Papel Literario en homenaje a Caracas

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el nacional CARACAS 4 de agosto de 2013

446 aniversario de Santiago de León de Caracas Pablo Antillano

Caracas invisible La idea metafórica de una ciudad invisible puede comprenderse a partir de aquel comentario que una vez le hizo José Ignacio Cabrujas a Milagros Socorro cuando le hablaba de su niñez en Catia: “Yo transcurría por todos esos paisajes atormentado, no podía decir que era bello, no sería honesto conmigo mismo, o no lo sería con aquel niño que cruzaba el paisaje sin notarlo”. Se entiende que un niño de 12 o 13 años, inocente, que descubre el mundo viéndose a sí mismo y tratando de entender sus relaciones con los demás, no suele ver el paisaje que le rodea. No tiene aún, ese niño, una idea de “la ciudad”. Pasa lo mismo a los poetas que, ensimismados, sólo ven lo que está adentro. Es lo mismo que le pasaba aVicente Gerbasi en aquellas selvas de Canoabo que atravesaba en un burrito negro desde que era muy pequeño. Es después, muchos años después, con nostalgia, cuando Gerbasi lo nota y habla entonces de su cabalgadura y dice:“Para mi ese burrito era esa bella bicicleta, esa bella moto”. De la misma manera que, después de su viaje a Florencia, descubre que cuando vio por primera vez a Puerto Cabello le pareció “una ciudad más bella que Roma, más bella que París, más bella que Londres, más bella que Nueva York”. Esa ciudad, naturalmente invisible a la visión de un niño o de un hombre ensimismado, también puede serlo para un grupo de ciudadanos cuya mirada es interferida o enceguecida por el condicionamiento ideológico como diría Rodolfo Izaguirre. Nuestro perceptivo crítico y amoroso cronista ha sostenido en diversas ocasiones, por ejemplo, que el cine venezolano, tanto el de ficción como el documental, ha sido incapaz de “ver” a la ciudad. Ha sostenido Izaguirre que en nuestro cine “la ciudad es apenas una simple referencia, una locación, es decir, un accidente geográfico o un simple decorado para que los jóvenes delincuentes de las barriadas marginales cometan sus fechorías”. Su idea se expresa contundentemente cuando escribe: “Insensible y ajeno a ella, así se comporta; así pasa y trata el cine a la ciudad. El peso ideológico que, por lo general, marcó al cine venezolano a partir de los años sesenta impidió al cineasta una mirada hacia el universo secreto, interior y al alma no sólo de sus personajes sino de la ciudad y del propio país”.

La ciudad muda Desde otros ámbitos, algunos

“La ciudad y el verde”, por Graziano Gasparini PÁG. 5

Grisel Arveláez reseña la exposición Luces y penumbras, de Ángel Hurtado PÁG. 8

Caracas: ver o no ver

Caracas resulta invisible y muda para una buena parte de sus habitantes. De la ciudad hablan sólo los viejos, y con nostalgia; también la observan y hablan de ella con interés los que no son de Caracas, y también algunos apasionados, que se ganan la vida con el tema. Esas son las premisas de esta nota que se suma, con conciencia de sus límites, al homenaje que los caraqueños rinden, en estos días, a la capital, con motivo de su aniversario

jóvenes intelectuales, dotados con los instrumentos modernos del análisis semiológico y la reflexión filosófica, vienen señalando una suerte de mudez, de silencio crónico, que se cierne sobre los sistemas de representación de la ciudad. Parecen decir que no se trata solo de la mirada de sus habitantes, sino que la ciudad tiene dificultades para mostrarse. Colette Capriles, por ejemplo, siguiendo a Barthes o a Jean Pierre Vernant, que no ven a la ciudad como un espacio físico sino como un espacio discursivo, comparte la idea de que: “La ciudad es una retórica –un sistema de significación– porque el ciudadano es aquel que habla”. Retoma el concepto clásico que define la polis a partir de la ciudadanía y cita a Foucault para establecer que la ciudad –con sus dispositivos, mecanismos y procedimientos– es la fábrica moderna del ciudadano. Y es desde esa perspectiva que señala: “El caraqueño navega entonces entre los despojos de los sucesivos naufragios de los

intentos modernizadores, que tienen en común la misma estrategia: creer, con toda ingenuidad –o tal vez, con toda perversidad, porque hay un goce profundo en todo estos–, que una ciudad se construye con ladrillos y concreto, y no con usos y costumbres”. Tras inventariar el fracaso de esos numerosos proyectos modernizadores y diagnosticar a la ciudad como un espacio desarticulado y fragmentario, carente de protocolos y ritos para organizar su tiempo y su espacio, propone: “A mí se me ocurre que a Caracas lo que hay que hacerle es semantizarla (sic), es decir, reconocerla o marcarla en el campo de la palabra”. En perfecta sintonía con esta idea, expresada por Capriles hace unos diez años, el arquitecto Federico Vegas encuentra que el Helicoide de la Roca Tarpeya es nuestra Torre de Babel, un proyecto modernizador que no encuentra su significado, y escribe en Prodavinci: “Por décadas los arquitectos le han rendido culto a su destino

Director Nelson Rivera Investigación, Coordinación Editorial Diajanida Hernández Diseño y diagramación Iván Zambrano Correo electrónico papelliterario@el-nacional.com / @papeliterario

errante, proponiendo siempre rematarla con un uso distinto a lo imaginado por los arquitectos precedentes. Se ha tratado de hacer comercios, oficinas, museos, ministerios, cuarteles, y –la mejor propuesta– un cementerio. Hoy es famosa como una prisión inexplicable, indescriptible”.

La montaña sustituye a la ciudad En la misma ruta conceptual parece navegar el pensamiento de otro joven crítico de arte, Luis Pérez Oramas, cuando nos hace ver que El Ávila es, a fin de cuentas, la figura principal de la pintura de la ciudad y, por tanto, también su emblema. La pintura de la ciudad, la de relatos y anécdotas, la de los encuentros humanos, ha cedido el paso al vasto silencio de la montaña. Para dar cuenta cabal de esta curiosa transferencia simbólica entre la montaña y la ciudad, escribe Pérez Oramas: “allí, en su mole inhabitada de abras y vertientes, oblicuas y ángulos, la-

Nicola Roco / Imagen del libro Caracas cenital

deras y quebradas los pintores han producido la cifra simbólica de una ciudad irreductible a la representación, resistente a la imagen, testaruda al arte. Y la ciudad encontraría entonces, en el Ávila, a su símbolo escarpado, a su margen, a lo que no siendo ciudad paradójicamente puede al fin representarla”. Ambos ensayistas diagnostican representación imposible. Para Colette Capriles se trata de “El silencio de la ciudad”, para Luis Pérez Oramas es “La vasta soledad”, ambos ensayos fueron publicados en el número 50 de la Revista Bigott. Pero entonces, ¿si los demasiado jóvenes o los ensimismados no suelen ver el paisaje que les rodea?, ¿si los prejuicios y la ideología empañaron los lentes de los cineastas?, ¿si la gente estudiosa detecta dificultades en la semantización y en la representación simbólica de Caracas?, ¿quiénes entonces, y cómo, han estado mirando a la ciudad? sigue en pág. 4


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el nacional domingo 4 de agosto de 2013

Luzdemesa Nelson Rivera

Nadie conoce la ciudad, porque la ciudad siempre desborda, escapa y muta. O se disfraza de tarde de domingo. O se entristece como un hombre viudo. O simula durante algunas horas una vocación de civilidad. O se llena de cicatrices. O abre sus fauces. O se aleja y se disuelve en sus proximidades (la periferia de cada ciudad es un escondrijo, un reducto de ocultamiento, un modo de desaparecer para siempre). O permite que se levante un altar en forma de café o de plaza. O es capaz de producir un ruido tan ensordecedor, que ya ni siquiera se le puede mirar al paso, porque la sonoridad del caos ocupa el aire y reniega del paisaje. La ciudad tiene una secreta potencia: resiste a la

William Niño Araque mirada del hombre. Ella es más de lo que el hombre puede ver. La ciudad es lo inabarcable. No se la puede conocer, menos todavía re-conocer. Hay quienes insisten. De hecho, la ciudad cobija a dos clases de personas: los indiferentes (los que circulan envueltos revestidos de teflón) y los que persisten. Los tozudos que la miran, mientras ella se sustrae. Nada hay tan veloz y tan dispuesto a su metamorfosis. Basta un parpadeo para que ella sea otra cosa. Entonces la mirada se empeña en fijarla.

Elcielodeesmalte

“Caracas no existe” Yo no juzgo a Caracas eterna como el agua y el aire Habrá que preguntarle a las palomas de la plaza

[Bolívar

a los facundos limpiabotas de las torres de El Silencio a los taxistas acalorados en las cabinas de los Dodge

[Darts

a los buhoneros, a los prósperos diputados que salen [del Capitolio al mediodía

rumbo a los restoranes, a las amas de casa que regresan

pensada. No sólo la mirada, también el pensamiento se ve en el trámite de perseguirla. El libro de los pasajes, de Walter Benjamin, podría ser el más voluminoso e imponente documento que haya producido escritor alguno, en el intento inacabado de capturar una poética de la ciudad. Desde su primera línea, La vida instrucciones de uso, la urbe-novela de George Perec, el lector sabe que algo en ella terminará sin consumirse. En los textos de Joseph Brodsky o de Predrag Matvejevic sobre

Venecia, lo que alcanza a entreverse, queda sumergido para siempre, imposible. La ciudad no admite medianías. Se escribe sobre la ciudad desde pasiones extremas: o porque se la odia (lo que es legítimo), porque se la teme (el terror a la ciudad crece en el planeta) o porque se la ama. Se la ama, con amor irremediable, como William Niño Araque amó a Caracas. William no tenía elección: no conocía el odio. Y frente al miedo, sonreía (quizás por eso estaba siempre a

punto de sonreír). Y desde ese punto de la impotencia, soñó a Caracas sin esperar ninguna respuesta, ninguna correspondencia. Como quien mete un pensamiento en una botella y la lanza al mar. Y es por eso que su ausencia es tan notoria: porque William sabía que Caracas hace mucho tiempo que desapareció. Se fue la ciudad y nos dejó un cerro y nos dejó la voz de un hombre: William Niño Araque, un amante ignorado, testigo único de su huida, de su desafección. s

Falsocuaderno

Ciudad imaginaria

Pero esto no es posible: en un instante la ciudad se ha alejado, se ha convertido en otra (el tempo real de la ciudad es el nanosegundo). Ha tomado varios caminos a un mismo tiempo. O se ha partido (la idea es de Jean-Luc Nancy). O se ha transformado en una imagen del pasado. Por eso es que los expertos en la ciudad son señores de color sepia. Profesionales de la nostalgia. De una ciudad que alguna fue fijada, retratada. Puesto que no se la puede conocer, tampoco admite ser

[de las compras

y han oído en la radio noticia tremendistas Habrá que preguntarles si Caracas es una ciudad o

[sólo paisaje

La puesta en escena del mejor romanticismo donde sultanes, odaliscas, turbantes, rubíes juegan bajo los techos de un harem extravagante metido a mil metros de altura frente al mar Caribe Habrá que preguntarles a los ancianos que ejercitan su memoria en los bancos de la plaza

Ana Nuño

Gracias a Ricardo Bada, que se ha pasado meses compartiendo su entusiasmo por el Borges de Bioy Casares, estoy leyendo ahora este libro (Destino, 2006): 1596 páginas con entradas del Diario de Bioy donde figura su gran amigo y cómplice de tramas literarias. Bioy conoció a Borges en 1931 o 1932, cuando él tenía 18 años y Borges 32, y la amistad entre los dos escritores duró hasta la muerte del mayor, en 1986. Es evidente, desde luego, la proximidad con el Samuel Johnson de Boswell, pero hoy no me detendré en esto, por apasionante que sea y es. El caso es que no he podido dejar de pensar en lo que sucede en Venezuela (¡hasta para eso dan Borges-Bioy!), donde los unos se lamentan del comunismo de los otros y estos se desgañitan contra el fascismo de aquellos, al leer la entrada del viernes, 18 de mayo de 1956. Que dice así: “Por teléfono, Borges; almorzó con Esther Zemborain, comió con Alicia Jurado: qué día. El hijo menor de Esther (católico, probablemente nacionalista) habría resumido así la cuestión universitaria: ‘Ellos nos llaman nazis y

Cuartel

saben que no lo somos. Nosotros los llamamos comunistas y sabemos que no lo son. Pero parece que conviene hablar así’”. En 1956, Perón ya había sido derrocado por la llamada Revolución Libertadora, y este golpe, como se ve, no resolvió nada. Es lo que suele pasar con las asonadas militares: amputan el brazo o la pierna, pero no curan la gangrena. “Parece que conviene hablar

así”. En Venezuela y ahora, lo conveniente es prodigar analogías y metáforas; todo, con tal de no decir lo que salta a la vista. A saber, que lo que campa por sus respetos no es ni el comunismo ni el fascismo, sino el más craso militarismo. Con su disfraz de siempre, en estas latitudes: el nacionalismo bolivariano. Y la transversalidad de siempre, también: los que se oponen al milita-

rismo gobernante, comparten con este los mismos rituales patrioteros. Por ejemplo. A los niños de la escuela Andrés Bello de Chacao los ponen a desgañitarse cantando el Himno Nacional. No como en mi infancia, que con la primera estrofa bastaba, sino todas las de este himno interminable. Y a los mismos niños u otros parecidos, cada sábado los llevan a la plaza Bolívar, por disposición de la Alcaldía de Chacao, a hacer prácticas de milicianos. Con uniforme y todo. Los fusiles son de utilería, es verdad, pero al fin y al cabo fusiles. Pues bien, que alguien me explique por qué hay que aplaudir este desparrame patriotero-militar, hermano gemelo del que fomenta el gobierno. En 1878, el ecuatoriano Juan Montalvo le afeó la conducta a un diputado por haber dicho en el Congreso de Bogotá que, “disuelta la Gran Colombia con ladefección de Páez y de Flores, la Nueva Granada se había retirado a un colegio,Venezuela a un cuartel y Ecuador a un convento”. En lo que hace a Venezuela,Montalvo tendría que reconocerle hoy a ese diputado el don de profecía. s

a los chicheros que baten su caldo con canela a los perros callejeros que musicalizan las noches del

Obturador

[revólver

a los zamuros que sobrevuelan en círculos y dibujan sobre las cabezas sombreros taciturnos

[una ciudad

O solamente una idea.

Gustavo Valle (Caracas, 1967)

Sin título Francisco Edmundo “Gordo” Pérez

Habrá que preguntarles a todos ellos si Caracas es

Caracas cumplió 446 años. La ciudad que se explaya a los pies del Ávila, cuyo valle es diariamente bañado por corrientes de aire que lo limpian e iluminado por el sol del trópico, ha sido retratada en distintas épocas. La imagen de esta edición pertenece al “Gordo” Pérez, legendario fotoperiodista de El Nacional. Es una vista de Caracas desde Bello Monte en la década del sesenta. Aquella época en la que el sueño modernizador auguraba una ciudad posible. Sueño que aún permanece.


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DOMINGO 4 de agosto de 2013 el nacional

Diajanida Hernández G. y Virginia Riquelme

Isaac Rosa nació en Sevilla en 1974 y actualmente reside en Madrid. Desde que recibiera en 2005 el Premio Rómulo Gallegos, antes había recibido el Premio Ojo Crítico 2004 y el Premio Andalucía de la Crítica 2004, por su novela El vano ayer (Seix Barral, 2004; Monte Ávila Editores, 2005) se convirtió en un nombre conocido para el ámbito latinoamericano. Además de su labor como escritor de ficción, Rosa ha estado siempre vinculado a la actividad política española, ha fijado siempre su posición de apoyo partidista, mantiene opiniones, en su mayoría políticas, en su cuenta de Twitter (@_isaacrosa) y sus colaboraciones en Público, diario.es, El País, La Marea, Hora 25 y El Jueves le han seguido el pulso a la situación española de hoy. Asimismo, forma parte del colectivo Qué Hacemos (@_quehacemos), participa en foros y encuentros sobre causas sociales y políticas y en la mayoría de sus entrevistas destaca la labor del escritor dentro de estas dinámicas. Rosa posee una extensa, premiada y ampliamente reseñada obra literaria a sus 39 años. Ha publicado también las novelas El ruido del mundo [Extremadura 1936]. El gabinete de moscas de la mierda (Universitas Editorial, 1999, coescrito con José Israel García Vázquez); La mala memoria (Del Oeste Ediciones, 1999); ¡Otra maldita novela sobre la guerra civil! (Seix Barral, 2007); El país del miedo (Seix Barral, 2008), ganadora del VIII Premio José Manuel Lara; La mano invisible (Seix Barral, 2011); La habitación oscura (Seix Barral, 2013); la pieza teatral Adiós muchachos –Casi un tanto– (Editorial Caja España, 1998), ganadora del Premio Caja España de Teatro Breve 1997; y el libro de ensayos, junto con Aleksandar Vuksanovic y Pedro López Arriba, Kosovo. La coartada humanitaria: antecedentes y evolución (Ediciones Vosa, 2001). Comenzamos la conversación con Rosa abriendo el tema político y sus posturas como intelectual y ciudadano. Y el autor aclara: “El hecho de que yo me posicione políticamente en determinados asuntos y que además valore una literatura que tiene un sentido de la responsabilidad en eso, en lo políticosocial, no quiere decir que exija que todos los escritores deban posicionarse, deban alinearse o que deban dar un paso al frente y decir qué piensan de tal asunto. Respeto otras posiciones y valoro otros escritores cuyas literaturas es completamente ajena al tipo de literatura que yo hago o que me interesa”. —Tu literatura es crítica, atiende al conflicto social, tiene una clara intención política. ¿Para ti la literatura es una necesidad expresiva o es consecuencia de una reflexión sobre ese entorno? —Las dos cosas. Para mí la literatura cumple dos funciones. Escribo hoy por los mismos motivos por los que empecé a escribir hace 15 o 20 años. Mis primeros libros responden a las mismas intenciones que los actuales. En estos días releía mi discurso del Rómulo Gallegos y lo firmaría, sigo pensando lo mismo y sigo empujado por lo mismo. Por un lado, la literatura es una forma de entender el mundo, una forma de conocimiento –lo es la lectura pero también la escritura. Escribiendo me hago mi imagen del mundo y soy capaz de entender ciertas cosas o de aproximarme, tal vez no encuentre respuestas pero escribir me permite formular las preguntas y acercarme a lo más imposible. Entonces, la literatura es una forma de entender el mundo, de entenderme a mí mismo y de entender lo que me rodea,

Isaac Rosa:

“La escritura es una forma de estar en el mundo” OMAR VELIZ

Tópico español: la crisis “En España es un tópico ya que está en crisis. Es la palabra de moda, el trending topic en España es crisis, pero es una crisis que va más allá de una crisis económica, es una crisis de Estado, es una crisis del sistema político, es una crisis de toda la España construida desde la transición hasta ahora. La España democrática está tambaleándose porque los pilares de esa España están en riesgo, están amenazados de derrumbe: está en crisis el sistema económico, el sistema productivo no es capaz de generar trabajo porque no es capaz de generar riquezas; está en crisis el sistema político, estamos en un momento ahora mismo de distancia, de desafección enorme entre la clase política y los ciudadanos, se consideran a los políticos culpables de lo que está sucediendo y hay una distancia mayor que nunca; hay una crisis de la monarquía, hay un cuestionamiento de la figura del Jefe de Estado; está en crisis el sistema territorial, con Cataluña, con el País Vasco; está en crisis el sistema judicial porque ha habido también casos de corrupción en la justicia; está en crisis el sistema de protección social, de bienestar. Entonces, estamos en un momento en el que parece que todo se tambalea, parece que se nos está cayendo encima un modelo de España que es el que hemos vivido por más de 30 años y no sabemos con qué lo vamos a sustituir”.

es una forma de pensamiento. Y, por otro lado, la escritura es una forma de estar en el mundo, es una forma de actuar, de intervenir. Para mí la literatura tiene un componente de intervención social, es un elemento privilegiado para abrir debates, reflexiones, para compartir con los demás esas reflexiones, por supuesto, también para denunciar situaciones injustas y para proponer. Para mí la literatura también tiene ese potencial. Esas dos ideas de la literatura para entender el mundo y la literatura para intervenir el mundo están muy presentes en mi obra, en mi literatura, desde siempre. —En ese sentido, ¿crees que El país del miedo tiene algo premonitorio de la situación actual? —El país del miedo es una novela que tiene que ver con el mundo después del 11 de septiembre, con la sociedad del miedo que se construyó a principios de siglo, después del 11 de septiembre, con una serie de miedos, identificables: miedo al terrorismo, a la inseguridad, miedo tecnológico, miedo que tiene que ver con la alimentación, con la salud, con todo este tipo de alertas con las que vivíamos que, en el fondo, son los distintos rostros de un mismo miedo, de un miedo global. Un miedo a un tiempo de cambio, a un tiempo en el que ha desaparecido aquello que nos daba

seguridad, han desaparecido las certezas con las que construíamos nuestro mundo y no las hemos sustituido por otras cosas. El país del miedo respondía a eso, el problema es que con el paso de los años han llegado otros miedos, seguimos viviendo una sociedad del miedo pero es muy diferente. Aquella era una sociedad que venía del derrumbe de las Torres Gemelas pero luego hubo otro derrumbe en 2008: el de las “torres de Wall Street”. Entonces vivíamos con el miedo al terrorismo y con otros tipos de miedos relacionados con la seguridad y ahora vivimos con el miedo económico. Pienso en el caso de España, por ejemplo, vivimos en una situación de miedos económicos y sociales. La gente hoy tiene miedo a perder el trabajo, ahora hay un paro enorme en España; tiene miedo a quedarse sin casa, porque mucha gente se está quedando sin casa; tiene miedo a perder sus ahorros si el banco se hunde; tiene miedo a no tener pensión, a no tener derechos sociales. Eso también es una situación de miedo. La reflexión que yo hacía en El país del miedo, referida a la seguridad, sigue siendo válida hoy. La misma reflexión que hacía de fondo, de cómo el miedo condiciona nuestra vida y cómo el miedo se convierte en una forma de

control político, en una forma de dominación, sigue siendo válida hoy en economía. Lo que hacía el miedo al terrorismo era que permitía recortes de libertades y políticas de control ciudadanos que no hubieran sido posibles si la ciudadanía no hubiese estado asustada; pues ocurre en la economía también, vemos recortes sociales, retrocesos en derechos y conquistas que no serían posibles si no tuviésemos miedo al tiempo que se vive y al futuro. —La mano invisible va hacia otro tema que tiene que ver con todo esto, que es el trabajo, las relaciones perversas, digamos inconscientes, que están allí operando. Más allá del tema, has dicho que con este trabajo habías encontrado el tipo de escritura que te interesa. —Creo que todavía soy un escritor en crecimiento, en desarrollo. Todavía estoy madurando como escritor, todavía no he alcanzado mi madurez y espero no alcanzarla en muchos años para seguir evolucionando. Pero en mis novelas ha habido un cambio, una evolución en lo formal. No quiere decir que mis novelas anteriores sean tanteos, intentos a ver si encuentro lo que quiero escribir, pero he ido decantando una serie de elementos que estaban presentes en mis primeras novelas y que, en algunos casos, han ido desaparecien-

do, en otros casos, los he ido insertando en la narración. Si El vano ayer era una escritura formalmente más experimental, más metaliteraria, que hacía más visible al narrador, al autor, que jugada con una serie de elementos de la propia construcción literaria, eso lo he ido descartando en mis siguientes novelas. Lo que quería con aquella novela era dar un peso a lo reflexivo, a esos componentes más ensayísticos que tenían que ver no tanto con la trama, con la historia, sino con una serie de ideas que circulaban en la novela, ahora lo he ido insertando más en lo narrativo. Mis novelas progresivamente han sido más novelas, más narrativas, en sentido más convencional de lo narrativo. Siguen siendo novelas en las que lo reflexivo sigue teniendo un peso importante, en las que hay un componente ensayístico. Cualquiera que lea El vano ayer y La mano invisible verá que hay una distancia grande entre las dos novelas. Hay de fondo un interés común entre ambas, una continuidad, pero en los libros que he publicado en el medio de esos dos, ha habido una transición hacia la última novela que he publicado que creo que, como decías citándome, formalmente se parece mucho al tipo de literatura que quiero hacer. Creo que voy encontrando ese tono, esa escritura, ese registro. s


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viene de la pág. 1

Unas miradas desde el exterior Hace unos años los caraqueños que iban a los restaurantes solían culminar sus jornadas pidiendo un postre. Los mesoneros de casi la totalidad de los establecimientos les ofrecían tres tortas ya tradicionales: sacripantina, saint honoré y profiteroles. Una costumbre de décadas. Hasta que un día, a mediados de los ochenta, Ben Ami Fihman escribió en El Nacional una inolvidable nota llamada “Tres tristes postres”, que volcó la mirada de todos hasta un hábito que se nos mostraba invisible, y contribuyó decididamente a cambiar la historia de los postres caraqueños. Las crónicas gastronómicas de la época, un grupo singular de chefs de cocina que llegaron en una época de bonanza, y el insólito libro de Scannone, le dieron a Caracas un sitio nuevo en la historia mundial de la cocina. Se diversificó la oferta, se esmeraron los métodos, los materiales y las recetas, se creó una suerte de star system entre los cocineros, se abrieron decenas de escuelas, y los diarios y revistas ya no pudieron vivir sin secciones gastronómicas. Tal vez a esto se refería Colette Capriles cuando asocia“semantización” a la consolidación de rituales y protocolos. Pero interesa a los efectos de esta nota llamar la atención al hecho de que “la mirada” que contribuye a la metabolización del cambio proviene, en este caso,“del exterior”. La amorosa visión italiana de Scannone, los periplos de Fihman por París y Nueva York, les colocaron ante revelaciones y tradiciones formidables donde los caraqueños simplemente teníamos tres tristes postres. No podría decirse que era indiferencia, sino más bien un cierto estado de mudez que sólo podía ser rota, en este caso, por la voz que viene de afuera. Esto ya nos había pasado. Pasó en todas aquellas ocasiones en las que nuestros ciudadanos, artistas, profesionales o académicos, viajaron al exterior y luego regresaron para ver de otra manera nuestra vida y nuestro paisaje. No fue sólo Carlos Raúl Villanueva, quien produjo la hendidura más poderosa en la imagen de la ciudad, sino todo el constructivismo, y toda la formidable influencia de nuestros becarios, y la de decenas de inmigrantes acogidos por la ciudad, quienes han influido muy poderosamente en el modelaje de sus maneras y de su apariencia.

Desde el interior Como aparentemente los caraqueños tenían dificultad para mirarse a sí mismos, para describirse y representarse, no fue difícil para la gente del interior, que llegaba masivamente a Caracas tras la muerte de Gómez, asumir el papel de grandes observadores y de grandes voces. Muerto el dictador, quien no quería mucho a Caracas ni a sus sofisticados habitantes, se

Caracas...

Nicola Roco / Imagen del libro Caracas cenital

Las otras miradas que se explayan amorosamente y explícitamente sobre la ciudad son las de los nostálgicos, que se han llenado de recuerdos y ausencias

inició el proceso de urbanización que traería oleadas de interioranos hacia la capital, con sus costumbres, sus gallos, sus mañas y sus miradas de asombro. La Caracas moderna tiene un poco más de medio siglo y a sus sistemas de representación confluyeron por igual los citadinos como los provincianos. Román Chalbaud, uno de los más importantes de nuestros dramaturgos, y una de las visiones más singulares y emblemáticas sobre Caracas, llegó de Mérida, en pleno terremoto en 1938. Tenía apenas 7 años y le acompañaba una mirada especial hacia las negritas del carnaval, hacia los policías y la gente humilde que merodeaba los cines de Capuchinos o de San Agustín. Todas esas cosas que eran distintas a las de su pueblo, y que no asombraban tanto a los caraqueños, le marcaron la infancia y la adolescencia. Lo mismo ocurrió con Salvador Garmendia que llegó de Barquisimeto especialmente dotado para percibir el mundillo suburbano de la capital y para fundar una percepción, una mirada peculiar, sobre los habitantes y los pequeños seres, que no tenían entonces los caraqueños. También estaba Guillermo Meneses que había venido de Porlamar para sacudir a la ciudad con sus relatos poéticos o Andrés Mariño Palacios, maracucho, quien había iniciado la separación narrativa de lo rural, que hasta entonces habitaba en los cuentos y en las novelas. Los caraqueños de los cuarenta y cincuenta escribían de otra manera, y la ciudad y sus costumbres no eran exactamente la fuente de su asombro. Los más ilustrados estaban absortos, descubriendo los pastizales del llano, del folklore, o de las corrientes universales de la cultura.

Entre los grandes interioranos vinieron Oswaldo Trejo de Los Andes, José Balza de Tucupita, y Adriano González León deValera, a escribir sobre una ciudad que se ocultaba a sus habitantes nativos. Los grupos literarios, Sardio, Tabla Redonda y el Techo de la Ballena, y más tarde la famosa República del Este, estaban llenos de trujillanos, merideños, guayaneses, larenses, guariqueños y orientales. Fueron ellos los que escribieron sobre putas importadas y prostíbulos, sobre Sabana Grande y la guerrilla urbana, alentaban la bohemia surrealista como en las grandes ciudades, fundaron la necrópolis, se entremezclaban con policías y políticos, los temas de una capital. Sin embargo, en muchos de sus textos convivieron los semáforos de la urbe con las reminiscencias de los caballos, las totumas y los conucos. Muchos de aquellos escritores regresaron espiritual e intelectualmente, más tarde, a sus regiones originarias y redescubrieron la Guayana, la sequía caroreña, la humedad del Delta, y la llanura apureña. Las décadas de urbanización que siguieron a la Segunda Guerra Mundial habían convertido a Caracas en un modelo que se extendió hacia el interior. En una acción sincronizada con los medios de comunicación, y con las universidades, la capital extendió un manto cultural sobre el resto del país que abolió las diferencias entre campo y ciudad y que diluye hoy las demasiadas diferencias entre un narrador de Lara y otro del Zulia o de Caracas. A la tradición narrativa moderna liberada por Pancho Massiani se han sumado, desde todos los rincones, tres décadas de formidables narradores, dramaturgos y poetas que incluyen a la ciudad como escenario y, en

ocasiones, como protagonista: de William Osuna y Eugenio Montejo a Leonardo Padrón, de José Balza, Héctor Torres, Gisela Kozak, Ana Teresa Torres y José Pulido a Willie McKey, entre tantísimos otros, cuya mención escapa a los límites y propósitos de esta nota (que por eso se disculpa).

Los nostálgicos y los profesionales Las otras miradas que se explayan amorosamente y explícitamente sobre la ciudad son las de los nostálgicos, las de aquellos que por su edad se han llenado de recuerdos y ausencias, y las de un formidable grupo de periodistas, sociólogos, artistas, arquitectos y escritores que han colocado el tema de Caracas en centro de su actividad. Lo que más alienta y vivifica la desesperación de la nostalgia es la provisionalidad de Caracas. Tal vez fue Cabrujas quien con mayor “encabritamiento” ha expresado la vocación destructiva que tiende a acabar con la ciudad: “Siempre he pensado –declaró más de una vez con profundo despecho– que Caracas es una ciudad en la que no puede existir ningún recuerdo. Es una ciudad en permanente demolición que conspira contra cualquier memoria; ese es su goce, su espectáculo, su principal característica. En algún momento de mi vida me he horrorizado ante esa situación; hoy no. Hoy pienso que es una legitimidad, y así como hay pueblos que construyen, hay otros que destruyen…”. La desaparición incesante de sus edificios, de sus esquinas y monumentos, excitó la memoria de escritores que, como Garmendia, se solazaban en rememorar en sus crónicas la elegancia del viejo pasaje Capitolio, los viejos monumentos

funerarios, la aparición de las primeras quintas y las costumbres que le acompañaron durante medio siglo. La nostalgia habita en las conversaciones de las casas caraqueñas en las que aún hay abuelos y gente que vio nacer la nueva ciudad. Pero es la desaparición de las huellas materiales lo que exalta esas palabras de la rememoración. Habría que decir que no es sólo la edad la que mueve esa mirada nostálgica cuando tropezamos con el trabajo de Rafael Arraiz Lucca, quien viene trabajando desde muy joven los temas apasionados de la expresión de la ciudad, tanto en el campo de la literatura como en el de las ideas, y que sintetiza, entre otros, en el desgarramiento de la provisionalidad en su Casa de Ciudad: “Al fin termino de entender/ que yo amo esta ciudad hasta la rabia: es tierra y abono para la nostalgia./ Benditos constructores que no dejan ni una casa,/ amadísimos urbanistas paisajistas/ que siempre cambian los bancos de las plazas…”. Profesionales de la escritura y del urbanismo han venido haciendo, como Arraiz Lucca, un trabajo permanente para orientar la mirada hacia el paisaje urbano. Mencionemos a Leopoldo Provenzali y Juan Pedro Posani, a Marco Negrón y los Tenreiro, a Federico Vegas y al desaparecido William Niño, a Thamara Hannot y a FinaWeitz, apenas unos pocos de un grupo bastante más amplio de arquitectos que viene educando la mirada sobre la ciudad. Y que en su mayoría ha expresado con estupor la dolorosa afrenta con la que el proyecto constructivo del Gobierno actual ha herido a la ciudad. Odio a la modernidad, adulación al ruralismo, ignorancia y poder desmedido han conducido al paisaje a un esperpento que aún está por ser

estudiado. Desde la reflexión cultural, es imprescindible señalar que es la Cátedra Permanente de Imágenes Urbanas, que impulsa el sociólogo Tulio Hernández, el esfuerzo más disciplinado que se realiza desde el interior de la ciudad para comprenderla y visualizarla. En torno a esta institución se ha reunido desde mecenazgos invaluables como el de Herman Sifontes, aportes intelectuales y profesionales de arquitectos como los que hemos ya citado, e instituciones culturales de las Alcaldía Mayor y de Chacao, entre otros. Una docena de páginas en Facebook, Una sampablera por Caracas, Por tu comunidad, Caracas, Caracas en retrospectiva, Caracas en sus paparazis, e igual número de organizaciones y fundaciones, dedican horas cada día a “ver” a la ciudad y su montaña. Recientemente un grupo de artistas convocados por Ricardo Benaim se preparan para ofrecer una espectacular mirada de la ciudad a través del proyecto multimedia Caracas horizontal. De la misma manera que una vez Fihman nos puso frente a aquellos tres tristes postres, estos arquitectos, artistas y profesionales han asaltado los medios de divulgación y los centros de acción pública para dirigirse en alta voz a los habitantes de la ciudad. Desde Las Adjuntas hasta Guarenas, se extiende una formidable energía urbana que reclama ser vista y escuchada. Desde 1947, desde la reurbanización del Silencio y los inicios de la Ciudad Universitaria, hasta las grandes moles comerciales del siglo XXI, Caracas merece y demanda una mirada que se sobreponga a todos los obstáculos. Ver o no ver, ese es uno de nuestros dilemas. s


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ERNESTO MORGADO

Graziano Gasparini

Una nación no puede considerarse civilizada si ignora el fundamental compromiso de tutelar la naturaleza, entendido como fundamento de la vida urbana. Debemos añadir que la conservación e incremento del verde no se refiere solamente a las exigencias dictadas por la vida biológica, sino también a ese algo que se aloja en nuestra interioridad y que atañe a una profunda necesidad de la vida psíquica. Lamentablemente la caótica situación urbana que estamos padeciendo debilita cada vez más la capacidad de evaluar el profundo daño infligido a nuestra vida interior como consecuencia de la alteración de nuestro ambiente urbano. No debemos olvidar –guardando la distancia de rigor– que la dignidad del pueblo inglés está fundamentada esencialmente en lo que estamos perdiendo día a día, o sea, el constante coloquio entre la edificación y el verde. Pensemos en el niño que vive hoy en los deprimentes espacios levantados sin planificación y sin fiscalización de la inversión: ¿qué mejoramiento de su personalidad consciente va madurando en él para su porvenir?, si todo lo que lo rodea contribuye a embrutecerlo en lugar de educarlo. ¿Podemos afirmar que en estas viviendas se está realizando un esfuerzo para mejorar la calidad de vida en espacios rodeados del saludable marco de la naturaleza? El verde no es sólo un elemento ornamental, es más bien un servicio público y, por ende, un componente inseparable del marco urbano. La conservación e incremento de las áreas verdes debe marchar a un ritmo sincronizado con la planificación de los conjuntos habitacionales. He usado la palabra “debería” porque ni siquiera los nuevos conjuntos habitacionales cumplen con ese requisito, que es insustituible en todas las planificaciones serias. El arquitecto y profesor Enrique Larrañaga acaba de afirmar que “si se sigue construyendo sin planificación, no se dará una transformación revolucionaria sino una deformación arbitraria de Caracas”. La política urbana de construir donde sea –en cualquier terreno libre o en los estacionamientos, sin tomar en cuenta los requerimientos del sitio, la zonificación de usos, las ordenanzas municipales de los retiros, altura, porcentajes de ocupación, infraestructuras de los servicios, etcétera– sólo producirá lo anunciado por Larrañaga: ¡una deformación! Las áreas verdes ni siquiera se mencionan. Por ahora no son prioritarias, aun cuando son las que más contribuyen a la mejor calidad de vida. En octubre de 1969 el maestro Carlos Raúl Villanueva y quien suscribe fuimos invitados a una reunión organizada por la UNESCO en la ciudad de Buenos Aires para participar en el foro “América Latina en su arquitectura”. Fuimos atendidos por los arquitectos Francisco Bullrich y Clorindo Testa quienes nos hicieron conocer obras nuevas y una urbanización diseñada por Bullrich y concebida para recibir 200 familias de damnificados. Me impresionó la calidad del urbanismo en el cual el verde señoreaba gracias a la separación muy amplia entre los edificios, todos de solo cuatro pisos. No me detendré en detalles, sólo quiero subrayar la gran diferencia de criterios que se manifiesta cuando hay una planificación con respaldo profesional humano y cuando hay imposición con respaldo político-ideológico. El exuberante programa de construirviviendasencualquier lugar de la ciudad ha comenzado a evidenciar una cantidad de

NELSON CASTRO

archivo

La ciudad y el verde

faltas técnicas y estéticas tal que será muy difícil desenredar en un futuro próximo. Prevalece el criterio de la variable numérica para simular una gran eficiencia. Publicitar la abundancia de apartamentos con números abultados impresiona más que demostrar la calidad de vida “digna” que ofrecen sus espacios. Los valores estéticos no se toman en cuenta y el resultado deprimente de la avenida Libertador es sólo un ejemplo. El hacinamiento de edificios

de tipologías diferentes levantados a filo con la acera es uno de los grandes errores. Lo elemental hubiera sido retirarlos por lo menos unos veinte metros en cada lado de la avenida, con el fin de lograr un espacio con árboles y caminerías para los peatones, en lugar de obligarlos a usar una acera estrecha y en contacto con el tráfico rápido. Además, los valores espaciales se habrían beneficiado con la amplitud que exigen las perspectivas de las vías largas y

rectas. La falta de verde, de estacionamientos, de áreas para niños y de otros servicios, junto con la concentración de tantos apartamentos para los 13 mil habitantes, se completa con una arquitectura pobre que se asemeja a un amontonamiento de containers o de unos human storage. Lo mismo o peor está pasando en la avenida Bolívar. Cuando existía la añorada OMPU (Oficina Metropolitana de Planeamiento Urbano)

se realizó un profundo estudio para determinar su planificación definitiva. Participaron destacados arquitectos venezolanos como Andrés Vegas, Carlos Gómez, Tomás Sanabria, Fruto Vivas y Cruz Fernández. Así nació el Parque Vargas que se extendía a todo lo largo de la avenida. Una solución verde, de visiones abiertas y limitada a pocas construcciones culturales que no debían sobrepasar la altura de los árboles, como la Galería

de Arte Nacional. La solución aprobada por unanimidad por la municipalidad se consolidó con una ordenanza que no admitía futuras modificaciones. Pasaron unos cuantos años, los árboles crecieron y el verde se estaba imponiendo. Pero llegó la transformación “revolucionaria” con sus tractores enemigos del verde y comenzaron a levantar esos cajones arquitectónicos que, al igual que en la Libertador, se acercan demasiado a la avenida y acaban con el espacio abierto vital para un sitio tan emblemático para la ciudad. Me viene a la memoria que en el mes de junio pasado las autoridades de la ciudad de Estambul resolvieron exterminar un parque para construir, en el mismo sitio, un centro comercial. Las manifestaciones de rechazo y protesta de la ciudadanía fueron tan violentas que ¡casi tumban al gobierno turco! ¡Qué buen ejemplo para los que sólo aman el rojo y detestan el verde! No voy a tratar sobre el mantenimiento del Parque del Este porque equivaldría a enumerarotrorosariodequejas. Lo mismo se puede decir del Jardín Botánico de la UCV que sólolograsobrevivirporeltesón, perseverancia y vocación del arquitecto Mario Gabaldón. No puedo, sin embargo, obviar otro caso patético, obstaculizado, encubierto y callado, de lo que se está cocinando con el parque de La Carlota. Hubo concurso internacional de ideas, participación de la Facultad de Arquitectura, de respetados profesionales expertos en la materia, más de 60 instituciones académicas y apoyo total de la Alcaldía Metropolitana. Todo esto funcionó perfectamente y la ilusión de los ciudadanos ya divisaba el gran parque verde. La única falta fue la de no haber tomado en cuenta el impenetrable laberinto mental del Ministerio para la TransformaciónRevolucionaria de la Gran Caracas, el cual ya tenía sus ideas al respecto. Por suerte no todas maduraron, como la propuesta de insertar en ese espacio una pista para los bólidos de Fórmula 1. ¡Una idea genial! No opino porque nadie (sólo ellos) conoce la solución. Sólo quiero destacar la manera poco democrática de no consultar a los tantos profesionales que han intervenido en el proyecto y de proceder de manera independienteyconunaactitud de autosuficiencia infalible y propia del autoritarismo. Vale la pena recordar que el término “transformación” tiene muchos sinónimos. Entre ellos podemos citar: cambio, variación, modificación, alteración, desproporción, aberración, desfiguración y deformación. La calidad de las obras es la que determinará la acepción correcta. Muchos de los sinónimos señalados pueden aplicarse a los ejemplos citados. Sigo firmemente convencido de que los hacedores de ciudades no pueden someterse a una directriz única, a unas normas inapelables o a imposiciones preestablecidas. Las ciudades son producto de ideas y acciones plurales. La ciudad es la casa de la vida de todos. Por algo será que ha sido definida como“la cosa humana por excelencia”. Una ciudad sin verde es una ciudad hostil y desagradable. Es un amasijo de construcciones sin encanto y con espacios públicos que no invitan a permanecer en ella. En el caso nuestro, no saber aprovechar y gozar la exuberancia de la naturaleza tropical no es solo una aberración: ¡es un crimen! s


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Reinventando espacios:

“Ruta de Autor / Trazos de la Ciudad Universitaria” paolo gasparini

Roberto Martínez Bachrich

Recorrer un sitio hermoso (u horrible) por vez primera es, a veces, una experiencia que nos marca, que tiene consecuencias precisas (ecos, resonancias) en nuestras vidas. Esa experiencia de lo que se abre de repente ante nuestros ojos –cual flor salvaje, recóndita, rara– es uno de los impulsos más frecuentes del viaje. Buscamos, en el viaje, repetir la fuerza de esa experiencia perpetuamente fundacional, hacerla siempre honda, viva, primera. Otra historia es la de volver a los lugares en los que ya hemos estado. Como releer un libro: esa vuelta, ese reencuentro, puede ser más decisivo todavía: abrirnos otra dimensión de la mirada, hacernos otros. ¿No es la relectura la verdadera lectura? Pero a fuerza de repetir regresos, algunos lugares van perdiendo su fuerza, su color. Lo que se nos hace cotidiano, lo que se nos vuelve mero día a día, puede de repente inyectarse de plomo y tedio, hacerse gris. De tanto mirar algo, de tanto recorrer un sitio, ocurre, a veces, que ya no sabemos o podemos mirarlo y recorrerlo más. Sus maravillas primeras se disuelven ante nuestros ojos y el lugar deviene un espacio de la nada, una suerte de no espacio. Devenimos, en algunos casos, completamente ciegos y sordos a su hechizo posible. (No repetimos la emoción –el sentimiento– de lo sublime natural, por ejemplo, al mirar el Ávila, simplemente porque lo vemos cada día; esto es: ya no lo vemos. Lástima grande, tal ceguera progresiva). Ruta de Autor, me parece, se ha venido planteando como una sólida iniciativa contra ese antipático metal de la costumbre. Es una experiencia que nos ayuda a volver a mirar, a volver a recorrer un lugar, acaso como por vez primera. Y que confía la tarea y el poder de ese regreso a la experiencia fresca de la mirada de otro, la mirada de un autor. Entiendo que este hermoso proyecto le ha seguido la pista a ciertos clásicos y a sus miradas: hay una ruta, por ejemplo, de Canaima, que busca hacer mirar al viajante desde el ojo de la ya clásica novela homónima de Rómulo Gallegos: es sólo un punto para redescubrir más de un mágico paisaje acaso olvidado. Creo que hay iniciativas parecidas relacionadas con muchos otros lugares: la isla de Margarita, ciertos barrios madrileños, algunos recovecos de la Cataluña profunda. Pero estas breves notas se quieren referir a la reciente experiencia local y caraqueña de Ruta de Autor: “Trazos de la Ciudad Universitaria”. Asistí, curioso, a la segunda de estas rutas, la del 15 de noviembre de 2012. Un grupo pequeño, acotado, cálido, se disponía a recorrer uno de los pocos lugares preciosos que le quedan a nuestra desdichada ciudad, pero no se trataba de un paseo turístico en el que se explican, por ejemplo, dónde está el rectorado, la biblioteca o el Aula Magna, no se trata de mirar murales y esculturas escuchando el sonsonete monocorde de un guía que sinte-

luis aguilera

Ruta de Autor se ha planteado como una iniciativa contra el antipático metal de la costumbre. Es una experiencia que nos ayuda a volver a mirar y recorrer un lugar

Nicola Roco / Imagen del libro Caracas cenital

tiza fechas, corrientes artísticas, biografías. Se trata, en Ruta de recorrer espacios muy puntuales de la UCV y de mirarlos, ahora, de la mano de dos autores. Uno de ellos, narrador. El otro, arquitecto y poeta. Ambos, profesores universitarios que, no obstante, dejan de serlo en este paseo, pues mirarán (y nos harán mirar) desde la personalísima experiencia de la relectura y reescritura del espacio universitario como autores. Rodrigo Blanco Calderón y Hernán Zamora han integrado la Ciudad Universitaria a sus poéticas, a sus investigaciones, a su canto y cuento del mundo. Y es desde allí que miran, que con ellos miramos,

lo que ahora nos resulta nuevo, distinto, lo que va evaporando la vieja capa de plomo y de gris, lo que regresa al espacio universitario su esplendor y color primeros, fundacionales. De eso se trata, me parece, esta iniciativa. Ruta de Autor nos invita a redescubrir, desde la mano del otro, desde la mirada del otro, espacios que sentíamos agotados, espacios que habíamos, incluso, olvidado, en su evidente y fehaciente riqueza y profundidad. La ruta parte del reloj, en la plaza del rectorado, y permite allí, bajo su sombra discontinua, una reflexión sobre el tiempo y los tiempos, que se apoya en textos de Walter Benjamin y en lo que las creadoras de Ruta de Autor (Aymara Arreaza y Lorena Bou) comprenden como el punto de partida ideal para empezar el hilo,

la trama del recorrido. De allí se sigue por los pasillos laterales, al pie de la montaña, que comunican con las canchas de tenis y las piscinas. Y se avanza, luego, hacia el comedor y el estadio olímpico. Blanco Calderón y Zamora van recuperando, sopesando y articulando, verbalmente, algunos de los trazos de ese recorrido: iluminándolo desde insospechadas, personalísimas perspectivas que Arreaza y Bou van pulsando e impulsando en tanto motores de la reinvención posible de cada lugar. La historia de la universidad, de cómo fueron pensados sus espacios, de los sentidos múltiples de sus edificios, de las historias de profesores y estudiantes con vidas por lo menos curiosas que pasan del tejido real al ficcional y parecen, luego, de golpe, devolverse, acompañar a los paseantes allí presentes, quienes no son –no somos– espectadores y mudos oyentes de la ruta, sino que la van –la vamos– complementando con sus –nuestras– propias experiencias y miradas: habla otro arquitecto, otra narradora, un urbanista, hombres y mujeres que prefieren reservar su profesión y hablan simplemente como civiles, o como ucevistas ya lejanos –sus propias rutinas laborales, sus propias vidas los han desprendido, un poco, del regreso frecuente al lugar en el que, sin embargo, se hicieron profesionales y amigos y esposos y padresre-conociendo aquella ciudad empolvada, oculta. De allí a la Facultad de Arquitectura y las instalaciones que, de momento, han montado algunos audaces y originales estudiantes; luego al Pasillo de Ingeniería, a la vibrante atmósfera de ese mundo de libreros; y, de inmediato, a la Facultad de Humanidades y Educación y uno de sus pequeños jardines internos, en donde se rinde un breve y conmovedor homenaje a Hanni Ossott, en el espacio que recibiría sus cenizas, en el espacio todo que guarda su memoria poética y docente, y que ha calado, seguramente, en la fibra profunda de todo lector venezolano, de todo estudiante de Letras, de todo docente que hoy, allí y ahora, lo sea, pero que antes fue, justamente, su alumno o su lector. Siguen los cuentos y las reflexiones, siguen los diálogos que redimensionan el espacio de la universidad, y sigue también el recorrido, que ahora atraviesa Tierra de Nadie (fuente inagotable de imágenes, de historias) y la Plaza Cubierta con sus múltiples, variopintas maravillas. Allí se cierra la ruta. Otros espacios quedan, aún, vírgenes de este tipo de recorrido, pero otras rutas vendrán y permitirán redescubrimientos otros, nuevas miradas y paseos, nuevos modos de volver a mirar, como por vez primera, con el asombro del niño, del loco, del bobo, esos muchos espacios que la rutina, implacable, va tapiando en nuestros ojos, y que iniciativas como Ruta de Autor, a quienes ahora miramos con gratitud y reconocimiento, nos han permitido volver a mirar, sin el peso de aquel velo de plomo: espacios, de nuevo, por fin, liberados, develados, reinventados. s


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Delibros

Caracas en 25 afectos Tulio Hernández (compilador) Los Libros de El Nacional Caracas, 2012

En esta antología, compilada por Tulio Hernández, 25 autores hablan de la ciudad de Caracas, recuerdan episodios, vivencias, relatan anécdotas. Entre los escritores están Leonardo Padrón, Rodrigo Blanco, José Carvajal, Rodolfo Izaguirre, Héctor Torres, Ángel Zambrano y Ana María Carrano.

Caracas desde el retrovisor Ángel Zambrano Cobo Los Libros de El Nacional Caracas, 2012

La ciudad retratada por una de sus muchas miradas, en este caso la de sus taxistas. Zambrano ve a Caracas, sus calles, habitantes y costumbres desde un grupo de personas que la transitan diariamente, a distintas horas y por distintas rutas.

Caracas a pie

Caracas muerde

Cheo Carvajal y Juancho Pinto Los Libros de El Nacional Caracas, 2013

Héctor Torres Ediciones Puntocero Caracas, 2012

Esta publicación reúne cien textos escritos por Carvajal y Pinto en su columna Caracas a pie de El Nacional desde el año 2007. Los autores reflexionan sobre la ciudad, sus necesidades, carencias, virtudes y afectos. También la transitan por sus aceras para reconocerla y recontarla.

Una recopilación de treinta crónicas tomadas de las calles caraqueñas, cuyos personajes, tan reales como usted, han tenido que resignarse ante la posibilidad de la muerte, han recibido los atropellos más humillantes del hampa… pero también han tropezado con la esperanza de erradicar el miedo.

Encuentros

Nicola Roco / Imagen del libro Caracas cenital

Jonathan Reverón

“Partir c´est mourir un peu. Cést mourir a ce qu´on aime”. Rondel de l’ Adieu Edmond Haraucourt I

cal. Reinaldo reía perversamente ante mi asombro, descubría los lugares de descanso de motorizados y cajeros de bancos, de prostitutas y autoridades, nadie invadía la vida del otro, los excéntricos pasamos a ser nosotros, habitando por minutos la realidad que una educación sobreprotectora te nubla. Desembocamos en el Callejón de la Puñalada y al terminar la ronda tuve mi primera experiencia con la Policía Metropolitana, detuvieron nuestro paso camino al Pom Pom y un interrogatorio en plena avenida Casanova nos hizo sudar el elixir, y la experiencia de seños fruncidos nos obligó a cambiar de municipio. Pero en esas horas, la preocupación de Rei por mi desnutrición de cierta noche caraqueña había quedado saldada, diría que pude experimentar los locales que la generación que me precede evoca –aunque fuera de su apogeo-

para poder contar a los nacidos en los noventa algo que por ahora, para salvar sus vidas, les está absolutamente vetado.

II Al romperse las sagradas logias, estas se van renovando intuitivamente. Dice la cantante Martirio sobre su encuentro con la compositora Marta Valdés que cuando dos almas en sintonía vagan el universo conspira para unirlas. El universo conspiró y conocí a Eloísa, lo que yo llamo la sucursal femenina de Reinaldo. Eloísa se crió en Parque Central, por tanto su sensibilidad sobre los alrededores de esa zona es muy alta. Por ella atiendo con frecuencia la Ruta Nocturna de Caracas, el evento que busca echar por tierra los prejuicios que tenemos sobre el centro de la ciudad. A mis 30 años es cuando vengo a descu-

brir el Museo de Bellas Artes, el de Ciencias, más allá, la casa del mayorazgo del Libertador, el Teatro Nacional y balcones que protagonizaban nuestros libros de Historia de Venezuela. Con Elo he ido aprendiendo el lenguaje de la otra ciudad, la que había desconocido a razón de un gueto impuesto por el miedo a lo desconocido y a evitar darle a mi madre el dolor de enterrarme. Ella y los amigos que ahora me orbitan, me han llevado de conciertos en Quebrada Honda, me han regresado a las salas del antiguo Ateneo. Es cierto el título de Héctor Torres, Caracas muerde, pero uno sabe cuando es realmente falso el aviso de “Cuidado, perro bravo”. Eloísa me presentó a George Harris, comediante y mentor de la nueva ola del stand up comedy en la ciudad. George logró el milagro de convocar cada lunes en el Teatro Bar a un

Arturo Almandoz Marte bid & co. editor Caracas, 2011

Estas crónicas dan coordenadas universales a una historia de la calle y de San Bernardino, de la Caracas generacional y del país contemporáneo, decaídos y subdesarrollados todos. Los episodios presentados se descomponen y suceden siguiendo la memoria autoral.

dia que se han fugado y en una parte nos van haciendo la capital latinoamericana de quéserá-de-la-vida-de.

y despedidas

“Manden noticias de allá a quien se queda”, así empieza la letra de una de las joyas del repertorio de Milton Nascimento y que Maria Rita interpreta hermosamente: “Encontros e despedidas”. Esa canción se me volvió himno desde que un miembro de mi patria afectiva y definitiva, Reinaldo Calcaño, decidió meter toda su vida en una maleta y partir a Montreal. Siempre que me cuestiono el meollo de esa nostalgia, además de la básica, la hermandad y su larga distancia; al mismo tiempo me consigo con otra respuesta: nuestra ciudad. Conocí a Rei despechado, con el corazón astillado, un brillante que el desamor hizo un órgano mate. Yo regresaba de La Guaira expulsado por el deslave, por tanto Caracas era la ciudad donde había nacido pero que en mi adolescencia se había perdido. En el momento en que mi amigo supo esto, decidió (o decidimos) meternos en los bolsillos del otro, el término compinche me fue revelado y al mismo tiempo la madrugada. Un día nos propusimos hacerle el amor a Caracas de noche, acariciando las zonas que para Rei eran las más erógenas. Aquella velada empezó frente a Pdvsa, en un local llamado La Paninoteka, el cumpleaños de uno de los amigos de su ex fue el impulso perfecto para motivarse a ingerir el elixir del olvido. Aquel generoso predespacho nos dio las fuerzas para enfrentar la calle como peatones, no teníamos carro y decidimos como pardos gastar todas las vidas. Cruzamos la avenida Libertador, era 2004 y el municipio era aún más oscuro. Nos detuvimos en la Solano y empezamos a penetrar sus bares con la promesa de un trago por lo-

Crónicas desde San Bernardino

público cautivo de comediantes; ahí vieron luz Led Varela, José Rafael Guzmán, Daniel Pistola, Bobby Comedia, entre otros. Su show tiene por nombre Quién se quiere ir. Allí narra los malabares de un caraqueño que decide irse de su país a triunfar, porque aquí siente que a sus años más productivos se les agota la oportunidad de hacer realidad sus metas. Hemos discutido mucho al respecto, porque entre mis múltiples defectos, el optimismo me domina. Yoryi, como lo llama su madre, ahora prueba suerte en Miami, lo hizo mucho antes en Madrid y regresó. Ahora replica la experiencia del Teatro Bar en un local de la Calle 8. Desde que George también depositó toda su vida en una maleta, Eloísa mira con nostalgia muchos sitios de Caracas. Porque Caracas es el valle privilegiado, pero también esos habitantes de la clase me-

III Anoche llegué a las 4:00am de Yesterday. El grupo con el que estaba, casi todos nacidos después de 1990, celebraban el cumpleaños de alguien que regresó de Buenos Aires, y yo esta vez tenía la sonrisa perversa de Rei. Llegué a mi casa haciendo lo que hago últimamente: escribir; a esa hora está el umbral de la resaca y el oficio se me hace un poco más lúcido en ese delirio. Escribo el guión de una película de ficción que también espero dirigir: Quién se quiere ir. “Nací en Caracas, me crié en Caracas, mi primer polvo lo eché en Caracas, pero como me gustaría vivir en Hollywood”, es la línea de Jorge, uno de sus protagonistas, un periodista que es echado de su trabajo y decide hacer realidad su sueño de hacer cine cambiando a Caracas por Hollywood. La historia transcurre en esta capital, una vez más en el valle privilegiado y sus contradicciones, mi película quisiera mostrar la ciudad del chaparrón a las 10 de la mañana y la pepa de sol, de ese mismo día, al mediodía. La del beso en la Plaza Altamira, la brisa imprevista luego de un almuerzo copioso, el motorizado que se quiere llevar de sourvenir el retrovisor del carro, la urbe del Guardia Nacional que gana menos que el Policía y te hace un guiño para ver como arreglamos esta multa porque el impagable seguro del carro está vencido. Pero también una comedia de la ciudad que algunos llaman –y no soy devoto de esa frase– “la Caracas posible”, porque algo que sigamos llamando mientras tanto estará condenado a serlo hasta el día en que le quitemos esa etiqueta de utópico y simplemente lo dejemos ser, punto, quedándonos aunque mal paguen. Anoche, antes de apagar la última luz me convencí de que esta ciudad, a diferencia de muchas otras, necesita de compinches, de amigos para reírnos y confesarnos. Caracas necesita de nuestro sentido del humor y de las voces que nos susurran. “La hora del encuentro es la misma de despedida, la plataforma de esa estación es mi vida”, y en la versión que tengo la concurrencia aplaude con gritos a la hija de Elis Regina. s elreveron@gmail.com @elreveron


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Luces y penumbras

Sublime es la palabra y la sensación que me invaden al ver algunas pinturas paisajistas del maestro Ángel Hurtado: la mirada surge absorta ante el contraste entre la vastedad infinita de sus paisajes y la finitud que tenemos como seres humanos. Esta experiencia puede conducir a que ciertos espíritus queden alterados pues sus obras dialogan con la siguiente relación: cuán amplio es el mundo versus cuán ínfima es la vida. Es un visor que el artista presta (quizá inconscientemente) a quien quiera percibirlo y que surge mediante su ejercicio de contemplación. Y aunque la contemplación es subjetiva, así como el gusto y lo que apreciamos como bello, no hay duda de que para muchos el paisajismo del maestro Hurtado puede llevar a experimentar sensaciones sublimes. Es mi caso. Aquella categoría estética nacida con El tratado de lo sublime, atribuido a Pseudo Longino (s. II d. C.) y que, posteriormente, fue debatida entre los estudios estéticos del romanticismo europeo de los siglos XVIII y XIX –entre ellos por Immanuel Kant–, hacía referencia a aquel placer producido al contemplar una pintura “paisajista sublime” y experimentar una “sobrecogedora confrontación con una ausencia de límites”.1 Tal vez aplicar las discusiones de lo sublime

Rembrandt en Canaima, 2013

Grisel Arveláez

como categoría estética a un arte paisajista contemporáneo y venezolano sería halar y encoger demasiado el término: acá la intención es sólo la de evocar las sensaciones de sobrecogimiento e inquietud que puede producir la pintura del maestro Ángel Hurtado sobre ciertos espectadores. En sus paisajes, el juego de colores cálidos y fríos y los matices entre luces y sombras, brindan teatralidad a cada composición. Sus atardeceres ennoblecidos por las huidizas luces del sol (y de la luna); un tepuy exaltado por su propia monumentalidad; el Guaraira Repano descontextualizado de la bulliciosa y sobrepoblada Caracas, cuyos habitantes, ausentes en la composición, pasamos a ser insignificantes; esa naturaleza sigue incólume y monumental. Sus mareas son revividas por las tormentas y entonces surge el silencio de la contemplación para generar vacíos que encararan la fuerza de la naturaleza. Angel Hurtado, en varias ocasiones, ha dejado claro que no intenta parecerse a ningún artista en particular, y eso lo logra. Reconoce que –naturalmente– admira a artistas grandes, entre ellos a Rembrandt. Me pregunto si admirará a Turner. Sin embargo, su paleta se impregna de un tono particular, uno que recalca la grandiosidad del paisaje venezolano que admira. También ha mencionado que

sus paisajes –sobre todo los creados desde hace once años, tiempo que tiene residiendo en la isla de Margarita– no utiliza más fuente de inspiración sino la naturaleza misma cobijada por el bagaje de su experiencia. Pero esa experiencia contiene la vivencia de largos años en París y Estados Unidos, y que luego lo llevó a un especie de auto-exilio en Margarita. Ese regresar le permitió reencontrarse con el poder “mirar las estrellas” desde escenarios venezolanos (que no Caracas). Un sobrecogimiento que invita a estar frente a aquellos paisajes imaginados. De toda esta experiencia de vida: de mirar, investigar y, sobre todo, de escucharse como artista, como pintor, nace la exhibición Luces y penumbras­, en la cual ha demostrado que el arte tradicional (de caballete) no ha muerto, pues los lenguajes tradicionales bien aprendidos y bien expresados no negocian con modas, ni tienen fecha, tiempo o momentos específicos. La muestra puede visitarse en la Sala TAC, en el Trasnocho Cultural en Caracas. s 1. Robert Rosenblum, Lo sublime abstracto, ARTnews 59, nº 10 (febrero de 1961). En la página Web de la Fundación Juan March se reproducen varios de sus textos, útiles para revisar otros giros de lo “sublime” como categoría estética. @grisarvelaez

Montaje

Diómedes Cordero

“SPKK” ……“SPKK”, el mambo ho-

mónimo, compuesto por el sonero cubano Kiko Mendívil, con arreglos de Dámaso Pérez Prado, de Simpatía por King Kong (Caracas: Planeta Venezolana, 2013), tercera novela de Ibsen Martínez, escritor, ensayista, dramaturgo, periodista y guionista de televisión, funcionaría como el episodio genealógico diegético que dispara, y alrededor del cual se acumula, la vida episódica de Kiko, Kiko Mendívil, Kiko Malanga o Kiko el impecune, epíteto con el que Rául, el periodista narrador, caracteriza la precariedad social de la existencia del músico y actor cómico, de obvio referente: Cecilio Francisco Mendive Pereira o Kiko Mendive. Si como escribe Chris Andrews, sostenido en Galen Strawson, a propósito de la narrativa de Roberto Bolaño, que: “Algunas personas van simplemente de una cosa a otra. Viven de una manera picaresca o episódica” para cuestionar “la ortodoxia imperante según la cual una persona no puede constituirse plenamente sino a través de un relato que abarca una vida entera”, Martínez habría logrado, desde su talento y experiencia profesional como guionista de telenovelas, transformar el “estilo temporal” del relato televisivo, anclado en el referente y en el carácter episódico aristotélico, en un discurso que, originado en el sentido temporal episódico, supera la condición psicológica o social precaria del personaje para narrar, desde el presente de la escritura del libro, la ficción temporal del pasado de Kiko, mediante los mecanismos de la invención del mambo “SPKK”, la lectura de filmes mexicanos, y, fundamentalmente, la alteración referencial del verosímil de la muerte: “Kiko murió en Caracas, a consecuencia de heridas de guerra sufridas durante los saqueos y matanzas del Caracazo, en febrero de 1989. Dámaso Pérez Prado, el Rey del Mambo, falleció el mismo año, en la Ciudad de México”. La telenovela usa literalmente el tiempo real, la novela lo inventa o lo imagina. El esquinazo de Pérez Prado

a Kiko, la digitalización de las particellas de “SPKK” y el Caracazo condensan, en el primer capítulo, la expectativa de lectura; la historia sentimental de Rául y Wanda Montilla, una periodista de televisión que cubre la fuente presidencial del gobierno de “El Number One”; la muerte y entierro de Kiko; y el exilio involuntario de Rául expanden la relación temporal de los “fracasos” de Kiko que, más que una vida episódica pasada e irrecuperable por la memoria, sólo podría ser recuperada a través del reconocimiento del pasado como una historia de vida irrepresentable en el aprendizaje acumulativo de la práctica social; es decir, el pasado no funcionaría como un saber práctico, como una memoria viva, producto del aprendizaje de los errores, sino que actuaría como un efecto liberador de la autonomía y el placer del presente: la asunción narrativa, desprejuiciada, despreocupada, del fracaso como ética personal y social de vida y muerte. Simpatía por King Kong contribuiría a la mitología de escritor que se ha forjado Martínez en sus diferentes prácticas sociales. El “mito personal del escritor”, que diría César Aira, fascinado por el fracaso como poética. Pero, esta vez, Ibsen Martínez desborda el éxito de su telenovelas: fiel a sí mismo, ha escrito, con rasgos autoficcionales, una novela que convierte el fracaso en un artefacto literario: la fascinante episódica vida “fracasada” de Kiko y su mambo “SPKK”. “Por una vez no le dije que tenía una idea cojonuda para un libro”. s


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