Los desafíos del Partido Comunista Juan Andrés Lagos
Miembro de la comisión política del Partido Comunista Chileno
El partido enfrenta, en primer lugar, el desafío de reconocer y asimilar profundamente un nuevo cuadro mundial, una nueva época, lo cual implica procesos y cambios intensos en la aplicación de su línea. Vivimos una fase de la Humanidad caracterizada por la mundialización del capital, y especialmente en Chile, tal asunto se plantea recurrentemente y en forma hegemónica, por algunos, como una condición que permite solamente contrarreformas neoliberales, o a lo menos, conquistas muy parciales encuadradas en una aspiración que, se dice, podría tener una cierta forma democratizadora. A esto se vincula cierta tradición del llamado “progreso social”, o de la “tendencia determinante de la historia”. Intervención en mesa redonda del Instituto de Ciencias Alejandro Lipschutz: « 90 Años del Partido Comunista. La continuidad de su línea política », 24 de Julio de 2002 Permítanme aventurarme en asuntos del presente y del futuro que, creo, se plantean como desafíos de realización a la continuidad de la línea del Partido Comunista. Es posible que ello implique asumir esta continuidad desde una dialéctica que significa tensiones, cambios, transformaciones, reafirmaciones, rescate, pero también ruptura con ciertas tradiciones. Creo, sin embargo, indispensable tal mirada para enfrentar el tiempo que vivimos, que en una buena medida es una época nueva y cargada de fuertes contradicciones. 1) El partido enfrenta, en primer lugar, el desafío de reconocer y asimilar profundamente un nuevo cuadro mundial, una nueva época, lo cual implica procesos y cambios intensos en la aplicación de su línea. Vivimos una fase de la Humanidad caracterizada por la mundialización del capital, y especialmente en Chile, tal asunto se
plantea recurrentemente y en forma hegemónica, por algunos, como una condición que permite solamente contrarreformas neoliberales, o a lo menos, conquistas muy parciales encuadradas en una aspiración que, se dice, podría tener una cierta forma democratizadora. A esto se vincula cierta tradición del llamado “progreso social”, o de la “tendencia determinante de la historia”. La mundialización del capital, como proceso histórico real, puede explicarse desde la obra de Marx, el cual desde el Manifiesto a los Grundrisse, y en el propio Capital, instala en el centro de su teoría el análisis de la tendencia a la universalidad nacida con el capital, inherente a su lógica como valor auto-expansivo. La época que vivimos tiende a confirmar, con creces, el carácter desigual y combinado del desarrollo del capitalismo, que profundiza todos los antagonismos entre las partes y el todo y todas las contradicciones en el seno de cada parte. Marx hizo este pronóstico respecto de la mundialización del capital ciento cincuenta años antes de que los pregonadores de la globalización, pero advirtió, también, que esta tendencia a la universalidad nacida por la lógica del capital, llegaría a un punto en su desarrollo en el que el mayor obstáculo a su camino sería el propio capital. Algunos marxistas han logrado caracterizar algunas fases de esta época de mundialización. La tercera de estas fases se presentó como reacción a la crisis de superproducción de capital que estalló con el desplome del edificio de Bretton Woods. Por intermedio de la crisis fiscal en los países centrales y la crisis de la deuda externa en los países del tercer mundo, esta tercera fase se expresó a finales de la década de los 70 y a comienzos de la década de los 80, con la liberalización y desregulación de los mercados financieros, que implantaron el flujo internacional y libre de capitales. En rigor, los conceptos de globalización mundialización se hicieron recurrentes en este período para referirse a esta fase particular, lo que gradualmente fue llevado a un rango de “nuevo estadio histórico” o “nuevo sistema”. ¿De qué se trataba, en realidad?, se trataba de una fase de financierización extrema y parasitaria del capital, una consecuencia de la crisis de super acumulación y un factor de la profundización de
esta crisis, como quedó claro, después, en 1997, con el crash económico ocurrido en Asia. Es en este contexto que debemos observar el desarrollo del neoliberalismo en Chile y en esta zona del mundo. Los economistas y cientistas políticos cubanos Cervantes, Gil, Regalado y Zardoya, en su texto La Metamorfosis del Capitalismo Monopolista, caracterizan esta fase como “el proceso de redistribución de las zonas de influencia...lo que agudiza las contradicciones interimperialistas y las contradicciones entre los capitales monopolistas transnacionales y los capitales no monopolistas a él subordinados. El desarrollo de estas contradicciones – sostienen - conduce inevitablemente a la agudización del enfrentamiento económico y político entre los países imperialistas, por una parte, y entre éstos y las neocolonias del capital transnacional, por otra”. Los tratados de libre comercio y la zona hemisférica de libre comercio de las Américas, impulsada por Estados Unidos y la Unión Europea, expresan no pocas de estas contradicciones. ¿Qué ocurre entonces con el resto del mundo subdesarrollado, poblaciones, ramas económicas, regiones completas, países y hasta continentes?, pues quedan marginados de la rotación del capital monopolista, pero siguen subordinados a él por una madeja de mecanismos de dominación de todo orden. Es aquí en donde se expresa con violencia la idea marxiana del desarrollo económico y político desigual. Con todo, este cuadro mundial se ha agudizado. Después de la caída de las torres en los Estados Unidos y la inevitable consecuencia sustantiva que se dejó ver después, se ha conformado un escenario mundial crítico que se caracteriza por el intento rápido del imperialismo norteamericano de resolver su propia crisis a través de una acumulación rápida, con métodos de guerra y de anexión. El Comandante Fidel Castro ha señalado algunas cuestiones que es necesario reflexionar con más profundidad y detención: Las crisis del capitalismo son cada vez más recurrentes y cercanas unas de otras...y ya no pueden resolverlas con las lógicas del período histórico anterior. Es la propia existencia de la Humanidad la que se ha puesto en el centro del devenir humano.
Sin poder definir la duración exacta del tiempo histórico de este período, sin embargo sí se puede sostener que se ha llegado a una fase definitiva para la Humanidad. Gladys, en una intervención preparada para el Foro de Sao Paulo realizado en La Habana, el año pasado, exponía la idea que tras la caída de las torres, enfrentábamos una nueva fase de la Humanidad, cargada por el peligro guerrerista norteamericano, en su intención totalitaria a nivel mundial, en medio de una crisis que el propio capitalismo ha instalado sin tener, ahora, ningún adversario de peso al frente. Esa supuesta lucha en contra del terrorismo, es lo que explica el genocidio que hoy vivimos del pueblo de Palestina. En todo caso, baste un ejemplo para sostener la radicalidad de este planteo: hoy, una quinta parte de la población mundial ya padece la falta de agua potable y la desertificación y degradación del suelo avanzan con rapidez inusitada. Una gran parte de las selvas existentes están en grave peligro y también se han puesto en riesgo los manantiales del planeta. Los altos índices de destrucción de la biodiversidad a nivel global, amenazan la vida misma sobre la tierra y todo organismo vivo, mientras el neoliberalismo subordina todo a la ganancia y a un nivel de consumo insostenible. Este es el “progreso y el desarrollo” que se nos impone, y lo mismo ocurre con el saqueo de las riquezas naturales. En este contexto, la forma del estado-nación está puesta en el centro de las contradicciones históricas. Los períodos de reformas anteriores, en este sentido, coinciden con la primera y segunda fase de la mundialización capitalista, y fueron etapas de expansión industrial que no encontraron en el capital financiero un obstáculo, sino una palanca poderosa. La colonización y neocolonización del tercer mundo, fueron formas de dominación imperialista adecuadas a ese tiempo histórico. Vivimos hoy la tercera fase, y hoy mismo, podemos observar el agotamiento prematuro de esta época imperial. En nuestra región, ello explica el desplome de Argentina, las crisis de los estados regionales, los intentos violentos de los Estados Unidos por controlar los recursos naturales que van
quedando, la militarización creciente de la política de dominación. La anexión parece ser el intento más serio del imperio en esta época, en donde se busca la definitiva extinción de los estados nacionales y las formas que han expresado históricos modos de relaciones de producción. Por lo pronto, ello permite ubicar la contradicción central del período, y desarrollar unas luchas nacionales que obligan a ver la necesidad de amplias alianzas de clases, incluidas formas residuales de burguesías nacionales, en pro de conquistar nuevas formas de estados independientes integrados entre sí, pero políticamente autónomos del imperialismo. 2) Este cuadro es el que obliga a pensar y repensar el sujeto revolucionario para estos cambios, y las formas esenciales del proyecto democrático y revolucionario que se requiere para este tiempo histórico. Se trata, eso sí, de unos esfuerzos realizados en una necesaria unidad dialéctica. Parece claro que este proceso ha llevado al surgimiento de amplias formas de proletarización creciente; a la permanencia de amplios nichos de reservas humanas que forman el llamado trabajo precario; y a un ejército de desocupados y marginados que oscilan y son usados como fuerza de chantaje en todo proceso de demandas reivindicativas por mejores condiciones de trabajo y vida material y espiritual. En verdad, esta es la gran mayoría de la población chilena, que vive y sobrevive bajo formas de dominación en donde los sistemas de alienación ideológicos y comunicacionales son el arma central de esta dominación. Pero también el propio sistema ha generado agudas contradicciones y situaciones nuevas que van mucho más allá de las formas clásicas de definición de clases, aplicadas en tiempos históricos concretos. Las contradicciones de género; la casi total inexistencia de un estadio social que efectivamente permita la condición de existencia de la juventud, como etapa de la vida humana; la opresión sobre los pueblos originarios; la muerte de sectores económicos completos, como los pescadores artesanales, por ejemplo, muestran un mundo amplio respecto del cual se requiere hacer política. Recientemente, tuve la oportunidad de estar
presente en una asamblea del sindicato de pescadores artesanales de Coronel, que recibía la solidaridad de la Coordinadora de Cesantes de la Cuenca del Carbón. Allí, su presidente, un pastor evangélico que después en una protesta con cortes de carreteras fue herido por balines de la policía militarizada, explicó con sencillas palabras el peligro de muerte de todo el sector de la pesca artesanal. Tras la firma del tratado de libre comercio con la Unión Europea, decía él, las cuotas de pesca han quedado a disposición de las transnacionales españolas, y la nueva ley de pesca legaliza tal acción mortal. Esa es la política que lleva adelante la concertación, con el mismo modelo para la salud, fotocopiado de las instrucciones emanadas por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional para todo el tercer mundo. La radicalidad de las formas de lucha se explica en este sentido, y exige un proceso rápido de adecuación para el tiempo presente. Por otra parte, la llamada transición, que se inaugura y se desarrolla precisamente en medio de la tercera fase que señalamos anteriormente, ha adquirido la apariencia de un sistema de “democracia representativa”, en donde la participación social se extingue, y más bien devela con toda su fuerza el rasgo de ser la forma autoritaria de dominación para la época que vivimos, como estadio previo a la anexión definitiva. No es casual que sea el propio Estados Unidos el que exige y demanda a Palestina, a Venezuela, a Argentina, a Colombia, en fin, a todos, una cierta gobernabilidad bajo las formas de la democracia representativa, aun cuando su intervención directa y autolegitimada niega en esencia la historicidad de tal sistema político. El cómo se articula un movimiento y una alternativa emancipadora es el desafío del presente. Parece claro que el sujeto para lograr esos cambios debe emerger de ciertas fuerzas motrices. El asunto es tener el rigor, y una cierta audacia, para superar ciertas categorías que no dan cuenta de la amplitud y características de ese nuevo sujeto.
Como hipótesis de trabajo, podríamos decir que tal sujeto debe emerger de los amplios mundos laborales cualquiera sea su condición objetiva, cualquiera sea su relación con el sistema de producción existente, aun cuando es tarea de la política, y del partido, definir con exactitud sus potencialidades para convertirse en factores de articulación y fuerza. Estamos ante el desafío de reconocer la amplitud de ese sujeto, a partir de los cambios objetivos que se han producido en la estructura de clases, pero también respecto de las nuevas contradicciones que se desarrollan en la vida social. Las formas de dominación y fragmentación de este sujeto, que niegan la representación básica de sus propias identidades, hacen pensar que su construcción adquiere una dimensión nueva, y esta se expresa, necesariamente, en los ámbitos de la política y de los movimientos sociales. Para esta etapa, parece más necesario que nunca ir al rescate de las experiencias históricas de emancipación y las originarias construcciones del sujeto popular, recogiendo así la herencia de Recabarren. La construcción de tal sujeto requiere, necesariamente, una política que visualice el empoderamiento de las clases populares en su lucha, para transformarse en actores incidentes. Tal vocación de poder no se puede reducir a unas tácticas de acumulación que no reconocen que el poder dominante se ha diseminado en toda la sociedad, y que se han extendido mucho más allá de las formas clásicas del estado benefactor. Simultáneamente, estas formas de dominación articulan control y fragmentación, en aparentes expresiones de representación delegada en una llamada clase política y una elite dirigente que se reproduce por las vías electorales que le sirven para esa reproducción. Por eso, la construcción del sujeto revolucionario, del sujeto popular, debe estar estrechamente vinculada a una política participativa en la propia construcción y de construcción democrática, en donde el partido juega un rol dinamizador y articulador de vanguardia, que puede ser compartido con otras fuerzas políticas y culturales en aras de un programa y objetivo más global.
En el Partido Comunista, en este sentido, coexisten “culturas” y una historia que se debe asumir en forma contradictoria. Algo queda de la herencia de unos socialismo reales que simplemente cayeron porque sus construcciones de sujetos históricos simplemente desecharon las formas de poder popular, de participación en la construcción misma de esos sujetos, de una idea de vanguardia que finalmente terminó siendo un aparato autoritario, dirigente del estado, pero no de la sociedad y del pueblo. Es allí en donde se fraguó la idea posterior del asalto al poder como fase única y exclusiva del proceso revolucionario. Un cierto esquematismo, aplicado desde los manuales del marxismo, objetivista y burocrático, tiende a disminuir peligrosamente el decisivo rol de la subjetividad de las masas y el papel de la personalidad humana en la construcción de la historia de emancipación. Algo queda, también, en este sentido, respecto de concebir el proceso revolucionario como en etapas, que necesariamente deben madurar en tiempos históricos determinados y correlativos, aplicándose mecánicamente ideas del pasado. Este esquematismo impide ver el movimiento real, la subjetividad de las masas y la contradicción fundamental que efectivamente cursa. Sin embargo, es la propia historia, la temprana historia de Recabarren, y pasajes bien claros de este durísimo proceso, entre otros todo el período de ascenso y caída del gobierno popular de Salvador Allende, así como la significativa lucha en contra de la dictadura de Pinochet, que demuestran que siempre en este Partido Comunista existieron y existen brotes, gérmenes y expresiones fuertes de una construcción popular amplia, de empoderamiento original del sujeto revolucionario. Parece ser que ha llegado el tiempo urgente de la síntesis, en este sentido, en donde las ideas de emancipación, identidad popular y construcción de sujeto deberían marcar los cambios en el partido y los que el partido propone a la sociedad. Necesitamos una idea antropológica que restituya al pueblo como sujeto de los cambios.
En este sentido, compañeros de ruta, como Tomás, nos han hecho importantes aportes y sugerencias que desde mi punto de vista debemos saber reconocer. 3) Finalmente, creo que el Partido Comunista debe mirar más a ciertos nuevos fenómenos que cursan en la vida social. Se realiza en este tiempo una llamada Cumbre Mundial de la Sociedad de la Información, con la promesa de superar la brecha digital para terminar con la pobreza. Ese es el ambicioso objetivo que se plantea. Esto tiene su historia, y en un cierto período, estos procesos que ya no son tan nuevos fueron caracterizados, como expresiones nítidas de ese cierto “progreso social” que se sustentaba en la llamada “revolución científico técnica”. Las cosas parecen ir en otro sentido, en la medida que estos cambios científico-técnicos han permitido, casi en su totalidad, incrementar las tasas de plusvalía, concentrar la producción del conocimiento en esferas centralizadas y monopólicas, ampliar la brecha del desarrollo y acceso cultural, a tal punto que hoy podemos hablar de una alarmante tendencia al analfabetismo funcional, y de amplias masas populares carentes de identidad. Hay voces que se levantan para develar el fenómeno real. Cees Hamelick, profesor del Centro de Derechos Humanos y Comunicación de la Universidad de Amsterdam, ha señalado que el problema no es de información, como proceso vertical, sino de comunicación. Cito textualmente: “No necesariamente más información significa menos conflictos. Esa es una apreciación ingenua. Al aumentar la capacidad de información, disminuye la capacidad de comunicación, porque la gente no dialoga, no escucha. Y ahora lo que se requiere es diálogo y estar abiertos al cambio. El gran reto es el derecho a comunicar, que es un derecho humano que implica derecho a la participación, a la asociación, a la información, a la diversidad cultural...”
En rigor, las máquinas de transmisión de información necesitan de usuarios previamente inteligentes, con amplia cultura crítica, si se postula realmente una política de emancipación. La aceleración histórica y el volumen creciente del saber especializado, en un mundo de globalización capitalista, plantea un gran desafío respecto del uso y la democratización efectiva no solo de los sistemas de transmisión, sino esencialmente respecto de los contenidos de tales procesos. La uniformidad y el totalitarismo parecen consustanciales a nuevas formas de dominación de la conciencia humana. Los saberes especializados y la privatización del conocimiento, que niegan la identidad y la universalización, tienden a reproducir sujetos pasivos y fragmentados en su vida social. Muy lejos de estar planteando un rechazo a las formas de transmisión tecnológicas, lo que aquí se expone es una alerta roja respecto de no someterse a ellas con matrices de alta ingenuidad. Del mismo modo, la medialidad respecto de la construcción de mensajes, que no solo refiere a los medios de comunicación tradicionales, plantea la exigencia de proponerse a fondo alternativas y políticas comunicacionales que se inserten en los programas de construcción de una alternativa de cambios transformadora y estable en el tiempo. Lo que se propone, en rigor, es rescatar lo que Recabarren hizo para su tiempo, en cuanto construir identidad a través del arte y la cultura, y usar los más avanzados instrumentos tecnológicos que en esa etapa histórica existían. Hay aquí la necesidad de levantar una epistemología para los procesos de cambios que nos planteamos. Unas pedagogías que pongan en el centro al sujeto de los cambios. Pero el desafío es todavía mayor. En estos días, en la Universidad Arcis, en donde imparto algunas clases, he tenido la buena oportunidad de escuchar a un académico cristiano, profesor de la Facultad de Teología de la Universidad Católica, Rodolfo Nuñez, quien en expresiones muy simples y directas ha planteado un asunto que me parece medular. El sostiene que el neoliberalismo en Chile impone la extinción de la
ética, la depredación de la conciencia, basándose en la instalación de una prisión socioeconómica que niega la libertad individual y social. Tal situación, indica, demanda la exigencia de construir una contracultura que debe surgir de la participación. Creo, sinceramente, que en estos ámbitos hemos sido demasiado tolerantes con las formas de vida que el neoliberalismo nos impone, y ha llegado el momento de romper con todo ello, levantando una esperanza que está por construirse, que debe ser construida en participación democrática desde la base, en donde el rol del partido debe ser fundamental. En este estricto sentido, vivimos un tiempo de fundaciones y caminos nuevos que recorrer, y en ese caminar nos acompaña nuestra historia y todos quienes antes que nosotros plantaron semillas fecundas de germinación.