importantes que ejerzan una influencia trascenh.

dente sobre mi propia conducta.


Me enriquece aprender, ya sea en grupos, en relaciones con otra persona —como en la terapia— o por mi propia cuenta. h.

Pienso que una de mis mejores maneras de aprender —pero también una de las más difíciles— consiste en abandonar mis propias actitudes de i.

defensa, al menos temporariamente, y tratar de comprender lo que la experiencia de la otra persona significa para ella

Otra de mis maneras de aprender consiste en plantear mis propias incertidumbres, tratar de esclarecer mis dudas y acercarme así al significado j.

real de mi experiencia.

Todo este conjunto de experiencias y los significados que hasta ahora he descubierto en él parecen haberme lanzado a un proceso fascinante, que a veces me inspira temor. Consiste en dejarme llevar por mi experiencia, en un sentido que parece ser progresivo, hacia objetivos que apenas puedo discernir, mientras trato de comprender al menos el sentido básico de esa experiencia. Tengo una sensación de flotar en la compleja corriente de la experiencia con la posibilidad fascinante de comprender su complejidad siempre en transformación. k.

Temo haberme alejado de cualquier tipo de discusión acerca del aprendizaje o de la enseñanza. Permítaseme introducir una observación práctica: en sí mismas, estas interpretaciones de mi propia experiencia pueden parecer extrañas y desviadas, pero no particularmente sorprendentes. Al comprender sus implicaciones, tiemblo al advertir cuánto me he alejado del mundo del sentido


común, que todos consideran correcto. La mejor manera de ilustrar esto es decir que si las experiencias de otros hubieran coincidido con las mías, y si los demás hubieran descubierto en ellos los mismos significados que yo, se podrían deducir muchas consecuencias: Esta experiencia implicaría nuestro abandono de la enseñanza. Aquellos que desean aprender se acercarían unos a otros para hacerlo. b. Dejaríamos de lado los exámenes, ya que sólo evalúan el apren dizaje de tipo intrascendente. a.

c.

Por la misma razón, dejaríamos de calificar con notas.

También abandonaríamos los títulos para evaluar la eficiencia de las personas, puesto que un título señala un fin d.

o la conclusión de algo, mientras que el que aprende sólo se interesa en el proceso continuo de aprender.

Abandonaríamos el enunciado de conclusiones, ya que éstas no son capaces de proporcionar enseñanzas significativas. a.

Opino que debo finalizar en este punto, o correré el riesgo de perderme en fantasías. Lo que más deseo saber es si hay algo en mi pensamiento interior, tal como he intentado describirlo, que evoque la experiencia que otros han vivido en el aula, y en tal caso, cuáles son los significados que para esas personas existen en su experiencia.


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