Conoce La Verdadera Historia del Hombre, del Hijo de Dios, MesĂas, Maestro, Padre, Hermano y Amigo
Miguel Dammert Krebs
Copyright © 2014 por Miguel Dammert Krebs. Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.: 2014900638 ISBN: Tapa Dura 978-1-4633-7710-6 Tapa Blanda 978-1-4633-7709-0 Libro Electrónico 978-1-4633-7708-3 Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.
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ÍNDICE Jesús, La Pura Verdad ........................................................................... 7 La Palestina en los tiempos de Jesús................................................... 12 LA VIDA DE JESUS.......................................................................... 22 LA RESURECCION DE JESUS ...................................................... 107
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No estás aquí por casualidad ni tienes este libro delante por casualidad. Has vivido mucho y muchas vidas has pasado y has evolucionado, como todos los hombres, animales, plantas, mundos y todo en el Universo creado por Dios. Nada se queda estático, todo evoluciona y tú lo sabes.
Nuestras conciencias han evolucionado también y hoy es más fácil entender algunas cosas mejor que antes. Cuando llegó a mis manos esta historia y mensaje de Jesús, que voy a resumirles y comentarles en las páginas que siguen, me quedé sorprendido y maravillado de la vigencia de su mensaje de pura verdad y amor. Este hombre que vino a la Tierra hace más de 2000 años tuvo la capacidad, inteligencia, valor, humildad, paciencia y visión como para dejarnos un mensaje que pudiera ser vigente en todos los tiempos. Muchas cosas que él dijo en su época no se podían entender, como seguramente muchas de las cosas que te traemos en este libro no se puedan entender hasta ahora. Lo importante es lo que sí podemos entender y aplicar ahora, lo demás lo podemos dejar para más adelante. Jesús sabía eso, que lo que él dijera en esa época no era sólo para esa época, sino que sería para todas las épocas. Cuando empecé a escribir este libro tuve muchas dudas sobre cómo debería transmitir la historia y mensaje. Pocos me creerían la verdad de mi fuente de información, muchos cuestionarían este relato, otros me condenarían por lo que me atrevo a decir y algunos seguramente lo recibirían con el corazón. Para todos ellos está escrito el libro. Mi objetivo único es transmitirte la Pura Verdad de Jesús, tú harás con ella, si te atreves a recibirla, lo que tú decidas. Porque este es un mundo de libre albedrío, esta regla la puso Dios y nadie en el universo es capaz de quitárnosla. 7
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Te cuento como me llegó esta historia maravillosa del hombre más grande que ha pisado la Tierra: Si has leído mi primer libro, Viviendo en la Nueva Era (y si no lo has leído, sería bueno que lo hicieras) entenderás mi visión metafísica de la vida y conocerás mi admiración desde siempre por Jesús, el más grande metafísico de la historia. En metafísica se dice que primero debe llegar el alumno para que el maestro aparezca. Y así ha sido mi historia. Mi sed de conocer más y más a Jesús hizo que una amiga mía, doctora excepcional y muy humana, sintiera la necesidad de compartir conmigo un libro, que no está en las librerías porque no ha sido publicado nunca. Este libro se llama La Vida de Jesús, dictada por él mismo. Este libro fue canalizado en la ciudad de Aviñón, una antigua ciudad al sur de Francia en el año 1.885 por una señora de muy pobre educación. Luego, el Sr. Ernesto Volpi, capitán del ejército italiano, recibió un ejemplar del manuscrito escrito en francés que había desaparecido misteriosamente y se dedica a traducirlo a su idioma natal, el italiano. Luego un ejemplar llega a Buenos Aires a manos del Dr. Ovidio Rebaudi, un médico científico e investigador, quien lo traduce al español. En 1935 el libro llega a Brasil y ahí fue publicado en portugués por Sebastián Caramuru. Luego en 1971 el Sr. José Aniorte Alcaráz se lo lleva a España con la intención de divulgar su contenido, tarea complicada y arriesgada, por la dictadura militar y religiosa que imperaba en esos momentos. Recién en 1991 se pudo dar a conocer, mediante divulgación del libro que aquí nos referimos: Vida de Jesús, dictada por él mismo.
El libro hasta hoy se divulga en forma reservada y con acceso limitado a solo un grupo de personas, que pudieran haber llegado al punto de entenderlo y recibirlo desde el corazón. Para poder hacerme llegar el libro, esta amiga tenía que solicitarlo al grupo de personas que tiene el libro, darle mi nombre y esperar la respuesta. Bueno, como te habrás dado cuenta aceptaron (sin conocerme) obsequiarme el libro. Ni siquiera te permiten pagarlo, a pesar de su condición humilde. Desde que abrí el libro y hasta hoy, cada vez que lo abro, en la página que sea, encuentro un mensaje para mí, escrito y dirigido a mí, que calza en el
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momento que estoy viviendo, es increíble la conexión que puede haber de esas palabras del amigo, maestro y padre a la vez que es Jesús. Mencioné un par de párrafos arriba la palabra canalización. Te voy a explicar de qué se trata. En épocas pasadas se llamaba médiums a las personas capaces de recibir mensajes de seres de otras dimensiones, porque me imagino que sabes que existen seres amorosos y sabios en otras dimensiones, ¿o no? Hasta la Iglesia y la Biblia los mencionan muchas veces, con sus propios nombres a Ángeles, Arcángeles y otras jerarquías celestiales.
Bueno, estos seres que viven en otras dimensiones existen de verdad, no son cuento y son parte del ejército de Dios. Son seres de altísima vibración, muy sabios y amorosos que están siempre al servicio del Universo, por ende de la Tierra y por ende de nosotros. Estos seres están conectados todos a esta red de Dios, de la cual nosotros también somos parte. Ellos se comunican con nosotros de diferentes formas y nosotros los percibimos, o no, consciente o inconscientemente. Siempre nos están guiando o intentando hacerlo. Lo que no pueden es transgredir la ley del libre albedrío y tienen algunas limitaciones para intervenir. Regresemos a los médiums, que hoy se les llama canalizadores. Utilizamos el término canalización porque el término médium se asociaba a conexiones no siempre con seres amorosos y de alta vibración sino también con algunos seres oscuros o almas que se quedaban vagando por ahí. Además, a los médiums se les consideraba como seres extraños, brujos y hechiceros. La capacidad de canalizar, o comunicarse con seres de otras dimensiones es inherente al ser humano, todos nos podemos conectar con nuestros guías y de hecho lo hacemos y hemos hecho muchas veces en nuestra vida, consciente o inconscientemente. Cuántas veces hemos sentido que estamos inspirados, escribimos un poema que no sabemos de dónde vino, tomamos decisiones con el corazón que fueron las más indicadas en ese momento, nos suceden cosas increíbles, en fin; todas esas, o la mayoría,
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seguramente obedecen a una conexión con nuestro yo superior y guías que “habitan” en otras dimensiones. Jesús descubrió y utilizó su capacidad de conectarse con Dios y su ejército de amor para solicitar la guía e inspiración que mostro en su vida y plasmó en sus palabras. El rezaba, meditaba, se conectaba siempre con su Padre y le pedía fuerzas y sabiduría para avanzar hasta donde pudiera con su misión. También enseñó la forma de hacerlo a sus discípulos y les dijo que él no se retiraría después de su muerte, que su espíritu se quedaría para seguir guiando a la humanidad y cuál sería la forma de seguir en comunicación. Y es así que Jesús cumplió su promesa de no abandonarnos nunca y seguir haciéndonos llegar su mensaje, guía y amor incondicional. Este libro es una prueba más de ello. Entonces créelo o no, este libro recoge las palabras de Jesús, así como de Juan El Bautista, Pedro, su madre María y otros tantos personajes que participaron en esos momentos maravillosos, llenos de amor, esperanza y sufrimiento, necesarios para sembrar la Religión Universal en la tierra. El trabajo no ha terminado todavía. Dejo en ti, lector y receptor de estos mensajes, el discernimiento y entendimiento de la que yo considero la verdadera historia del gran maestro Jesús. Te invito a conocer la maravillosa vida del hombre más grande, sabio y amoroso que ha venido a la Tierra y que se quedó entre nosotros para guiar nuestros pasos y traernos la Pura Verdad. La historia que me han narrado y que estoy a punto de contarte es fascinante. Me ha maravillado y causado mucho más admiración que antes ese hombre, el Hijo de Dios y Mesías, que vino a la Tierra hace más de 2000 años y cuyas enseñanzas e inspiración legadas a la humanidad y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, se mantienen y en algunos casos, como en el mío, se potencian cada día más.
Mucho se cambió y manipuló de su vida, por diferentes motivos que no soy nadie para juzgar. Los tiempos venideros son mucho más claros y podremos comunicarnos con nuestros guías espirituales de una manera más directa y perfecta, tal como nos dice Jesús.
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Esta historia que te voy a contar y el mensaje de Jesús que es para mí un honor retransmitir, te mostrará seguramente, como lo hizo conmigo y con las muchas personas que abrieron sus corazones, una dimensión mucho más grande y cercana del sentido de su paso por la tierra. Conocerás de una manera mucho más íntima al Hombre, Maestro, Mesías, Amigo. Verás que todas las historias para crear milagros y cosas sobrenaturales no aportan y más bien nos distraen de lo verdaderamente importante que él vino a decir y hacer por nosotros. Sí, por nosotros. Por ti, por mí y por toda la humanidad sin distinción. El mensaje es para todos, para los felices e infelices, para los ricos y poderosos, para los pobres y miserables, para los sanos y los enfermos, para los despiertos y los dormidos.
Pido al maestro me inspire, guíe y corrija mis palabras y conceptos si me salgo de la verdad. Y también pido a todos los que no compartan esta historia no me manden a la hoguera. El mensaje es claro, es directo y se resume en las palabras que repitió hasta el cansancio: “Ama a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo.” Espero entonces que abras tu mente y corazón. Espero que lo escuches a él más que a mí, que dentro de mis limitaciones haré todo lo posible por acercarte a Jesús, que eso es lo que Él quiso y quiere fervientemente, desde siempre y para siempre. ¿Estamos listos? Prepárate que ahí va.
LA PALESTINA EN LOS TIEMPOS DE JESÚS Antes de empezar a contar la vida de Jesús, revisemos un poco dónde nació, quienes gobernaban, cómo estaba ordenado el lugar, qué pensaban, qué pasaba por ahí, para entender un poco más a esa Palestina de hace unos 2000 años. El territorio donde se va a desenvolver esta historia es en la actualidad Israel. Es paradójico que en estos días (2000 años después) se haya desatado una ola de violencia tal en esta zona, que a diario muere gente inocente que seguramente quiere paz para su vida y para su familia. Esperemos que esto termine pronto y para siempre. Regresando. Esas tierras que constituyen el margen izquierdo del río Jordán (mirando hacia el norte) y que tienen al oeste el Mar Mediterráneo, estaban divididas en tres zonas principales: Galilea, Samaria y Judea.
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La Galilea era el territorio más al norte y ahí pasó Jesús mucho tiempo feliz. Ahí vivió sus primeros años con su familia (Nazaret) y por ahí también fue donde empezó a sembrar su doctrina de amor. Uno de sus sitios predilectos era el Mar de Galilea, que en realidad es un lago, o
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más precisamente, un ensanchamiento del Río Jordán, ya que este río se vuelve a encauzar hacia su desembocadura final, el Mar Muerto. En hebreo se le llama Kinereten, que es una forma femenina de Kinor, violín, por la forma del lago. Otros nombres que ha recibido fueron Mar de Genesaret (del hebreo Gan Osheret, Jardín de la Riqueza) y Mar de Tiberiades (por el emperador romano Tiberio y la ciudad fundada en homenaje a su nombre, Tiberiades). Se le llama mar desde el antiguo testamento. Tiene unos 21 km de largo por unos 12 de ancho y está situado a unos 210 metros bajo el nivel del mar (si bajo el nivel del mar, no me equivoqué). Al lado de este “mar” de agua dulce había un pueblo muy lindo y apacible que recibió a Jesús muchas veces con el corazón y los brazos abiertos, llamado Cafarnaúm. Ahí reclutó a muchos de sus apóstoles, que eran pescadores y quienes tenían fama de rudos e incultos pero leales y sinceros. También en la Galilea, está el célebre pueblo de Canaán, del que ya hablaremos más adelante. A los pobladores de Galilea se les llamaba galileos, a pesar de ser judíos. La mayor parte de galileos eran o campesinos o pescadores. Por ello es que muchas parábolas de Jesús se basaron en temas que ellos pudieran comprender. Más al sur estaba Samaria, célebre por la historia del buen samaritano. Los samaritanos eran algo especiales. Ellos tenían su propio templo y negaban la importancia del templo de Jerusalén, sin duda el de mayor importancia en esa época y en esas tierras. Los samaritanos, que creían ser los verdaderos descendientes de los hijos de Israel, no eran solamente judíos sino que eran multiétnicos. Desde la invasión asiria en el año 721 a.C. habían llegado inmigrantes de esa etnia con otros israelitas con quienes se habían mezclado, por eso los judíos decían que los samaritanos eran un pueblo impuro. Y finalmente, más al sur estaba la Judea. Es la región más meridional, alta y seca de la zona. Está rodeada de montañas, y desiertos. Ahí se produce trigo, aceitunas, dátiles, higos y legumbres.
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La capital de la Judea era Jerusalén, la ciudad santa de los judíos, que está situada a 750 msnm. Entre los pueblos que fueron importantes en la vida de Jesús, además de Jerusalén, están Betania (pueblito a las faldas del Monte de los Olivos y a unos tres kilómetros de Jerusalén), Belén (donde se dice que nació Jesús), Emaús (a doce kilómetros de Jerusalén), Jericó (un oasis a 250 m bajo el nivel del mar), etcétera. Gobierno Ya estuvo bueno para la clase de geografía, ¿no? Veamos cómo y quiénes gobernaban. Como ya hemos visto, el lugar por donde nació y caminó Jesús era un pueblo de judíos, que eran dominados por el Imperio Romano desde el año 64 a.C. Los romanos tenían sometido al pueblo a través de un procurador o gobernador. En el año 40 a.C. los romanos confiaron el gobierno de esa zona a un “rey cliente” llamado Herodes, quien reinó hasta el año 4 a.C. Para los territorios pequeños el emperador romano (en esa época, Augusto) nombraba un prefecto o procurador como su representante para dirigirlo todo, que dependía del legado romano de Siria. El procurador romano controlaba el poder militar de la zona y era el encargado de recabar los impuestos que los judíos tenían que pagar al fisco imperial romano a través de recaudadores respaldados por los soldados. El famoso y tristemente célebre Poncio Pilatos, al que todos conocemos mal que bien (ahora lo vas a conocer un poco más), fue procurador romano para las provincias de Samaria y Judea entre los años 26 al 35 d.C., justo en la época del apogeo de la actividad de Jesús. Vivía y gobernaba desde una ciudad en las costas del mediterráneo llamada Cesárea, pero se trasladaba a Jerusalén para las fiestas religiosas. En Galilea gobernaba Herodes II Antipas, desde el año 4 a.C., quien heredó esa provincia de su padre Herodes el Grande, con su capital Tiberíades. Era un pisado del Imperio Romano hasta que fue destronado y desterrado por el emperador Tiberio en el año 39 después de Cristo.
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Ya, solo falta ver cómo estaba organizada la religión, no te quejes, ya entramos a la historia que quieres escuchar. Religión El Sanedrín El Sanedrín constaba de 71 miembros: el Sumo Sacerdote y setenta de los hombres más destacados de la nación judía. Lo componían tres grupos: •
La Aristocracia Sacerdotal (principalmente Saduceos),
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La Aristocracia Laica (los Ancianos)
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La Aristocracia Intelectual (los Escribas)
El Sanedrín operaba como un poder judicial, ya que no solo se encargaba de asuntos religiosos, sino que también tenía jurisdicción sobre el ámbito civil. Tenía plena competencia sobre la doctrina religiosa judía, establecía el calendario de fiestas y regulaba la vida religiosa del país. Como gobierno político que era tenía facultad para elaborar y aprobar leyes, verificar su cumplimiento y juzgar los delitos. Estos poderes lógicamente estaban limitados por las autoridades romanas. Por ejemplo, para el caso de la pena de muerte, ellos no podían aplicar sentencia sin la autorización del gobernador o procurador romano. El Sumo Sacerdote El Sumo Sacerdote sería como un Papa para los católicos. El Sumo Sacerdote era el jefe de todos los judíos de Palestina y del extranjero, responsable principal del templo, administrador, y presidente de Sanedrín. El más más, después del procurador Romano. Hasta el año 37 a.C. el cargo de Sumo Sacerdote era hereditario y vitalicio, igual como en una monarquía. Pero desde que Herodes asumió en esa época, fue el procurador romano el encargado de nombrar y
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deponer a los Sumos Sacerdotes. Es más, los romanos les guardaban sus ropas y ornamentos y “se los prestaban” para que los usen en las ocasiones religiosas. Un Sumo Sacerdote, a pesar de haber sido depuesto de su cargo, ocupaba una posición de prestigio e influencia en el Sanedrín. Esto se explica en la intervención de Hannan, Sumo Sacerdote antes de Caifás, en el juicio a Jesús. Los Saduceos Saduceos, viene del nombre Sadoc, quien fue el Sumo Sacerdote del tiempo de Salomón, que vivió en el siglo II a.C. Este grupo era conformado por las familias sacerdotales dirigentes, las familias de los principales comerciantes y los hacendados más ricos del campo. El Sanedrín era formado por los jefes Saduceos junto con los Ancianos que ya te explico quiénes eran (no eran los de la 3ª. edad). Los Saduceos eran la clase dominante, eran los más ricos, poderosos e influyentes en todos los campos, ya sea el campo político o el de la administración de justicia. Los saduceos tenían además el monopolio de la recaudación de impuestos para los romanos. La única religión que admitían era la del Torá o “Ley de Moisés” la cual está conformada por los cinco primeros libros de la Biblia o Pentateuco: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio. Para los Saduceos los Sacerdotes eran los únicos intérpretes de la ley, nadie más se podía atribuir su interpretación, menos un profeta. Entre otros conceptos, en el Torá la vida termina con la muerte terrenal, con lo que aseguran por lo tanto, que no existe otra salvación más que en la tierra. Estos muchachos defendían al nacionalismo judío pero a su vez defendían el estado y el templo y procuraban, por conveniencia, llevarse lo mejor posible con los romanos. Fuera de su discurso religioso conservador, les gustaba mucho el lujo y las fiestas (se llevaban muy bien con los romanos), el divorcio era normal y se casaban entre miembros de la misma familia para mantener el poder
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entre ellos. Les gustaba acumular riquezas y disfrutarlas todas en la vida terrenal. Caifás era un Saduceo y fue el Sumo Sacerdote en la época en la que vamos a contar esta historia (desde el 18 al 37 después de Cristo). Los Sacerdotes El Sacerdocio no era por devoción ni por vocación, sino hereditario. Según la ley sólo podían ser Sacerdotes los descendientes de Aarón, el hermano de Moisés. A los 20 años los nuevos Sacerdotes eran presentados al templo para demostrar su legitimidad de nacimiento, además de probar que no tenían defecto físico alguno. De pasar esas pruebas les hacían el baño de purificación y recibían la vestimenta con los hábitos sagrados, acompañados de algunos sacrificios, todo en una semana.
Formaban un círculo cerrado y muy unido y se hicieron cargo de todos los asuntos materiales y espirituales de los judíos desde el destierro de Babilonia, allá por el año 538 a.C. En el tiempo de Jesús mantenían el poder político y social, los Sacerdotes estaban habilitados para ofrecer sacrificios y ejecutar ritos para el servicio del templo, más no ejercían la enseñanza de la ley, que le pertenecía a los Escribas. Terminemos rapidito con los Ancianos, los Fariseos y los Escribas. Los Ancianos No eran los viejitos decrépitos. Los Ancianos eran también llamados los “Senadores del Pueblo” y se mencionan muchas veces en el Nuevo Testamento, casi siempre unidos bajo una única expresión: “los Sumos Sacerdotes y los Ancianos”. Los Ancianos eran la aristocracia laica o “notables del pueblo”, cuyo grupo formaba parte del Sanedrín y eran los jefes de las familias más ricas e influyentes de Jerusalén. Eran los propietarios de las más grandes haciendas y los comerciantes más ricos. A estos Ancianos se les relaciona con los dirigentes y sacerdotes jefes de la principal fuente productora de riqueza que era el Templo de Jerusalén.
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Los Ancianos además eran los jefes del sistema de recaudación de impuestos, lo que los ligaba íntimamente al poder romano. Estaban muy interesados en defender el orden establecido, pues este era la base de la conservación y muchas veces mejora de su posición, dinero e intereses. Si los romanos sospecharan que de algún modo se oponían a su poder, perdían inmediatamente sus privilegios, corrían el peligro de ser desterrados y hasta podían sufrir la confiscación de todos sus bienes.
Eran observadores en cuestión de religión y muy pegados a la letra de la Escritura pero no podían ser sacerdotes, ni siquiera comprando el sacerdocio. Pero no todos los Ancianos eran iguales en su forma de pensar y actuar. Hubo un personaje fantástico y trascendental en esta historia, que era un Anciano y que sin su auspicio Jesús posiblemente no hubiera logrado todo lo que se propuso. Este señor ya te lo presento luego pero te adelanto su nombre, quizá ya lo has escuchado nombrar antes: el gran Don José de Arimatea.
Los Fariseos Los Fariseos eran otro grupo religioso que se menciona muchas veces en el Nuevo Testamento, muchas veces presentados como hipócritas, pero no era así como se les conocía. Eran muy religiosos y aunque algunos eran Sacerdotes eran en principio un movimiento laico. Se preocupaban mucho por las leyes y tradiciones religiosas y también se preocupaban por que otros las cumplan. Se hacían llamar “el pueblo de la ley” y eran por lo general artesanos, pequeños comerciantes y campesinos. Venían del pueblo pero pretendían separarse de él porque lo consideraban ignorante de la ley.
Eran legalistas, añadían leyes, prohibiciones y tradiciones a la Ley (crearon 248 mandatos y 365 prohibiciones). Estas leyes, que para ellos tenían tanto o más valor que la ley escrita, no estaban escritas en ninguna parte y ellos las llamaban “tradiciones orales”.
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Los Fariseos esperaban la llegada del Mesías que libraría al pueblo del yugo de los romanos y se preparaban para ese día con la oración, el ayuno y con la observancia fiel de todas las leyes, particularmente la del sábado.
Eran ritualistas y se guiaban para esto del Levítico, sobre todo en los capítulos del 11 al 16, que explica las reglas de la “pureza”. Para ellos impuro significaba contagioso, y el contacto con lo impuro les impedía las relaciones con Dios. Y por último los Escribas. Los Escribas Los Escribas o Rabís pertenecían a la aristocracia intelectual judía. Eran los “especialistas de la ley”, los que estudian, conocen, explican e interpretan la Ley. Son al mismo tiempo teólogos, profesores, jueces. Enseñan lo que hay que hacer para cumplir con la ley y ejercen también la justicia, según la ley. Un Escriba podía ser Fariseo o Saduceo, pero con el tiempo dominaron los Escribas Fariseos. Los Escribas se formaban en las escuelas, siendo la más importante la de Jerusalén, donde estudiaban muchos años. En su formación conseguían un sólido conocimiento de todo el Antiguo Testamento, dominaban todos los recovecos de la ley, estaban autorizados para decidir sobre las cuestiones de la ley y ritos religiosos, eran nombrados jueces en procesos criminales y civiles y tenían el derecho a ser llamados Rabí. Al cumplir los 40 años eran Escribas con plenas atribuciones como “Doctor Graduado”.
Los Escribas participaban en el poder como parte del Sanedrín, pero a diferencia de los Ancianos (que llegaban con dinero) o los Sacerdotes (que llegaban por la casta o sangre), estos llegaban por sus conocimientos y méritos personales. Eran entonces los que ocupaban los puestos más importantes en enseñanza, administración y justicia. En las sinagogas eran los jefes y tenían un gran poder porque creaban y transmitían la ley del Torá, que además, estaba escrita en la “Lengua
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Sagrada” (el hebreo), un idioma que solo ellos conocían. El arameo era la lengua del pueblo en esa época. Bueno, todo este preámbulo e introducción a la historia de Jesús que vamos a vivir en las próximas páginas, nos pinta creo que bastante bien el contexto, estructura y poder que este hombre, el Mesías, decidió enfrentar con pocas posibilidades de salir vivo. Sin embargo, sabía y deseaba desde el fondo de su corazón que su paso por la tierra fuera decisivo y lo suficientemente trascendente para que lo que podía hacer en ese corto tiempo y con sus escasos recursos produjera un cambio en la conciencia de los hombres y en su humanidad, sin importar cuántos años tomara para que sus palabras tocaran los corazones de las personas y produjeran el cambio para la “salvación de la humanidad”
Sus palabras todavía se escuchan y lo que pretendo con este libro, que a tus manos ha llegado, es que se entiendan en su dimensión, en su Pura Verdad. Estamos a tiempo todavía querido Jesús, y no bajaremos la guardia nunca, estamos contigo como tú has estado y estarás siempre con nosotros. El día que tu palabra llegue donde tuvo que llegar siempre, se habrá logrado el propósito de Dios. Gracias. Bueno ya llegamos a su historia, disfrútala. Te presento al más grande hombre venido a la Tierra, ¡El Gran Jesús!
LA VIDA DE JESUS
Su familia y nacimiento. A mí también me encanta la historia del nacimiento de Jesús. Se contaba en casa y en el colegio cada vez que estaba por llegar la navidad y no le quiero quitar el encanto de la estrella, los reyes magos, el pesebre, el dramatismo que le pone Herodes, etcétera. Esa historia es linda y creo que se debe mantener, porque así como Papa Noel y otros personajes y cuentos, crea un ambiente lindísimo para los niños y familias, sobre todo en la época de navidad, lo que nos hace felices, sensibles y promueve una serie de sentimientos que nos tocan muy dentro. En resumen, que yo te cuente esta parte de la historia, no tiene por qué desechar la que ya conocemos.
El nacimiento de Jesús fue fruto del matrimonio de José (el carpintero) con María. Lamento arrancar tan cruda su historia pero Jesús fue fruto del amor de José con María, literal y humanamente verdad. Jesús tuvo papá y mamá y vino por los conductos regulares. Ellos lo han sabido siempre, por lo que nunca hubo duda de la paternidad del buen José. Qué malos, cómo crees que lo pudieron hacer dudar de la Madre María. ¿Que su hijo había sido concebido por la gracia del espíritu santo? Imagínate si alguien nos viene a decir una cosa así, que venga tu mujer y te diga, “ese hijo no es tuyo, ¡es hijo del espíritu santo!” Jesús tuvo hermanos. Tuvo 6 hermanos y él era el mayor. También tuvo 5 medios hermanos, porque José era viudo cuando se casó con María. Esos medio hermanos pasaron a la posteridad como sus primos. Ellos eran: Los hermanos por orden de edad eran: 22
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Etraín
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José
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Elizabeta
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Andrés
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Ana
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Jaime
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Sus medio hermanos (hijos de José) eran •
Matías
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Cleofé
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Eleazar
Nos faltan 2 medio hermanos de Jesús de los que no se sabe mucho. Posiblemente murieron de niños. Esta familia numerosa vivía en Nazaret, sin embargo, Jesús nace en un pueblo llamado Betlén, durante un viaje de placer y negocios de la pareja de esposos. María era hija de Joaquín y de Ana, del país de Jericó. Ella tenía un solo hermano menor, llamado Jaime. El tío Jaime fue muy cercano a Jesús y lo acompañó hasta el final de sus días, como ya veremos más adelante. Hasta ahí de nombres y parientes cercanos por el momento, para no enredarnos mucho con este tema, después lo vamos a ver un poco más de cerca y conoceremos algunos de los roles que cumplieron sus familiares en su vida. Lo que quiero que entiendas con esta primera parte, en la que describo en corto a su familia cercana, es que Jesús llegó a una familia normal, de seres espectaculares pero normales al fin. Había un papá carpintero, viudo con cinco hijos, responsable, trabajador, honrado y severo, que se casa con la amorosa y dulce María que asume a este hombre
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con todo su paquete y encima tienen seis hijos más. Uno de estos hijos decía que era el Hijo de Dios y que iba a salvar al mundo. Jesús de Nazaret nació y vivió en el espacio del Oriente Medio llamado aun hoy Palestina (país de los filisteos). Como dijimos en la primera parte, desde el año 64 a. C. esta región formaba parte del imperio romano. Históricamente ha recibido diferentes nombres: Judea, Canaán, Israel, Tierra Santa, etcétera. (Aunque cada uno de ellos alude a territorios difusos y no estrictamente coincidentes). Su infancia no fue tan pobre como nos la quieren hacer ver. José era un carpintero bastante reconocido y parece que sabía muy bien su oficio. Toda la familia apoyaba en los trabajos y quehaceres del hogar, menos Jesús ¡que andaba en otra! Esta historia que te cuento de su origen no hace más que agrandar su grandeza. Que fácil hubiera sido para Jesús y su familia ser anunciados y preparados para la empresa que este hombre humilde de Nazaret sentía que debía emprender para “salvar a la humanidad”, dispuesto a sufrir incluso la muerte más horrible y humillante para lograrlo. Ojo, tampoco sabía que lo lograría, pues no fue el primero y muchos habían muerto y morirían también en el intento, sin necesariamente trascender en la historia como él pretendía. Hasta ese momento ni él, ni su madre, hermanos, parientes y amigos tenían idea de lo que iba a acontecer y fue muy difícil para ellos aceptar, más adelante, que tendría sentido lo que hacía y que inevitablemente lo llevaría hasta el calvario. Muy duro. Pero no nos adelantemos tanto, veamos cómo Jesús fue sintiendo su camino y cómo se fue preparando, con todas las dudas, temores y errores que tuvo que pasar. ¿A, qué? ¿Pensabas también que Jesús la tuvo clarita desde el principio y que sabía exactamente lo que tenía que hacer? ¿No crees que dudó, se equivocó, fue tentado a abandonar su misión, tuvo que sacar fuerza de sus flaquezas? Ese gran hombre, porque vivió como hombre, como tú y como yo, ¡las pasó todas!
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Nota: Voy a usar muchas veces la palabra “hombre”, entiéndase cuando se deba como “humano” para que no se sienta que discrimino a las mujeres, ¡a las que tanto amo y admiro! Jesús empieza a descubrir su Misión En esas épocas, era costumbre para los habitantes de Nazaret y de otras poblaciones de la Judea viajar a Jerusalén, a la gran ciudad, algunos días antes de la Pascua, en marzo. El viaje era de unos 150 km. hacia el sur. A un promedio de 3 km. por hora deben haber sido unas 50 horas de camino. Con las paradas ¿de 5 a 6 días? La Pascua judía es más antigua que la Pascua Cristiana. La Pascua judía celebra el Éxodo de Egipto. Los judíos celebran que Dios intervino contra del Faraón y el pueblo egipcio que tenían a los judíos como esclavos. Como explica la Biblia, Dios creó las diez plagas, y el Faraón dejó libre a los judíos. La Pascua judía comienza al 14 de nisán y termina al 21 de nisán. (nisán es un mes del calendario judío que cae normalmente los últimos días de marzo o principios de abril). La fiesta judía comienza por la noche, con una cena ritual como primera parte de la celebración. Esta cena se llama un seder y tiene comidas específicas como matza (pan azimo), jaroset (una mezcla de nueces, manzana y vino o una mezcla de nueces y jarabe de dátiles), maror (rábano picante), huevos, lechuga, y cordero. También se hacen rezos específicos durante la cena. Durante los ocho días de pascua judía no se puede comer pan normal ni tampoco cualquier producto de trigo, cebada, lentejas, centeno, avena, y otros tipos de granos. El único alimento fabricado con harina que se puede comer es matza. Con respecto al trabajo, el primer, segundo, séptimo, y octavo días son festivos completos, es decir que casi las mismas regulaciones sobre trabajo que operan durante Shabbat operan aquí también. Entre el tercer día y el sexto día, son festivos a medias y se puede trabajar, pero menos que un día no festivo.
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Cuando Jesús tuvo 12 años le tocó participar en este viaje anual con su madre, sus hermanos y con otra mujer llamada María. Su papá les daría el alcance unos días después. Esa vez se quedaron en Jerusalén en casa de unos amigos de José. Ahí fueron visitados, por varias personas, entre ellas por un personaje que tendría una gran influencia en la vida de Jesús. Este señor era Don José de Arimatea, un judío (de los Ancianos que hemos mencionado) muy acaudalado (cuando digo muy acaudalado, digo MUY acaudalado) y educado, que se relacionaba de igual manera con los ricos y pobres de esa época. Don José de Arimatea le enseñaba a la familia de Jesús las costumbres de Jerusalén, “del pueblo elegido” y también les contaba de los sufrimientos del pueblo judío. Cuando tenía oportunidad de conversar con el niño Jesús sobre sus capacidades y deberes familiares, quedaba sorprendido de su inteligencia y siendo él un hombre sabio, se dio cuenta de que la inteligencia de este chico debía desarrollarse y sugiere a María que apoye y promueva el desarrollo de estas facultades. Aquí las sabias palabras que Don José de Arimatea le dice al niño Jesús en ese entonces: —Sé más sobrio en tus prácticas de devoción, hijo mío, y aumenta tus conocimientos para poderte convertir en un buen defensor de nuestra religión. Practica la virtud sin ostentación, como también sin debilidad, sin fanatismo y sin cobardía. Arroja lejos de ti la ignorancia; embellece tu Espíritu tal como el Dios de Israel lo manda, para entender sus obras y para poder valorar su misericordia. Hablaré con tu padre, hijo mío, y deseo que todos los años te mande aquí durante breve tiempo para estudiar el comercio de los hombres y las leyes de Dios. Te sorprenderá que en este libro sobre la vida de Jesús cite de forma textual conversaciones y cosas que se dijeron en esa época. Mi fuente sobre los acontecimientos es así de exacta. No te pido que lo creas o no. No lo juzgues, escucha esta historia con tu corazón, no con tu cerebro y encontrarás cosas y mensajes maravillosos que Jesús y su vida dejaron para
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ti, para este momento de tu vida. Escuchaste (leíste) bien: PARA TI Y PARA ESTE MOMENTO DE TU VIDA. Continuemos, disculpa la interrupción. Si tenemos que decir que sí hubo milagros en el camino de Jesús, este es uno. Hombres de la talla de José de Arimatea hacen posible que las misiones y planes divinos se manifiesten y completen. El universo conspira. Los planes divinos se cumplen. La Iniciación del muchacho Jesús con los Sacerdotes Esto sucedió en el viaje a Jerusalén que estamos narrando, cuando Jesús tenía 12 años. Hay muchas versiones de lo que ahí ocurrió, presta atención a esta. Jesús fue al templo de Jerusalén un viernes, víspera de pascua, acompañado de una mujer llamada Lía, viuda de un negociante de Jerusalén. Ahí se puso a escuchar con mucho interés lo que comentaban los doctos sobre las leyes recién promulgadas y de los arrestos que se habían dado por tales leyes. Sin que Lía se diera cuenta, Jesús se acercó todo lo que pudo y se subió en un banco intentando pasar desapercibido. Mientras los doctores de la ley discutían, se percataron de la presencia del muchacho y uno de ellos dijo: —Presten atención a este muchacho, él nos escucha tal vez para ponernos de acuerdo. Dios da a veces a los niños el don de sabiduría en discusiones que sobrepasan la inteligencia de su edad.
Mientras Jesús se ponía en punta de pies para ver mejor al que había dicho esas palabras, éste se le acercó aún más y le preguntó: —La madre que te ha criado, te ha enseñado que Dios nos ama a todos, ¿no es cierto? y tú relacionas esta comprensión del amor de Dios hacia sus hijos, con la comprensión del amor de los hijos entre ellos; pues bien, ¿qué dirías de hijos ricos, libres, llenos de salud, cuyos hermanos se encontraran en la pobreza, en el abandono, debilitados por una enfermedad y esclavos en una prisión?
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Que pregunta para un niño. Tenía 12 años, era un provinciano que recién llegaba a la gran ciudad, ¿que esperaba ese señor? La respuesta de Jesús no se hizo esperar y sin ninguna duda y con mucha autoridad dijo:
—A estos hombres en la abundancia yo les gritaría: ¡Vayan, hermanos!, vayan a socorrer a sus hermanos, Dios se los manda y ¡su coraje será bendecido! El personaje que había hecho la pregunta sonrió y tomando de las manos a Jesús dijo: —Dios ha hablado por boca tuya, hijo mío. Emocionado Jesús por este evento, regresa donde Lía quien había estado viendo lo que había pasado. Ella le dijo en tono sarcástico: —Hazme el favor niño de enseñarme a mí también lo que Dios quiere decir con estas palabras: “Los niños tendrán que escuchar sin emitir juicio y crecer antes de pretender elevarse a la condición peligrosa de fabricantes de moral y de dar consejos”. A lo que Jesús contestó: —Tu Dios Lía, es un déspota. El mío honra la libertad de pensar y de hablar. La debilidad de los esclavos constituye la fuerza de los patrones y la infancia prepara la juventud. ¿Qué te parece? Sabias palabras del muchachito, impresionante, ¿no? Regresaron a casa con Lía, quien se había quedado asombrada y llena de satisfacción del evento y de las respuestas sabias del niño. Cuando llegaron a casa Jesús se encuentra con José de Arimatea y se pusieron a conversar temas tan fuera de lo común que María al escuchar le pregunta a Lía que le habían hecho tomar (o fumar) en el camino…
—Tu hijo, querida María, está destinado a grandes cosas— contestó Lía—. Lo digo delante de él: Eres una madre aventurada y tus entrañas están benditas.
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La predicción de Lía emocionó y levantó el ego de Jesús. No podía esperar al día siguiente para regresar al templo. A la mañana siguiente regresó Jesús al Templo de Jerusalén esta vez con sus padres y con una curiosidad esta vez mayor, observando con mucha más atención todo lo que pasaba a su alrededor, mientras buscaba al señor que lo había interrogado el día anterior. Cuando María le pregunta qué era lo que lo distraía tanto, el niño Jesús le contesta insolente y soberbio: —Madre mía, sigue con tus plegarias y no te ocupes de lo que yo hago. Nada hay de común entre tú y yo. Fuerte, ¿no? Jesús desde ese momento no paraba de escuchar con ansiedad las enseñanzas en el templo y empezó a sentir que estaba descubriendo el camino a seguir. Su mente comenzó a despertar desde ese instante al proyecto insensato pero generoso que debía emprender. Luego le dice a su madre: —Nuestro Padre Celestial echa en mi Espíritu el germen de mis ideas seguras y fuertes. Manda en mi corazón; tiene en sus manos el hilo de mi voluntad; dirige hacia mí la sabiduría de sus designios; se apodera de todos los momentos de mi vida; quiere destinarme a grandes trabajos… En una palabra, madre mía, retírate, acude a tus tareas; deja tu hijo al Padre que está en los Cielos. A lo que María le contesta: — ¡A ti te han calentado la cabeza, pobre muchacho! ¡Yo te digo que Dios no precisa de ti!… ¡Vamos, vamos! María tuvo que recurrir a José para poder sacar a Jesús de ahí. Al día siguiente volvieron a Nazaret, dejando Jerusalén. Tratemos de entender este momento. Jesús, un niño de 12 años sin casi educación, hijo de un carpintero, natural de un pueblo llamado Nazaret, entabla una conversación de un elevado nivel de sabiduría con
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las autoridades más reconocidas y respetadas de Jerusalén, recibiendo elogios y admiración por sus intervenciones. Elogios y reconocimiento que hacen que él mismo descubra una tremenda capacidad de expresar sin limitaciones una verdad universal, una verdad de Dios que nadie pudo discutir ni replicar. Quizá el más sorprendido fue el mismo Jesús. Este pasaje de su vida lo marcó e hizo que se decidiera a llevar a cabo una misión trascendente, en lugar de la vida normal, segura y sin mayores contratiempos que su madre, familia y amigos hubieran querido para él.
Entendamos también lo duro que fue para María empezar a darse cuenta que su hijo mayor y adorado, se presentaba como un rebelde decidiendo desde muy pequeño que su camino sería muy diferente al que ella, como madre, hubiera querido para él. Más adelante veremos lo difícil que fue para la madre y el hijo ir juntos por este camino, que terminó en una cruel, humillante y dolorosa muerte, en la que su madre lo acompañó hasta el final, lo que seguramente hizo que su sufrimiento fuera mayor aún. Jesús empieza sus estudios en Jerusalén y se inicia en la Cábala Cuando regresaron a su casa en Nazaret, Jesús ya no era el mismo. Su actitud hacia su familia era distinta. Quería llevar a sus hermanos y hermanas a la “fe absoluta” que lo había tocado. Les hablaba de las llamas divinas y otras cosas que ellos no llegaban a entender y lo veían como loco. Sus hermanos no le hacían mucho caso pero a José sí le mortificaba mucho esta actitud.
Así pasó un año hasta que hartos por la desidia de Jesús y su falta de colaboración con los trabajos de la casa, deciden mandarlo de nuevo a Jerusalén unos meses para estudiar. Esta noticia le cayó muy bien a Jesús. Para María fue un momento de mucha tristeza y sentimientos encontrados. Por una parte el ver la alegría e ilusión de Jesús y por otra parte el dolor de madre al tener que separarse, por primera vez, de su hijo.
Entonces Jesús se fue a Jerusalén a casa de un carpintero que debía enseñarle el oficio de su padre. José de Arimatea asumió la responsabilidad del muchacho, quien solo podía salir con su permiso.
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Ahí empezó a interesarse por la filosofía y se apasionó entre otras cosas con asuntos como la inmortalidad del alma. En historia no era muy bueno y le costaba mucho trabajo el estudio de los cursos de ciencias pero le fascinaban temas como la astronomía, a pesar de lo poco que conocían de este tema los romanos y judíos de la época. Jesús al principio era obediente a la Ley de Moisés (Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio) y la cumplía al pie de la letra, pero mientras aprendía y entendía más, fue cuestionando y dejando atrás su convencimiento en esas enseñanzas. En su hambre de conocimientos y de todo lo desconocido, le pide a José de Arimatea que le explique los misterios de la Cábala, que Jesús sabía que su tutor conocía bastante bien. A continuación una transcripción que me parece muy didáctica sobre que es la Cábala o Kabbalah que nos ilustra por dónde va el interés de Jesús en sus primeras etapas y qué filosofía fue la base de su dogma. Según los cabalísticos: La Cábala es un método simple y preciso que investiga y define la posición del ser humano en el universo. La sabiduría de la Cábala nos dice porque existe el hombre, porqué nace, porqué vive, cuál es el propósito de su vida, de dónde viene y hacia dónde va cuando completa su vida en este mundo.
Es el único método para alcanzar el mundo espiritual. Nos enseña acerca de él, y al estudiarlo vamos desarrollando un sentido adicional. Con la ayuda de este sentido podemos establecer contacto con los mundos superiores. La Cábala no es un estudio abstracto o teórico, sino por el contrario, muy práctico. El hombre aprende acerca de sí mismo, quién es y cómo es. Aprende lo que debe hacer ahora para cambiar, etapa por etapa, paso a paso. Enfoca su investigación hacia su propio interior.
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Toda la experimentación se realiza sobre sí mismo, en sí mismo. Es por eso que la Cábala se denomina “La Sabiduría Oculta”. A través de ella, la persona experimenta cambios internos, que solo esta siente o sabe que están sucediendo. Es una actividad propia, específica y peculiar, ocurre en el interior del ser humano. La palabra “Cábala” se deriva del verbo en hebreo “lekabbel”, es decir, recibir. La Cábala describe los motivos de las acciones como “el deseo de recibir”. Este deseo se refiere a la recepción de diversas clases de placeres. Para ello, cada uno está dispuesto, en general, a invertir un gran esfuerzo. La cuestión es: ¿Cómo alcanzar el máximo placer pagando el mínimo precio? Cada quien intenta responder a esta pregunta a su manera.
Este deseo de recibir se desarrolla y crece de acuerdo a un orden determinado. Al principio, busca el placer de los sentidos, luego va tras el dinero y el honor. Un deseo aún más poderoso lo vuelve sediento de poder. Quizá después desarrolle la búsqueda de la espiritualidad, la cual representa la cúspide de la pirámide. Quien reconoce cuán grande es esta meta, comienza a buscar los medios para alcanzarla. Al pasar por las etapas del deseo, la persona se familiariza con sus habilidades y limitaciones. La Cábala se ocupa de lo que no podemos apresar ni controlar. No sabemos cómo son creados los sentimientos. Nos maravillamos ante las experiencias de lo dulce, lo amargo, lo agradable, lo áspero, etcétera. No logramos construir instrumentos científicos para examinar nuestros sentimientos, ni siquiera en el campo de la psicología, de la psiquiatría y demás ciencias humanas. Los factores de la conducta permanecen ocultos a nuestro entendimiento. La Cábala es como la matemática de los sentimientos; toma todos nuestros sentimientos y deseos, los divide y da una fórmula matemática exacta para cada fenómeno, a cada nivel, para cada tipo de comprensión y de sentimiento.
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Es un trabajo de sentimientos combinados con intelecto. Para los principiantes, utiliza geometría, matrices y diagramas. Los que avanzan encontrarán una ciencia exacta que examina los sentimientos. Al estudiar, sentirán cada sentimiento, y a la vez lo comprenderán. Sabrán qué nombre darle, según su poder, dirección y carácter. La sabiduría de la Cábala es un método antiguo y probado, mediante el cual el ser humano puede recibir una conciencia superior, alcanzando la espiritualidad. Este es su objetivo real en el mundo. Si alguien siente un deseo y un anhelo de espiritualidad, podrá darle cauce mediante la sabiduría de la Cábala, otorgada por el Creador. La palabra “Cábala” describe la meta del cabalista: alcanzar todo aquello de lo que el ser humano sea capaz, como ser pensante, la más elevada de todas las criaturas.
Jesús sabía que muchas personas de buena posición social hacían como que no les interesaban estos temas por no enfrentarse a lo que la mayoría pensaba y a los dogmas que mantenían los sacerdotes de esas épocas.
A José no le cayó muy bien esta petición porque consideraba a la Cábala como un arma de doble filo, que podía elevar o suprimir a las personas que la estudiaran, pero tanto insistió Jesús que José aceptó iniciarlo en esta “ciencia de los espíritus”. Regresemos al párrafo de más arriba (de palabras de un cabalístico) para entender el temor de José de iniciar a Jesús en la Cábala: Este deseo de recibir se desarrolla y crece de acuerdo a un orden determinado. Al principio, busca el placer de los sentidos, luego va tras el dinero y el honor. Un deseo aún más poderoso lo vuelve sediento de poder. Quizá después desarrolle la búsqueda de la espiritualidad, la cual representa la cúspide de la pirámide. Quien reconoce cuán grande es esta meta, comienza a buscar los medios para alcanzarla.
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Jesús prometió ser respetuoso, prudente y cauto en el estudio de esa ciencia, de la que su alma y su espíritu se habían enamorado, con el fanatismo de sus grandes aspiraciones. Don José de Arimatea, llevó a Jesús un par de días después a una reunión donde había unos treinta hombres, casi todos mayores y quienes no se sorprendieron para nada de su llegada. Jesús tuvo la sensación de que los estaban esperando. Las sesiones cabalistas se iniciaban con un discurso en el que se enumeraban a manera de introducción, las razones por las cuales no debían ser admitidos en la asamblea principiantes que no fueran presentados por los miembros más antiguos. Por lo tanto un miembro recién aceptado no tenía el derecho de presentar un novicio. Se necesitaban muchos años de afiliación para poder patrocinar a un nuevo miembro, mas nadie se podía oponer a éste patrocinio. No eran aceptados jóvenes menores de veinticinco años ni mujeres, reglas que muchas veces tenían excepciones. Jesús fue una de esas excepciones.
Jesús fue muy bien recibido en este grupo de personas notables, que vivían muy preocupados por las injusticias que se cometían con la población debido a su ignorancia. En estas reuniones se trataban tanto temas espirituales como cotidianos, siempre conectados con “El Ser Supremo”. ¡SER SUPREMO! Jesús y todos los participantes se estremecían cuando se conectaban a este concepto. La mayoría del tiempo entre sus 15 años y la muerte de su padre, a los 22, lo pasó Jesús en Jerusalén. Luego de la muerte de su padre, Jesús le pide a José de Arimatea asilo y protección. José de Arimatea no solo acepta el pedido de Jesús sino que también intercede ante María para que entienda el pedido de Jesús y lo perdone por querer abandonar a su madre viuda, su hogar, sus estudios y la vida que su madre tenía planeada para él. María no sólo lo perdona sino que le da su permiso y bendición para que continúe con sus inclinaciones y vida independiente, alejado de ella y de su familia.
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Jesús se queda entonces en Jerusalén los siguientes 6 años, de los 22 a los 28 años, preparándose y acercándose a los pobres y revelándose en contra de los ricos y sus injusticias, hacia su gran misión. Jesús inicia su apostolado A los 29 años Jesús sale de Jerusalén con el propósito de hacerse conocido en los pueblos vecinos, además de que era necesario tomar un poco de distancia y desviar la atención de los Sacerdotes de esa ciudad, que ya habían empezado a fijarse mucho en él y ya se incomodaban con sus ideas revolucionarias. Primero intenta ir a Nazaret, pero su tentativa no le da buenos resultados. Nadie es profeta en su tierra. Es así que se va hacia Damasco, una ciudad a unos 200 km. al norte de Jerusalén. La ciudad de Damasco es hoy la capital de la República Árabe Siria, además de ser la ciudad continuamente habitada más antigua del mundo. En Damasco le fue bastante bien. No tuvo mayor problema con las autoridades ni con los que normalmente se infiltraban en las masas para crear discordia. Fue acogido como un profeta y lo escuchaban. A pesar de éste éxito, decide partir a mediados del verano hacia la ciudad de Tiro. Esta era una ciudad famosa por los goces mundanos, lujo y por ser el centro de los placeres más desenfrenados. Todo un vacilón esa ciudad.
Jesús estudiaba mucho la religión de los pueblos y observaba las costumbres de sus habitantes para elaborar sus enseñanzas. Lo que vio que era una constante donde iba, era que la religión pagana, profesada por el estado, no tenía en realidad muchos verdaderos practicantes. Los comerciantes no tenían ningún escrúpulo religioso. Las mujeres vivían en un loco y desenfrenado apego a lo material, esclavas del lujo y la degradación moral. Los Sacerdotes enseñaban sobre la pluralidad de los dioses. Algunos sabios hablaban sobre una Divinidad Superior que tenía a otras inferiores debajo de ella. Algunos discípulos de Pitágoras humillaban la naturaleza humana, condenándola a entrar en la envoltura de un animal cualquiera. Algunos consideraban a la tierra como único mundo mientras otros creían que el Universo estaba poblado de muchos mundos. Había otros que hablaban inclusive sobre inmortalidad del alma. Había
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los que hacían predicciones y lanzaban oráculos. Había también hombres que adoraban al Sol como rey de la naturaleza y benefactor creador de todo lo que existe. Había de todo. El primer trabajo de Jesús debía ser entonces centrar a todos en sus varias creencias y enseñar la adoración de un solo Dios. Más adelante podría hablar sobre la vida futura y eterna. Como dije antes, Jesús estudiaba a su público y le dirigía el mensaje que tuviera mejor llegada en el momento. No olvidemos que su mensaje tenía que ser dirigido por igual y en simultáneo a los Sacerdotes y sabios, a los humildes, ignorantes y también pecadores. Vamos a ver más adelante cómo Jesús va cambiando su discurso de acuerdo a las nuevas circunstancias, pues él sabía y entendía, como gran maestro que era, que uno tiene que dirigir sus mensajes de acuerdo a lo que la audiencia necesita y puede comprender en ese momento.
Debemos entender eso, que es parte de la misión de este libro que estás leyendo en este momento, que está escrito para ti con un mensaje que puedes entender hoy, diferente al que podían entender las personas en ese contexto 2000 años atrás. Sin embargo la verdad es una y el mensaje no cambia ni cambiará nunca: “Ama a Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo” En todas partes Jesús hablaba con mucha severidad cuando se dirigía a los ricos y poderosos, quienes lógicamente lo insultaban y despreciaban.
Jesús tenía la capacidad y virtud, entre otras, de hacerse de grandes amigos. Lejos de su patria y pobre, Jesús era buscado por los hombres de buena voluntad. Las mujeres, los niños y los ancianos se disputaban el honor de servirlo y conversar con él. A Jerusalén Jesús regresó a Jerusalén, donde ya contaba con muchos y devotos seguidores, gracias a su trabajo como al de Don José de Arimatea con sus contactos e influencias.
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En este nuevo encuentro, Don José de Arimatea percibe en Jesús la resolución mayor de iniciar la gran batalla. Intentó persuadirlo de renunciar a su propósito o cómo él decía, la mezquina lucha “de la arcilla contra el cobre”, o de “un niño contra una legión de gigantes”. Como resultado de sus estudios y de la sabiduría e iluminación que fue alcanzando, enfrentó a muchos de los dogmas con la nueva ley que tenía lista para sembrar en los corazones de las personas: La Ley de Moisés decía: “Que los reyes son designados por Dios para gobernar a los hombres.” “Los hijos pertenecen a los padres, y la esposa es la esclava del esposo.
“Los sacrificios de sangre son agradables a Dios.”
La Ley de Jesús decía: “La igualdad de los hombres está ordenada por Dios y el mando supremo pertenece solo a la virtud.” “El Espíritu pertenece a Dios, y el hijo debe abandonar al padre y a la madre antes que infringir los mandamientos de Dios. La esposa es igual al esposo y no existen esclavos en la familia de Dios.” “Arrojen del templo lo que mancha y ofrezcan a Dios el corazón de sus hijos. Caminen en medio de las flores del prado, jamás entre la masacre y las llamas. Ofrezcan a Dios el homenaje de sus penas, de sus dolores, para serle agradables; mas no maten lo que Él ha creado y no profanen con sacrificios horribles el altar del Dios de paz y de amor.”
Revolucionario, ¿no? No iba a gustar a los gobernantes que alguien viniera a decirle esas cosas a la gente. Jerusalén no era el lugar más propicio para presentar su doctrina, pero sin embargo Jesús sentía que era el sitio donde debía medir fuerzas, foguearse como orador, y comprobar su elocuencia y capacidad de acción.
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Entonces tuvo algunas apariciones importantes en esta ciudad, polarizando más aún los sentimientos de sus aliados y de sus enemigos y creando una atmósfera más bien cargada que no aportaba mucho al desarrollo de su doctrina en esos momentos. Decide una retirada estratégica hacia otros pueblos a difundir su palabra. A Cafarnaúm. Ahí aparecen sus apóstoles Cafarnaúm era una ciudad situada a orillas del Mar de Galilea, en Israel. Ubicado a unos 200 km. al norte de Jerusalén, era un pueblo de pescadores y le pareció a Jesús el sitio ideal para desarrollar su doctrina. Hizo de esta ciudad su centro de operaciones en los siguientes años.
Llegó a este pueblo recomendado por sus amigos de Jerusalén. Fue muy bien recibido por sus pobladores que eran muy alegres y sencillos. No existía tanta riqueza entre los ricos de esa ciudad como para que percibieran en Jesús una amenaza a sus posiciones. Es también en ese pueblo donde recluta a sus primeros discípulos. El tiempo que pasó en Cafarnaúm fue muy feliz para Jesús, así como para los pobladores y pescadores de ese apacible lugar. Ahí se dieron cientos de conversaciones, reuniones y tertulias muy agradables y reconfortantes. Jesús se divertía y jugaba mucho con los niños. Es más, allí fue donde dijo “Dejad que los niños vengan a mí”. En las noches le encantaba subirse a algún bote de un pescador para descansar y contemplar desde ahí la ciudad, el mar y el cielo. Se alojaba en casa de Barjonne, padre de Cephas (más tarde llamado Pedro) y de Simón (llamado Andrés). Los tres eran pescadores. Cephas era un hombre inteligente, robusto y alto, de cabeza grande, ojos azules y con una abundante cabellera dorada. Un día, cuando Jesús pretende acercarse a Cephas, éste lo desafía: — Puesto que la oración es eficaz cuando sale de tus labios, Señor, ordena a los vientos que me sean favorables durante la noche. Llenad mis redes, y yo creeré en el poder de tu palabra.
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Jesús a esto le contesta: — La oración honra a quien la eleva; pronuncia tú mismo, amigo mío, la fórmula de tus deseos y Dios te oirá si esos deseos son la expresión de la sabiduría y de las necesidades de tu vida. El pobre Cephas no estaba acostumbrado a rezar y nunca antes había considerado la plegaria, hasta la llegada de Jesús. Es por eso que Jesús le dictó la oración que debía elevar y se fue a dormir. A la mañana siguiente se fue a averiguar sobre los resultados y encontró a los pescadores como loquitos, en su séptima salida que habían hecho en la noche. Cephas al ver a Jesús se puso de rodillas diciendo: — ¡Señor! ¡Señor! Tú eres seguramente aquel que Dios ha enviado para hacerme paciente en las adversidades y alegre en la abundancia. Jesús lo levantó y le dijo: — Solamente Dios es grande, solamente Dios merece tus muestras de reconocimiento y de amor. Tan sólo Dios, fuerte y poderoso, distribuye la abundancia y las bendiciones entre los que le dirigen sus oraciones.
Después de la llamada “pesca maravillosa” considerablemente el prestigio de Jesús en Cafarnaúm.
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La historia que nos contaron de este episodio no aporta mucha utilidad a nuestra vida si es que nos enseñan que Jesús, o alguien más, tiene que hacer el milagro y pedir por nosotros. No es así. Jesús es claro en sus palabras que voy a repetir para no quede duda de que no nos estaba engañando cuando decía “pidan y se les dará, toquen la puerta que se les abrirá”: —La oración honra a quien la eleva; pronuncia tú mismo, amigo mío, la fórmula de tus deseos y Dios te oirá si esos deseos son la expresión de la sabiduría y de las necesidades de tu vida. En Cafarnaúm Jesús se hizo de sus primeros cuatro Apóstoles: las dos parejas de hermanos pescadores:
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1. Cephas (Pedro) 2. Andrés (hermano de Pedro) 3. Jaime o Santiago (hermano mayor de Juan) 4. Juan (hermano menor de Jaime) Jaime y Juan eran hijos de Zebedeo y de una mujer muy especial llamada Salomé, a la que Jesús quería y admiraba mucho. Salomé fue una mujer heroica y es conocida más en la historia por la fama de sus hijos, pero en verdad ella era una persona espectacular: una mujer cariñosa, madre admirable, inteligente, de una devoción muy elevada y con más grandeza de alma que la de sus dos hijos juntos. Salomé además fue una de las mujeres, junto con su madre María y María Magdalena, que acompaño a Jesús hasta el día de su muerte. Jaime (el hermano mayor) y Juan eran muy parecidos, tenían los mismos sentimientos, los mismos gustos, las mismas habilidades, las mismas costumbres, siendo Juan más apasionado, de un entusiasmo extravagante y muy pegado a Jesús. Fue Juan el que normalmente se encargaba de narrar, divulgar y muchas veces exagerar las acciones de Jesús, con el solo propósito de aumentar su fama y prestigio. Juan, sin lugar a duda, era uno de los discípulos preferidos de Jesús. A estas dos parejas de hermanos se sumaron otros cuatro: 5. Mateo (el aduanero) 6. Tomás (el incrédulo) 7. Lebeo (el comerciante) 8. Judas (tristemente célebre por su traición) Hasta ahí eran ocho.
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Mientras Jesús iba formando su pequeña brigada, los instruía para que todos se traten como hermanos y que el último debía tener todas los privilegios como el primer llegado. Jesús y sus apóstoles crearon una relación fraterna de amor y cordialidad. Pasaban momentos muy agradables, se hacían bromas y escuchaban apasionados cada palabra y discurso de su maestro, que cada una de ellas llevaba la sabiduría que solo podía venir de un Mesías. Era definitivamente un lujo compartir con ese personaje en ese lugar y en esos tiempos, ¡qué suerte! En una de esas conversaciones Jesús empezó a hablar sobre que no debían preocuparse de la grandeza futura de la empresa que estaban emprendiendo, diciéndoles que debían descansar en él y después de él, en Cephas como la “piedra fundamental de su edificio”. Cephas se emocionó tanto por esas palabras que se levantó radiante y dijo: “Maestro, bendice la piedra fundamental y jamás se vendrá abajo el edificio”. Desde ese momento se le cambió de nombre por el de Pedro. Así fue designado en adelante, como Pedro el Apóstol de Jesús, fundador de esa religión que era como Jesús mismo la describiría: “pobre como sus miembros pero con riquezas resplandecientes por sus aspiraciones, dulces y caritativas, fuertes y majestuosas, tiernas y pacientes para con todos, devotas de todos los deberes, poderosas a pesar de todos los asaltos sufridos, eternas por los ejemplos de virtud, que debían levantarse hasta Dios y conquistar el mundo.” Jesús va con sus discípulos a bautizarse Antes de este episodio debemos mencionar que hubo un primer encuentro de Jesús con Juan, al que llamaban El Solitario y que después la historia lo llamó Juan El Bautista. Juan era hijo de Ana, que era hija de Zacarías y de Facega. Era un hombre muy piadoso, solitario, y muy amado y respetado por todos. Predicaba el bautismo de la penitencia. Su gran capacidad de expresión,
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la facilidad para mostrar comparaciones y la fuerza que daba a sus argumentos, lo ubicaba como uno de los más prestigiosos oradores de la época. Sin embargo, el rechazo que le causaban las miserables conductas de los hombres de ese entonces, lo llevaban muchas veces a excederse en sus adjetivos y terribles maldiciones. Jesús lo admiraba mucho, entre otras cosas porque era una persona no interesada en los honores y reconocimiento de las masas sino más bien de los honores divinos que él decía que buscaba. Juan pasaba parte del año en los sitios más inhóspitos donde los pocos discípulos que lo acompañaban se encargaban de atender sus necesidades. Comían frutas, raíces, leche y vestían ropas de lana para defenderse de las lluvias y el sol. En el desierto Juan era apacible y conectado a Dios, a su conciencia y espíritu, pero cuando llegaba a la ciudad se convertía en una fiera, lleno de fuerza y desprecio por las injusticias de aquellos que sustentaban el poder, por los entregados a los placeres y debilidades mundanas, a los cuales simplemente no podía comprender. — Otro vendrá después que yo, decía, que lanzará el anatema y la reprobación sobre sus cabezas, oh judíos endurecidos en el pecado, oh paganos feroces e impuros, niños atacados de lepra antes de nacer… y ustedes, grandes de la Tierra; ¡tiemblen! La Justicia de Dios está próxima.
También decía: — De su lavaje corporal deduzcan su lavaje espiritual y sumerjan sus almas en el agua de la fuente sagrada. El cuerpo es infinitamente menos precioso que el espíritu y sin embargo, ustedes no escatiman en nada para cuidarlo y embellecerlo, mientras abandonan el espíritu en la inmundicia de las manchas del mal, de la perdición y de la muerte. — Hagan mayor caso a la pureza de sus corazones, a la blancura de su alma y cierren sus oídos a los vanos honores del mundo. Resuciten su espíritu mediante la purificación, al mismo tiempo que conserven su cuerpo sano y robusto con los cuidados higiénicos. Jesús y los ocho discípulos fueron a visitar a Juan El Bautista, en la época que este bajaba del desierto para presidir las purificaciones en el Jordán.
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Veamos algunas semejanzas y diferencias entre estos dos hombres que hicieron que se encontraran, admiraran, conspiraran y compartieran el gran proyecto de salvar a la humanidad a costa de sus vidas. Juan era un año mayor que Jesús. Era bajo, trigueño, sus ojos estaban cubiertos de unas cejas muy frondosas que le daban una expresión dura a su cara. Tenía una voz fuerte y era muy expresivo en sus gestos, lo que llamaba mucho la atención de sus oyentes en sus discursos. Jesús era más bien alto, de cara pálida, ojos negros, pelo castaño y con una barba casi roja, que casi siempre llevaba larga. Su cabeza era ancha y llena de energía. La nariz recta, poco pelo, unos labios siempre sonrientes y un caminar que demostraba su nobleza. La pobreza de su ropa, su humildad y modestia no podían ocultar la belleza de su espíritu y grandeza. Su elocuencia producía atracción y admiración en todos los hombres y mujeres (especialmente mujeres) con los que se encontraba. Juan, al igual que Jesús fue un iluminado y un Mesías. Era un gran orador pero a diferencia de Jesús en un principio, tenía un discurso más bien radical y severo. Era tan frontal y desafiante que hizo que las autoridades se incomodaran con la rebelión que proponía, lo que los llevó a que terminaran con su vida un año después de este encuentro con Jesús.
Las conversaciones con Juan lo inspiraron mucho y el reconocimiento que este le hizo a Jesús al encontrarse con él y anunciarlo como “Otro vendrá después que yo…”, le dio un gran prestigio y fue un aval para continuar su misión. El día de su segundo encuentro Juan lo reconoció inmediatamente y lo invitó a caminar a su lado. La gente al ver estos gestos de Juan para con Jesús se quedó admirada y empezó a verlo con el mismo respeto y admiración que al Solitario. A continuación en palabras de Juan, la conversación que tuvieron en privado en esa ocasión: —Mi habitación fue honrada con la dulce figura del Mesías, un año antes de mi suplicio. La misericordia divina quiso presentarme el modelo
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de la abnegación para dar a la mía más ternura en la claridad y mayor mansedumbre en la expresión. Yo me sentí penetrado de la misericordia divina cuando vi al hijo del carpintero de Nazaret (puesto que así él se anunció), quien tomó lugar entre mis discípulos. —La luz de la gracia iluminaba su frente, y sus labios sonrieron cuando me manifestó su deseo de hablarme a solas. “La justicia de Dios”, me dijo, “se verá honrada en sus decretos cuando los hombres sean capaces de darse razón de ella”. Jesús le dijo entonces a Juan: — La fe será el apoyo de los hombres cuando ella se libre de sus actuales tinieblas y se manifieste llena de promesas. El poder de Dios impondrá la adoración cuando ella sea explicada claramente. — Para conseguir que se aprecie la justicia de Dios, es necesario establecerla sobre su amor, y el amor justificará el castigo. Rechacemos la tétrica envoltura de los dogmas y hagamos resplandecer el amor perfecto del Creador. La justicia es el amor y el amor es la perfección divina. La eternidad del amor hace imposible la eternidad de los sufrimientos. Sin justicia, ¿dónde estaría el amor? Y sin amor, ¿dónde estaría el Padre? — Prediquemos pues el amor Juan, y honremos la justicia atribuyéndole la resurrección del espíritu hasta su completa purificación. Apurémonos en probar la transmisión del espíritu, indicando los males que afligen al cuerpo, y separemos el espíritu del cuerpo, demostrando con descripciones pomposas, los honores de dicho espíritu. En esta conversación Jesús habla ya de la “resurrección del espíritu (no del cuerpo) hasta su completa purificación”, dejando en claro de que el espíritu debe reencarnar en el camino a su completa purificación.
— La desmoralización de los hombres depende de su natural inferioridad. A las llagas del cuerpo debemos procurarles el bálsamo refrigerante y aún más, debemos procurar esconderlas de las miradas ajenas cuanto más asquerosas ellas sean.
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— Para las llagas del alma procuremos iguales cuidados que para las llagas del cuerpo y purifiquemos el aire apestado, con palabras de misericordia y esperanzas animosas. — Descubramos las llagas a solas con el enfermo y sondeemos la herida para sanarla; pero que ignore la multitud las vergüenzas ajenas, y solo encuentre en tus palabras, Juan, la expansión de tu virtud y de tu fe.
— Que el favor de Dios se demuestre en ti con imágenes delicadas y floridas y que la elevación de tus pensamientos no se encuentre empañada con la acritud de tus demostraciones. — He ahí los consejos de Jesús de Nazaret. Jesús luego le pide a Juan su apoyo para que sea honrado y seguido en nombre de Dios. Juan lo escuchaba con mucha atención y mientras le apretaba la mano le dijo: —Tú eres el que debía venir, si no, ¿dónde esperar otro? Tus palabras se graban en mí y la gracia se encuentra en tu mirada. Jesús levantó su mirada al cielo y con sus ojos húmedos, cariñosos y emocionados le dijo: — La paz que viene de Dios se establece en nosotros. La luz pura nos demuestra la vida eterna como precio de nuestros trabajos. La justicia Divina nos preservará del temor de los hombres y el alto poder nos elevará a alegrías perfectas. — Libremos a la Tierra de sus obstáculos, libertemos a las almas de sus terrores y hagamos de lado los despojos mortales glorificando a Dios.
Ese año, que fue el último de Juan, llegó una gran cantidad de gente de toda la Judea para asistir a la ceremonia de purificación, la cual comenzaba con una serie de sermones, rituales y ayunos. La gente llegaba de todas partes con un fervor, respeto y una emoción muy especial. Levantaban carpas por todos lados para dormir por
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la noche y protegerse durante el día. Durante la purificación de los hombres, las mujeres se quedaban en las carpas. Más tarde, después de unos días llegaba el turno de ellas. Luego regresaban todos juntos de vuelta a casa. Más que un bautizo en el sentido actual de iniciación a una religión, el bautismo que promovía Juan simbolizaba una limpieza de las personas, que se arrepentían de sus pecados, purificando su cuerpo como símbolo de la limpieza de su espíritu. Se hacían promesas y renovaban su fe en sus propios principios y propósitos. Cada uno tenía la potestad de mirar a su interior y realizar este rito interno, en silencio, en comunión con sí mismo. No era necesario contarle nada a Juan y esperar que este perdonara los pecados debido a algún permiso o autoridad divina para hacerlo. Lo que hacía Juan era simplemente motivarte a que seas una mejor persona. A Jesús lo inspiraba el mismo propósito. El sentía que era importante recibir el bautizo de Juan en ese momento de su vida, en el que debía limpiar sus errores, renovar sus fuerzas, promesas e intenciones, pensando en el porvenir que le era necesario merecer. Jesús también consideró importante inclinar su cabeza en señal de respeto y reconocimiento a la imagen que Juan representaba y por lo que significaba también para los hombres y mujeres que ahí acudían. María se encuentra con Jesús en Cafarnaúm Cuando regresan a Cafarnaúm del Jordán, Jesús y sus apóstoles se encuentran con la visita de María, la madre del maestro. Ya se imaginan para qué, ¿no? Así es, están en lo cierto. María fue a intentar persuadir nuevamente a Jesús para que no continuara con su alocada misión. Utilizó todos los recursos de madre, ternura y razón a su disposición. María lloraba y sufría mucho por los peligros que enfrentaba su hijo e iba a hacer todo lo que estuviera a su alcance para hacerlo recapacitar y evitar el final que era cada vez más obvio y lógico intuir. Jesús tenía en este punto dos opciones, o claudicar de su misión por el amor y ternura que le tenía a su madre, porque él la amaba y respetaba
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de verdad, o marcar distancia cruelmente y hacerla sentir que no lograría nunca alejarlo de su propósito. Eran muy difíciles estos momentos para Jesús. Estaba determinado a pasar por todo lo que tenía que pasar, pero no quería hacer sufrir así a su madre, ni a nadie. Optó por la segunda opción diciendo estas fuertes pero necesarias palabras a su madre: —Madre mía, ruega por tu hijo, ya que se aleja en este momento del deber trazado a la naturaleza humana. Mas ten presente la forma de mi rechazo: No tengo más ni madre, ni hermanos, ni hermanas, ni parientes, y la potente voz de Dios me llama hacia el martirio. —La mujer debe retirarse y la madre consolarse para dejar al hombre y al hijo la plenitud y la libertad de sus actos. Vete, pues, madre mía, y haz a Dios el sacrificio de tu hijo, como yo le hago el de mi vida. Fuerte, ¿no? Te imaginas como debió haber acabado de abatimiento este hombre. María aceptó con mucho dolor sus palabras y resolución hacia su misión, haciéndole una sola petición en ese momento, la cual Jesús aceptó. Lo que le pidió fue que aceptara a los dos Jaimes para que lo acompañaran y cuidaran en su empresa, a su hermano menor y a su tío (el único hermano de María). Jaime, el hermano menor de Jesús tenía en ese entonces 22 años, era soltero y sin mucha claridad en sus proyectos. Era un muchacho en cuerpo de hombre, alto, robusto y torpe. Tenía muchos prejuicios respecto a todos estos temas de Dios pero era de un corazón tierno y se sentía muy honrado y animado por la idea de seguir a su hermano, del que su madre siempre le había hablado con mucha ternura, admiración y respeto. Con Jaime el equipo llega a 9 apóstoles. Si, ya me dirás que 10 porque hay otro Jaime, el tío. Es cierto pero el tío Jaime, a pesar de acompañarlo en todos sus viajes y proyectos, no aceptó nunca el título de Apóstol, pues asumió la responsabilidad de administrar los escasos recursos del grupo, manejar su logística y bienes materiales. El tío Jaime prometió acompañarlo hasta la muerte, lo cual cumplió. Su hermano Jaime no pudo, el dolor fue más grande y fuerte que él.
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Luego de que su madre se regresara y él recuperara la calma después de estos eventos en Cafarnaúm, Jesús decide devolver la visita a María y aprovechar para ver a su familia en Nazaret. Les pide a Juan y Mateo que lo acompañen. El amor y la ternura de María lo desarmaban a Jesús, pero él sentía que era necesaria esa visita para calmar a su madre y reencontrarse con su familia y amigos en su ciudad natal. Cuando llegaron, todos querían atender y hacer honores a Jesús y a sus discípulos, a la vez que analizarlos y examinarlos en la nueva dimensión que estos habían tomado.
Las bodas de Canaán Una de las hermanas de Jesús vivía en Nazaret y la otra en una pequeña ciudad llamada Canaán. Valga este episodio de su vida, el que se hizo famoso a través de los tiempos para conocer que pensaba Jesús de los milagros, cómo y de dónde salían. Empecemos diciendo que Jesús nunca aceptó haber hecho un milagro, desde la definición de milagro como algo sobrenatural que infringe las leyes universales creadas por Dios y con su permiso. Los hombres no podemos hacer milagros con el solo objeto de entretener a los hombres. Las leyes universales son inmutables. Cierto es también que los hombres somos capaces de hacer cosas que la ciencia no entiende ni puede probar todavía y por ende dice que no son posibles y es entonces que se les pone el nombre de milagro. Jesús lo dijo y repitió muchas veces: “Todo lo que hago lo puede hacer cualquiera de ustedes” Más adelante vamos a revisar algunos de los “milagros” que se le atribuyeron y daremos nuestra opinión sobre su posibilidad o no de hacerlos. Una de las cualidades de Jesús, que le hizo ganar mucho prestigio fue su gran capacidad y conocimiento sobre la salud y la enfermedad, adquiridos gran parte en el período de su educación en Jerusalén y de sabiduría de la cábala. Su prestigio como sanador multiplicó la fe de las personas. Esa fe pudo bien hacer “milagros”, por que como se sabe la fe mueve montañas.
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Algunas de estas sanaciones inesperadas, de enfermos que se creían insanables, rodearon a Jesús de la admiración y casi hasta de la adoración de algunos hombres, sin embargo él siempre lo atribuyó más a la atmósfera pura y deseosa del bien por sus semejante que irradiaba y que se creaba por tal efecto a su alrededor. Bueno, regresemos a Canaán. Fueron a Canaán invitados a un matrimonio. En esa fiesta los hombres se emborracharon tanto y se pusieron tan pesados que Jesús, Juan y Mateo se arrepintieron de haber ido. En un momento Jesús se dirige a su madre y le dice riéndose: — Aun cuando se convirtieran las fuentes de agua en fuentes de vino, ellos les darían fin. El comentario dio la vuelta a la mesa y los modales groseros de los comensales hacia Jesús, su madre y sus apóstoles hicieron que se levantaran y se fueran de la fiesta. Si Jesús hubiera tenido la posibilidad de hacer un milagro en ese momento, hubiera sido convertir el vino en agua.
Cuando describimos antes a Juan dijimos cuánto le gustaba exagerar las cosas y crear historias con el solo objetivo de agrandar la imagen de Jesús y aumentar su prestigio como Mesías, lo que también redundaba en mayor fama e interés de las personas en conocerlos y escucharlos. Entonces ¿adivina quién creó la historia a través de este acontecimiento sin mayor relevancia? Juan, tal como lo hizo en muchísimas oportunidades más. Aclaremos: Juan era un hombre de buena fe en sus aspiraciones pero su deseo, sueños e imaginación iban más allá de la razón y lo hacían divagar hacia el propósito que tenían. Juan amó a Jesús mucho y de hecho fue el más tierno y entusiasta de sus discípulos.
Jesús, Juan y Mateo regresaron de nuevo a Cafarnaúm a encontrarse con todos sus discípulos, ya doce en esos momentos. Los nombres de los 3 que nos faltaban son: Deodoro (o Didimo), Felipe (o Eleazar) y Judo (primo de Pedro). Para distinguir a los dos Judos se llamó al otro y más famoso, Judas. El equipo queda así: 1. Cephas (Pedro)
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2. Andrés (hermano de Pedro) 3. Jaime o Santiago (hermano mayor de Juan) 4. Juan (hermano menor de Jaime) 5. Mateo (el aduanero) 6. Tomás (el incrédulo) 7. Lebeo (el comerciante) 8. Judas (tristemente célebre por su traición) 9. Jaime (su hermano menor) 10. Judas (primo de Pedro) 11. Deodoro (o Dídimo) 12. Felipe (Eleazar) Y ya que estamos enumerando a sus seguidores más cercanos, nombremos también a los que en esta historia llamamos “sus amigos” para diferenciarlos de sus discípulos: 1. Don José de Arimatea (su tutor, padrino, maestro y amigo incondicional) 2. Marcos (hijo de un personaje muy influyente) 3. Nicodemo 4. Simón Juan el Bautista es arrestado y propone a Jesús atribuirse el título de Hijo de Dios
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La muerte de Juan favoreció en gran parte la misión de Jesús, eso es indudable. Juan había ganado un gran prestigio entre sus seguidores, que lo consideraban el Mesías. Él sabía que alguien más grande que él vendría y que le dejaría el camino andado para que continúe con su gran propósito. Juan reconoció desde el principio a Jesús como el gran Mesías y no dudó en encargarle la continuación de lo que él había comenzado. Si Juan no hubiese muerto, seguramente Jesús hubiera continuado como discípulo de este gran hombre, al cual admiraba y veneraba.
Juan fue arrestado y encarcelado por orden de Herodes, más bien por Herodiades, la esposa de Herodes. Cuando estuvo en prisión hizo llamar varias veces a Jesús, quien iba de incógnito para no despertar sospechas ni provocar a sus carcelarios. En las conversaciones que tenían en el encierro de Juan, acordaban sobre temas y estrategias que debían seguir para que la misión pudiera seguirse y completarse. Ambos sabían que su final era la muerte, pues ni las autoridades romanas ni las judías iban a aceptar rebeliones de ningún tipo. Como hemos visto en la primera parte, el sistema estaba demasiado bien organizado para que los grupos de poder mantuvieran el control absoluto y para su conveniencia, sobre el resto. Entre las ideas que surgieron de las conversaciones con Juan, Jesús tendría que atribuirse el título de Hijo de Dios, título que le daría una autoridad mayor que le permitiría trascender más allá de los otros Mesías que lo precedieron. Juan le hizo prometer a Jesús que mantendría y no renunciaría a ese título, pase lo que pase. Lo que el Mesías Jesús no podía intentar, podía intentarlo el Hijo de Dios y la recompensa sería grande. Una vez más, Jesús estuvo dispuesto a utilizar todos los medios a su alcance para sembrar en los corazones de la gente lo que él llamaba la Religión Universal. Estoy consciente que este tema que estoy tocando en este momento sobre el concepto y título de hijo de Dios es muy controversial y muy sensible para mucha gente y creencias, pero vamos a enfrentarlo de la mejor manera. Cuando repasaba este capítulo me acordaba que en una clase de religión en el colegio, hice la pregunta frontal: “¿Y qué, yo no soy hijo de Dios también?” Quiero entender ahora que la decisión del
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cura de mandarme a callar obedecía a que no supo que contestarme y que posiblemente yo tenía razón. Dejemos al propio Jesús que conteste mi pregunta: — Algunos me llaman hijo de Dios; mas ¿No son todos hijos de Dios? ¿Creen que el Padre tiene hijos preferidos? Jesús de Nazaret no es más querido de Él que el ser más miserable que se arrastra sobre la tierra. Dios ama todas las cosas que ha creado, desde el más pequeño insecto hasta las obras más grandiosas, salidas de sus manos. Por eso todos son sus hijos, todos son iguales en su corazón divino. Gracias maestro por la aclaración. Decíamos que debía utilizar todos los medios a su alcance, pues no contaba ni con dinero ni tiempo. Se enfrentaba a enemigos demasiado poderosos e implacables. Jesús tenía que lograr trascender pues estaba convencido que lo que él hiciera en ese tiempo sólo tendría su recompensa después de su muerte, hasta mucho después de su muerte, como ahora, más de 2000 años después. Ya como Hijo de Dios su discurso debía cambiar de tono, pero manteniendo la simpleza. Es así que empezó a hablar en las calles y plazas con este discurso: — Mi Reino no es de este mundo. — Yo soy aquel que mi Padre enviara para darles su ley; quien quiera que me siga verá a Dios. Yo camino por el sendero de la verdad y la luz resplandece en mí. — Yo soy el Hijo de Dios, pero este honor fue merecido por mí y les digo: Todos los hombres de buena voluntad pueden llegar a ser los Hijos de Dios. — No me pregunten adónde voy y de dónde vengo. Tan sólo mi Padre conoce mi porvenir, y mi pasado permanece secreto para mí, mientras el polvo que envuelve mi Espíritu se mezcla con el polvo de los muertos.
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— Felices los hombres de buena voluntad, el Reino de mi Padre les pertenecerá. — Felices los que comprendan estas palabras. — Yo soy la fuente del consuelo y a mi lado no se deben temer los peligros; porque Dios está en mí y yo estoy en El. — Vayan —les decía a los pecadores— vayan y no pequen más. El Señor los perdona por mis labios, puesto que yo soy su Hijo predilecto y todo lo que yo perdone en la Tierra será perdonado en el Cielo. — Soy el intérprete de mi Padre y el de ustedes, porque la Patria Celestial es mi patria. — Dios conoce sus más secretos pensamientos. Rueguen pues con pureza de corazón, para que sus oraciones sean oídas. El título lleno de promesas de Hijo de Dios le daba a Jesús un poder sobre las masas y una responsabilidad especial. Sin embargo, en sus conversaciones privadas él hacía comprender que el título que lo honraba también honraría a todo aquel que siguiera sus pasos. Los Mesías son los hijos de Dios, porque demuestran a Dios, lo explican. Jesús decía a sus discípulos: — Ustedes todos son Hijos de Dios, y el último de ustedes tendrá que trabajar para llegar a ser grande y fuerte. — Se hace más fiesta en la Casa de mi Padre cuando entra en ella un espíritu recién convertido que por la perseverancia de dos justos. — La voluntad y la superación libran al Espíritu de las humillaciones de la carne. El amor de Dios inspira el amor de las criaturas, que son la obra de Dios. Jesús bajo esta condición y posición, hablaba y proponía la Religión Universal, un concepto nuevo, bastante revolucionario y desestabilizante para la estructura existente.
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La Religión Universal de la que hablaba se basaba en los siguientes fundamentos: 1. En la justicia de Dios, no en la de los hombres y sus templos. 2. Propone que la oración es la que da la paz y rechaza las supersticiones humanas. 3. Define a Dios con sus atributos de grandeza y de poder, mientras que las religiones humanas definen a dioses con las debilidades inherentes a la humanidad. 4. El alma es el lugar en donde habita la Religión Universal, es su santuario. 5. La Religión Universal se manifiesta con la elevación de los pensamientos y el deseo de perfección, mientras que las religiones humanas exigen la fe sin proporcionar el verdadero sentido de la fe, consiguiendo convertir al hombre en fanático y finalmente incrédulo. 6. La Religión Universal dice que independientemente de su origen.
todos
son
iguales,
Esto concepto nuevo y revolucionario de la Religión Universal de la que Jesús hablaba, fue modificándose, siendo el punto de quiebre el año 391 dC., año en que el emperador Teodosio proclama, a través del Edicto de Tesalónica, que la religión oficial del imperio romano era el cristianismo. El César ya no era el ser supremo sobre la tierra, era un hijo del Dios cristiano y gracias a este acto de un converso sincero (Teodosio), la jerarquía eclesiástica conoció la seducción del poder político, que poco a poco la fue corrompiendo. Los excesos que se fueron dando lamentablemente a través de los siglos, alejando a los cristianos de esta verdad fundamental son prueba de que Dios nos deja a cada uno la responsabilidad de nuestros actos y confirma sus leyes no interviniendo en el ejercicio de nuestra libertad individual, el libre albedrío. Más fácil hubiera sido que las cosas se hubieran hecho de la manera que nos vino a enseñar Jesús, ¿o no?
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Quienes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos, según Jesús
Si estabas prestando atención, unas líneas más arriba acabamos de citar las palabras de Jesús en las que dice: “No me pregunten adónde voy y de dónde vengo. Tan solo mi Padre conoce mi porvenir, y mi pasado permanece secreto para mí, mientras el polvo que envuelve mi Espíritu se mezcla con el polvo de los muertos.” Centrémonos en “mi pasado permanece secreto para mí”. Esta frase sugiere la existencia de vidas pasadas, de una o varias reencarnaciones, como sostiene la doctrina budista. Desarrollando un poco más esta reflexión, Jesús habla del Alma, el Espíritu y la Materia. Tratemos de plasmar toda la filosofía profunda, que le tomó varios años de estudio (a un iluminado) para tratar de poner de manera sencilla sus sabias palabras.
El Alma es nuestro origen, es nuestra esencia y de ahí parte nuestra evolución, sí evolución aunque no lo creas. El Alma es la facultad sensitiva. El Espíritu al que se refería somos nosotros, dependientes del alma y de la materia. El Espíritu es la facultad pensante. La Materia a la vez es la expresión del espíritu y por ende del alma. La Materia es la facultad demostrativa, en el mundo que habitamos. Entonces, a ver si nos estamos entendiendo hasta ahora: Nosotros en la tierra somos un Espíritu, que tenemos por un lado a nuestra alma, nuestra conciencia que es pura, es inteligente, está feliz y se regocija cuando actuamos bien y que cuando no actuamos bien, se desconecta y se separa, y sentimos tristeza y remordimiento. Por la otra parte está la materia, que es la manifestación física del espíritu. Es la que nos permite vivir en la Tierra y la que permite progresar al espíritu. Entonces encontramos la trinidad: Alma (origen, esencia) – Espíritu (pensamiento) – Materia (cuerpo). El Alma siempre ha sido y siempre será como es, el Espíritu evoluciona a través de nuestras vidas sucesivas
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llevando consigo nuestra personalidad e inclinaciones y el cuerpo sí, lo vamos cambiando de cuando en cuando. Podríamos desarrollar este tema mucho más, pues hay miles y miles de páginas y libros escritos al respecto, pero en este nos queremos concentrar en la vida de Jesús. Era importante, sin embargo, dejar establecidos estos puntos: Alma, Espíritu y Cuerpo = Tú. Estoy agotado, he quedado exhausto, ¡qué tal capacidad de síntesis! Esto es importante porque la doctrina de Jesús se orienta a tratar de explicarnos que no somos sólo cuerpo y que lo que debemos hacer es desarrollar nuestro espíritu, el cual debe estar alineado con nuestra alma y por ende con Dios para sentirse pleno y feliz, por ahí va la cosa. Los goces mundanos y “el pecado” nos alejan de nuestras almas y en ese alejamiento no puede haber ni paz ni felicidad. El desarrollo del espíritu, decía, debería hacerse alejándose de los placeres mundanos. Él siempre decía que debemos pensar más en nuestro espíritu y la vida más allá de la vida en la tierra. El demostró en su vida un completo desapego a las cosas de este mundo, fiel a lo que su doctrina decía. No tuvo bien alguno y no quiso siquiera entablar una relación sentimental con nadie, menos tener hijos. También fue duro para él inclusive desligarse de sus vínculos familiares. No nos pide que hagamos lo mismo pero nos enseña que para alcanzar la iluminación, acercarnos a nuestra alma y desarrollar nuestro espíritu debemos tomar distancia de las cosas materiales, o por lo menos que no sean el propósito de nuestras vidas. Jesús consolida su doctrina A continuación vamos a recopilar algunas de las enseñanzas revolucionarias de Jesús que rompían los esquemas ya establecidos, que permitían a los políticos y sacerdotes mantener el control y el poder sobre la población humilde y oprimida. Tratemos de situarnos en el contexto en el que ocurrieron, a la vez que nos maravillamos por la vigencia de sus palabras hoy, más de 2000 años después. Seguramente muchas de sus enseñanzas ya las conoces, has entendido y aprendido. Te pido que las escuches una vez más, esta vez desde el corazón, un órgano que, pronto se va a descubrir, tiene más neuronas que el cerebro.
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Jesús confrontaba la ley antigua con la nueva ley: — Conviértanse en depositarios de mi ley; ella es una ley de amor. La ley del amor no dice: diente por diente, ojo por ojo; ella dice: perdonen a sus enemigos; oren por los que los calumnian; lleven, sin hacer ruido, limosna a casa del pobre. Si les dan una cachetada en una mejilla, presenten la otra, porque los hombres ceden antes a la dulzura de la virtud que a la justicia de las represalias. Recién entiendo porque hay que “mostrar la otra mejilla”, suena razonable, ¿no? — Convivan con los enemigos de Dios y no esquiven a las mujeres de mala vida, puesto que el dar ejemplo es una obligación para los que trabajan en la viña del Señor, y la proximidad del vicio no puede manchar al justo. Las enseñanzas de Jesús se daban en todas partes y él tenía una gran capacidad para adaptarse al entorno y a su público, dando el mismo mensaje pero con diferente manera de llegar. Una vez que estaba en una casita en la montaña que domina el valle de Sichem, descansando y esperando a sus discípulos que se habían ido a hacer unas compras para reponer provisiones, empezó a elogiar la limpieza del lugar, a pesar de tanta pobreza, con el propósito de entablar una conversación con la dueña de casa. En esos lugares había mucha población samaritana, que como ya dijimos era despreciada por los judíos por considerarlos impuros. La mujer le dijo: —Señor, ya que eres profeta, enséñame a mí también porqué la ley de Dios está encerrada en el Templo de Jerusalén, mientras nosotros tenemos que adorarlo aquí. Jesús le contestó: — Mujer, Dios no tiene más que un Templo y ese Templo está en todas partes. Créeme; sobre esta montaña, como en el Templo de Jerusalén,
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Dios ve los corazones y favorece a los justos. Sobre esta montaña, como en el Templo de Jerusalén, no hay una brizna de hierba que pase inadvertida a los ojos de Dios. La ley de Dios no se encuentra encerrada en un Templo, sino que resplandece en todos los corazones. La doctrina de Jesús se basa en la fraternidad humana, todos somos iguales y con las mismas opciones y derechos. Su doctrina se basa en el amor y en la vida eterna. — Dejen que se aproximen a mí los más pequeños y los más débiles — decía Jesús. — Yo he venido a dar alegría a los tristes y para decirles a los felices: Sean los siervos de los pobres, el Dios del amor y de la justicia los recompensará. — Ustedes todos son hermanos y el siervo vale tanto como el maestro en la casa de mi Padre. — El que se humilla será elevado. Humíllense para servir a Dios; tan solo los humildes serán glorificados. — Llamen y se les responderá, golpeen y se les abrirá. — Den asilo a la viuda y al huérfano. — Libren al pecador de su vergüenza, mostrándole los brazos siempre abiertos para recibirlo. — Descubran el vicio, desenmascaren las imposturas, mas hagan que penetren en todos los culpables las palabras de misericordia, la promesa del perdón. — La limosna hecha con ostentación no es agradable al Señor, nuestro Padre, y el óbolo de la viuda tiene mayor mérito ante sus ojos, que los millones del rico. — La limosna no es provechosa para el que la hace, sino cuando se la rodea del mayor misterio. Guarden por lo tanto el secreto respecto de
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las miserias que hayan aliviado, y que tu mano izquierda ignore lo que la derecha haya distribuido. — Digan: creo, y obren. La acción es a la fe, como el calor al amor; una señal de vida. Mediten mis palabras y no les den un sentido diferente del que tienen. — El fervor no consiste en la abundancia de las palabras y en la petulancia de la acción, sino en la modestia de la caridad. Dios honra al Espíritu sin darle brillo entre los hombres. Él da al alma un dulce ascendiente sobre las almas; pero no la empuja hacia la opresión, hacia la dominación, hacia la prepotencia del mando. Hace florecer la sabiduría, no arrastra al Espíritu hacia la turbación del orgullo y del poder, hacia las pasiones tumultuosas de la grandeza humana, en la temeridad de la ambición de los honores humanos. — Prediquen en mi nombre y afirmen mi presencia, porque mi Espíritu seguirá aún en medio de ustedes. Ahí de nuevo la promesa de que su espíritu se mantendría en medio de la humanidad siempre, no continuaría su camino. — Permanezcan fieles a mi voz y consuélense diciendo: El Señor está con nosotros. — Tómenme como ejemplo; soy pobre, permanezcan pobres; soy perseguido, sufran persecución y que el Dios de paz dicte sus palabras. — Desprecien los ultrajes, ejerzan el amor y rueguen con un corazón puro. — El hierro y el fuego, el abismo y el Espíritu de las tinieblas, no prevalecerán en contra de ustedes. — Yo soy aquel que Dios ha enviado para que diga la verdad a los hombres. — Soy el lazo de amor.
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— Soy la puerta de la patria feliz y las puertas del infierno no prevalecerán contra mí. — Soy aquel que fue, que es y que será. — Permanezcan fuertes en el amor. Soy su Señor y su Padre y estaré con ustedes durante todos los siglos mediante el poder de Dios y por efecto de mi voluntad. Ahí lo dijo de nuevo… — No desenvainen jamás la espada; quien quiera que haga uso de la espada morirá bajo los golpes de la espada. — Mejor sería que no hubieran jamás nacido antes que olvidar mis enseñanzas, porque la justicia de Dios pesa con mayor rigor en contra de los padres que de los hijos; en contra de los ministros infieles, que en contra de la masa de los pecadores. — Vayan por toda la Tierra y anuncien la palabra de Dios, proclamándose sus Profetas. Perdonen los pecados. Todo lo que ustedes perdonen aquí, perdonado será en el cielo, y la gracia los acompañará mientras sigan mi ley. La doctrina de Jesús demostraba la igualdad entre los hombres. La diferencia que se establece después, es el resultado del adelantamiento más o menos rápido de cada uno de acuerdo a la capacidad de amar a la familia universal, cuyos miembros son todos hermanos y a quienes debemos ayudar mediante la caridad y devoción. Con la palabra caridad Jesús no entendía tan sólo la limosna y la falta del odio sino la compasión íntima del alma ante todo sufrimiento. Con la palabra devoción no quería referirse únicamente al entusiasmo pasajero en busca de Dios, empujado tal vez por un sufrimiento momentáneo, sino el sentimiento de la oración asociado a todos los sufrimientos, con disposición a participar de todas las miserias, todas las vergüenzas y todos los conflictos del alma.
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La palabra amor no se refiere a ese sentimiento muy bonito que tenemos hacia nuestros amigos y conocidos, sino más bien a la acción del bien por medio de la palabra y de las obras, del olvido de uno mismo en beneficio de los demás, a la protección de nuestros semejantes con firmeza y el cumplimiento de nuestros deberes como seres humanos. La doctrina del amor, basada en la igualdad y en la fraternidad; he ahí la causa del prestigio de Jesús en medio de la humanidad. Vino a traer la ley de Dios a un mundo demasiado nuevo para poderla comprender, pero puso los cimientos de su obra, que sería inmortal, en continuo desarrollo.
El vino para enseñar la ley del sacrificio, si bien los que sucedieron a sus Apóstoles, que estaban en la obligación de marchar en medio de la humildad y de la pobreza para honrar la ley y obedecer ese mandamiento, no respetaron su palabra. Sin embargo, él también sabía que vendrían otros discípulos más comprometidos que cumplirían y transmitirían sus enseñanzas, repitiendo sus palabras, las que tendrían al fin verdaderos seguidores. Jesús es el Mesías y el fundador de la Iglesia Universal y hoy sus palabras mantienen el mismo sentido pues son la Pura Verdad. Esos meses intensos de peregrinación y meditación fortalecieron su discurso, y la aceptación de cada vez más personas de sus reflexiones simples y directas, lo fortalecían y mostraban como un líder seguro y a la vez amoroso en sus discursos: — La presencia del Hombre resplandecerá en medio de las tinieblas y las tinieblas serán despejadas. La luz ilumina a todo hombre de buena voluntad. — Los hombres no me han conocido porque no poseían la verdadera luz, pero me reconocerán al adquirir mayor luz, iluminados por las claridades del Hombre enviado por el Señor. — Felices los que crean, porque marcharán en mi ley; felices los que sigan mis preceptos porque verán a Dios. — Ámense los unos a los otros y mi Padre los amará.
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¿Qué parte de su mensaje no habrán entendido sus seguidores que dieron lugar a tantos horrores y conquistas en medio de ríos de sangre en nombre del “Dios de los Ejércitos”? Pudieron más los delirios de poder y posesión de fortunas. Jesús dijo: — Permanezcan humildes; no se dejen dominar por la ambición de los bienes terrenales, ni por el deseo de poderes mundanos. Los que se apegan a la Tierra no me pueden seguir. Mi Reino no es de este mundo.
— Apóyense en mí y yo los llevaré hacia la vida, y les daré la vida, porque la vida soy yo. — Yo soy el buen pastor; cuando una oveja se pierde, yo la busco y la vuelvo a la majada. Mis ovejas son los hijos de los hombres; hagan como yo hago y reine la alegría en la casa del patrón cuando una oveja extraviada vuelve al redil. — Dejen venir hacia mí a los niños y también a los pobres, a los pecadores y a las mujeres de mala vida, puesto que si la niñez precisa de luz y de apoyo, los pobres son mis preferidos, los pecadores solicitan ayuda para poder entrar a nueva vida, y las mujeres de mala conducta se apegan a un vaso de arcilla, cuando tienen a su alcance un vaso de oro. El vaso de arcilla es el amor falso de los hombres, y el vaso de oro es el amor de Dios que no muere. — Permanezcan fieles a mi doctrina y propáguenla por toda la Tierra para que los hombres no se encuentren más divididos y no exista ya más que una Religión y un Templo. — Hagan lo que les digo, arranquen la mala hierba, echen al fuego la planta seca, separen el buen grano de entre los malos y caminen en medio de las ruinas edificando de nuevo. — Pero cumplan la ley con dulzura y amor. Hay que compadecerse de la pobre avecilla y recuerden también, que como ella, todo lo que vive depende de Dios.
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— Vayan y repitan mis palabras. El Cielo y la Tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán, porque la voz del Hombre debe repercutir en todo tiempo. — Hagamos resplandecer nuestra identidad, hermanos míos, con el paciente encadenamiento de los pensamientos y la franca exposición de mis obras. — Humillémonos juntos. Acéptenme como mediador, puesto que me ofrezco y vengo a libertarlos de los hombres de mala vida. — Rompan la cadena que los liga al egoísmo, al orgullo, al vicio, a la tibieza, al desaliento, puesto que vengo a libertarlos del pecado y de la muerte. — Yo soy siempre Aquel que los llevo hacia la vida y les digo: Vengan a mí los que lloran, pues yo los consolaré. Vengan a mí, pobres y pecadores, humildes y abandonados, y yo les daré la paz y el calor.
Sus discípulos se convencían cada vez más de la grandeza de su misión. Ellos imitaban sus modales, sus gestos, la manera de hablar, lo que les hacía recibir honores en todas partes. No perdían las oportunidades para designarlo como su Señor y Maestro, queriendo con esto demostrar el lugar que le daban entre ellos. Jesús aceptó con humildad el honor del cargo de Maestro, para dirigirlos, pero utilizaba todos los argumentos para hacerles entender el gran significado de la palabra hermano, que siempre utilizaba. — Yo soy su Padre espiritual, pero este carácter me obliga, más que a ustedes, al empleo de la mayor paciencia y dulzura. — Soy su Señor, es decir, su director, su defensor; mas si alguien entre ustedes me juzgase indigno de estos títulos se encontraría en el deber de advertírmelos puesto que el discípulo vale ante Dios tanto como el maestro y es indispensable que exista entre nosotros una confianza ilimitada, para poder alcanzar el objetivo que nos hemos propuesto.
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— Oremos juntos para que Dios nos sostenga, mas sería preferible que el discípulo pereciera antes que el maestro, porque la cabeza es más útil que el brazo y porque la ruina del patrón produciría también la de sus siervos.
— Hónrenme pero no me prodiguen juramentos referentes al porvenir porque el Hombre está pronto, pero la carne es débil. Yo se los digo: muchos de ustedes me abandonarán en el camino del sacrificio. — Los dispersos no se reunirán sino para volverse a dispersar. Tan solo la cabeza es la fuerte. La cabeza soy yo, los miembros son ustedes.
— No teman. La prueba que está por llegar sopórtenla como una ráfaga huracanada. — Los Mesías resucitarán en Espíritu y este Espíritu brillará en medio de las tinieblas, guiará vuestra nave por encima de las agitadas olas, su voz dominará la tempestad y su palabra anunciará el nuevo día. Jesús nunca dijo que resucitaría en cuerpo, siempre dijo que su Espíritu resucitaría, es decir, que su Espíritu regresaría a la tierra para quedarse en medio de los hombres. — Ustedes percibirán al Espíritu por la influencia de dulces esperanzas que se filtrarán en su alma y por la fuerza que duplicará vuestras fuerzas. — Percibirán al Espíritu mediante el soplo divino que pasará por encima de sus cabezas y mediante el calor que penetrará en sus corazones.
— Verán al Espíritu en medio de los resplandores que iluminarán sus almas y nadie podrá engañarse al respecto. Aquí está diciéndoles cómo debían hacerlo para que lo perciban, no que lo toquen. — Mas escúchenme y preparen el Reino de Dios practicando la devoción y el amor, la prudencia y el desprecio por los honores. — El mundo los llenará de burla y muchos los odiarán, pero súfranlo por amor mío, diciendo siempre: el Señor está con nosotros y nosotros somos
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sus miembros. Tengo aún otros miembros: son los pobres y cuando vean a los pobres, acuérdense de éstas mis palabras. — Dentro de poco yo no seré más; pero mi Espíritu los acompañará y les dictará mi voluntad, como si me encontrara aún entre ustedes. — No acusen a nadie por mi muerte. Mi Padre me mandará el cáliz de la amargura y yo lo apuraré hasta el fin. Mas lleven a la práctica después de mi partida lo que ahora llevamos a la práctica juntos, y desparramen mis palabras como las he dicho, sin cambiarles nada ni añadirles nada.
Grande Jesús. — La Tierra se renovará y mis palabras serán comprendidas al pasar los siglos; yo se los repito: el Espíritu ayudará al Espíritu y el Reino de Dios se establecerá, por obra del poder del Espíritu. — El Espíritu arrojará la palabra y la palabra será semilla. Muchos de ustedes verán el Reino de Dios. — Estas palabras no pueden comprenderlas y tengo que dejarlos en la ignorancia, porque el momento no ha llegado para explicárselas; pero muchos las comentarán y yo volveré debido a esto y a otras cosas, por cuanto mi día no ha concluido y dejaré, muriendo, errores y dudas que mi Padre me permitirá disipar. Lo dijo y lo está haciendo. — La verdad se siembra en un tiempo y los frutos de la verdad se recogen, como cosecha en otro tiempo. Mas la palabra de Dios es eterna, y todos los hombres la recibirán, porque la Justicia de Dios es también eterna, y porque su presencia se manifiesta en todos los tiempos.
Nos corresponde hoy como ayer hacer justicia de estas enseñanzas y honrarlo con la misma atención que le prestaban sus discípulos. Debemos avanzar por el camino del engrandecimiento, permitiendo que estas palabras se conviertan en nuestro alimento espiritual.
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Dios manda a todos los mundos maestros, mas a cada mundo le están destinados como maestros Espíritus del mismo mundo. Los Mesías son maestros avanzados, cuyas enseñanzas parecen utopías. Su misión no podía imponer una regla de conducta en esa época de tanta ignorancia, tenía que concentrarse en hacer nacer ideas revolucionarias y prepararlos para la renovación del estado social futuro. Su resolución inamovible de sacrificar su vida mediante el martirio parecía una orden a la que debía obedecer. Para eso el vino al mundo como el Apóstol, el Mesías, el Salvador, el Hijo de Dios. Vino y se hizo merecedor de esos títulos y no podía permitirse defraudar a la humanidad.
La personalidad de sus Apóstoles Veamos ahora la personalidad de algunos de los Apóstoles, ya que es importante y fundamental para entender a Jesús en su entorno íntimo, a las personas que él había escogido para que aprendieran más que nadie de su vida y de su palabra y a quienes encargaría la continuación de la misión que él inició, después de su muerte. Pedro era el más celoso de sus discípulos. Juan era el más tierno y, como ya lo hemos mencionado, exageraba todo y lo mostraba siempre a Jesús con poderes sobrenaturales. Jaime, el hermano de Juan hacía todo lo que hacía su hermano, más fanático que él. Andrés era exacto a Pedro. Los dos Judas estaban siempre en competencia. Judos, primo de Pedro, era muy tímido, débil de espíritu, fácil de conmoverse, muy influenciable, sin iniciativa propia y sin fuerzas suficientes para luchar contra la adversidad. Judas, el llamado Judas Iscariote, oprimido por una reprobación universal, era un hombre trigueño, con frente ancha, ojos grandes y bien abiertos, y muy elocuente. No era como dicen un hombre ambicioso de poder y dinero. Su traición a Jesús fue resultado del celo y de su desmedido deseo
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de establecer su superioridad entre los Apóstoles. Ya vamos a ampliar este tema cuando lleguemos al momento de la traición y captura de Jesús.
Tomás, el incrédulo, nunca creyó en la revelación divina, pero sí era un fanático de la obra emprendida por Jesús. Mateo era el más preparado de sus Apóstoles y el más sincero al narrar los discursos de Jesús. Su hermano Jaime era muy entusiasta y el primero en contestar sí a todo lo que se le proponía. Jesús le decía a Pedro: — Marchemos hacia la conquista de la humanidad. ¿A qué reposarnos en la calma y juntar alegrías dentro de la tranquila posesión de lo que hemos alcanzado cuando nuevas posesiones les están prometidas a nuestro ardor y a nuestros sacrificios? ¿A qué pedirle fuerzas a Dios y no emplearlas después para el logro de sus propósitos? Pedro se contagiaba de su entusiasmo y lo habría seguido hasta el fin del mundo; pero muy pronto ese entusiasmo se apagaba y volvía a ser el Apóstol de los primeros días, que escondía bajo la fachada de su devoción el miedo que lo dominaba. La predilección de Jesús por Pedro se debía a su carácter recto, ingenuidad de Espíritu, delicadeza de sentimientos y a su excesiva moralidad. En sus reuniones familiares (así les decían a las horas de la comida y las conversaciones de la noche) Pedro se sentaba siempre al frente y lo cuidaba como hace una madre con su hijo. Pedro se preocupaba cuando Jesús quería permanecer en vela y cansado, le insistía siempre que descansara, comiera bien y cuidara su salud. Jesús le consultaba a Pedro todo en detalle para sus giras y excursiones y él actuaba siempre con prudencia y calma, haciendo todo lo más despacio posible para, según él, asegurar el éxito de las misiones. Un día en que se encontraban todos reunidos, Jesús se dirigió a Pedro y le dijo con mucha crudeza:
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— Tú serás el primero de mis sucesores, pero resultará para vergüenza tuya, que decaerás en tu deber abandonando a tu Maestro. El abandono no consiste únicamente en la separación material, sino que se demuestra también y con mucha crueldad, mediante la separación de los Espíritus.
Pedro se lanzó a sus pies diciendo: — Señor, amado Señor, haz de mí lo que mejor te convenga. Soy tu siervo y no tengo más voluntad que la tuya. En ese momento Pedro era sincero como siempre, pero Jesús dudaba de tantas promesas de Pedro y tenía que utilizar todos los medios para asegurarse que su obra iba a continuar con la misma fuerza y entusiasmo que existía en ese momento. A pesar de todo, Jesús busco de apremiarlo más que de costumbre y lo abrazó diciéndole: — Júrame que me seguirás hasta la muerte y que me escucharás aún después, como inspirador de tus actos, para la continuación de lo que venimos llevando a cabo. — Juro, —contestó Pedro—, amarte y seguirte hasta la muerte y que seguiré tus instrucciones después de ti, como si estuvieras acá. Jesús siguió insistiendo desde ese día sobre la resurrección de su Espíritu, con tanta firmeza, que sus palabras fueron aprovechadas más tarde para imponer la creencia de su resurrección corporal. — Volveré, me sentaré a esta mesa para darles la paz y la fuerza, para prepararlos para la Pascua, para hacerles gustar las delicias de los favores divinos y facilitarles la predicación mediante la luz que les daré.
— Se los digo: la vida corporal del hombre es corta, pero su Espíritu vivirá eternamente. — La casa vuelve a llenarse y el día sucede a la noche, en todos los tiempos y en todos los lugares. — Mi vida de hombre, tiene que concluir de una manera miserable; mas mi Espíritu, que seguirá la marcha de los siglos, dominará el ruido
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de la tempestad para sostenerlos en la lucha o para reconstituir la que ustedes habrán destruido; para resplandecer en medio de la plenitud de sus triunfos, para arrojar luz entre las tinieblas que habrán fomentado para defenderse, o para darles el beso fraternal o para regenerarlos, para decirles: yo estoy con ustedes, o para decirles: estoy en contra de ustedes.
— Yo soy la vida, el que crea en mí vivirá. Yo soy el Espíritu de Verdad y poseo la verdad del Padre mío. — La Tierra pasará, pero mis palabras no pasarán, porque la verdad es de todos los tiempos, de todos los mundos, mientras la Tierra no es más que una habitación momentánea. — No digan jamás: nosotros somos maestros. Sean por el contrario modestos y lleven a la práctica los principios de fraternidad, amando a todos los hombres y ayudándolos. — Cualesquiera que sean sus penas y tribulaciones, digan: “Dios mío, que tu voluntad y no la mía sea hecha”. En medio de los sufrimientos les daré la alegría y siempre que oren me encontraré en medio de ustedes.
— Sean calmos en la adversidad y nunca deseen la ruina y la desgracia de sus enemigos. La fuerza nace de la adversidad y la resignación facilita el adelanto del Espíritu. — La malicia y la mala fe los empujarán hacia la insidia y los hombres los oprimirán con injurias por mi culpa; mas yo estableceré mi residencia entre ustedes y juntos prepararemos el Reino de Dios sobre la Tierra, puesto que se dijo de mí: He aquí la alianza del pasado con el porvenir.
— Yo les repito, el Hombre volverá a hacerse ver y la Tierra se estremecerá de alegría. Una de las principales dificultades que según Jesús tendría la continuación de su doctrina y contra lo que Jesús tendría que luchar hasta el agotamiento eran las muchas dependencias familiares que impedían a sus discípulos poderse dedicar a esta empresa por completo.
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Pedro era casado. Los dos hijos de Salomé (Jaime y Juan) mantenían a su madre. Tan sólo Judas y Lebeo no tenían parientes que pudieran afectar sus pobrezas. Para los dos Jaimes, Jesús era su única familia. Jesús aprobaba muy fácilmente todos los proyectos de sus apóstoles para darles gusto y endulzar en algo su vida en común; pero les exigía una moralidad impecable en sus relaciones con las personas. — Nuestro Padre que alimenta las avecillas —les decía— les mandará su pan cotidiano si colocan en Él toda su confianza. — Pidan el perdón perdonando ustedes mismos a los que los hayan ofendido. Loen a Dios tanto mientras se encuentren en buena salud como cuando se encuentren enfermos, tanto en medio de la alegría como en la tristeza, lo mismo en la pobreza que en la opulencia. — Libren su Espíritu de las tentaciones de la carne y sigan la ley de amor y de justicia. — Dios está en todas partes, ve vuestros pensamientos más secretos. Cuídense por lo tanto de dirigirle sus plegarias tan solo con los labios. — Mediten sobre estas mis palabras. Encontrarán así la regla de una conducta edificante y la fuente de las oraciones agradables al Señor nuestro Dios. Jesús no dio ninguna instrucción sobre la misa de los domingos. Sus oraciones se hacían con el pensamiento y con la práctica de las obligaciones que ellos mismos se imponían. Jesús oraba durante todo el día y a toda hora, tanto como para ofrecer a Dios el sacrificio de su vida, como para aliviar su alma y purificar su Espíritu. Jesús se identificaba tanto con la pobreza que decía: — Los pobres son mis miembros. Y buscaba mucho a los pecadores, mujeres de mala vida y vagabundos para darles la esperanza de la purificación. Este tipo de personas
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constituían gran parte de su público y seguidores, desde sus inicios con sus apóstoles hasta el día de su acusación ante el Sanedrín de Jerusalén.
María Magdalena En toda la Galilea se reunían, en días determinados, hombres de buena voluntad con la finalidad de leer las leyes y explicarlas. Estas asambleas eran libres y se llamaban Sinagogas, en ellas cualquiera podía pedir la palabra y exponer sus ideas. Gente de todas partes acudía para escuchar e instruirse en los diferentes temas que ahí se exponían.
Una vez que Jesús estaba visitando una Sinagoga entre los pueblos de Tiberíades y Cafarnaúm, se sintió incómodo y casi molesto por la mirada de una mujer. Era una mujer alta, joven y hermosísima que estaba parada frente a él, a pocos metros y con una mirada tan preciosa y penetrante que lo hizo ruborizar y bajar la mirada. Esta mujer era de Galilea y había llegado recientemente de Sidona. Se llamaba María Magdalena, era originaria de un pueblo llamado Magdala a las riberas del Mar Muerto y muy cerca a Cafarnaúm. María Magdalena sería una de las dos mujeres que Jesús más amara en su paso por la tierra. María Magdalena, tenía 24 años en el momento de este encuentro y como bien dice la historia, en efecto era una mujer de mal vivir, entregada a la vida desenfrenada y apasionada desde los 17 años. A María le pareció divertido y le generó mucha curiosidad conocer a ese hombre que se hacía llamar el Hijo de Dios y buscó acercarse en un primer momento para estudiarlo y ver luego hasta donde podía llegar. María se quedó más sorprendida e impactada de lo que esperaba al acercarse y conocer la personalidad de Jesús. Hubo un segundo encuentro del que no existe registro conocido, pero a la tercera fue la vencida. En este tercer encuentro de ambos, María se le acerca y le pide al Maestro su permiso para seguirlo con la intención de cambiar su vida. Jesús acepta y ofrece darle todo su apoyo y consejos para ayudarla a que cambiara y dejara la vida que había llevado hasta ese momento.
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Se produjo una conexión tal entre ese par de almas tan distantes y diferentes, que encontraron un lugar en común y unieron sus caminos hasta el calvario de Jesús, y quizá mucho más allá. No es cierto que hayan sido pareja, se hayan casado ni tenido hijos, pero la amó con todas sus fuerzas. Su misión, su condición y sus tiempos no permitieron que el amor de estas personas tuviera lazos carnales. Jesús estuvo más que tentado por los encantos de esa mujer, que decirlo, y la aparición de María Magdalena en ese momento de su vida añadía más pesar y dramatismo a sus tiempos finales. María Magdalena fue muy bien recibida por sus Apóstoles y estuvieron juntos desde entonces. Ella lo acompañó y sostuvo con su cariño y dedicación siempre. Más adelante se conocería con la madre de Jesús, convirtiéndose en grandes amigas y cómplices entre ellas y de Jesús. Se prometieron estar juntas y con Jesús hasta el final de sus días y lo cumplieron. La historia que tendrían que vivir describe su grandeza de espíritu. Jesús regresa a Nazaret a visitar a su familia por última vez Ya habiendo tomado la decisión de ir a Jerusalén a enfrentarse con los sacerdotes y con su destino, va a Nazaret por última vez a estar con su familia a resolver algunos asuntos pendientes con su madre y hermanos.
Jesús sabía que se iba a enfrentar a los regaños de su madre y debía enfrentar sus dudas y miedos. Él había abandonado a su familia y había descuidado sus deberes. ¿Tenía el derecho de actuar así? ¿Sería bien visto a los ojos de Dios transgredir la ley humana en su más pura expresión, el amor de un hijo para con su madre? ¿Por qué su misión debía sobreponerse a su naturaleza humana? ¿Por qué todo el sacrificio si este constituía una ofensa a la moral universal, basada en la dependencia de las personas y en las relaciones familiares? Durante el camino Jesús oraba. La oración calmaba sus dudas y le daba la fuerza que necesitaba para aclarar su pensamiento.
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Cuando llegaron a Nazaret dejó a sus Apóstoles en una casa en las afueras de la ciudad y fue con su tío, su hermano y María Magdalena a casa de su madre. Toda la familia estaba reunida para recibirlos y sintieron más que nunca la oposición y reprobación de todos. Sus hermanos, cuyo número se había reducido de cinco a tres, intentaron ahorrarle una acogida demasiado fría. El hermano que seguía a Jesús en edad, Matías, vivía en un pueblo lejos de Nazaret y no lo conocía lo suficiente como para saber que pensaba ni las relaciones que tenía con su madre y otros hermanos, pero enseguida leyó en sus miradas el desprecio que les inspiraba su vida vagabunda y su trabajo de Apóstol.
Estaba por abrazarlo pero él lo rechazó y dijo estas palabras: — ¡Hete aquí! ¿Vienes ahora para permanecer mucho tiempo o por una hora? ¿Vuelves a ser nuestro hermano o sigues siendo el Hijo de Dios? ¿Debemos absolverte o resignamos a una separación definitiva? — Tus hermanos son hijos de José y de María, ¿qué tienes tú de más que ellos? Tus hermanos han cumplido sus deberes de hijos y de parientes, ¿qué has hecho tú por tu parte? Jesús bajó la cabeza ante esta recriminación que lo avergonzaba y en seguida se dirigió a su madre y le dijo: — Pobre madre, tu hijo Jesús te inunda de lágrimas, pero él llama a Dios en testimonio de la pureza de su corazón y de la lealtad de sus intenciones; su Espíritu está devorado por el deseo espiritual y te amará a ti mucho más en la patria celestial de lo que pueda amarse sobre esta Tierra. — Sí —interrumpió Matías— en la patria celestial no se precisa de nada, el amor de Dios alimenta y nuestra madre será amada por el Hijo de Dios. ¡Qué honor para todos nosotros, si ello fuera algo más que el sueño de un insensato! A estas palabras su tío y su hermano Jaime se acercaron a Jesús diciendo:
— ¡Nosotros también somos insensatos!
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Jesús se acercó a su madre y pasándole el brazo debajo del suyo, la llevó hacia el pequeño jardín que se encontraba bajo la ventana de la habitación en la que estaban, sus hermanos los siguieron. Las tres mujeres, se compadecieron de Jesús, conmovidas por su cansancio y la pobreza demostrada por su ropa y empezaron a derrochar ahí mismo una serie de atenciones y cuidados, que lo hicieron sufrir mucho más que la frialdad de sus hermanos. Los nombres que de sus hermanos y hermanas (hijos de José y María) por orden de edad eran Etraín, José, Elisabeta, Andrés, Ana y Jaime. En cuanto a sus medio hermanos, a los que la historia convirtió en primos, se llamaban Matías, Cleofé y Eleazar. Más adelante José y Andrés lo seguirían para oponerse a sus medios de propaganda negando su título divino y acusándolo de locura. Sus medio hermanos Matías, Cleofe y Eleazar se presentarían más tarde pero sólo con el propósito de salvarlo de la muerte, sin combatir su fe. Se quedaron varios días en Nazaret. Sus hermanas se disputaban el gusto de servirlo, mientras que sus hermanos escuchaban con mucha atención y preocupación todo lo que decía. Su madre solo rezaba a Dios, cuando Jesús le insistía en la necesidad de su sacrificio. — ¡Oh, Dios mío, —decía ella— me resigno a tu voluntad, pero sostén mi resignación y proporcióname pruebas evidentes de que mi hijo se encuentra en la luz! — Dale a mi fe el apoyo que le falta, a mi esperanza una luz que pueda hacerla segura y entonces mi amor de madre sucumbirá bajo el poder de tu amor divino. Un día, en que se encontraban solos Jesús y su madre, le mostró la arena que cubría la tierra a sus pies y después con un pedacito de madera trazó algunos caracteres, cuyo sentido era el siguiente: — Jesús tiene que morir para glorificar a Dios, o vivir para ser deshonrado delante de Dios.
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Luego de todos los esfuerzos inteligentes para impresionar y demostrar a su madre los motivos y pruebas de su misión, terminó por dejarla convencida, aunque no del todo resignada. Jesús tuvo que demostrar dureza para que no sigan intentando hacerlo renunciar a sus planes. Debido a esto a menudo encontraba a su madre y María Magdalena abrazadas y bañadas en lágrimas prometiéndose mutuamente un apoyo incondicional. Durante la estadía en Nazaret, tuvo conversaciones con muchas personas y respondía con dulzura a las objeciones y al curioso deseo de encontrarle faltas. Luego de estos encuentros, sus hermanos se dedicaron a seguirlo para increparlo por donde fuera. Esta situación complicaba más aún la misión por lo que Jesús tuvo que tomar la decisión de apartar y hasta negar a sus propios hermanos y parientes. Dejó Nazaret por última vez llevando consigo el dolorosísimo recuerdo del sufrimiento de su madre y de los lamentos cariñosos de sus hermanas. Sus hermanos los acompañaron un tiempo y luego se separaron también con lágrimas en los ojos. Regresó con su tío y su hermano Jaime quienes estaban decididos a acompañarlo hasta la muerte. Eran hombres que estaban sacrificando todo por el triunfo de sus ideales. ¡Cuántos honores les esperaban después de la victoria, pero cuántas amarguras durante el combate! El plan al abandonar Cafarnaúm era visitar a todos sus amigos de Jerusalén y conseguir nuevos aliados. Quería demostrar su título de Hijo de Dios explicando su título de Mesías, pero sólo frente a los que pudieran comprender esta alianza. Pero lo central, siguiendo los designios de Juan el Bautista, era utilizar el nombre de Hijo de Dios, que era un argumento que sorprendía a los ignorantes y desarmaba a los fanáticos. Era necesario asegurar el porvenir y un reformador, un Mesías, hubiera caído pronto en el olvido, sobre todo después de las manifestaciones llenas de odio del pueblo. El término “mesías” proviene del hebreo mashíaj, “ungido” y se refiere a un esperado rey, del linaje de David, que liberaría a los judíos de las servidumbre extranjera
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y restablecería la edad dorada de Israel. Se le denominaba así ya que era costumbre ungir en aceites a los reyes cuando se los proclamaba. El término equivalente en griego es khristós, que también significa “ungido”. El término griego, ampliamente utilizado en el Nuevo Testamento, dio en español la forma Cristo, que unida al nombre de Jesús, que los cristianos consideran el mesías definitivo, dio Jesucristo. Esta imagen de un rey libertador, de un “ungido”, no coincidía con la figura de Jesús, un hombre humilde que predicaba el amor a los hombres y estaba en contra de la violencia. El stablishment tradicional judío y romano terminaría con este Mesías, si lograba ser muy molesto, eliminándolo y dejando al pueblo que esperara de un nuevo Mesías, el rey libertador. En cambio el Hijo de Dios ofrecía la libertad a los esclavos y estaba dispuesto a morir para implantar su ley de amor: el Hijo de Dios desarrollaba sus mandatos en medio de los pobres, de los enfermos, de los pecadores; el Hijo de Dios salvaba a la mujer adúltera de la primera piedra con estas palabras: — ¡Arrójele la primera piedra el que se sienta libre de culpas! El Hijo de Dios levanta a la pecadora con estas palabras:
— Ven, la casa de mi Padre está pronta para recibirte, ya que detestas tu pasado. El Hijo de Dios dirá a todos: — Ámense los unos a los otros y todos sus males acabarán, y todas sus ofensas a Dios les serán perdonadas. Jesús se quedó a orillas del Jordán, dedicándose a bautizar tal como lo hacía Juan el Bautista. Dio muchos discursos sobre la resurrección del espíritu, sobre su participación en la liberación de la humanidad y del establecimiento de su doctrina en toda la tierra. Amenazaba diciendo que iba a regresar para acusar y maldecir a los falsos profetas, a las doctrinas enfermas, a los feroces dominadores, a los depravados y a los hipócritas.
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— Soy el Mesías y el Mesías morirá sin haber terminado su obra; pero la concluirá después de su muerte. — No esperen de los hombres la recompensa de sus trabajos; pongan sólo en Dios sus esperanzas. Dios jamás permanece sordo a la plegaria y a los deseos de un corazón puro y agradecido. Durante su apostolado Jesús fue despreciado siempre por los ricos y por los poderosos (exceptuando algunos casos de los cuales ya hemos hablado y que haremos nuevamente resaltar más adelante), pero en la última etapa de su misión, el pueblo, cuyos derechos Jesús había defendido siempre, fue su acusador y su verdugo. En sus discursos al respecto cada vez demostraba más seguridad y menos temor por su inminente suerte: — Jesús iba a caer por el odio de las masas, lo sabía, y para eso también preparaba a sus discípulos. 45—Sean mis guardianes y mi consuelo —les decía— rodéenme de dulzura, puesto que me veo entre las garras de la mala fe de los grandes, de la ingratitud de los pequeños, del odio de los malos y del abandono de los mejores. Pasaron siete meses desde esta visita a Jericó, hasta el apresamiento en el Monte de Los Olivos. Jesús parte por última vez a Jerusalén Jesús fue solo a Jerusalén a encontrarse con Don José de Arimatea. El lugar de reunión se había fijado en Betania, un pueblito cerca de Jerusalén. José de Arimatea lo recibió con los brazos abiertos y se puso inmediatamente a su disposición para hacer lo que fuera necesario, para ir a todas las partes y que pudieran ser vistos. José estaba de acuerdo con todo menos con que tuviera que morir en el intento y Jesús no lo
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contradecía para no perturbarlo y conseguir todo el apoyo que pudiera darle. Por medio de José conoció a muchos personajes importantes, entre ellos Marcos, de quien hablaremos más tarde. José, y con él algunos hombres de buena voluntad que lo acompañaban en Jerusalén, lo tuvieron que defender de los odios de todo calibre. En esos momentos en Jerusalén Jesús ya cambia el tono lleno de benevolencia y humildad de sus mensajes, por unos discursos más radicales, al estilo de Juan el Bautista. Se enfrentó directa y frontalmente a las castas, a los poderosos, a los poderes políticos y religiosos:
—Mi reino no es de este mundo. Los que quieran seguirme deben distribuir todo lo que poseen entre los pobres. Felices los que se empobrecen voluntariamente; la luz los acompaña y la fuerza los sostiene; la gracia los colma y la virtud los corona. Yo soy el consuelo y el maná celestial; la luz y el pan de vida. —Los que creerán en mí vivirán en la abundancia, el que huya de los honores del mundo, recibirá honores en la casa de mi Padre. —Quien quiera que ame a los hombres como a sus hermanos, será recompensado, pero los egoístas, los orgullosos y los hipócritas, los patrones y los poderosos del mundo serán maldecidos y arrojados como leña seca en el fuego eterno. —Se oirán gritos y rechinar de dientes, blasfemias y quejidos; mas Dios permanecerá sordo a todos los ruidos de las tinieblas y la paz de los justos no se verá turbada. —Los reconoceré —les decía— si han prestigiado mis doctrinas con sus obras y han sembrado virtudes con vuestros ejemplos, más que con vuestras palabras; si me han honrado con la humildad y pobreza de vuestra vida, con la marcha hacia Dios de vuestros Espíritus y con su amplísimo amor para con todos los hombres.
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— Anuncien mi ley, pero den al mismo tiempo pruebas de vuestras esperanzas, despreciando los bienes de la Tierra y diciendo como yo: nuestro reino no es de este mundo. —Acostúmbrense a defender a su Maestro, poniendo en práctica lo que él mismo puso en práctica. El ejemplo impone la fe y produce el respeto, mucho mejor que las bellas armonías del lenguaje y que las más sólidas demostraciones de Espíritu a Espíritu. Los dones del Espíritu son improductivos cuando no emanan de la ciencia adquirida en un estado de pureza de intención. ; son efímeros cuando no determinan de manera creciente la emancipación de la fe y del amor. Prediquen mi doctrina, pero sostengan válidamente el derecho que tienen para predicarla. Este derecho consiste en el abandono de toda supremacía humana y en el sacrificio completo de vuestros intereses terrestres. —Les daré fuerzas para triunfar sobre sus enemigos y mi casa será su casa; pero si ustedes se vuelven prevaricadores de la ley, me retiraré de ustedes.
Sus discípulos llegaron a Jerusalén en los siguientes días y con ellos organizó un círculo de oyentes en el templo. La costumbre en esos tiempos, las personas con alguna habilidad o conocimiento se presentaban con la finalidad de exponer nuevas ideas, plantear discusiones científicas y dar conferencias interesantes. Jesús hubiera podido dejar sentada su escuela y reformas propuestas sin mayores problemas utilizando este foro, pero su convicción sobre su destino era muy poderosa y no estaba dispuesto a ir con lentitud a un éxito paulatino. Se colocó en frente de los odios y las venganzas, desconociendo la ley judaica que según él representaba la ley de un pueblo esclavizado. Luchó en contra el dominio de las clases privilegiadas que limitaban la libertad de los hombres, contra el fanatismo degradante, los holocaustos sacrílegos, acusaciones e hipocresías. Ya no decía: “Acaten la ley del César”, sino:
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—No hay más que una ley y esa es la que yo les traigo. Todos los hombres son iguales y tienen que dividirse entre ellos todos los bienes de la Tierra. En el templo Jesús veía con tristeza el espectáculo de la falsa devoción, el embrutecimiento de las personas y trataba con dureza a los comerciantes de los pobres animales destinados al sacrificio, a los mercaderes de objetos frívolos, de amuletos, de sortilegios y de supuestas imágenes religiosas.
—Ustedes convierten la Casa de mi Padre en una caverna de ladrones — decía él y tiraba al suelo los bancos, demostrando su arrebato y rabia con el gesto, voz y miradas. —Ustedes son sepulcros blanqueados. El ojo de los hombres no se detiene sino en las apariencias; pero Dios ve la podredumbre que reina bajo de ellas. —Ustedes tienen la dulzura sobre los labios y el odio en el corazón; sus limosnas, sus plegarias, sus penitencias no son sino medios para engañar a los hombres y gozar de prerrogativas en medio de ellos. Pero Dios se cansará y serán tragados bajo las ruinas del Templo que diariamente profanan. ¡Sí! Este Templo perecerá y yo construiré otro, que será inmortal, porque todos los hombres adorarán en él a Dios como hermanos; porque todos los hombres se reunirán en la fe, siendo la palabra de Dios eterna y que soy yo quien la trae. — ¡Pobres locos! —Les decía— ustedes destruyen el porvenir en obsequio del presente y el presente huye como una sombra; adornan sus cuerpos y desnudan sus almas; buscan los honores del mundo cuando Dios solicita en vano los honores de su Espíritu. Se arrodillan ante el becerro de oro mientras sus hermanos carecen de alimentos y de ropas. —Ahora se los digo: aquellos que no piensan sino en cosas inútiles, se verán después completamente privados de lo necesario. Los que gozan hoy de honores humanos, no podrán pretender sino humillaciones el día de mañana. Y todos los que se complacen en los goces carnales y que colocan su felicidad en la posesión de las riquezas y del mando, serán los pobres, los desheredados, los parias de una nueva habitación temporal; ustedes tendrán hambre y sed, oh ricos egoístas; pedirán descanso,
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holgazanes orgullosos; y continuarán en el trabajo, sin aplacar el hambre y la sed. Está hablando del Karma, está clarísimo: “De acuerdo con las leyes del karma, cada una de las sucesivas reencarnaciones quedaría condicionada por los actos realizados en vidas anteriores. Es una creencia central en las doctrinas del budismo, el hinduismo, el yainismo, el ayyavazhi y el espiritismo. Aunque estas religiones expresan diferencias en el significado mismo de la palabra karma, tienen una base común de interpretación. Generalmente el karma se interpreta como una «ley» cósmica de retribución, o de causa y efecto. Se refiere al concepto de “acción” o “acto” entendido como aquello que causa el comienzo del ciclo de causa y efecto. El karma está en contraposición con las doctrinas abrahámicas (judaísmo, cristianismo e islamismo). El karma explica los dramas humanos como la reacción a las acciones buenas o malas realizadas en el pasado más o menos inmediato. Según el hinduismo, la reacción correspondiente es generada por el dios Lama, en cambio en el budismo y el yainismo —donde no existe ningún dios controlador— esa reacción es generada como una ley de la Naturaleza (como la gravedad, que no tiene ningún dios asociado). En las creencias indias, los efectos del karma de todos los hechos son vistos como experiencias activamente cambiantes en el pasado, presente y futuro.
Según esta doctrina, las personas tienen la libertad para elegir entre hacer el bien y el mal, pero tienen que asumir las consecuencias derivadas.
Sus enemigos se encargaron de recortar o aumentar sus discursos con la finalidad de desprestigiarlo. Por ejemplo, lo calumniaron achacándole las siguientes palabras que fueron parte de la acusación que más adelante sirvió para condenarlo a muerte: —Si yo lo quisiera, destruiría este templo y lo reconstruiría en tres días.
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Esos días los pasó Jesús en Betania, como huésped en casa de Simón, que estaba perfectamente sano y no leproso como cuenta la historia. Jesús no había conocido a Simón ni a su familia hasta ese viaje a Jerusalén y aceptó su hospitalidad entre otras cosas porque su casa estaba apartada y situada al pie de una colina adosada al pueblo de Betania, desde donde se podía ver el movimiento de Jerusalén. Simón y su esposa Martha tenían unos 25 años y vivían con María, una niña de 13 años, que era hermana de Simón. Los abuelos de ambas ramas habían muerto hacía poco y por eso en la casa se sentía todavía el dolor del duelo. Martha era la encargada del manejo interno de la familia y era muy minuciosa y pulcra en sus quehaceres domésticos. Simón tenía un carácter tétrico y la niña María vivía muy triste, contagiada por la tristeza de ese hogar. Esta familia de tres personas lo llenaba de atenciones, respeto y ternura. Los parientes de Simón eran Dalila, esposa de un hermano de Marta, Eleazar y Alfeo, primos de Simón. Alfeo se convirtió en uno de sus más fervientes seguidores. También estaba Ana, que no era pariente de Simón, pero ella y su marido Gabes fueron fieles a sus enseñanzas desde que llegó a la casa de Betania. Todos ellos se entregaron incondicionalmente a la causa de Jesús y le prestaron toda la ayuda y apoyo que necesitaba en esos momentos. Cuando era necesario alejarse por algunos momentos de Jerusalén, sus amigos y personas de toda condición social e intelectual lo iban a buscar a Betania y se reunían ahí para conversar y profundizar su fe. Jesús siempre tenía un discurso adecuado para el público que se reunía delante de él, pues su doctrina tenía que ser entendida y asumida por todos por igual. Los necesitaba a todos. Jesús era muy hábil al enfrentarse y cautivar a sus interlocutores. Tenía siempre el gesto apropiado, la frialdad o la fuerza para llegar por igual a sus queridos discípulos como a los que lo odiaban y detestaban por sus ideas y acciones.
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Aprovechaba todas las oportunidades para reforzar el trabajo que debían hacer sus discípulos después de su muerte, después de haberles allanado el camino, diciendo: —Esta obra es su obra. Mi Padre nos bendecirá juntos y la gracia nos hará los guardianes del porvenir hasta la consumación de los siglos. La gracia se adquiere con la renovación de las pruebas y con los espontáneos impulsos del alma hacía las verdades eternas. —El pensamiento no se borra. Sigue a través de los mundos, se comunica en los espacios, liga entre sí a los Espíritus, sanciona el principio de fraternidad y cumple milagros de amor. —Permanezcan pues, convencidos de mi presencia, aun cuando ya no me vean y llámenme siempre el Señor nuestro padre; partan el pan y el vino, como si mi cuerpo ocupase el puesto que hoy ocupa, y digan: ésta es su sangre; ésta es su carne. Y mi Espíritu se alegrará y el lugar vacío será ocupado, porque el deseo determina el deseo y el pensamiento se introduce en el pensamiento, mediante el mutuo deseo. — Ahora les digo: la gracia se obtiene con la fe y con el amor. Quien quiera que crea en mi palabra y la divulgue, será visitado por la gracia. — Quien quiera que dé a mis palabras un sentido que yo no le doy ahora, con el propósito de sembrar divisiones entre los hombres para formarse una posición de autoridad en el mundo, se convertirá en mi enemigo y yo lucharé en contra de él y derribaré sus proyectos. Suceda ello en un tiempo o en otro, Dios medirá la intensidad de la derrota a infligirse de acuerdo con la duración de la ofensa. Dios hará resplandecer su luz en medio de las tinieblas de acuerdo con la cuota de los deseos que se agitarán en el seno de las sombras y con la cuota de los pedidos que se habrán formulado. Entonces Dios llamará a su Hijo amado y el Hijo volverá en Espíritu entre vosotros, y lenguas de fuego pasarán sobre vuestras cabezas, para instruir a los hombres de buena voluntad, como lo hago yo hoy. Entre los personajes prominentes de Jerusalén que prestaron su apoyo incondicional a la misión se encontraba Nicodemo, José de Arimatea y Marcos.
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A José de Arimatea ya lo conocemos, era como un padre para Jesús y hubiera estado dispuesto a ir hasta la muerte con él si no fuera porque Jesús lo convenció de que su muerte sería inútil al propósito y que más bien sería necesario que se mantenga con vida para continuar con su empresa después de muerto. Este hombre tenía la sabiduría y el conocimiento así como los recursos y relaciones para continuar la misión.
Marcos pertenecía a una familia muy bien acomodada de Jerusalén. Su padre tenía un cargo público importante en el gobierno, a pesar de ser judío; porque los romanos en esos tiempos no establecían diferencias entre los hombres de nacionalidad y religión diferentes. En Jerusalén hubo muchas veces revueltas y sediciones populares; pero en el tiempo de Jesús las cosas estaban más bien calmas. Los judíos en ese momento vivían resignados soportando el despotismo de las autoridades, pero su injerencia no penetraba sus creencias religiosas, por el contrario, todas las creencias les eran indiferentes a los romanos.
Jerusalén, como todas las dependencias del Imperio, se encontraba bajo la tutela de un depositario de los poderes del César, gobernante sin control y con poder absoluto. El derecho y la ley eran letra muerta para estos salvajes cuando se trataba de satisfacer un capricho del superior o de aplastar a un esclavo rebelde Para ingresar en las escuelas era necesario ser pariente cercano de algún soldado muerto en el servicio de la patria o que se encontrara aún bajo las armas. Cualquier otra consideración, como condición social o religión no tenía importancia. Los estudiantes tenían que entrenarse en el manejo de las armas y recibían una suma de dinero si se enrolaban voluntariamente. El servicio militar no era obligatorio para ellos.
Marcos era un estudiante de esta escuela pero tenía la casta de un revolucionario, pues no estaba de acuerdo con las opresiones de esa época. Encontró en Jesús la razón para sus ideas y fue uno de sus más fieles seguidores, a pesar de su posición y de la fortuna que heredaría. Marcos no amó a Jesús sino que lo adoró.
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Sus discípulos, sus amigos de Galilea y Jesús formaban una familia, donde también había algunas mujeres. Felizmente la casa de Simón era amplia y había sitio para todos. Entre las mujeres venidas de Galilea y que lo sirvieron hasta la muerta estaban: Salomé, Verónica, Juana, Débora, Fatmé y finalmente María Magdalena. De Salomé ya hemos hablado; Verónica era viuda y cuidaba a Jesús como a un hermano desde los primeros días en Cafarnaúm. Juana, Débora y Fatmé eran las más jóvenes. María su madre ya estaba en Jerusalén desde hacía algunos días, pero Jesús no lo sabía. Él le había pedido que no lo siga y que este pendiente de su aviso, pero María Magdalena en complicidad con María hicieron los arreglos para intentar una vez más hacerlo desistir de su propósito de muerte.
Sus hermanos José y Andrés también fueron a Jerusalén con el propósito de desmentir sus palabras, insinuar que estaba loco y conseguir separarlo de sus discípulos. Este complot era ya conocido por Jesús así que estuvo bien preparado para hacerlos fracasar en su intento.
Las dos Marías ignoraban lo que tramaban sus hermanos, pero no perdían las esperanzas de que en algún momento Jesús abandonase sus propósitos. Esta era una guerra aparte, dolorosa, porque era el amor que le tenía su familia lo que tenía que combatir. Las Causas de la Muerte de Jesús En un principio el delito de Jesús fue el de promover las rebeliones populares. Después el delito fue porque sus ideas apartaban del culto que “Dios mismo había fundado”, lo cual era agravado por el título de Hijo de Dios que él mismo se atribuía. Se le tenía que aplicar la Ley de Moisés y el castigo era el suplicio de la lapidación, es decir, la muerte a pedradas. Pero el juicio de los Sacerdotes necesitaba la aprobación de los romanos y se requería también del pueblo para el cumplimiento de la venganza del clero.
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Las pruebas de su culpabilidad se tomaron de sus últimas predicaciones: “perturbador y abolicionista de las leyes civiles, a más de las religiosas”, para hacerlo caer así bajo la jurisdicción de Poncio Pilatos, el procurador romano. Y ante el pueblo se le acusó de seducción y alianza con el “Espíritu de las tinieblas”. Sus hermanos José y Andrés facilitaron estas acusaciones cuando sacaban a relucir episodios de la infancia de Jesús; a los últimos días de su padre y al abandono de su madre. Con ellos cuestionaron su falsa piedad, su capacidad intelectual, difamaron su vida íntima y pusieron en duda su condición de Hijo de Dios, mientras hacían comentarios desleales y burlones en cuanto al camino que él había tomado. La tranquilidad que Jesús gozaba en Betania se parecía al silencio que precede a las tormentas, porque en Jerusalén el odio de los sacerdotes se empezaba a manifestar y el pueblo, de cuyas simpatías no gozaba desde la bravata que protagonizara en el Templo, preparaba el terreno para eliminar a Jesús. La palabra de Jesús se hacía cada vez más sentenciosa y profética a medida que se iba acercando su muerte. Jesús dictaba su sentencia, anunciaba él mismo la Resurrección de su Espíritu y prometía seguir participando en los progresos de la humanidad. Sus amigos se sentían a impotentes y descorazonados. —Se ha declarado Dios. Todos lo han oído. Tiene que morir. Los que asumirían la defensa de Jesús eran sus seguidores más preparados: José de Arimatea, Nicodemo, Marcos y Pedro. En los últimos días que pasó en Betania, Pedro y José recibieron instrucciones precisas respecto de lo que tenían que hacer después de su muerte. El tiempo se le acababa y su mayor preocupación era dejar muy en claro su mensaje a estos encargados de su última voluntad. —No desmerezcan el cumplimiento de su misión, estén convencidos de mi Resurrección espiritual, y esta doctrina, endeble como ellos al principio, se consolidará. ¡Oh, sí! El porvenir tendrá la cosecha de todo lo que yo recogí y puse en evidencia. El porvenir verá a nobles Espíritus
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combatir lo que hemos combatido y se pondrán en práctica nuestras enseñanzas. Yo me convertiré en su apoyo, como los que me llevaron la delantera lo hicieron para conmigo, a fin de dar perseverancia a la acción, la calma y la fuerza en medio de los vendavales. — ¡Oh sí! Saldré victorioso de la muerte y descubriré ante el mundo los signos de mi inmortalidad. Jesús dudaba que sus discípulos de Galilea (exceptuando a Pedro) fueran capaces de seguir sus indicaciones. Juan y su hermano se preocupaban más que nada en buscar los medios de elevarlo a la posteridad y predecían que resucitaría corporalmente, a los tres días después de su muerte. Mateo y Tomás lo querían, lo veneraban con una especie de adoración; pero en realidad no estaban muy convencidos en sus ideas y el porvenir que anunciaba. Felipe decía que era imposible formar alguna institución con tan pocos recursos. Judo y Simón, el hermano de Pedro, Alfeo y Lebeo tenían muchas dudas referentes a varios puntos de la doctrina. Judas buscaba el cariño y atención de Jesús, quien no se dio cuenta en medio de tantas preocupaciones. Sus amigos de Galilea eran superiores, en méritos espirituales e intelectuales, a todos sus discípulos. La casa de Simón estaba repleta de gente, de consuelos y esperanzas; pero ahí, como en todas partes, no se había logrado establecer una uniformidad en la fe. Todos los que estuvieron en esta casa le fueron fieles y le sirvieron con devoción. Jesús es arrestado La última vez que Jesús volvió de Jerusalén a Betania, ya no quería luchar ni seguir huyendo. —No me desvíen del objetivo —dijo— pero marchemos juntos. Rodéenme de cariño y de honores para no ver la ingratitud del pueblo y para facilitar el remordimiento de mis acusadores. —Todos dirán: Puesto que lo aman, lo siguen, le tributan honores. Ha de ser porque ven siempre en él al Mesías, al Hijo de Dios.
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—No se aflijan, pues, demasiado por nuestra separación carnal, y cumplan mi ley como si aún me encontrara entre ustedes. Mi ley es una ley de amor; el Espíritu la dictará en todo tiempo. —¡Paz a los hombres de buena voluntad! La fiesta de Pascua iba a ser en ese año, entre los últimos días de marzo y los primeros de abril. Como era su costumbre, quiso ir Jesús a Jerusalén en esa época, sabiendo que su decreto de muerte había sido ya pronunciado y que se daría la orden de arresto cuando el llegara. Catorce amigos de Jesús, entre ellos Nicodemo y José de Arimatea, intentaron cambiar la decisión del Sanedrín con respecto de su declaración de muerte. Al no tener éxito fueron donde Poncio Pilatos, quien les dio una esperanza a su favor. Los dieciséis miembros del tribunal que iba a juzgar a Jesús fueron reemplazados y se adjuntó al tribunal diez miembros suplentes. Condenaron por unanimidad a Jesús como impostor, seductor y aliado del Espíritu de las tinieblas. El defensor que el tribunal había designado para Jesús hizo una vaga disertación sobre la monomanía religiosa y decía haber llegado a la conclusión, de acuerdo con la opinión de la gente de Nazaret, que Jesús no era más que una persona digna de lástima y desprecio. —Es necesario que este hombre muera, gritó el Sumo Sacerdote Hannan, porque es culpable de lesa majestad divina, con todo el conocimiento de un doctrinario. ¿A qué nos viene a hablar, de demencia, cuando todo demuestra una rara perspicacia, una ambición devoradora, un carácter de lo más peligroso? Aunque la demencia no estuviera probada, es preferible la muerte de un hombre inocente, que la caída del Sacerdocio y la ruina de una nación. El domingo 27 de marzo, salió Jesús de Betania hacia Jerusalén. El recorrido fue de lo más animado, y los honores dedicados por la gente a Jesús hicieron que sus discípulos se tranquilizaran e ilusionaran. Cerca de Betania encontraron a algunos extranjeros, cuyo número iba aumentando a medida que se iban acercando a la ciudad. Jesús aceptó a sus seguidores
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e ingresaron triunfantes a Jerusalén. No es verdad que estuviera montado en un burro, pero sí es cierto que se lo propusieron. Muchos se apiñaban a su alrededor. Ramas de palmera, hojas y flores caían a sus pies, y el pueblo de Jerusalén se unía al pueblo nómade para llenarlo de demostraciones llenas de entusiasmo. Una de las primeras personas que Jesús reconoció en medio de la multitud, que se acercaba de los alrededores de la ciudad, fue a su hermano Eleazar. Supuso que sus tres hermanos mayores estaban juntos. Ese mismo día, el pueblo que lo alabó lo acusó ante Poncio Pilato por haber llevado sus pretensiones humanas tan lejos hasta hacerse llamar rey.
Poncio Pilatos era una persona sabia y de buena voluntad. Intentó en un principio no darle importancia al tema y bromear con el asunto para intentar desviar al pueblo del propósito de juzgar a Jesús. —Probablemente —dijo Poncio— Jesús se cree el primero de los judíos y la palabra Rey expresa su idea. ¡Sea pues Rey de los Judíos! Mas este Rey no puede, bajo ningún concepto, causar perjuicio a la seguridad del Imperio. Ese domingo pasaron la noche en Jerusalén. Al otro día todos sus amigos y discípulos le hicieron carga montón para que abandonara ese lugar para siempre; Jesús no hizo caso. Prometió a Marcos llamarlo lo más pronto posible al Reino de su Padre, y a las mujeres que se arrodillaban delante de él les dijo: —Ustedes tendrán el coraje de acompañarme hasta la muerte y Dios colocará sobre sus frentes, como sobre la mía, la corona del martirio. Sus discípulos de Galilea le juraban que lo rodearían y defenderían hasta derramar la última gota de su sangre. Jesús solo los escuchaba con una sonrisa melancólica y no decía nada. Después, dirigiéndose a su madre le dijo:
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—Tú tienes entre los compañeros de tu hijo, madre mía, un hijo y un hermano que te recordarán al ausente y vivirás para que no sea negada mi Resurrección como Espíritu. De la resignación de mis discípulos, de la de ustedes principalmente, depende la salud de mi doctrina en el presente, del mismo modo que el porvenir de esta doctrina depende de los sucesores de mis discípulos. Aceptó esquivar a sus enemigos por última vez y fueron a hospedarse en una casa colonial, donde ya habían estado otras veces, en Getsemaní.
Getsemaní estaba situado en un paraje elevado, desde donde se veía el Mar Muerto, el Jordán, las llanuras y las montañas de Galilea. Podrían estar tranquilos ahí, al menos por algún tiempo. El pueblo los quería, y los Sacerdotes, que no estaban interesados en revueltas hostiles hacia ellos, querían evitar un arresto violento. Necesitaban una manera de apresarlo sin testigos y sin ruido y para eso se valieron de Judas. Judas fue el único que no los acompañó a Getsemaní ese lunes en la mañana. Llegó en la tarde y su actitud llamó la atención de Pedro que le dijo a Jesús: — ¿Qué tiene, pues, Judas? Míralo cuán preocupado está. Jesús se acercó a él y le preguntó por qué los había dejado en el momento de su salida de Jerusalén, a lo que contestó que tenía que visitar algunas personas y además que quería averiguar cómo estaban las últimas disposiciones tomadas con respecto a ellos, a lo que Jesús respondió:
—Tú no debes estar triste por una solución que yo he buscado. Muéstrate animoso en el momento del peligro y guarda el recuerdo del Maestro cuando ya no me encuentre con ustedes. Jesús le tendió la mano, que él apretó débilmente; su mirada esquivaba a la suya. Jesús entendió. El miércoles Judas les propuso visitar las plantaciones de olivos que cubrían el flanco de la montaña de Getsemaní por el lado de Jerusalén
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con el pretexto de ir a conocer los cambios que se habían dado en esa localidad. Propuso que el paseo lo hicieran al día siguiente. La Última Cena El lavado de los pies era una de las costumbres que Juan había instituido, como una demostración de la igualdad humana. El patrón es el hermano de su sirviente. Jesús y sus discípulos hacían el rito del lavado de pies todos los años, solamente en la noche del sábado de Pascua, después de la cena. Esta cena tenía una especie de solemnidad, debido a que solo participaban Jesús, sus discípulos y su tío Jaime. El viernes anual del lavado de los pies le parecía demasiado lejos pues presentía el peligro que los amenazaba. Por eso pidió a sus discípulos que hicieran esa misma noche al lavado de los pies, lo cual los inquietó más aún. Jesús les dice que el fin está cerca. En esa reunión de la tarde, que fue la última, Jesús les confiere el título de Apóstoles, entrando en detalles sobre los trabajos y sacrificios que debían llevarse a cabo y prometiéndoles el poder de gobernar el mundo.
—Hagan de mis instrucciones la regla de su conducta y llámenme cuando tengan que discutir con los hombres de mala fe. —Ya sea que permanezcan unidos, ya sea que se separen por la buena causa, yo me encontraré en medio de ustedes y con cada uno de ustedes.
—La malicia y la perversidad del mundo les preparan malos días. Conserven su fe pura de todo fingimiento y no pongan límites a su caridad. La fuerza viene de Dios y yo les trasmitiré la fuerza. —Pidan los tesoros de Dios y desprecien las riquezas de la Tierra. Quien quiera elevarse entre los hombres será rebajado delante de Dios. —Ustedes son mis Apóstoles; prediquen la palabra de Dios y anuncien su Reino por toda la Tierra.
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—Ustedes son mis discípulos queridos; ayuden a los pobres, ellos son mis miembros; faciliten el arrepentimiento, prometan el perdón en nombre de Dios, nuestro Padre. —No devuelvan jamás mal por mal, mas fuercen a sus enemigos a que los respeten. —Confirmen su fe más con las obras que con discursos, y, en el extremo infortunio, recuerden mis promesas y mi martirio. —Estas promesas las cumpliré si son fuertes y comprenden y practican lo que ordeno y lo que yo mismo he practicado. —Una vida tranquila no es una vida de Apóstol y la regularidad de la conducta no constituye la virtud de un discípulo. Son necesarias al Apóstol fuerzas y coraje para afrontar la burla, el desprecio, la persecución, la esclavitud, la muerte y el heroísmo debe caracterizar a los discípulos de Jesús. —El Apóstol demostrará a Dios y sufrirá por la verdad. El discípulo abandonará los bienes del mundo y los honores del mundo. Abandonará al padre, a la madre, a la mujer, a los hijos, antes que renegar de mi doctrina, ya sea con los actos, ya sea con las palabras, ya sea con la abstención y con el silencio. —Ustedes son mis Apóstoles y mis discípulos; yo tendré que contar con ustedes y no obstante… yo sé ya que muchos de ustedes me traicionarán.
Estaban por partir el pan para empezar la comida cuando los Apóstoles se levantaron bruscamente: — ¡Señor! ¡Señor! —interrumpieron— ¿por qué nos produces esta tortura? ¿Por qué llamarnos traidores, después de habernos confiado el éxito de tu obra?
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—Los que me traicionarán por debilidad —contestó— se arrepentirán; tan solo el que me habrá traicionado por venganza sucumbirá bajo el peso de su delito. Judas mantenía los ojos bajos, pero nadie se dio cuenta, solo Jesús. Pidió a sus Apóstoles guardar el recuerdo de esa noche y les ofreció el pan; Judas, que se encontraba a su derecha, se sirvió primero. Juan colocado a su izquierda, como siempre, se inclinó hacia Jesús y dijo: —¿En quién de nosotros has pensado tú recién al hablar de traición? A lo que Jesús contestó: —El que me traicionará ocupa en este momento un lugar de honor pero otros también me traicionarán más tarde y muchos me abandonarán cobardemente a lo largo del camino del sacrificio. Continuó sirviéndoles a sus Apóstoles insistiendo les dejara servirlos. Pedro al frente de Jesús estaba distraído; no comía ni bebía. El Mesías le dirigió estas palabras: —Tú ya no eres pescador de peces; amigo mío, hete aquí convertido en pescador de hombres. Tus redes serán ahora los argumentos, y recogerás en tu barca a los pobres náufragos. —Conviértanse en pescadores de hombres, ustedes todos, amigos míos, y reúnan el mayor número de Hombres que puedan. —Para ser hábiles en el oficio de pescadores de hombres, es necesario tener el don de la dulzura y de la firmeza, el derecho de hablar y de hacerse escuchar. —Tendrán el derecho de hablar cuando su conciencia se encuentre tranquila, y serán escuchados si ustedes mismos están convencidos de la verdad que enseñan. —Los perezosos se convertirán fatalmente en hipócritas. No habiendo tenido el coraje de seguirme, dejarán que se desparramen dudas respecto
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de mi persona; y el deseo de alegrías mundanas, la sed de honores, el amor a las riquezas los arrastrarán a las prevaricaciones, a la vergüenza de parecer discípulos míos, mientras me negarán también con acciones ocultas. —Porque habrá perezosos e hipócritas, Jesús se manifestará nuevamente para separar el buen grano del malo. —El que no esté conmigo estará en mi contra. Todo equívoco es una mentira; yo soy la verdad. —Nada teman, los sostendré y los guareceré y mi Espíritu mantendrá el lugar que ocupan ahora mi cuerpo y mi Espíritu en medio de ustedes.
—He aquí la hora cuya cercanía me llena de angustia, no por mí, sino por ustedes. Nunca, como ahora, los he amado. Hónrenme, cuando no esté ya entre ustedes, amándose los unos a los otros y perdonen a los que los hayan ofendido. —Permanezcan fieles a mi voz y adoren al Señor nuestro Padre, predicando en todas partes la paz y el amor. —No tomaré más de este jugo de uva con ustedes; mas cuando ustedes se reúnan en mi recuerdo, sentirán mi presencia en la alegría que se filtrará en vuestras almas, en la seguridad de vuestros Espíritus sobre todas las cosas. —Comprenderán mis palabras en la actividad del apostolado lo mismo que en el silencio de su recogimiento y lo que pidan para el servicio de Dios os lo acordaré. Más no debiliten sus conocimientos de las cosas espirituales, mezclándoles cosas de la Tierra. Nuestra alianza es a este precio, es decir, que deben despreciar lo que yo he despreciado y honrar lo que yo he honrado. —Los discípulos no son más que el maestro, enseñen pues mis doctrinas sin quitarles ni añadirles nada y refuten las dudas y los errores de manera de convencer a los incrédulos respecto de nuestra ciencia. Esta ciencia no los abandonará; el Espíritu beberá en el Espíritu, y, hasta el fin de los siglos, la gracia resplandecerá para los hombres de buena voluntad.
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—Mis queridos discípulos: mañana, tal vez, nos separemos. Ámenme como yo los he amado, y confundan a todos los hombres en su amor, en mi recuerdo. Les doy el mundo para conquistar y mi luz los guiará. Les prometo la gloria de Dios. —Los nombro mis sucesores y los bendigo. Que la paz sea con ustedes y con su Espíritu. Vengan a darme el beso de la despedida. Sus Apóstoles se arrojaron sobre él mientras que permanecía de pie y su semblante reflejaba una intensa emoción. Judas lo besó como todos. La práctica frecuente de la Santa Cena, después se transformó en eso tan extraño y tan absurdo que llamaron la comunión, en la cual se “come” la carne, o mejor dicho, el cuerpo de Jesús. Jesús dijo en más o menos esto Jesús durante la última cena: — Si este sentimiento hacia vuestro Mesías no viene a menos entre ustedes, nada habrá que pueda separarnos, puesto que seguirán siendo mi misma carne, mi misma sangre y mi misma alma.” Jesús lo que quiso decir es que sus apóstoles iban a ser sus representantes cuando él se hubiera ido. —Todo lo que hagan, háganlo en mi nombre, obren como si me encontrara visiblemente entre ustedes, por cuanto en verdad les digo que siempre entre ustedes estaré. —Una vez más los bendigo, queridos hermanos míos, hijos míos, amigos míos; oren mucho, pidan al Padre que les dé fuerzas, pues todo del Padre viene. Reúnanse también cuantas veces puedan en el recuerdo de esta Cena, que es mi despedida, y recuerden lo que ahora les digo, porque lo oirán repetido muchas veces por una voz interior, que será la mía.
Jesús repartió el pan entre todos, como era costumbre, e hizo que todos bebieran de una misma copa, queriendo significar la estrecha unión que quedaba establecida entre todos ellos.
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— Grato me será, por tanto, toda vez que repitan esta Cena en mi nombre, y yo ocuparé en toda ocasión éste mi mismo puesto en medio de ustedes, y aunque vuestros ojos no me vieran, me presentirán sus Espíritus. Esto sintetiza lo esencial de lo dicho por el Señor en esa noche y a ninguno de sus apóstoles se le ocurrió lo más remotamente el significado tan extraño que se le vino a dar con la institución de la eucaristía, que vendrían a representar el hecho material de tragar la carne y la sangre de Jesús, representados por la hostia y por el vino. No es mi intención criticar una fórmula del culto Católico, a la que se le da mucha importancia; solo que el Jesús no la instituyó, porque esta es la verdad.
JESUS ES APRESADO El jueves por la mañana Simón de Betania y Eleazar fueron a visitarlos. Su madre, las demás mujeres y sus tres hermanos mayores suplicaban que también los recibiera. Marta se quedó en Betania, debido a una enfermedad. Jesús encargó a Simón el cargo doloroso de preparar a sus amigos para el fatal desenlace y volvió sobre el tema de que el día estaba próximo, que sus horas estaban contadas. Jesús negó a todos el permiso de seguirlo a Getsemaní, porque necesitaba estar solo con sus discípulos. Tampoco quería que su madre y las mujeres compartieran los momentos tan duros y humillantes que le tocarían vivir.
—Ustedes son mi carne, son mi sangre, mi Espíritu está en ustedes y todas las potencias de la Tierra no conseguirán el predominio sobre su poder, que será Universal. —Si no recuerdan todas mis palabras, conserven su espíritu, escojan entre mi persona y el mundo, para no servir a dos dueños. —Aunque se separarán de mi doctrina por algún tiempo, más o menos largo, mi doctrina no se vendrá a menos, puesto que otros vendrán después que ustedes y repondrán lo que ustedes hubieran quitado y escucharán mi voz. Yo les diré todo lo que a ustedes les dije y Dios tendrá su Templo en toda la Tierra.
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—El mundo está poblado de hipócritas. Ellos hacen lo contrario de lo que se manda; otros honran públicamente lo que reniegan en el secreto de su conciencia; mis discípulos tendrán que proclamar la verdad y seguir la moral que ella encierra; a estos, yo los reconoceré. —El mundo está poblado de fanáticos, de supersticiosos y de incrédulos; mis discípulos tendrán que instruir a los ignorantes y convencer a los incrédulos con ejemplos de virtud y con la referencia de nuestra alianza, antes y después de la muerte corporal. —Favoreceré tan solo a aquellos cuyo Espíritu siga mi sendero y que compartan, desde el fondo de su alma, todos los infortunios. —Les concedo mi poder; pero si se volvieran infieles, yo se los retiraría, y mi luz sería retardada en el mundo, y el nombre de Dios será blasfemado, y la desolación, la confusión, el delito y la impiedad reinarán en todas partes. —Sean mis sustitutos, y no tan solo mis sucesores y digan: Somos su carne, su sangre, su Espíritu: Lo que nosotros hacemos en su memoria, el Señor lo ordena y lo cumple en nosotros. El paseo programado tenía que ser al caer el día. Todos parecían haberlo olvidado, inclusive el mismo Judas. Las conversaciones, las miradas y sonrisas de Jesús los llenaban de alegría y les habían hecho olvidar todo por un momento. Algunos salieron alegres con la esperanza de que los presentimientos de Jesús del día anterior no se vieran confirmados, mientras los otros estaban silenciosos y tristes. Jesús le pidió a Judas hacer el camino con él hasta el jardín de Getsemaní y se apoyó en su brazo. Hablaron de cosas superficiales durante los casi cuarenta minutos de caminata, después se sentó a la sombra de una higuera y sus Apóstoles se sentaron sobre diferentes montones de piedras. Judas se alejó. Jesús dirigía sus miradas distraídas hacia los bosques de olivos. Luego de un rato de descanso se levantó y llamó a Judas. Judas no contestó, ya no estaba.
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Entonces pronunció unas palabras acusadoras que no podían ser malentendidas de ninguna manera: —El que ustedes llaman está aquí cerca, él está por venir. Cuando lo vean la víctima será entregada al verdugo. Los gritos y las maldiciones de los Apóstoles se dejaron oír al mismo tiempo que se empezaba a escuchar el ruido del paso pesado de muchos hombres. Judas no apareció. Eran ocho soldados romanos y dos Sacerdotes; estos últimos señalaron a Jesús a la tropa armada y un soldado le puso las manos encima a Jesús. Pedro golpeó a este hombre y Jesús no se demoró en reprender a su Apóstol con estas palabras: —Estate quieto, amigo mío, la resistencia es inútil. Sin agachar la cabeza como culpables, conviene saber sufrir la ley humana con resignación. Juan lo rodeó con sus brazos, su tío Jaime imploraba a Dios de rodillas y su hermano salió corriendo hacia Jerusalén. Todos los demás quedaron paralizados, presa del terror. Mateo, Tomás, Alfeo, Jaime, el hermano de Juan, acompañaron a Jesús hasta la casa Caifás, el Sumo Sacerdote; Lebeo, Felipe, Judo y Simón hermano de Pedro, volvieron a Getsemaní.
Ya en casa de Caifás, se les hizo sentar a sus discípulos en un banco del patio y Jesús fue llevado a una sala muy grande, donde se encontraban reunidos Caifás, el Sumo Sacerdote Hannan, yerno de Caifás y una delegación del Sanedrín compuesta de veinte miembros. El Sumo Sacerdote procedió inmediatamente al interrogatorio: —Jesús de Nazaret, eres culpable de sedición, de profanación de maleficios y como tal se os condena a la pena de muerte. —Para obedecer a la ley que te castiga debemos oír tu defensa personal y facilitar tus confesiones mediante la exposición de las acusaciones que pesan sobre ti. He aquí el resultado de las testificaciones que hemos recogido.
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—El nazareno Jesús se asoció desde un principio a los factores de desorden, que tenía por propósito probado el de sublevar al pueblo en contra de las leyes del Estado. —A más el nazareno Jesús se ha pronunciado públicamente en contra del respeto debido a los poderes civiles. Se ha dicho reformador de la ley mosaica, mediador entre Dios y los hombres, Hijo de Dios, al fin. —Apoyado sobre este título monstruoso por su impiedad, el nazareno Jesús se convirtió en el ídolo de un pueblo ignorante al que anunciaba el pretendido Reino de Dios consiguiendo cautivarlo, de más en más, con la apariencia sobrenatural de sus actos y de sus predicciones. —Jesús de Nazaret, ¿osas sostener que eres Hijo de Dios? Te interrogo, contesta. El silencio de Jesús se demostraba provocador, su silencio continuó. —Y tus milagros, demuéstralos pues, —añadió el Sumo Sacerdote. —Di lo que puedas para atenuar tus delitos y demuestra la ciencia de que pretendes ser poseedor —siguió Hannan. —Si produces un milagro —siguió Caifás— nosotros creeremos en ti y proclamaremos tu filiación divina. Jesús levantó la cabeza, miró a sus jueces y les mostró una sonrisa de desprecio.Muchos gritaron: —¡Nos provoca, no hace caso de la Justicia de Dios, merece el suplicio destinado a los más grandes delincuentes, a los más endurecidos malhechores! Se ordenó a los soldados que se lo llevaran. Los soldados de guardia, que estaban en el patio donde estaban sus apóstoles se habían puesto a jugar y parecían haberlo olvidado. —¿Ustedes acompañan al condenado?” —preguntó alguien a Pedro.
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—No conozco a ese hombre —contestó el Apóstol. Juan y su hermano parecían haberse hecho amigos con una persona que les aconsejaba que se vayan para no comprometerse. Ellos siguieron el consejo. El tío Jaime honró su juramento de morir antes de negar su alianza con Jesús. Marcos, Alfeo y Tomás, alentados por este acto de coraje y lealtad de Jaime, aceptaron que eran sus discípulos y añadieron que no lo abandonarían. Pedro y los dos hijos de Salomé, que eran los que más habían demostrado siempre su amor por Jesús, no fueron lo suficientemente fuertes para pasar esta prueba. Los soldados a su cargo estaban bebiendo y divirtiéndose haciendo de Jesús objeto de sus burlas y groserías. Cuando amaneció muchos estaban dormidos y otros se habían puesto a beber nuevamente y querían obligarlo a que bebiera con ellos. Le amarraron las manos y lo llevaron donde el procurador romano. La arquitectura del Pretorio, o cuartel general de la armada romana, era del estilo griego, con sus columnas cargadas de adornos y bloques de piedra que simulaban balcones en todas las ventanas. El Pretorio ocupaba un espacio bastante extenso. Una sala abierta para todo el mundo, para poder reunirse y conversar mientras llegaba el momento de comparecer por algún asunto contencioso o delito, por sí mismo o por un representante. Los juicios civiles eran confirmados o reformados por la alta magistratura civil que se pronunciaba, resolviendo con fallo definitivo. Cualquier castigo físico y la pena de muerte, independientemente de la religión del condenado y la autoridad que hubiera propuesto el castigo, debían ser aprobados por el delegado de la soberanía imperial romana o procurador, en este caso Poncio Pilato. Poncio Pilato tenía cuarenta y dos años. Era un hombre muy recto, débil de carácter, dulce y simpático; pero ambicioso y siempre dispuesto a
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sacrificar sus convicciones para conservar el puesto, lo que se había hecho difícil debido a los problemas que se suscitaban a diario. Poncio detestaba a los judíos; pero no quería confrontarlos muy abiertamente, porque ya había sido señalado en algunas comunicaciones por el Sumo Sacerdote Hannan como un enemigo sistemático de las formas religiosas y de las disputas teológicas, cuestiones que, según decían las comunicaciones, no le correspondían al procurador.
Apenas Poncio vio a Jesús, se pasó la mano por la frente y en seguida hizo las preguntas acostumbradas, a las que Jesús contestó sencillamente y sin alterarse. —¿Quién es este hombre y qué delito ha cometido? —preguntó Poncio, dirigiéndose a un personaje, cuya tarea parecía ser la de acusar a Jesús y la de demostrar las razones. —Jesús de Nazaret —contestó el interpelado dirigiéndose a la multitud— es un revolucionario, un renegado, un fabricante de milagros. Comprometió la seguridad pública y se erigió en poder divino. Este sobornador e impostor ha sido juzgado por derecho sagrado. Este supuesto demostrador de las libertades humanas, que se autoproclama superior a todos los hombres, es un devastador de las leyes sociales, pues predicando la igualdad desmoraliza a las clases pobres se ahora se encuentra bajo juicio ante el representante del emperador Tiberio. Este Jesús, el Hijo de Dios, no será lapidado como impío, pues es culpable ante Dios y ante el emperador, sufrirá más bien el suplicio de la cruz, Nosotros apelaremos ante el pueblo si fuese necesario.
Poncio quedó estupefacto ante tanta audacia. Ni siquiera le estaban pidiendo su opinión antes de apelar al pueblo. Este pueblo que tenía la autoridad de un juez supremo gritaba desaforado. —¡Qué se le crucifique! —gritó la masa enardecida. —Se ha llamado Dios y Rey; ha hecho alarde de destruir el Templo y de reedificarlo en tres días.
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Poncio ya había señalado que el título de Rey le parecía un término que solo afectaba a los Judíos, con lo que pretendía eludir la responsabilidad y peligro que este título representaba para el imperio romano.
—Y bien, si es nuestro Rey pongámosle un cetro y saludémoslo al mismo tiempo Rey de los Judíos e Hijo de Dios. Dinos, pues, Hijo de Dios, hubiese sido por lo menos necesario esconder a tu madre, tus hermanos y hermanas. ¡Ah! ¡Ya te daremos reinado, hasta tu entrada en el reino de tu Padre, doble Rey, doble impostor! Poncio estaba desesperado pues todos sus esfuerzos resultaban inútiles ante la furia del pueblo. Luego dio la orden para que le desataran las manos y anunció que lo iba a interrogar a solas. Entraron ambos a una habitación amoblada y con todas las salidas cerradas. Poncio cerró la puerta por dentro e invitó amablemente a sentarse a Jesús, indicándole que allí no había más que dos hombres; uno que le preguntaba al otro los motivos que lo llevan a buscar la muerte, atacando la ley mosaica, y a persistir en el propósito de morir, puesto que había desaprovechado las oportunidades que tuvo de huir de sus enemigos. Jesús explicó a Poncio sus inspiraciones de niño, sus estudios de hombre, sus alianzas, sus esperanzas; le hizo a grandes rasgos un extracto de su doctrina, de las relaciones entre los mundos y los Espíritus, y presentó la muerte infame que le esperaba, como el glorioso coronamiento de sus honores como Mesías. —¿Y si yo consiguiera salvarte?, interrumpió Poncio. — No lo intentes —le contestó— tú mismo te verías arrastrado por el huracán popular, escucha… Poncio sonrió. Consiente en vivir retirado — dijo, — ganaré tiempo y emplearé la fuerza. —Por otra parte —añadió Poncio— he tenido un sueño anoche respecto de ti y siento que una pesada responsabilidad me incumbe en el presente y para el porvenir. Estos sacerdotes que quieren tu perdición me
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despreciarán por haber tenido miedo de ellos; este pueblo se arrepentirá y la posteridad me acusará, cuando menos, de debilidad. — La posteridad —gritó Jesús— sabrá que tú me has ofrecido la vida y que yo quise morir. Para mí la muerte es una aureola: para mí la vida sería una deserción, una cobardía, una caída irreparable. Jesús se levantó, indicando él mismo el fin de la entrevista, y agregó: —Desde la Casa de mi Padre, en la que estoy por entrar, te bendeciré, porque has comprendido la verdad y la has defendido con coraje. Volvieron al mismo sitio donde habían estado hacía una hora. La muchedumbre era más compacta y la gritería se tornaba amenazante hacia Pilato, reclamándole que le entreguen inmediatamente a Jesús. Cuando hubo un poco de silencio, Poncio pronunció estas palabras: — Este hombre cuya muerte ustedes piden es un justo. No tendrán de mí un decreto afirmativo en nombre del emperador. La sangre inocente que están por derramar caiga sobre ustedes; me lavo las manos por todo lo que sucederá. Y Poncio Pilato se hizo derramar agua sobre sus manos en presencia del pueblo que redobló sus gritos. Poncio volvió a entrar en sus aposentos. De acuerdo a la costumbre, la persona encargada de dirigir los preparativos de las ejecuciones preguntó al pueblo que a quién de los cuatro delincuentes que iban a ejecutar ese día querían que se indultara.
—No a nuestro rey —exclamó la multitud— libertad a aquel entre los tres restantes que más te plazca. Como entre esos tres se encontraba un ladrón, asesino de los más peligrosos y perfectamente conocido, tuvieron la idea de oponerlo a Jesús; para despertar, si aún existía en ese pueblo, algún sentimiento de justicia.
¿Qué creen? ¡El pueblo condenó a Jesús una vez más aún! Desde ese momento se convirtió en el juguete de una multitud insensata y los
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soldados, encargados de su custodia, se unieron al populacho. Le colocaron una corona de espinas sobre su cabeza y sobre sus hombros una manta de color escarlata, y todos se inclinaban delante de él diciendo: “Te saludo, Rey de los Judíos”. Muchos lo golpearon, uno le escupió en la cara. Al cabo de dos horas de diversiones crueles y enfermas se le desnudó y sobre su cuerpo, completamente desnudo se le aplicó la tortura de la flagelación. La flagelación consiste en golpear fuertemente el cuerpo con flagelos, que suelen ser látigos, correas, cuerdas o varas. El número de golpes aplicados a la víctima es a voluntad del golpeador. La forma más atroz de flagelación se practica sobre la piel desnuda, golpeándola hasta destrozarla y hacerla sangrar. Al mediodía llegaron al Gólgota. Jesús ya no tenía fuerzas y no había podido cargar su cruz, que era un tronco de árbol, dividido y ajustado en forma de cruz. Apenas podía pararse, mientras que su cuerpo desnudo era expuesto a las burlas más bajas de la más asquerosa plebe. Sus pensamientos sobre la cruz se dirigieron al principio hacia sus verdugos y gritó: —¡Perdónales Padre mío, porque no saben lo que hacen! Luego débil dijo: —Padre mío: ¿Por qué me has abandonado? El recuerdo de sus amigos y su confianza en sus promesas lo consolaban en la cruz. Veía desde ahí a sus santas compañeras y su madre protegida y sostenida en medio de ellas, a Jaime, el digno hermano de la heroica María, a Marcos, a Pedro, a los dos hijos de Salomé. Bendijo a los arrepentidos y, más que nunca, creyó en la inquebrantable fidelidad futura de todos. Los insultos no paraban y alguien colocó sobre su cabeza cruz un escrito que decía: ¡He aquí al Rey de los judíos!
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Los otros dos delincuentes sufrían a su lado su mismo suplicio; pero contrariamente a lo que se dice, ellos no lo insultaron. Los soldados que lo habían crucificado se repartían sus ropas y se burlaban de Jesús diciendo: —Baja de la cruz y creeremos en tu divinidad. —Llama a tu Padre para que venga a libertarte y pronuncia nuestra condena haciéndonos morir antes que tú. Sus ojos se nublaron y se durmió en las tinieblas humanas para despertarse en el seno de las luminosidades divinas. Eran recién las tres de la tarde. A continuación conozcamos la felicidad de Jesús después de su muerte física. Estas palabras demostrarán su personalidad, afirmarán su identidad, contarán sobre sus debilidades, sus sufrimientos, sus horas dulces, sus relámpagos entre las sombras de la naturaleza humana y su martirio sobre la cruz. Son sus palabras y la pura verdad: —El desarrollo de la voluntad es la base de todo progreso y, más aún, de todo apostolado; pero es necesario darse verdadera cuenta de lo que tal desarrollo significa y de lo que realmente debemos entenderse por voluntad. —La muerte del cuerpo produce el aniquilamiento de la facultad pensante y el relanzamiento del alma. La materia duerme para siempre, el alma y el Espíritu duermen durante un tiempo determinado. El alma y el Espíritu de Jesús durmieron durante algunas horas. Cuando su alma y espíritu despertaron ya se habían borrado las terribles escenas de su martirio y la seguridad de su felicidad le vino de sus recuerdos. Jesús ya se había olvidado de su pasado reciente, pero recordaba cada una de las promesas que había hecho en su vida. Ya nada percibía de las torturas humanas a las que fue sometido y su alma parecía volver a un
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hermoso sueño al mismo tiempo que su Espíritu buscaba entender el movimiento que se producía a su derredor. Poco a poco el sentimiento de su propia fuerza se mezcló con sus deseos y manifestó su presencia con una invocación de pocas palabras: —¡Padre mío! Y muchas voces le contestaron: —¡Dios te ama y te bendice! Muchas caras se inclinaron delante de él, las reconoció y les sonrió… Y la luz que ahí había se volvió muy intensa. Espíritus de todas partes se reunían; la armonía de los colores y de los sonidos inundó el alma de Jesús en un éxtasis divino y su Espíritu vio claramente las conquistas de su inteligencia, llegando a poseer la fuerza espiritual libre de las debilidades del cuerpo.
LA RESURECCION DE JESUS
La primera reacción de los Apóstoles fue de terror e instintivamente parecían quererse escabullir entre la multitud. Estaban pasando por una muy dura prueba. Pedro tenía mucha pena y vergüenza por su cobardía. José de Arimatea, Alfeo, Marcos y Tomás en la noche terrible previa a la crucifixión, habían dado una prueba de valor muy superior a la de todos.
En el momento de su muerte estuvieron a su lado su madre María, a pocos metros, José de Arimatea, Jaime y Juan, hijos de Zebedeo, Jaime el hermano de María, Marcos, Alfeo, y Pedro, quienes fueron los que se acercaron primero al cuerpo sin vida de Jesús y bajaron el cuerpo de la cruz. Las mujeres se quedaron velándolo, mientras los hombres preparaban su entierro. Según la costumbre de entonces, se le depositó en el sepulcro de José de Arimatea. La oscuridad los ganó y las mujeres quedaron en regresar al día siguiente para efectuar el entierro como correspondía para rodear al cuerpo de Jesús de los debidos cuidados y de todos los piadosos detalles propios del caso.
En un principio los invadió el temor de que el cadáver pudiera ser profanado por los enemigos de Jesús. Pero se tranquilizaron al ver que todo el mundo se había ido, cansados de vociferar y ensañarse con su víctima, silenciosa e inofensiva. A Pedro se le ocurrió que tenía que ocultar el cadáver para que sus enemigos no se apoderaran de él e hicieran burla de su muerte. Pero pensó que tenía que hacerlo solo, nadie se podía enterar porque si no tarde o temprano la noticia que sus discípulos se lo habían llevado su iba 107
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a llegar a saber. El secreto no se hubiera podido mantener entre tantas personas, además que en algún momento alguien lo podría sorprender merodeando por el nuevo sepulcro. No podía confiar en nadie para esta misión. Preocupado de cómo iba a llevar a cabo esta tarea solo, Pedro regresa al sepulcro el sábado, ya entrada la noche para llevarse el cadáver y esconderlo en algún otro sepulcro, quizá escondiéndolo debajo de otro cuerpo. Cuando estaba por llegar siente unos pasos, otra persona se estaba acercando también al sepulcro de Jesús. Se detuvo y se percató de una silueta que llegaba, parecía José de Arimatea y se animó a llamarlo por su nombre. José se sorprendió y asustó, ¡lo habían descubierto! Al reconocerse ambos se aliviaron y conversaron sobre el motivo que los había llevado al mismo sitio, a la misma hora y a escondidas. La reflexión que ambos habían hecho era la misma. Divina providencia porque la tarea llevada a cabo por ambos fue durísima, para una persona sola hubiera sido prácticamente imposible. En esa época, como en la mayoría de épocas y lugares, los restos de las personas eran respetados. Si en este caso los restos de Jesús hubieran sido profanados, su vida, recuerdos e imagen hubieran sido motivo de burla y deshonor. Luego de asimilada la sorpresa, Pedro y José discutieron y se pusieron de acuerdo en qué debían hacer con el cadáver. José no estuvo de acuerdo con el sepulcro que proponía Pedro por parecerle muy cerca y además que no le parecía sensato colocarlo en una sepultura ajena porque alguien se daría cuenta en un siguiente entierro. Le propuso otro más distante, más humilde y también abandonado para no despertar sospechas.
Cuando llegaron al sepulcro de Arimatea donde estaba Jesús, levantaron la gran piedra que lo cerraba, haciendo palanca con sus bastones. Le quitaron la sábana sucia y ensangrentada en la que estaba envuelto, así como un pedazo de lienzo también ensangrentado, que le rodeaba la cabeza y lo envolvieron enteramente con una sábana grande que José había llevado.
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Apresurados cargaron el cuerpo entre los dos y salieron muy rápido, olvidando cerrar el sepulcro nuevamente. Costó mucho trabajo llevar el cuerpo en medio de la oscuridad y por senderos inclinados y tortuosos, pero llegaron al fin y lograron esconder el cuerpo un poco antes del amanecer. Decidieron regresar por diferentes caminos en caso se encontraran con alguien que pudiera reconocerlos, José hacia Jerusalén y Pedro hacia Getsemaní donde se estaba alojando. La tranquilidad de haber completado la misión y haber logrado poner a salvo el valioso tesoro se perturbó con la idea de espanto y dolor que causaría a las mujeres y discípulos al día siguiente cuando no encontrasen a Jesús… ¿con qué derecho se habían apropiado de lo que les pertenecía a todos? ¿Un buen propósito podía justificar semejante despojo, hecho a los más legítimos sentimientos de toda la comunidad?
Pedro llegó temprano en la mañana y cayó rendido de agotamiento, después de la ardua tarea, además de los dos días anteriores, duros y largos, cuando al poco tiempo se le acercaron Juan y las dos Marías gritando: —¡Jesús ha resucitado según estaba anunciado! —He aquí, añadió Juan, que las mujeres acaban de encontrar el sepulcro abierto y solo, la sábana que envolvía su cuerpo y la toalla que rodeaba la cabeza han quedado allí puestos de lado. Del sueño profundo en que se encontraba Pedro pasó a un aturdimiento que fue interpretado como un efecto natural de la sorpresa por tan extraordinario acontecimiento. Juan tomó la mano de Pedro y salieron corriendo detrás de las dos Marías y de todos los que estaban alojados ahí.
Cuando llegaron al sepulcro hubo mucha confusión y sentimientos encontrados en torno al acontecimiento. Unos estaban maravillados creyendo en la resurrección del cuerpo de Jesús mientras otros estaban temerosos que su cadáver hubiese sido robado. Pedro se arrodilló y oró sin decir nada, lo que fue imitado por todos los demás. Sólo Juan seguía diciendo que Jesús había resucitado según su
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promesa, que nunca hizo. La historia de que Jesús resucitaría al tercer día había sido invento de su carácter novelesco y exagerado. Lo que sí muchas veces había asegurado fue que su presencia después de muerto, se les manifestaría constantemente, con la finalidad de guiarlos con su influencia. A Pedro sobre todo, le había hecho prometer muchas veces que jamás dejaría de poner en práctica sus intuiciones. Jesús demostraba con ello el perfecto conocimiento de sus condiciones futuras como Espíritu, lo cual es prueba de la excepcional elevación de ese Ser tan superior, como jamás ha habido otro sobre la Tierra.
Jesús había utilizado muchas veces la palabra resurrección, pero con estas palabras: “Muy pronto, después de mi muerte, resucitaré en medio de ustedes, para darles prueba evidente de mi presencia a su lado, pero tengan por seguro, y no lo olviden que aunque invisible, siempre acudiré a su llamado y que, cada vez que me recuerden, en medio de ustedes estaré. Aunque sus ojos no me vean, ni me palpen sus manos, me presentirán sus corazones y me oirán sus conciencias, porque la carne sólo por la carne es vista, el Espíritu por el Espíritu.” Lo cierto es que, poco a poco, a medida que los Apóstoles se fueron convenciendo que no existía ningún interés por el cuerpo de Jesús de parte de sus enemigos, fueron aceptando la posibilidad de la resurrección, posibilidad que terminó por convertirse en un dogma, aunque en realidad esto sucedió cuando ningún testigo existía ya de ese tiempo.
La noche siguiente de la hazaña de Pedro y José, Pedro se fue a acostar y se arrodilló a orar apoyado en una silla. Se quedó dormido cuando en sueños ve a Jesús, bajando de lo alto de la habitación en su dirección. Mostraba un semblante cariñoso y risueño, con una expresión de benevolencia, realmente angelical. En el sueño Pedro cae de rodillas diciendo: —Señor ¿por qué me buscas?
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Se acercó a él, sin mover las piernas, como si se deslizara cerca del suelo, y levantando las dos manos, como para bendecirlo, mostró las heridas de los clavos, viéndose también las de los pies. —No temas, Pedro, dijo… ¿tan débil es ya tu recuerdo del Mesías, de tu Señor? —¡Señor! Señor! Tú sabes cuánto te amo, perdona, pues, mis debilidades e ignorancia que me hicieron callar respecto de tu resurrección.
—¿Aun viéndome, dudas, Pedro, todavía? Heme aquí con mis heridas ensangrentadas, tócame, pues, que es mi cuerpo y creerás. Pedro estiró los brazos, aceptando la invitación, para cerciorarse de la verdad, mas se despertó de un golpe brusco, habiendo perdido el equilibrio por algún movimiento durante el sueño, yendo a dar de boca en contra del suelo, aunque no muy fuerte debido a que estaba de rodillas y apoyado en la silla. Pedro jamás había tenido un sueño tan lúcido, y, despierto ya, recordaba con mayor claridad la impresión del Maestro, inconfundible. Tampoco es cierta la visión de Magdalena, que la tradición nos ha hecho llegar. Sin embargo, sí se afirma que, después de algunos días, se hicieron muy frecuentes las apariciones del Jesús en medio de sus Apóstoles y que en dos o tres ocasiones llegó a hacerse visible para todos, durante sus oraciones en común. Es posible que su fe y entusiasmo puedan haberlos engañado más de una vez, pero seguramente algunas de estas experiencias fueron muy reales. De lo que no cabe duda es que estas experiencias los alentaron al cumplimiento de su misión. NACE EL CRISTIANISMO Luego de la muerte de Jesús nace el Cristianismo en la Judea, basada en la doctrina que Jesús había enseñado pero sin la capacidad de desligarse de las leyes judías y con poca capacidad de trascender como Jesús lo había planeado.
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Pero Jesucristo tenía sus recursos y decide aplicar el plan B para evitar que todo lo actuado y soñado quede en el olvido como cualquier otro movimiento o secta de los miles que han existido en la historia. Para eso se sirve de Pablo, el apóstol de Jesucristo que nunca lo conoció y que sin él la doctrina de Jesús no hubiera trascendido como lo hizo. Pablo era una persona que tuvo la habilidad de canalizar a Jesús y fue el receptor e instrumento que usó el maestro para dirigir el desarrollo de su iglesia. Pablo estableció su iglesia en occidente mientras Pedro hacía lo propio en oriente. La iglesia de occidente se presentaba más renovadora y revolucionaria, mientras que la de oriente funcionaba sometida a las leyes judías, por lo que se hallaba estancada. Pablo hizo varias visitas al oriente para entrevistarse con Pedro y los apóstoles para que le contaran sobre Jesús, lo cual no les agradaba para nada, pues ¿qué pretendía este señor? ¿Dirigir la Iglesia Católica sin siquiera haber conocido ni escuchado en persona a su fundador? Tanta fue su insistencia y trabajo político y diplomático que no sólo acabaron aceptando su amistad y posición dentro de la nueva iglesia sino que se convirtió en el líder espiritual de ellos y de todos los cristianos de esa época. Si la religión cristiana trascendió como lo quiso el Mesías fue definitivamente gracias a San Pablo. San Pablo dijo a Pedro y a los apóstoles: — Yo, Pablo, Apóstol de Jesucristo, no por los hombres designado, sino por el mismo Mesías estatuído, en verdad os digo, y en su nombre os lo reitero, que una sola ha de ser su Iglesia, no de Pedro, ni de Juan, ni de Pablo, sino del mismo Jesús que es el único y verdadero Mesías que vino a redimir al mundo con su luz y con el brillo que ella sacó de su martirio. —Levantemos, pues, las antorchas que Él ha puesto en nuestras manos, para disipar las tinieblas que envuelven al mundo, llevando a todas partes sus enseñanzas y su ejemplo, antes de fomentar el peligro de la desunión entre sus secuaces con desconfianzas infundadas y con ideas de un
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judaísmo estrecho, cuando de la samaritana bebió agua Jesús y cuando él mismo tan lejos llevó de Jerusalén sus enseñanzas. Así fue que la desconfianza que le tenían a Pablo se convirtió en un profundo respeto. Desde ese momento se reconoció su autoridad, sin dejar de sentir cierta molestia por su condición de un casi Apóstol, que no había sido presentado por el Maestro. La diferencia fundamental y más controversial de estas dos corrientes era cómo deberían enfrentar las enseñanzas en base a la teoría de las reencarnaciones, de la infinidad de mundos habitados y del progreso, como ley primordial del Universo. Jesús les decía: —Preparen primero con mucho tino el terreno, para la comprensión de estas verdades y después procuren inculcarlas paulatinamente en el pueblo; háganlo con mucha prudencia, sobre todo al principio, pero también con mucha constancia. Esto constituye la verdad más grande del Universo y sin su comprensión nada podrá explicarse al hombre e incomprensible le resultará toda idea referente a la Divina Justicia, base de la moral y eje sobre el que deben girar las instituciones humanas, civiles y religiosas, puesto que vuestra justicia debe ser un derivado de la Divina Justicia. FINAL Espero que esta historia te haya llegado al corazón y que te haya permitido conocer un poco más de cerca a ese hombre superior que vino a la tierra a entregarnos todo lo que tenía para darnos, incluyendo su vida.
Hemos visto cómo Él fue haciendo su camino, en contra de todo lo establecido, debido a su fe en sus creencias, utilizando y valiéndose de todo lo que tenía alrededor: sus instintos, su inteligencia, su fuerza, su elocuencia, su personalidad, su simpatía, sus amistades, sus seguidores, sus enemigos. Lo más impresionante de este hombre es todo, pero no deja de admirar la resolución con la que se acerca a su muerte, porque si quería trascender
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debía morir por sus ideales y por el de todos los nuestros. Muchos murieron en la cruz en esas épocas, pero Jesús fue el único que marchó hacia ella. El mensaje que nos dejó no es difícil de entender, porque no podía enseñar en esa época ni teología ni filosofía rebuscada a sus oyentes. Tampoco ahora, no es necesario complicar las cosas con temas que no podemos ni nos sirve entender. El mensaje más claro, entendible y practicable por todos, encierra toda la sabiduría, inteligencia y divinidad de lo que vino a enseñar. Lo vuelvo a repetir por si no quedó claro: “Ama a Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo; éstos son los profetas y los mandamientos”.