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Mis Dos Pasiones Miguel Correa
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Este libro no podrĂĄ ser reproducido,ni total ni parcialmente, sin el previo permiso escrito del autor y editor. Todos los derechos reservados. DiseĂąo de cubierta:Miguel Correa DiseĂąo interior e ilustraciones: Miguel Correa Texto: Miguel Correa Impreso en Segovia, Marzo, 2015
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Agradecimientos A mis Padres, por educarme como solo ellos podían haberlo hecho. A mi Hermano, porque se que a pesar de todo siempre estará allí. A Laura, porque yo se que sin su apoyo nunca hubiera hecho todo esto. Y a mi Abuela, que aunque se que no lo puedas ver, se que estarás más orgullosa que nadie con este libro.
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Índice Prefacio
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Capítulo I: Mi Historia
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Capítulo II: París
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Capítulo III: Berlín
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Capítulo IV: Hungría
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Capítulo V: Atando Cabos
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Anotaciones
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Prefacio “La emoción más antigua y más intensa de la humanidad es el miedo, y el más antiguo y más intenso de los miedos es el miedo a lo desconocido” H.P. Lovecraft Aquellos que temen, aquellos que alguna vez han temido de verdad se preguntan: ¿Cuál es el atractivo de un relato de terror?, ¿qué lo hace tan apetecible para los lectores, los espectadores y audiencias de todo el mundo?, ¿por qué lo buscamos tan desesperandamente si no puede ofrecer otra cosa que desolación? Parece improbable que nos veamos arrastrados de esa manera por algo tan inocente y mundano como la curiosidad, pero ésta, en ocasiones, toma la forma de un ansia irracional por el conocimiento de los secretos más oscuros del universo. Una necesidad imperiosa de atravesar la frontera de lo desconocido en busca de respuestas. Imploramos una justificación a la inevitabilidad de la muerte, nos planteamos una y otra vez las grandes cuestiones sobre 13
14 el orígen de nuestro mundo, la existencia del alma o la trascendecia. Y esta búsqueda no conoce atajos, nos empuja con desmesura a la especulación de fantasmagorías y horrores indecibles, porque lo cierto es que la mayor parte de las historias de terror, las buenas al menos, suelen esconder el gran drama de la fatalidad bajo su manto. Esto es lo que Edgar Allan Poe llamó con acierto el “demonio de la perversidad”, lo que llevó al Dr. Frankenstein a engendrar su monstruo y lo que empujó al maestro Lovecraft al encuentro del Horror Cósmico. Los fantasmas de Le Fanu, los vampiros de Stoker, El Hombre de Arena de Hoffman y el Mr. Hyde de Stevenson; no importa la forma que les otorguemos, todos esos monstruos son manifestaciones de nuestro miedo a lo desconocido y de la aventura que supone salir a su encuentro. Suele pasarnos desapercibida la capacidad del horror para darle forma a esta tragedia, de transmutarla en sustancia sobrenatural o asesino implacable, hacer palpable lo imposible, manifestándose de forma monstruosa, planteando nuevas preguntas que nadie se atrevería a plantear. Dioses y monstruos que pueblan el imaginario de los tiempos desde que la Humanidad surgió arrastrándose del barro y se dió a sí misma la palabra y la conciencia. Y no se me ocurre forma más hones14
15 ta de afrontar los demonios de la conciencia que darles forma sobre el papel en blanco. Adopten la forma que adopten, por mucho que tratemos de evadirlos o deshacernos de ellos, su horror no tarda en revelarse implacable ante todas las generaciones. Su rostro se hizo visible en las conciencias de nuestros antepasados, y más sombríos y laberínticos serán sus rasgos para las generaciones venideras. El relato que sucede a estas palabras nos invita de nuevo a apartar el velo que oculta ese rostro y afrontar nuestra conciencia primigenia. Apartémoslo pues, sin demora, antes de que seamos demasiado viejos o demasiado prudentes para intentarlo.
Alberto Martínez Carcedo, Director del programa radiofónico Noviembre Nocturno
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CapĂtulo I
Mi Historia
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18 Capítulo 1: Mi Historia Quizás deba empezar contando toda la historia desde el principio y que mejor manera que deciros quien soy; así entenderéis mejor esta serie de acontecimientos. Soy George Sawyer, el hijo menor de una gran familia del viejo continente, más concretamente, de Inglaterra. Vivía en una mansión señorial, creada por mi tatarabuelo. Para mi era como un viejo castillo lleno de fantasmas y misterios que desvelar. Si he de ser sincero, nunca me interesó el mundo real, preferí siempre vivir en mis fantasías; me imagino que será por mis traumas infantiles, de los cuales les hablaré ahora para que se sientan partícipes de mis obsesiones. Mi padre era un borracho, siempre estaba borracho; él no podía afrontar la enfermedad de mi madre, mi santa madre, que se consumió cuando yo solo tenía 8 años y entonces el alcoholismo de mi Padre rápidamente degeneró en la locura. Solo guardo un grato recuerdo de mi hermano mayor Birch, que me intentaba proteger con juegos de ese mundo oscuro, por eso, desde pequeño siempre hui de esos tormentos que aún asolan mi alma en busca de dos pasiones que dan calor a mi vida, la música y la literatura. Aún recuerdo perfectamente la mañana de Navidad en que mi madre me regaló aquel instru18
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20 mento, un violín, ni más ni menos, que de Cremona 1; recuerdo acariciar su madera de pícea y ver el brillo de sus cuerdas. En ese pequeño objeto de madera, se guardan los momentos más queridos de mi infancia, en ese violín y en los libros que devoraba una y otra vez, sobre todo, unas historietas del famoso habitante de las sombras “Springheel Jack” 2 y que siempre me dejaban con ganas de escaparme cada noche en busca de ese escurridizo y demoniaco personaje. Afortunadamente, los años pasaron rápidamente y, en seguida, llegó el momento de mi entrada en la universidad. Fue todo un alivio para mí; por fin podría vivir solo y olvidarme de las locuras de mi viejo padre de una vez. Compaginaba mis estudios en Oxford con mi pasión por los libros de su biblioteca, la que cariñosamente los alumnos llamamos “The Bod” 3 . Allí hice amistad con el bibliotecario mayor Matthew Asaph. Matthew rozaba los 40 años, tenía una personalidad esquiva y una timidez extrema, solo después de ir más de un año diariamente le pude comenzar a hablar. Él me enseñó todos los libros, incluso los prohibidos, antiguos que se guardaban en una sala anexa y que siempre estaba cerrada con llave. Rápidamente, me sorprendió los conocimientos que tenía de 20
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22 esos libros de civilizaciones antediluvianas y también el temor que les tenía. Poco a poco, “The Bod” o, más bien sus libros prohibidos, se fueron convirtiendo en una obsesión, obsesión por lo que ocultaban y por el poder que podían desembocar si uno sabía descifrarlos. Los conocimientos de estos libros se completaban con otros de la biblioteca, eran como un puzle; cierto es que aún me faltaban muchos fragmentos y partes por comprender, pero ese juego, poco a poco, se fue convirtiendo en obsesión. Matthew Asaph y yo nos pasábamos los días ojeando y anotando los símbolos de los libros y encajando lo poco que descifrábamos. Tenía una libreta entera con todo lo que íbamos descifrando. En este tiempo, no olvidé a mi viejo amigo de 4 cuerdas. Realicé varios conciertos con un gran éxito, éxito que no me importaba los más mínimo pues lo único que yo quería al tocar, era evadirme de la realidad, disfrutaba más tocando en la ventana de mi modesta habitación, que en uno de estos conciertos que, bajo mi opinión, muy pocos sabían apreciar la magia que para mi ocurría en cada uno de ellos. Tras terminar la carrera de Historia a duras penas, debido a mis continuas visitas a “The Bod”, me despedí de mi ya íntimo amigo Matthew Asaph. Nos dimos un gran abrazo y me dio una réplica del manuscrito Voynich 4 como regalo. Este 22
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24 manuscrito fue un reto para nosotros que no pudimos descifrar y tuvimos que apartar a un lado debido a que habíamos llegado al límite de los conocimientos que nos podían otorgar los libros de “The Bod”. Matthew me dijo que no me preocupara ya que había más bibliotecas como esta repartidas por Europa. Al decirme esto, no me hizo falta pensar mucho para ver claramente mi siguiente paso, que lógicamente, iba a ser un viaje por toda Europa.
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Capítulo II
París
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26 Capítulo 2: París Gracias a la fortuna familiar y al dinero recaudado con una pequeña gira como violinista por Inglaterra, podría viajar por toda Europa en busca de los mejores maestros de violín y de nuevos libros. No sería correcto no hablaros del Doctor Davis, mi mejor amigo en la infancia y que embarcará conmigo en el “King Peck”, un barco carguero que nos llevará a Francia, en la cual nuestra primera parada, será París. Conocí a Davis en la casa del médico del pueblo. Yo tenía la extraña manía y, he de decir que aún la conservo, de subirme en los sitios más inverosímiles para tocar mi violín (un árbol o el tejado de mi casa, eran sitios sublimes para mí). Adoraba tocar mientras veía el atardecer; me imagino que al ser sitios de difícil acceso, me permitían evadirme con más soltura de mis problemas. Además, hay que añadir a esta índole que nunca me gustó tener los pies quietos. El caso es que ese día había llovido toda la tarde y yo estaba esperando a que parara para subirme al tejado a tocar y poder oler el aroma de la tierra húmeda. Al subirme a la ventana, me resbalé con tan mala suerte que caí de espaldas, golpeándome la cabeza con el borde de la cama, haciéndome una pequeña brecha. 26
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28 La criada me llevó a la casa del doctor del pueblo y allí me encontré por primera vez con Davis; él no paraba de toser y de temblar. Como teníamos que esperar a que el doctor llegase de una salida, estuvimos hablando y descubrimos todas las cosas que teníamos en común, forjando así esta amistad. No veía a Davis desde que comencé mi formación universitaria, pues mis visitas a casa eran nulas, no había nada que quisiera ver allí, solamente a mi hermano Birch, con quien mantenía contacto, escribiéndonos una carta mensualmente y se pasaba de vez en cuando a verme. Me encontré con Davis de manera casual en “The British Library”. El destino a veces nos manda señales y esta fue una de ellas, pues las casualidades que se dieron ese día fueron altísimas. Mientras yo ojeaba unos papiros recientemente descubiertos por Louis François Cassas, apareció Davis, quien iba a ojear otros papiros acerca de unos antiguos métodos de curación a través de vendas recubiertas por sortilegios. La sorpresa fue inmensa y, rápidamente, la conversación surgió entre nosotros; aún recuerdo las bromas de Davis que hacía sobre Matthew, comparándole con un esquivo ratón, ¡un ratón de biblioteca, cómo no! El viaje fue bastante entretenido para un servidor; zarpamos con una lluvia que, rápidamente, se convirtió en tormenta en 28
29 cuanto salimos a mar abierto. Yo disfrutaba con el va y ven del barco, con las olas y viendo a Davis sacar la cabeza por el ojo de buey y dando su cena a los peces. Está claro que no es un lobo de mar, pero se que tiene un gran espíritu aventurero y que estará a la altura de nuestra aventura. Por fin llegamos a Calais; allí hicimos noche en una taberna rodeados de los ruidos de marineros borrachos y, al día siguiente, cogimos un coche de caballos y fuimos directos hacia París, donde cogimos un pequeño piso cerca de la biblioteca Mazarino 6. En ella pensaba unir mis conocimientos arcaicos de “The Bod” con los de París, además de ver a la famosa violinista Irene Lefebvre. Davis mientras se entrevistaría con
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30 diferentes médicos parisinos para mejorar sus conocimientos en medicina y, ya de paso, aprender algunos nuevos, de esos que jamás aparecerán en los libros de medicina tradicionales y no te enseñan en la facultad. Nos instalamos y, rápidamente, me aposté en la ventana de mi cuarto a tocar mi viejo violín. Mientras Davis apareció con una copa de whisky para celebrar por todo lo alto nuestra llegada; el ánimo era altísimo en los dos y veíamos como París podía cambiar nuestras vidas. Al día siguiente, me esperaba la biblioteca más antigua de toda Francia y el concierto de la violinista más prometedora de toda Europa. Mi primer contacto con Irene Lefebvre fue tras su grandioso concierto en el Palacio de la Ópera 7, un edificio inaugurado hace apenas una década. Tras deslizarse el telón, apareció Irene Lefebvre; era una mujer joven y delgada, llevaba un largo vestido granate y el pelo recogido hacia un lado, su piel era lisa y pálida a la luz de las candilejas, su rostro era suave, y se podía apreciar el tono cálido del maquillaje en sus mejillas. Rápidamente empezó la melodía y pude comprobar la maestría que tenía esta violinista. Me dejó impresionado, técnicamente perfecta, pero carente de pasión en ocasiones. Me acerqué a su camerino y la felicité por su concierto y de cerca 30
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32 observé el brillo de sus ojos marrones. Tras una serie de preguntas triviales, me atreví a proponerla mis intenciones, es decir, intentar aprender de su dominio del violín. Al principio se mostró recelosa. “No tengo apenas tiempo” me dijo. Con la mirada, pude ver que pensaba que era solo un niño rico que buscaba un buen currículum musical; mi contestación fue bastante tajante, pues no podía perder una oportunidad como esa, asique la dije: “usted querida mía, puede aprender más de mi ¡que yo de usted!”, o acaso ¿ha encontrado la pasión por la música en los pentagramas? Con mi osadía conseguí que su curiosidad ganara a su orgullo y concerté una cita a la semana siguiente. Un paso conseguido, ahora queda otro pensé, el acceso a todos los libros de Mazarino, pues no creo que el bibliotecario mayor me permitiera el acceso así como así a los libros de mi interés. Mientras pensaba en cómo ganarme la confianza de Jaroslaw Courbevoie, así se llamaba el bibliotecario mayor, iba todas las tardes a la biblioteca; quizás encontrara algo en algún libro descatalogado. Poco a poco, los empleados fueron cogiendo confianza conmigo y sorprendiéndose de mis altos conocimientos sobre los libros. Allí inauguré mi libreta francesa, e igual que hacía en 32
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34 “The Bod”, siempre apuntaba algún dato de interés en ella. En cada viaje empezaría una con la esperanza de poderlas enlazarlas todas después. Al señor Jaroslaw Courbevoie le pude conocer tras un accidente en la biblioteca. Un empleado se había caído de una de las escalerillas que dan acceso a las estanterías superiores y se había roto la cadera. Yo llamé a Davis y mientras él le atendía, un empleado me pudo presentar por fin a Jaroslaw. Tras las alabanzas que hizo de mí el empleado, el señor Jaroslaw Courbevoie me propuso algo. Si los milagros existen, creo que este fue uno de ellos. Dentro de 3 semanas se celebraba una serie de conferencias sobre la Exposición Internacional de Electricidad en la biblioteca y necesitaban a todo el personal disponible; era difícil encontrar a alguien con mis conocimientos en tan poco tiempo, así que me ofreció el empleo. Mi meta parisina estaba cada vez más cerca. Como veréis, no me olvido de mi otra pasión. La cita con Irene no nos dejó indiferente a ninguno de los dos. El primer encuentro fue algo fortuito; ella me miraba con escepticismo y como si se arrepintiera de la decisión que había tomado. Harto de esa situación tensa, le expliqué con mis mejores palabras que no era ningún rico malcriado; ella no me creyó hasta que 34
35 no me vio tocar el violín. La cara de asombro que puso lo dijo todo para mi; rápidamente cambió su gesto y, simplemente, comentó secamente: “se ve que amas a la música, amas a tu violín, pero tocas con las imprecisiones de un niño”. Después esbozó una sonrisa y me dijo, ¿a qué te engañado? Al instante congeniamos y no parecía haber momentos en los que estuviéramos callados, en cuanto hablaba uno empezaba a hablar el otro. Al parecer las carencias que ella tenía con el violín, eran las que yo dominaba y viceversa. Al haber cierta química entre nosotros, acordarnos vernos dos veces por semana, para mejorar nuestras malas costumbres con el violín. Los días pasaron y fuimos aprendiendo el uno del otro, no solo en el aspecto musical, sino también en el personal. Yo tocaba para evadirme de la realidad, esa concentración me permitía desconectar, pero también me hacía olvidarme de la partitura y cometer errores, mientras que ella de pequeña solo tocaba para mantener contento a su padre, no lo veía como un placer sino como un instrumento para ser una hija mejor. Una vez que creció, se dio cuenta de lo estúpido que era y, a pesar de tocar con años de práctica, no siente, no sabe sacar el placer que yo saco de la música; toca una nota tras otra sin que en ellas se produzca ningún tipo de sensación, como uno de esos siniestros autómatas turcos. 35
36 La confianza y la complicidad que teníamos iba creciendo cada día; nuestras conversaciones dejaron de centrarse solo en el aspecto musical, pasando a hablar sobre cualquier circunstancia de la vida o acontecimientos que nos habían pasado. Mientras Davis fue conociendo a más médicos de su estilo en los barrios más peligrosos de París. A veces salía algunas noches, a según como decía él bromeando “hacer experimentos bajo la luna”; a mi estas salidas nocturnas de Davis me tenían un poco preocupado, tenía miedo de que apareciera cualquier día desollado en una cuneta, pero también sabía que Davis sabía cuidarse muy bien él solito. Por fin llegó el congreso sobre la Exposición Internacional de Electricidad en el Mazarino; la oportunidad era perfecta, además de tener el acceso a toda la biblioteca durante una semana entera, podría aprender e intercambiar opiniones con algunos de los mejores científicos franceses. La única pega que tendría era que esa semana no podría disfrutar de la compañía de Irene. El primer día de congreso estuve ojo a avizor en busca de algún científico que se alejara un poco de los dogmas académicos pero no di con ninguno, la mayoría eran unos viejos cuyos conocimientos ya se habían quedado anticuados. Se intentan 36
37 aferrar a una roca que se desmigaja cada vez más con las nuevas evidencias de los nuevos descubrimientos. Davis estaba muy interesado también en estos científicos pero salió tan decepcionado como yo. Cuando terminó el primer día de congreso, me introduje en la sala de libros desconocidos. La sala se encontraba en el sótano del edificio. Malhumorado por el clima de la conferencia, bajaba las escaleras con la lámpara de aceite hasta llegar a la sala; estaba cerrada con un viejo candado, hacía bastante que nadie había pisado por allí. Quité el candado y abrí la puerta de un empujón y mi olfato se vio golpeado por el fuerte olor de la humedad y la descomposición de los pergaminos; giré la llave para que la lámpara alumbrara un poco más y vi el contenido de la sala. La sala era bastante grande; estaba dividida por estanterías, que atravesaban la sala de forma paralela. Las telarañas colgaban de unos estantes a otros y, al caminar, se oyó un crujir a mis pies. Me agaché y pude ver el esqueleto de una rata muerta hacia bastante tiempo. Calculé que en la sala podría haber unos 1000 libros, desde luego la Mazarino no me había decepcionado. Mi expectación fue tal que me dieron las tantas de la madrugada ojeando aquellos volúmenes que apenas me dejaron dormir un par de horas aquellas noches. Al día siguiente, me ocurrió lo mismo; apuntaba los signos 37
38 en mi libreta, que para mi gran expectación eran iguales o similares a los libros de the Bod. También había algunos símbolos nuevos que no supe descifrar, aunque es cierto que hasta ahora apenas os he hablado de los libros que yo llamo, cariñosamente, mis libros oníricos, pero tampoco creo que necesitéis conocer demasiado de esta información. La semana concluyó con la fiesta de despedida del congreso en la biblioteca; yo solo esperaba abrazar la cama, pues con tantas horas en el sótano, necesitaba dormir un día entero para reponerme del cansancio, pero para mi agrado no fue así. ¡Qué gran sorpresa cuando vi en la fiesta a Irene!, ella tuvo la gentileza de venir a visitarme, fue un gran detalle por su parte. Enseguida me contó que había notado su avance con alguno de mis últimos consejos y estuvimos intercambiando opiniones acerca de la música de la sala. Noté una sensación agridulce cuando ella me dijo que me notaba algo cansado y desmejorado. Tras tomar una última copa, decidimos que era hora de volver a casa. Como su casa estaba cerca, decidimos dar un paseo andando a la luz de la luna y los candiles, pues dentro de poco inaugurarían con luz eléctrica 8 las calles principales de esta mágica ciudad para la Exposición Internacional de Electricidad. La noche era cálida y solo se oía algún ladrido de algún perro 38
39 y los cascos de algún carro de caballos lejano. De vez en cuando, nuestras manos se rozaban; era como si quisieran pasear entrelazadas, mientras cruzábamos miradas cómplices y nos reíamos. Pasamos por un parque y nos detuvimos al lado de una farola que alumbraba un grupo de amapolas. Irene me contó que eran su flor favorita. La voz de Irene se volvió triste cuando me dijo que ella se sentía identificada con esa flor, y era despreciada por todos aquellos que se fijaban en las rosas, simplemente porque no sabían ver otro tipo de belleza. El camino se nos hizo demasiado corto y llegamos a su casa. Nos miramos un largo rato a los ojos y ella se inclinó hacia mí para que la besara; la besé en la mejilla y me despedí de forma seca y seria; ella se mostró un poco confusa y desilusionada, mostró una sonrisa forzada y cerró la puerta principal de su casa. Mi cabeza sabía que ella estaba cada día más en mis pensamientos y yo debía evitarla a toda costa, pues no estaba en París para eso; yo sabía que era una estancia temporal y lo mejor era alejarme para no hacernos daño, aunque por el rostro de Irene y mi desazón, me di cuenta de que era un poco tarde. A partir de ahora, me centraría más en mis objetivos y menos en Irene. Tras terminar la conferencia de electricidad, seguí trabajando en la biblioteca, solo tenía un par de semanas hasta que el bibliotecario accidentado volviera de nuevo al trabajo. Los li39
40 bros que había encontrado en el Mazarino, me estaban siendo de gran ayuda pese a su mal estado; en uno de ellos encontré una nota que me llamó la atención, pues el papel no parecía muy viejo en comparación con los libros, parecía de la época de la revolución; creo que era una especie de mapa. El mapa comenzaba en una desembocadura de alcantarillado en el río Sena, después había una serie de números y símbolos del cual desconocía su significado. Después de encontrar la nota, revisé todos los libros con sumo cuidado en busca de más pistas, pero no di con ningún mensaje. Decidí que encontraría el punto del mapa e iría a investigar para dar con lo que ocultaba. Mientras tanto, las clases de violín con Irene continuaron con su ritmo, aunque la complicidad que había entre nosotros se había esfumado; ella ya no se reía y su mirada era seria y distante. Yo tenía ganas de explicarla el porqué de mi actitud, pero eso sería complicar aún más las cosas, además ya tenía en mente la siguiente parada de mi viaje, acabaría de examinar los libros del Mazarino en menos de 2 meses. En cuanto a mis progresos con el violín, estaba más que satisfecho. Solo alargaría mi estancia si encontraba algo en el mapa o si se complicaban las cosas con Irene, espero que ese 40
41 no fuera el caso, pues como ya he dicho, no me puedo desviar de mis objetivos. En cuanto al bueno de Davis, estaba entusiasmado con sus nuevos amigos de los bajos fondos de París. Dice que dentro de poco podrá encontrar un remedio contra la muerte, gracias a la electricidad, y es que, últimamente, solo se habla de ese elemento que puede revolucionar el mundo. Me parece que le afectó demasiado ya que yo veo la electricidad como algo insignificante en comparación a los cambios que podría desembocar si consiguiera unir uno de mis puzles o con la belleza de una obra bonita canción de mi violín. En fin, me imagino que mis gustos son muy distintos a los de Davis y más aún con los del resto del mundo. Este es mi último día de trabajo en el Mazarino; para mí es una gran tristeza, pues el acceso a los libros del sótano se me va a complicar. He dejado una pequeña ventana abierta, así en caso de emergencia, podría colarme en la sala del sótano. Lo importante es que nadie me encuentre allí dentro, pues poca excusa podría poner para defender mi inocencia. En cuanto al mapa, he recorrido el Sena todo este tiempo y creído encontrar la entrada que indica; esta noche iré con Davis a seguir la ruta. Cuando se lo propuse a Davis él pareció aún más emocionado que yo con la expedición. A pesar de 41
42 su aspecto, es todo un aventurero en su corazón y si no fuera por ese cuerpo débil que enferma con facilidad, estaría en Latinoamérica descubriendo civilizaciones antediluvianas o explorando el continente helado, pero somos lo que somos y el está aquí ahora. Davis decidió estudiar medicina en busca de alguna cura que acabara con su continua enfermedad; él decía siempre riendo:”¡son tan ineptos que no saben curarme!, que remedio, tendré que hacerlo yo mismo”. Por esta razón, Davis siempre busca métodos alternativos ya que con él la medicina tradicional no funcionaba. Cuando la noche cubrió París, salimos de nuestra habitación en busca de la entrada del mapa. Yo llevaba un antorcha hecha con telas viejas y empapada en aceite, cerillas, mis libretas de apuntes y un viejo cuchillo de montería por si acaso. Davis iba algo mejor preparado que yo, pues llevaba un moderno revolver americano; decía “con este diablo voy seguro a cualquier lado”. Más tarde, me enteraría porque decidió adquirir una pieza así. La entrada que el mapa señalaba, estaba en la orilla del Sena; era una desembocadura de aguas para que no se inundasen las calles del centro, con un pasillo estrecho, estaba protegido con 42
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44 una pesada puerta con barrotes y cerrado con llave. Davis la abrió rápidamente usando un bisturí y un pequeño alambre; la altura del estrecho pasillo era un poco menor que la nuestra. Nos internamos un poco más y me dispuse a encender la antorcha, tardé en encenderla, pues no quería que el brillo fuera visto por algún vecino taciturno. Las paredes eran de piedra y estaban húmedas, tenían restos de moho en algunos sectores y asomaban algunas raíces de árboles en otros, se oía el corretear de las ratas y el goteo del agua. Avanzamos en línea recta unos 100 metros hasta que empezaron a aparecer otra serie de caminos; miré en las esquinas en busca de algún símbolo de los que aparecían en el mapa o en busca de algún número. Rápidamente comprendí el significado del mapa, el símbolo que aparecía en éste indicaba el camino que debíamos coger, ya que los otros caminos tenían símbolos, pero éstos no aparecían en el mapa. Los números indicaban el número de veces que teníamos que girar a la derecha si eran positivos o a la izquierda si eran negativos. Caminamos durante 30 minutos y vimos como iba cambiando la piedra a nuestro alrededor. La piedra era cada vez más vieja y en algunos lados se había producido algunos pequeños derrumbes y el agua de nuestros 44
45 pies había ido desapareciendo; estaba claro que estábamos en las catacumbas de París 9. Por último, empezamos a encontrar huesos, cada vez más y más, colocados de maneras geométricas a modo de decoración, aquel espectáculo dantesco y grotesco se puso aún peor al encontrarnos con un par de momias una a cada lateral del pasillo. Al final de este podía verse una pesada puerta de madera, tal y como estaba indicado en el mapa, ese era el final del camino. La puerta estaba cerrada y Davis intento abrirla, esta vez tardo mucho más tiempo que con la otra, pero finalmente y tras una hora de intentos y con la antorcha casi apagada, Davis sacó su colt y pegó 6 tiros a la cerradura. “A veces con la delicadeza no basta y hace falta un poco de fuerza bruta” dijo. Por fin pudimos abrir esa dichosa puerta; entramos a una sala pequeña con dos estanterías a los lados, una mesa de madera con un taburete y unas cuantas velas en el suelo. Había un baúl de madera, en las estanterías había unos veinte libros y la mayoría eran para gestionar la milicia, pero había cuatro de gran interés para mí. Me puse a ojear esos libros mientras Davis curioseaba en el baúl; allí encontró una serie listas con nombres de milicianos 45
46 franceses, objetivos y algunos mapas más, en donde según detallaban estos, tendrían que almacenarse armas y víveres y algunos pasadizos para moverse por París sin ser detectados por el ejército del rey Luis XVI. Los libros de las estanterías habrían sido ocultados por los milicianos del ejército. Los cuatro libros que observé, debían de pertenecer a la colección abandonada que vi en el Mazarino; guardé el más interesante que vi en mi mochila y empezamos la ruta para volver a casa. Gracias a Davis conseguimos salir de ese laberinto y en menos de una hora estábamos de vuelta en nuestra casa. Nos asombró ver que cuando salimos de las catacumbas aún era de día y, afortunadamente, nadie nos vio. Después me eché a dormir, pues por la tarde había quedado con Irene. Me desperté sobresaltado a media tarde; había tenido un sueño aterrador en el que las dos momias, que custodiaban la entrada al almacén de la milicia, me perseguían a través de los túneles, dando terribles gritos guturales. Finalmente, me acorralaban y yo las tiraba el libro que había cogido; ellas lo ignoraron y se acercaron despacio hasta agarrarme con esa piel seca y, colocando sus ojos frente a los míos, abrieron la boca y gritaron ¡Almaaa! Entonces me desperté del sueño aún sintiendo el olor a humedad de las momias y recordando sus ojos. El sueño me dejó un poco tocado, fue como un aviso de 46
47 donde me estaba metiendo. La clase con Irene fue fría y tensa como había esperado, pero yo solo tenía ganas de que fuera de noche para poder examinar el libro. Ya de noche empecé a ojear el libro. En este venía codificado una serie de conjuros para convocar a un ser llamado Shedu, y a pesar de toda mi experiencia en the Bod, me costó un par de semanas descifrar el texto, pues era la primera vez que encontraba un texto completo sin estar dividido. La mayoría de estos textos eran codificados en diferentes libros mediante textos, páginas o ilustraciones. Esto era así para asegurarse que ese conocimiento solo llegara a las personas adecuadas haciendo que se crea una leyenda en nuestros tiempos. Afortunadamente, soy un soñador y, tras muchas noches sin dormir, pude completar uno de los muchos puzles que tenía pendientes desde hacía años. Bajé unos cuantos días más a las catacumbas a examinar el resto de libros y a revisar todos los refugios en los que solo encontré polvo. Al parecer, me llevé el libro adecuado pues otros libros que encontré en las demás estancias solo eran más que libros de milicianos. El conjuro requería una serie de requisitos asique tardé bastante tiempo en conseguirlos. Mientras, mis contactos con Irene fueron cada vez más escasos, hasta tal punto que decidimos dejar las clases de violín. 47
48 Davis seguía con sus salidas nocturnas; llegaba siempre cubierto de tierra y desde hacía un par de días no dejaba entrar a nadie en su habitación; de ella, salía un olor nauseabundo y putrefacto. Harto de esa actitud y de mi afán por curiosear, le dije que si yo le había contado mis intenciones, e incluso, le había pedido mi ayuda para la expedición a las catacumbas, él debería confiar en mí y enseñarme en que estaba trabajando. Finalmente, accedió y me dio paso a su habitación. En su mesa había un sinfín de cables electrónicos conectados a lo que parecía una mano en estado de putrefacción. La mano estaba abierta y en ella se introducían los cables conectándose a los tendones y nervios de cada dedo. El cableado de la mano estaba conectado a una especie de caja metálica con una serie de botones y ésta, a su vez, al nuevo sistema de cableado que daría luz a las calles centrales de París. “Mañana, por la noche, cuando realicen las pruebas del alumbrado para la Exposición Internacional de Electricidad podrás ver a esta mano volver a la vida”- exclamó. Las preguntas que le empecé a realizar fueron prácticamente infinitas y Davis me empezó a contar todas sus aventuras nocturnas por París. En París algunos médicos le contaron que dieron con un libro escrito por el mismísimo Erasmus Darwin 10. El doctor Davis se mostró entusiasmado y empe48
49 zó, junto con sus nuevos amigos, a experimentar, siguiendo los pasos de Erasmus. A Davis no le quedó otra que comprarse su Colt ya que se estaba metiendo en asuntos demasiado turbios y con gente extraña en la que no podía confiar. Además, Davis me contó como burlaban la seguridad del Cimetière du Père Lachaise para hacerse con partes de cadáveres recién enterrados para luego usarlos en sus experimentos. Aquella noche reflexioné hacia donde nos estaba llevando París; a mi hacia el abandono de mi más antiguo amigo, mi violín, y al aislamiento y rehusión de una de las pocas mujeres que me habían dado calor a mi frio corazón y, a mi amigo Davis, a jugarse la vida en sus expediciones nocturnas o a ser secuestrado y pasar a ser el conejillo de indias de esos médicos locos. Pensé que dentro de poco acabaría nuestra estancia en París. Davis iba a realizar el experimento a la noche siguiente y tenía ganas de partir hacia la Europa Oriental y yo realizaría mi conjuro dentro de otros tres días, justo en el cuarto menguante de este mes. Además los libros del Mazarino y de las catacumbas no me iban a revelar nada más. Si todo salía bien, nuestro viaje a Paris se daría por concluido muy pronto. La noche llegó en seguida. Davis y yo estábamos en su cuarto, 49
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52 sentados en el suelo, observando con unas gafas especiales la mano amputada. La calle se empezó a iluminar con la luz eléctrica y la caja metálica, la cual tenía conectada los cables de la mano, empezó a emitir un zumbido. Davis movió una ruleta y pulsó unos botones y, de la caja, empezaron a salir algunas chispas; entonces los 2 miramos la mano, estaba pálida y rígida. Empezó a salir humo del interior de esta y el olor a carne quemada impregnó la habitación. Davis iba a desconectar la caja antes de que saliera ardiendo la mano cuando, de repente, esta empezó a contraerse y los dedos se encogieron. Davis tocó otra vez la ruleta y estos volvieron a estirarse. Después, la mano empezó a quemarse haciendo que saliera una pequeña llama azul de ella. Davis apagó la caja metálica; fue algo mágico ver como esa mano volvía a la vida y ver luego esa llama azul que se apagó; me pareció como una pequeña ánima, el ánima que Davis creó para esa mano. Davis estaba entusiasmado y sacó de nuevo el whisky y lo celebramos, mientras comentábamos las posibilidades infinitas que podía tener esa técnica. Después, Davis fue a comentar su experimento con sus extraños amigos y yo me quedé, como siempre, sentado en la ventana tocando mi violín, relajándome mientras daba unas caladas a mi pipa.
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53 Mis ojos iban hacia las estrellas y, pensaba, si en la noche siguiente tendría tanto éxito como Davis. Por fin llegó mi turno. El conjuro se tenía que realizar en el exterior; opté por ir a un bosquecillo a las afueras de París, El bosque de Vincennes 11. Este es un bosque convertido en parque, pero aún tenía rincones de soledad y apartados en los que la naturaleza crecía fuerte y salvaje, además de noche, solía estar totalmente desierto debido a los atracos y algunas violaciones ocurridas en los últimos meses. Estaba con Davis en un claro del bosque; el suelo era de tierra y en él tenía que dibujar una serie de símbolos alrededor de una serie de figuras geométricas, eran según yo creía, una especie de dirección o coordenadas desde la cual se abriría una puerta para llamar a la entidad. En el centro de la misma, había que colocar una vasija, con algunas especias, hierbas y algunos materiales más que no nombraré aquí, pues no es mi intención que cometáis los mismos actos que yo cometí esa noche; justo cuando la luz de la luna alumbrara a la figura geométrica, habría que escribir el último símbolo y prender el contenido de la vasija, y así lo hice. De la vasija salió un resplandor, que duró unos segundos, como si fuera la explosión de un cañón y, acto seguido, empezó a salir un humo de ella. En el humo se vio una figura; 53
54 era alta y delgada, estaba flotando en el aire, tenía la cabeza encorvada y unos largos brazos terminados en unos dedos finos y huesudos, como ramas de árboles. La figura estaba encogida como un feto. Davis y yo nos empezamos a echarnos hacia atrás debido al impacto que provocó el ser al estirarse y mostrarnos su real envergadura. Abrió lo que parecía que eran sus ojos cuando, de repente, el humo se empezó a disipar justo cuando la figura iba a hablar, no sé si ocurrió de verdad o solo fue en mi mente, pero me pareció que la criatura llamada Shedu dijo Alma. Me giré hacia Davis; él estaba un paso más atrás que yo y no me había dado cuenta que había sacado su revólver cuando la criatura apareció en el humo y que aún seguía apuntando con ella; estaba pálido y rígido. Dije su nombre y, por fin, recuperó la movilidad. Ahora entiendo el miedo que tenía Mathew a esos libros, y yo pensaba en si lo que acababa de ver había sido un éxito o un fracaso. Volvimos a casa y ninguno de los dos pudimos pegar ojo aquella noche. Me pasé la noche reflexionando, estaba un poco contrariado. Para los mesopotámicos Shedu era un ser protector que nos protegía de las malas entidades de otros mundos, pero lo que vi me pareció más lo segundo que lo primero. Además, el conjuro había funcionado pero no del todo; la criatura rápidamente se desvaneció y el contacto que yo deseaba nunca 54
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56 se produjo; algo hice mal o algo estaba mal en el conjuro del libro, no salieron las cosas como había pensado. Esta semana será nuestra última semana en París. Fui a ver a Irene varias veces a su casa, pero no quiso recibirme hasta que le dije que partiría de la ciudad en unos días. Dimos un paseo nocturno; me recordó al último que dimos, pero esta vez las cosas habían cambiado mucho. Le pedí disculpas por mi comportamiento esquivo, por pasar de quererla ver todos los días, a esquivarla. Ella se puso a llorar y ha pedirme explicaciones y, al ver su rostro así, solo pude contarle la verdad, todas nuestras aventuras por París. Ella me miró largamente a los ojos, después me llamo loco y se alejó de mi a toda prisa; yo fui tras ella y la agarré de la mano. En ese preciso instante, ella se giró y nos fundimos en un beso, un beso que había tardado demasiado en llegar. Después de eso, vimos lo tontos que habíamos sido en como la desconfianza y el orgullo casi destruye todo aquello. En los días siguientes a mi partida, Irene y yo no nos separamos nunca, pero rápidamente y cuando menos lo anhelaba, llegó el día de dejar París. Aquella última noche estaba dormido cuando un aire frío me despertó; fue como si alguien me hubiera soplado directamen56
57 te en mi nuca. Al incorporarme para ver si me había dejado la ventana abierta, vi una sombra en la esquina de mi habitación, estaba encorvada y, a pesar de la oscuridad, pude identificar claramente qué era, ¡era Shedu! La figura permaneció un tiempo parada, yo era incapaz de realizar ningún movimiento. Finalmente, la figura se desvaneció. Pasados unos minutos, recobré la compostura y fui a contarle lo ocurrido a Davis; éste pensó que fue solo un sueño, pero cuando vio mi cara pálida, pensó todo lo contrario. Decidí no contar nada a Irene para no asustarla y fuimos a la estación Este de París 12. Allí nos despedimos; ella estaba a punto de llorar y, después de darnos un apasionado beso, acordarnos escribirnos en cuanto pudiéramos; mientras el tren se ponía en marcha. En cuanto terminara mi viaje, regresaría a París con ella. Nuestra próxima parada sería Hungría; nos esperaba un largo viaje en tren.
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Capítulo III
Berlín
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60 Capítulo 3: Berlín La siguiente parada es Hungría, pero antes realizaremos una parada de una semana en Berlín. Allí mi amigo Davis se hará con un nuevo material electrónico para sus experimentos, ya que el que utilizó en su último experimento se calcinó. Llegamos a la nueva estación, Lehrter Bahnhof. Era la estación más grande que había visto en mi vida; había un constante ajetreo de personas que iban en una y otra dirección. Me sentí como dentro de un hormiguero, esperaba que Berlín entero no fuera así. La estación estaba en el centro de la ciudad. Nos alojamos en un pequeño hotel con nombre impronunciable. Para mí, este viaje hacia Hungría eran unas vacaciones. En ellas intentaría olvidarme de mis investigaciones y haría de escudero de Davis en sus experimentos. Yo me quedé en la habitación escribiendo una carta a Irene mientras Davis iba a hablar con un científico que le habían recomendado sus amigos parisinos. En la carta la decía que, en cuanto nos instaláramos en Hungría, la escribiría dándole mi dirección. Hasta el momento no podría recibir noticia alguna de ella, la echaba de menos, no entendía como había cambiado tanto en tan poco tiempo, los acontecimientos se aceleraron esos días. Davis tardó en aparecer, llegó muy cansado. Al parecer le cos60
61 tó encontrar al científico, pero lo peor fue entenderse con él. Finalmente, Davis se hizo con un traductor y se pudieron entender. En un par de días tendría todo lo que Davis necesitaba y podríamos irnos. Al día siguiente, busqué algunas partituras nuevas por la ciudad. Pude comprobar que esta nueva capital el ajetreo es constante y que está en plena expansión, grandes edificios son construidos. Por la noche, fui al bulevar Unter den Linden con Davis y, más tarde, a ver la Opera Parsifal; ésta nos dejó impresionados por nuestra similitud, dejando muy claro las diferencias por supuesto. Igual que Persifal, nosotros buscábamos nuestro propio grial. Al finalizar la obra volvimos a casa. Cuando estábamos admirando los edificios, vi una sombra en un callejón; la volví a reconocer al instante, era Shedu, la entidad estaba erguida al completo, debía de medir unos 2,5 ó 3 metros. Podía apreciar su pálida piel con el brillo de las farolas de aceite. Lentamente, abrió lo que parecía que era su boca y sus ojos se iluminaron al instante; de repente, sentí que mis fuerzas me abandonadan y todo se oscureció. Cuando desperté estaba en medio de la calle y Davis me estaba mojando con agua helada, le conté lo que había visto. Davis dijo: “parece que esa cosa no para de seguirte”. Davis fue al callejón con su revólver, pero como imaginábamos, allí 61
62 no encontró nada. Al día siguiente, Davis salió temprano a por sus piezas. Pensé que lo mejor para olvidar sería olvidar aquel asunto asique me dedique a buscar a Max Bruch. Era un director de orquesta y un maestro con el violín; quizás me pudiera dar algún consejo antes de irnos y así poder sacar más partido a esta fugaz visita a Berlín. Por la mañana, no tuve ningún éxito pues su mujer me dijo que no estaba, pero que por la tarde podría encontrarle allí. Volví al hotel y me encontré con Davis; llevaba una gran maleta de madera a rastras y me dijo riendo: “tendría que haber tenido un par de ruedas para este cacharro”. Ayudé a Davis a subir la maleta y nos fuimos a comer. Por la tarde, fui a ver a Max Bruch a su casa; se mostró muy hospitalario conmigo y agradecido por haberle ido a pedir consejo. Le dije que tenía dos días más en Berlín y que si podíamos intercambiar opiniones y consejos sobre el violín. Estos dos días pasaron fugaces. En ellos Max me enseñó algunas de sus nuevas y aún inacabadas composiciones para violín; mientras yo las interpretaba seguido de sus consejos. Me voy con un nuevo amigo de Berlín y Davis con un gran dolor de espalda por cargar con la maleta. “En cuanto llegue a Hungría le pongo un par de ruedas George”, me decía mientras le ayudaba a meter la pesada maleta en el tren. 62
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Capitulo IV
HungrĂa
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66 Capítulo 4. Hungría Otra vez de nuevo en el tren. Será un mal viaje para Davis; parece que la polución del aire de las fábricas berlinesas no le sentó nada bien a sus pulmones y su extraña enfermedad le tiene postrado y sin fuerzas. Nos dirigimos a Curtea de Arges, la antigua capital de Transilvania 13; allí nos iremos moviendo por pequeños pueblos entre los Cárpatos. Espero quedarnos lo suficiente en alguno de ellos para poder recibir alguna carta de Irene. Aún me parece de lo más extraño el motivo del viaje. Cuando estábamos en París, a Davis le contaron una historia de una bestia, la bestia del Gevaudan 14. Al parecer, la bestia no era tal cosa, sino un vampiro. Este asoló la región del Gevaudan; el vampiro iba vestido con piel de lobo para confundir a sus víctimas y para ocultar su pálida piel en la noche. Tras los continuos ataques, se realizaron inmensas cacerías, incluso tuvo que venir el famoso capital Duhamel y sus dragones reales. Después de muchas cacerías infructuosas, encontraron al auténtico vampiro. Tras un radio de acción a través de los ataques, se inspeccionaron todas las cuevas de las montañas, dando con el vampiro. La verdad era demasiado inquietante como para ser re66
67 velada al pueblo y se ocultó diciendo que habían sido ataques realizados por un lobo gigantesco. Por último, se guardó el corazón para que el rey pudiera contemplarlo y sus médicos estudiarlo. Davis y yo pensábamos que todo eso de los vampiros eran supersticiones y leyendas causadas por la peste negra, pero a Davis le enseñaron una prueba irrefutable. Era un corazón dentro de una caja de roble; el corazón estaba momificado e inerte, como era lógico. Al introducirlo en un recipiente con sangre fresca y dejarle reposar unas horas, éste comenzaba a moverse lentamente; resultó ser que el hombre que hablaba fue hijo de uno de los médicos reales. Davis quedó impresionado con la vuelta a la vida del órgano. Pensó que podía estudiar a estos seres si es que realmente existían y que éstos serían de gran ayuda para sus experimentos con la electricidad, y que mejor que hacerlo que en la antigua Transilvania. En Curtea esperamos unos días hasta que Davis se recuperó. El aire limpio le ayudó enormemente; mientras empezamos a reunir información acerca de estos seres, la población nos tomaba por locos e ingenuos, cosa de lo más normal bajo mi parecer. Hablando con la gente más anciana del lugar, empezamos a sacar algunos nombres de pueblecitos de las montañas que antaño fueron diezmados por estas criaturas, po67
68 niendo así un nuevo objetivo en nuestro mapa. En cuanto nos alejamos de las grandes ciudades, vivos como esas leyendas se convertían en hechos pasados; cuando más nos internábamos en las montañas, veíamos como estos eran más cercanos. Tras preguntar en varios pueblos, los aldeanos nos recomendaron que habláramos con Hoffman. Este era un imponente Obispo con una larga barba, mayor y delgado. Al parecer, Hoffman se ocupaba de los asuntos de los Strigois 15. Hablamos largo con él; le contamos nuestro interés de obtener una muestra de un Strigoi para usarlo en nuestros experimentos. Al principio, se mostró reacio y negativo. “No queremos que ese mal se extienda”, exclamó. Al final, conseguimos convencerle. Por último, nos informó sobre las precauciones que teníamos que tener con esas muestras y cómo acabar con ellas. Al día siguiente, montamos en un coche de caballos y seguimos el camino hasta llegar al pueblo de Streaya. Hoffman nos contó que allí acaba de ser asesinada una joven. Según los pueblerinos, muerta por un Strigoi. Al llegar, vimos a unos hombres agrupados frente a un ataúd abierto en el cementerio; éstos engalanaban con espinas de rosas a la joven y después le clavaron unos clavos en los pies y en las manos. Por último, le atravesaron el pecho con una estaca.
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70 Iba a bajar para protestar por el tratamiento del cadáver cuando me detuvo el Obispo Hoffman, que viajaba con nosotros en el coche. Él explicó en su inglés rudimentario que el cadáver pertenecía a una joven que había sido atacada por un Strigoi y que debía de pasar ese procedimiento para no convertirse en uno de ellos. Después de aquel espectáculo dantesco, nos alojamos en la única posada del pueblo y escribí a Irene; ¡por fin podría darle una dirección y recibir sus cartas! La conté la vergüenza que pasamos en la ciudad preguntando por los vampiros y que parecía que habíamos dado con una buena pista. Además, le escribí que la echaba de menos y que antes de lo esperado estaríamos juntos de nuevo. Sentí la obligación de contarle mis encuentros con Shedu; quizás ella pudiera escribirme algunas palabras que calmaran mi asustadiza alma. Desde el encuentro de Berlín no soy el mismo, creo que esa criatura no se irá por sí sola. Aquella noche paseamos por el pueblo hasta que las campanas de la iglesia empezaron a tañer y la población se introdujo apresuradamente en sus hogares. A nosotros nos recomendaron que hiciéramos lo mismo hacia la posada, pero en vez de eso Davis me obligó a que fuésemos hacia el cementerio. Yo no me encontraba con ánimo de ir, pero no podía dejarle solo. 70
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72 Nos acercamos sigilosamente. Allí vimos a una joven de pálida piel buscando algo en el suelo; estaba lejos y no podíamos distinguir mucho más. De repente, alguien nos sorprendió por detrás, era el posadero; llevaba un trabuco de grandes dimensiones y nos insistió en que volviéramos a la taberna. Una vez allí empezamos a hablar con el posadero mientras cenábamos un extraño plato tradicional; allí nos contó algunas de sus medidas contra los Strigois, como por ejemplo, ajos en los marcos de las puertas, rosales en las ventanas… además, llamó a un gran mastín y nos enseñó un par de ojos pintados encima de sus ojos naturales. Por último, nos dijo que mañana veríamos lo que hacen con los muertos vivientes; esa noche ya habíamos hablado demasiado y se despidió misteriosamente. A medio día, bajamos hacia la plaza central; en ella se había congregado medio pueblo y nos dirigimos todos hacia el cementerio; allí habría varias tumbas recientes. En la cabeza de la comitiva, iba el obispo barbudo del carruaje con el enterrador. Este llevaba una pala y a su perro. Al acercarse a una tumba con la tierra removida, comenzó a ladrar enérgicamente. Se pusieron a cavar hasta dar con el ataúd de madera, lo sacaron de la fosa y procedieron a abrir el féretro que tenía ya la tapa suelta.
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73 En él se encontraba una joven de mejillas sonrosadas y labios carmesí que parecía dormida, aunque los lugareños decían que la enterraron hace dos semanas. Tenía el camisón manchado de barro y algunas gotas rojas que parecían sangre; el enterrador le sugirió a Davis que comprobara su pulso. Davis lo comprobó y no notó pulso alguno. Un lugareño dijo que el corazón solo puede vivir durante la noche. Entonces el obispo comenzó a rociar con agua bendita la pala del enterrador, una maza y una estaca de plata. Santiguándose, un hombre apoyó la estaca en el pecho del cadáver y golpeó con todas sus fuerzas con la maza, clavándole media estaca en el pecho. De repente, el cadáver abrió los ojos e intentó extraerse la estaca y comenzó a gritar hasta que el hombre volvió a golpear; esta vez clavándosela del todo. Acto seguido, el enterrador la decapitó con un rápido y certero golpe de su pala; miré de nuevo a la mujer fallecida y vi que estaba cubierta de sangre. Entonces Davis miró al Obispo buscando su aprobación; éste le indicó con un simple gesto que procediera. Davis sacó sus artilugios médicos y tomó muestras sanguíneas del cadáver y procedió a amputarle un brazo para sus estudios. Algunos pueblerinos realizaron algunos comentarios negativos mientras Davis realizaba esta labor pero él no pareció escucharlos. 73
74 Después, quemaron el cadáver en una hoguera de madera de espino mientras los pueblerinos cantaban una liturgia atonal. De regreso al pueblo, Davis y yo nos bebimos una botella de vino local para calmar nuestros nervios. Las semanas fueron pasando y la rutina comenzó a apoderarse de nosotros; desde la profanación del cadáver de la joven, no se registraron más ataques. Davis instaló su laboratorio en un establo a las afueras de la ciudad para evitar las constantes preguntas que le realizaban los vecinos y yo. Mientras recaudaba información acerca de los no muertos y, ya de paso, sobre mis libros, quizás encontrara algún conjuro para librarme de Shedu. He de decir que tuve otros dos encuentros más con la criatura, una volviendo del establo de Davis, en el cual la criatura solo me miró y otra en mi propio dormitorio; este fue el peor de todos los que he tenido. La aparición fue muy parecida a la que sufrí en París, pero esta vez la criatura era más física que etérea. Estaba en la esquina de la habitación, me miró a los ojos. Esta vez no le brillaban, eran como 2 bolas negras, la criatura dio un paso hacia mí, se apoyo en la cama con la mano. Pude sentir el frío que desprendía; la zona de la cama se empezó a enfriar rápidamente y se creó un poco de escarcha. Después, lentamente, dio otro paso y se inclinó hacia mí. Yo estaba encogido y sin 74
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76 poder hacer nada, cerré los ojos para no ver a esa criatura; entonces noté que algo me tocaba el rostro, tenía un tacto frío y gelatinoso, olía a amoniaco y a putrefacción. Haciendo un gran esfuerzo, pude dar un terrible grito; Davis apareció dando un portazo y con el revólver en sus manos, miró al suelo y pudo ver algunas huellas negras, eran como ceniza. Los libros en estos pueblos eran escasos por no decir apenas inexistentes, asique me dediqué a preguntar a los ancianos. Uno de ellos, me dijo que nadie hacia preguntas de ese tipo desde que la santa sede empezó a acabar con todos aquellos que se ocupaban de esos temas, pero que cree que alguien me podía ayudar. Era un ermitaño que vivía en el bosque a dos días a caballo hacia el norte; a él acudían los lugareños a pedirle que les curase de ciertas enfermedades relacionadas con el alma o a que les ayudara con la toma de importantes decisiones. Por las noches, tocaba el violín con un grupo de campesinos en la posada para matar el tiempo y, en decir verdad, para no pasar ningún tiempo solo en mi habitación. Dejé a Davis con sus experimentos y decidí ir a ver al ermitaño. Uno de los niños del pueblo se ofreció a hacerme de guía. El viaje durante el día fue precioso; estábamos en medio de los Cárpatos rodeados de kilómetros de bosque en cualquier dirección. A un día a caballo de cualquier pueblo, la noche 76
77 no fue tan maravillosa. En cuanto acampamos, empezaron a oírse aullidos de lobos y comenzó a oírse a estos acechando nuestro campamento. Al instante, el chico encendió un fuego y comenzó a clavar una serie de antorchas alrededor. En ese momento, los lobos desaparecieron, cenamos y el chico me empezó a contar leyendas sobre estos lobos hasta que nos quedamos dormidos. A la tarde del día siguiente, llegamos, por fin, a la cabaña del ermitaño. El chico decidió esperar fuera. Yo llamé a la puerta firmemente; se escuchó un arrastrar de pies lento y, finalmente, la puerta se abrió. Una sombra me hizo un gesto para que pasara; la casa estaba hecha de troncos y paja, era de forma cilíndrica con un fuego en medio de la estancia y del techo colgaban todo tipo de elementos estrafalarios, desde rosas secas a la calavera de un lobo. En un lateral tenía elementos metálicos de cobre y una pequeña estantería con unos cuantos libros viejos. El ermitaño era un anciano esquelético, tenía la piel pálida y rasgos hispánicos y larga barba, llevaba puesto un hábito como un monje y tenía un colgante hecho de madera con uno de los símbolos que aparecían en mis libros. Le pregunté y enseñé las libretas que había ido escribiendo en Inglaterra y en París; después le conté mis experiencias con la entidad. Él es77
78 taba cómodamente sentado mientras escuchaba la historia; no cambió ni un ápice su gesto y solo de vez en cuando se mesaba la barba. Cuando terminé dijo: “¿y bien?” Yo me quedé con cara de asombro. Entonces fue cuando él empezó a hablar. Los contactos con los otros seres no se deben de producir, y mucho menos, cuando no tienes nada que pedir ni que ofrecer; no se puede llamar a alguien que va a hacer un largo camino para luego no ofrecerle nada, ni siquiera cobijo o alimento. No entendí nada de lo que me quiso decir con esto; el ermitaño pareció darse cuenta y siguió hablando. Has de saber que hay seres de todo tipo, tanto en tamaño, como en forma e, incluso, de estado. Estos seres son tan distintos unos de otros que es prácticamente imposible hacer una clasificación de ellos; hacen trueques con nuestro mundo, creando un vínculo entre aquel que abre la puerta y el que pasa por ella. Para alguno de estos seres puede ser un juego o una diversión; les encanta jugar con los seres humanos, no importa si eso te trae algo bueno y te hace feliz o todo lo contrario. Sus pretensiones están más allá de nuestra compresión humana; a veces dudo que hasta el Señor lo sepa. Se alimentan de emociones, de creencias o de suplicas, incluso de nuestra dependencia a ellos. Cuanto más se alimenta de ti, más fuerte se hacen aquí, más control tienen sobre ti y más corpóreos se hacen. La máxima aspiración de estos seres es hacerse tan fuertes como para 78
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80 poder pertenecer a este mundo, esto es el paraíso para ellos, un lugar en el que no pasan hambre, en el que pueden crecer fuertes y sin miedo, pueden ser dioses. Por último, concluyó: si el Señor nos puso en mundos distintos, fue solo para protegernos, pero el demonio siempre encuentra alguna manera de romper los planes del Señor y ahí es donde entra a jugar el hombre. “Cuando uno cierra una puerta, se abre una ventana”- me dijo. Hizo una pausa y continuó. Tú dejaste entrar a esa entidad a nuestro mundo y le cerraste la puerta después. Él buscó una ventana que, como podrás imaginar, es alimentarse de ti, de tu miedo y obsesión. En este caso, solo tienes que cerrar esa ventana y después abrir la puerta para que se valla e indicó la página en mi diario donde tenía dibujado los símbolos geométricos que pinté en la tierra en El bosque de Vincennes; al observar el dibujo hizo una modificación, tachó el último símbolo que escribí y dibujó otro en su lugar, cuando escribas este símbolo se cerrará la puerta. Apunté todo lo que me dijo el hombre en mi libreta dispuesto a intentar librarme de ese demonio; ahora creía saber lo que hacer y tenía un nuevo objetivo en este viaje que esperaba que pronto se acabara. Mientras yo me preparaba mentalmente para mi encuentro con Shedu, esperaba cada semana la visita del cartero a la en80
81 trada del pueblo y Davis seguía con sus experimentos. Según me contaba, intentaba unir las propiedades regenerativas de los Strigois con sus experimentos eléctricos; probó con roedores pequeños, un intento tras otro, pero la paciencia de Davis se iba apagando, siendo incapaz de resolver ese acertijo. Los animales eran inoculados con la sangre del Strigoi y les dejaba morir por inanición, después, les intentaba reanimar mediante sus cachivaches eléctricos, pero solo conseguía tostar ratones. Finalmente, llegó una carta de Irene. Era de hace un tiempo, ¡no se pueden imaginar lo feliz que me pudo hacer ese trozo de papel!, ver la cálida y perfecta caligrafía de Irene, leer su carta poniendo su hermosa y suave voz en mi cabeza y oliendo su perfume en mi mente. En la carta me decía que me cuidara de cualquier peligro y que estaba deseosa de verme, en algunas partes se veía que había lágrimas derramadas. También me decía que sus conciertos eran un auténtico éxito gracias a mis consejos, y por último, que la escribiese cuanto antes. Tras contarle a Davis que había recibido una carta de Irene y contarle las ganas que tenía de volverla a tener entre mis brazos, Davis me dijo: “haz las maletas amigo, nos volvemos a París”. Yo estoy bloqueado, además si quiero avanzar algo en esto, necesito un equipo más completo y dudo mucho que lo encuentre aquí. Finalmente, me dijo: “tampoco me vendría 81
82 nada mal unos pocos consejos de mis amigos parisinos. Además tú necesitas ir a París para librarte de un molesto visitante cuanto antes”. Al día siguiente, estábamos de camino hacia Curtea de Arges, deshaciendo el camino recorrido para coger el tren que nos dejaría en París. Hicimos noche en un pueblo a mitad de camino; mientras Davis dormía en su habitación, yo escribía a la luz de una vela otra carta para Irene; simplemente puse “llegaré antes de lo que te imaginas, siempre tuyo George Sawyer”. Al terminar de escribir mi carta, noté un aire frío, y la vela se apagó; sabía perfectamente lo que venía después. Me di la vuelta para mirar el resto de la habitación y ahí estaba, de nuevo, encorvado y se acercaba a mi dando pasos muy lentos, incluso me pareció que flotaba durante unos instantes. Me acordé de todo lo que me dijo el viejo monje; luché contra mis miedos e intenté levantarme de la silla en la que estaba sentado, pero cuando me estaba levantando, la criatura ya estaba a mi lado. Esta vez no cerré los ojos, de nuevo vi los suyos, negros e inertes, pero con un brillo traslucido, vi que no había nada de humanidad en ellos y vi como abría la boca lentamente y aspiró. Pude notar como engullía mis energías, mi fuerza de volun82
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84 tad, mi devoción por Irene y cómo se alimentaba de mi vida hasta que, finalmente, no pude aguantar más y me desvanecí. Me desperté tres días después en un hospital de Curtea de Arges. Allí estaba Davis haciendo guardia y esperando a que me despertara; me dijo que por la mañana acudió a despertarme y al no abrir la puerta, la tiró abajo y me encontró así. Me contó que estaba prácticamente helado y que mis pulsaciones habían sido muy bajas, que murmuraba entre débiles palabras almaaaa. Pasados los días, mi pulso se fue normalizando hasta que me desperté. Lo último que recuerdo de ese encuentro es la sensación de que parte de mis órganos internos se estuvieran convirtiendo en hielo, haciendo que fuera incapaz de moverme, e incluso, de respirar. Con el paso de los días aún me sentía débil, pero tenía ganas de salir de ese hospital, llegar a París, ver a Irene y de librarme de esa criatura. Cada vez tengo más claro que el tiempo corre en mi contra y no sé si podre aguantar otro ataque como aquel ya que mientras él se hace más fuerte yo me hago más débil, además, contaba con llegar a París antes del siguiente cambio lunar, si no debería esperar otro mes, demasiado tiempo… El viaje se realizó lo más rápidamente posible y sin descansar apenas. Cuando llegamos a la estación Lehrter Bahnhof, dejamos el tren y fuimos a por los billetes para coger el próximo 84
85 tren que saliera hacia París; dormí en la estación mientras Davis hacia guardia con su revólver, así lo hacíamos cada noche desde que salimos del hospital, el dormía de día y yo de noche, hasta que por fin llegamos a París. Llegamos en un tiempo record, teníamos un par de días hasta poder invocar a Shedu. El viaje nos había pasado factura y estábamos agotados por lo que decidimos ir a nuestro antiguo hotel, en el cual nos volvieron a dar nuestras habitaciones. Descansaría por la noche mientras Davis hacia su última guardia y por la mañana iría a ver a Irene. Me costó conciliar el sueño, pues de vez en cuando, miraba a la esquina en la que Shedu se me apareció por primera vez. Finalmente, pude conciliar el sueño pensando en cómo sería mi encuentro con Irene y los nervios que tendría al verla, al final y al cabo habíamos pasado más tiempo separados que juntos desde que éramos pareja. El sol radiante entraba por la ventana, me levanté, Davis me dio melancólicamente los buenos días y se fue a dormir, sin antes decir con acento transilvano, “los vampiros somos nocturnos”; sonreí y me fui a darme un gran baño. Fui al barbero y a por una chaqueta nueva, tenía que tener un aspecto perfecto para Irene, luego cogí mi violín y me planté delante de la puerta de Irene tocando “violín romance” de Beethoven 85
86 y con un gran ramo de amapolas apoyado en la pared. El momento fue mágico, incluso, las aves cantaban a tono con mi violín. Rápidamente se oyó el abrir de los pestillos de la ventana y por ella se asomo Irene; jamás olvidaré la cara de felicidad que puso, era radiante, como ver una flor después de un duro invierno. Rápidamente bajó las escaleras y me abrazó con tanta fuerza que casi me hunde las costillas; me dio un largo beso. Cuando por fin nuestros labios se separaron, vi que ella estaba llorando y yo tampoco pude contenerme más y lloramos los dos abrazados. Fuimos a pasear a un parque y allí nos estuvimos contando lo mal que lo habíamos pasado el uno sin el otro, esa sensación de desazón que se siente al necesitar a una persona cerca y saber lo lejos que está. Después le conté mis encuentros con Shedu y cómo aquella misma noche me iba a librar de él; ella insistió en acompañarme pero me negué reiterativamente; “después de esta noche no me separaré ninguna más de tu lado”, la dije. La acompañé hasta su casa y le dije que en cuanto terminara la iría a buscar. La noche llegó enseguida. Cuando llegué a la habitación, Davis estaba preparando todo lo que íbamos a necesitar aquella noche. Tenía preparado una sorpresa para mí, me sirvió una copa de whisky y mientras él se tomaba otra dijo, “te he com86
87 prado una de estas”, y me dio una reluciente colt del 45 como la suya; tenía una inscripción “Band of brothers” 16. Le di las gracias por todo, por este viaje, por sus cuidados y por jugársela más de una vez por mí. Esa misma noche haríamos exactamente lo mismo que la noche en la que invoqué a Shedu; estábamos listos para salir cuando vi mi violín en la esquina de la habitación y pensé que me vendría bien llevármele conmigo, él siempre me ayudó a calmar mis nervios. Cuando estaba atardeciendo, llegamos al mismo lugar, el bosque de Vincennes, comimos algo y yo me puse a tocar melancólicamente mientras observaba el atardecer. Davis fue a ver si alguna de las personas que paseaban por el parque se hallaba cerca de nosotros para empezar a montar los preparativos necesarios; me dijo que fuera empezando, que de momento, no veía a nadie pero que iría a echar un ojo. Comencé a escribir los símbolos, revisando de vez en cuando mi cuaderno; coloqué la vasija en el centro y dejé el último símbolo por anotar. Volví a coger el violín y seguí tocando hasta que me di cuenta que, de pronto, no se oía nada a mi alrededor, ni el canto de los pájaros, ni el ruido de niños jugando de fondo, nada, solamente el ruido del viento meciendo las ramas de los pinos, un viento frío que por desgracia ya conocía. 87
88 Apareció entre los árboles, iba flotando o deslizándose entre los árboles, se acercaba poco a poco a mí, estaba sentado y me puse en pie, seguía tocando, eso me ayudaba a concentrarme. Al levantarme, se me cayó el revólver al suelo y la esquelética figura estaba ya a unos pocos centímetros de mí. Miré como miraba el violín, con la mirada curiosa de un niño, y entonces puso su mano fría sobre las cuerdas, silenciando todo sonido; solo se oía los latidos acelerados de mi corazón y la respiración lenta y profunda de la criatura. Cogió el violín y se quedó mirándolo de cerca unos instantes. De nuevo, empezó a flotar y cruzó sus piernas como si estuviera en una silla invisible y comenzó a tocar. Vi como movía sus dedos lentamente sobre las cuerdas y el arco, creando una bella pero triste melodía. En mi vida vi a nadie tocar el violín como lo tocaba aquel ser; la melodía que tocaba con total soltura y facilidad despertó en mi sentimientos que serían imposibles de describir, aunque llenara mil libros con mis palabras no se acercaría a nada de lo que sentí en aquel instante, una sensación máxima de felicidad que llenaba mi corazón por la belleza de la melodía, pero acompañada de un toque amargo que iba creciendo con cada nota. Las lágrimas me corrían por la cara y solo podía pensar en acabar con toda esa tristeza que habitaba en mi corazón, era 88
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90 como la peor de las torturas; los peores recuerdos de mi vida eran el paraíso en comparación con esto. Entonces vi la solución. Esta estaba brillando a mis pies y tenía un brillante y reluciente cañón. Me arrodillé y cogí el revólver entre mis manos y apunté a mi cabeza; pude ver como parecía sonreír la entidad y como me indicaba que lo hiciera con un gesto de su cabeza. Estaba a su merced, acabaría con todo, con mi tristeza, con Shedu y podría descansar; lo único que lamentaba era dejar a Irene. Estaba a punto de apretar el gatillo, cuando vi algo a la derecha de la criatura, era Irene. La miré durante unos segundos hasta que un trueno estalló en la noche, al instante otro más y otro, y otro. Oí gritar a Irene, pero no pude entender que decía, solo podía escuchar la música del violín hasta que un impacto alcanzó de lleno a mi violín, volándolo en pedazos y convirtiéndolo en astillas, acabando con el hechizo que me ataba. La criatura se quedó paralizada sin comprender muy bien lo que pasaba. Entonces escuché la voz de Davis, “escribe el último símbolo, cierra la puerta” -exclamó. Con un gran esfuerzo, dibujé el último símbolo sobre el suelo con el cañón del revólver; cuando miré a Davis ya estaba prendiendo fuego a la vasija de la cual empezó a salir un humo negro que lo cubrió todo y yo me eché 90
91 hacia atrás, al igual que Davis. Saliendo de la figura geométrica que formaba el portal, la criatura intentó acercarse a mí, pero no pudo pasar de la línea pintada en el suelo; el humo la ocultó y se volvió a ver una gran luz seguida de un sonido fuerte, el mismo que escuché la primera noche que vi a Shedu y, después una explosión. Cuando abrí los ojos, Irene me tenía entre sus brazos y me abrazaba con todas sus fuerzas, mientras me decía “no nos vamos a separar nunca más”. Por detrás suya, asomó la cabeza Davis; tenía una lente rota y la cara ennegrecida por la explosión. Me ayudaron a ponerme de pie y vi que no quedaba nada de los símbolos y la vasija estaba hecha pedazos.
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CapĂtulo V
Atando Cabos
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94 Capítulo 5. Atando Cabos Los acontecimientos sucedieron muy rápido y ahora es el momento de reflexionar sobre ellos. Primero es necesario mencionar lo ocurrido en la noche anterior. Cuando volvíamos a casa, Davis e Irene me lo explicaron todo. Irene no pudo dejarme solo frente a tamaña empresa y salió de su casa en dirección al parque. Comenzó a buscarme, cosa que no le resulto muy difícil cuando escucho el sonido de mi violín, mientras Davis estaba inspeccionando el parque justo en la dirección contraria. Cuando Irene me encontró, vio como me agachaba y cogía algo del suelo y, en ese momento, llegó Davis con su revólver en mano, el cual empezó a vaciar sobre la criatura sin ningún efecto, era como si las balas atravesaran o se deshicieran en esa cosa; esos disparos fue el rayo que yo pude ver. Irene, al ver que los disparos no tenían efecto, le gritó Davis que dispara al violín. Esa fue la frase de Irene, la frase que yo no pude entender y la frase que me salvó la vida. Irene me explicó que si la criatura no era física, estaba segura de que el violín si lo sería y que con él acabaría la tortura de Shedu. Otra cosa que pasó por mi cabeza es por qué Shedu quería mi muerte si él se alimentaba de mis emociones. La respuesta a 94
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96 la que he llegado, no sé si es la correcta, pero al menos, tiene sentido para mi, si Shedu hubiera conseguido sus propósitos y yo me hubiera suicidado, el alma, la parte más importante de mi ser, hubiera podido ser absorbida en su totalidad por Shedu, acabando así con el vínculo que nos unía y buscar un nuevo objetivo del que poder alimentarse. Eso en cuanto a lo ocurrido en el Bosque de Vincennes. En cuanto a mí, he de decir que las secuelas que me produjo Shedu no se terminaron con su partida. La tensión psicológica que sufro es constante. A pesar de los constantes cuidados de Irene y las visitas de Davis, tengo recaídas en las que no puedo conciliar el sueño durante varios días y creo ver a la entidad en cualquier rincón oscuro. Sobre Irene, he de deciros que se mudó al viejo continente y ahora vivimos juntos en nuestra vieja mansión y estamos esperando, en fechas cercanas, celebrar nuestro compromiso. En cuanto a Davis, prosiguió con sus experimentos en París; mantengo correspondencia habitual con él. Aún le queda bastante trabajo por delante, como dice el mismo con voz profunda y tétrica “para vencer a la muerte” eso sí, afirma, tengo toda mi vida por delante. Lo que si ha conseguido es crear un suero que mejora su extraña enfermedad y hasta entonces no ha tenido ninguna recaída, aunque ya me está intentando tentar con un nuevo viaje para completar sus investigaciones. 96
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98 Anotaciones -1- Cremona Famosa ciudad gracias al alto número de luthiers, artesanos que producían, instrumentos de cuerda frotada, destacando la familia Stradivari. -2- Springheel Jack Personaje del folklore inglés que se habría aparecido en la época victoriana, siendo capaz de realizar saltos extraordinariamente altos y de apariencia demoniaca. Springheel Jack adquirió una inmensa popularidad en su época gracias a historias y novelas. -3- The Bod Fue inaugurada en 1602, es la principal biblioteca de investigación de la Universidad de Oxford. Es una de las bibliotecas más antiguas de Europa, y en Inglaterra sólo la supera en tamaño la Biblioteca Británica. -4- Manuscrito Voynich Es un libro ilustrado, de contenidos desconocidos, escrito hace unos 500 años por un autor anónimo en un alfabeto no identificado y un idioma incomprensible. Durante siglos, los investigadores han intentado descífrale sin ningún éxito. -5- La biblioteca Mazarino La biblioteca fue creada a partir de la biblioteca particular del Cardenal Mazarino (1602–1661). Cuando estalló la Revolución francesa la biblioteca Mazarino contenía ya 60.000 volúmenes. La biblioteca, 98
99 declarada pública, se enriqueció con una cantidad de libros considerable provenientes de las casas de los nobles o de las congregaciones religiosas. -6- El Palacio de la Ópera Antes llamado Palacio Garnier. Desde su inauguración en 1875, la ópera fue llamada oficialmente Academia Nacional de Música o Teatro de la Ópera. En 1858 el Emperador amplio el Palacio. El proyecto se puso en competencia en 1861. -7- Luz eléctrica En la capital francesa se iluminaron temporalmente dos calles para la Exposición Universal de 1878 y, necesariamente, para la Exposición Internacional de Electricidad de 1881. -8- Las Catacumbas de París Son una red de túneles y cuartos subterráneos localizados en lo que, durante la era romana, fuesen minas de piedra caliza. Las minas fueron convertidas en un cementerio común a finales del siglo XVIII. El uso de estas desgastadas minas, para el almacenaje de huesos humanos, fue establecido en 1786. Aproximadamente 15 meses fueron necesarios para trasladar millones de huesos provenientes de multitud de cementerios, lo cual se llevaba a cabo durante las noches, cruzando la ciudad en carruajes, finalizando en la década de 1870, acumulando los restos de aproximadamente 6 millones de parisinos.
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100 -9- Erasmus Darwin Los experimentos del filósofo del siglo XVIII Erasmus Darwin, del cual se decía que había animado materia muerta, y de la posibilidad de devolverle la vida a un cadáver o a distintas partes del cuerpo. -10- El bosque de Vincennes El bosque de Vincennes tiene su origen en un terreno de caza para uso exclusivo de los reyes de Francia. El bosque de Vincennes se acondicionó con su apariencia actual bajo el mandato de Napoleón III, como contrapunto al Bosque de Boulogne en el otro extremo de París. -11- La estación del Este de París La estación fue rebautizada como Gare de l’Est en 1854, tras una primera ampliación debida a la puesta en servicio de la línea París-Bâle .De ella partían trenes con destinos nacionales como internacionales, principalmente hacia Alemania y Suiza. -12- Opera Parsifal Obra de Richard Wagner, Se basa en el poema épico medieval (del siglo XIII) Parzival de Wolfram von Eschenbach. La obra trata sobre la vida de este caballero de la corte del Rey Arturo y su búsqueda del Santo Grial. Wagner concibió la obra en abril de 1857 pero sólo la completó 25 años después, estrenándose en el Festival de Bayreuth el 26 de julio de 1882. -13- Transilvania Con el Compromiso Austrohúngaro entre Francisco José I y los nobles húngaros, Transilvania pasa definitivamente a formar parte de Hun100
101 gría. La unión, fue consumada por la Ley XLIII de 1868. -14- La bestia del Gevaudan En la lejana fecha de 1764.en las campos franceses, en la zona de Gevaudan nombre que hoy ocupa la región de Lozere, existió una bestia que acababa con los campesinos, incluso de ofrecieron grandes recompensas por su cadáver. El cuerpo era semejante al de un ternero joven, con piel escamosa y tenía una lengua puntiaguda con la que chupaba la sangre de sus víctimas. La bestia mato a más de 100 personas y dejo el doble de heridos en menos de 3 años. -15- Strigoi En la mitología rumana, el strigoi son las almas de los muertos que salen de sus tumbas durante la noche para aterrorizar a los vivos. Estos nombres derivan de a striga, que significa en rumano “chillar”. Derivan también de la palabra latina strix, que designa a una pequeña ave vampírica. -16- Band of brothers Es un párrafo pronunciado por Enrique V de Inglaterra antes de la Batalla de Agincourt, en el Enrique V; Acto IV, Escena 3 de William Shakespeare. La expresión fue usada asimismo por el almirante británico Horatio Nelson refiriéndose a su consejo de capitanes (a bordo de su buque insignia), a quienes animó más allá de lo común a ser asertivos y tomar la iniciativa: «Tuve la dicha de comandar una banda de hermanos».
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Sobre el Autor Desde pequeño siempre me gustó dibujar, buena cuenta de ello pueden dar mis viejos libros de texto, donde comencé a dar mis primeros pasos como ilustrador. En las ilustraciones siempre he intentado transmitir un poco de esa magia e ilusión que de niño ponía en cada uno mis dibujos y en como estas cobraban vida en mi cabeza. Con esta obra el autor intenta dar el dificultoso paso de ser un estudiante a un ilustrador profesional y cumplir uno de mis sueños de niño, tener mi propio libro ilustrado.
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