Cautividad Roja

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M I C H E L L E

L Ó P E Z





Convivía con mi madre en Union Square. Si no fuese porque esta pasase de mí por completo, (probablemente conociendo mejor sus tiendas favoritas de ropa que a su propio hijo) o porque era la oveja negra de mi familia, cualquiera diría que tenía una vida perfecta llena de lujos, ¿verdad? Bien, Estos “lujos” desaparecerían si en alguna comida familiar se me ocurría desvelar mi atracción por el sexo opuesto, o la que tengo hacia el dolor. Sólo había un miembro al que adoraba, mi abuela, con la que hablaba todos los días por teléfono.


Fue en una discusión con mi madre cuando hui de casa, yendo al lugar dónde puede que me sintiese más comprendido, el Barrio Castro, meramente de ambiente. ¿No me he presentado aún? Soy Ares, encantado. Con un mensaje a uno de mis mejores amigos descubrí qué bar no pediría identificación a un menor y allí me presenté. Horas más tarde no conseguía adivinar si mi deseo de ir al baño provenía de mis ganas de orinar o vomitar.



Entré dando tumbos al servicio. Aún con la vista nublada pude distinguir algo que no me sorprendió demasiado… Tragué saliva, no por la situación, cómo quizás estuvieses imaginando, sino por la mirada del chico más alto fija en mí. Este poseía un rostro difícil de olvidar. No hicieron falta las palabras, el poseedor de los billetes asintió al más bajito, quién desapareció detrás de mí.




Una mala broma por mi parte, en la que traté desesperadamente de sonar cómo alguien que no recordaría nada el día siguiente, causó que este joven me aprisionase contra la pared. Se me cortó la respiración (sus manos alrededor de mi cuello también contribuyeron, desde luego). Era una presa, atrapada por las garras del típico animal qué sabes que ganará la pelea. Noté cierta presión en un punto de mi cuello y cómo lentamente mis párpados se iban sintiendo más pesados.


Me desperté en una habitación que olía a lluvia, recostado en el suelo y con mis piernas atadas por los tobillos a un radiador. Una bandeja compuesta por carne, pan y agua se hallaba a mi derecha. ¿Os acordáis de mi abuela? Ella fue la única que se preocupó por mí. La única que echó en falta mi presencia e incluso investigó por su cuenta, incapaz de abandonar la búsqueda.


Se anunció por televisión cómo dejaron de buscar a “ese chico borracho visto por última vez en un bar gay… Mientras tanto iba descubriendo que Lauren (así escuché cómo le llamó alguien por teléfono) en realidad era una persona con la que se podía charlar fácilmente, no tenía que tratar de ser agradable ni bromear (cómo con mis parientes) y eso, irónicamente, hacía que ambos nos sintiésemos muy cómodos..



Y un día me liberó de mis cadenas. Ese en el que le resultó muy complicado estar alejado de mí. Ese en el que fue imposible decirle que no. Yo estaba claramente enfermo, numerosas veces había visto estos casos en la televisión y nunca había juzgado a las víctimas, siempre trataba de comprender a todas las personas… Y quizás fue eso lo que me destruyó, quizás si no siguiese siempre mis valores y hubiese caído en lo que tanto desprecio no me hubiera pasado nada. ¿Esa sensibilidad es una debilidad? Lo dejo a vuestro juicio, pero seguiría manteniendo mi postura.



Tenía las muñecas atadas por encima de la cabeza, sostenidas al cabecero de la cama con la misma fuerza con la que Lauren me aferraba del cuello. Mentiría si dijese que eso me molestaba, hasta que comprendí que no era un acto realizado con la intención de complacerme. Por extraño que parezca seguía manteniendo esperanzas, con lágrimas qué se deslizaban por mi rostro mientras la mano libre de mi acompañante repetía la misma acción, pero por mi cadera. Mis párpados acabaron por cerrarse, de nuevo. Pero esta vez no desperté.


Dicen que el trabajo duro siempre lleva a algo. Y el de mi abuela la llevó a nosotros. Pero Lauren tenía la certeza de que mi abuela debía morir, o nunca descansaría...





Retelling contemporáneo de “Caperucita Roja” en el que descubirás la sorprendente y oscura historia de un joven que afronta un grave problema tras escapar de otro. Este rasgo lo comparten una gran variedad de relatos, pero su final se aleja con creces de lo común.


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