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Paisaje
Francisco Robles Gil Martínez del Río
Yo soy de la idea de que cuando estamos reflexionando en torno a una palabra, primero hay que consultar su definición; para el caso de paisaje dí con las siguientes acepciones: 1.- Parte de un territorio que puede ser observada desde un determinado lugar; 2.- Espacio natural admirable por su aspecto artístico y 3.- Pintura o dibujo que representa un paisaje; estas tres definiciones contiene un común denominador, el sujeto que observa y puede llegar a representar aquello que examina atentamente, la definición sigue sin quedarme muy clara, lo cual, me lleva a preguntarme por la etimología del concepto, es decir, por su historia: ¿Cuál es su “origen”? ¿Qué significados ha contenido a lo largo del tiempo?
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Estas preguntas me llevan a revisar el diccionario etimológico de Joan Corominas que consulto en su soporte digital (PDF) en una computadora, la cual, tiene instalada el lector Adobe Acrobat y que, por alguna razón, que mi analfabetismo digital no me permite comprender, cuando oprimo las teclas ctrl f para buscar la palabra paisaje, emerge ante mí la siguiente leyenda “Adobe Acrobat finalizó la búsqueda del documento. No se encontró ninguna coincidencia.” Decido revisar aquel pergamino digital hasta llegar a las entradas que inician con la letra p, de pronto, me topo con un pequeño párrafo: “País, paisaje, paisajista, paisanaje, paisano, V. pago.
En esa misma página, a la misma altura de País, leo en negritas PAGO, palabra que en el imaginario de nuestros tiempos nos remite a una lógica económica que consiste en el intercambio de dinero por labor realizada, es decir, al trabajo, pero la entrada me aguardaba una sorpresa: -distrito agrícola, es lo que leo después de la coma; sigo leyendo, y me doy cuenta de que aquella palabra hace eco del latín pagus -pueblo, aldea-; ambas remiten a las acepciones “originales” de paisaje, entonces, además del sujeto que observa ahora tengo una demarcación geográfica; Corominas me lleva al siglo XIII (1220- 1250) en el que una de las derivaciones de PAGO es paganus -campesino-; algo que me llamó la atención es que después de -campesino-, el autor escribe “[…] y en el lenguaje eclesiástico -gentil, no cristiano-“, lo cual, me lleva a pensar en un sujeto que habita más allá de las murallas que resguarda la polis cristiana, es decir, el pagano; sería hasta el siglo XVIII (1700) que la lengua francesa empezaría a enunciar paysage; paisajista, paisano ¡estoy pues, frente a la acepción que me llevó a hacer este recorrido etimológico!
El paisaje como una interpretación que de su entorno tanto cultural como natural hace el sujeto, en este caso, el paisajista; aquella nunca es una mirada impoluta, es decir, neutral, siempre busca provocar algo en quien observa su creación, y cuando escribo paisajista no me refiero únicamente a aquél que tiene el oficio de la plástica; el paisajista también puede ser una entidad metafísica como el Estado-nación, una comunidad imaginaria en la que a través de ciertos rituales se homogeniza tal o cual geografía, pienso en los paisajes monumentales que he observado en Palacio de Bellas Artes, Palacio Nacional, o el Edificio de la SEP, recintos a los que asistimos para ser testigos de aquellos trazos míticos en los cuales se plasma “el origen” de la nación, en este caso, el paisaje-mural nos evangeliza en el credo nacional: “Bandera de México, legado de nuestros héroes, símbolo de la unidad de nuestros padres y de nuestros hermanos, te prometemos ser siempre fieles a los principios de libertad y de justicia que hacen de nuestra Patria la nación independiente, humana, generosa a la que entregamos nuestra existencia.”
Entonces, además de una interpretación, el paisaje es también una narración que hace inteligible nuestro entorno cultural y natural, a la cual, le subyace una dimensión afectiva y psíquica que moldea nuestras formas de habitar el mundo, y entonces, cuando hay narración, hay temporalidad y cuando hay temporalidad, estamos frente a nuestra historia, la cual, desde el paisaje-mural del Estado-nación se narra a partir de una teleología, en donde el tiempo es lineal y hay un destino manifiesto; en contraste a estos trazos míticos y monocromáticos, la reflexión en torno al paisaje puede tornarse histórica y policromática, es decir, adquirir una complejidad que a su vez nos otorga mayor claridad a la hora de contemplar nuestro entorno para así devenir paganos y poner en tensión el carácter homogéneo del credo nacional; es este gesto crítico el que aparece en la obra de Miguel Ángel Ortiz Bonilla.