UN VESTIDO ROJO PARA BAILAR BOLEROS
luchan por lo mismo, aunque vivamos las contradicciones de tener que matar a diario parte de nosotras para poder vivir y decidir con valores reales. --Usted es privilegiada --dijo con sarcasmo. --Tal vez, no por capacidad, sino por formación. La educación que ha recibido la mujer me recuerda el arte del bonsai: se busca atrofiar sin matar. Es el refinamiento de la crueldad; cortando raíces y ramitas logramos que un árbol que pudiera haber sido corpulento y erecto, permanezca pequeño y que si tronco adquiera formas desviadas y grotescas. Pero aún, luego encontramos bellos ese engendro. --De todas formas quiero ser puritano. --Se ensimismó, su rostro marcado por una mueca de tristeza y de repente dijo--: --Vamos al “Goce Pagano”.....tratándose de usted y yo. --¿No está diciendo que no está de acuerdo con eso? --Mire, hay un término medio entre el libertinaje y el puritanismo. Usted tiene que vivir el amor a fogonazos, o como perversiones. No puede integrar a su vida diaria su deseo de entrega, de expresión física y sensual de su afecto; lo reprime y así lo tiene que vivir en estallidos o bajo los efectos del licor, cuando olvida su miedo y su remordimiento. El la completo con sorpresa, ante sentirse comprendido como otras veces, y calló por un momento. Luego pregunto --Entonces, ¿no me va a invitar al “Scondite”? --No --dijo ella con firmeza.
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de cabellos. Me entregué y sólo me quedo el dolor. --Usted siempre teme entregarse; está a la defensiva y asume el papel del lobo feroz para que no se le acerquen. A pesar de eso, algunos seguimos siendo amigos suyos, casi que por terquedad. --Pero si estoy rodeado de pantera, debo defenderme --Claro, sólo que algunas veces se le acerca una oveja, le dice: ¡baaaahh! y usted sale corriendo. --Margarita es Lady Max Factor, pero no más. No es persona. Y esa carencia me hizo dar cuenta de que necesito una mujer que lo sea en su totalidad. Les escribí versos, pero ella nunca los entenderá. A proposito, voy a leerle algo. Lee en voz calmada y profunda un pasaje de Años de fuga, la novela que hace furor en el momento. Lee sobre Minina, sobre su amor liberal, su deseo de entregarse a los hombres. Lee sobre los amigos de Minina que prefieren a las muchachas de servicio de Pereira a quienes hay que seducir. --Minina representa el problema de la liberacion: promiscuidad. Yo soy como sus amigos. --Ah, esa es su perversión --se burló ella. --¡Síiiiiii! --Pero es triste; ese es el amor que concibe apenas una dimensión entre hombre y mujer, la sexual, y esta la asume dentro de un contexto de poder y de dominio, no de igualdad. --Es verdad, asi somos. --No tenemos que ser así. Yo soy mujer y sé que puedo relacionarme con el hombre en muchas dimensiones. Lo que es más, lo he hechp. La libertad es para autodeterminarse en todas las esferas de la vida. No creo ser única en esta forma de pensar. Hay muchas que
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Carmen Cecilia Suárez
UN VESTIDO ROJO PARA BAILAR BOLEROS
ARANGO EDITORES
° Carmen Cecilia Suárez, 1988 ° Arango Editores, 1992 Diag. 53 N° 23-49 Bogotá - Colombia 1° edición, Pijao Editores, Abril 1988 2° edición, Pijao Editores, Septiembre 1988 3° edición, Pijao Editores, Octubre 1988 4° edición, Primera en Arango Editores, Abril 1992 5° edición, Segunda en Arango Editores, Mayo 1994 6° edición, Tercera en Arango Editores, Febrero 1996 ISBN 955-27-0001-7 Diseño de la portada: Francisco López Arango Ilustración: Borrasca de amor. Serie parejas María de la Paz Jaramillo. 1984 Fotografía: Julio César Flórez Preparación editorial: Grupo Editorial 87 Impreso en Colombia Printed in Colombia Impresión y encuadernación: Panamericana Formas e Impresos S.A
Hablaron de cosas tontas: --Estoy quemada del sol y del mar... --¿ Y lo están también sus bellos senos? --Sí --dijo ella con naturalidad--, eso era un paraíso terrenal, pelícanos , gaviotas, halcones, chipi-chipi a manotadas en la playa. --Ah, ¿había halcones? --sonrió, aludiendo a un simbolismo que compartían--. ¿Y también había palomas? --Sí, palomas pequeñitas-- conestó, sonriendo tambien --¿Le hizo usted algo a algún negro? --No es asunto suyo. --¿Y algún negro a usted? --Tampoco es asunto suyo. El problema es mío y del negro. Lo excitante de aquellas trivialidades eran la fuerza y el cariño con que se retaban y golpeaban, la facilidad con que se seguían mutuamente los giros. También hablaron de cosas serias: --Esa noche entre usted y yo fue muy bella. Para que hubiera sucedido aquello tenía que haber mucho en el fondo. No importaba nada más, se quería enfrentar todo, así fuera por una vez tan sólo --su voz temblaba. Venía a ella buscando apoyo y cariño. Continuó: --Quiero ser puritano, no creo en la libracion porque a menudo es libertinaje y prostitucion. Ya no creo en las mujeres, mienten y lo manejan a uno como a un niño. Frente a ellas uno no tiene armas. --Así es , con frecuencia. La sociedad nos ha enseñado a engañar a hombres y a mujeres. Pero podemos a reaprender a amarnos, así tengamos que romper muchas barreras para hacerlo. --Ultimamente he recibido golpes, como dentelladas
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--Bueno, adiós. Tengo que colgar porque estoy en una cafetería. --¿Dónde está? --En el sitio que usted ya conoce. --Si me invita a tomarme una cerveza, voy para allá. --Bueno, pero véngase a mil. Su reacción le sorprendió, la propia también. Después de recibir su crta él le había dicho que no había mas nada de que hablar. Ya había aceptado el final con cierto alivio. sin embargo, en el viaje de vacaciones, involuntariamente, mil veces su rostro se le vino a la memoria. Ella lucía bonita y coqueta con sus peinetas y aretes de plastico como era la moda y su blusa blanca bordada en rojo que insinuaba sus senos. El llevaba la camisa abierta y su chompa negra de cuero; se había quitado la basrba y en su lugar exhibía un mostacho mexicano. Por primera vez en mucho tiempo mostraba brillante y reluciente la pulsera que ella le había regalado. Alrededor de ellos, el humo y los profesores comentando en otras mesas con voces entremezcladas el inicio del semestre. Enfrente, las cervezas. Como en otras ocaciones, el magnetismo mutuo los aisló de sus alrededores. Lentamente, casi sin darse cuenta, quedaron solos él y ella y las cervezas. Parecía dificíl que en la vida dos personas se compenetraran tanto la una con la otra, aun por encima de la distancia y el tiempo.
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A Matilde y Rafael, mis padres Para Manuel José
la buena suerte con 13 elefanticos de marfil adentro y dos poemas. Lo extrañaste profundamente, inmensamente, dolorosamente, tratando en vano de llenar el vacío de las horas que él llenaba antes, sintiendo un vez más que el afecto se te había esfumado entre las manos. Lo esperaste. No quitaste so foto del espejo. Seguiste pensando en él todos los días, añorando la dulzura de su voz. Sabías que volvería, por la bruja que te dijo que serían felices para siempre --a pesar de aquella mujer a su lado-- por los muchos sueños en que te viste viajando con él alrededor del mundo y por la foto que les tomaron jutos, dos años antes de que se conocieran y que tú compraste porque fue la única que te sacaron ese día y que te hizo pensar --tiempo después, cuando ya estabas enamorada de él y lo reconociste como el hombre de la foto-- que estaban predestinados el uno con el otro. Y una noche golpeó en tu ventana. Encontraste su cara ansiosa al abrir los postigos y luego buscó tus manos, tu cuerpo. No dijiste nada. No preguntaste por ella, él no te lo dijo, pero ya sabes que nunca más se irá, aunque sea cada quince días que te toque el turno, aunque tengas que obligarte a no pensar en ella, a no hablar de ella. Los amantes, ahora lo sabes, siempre vuelven. Y sigues tarareando: “Cuando en tus brazos me siento morir, ta, ra, ra, ra, ra, ra.....”. Vivió con ella doce años pero sólo la comprendió una noche en que le leyó el tarot. Entonces se separó de ella por incompatibilidad.
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pondrás claveles rojos en la mesa del comedor. Recuerdas cuando lo conociste. Te dijeron que era escritor, que le gustaban las frases breves, las palabras cortas y las mujeres chiquitas. Lo encontraste triste, aburrido y escéptico. Pasaba de un canal a otro de televisión sin interesarse por ningún programa, hora tras hora, de la misma manera que había cambiado de amantes mil veces , sin verdaderamente amarlas, sin disfrutarlas, sin haberse esforzado por ninguna, dándose cuenta, ya viejo, que tan solo le quedaba el sabor amargo de haber perdido el tiempo. Cuando hizo el amor contigo la primera tarde, repitió maquinalmente los movimientos de seductor que había hecho en tantas otras ocaciones, te abrazó, te acarició el cabello, te tiró a la cama, pero nada, no sintió nada. Claro que ahora es distinto, lo ves sonriendo nuevamente , sorprendiendose, descubriendo, con deseos de vivir, de ser, de dar. Sabes que tu amor le ha traíso cosas nuevas que ya no quiere perder. Tu también has recobrado el placer. Tu casa, tu cara, tus cosas la reflejan. Has vuelto a planear, a pensar, a pensar en tapizar la silla, pintar la fachada, adelgazarte unas libras. Sabes que tus carnes estan un poco flojas y has perdido mucho de tu encanto juvenil, pero tienes otro, el de saber amar, saber para donde vas. Recuerdas aquel día, en uno de esos momentos cuando --descansando al lado del otro, se hacen confeciones, te dijo que se sentía dividido, contra la pared, que tu le importabas y ella también, que se sentía mal con ella y contigo y con el mismo, que no soportaba mas seguir viviendo las dos relaciones paralelamente. Y dejó de verte, de llamarte, de buscarte. Tú, al despierte, le dedicaste un bolero, le regalaste un frijol de
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Metamorfosis
Anoche, en el desierto de mi cama sin ti, en la soledad de mis muslos que te ansían y que hace tiempo no te sienten, en el silencio agresivo de tu rechazo, soñé que te dejaba para siempre. Soñé que gritaba y que me liberaba de esta vieja amargura, como tal vez caiga la piel arrugada de la oruga al convertirse en mariposa. Y al despertar --nuevamente tú a mi lado, aunque distante --te dije que habláramos . Y casi sin pensarlo, sin saberlo, te pedí que termináramos con el dolor de amarnos, que ya no podía más. Y lloré, pero me sentí libre, libre de no herirte más, acaso libre de quererte en el recuerdo. Y después, quizá te vuelva a amar, de vez en cuando, sin afanes, sin hastíos, sin el lastre y las pesadas amarras de la vida cotidiana, de las responsabilidades compartidas. Amarte, porque sí, porque quise, y dejarte ser y ser yo. Te dije adiós al fin y lentamente vi esa vieja y arrugada piel caer. Estremecida, aterida en mi desnudez, encontraré mil colores nuevos para mis alas y aprenderé a volar con mil giros desconocidos en el aire.
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La noche
Me advertiste. Si no te suicidabas te morías, y si no, te ibas para París. Aun si nada de eso sucediera, yo, como mujer, era tu enemiga. Sin embargo, me acerqué a ti. Entraste en mis afectos sin pedir permiso, sin que yo te hubiera invitado y te sentaste en la sala. Te aprendí a querer. Me arrastrastraste por los laberintos de tu mente y experimenté el vertigo de tus profundidades. Principié a sentir tu voz ronca dentro de mí y a ver tus manos y tus ojos en mis sueños y mi soledad asumida y mi antigua indiferencia y lejania comenzaron a estorbar. Hoy mi corazón se contrae repetidamente. Te está llamando. No sólo las mentes llaman, también los cuerpos. Tú me acariciaste, mis manos te recorrieron todo y te hicieron vibrar y ya no te olvidan. Sé que debió ser una conjunción astral especial, algún planeta retrógado tal vez, pues el mundo entero pareció entrar en una especie de estupor, de suspenso. Graciela no volvió a recibir cartas de su novio en París, Armando no vino a visitar a Piedad, el presidente dejó de hablar todos los días en la radio--el país descon-
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escribiendo, pero con una ansiedad nueva que le dificultaba el hacerlo. Al anochecer, puso las sábanas de satín color salmón, se vistió con la camisa de seda roja, peinó su pelo largo que caía en bucles sobre sus hombros, y se untó perfume en los puntos cálidos del cuaerpo,donde la fragancia permanece más tiempo: detras de las orejas, en la nuca, en el huequito donde termina el cuello, en la muñecas, en el centro de los senos. Luego se acostó a esperarlo. La luna llena estaba en piscis. Sabía con certeza que vendría, pues ese era el signo de su amado. Lentamente la imagen de él se fue perfilando en su mente y comenzó a oir su voz. Ya había establecido conctato. Paso a paso recordo durante horas aquellas noches de amor. Lo sintio muy cerca. Se estremeció nuevamente ante sus brazos , su boca, sus caricias, su olor. De pronto, rompiendo el silencio de la noche y su concentración, sonó bruscamente el timbre de la puerta. Era el amigo de su hombre. También era Piscis.
Este fin de semana te toca el turno. Saca las sábanas y las toallas nuevas color durazno que tanto le gustan a él, y las carpetas bordadas, mientras tarareas esa canción que le aprendiste a tu padre de niña y que siempre te recuerda la alegría del amor: “ y por eso junto ati, la vida para mí es de color de rosa y tus labios al besar, ta ra, ra, ra, ra, ra....”. Alistas las cosas para los huevos en cacerola que te enseño a hacer tu mamá en ocasiones especiales. Te lavaras el pelo, te untarás perfume,
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Y entonces, ya no te veré mas en las esquinas, ya no te colaras en mis sueños. Tú volverás a ella, a quien amas. Yo volveré a mi soledad. Y me alejaré de ti, sin querer regresar.
El brujo echó las viejas y desteñidas cartas sobre el cubrelecho raído. Sorprendido, calló por un momento, la miró y dijo: --Señora, es como si usted volviera a nacer. Tienen los cuato ases, éste es su año. Cambios en su vida, todos favorables. El la quiere y regresará. Pagó los quinientos pesos sintiéndose feliz. La mugre de las calles, los empujones de la buseta, las caras desagradables de los transeúntes, su reciente pobreza y sus zapatos rotos, todo se había transformado. Se bajó antes del paradero acostumbrado y compró rosas. Al llegar a su pequeño apartamento abrió las cortinas de bambú para dejar que el recinto se inundara con la luz brillante del mediodía, contemplar los miles de retazos verdes en los cerros y las palomas flotando rítmicamente sobre ellos, salpicando de blanco el paisaje Puso boleros en la radio, siempre lo hacía en días especiales como ese y arregló las flores en dos bellas vasijas de céramica; una a la entrada, al lado del espejo antiguo, y otra sobre su mesa de trabajo; desde que vivia allí, despues de su separación, era la primera vez que tenía flores. Con cuatro ases; estaba segura, todo iría bien; había que celebrarlo. Pasó el resto del día, como de costumbre, leyendo y
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certado se sintió huérfano, sin camino-- y tú no regresaste al café donde solíamos encontrarnos. Se me asemejaba al cuento de La bella durmiente, donde la vida se detuvo durante cien años. ¿Por qué?, me preguntaba por las noches, mientras miraba tu foto que había recortado del periódico y que guardaba oculta debajo de la almohada. Analizando la situación surgieron varias hipótesis para explicar tu comportamiento: Era posible que te hubieras enamorado de otra, alterniva que me llenaba de terror y hería profundamente mi orgullo de mujer. Es cierto que unas pocas caricias y besos y seis meses de tinto diario no eran material suficiente para pedirte fidelidad. Sin embargo yo te amaba y por eso me pertenecías de alguna manera, tenía derecho a ti, más que otras, pues yo te amaba más, estaba segura. También podría se que le hubieran dicho a tu esposa los chismes nunca faltan-- que te veían todos los días tomando tinto con una mujer extraña, con cara de bohemia y que mientras lo hacías la mirabas intensamente a los ojos. Esto en sí no constituía evidencia de nada, aunque he aprendido con tu relación que el afecto lejano ata más profundamente, ya que es más puro, que la sexualidad. Y esposa es esposa. Claro que yo no entendía como ella pretendía tener un dominio sobre ti, si no compartían ningun interés, si no hablaban, si no se tocaban hace tiempo, si ya había olvidado cada uno la forma del cuerpo y el color de los ojos del otro, si ambos se habíann convertido en un aditamento, una pieza más de este sitio que se llamaba hogar. Como última opción surgía la de que te hubieras cansado de tomar café. Seis meses de tinto y de ver la misma cara a la hora de la sobremesa, comienza a conver-
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tirse en algo rutinario muy parecido al matrimonio. Desesperada te envié una nota: “Pendejo, ¿qué se hizo?, me hace falta, ¡venga!”. Pasaron los días y no fuiste. Entonces recurrí a la maga que me echó las cartas, al brujo que me leyó el tabaco, al siquiatra que me analizó y todos me dijeron que te olvidara. Pero no podía olvidarte. No lograba concentrarme en el trabajo. Comencé a perder las llaves, a meter la loza sucia a la nevera y el pan en el lavaplatos, a reírme a destiempo, a llorar por cualquier cosa, a comer compulsivamente. Así que seguí yendo a aquel café, porque, después de todo, ¿qué más hacer, en esta ciudad gris, sino tomar tinto y esperarte? Se levantó tarde con ese sabor seco de trago en la boca, un tufo desagradable, una sensación etérea en la piel y un agobiador dolor de cabeza. Se bebió con lentitud un vaso de agua y un tinto y fue por su libreta de teléfonos con el fin de llamar a Ricardo. Lo invitaría a tomarse unas polas para desenguayabar. Marcó lentamente, rehuyendo el sonido seco del disco al regresarse: 2-3-5-8-4-3-2..... riing, riiing..... y de pronto: “Habla con el dos, treinta y cinco, ochenta y cuatro, treinta y tres, el estudio de Lucía Gutiérrez. Su llamada ha sido recibida por un contestador automático. Cuando suene el timbre, deje su nombre, razón y teléfono y lo llamaré en cuanto pueda”......riiing. Luego silencio. Mantuvo el auricular alzado por un momento, desconcertado y colgó. Esa extraña voz mecánica era dulce y profunda como aquellas que oyó en sus sueños de
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Ahora dices que nada fue, que nada importa, porque sólo la llevas a ella en tu recuerdo; pero cuando entre a tu pasado junto con ella, mi fantasma también te rondara en las noches y no podras olvidarme. Se quedó tu tamal en la nevera. Lloraré un poco, me acostumbraré otra vez a abrocharme el collar y a subirme la cremallera del vestido. Volveré a mis libros. Escribiré un cuento y pronto el sol brillará de nuevo.
Recuerdo que esa noche despues de la conferencia me dijiste: “no creo que el corazon mande a la cabeza; no somos animales”. Hacía frío. El viento agitaba mi impermeable rojo, mal cerrado y dejaba ver la blusa blanca, bordada. Luego te alejaste, sin dejarme contestar. Como siempre, corriste. No, no es que el corazón como órgano desprendido, mande a la cabeza. Es que el corazón es el vehiculo a la afectividad, de la sensualidad, de la integracion del ser. Y me manda. El inconsciente me traiciona. Te veo ebn todas partes sin pensarlo. Aquella chaqueta es como la tuya; aquel peinado; aquellos ojos y aquella sonrisa...¡maldito seas!. Pero estas ahí, me recuerda a diario ese otro yo. Todavía al verte me estremezco y temo el hablar contigo. Todavía, despues de aquel encuentro fugaz incompleto y atemorizado, cuando te dije no. Y mi otro yo te seguirá buscando para terminar no iniciado. No se puede quedar así. Algún día nos fundiremos, lo sé. Algun día atravesaremos las paredes del miedo para unirnos; aunque estemos viejos y arrugados. Puede ser que una sola vez baste para sacarte de adentro
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to, las arepas callejeras en la 22 y el caldo en la Normanda. Atras, la lucha entre la realidad, tus carpetas, mis clases y la magia de los días sin tiempo, de ese pozo sin fondo que nos devoraba, del sendero sin regreso, de esas arenas movedizas que nos absorbían. Aquellos momentos estrenando caricias, inventando caricias nunca usadas en mis horas de amor. Los giros de mi anillo de plata en contraluz sobre tu piel, al compás de aquel vals; las golondrinas planeaban entre las nubes; el crujir de las medias de seda, tú desnudo y yo vestida de negro, tu nariz larga, tu quijada cuadrada y tu cuerpo anguloso. Atrás, los escritos con pintalabios en el espejo y el contemplar de la luna llena desde mi ventana. Tú has vivido muy poco. Te quedan aún muchas mujeres por amar y miles de caminos por recorrer. Yo en cambio, he vivido lo suficient para atesorar cada momento de amor, para tratar de prolongarlo hasta el infinito, pues sé que son escasos. Vuela. Sé que quieres volar. Sé que en la misma forma que con un bolero llegaste a mis brazos, con un bolero, cualquier día, te iras en otros brazos. Extrañaras el ruido de la nevera, el chiflón de la ventana, las comidas sobre la alfombra y mi calor nocturno. Poco apoco tus rastros irán desaparciendo de mi mundo. Descolgaré tus cuadros y te los llevaras, junto con aquellas piezas de ropa que guardabas en mi “closet”, tu libro y tu mochila. El recuerdo de tu sonrisa y de tus ojos se irán retirando de mis sueños. Tus caricias dejaran de estremecerme. Se borrarán la ansiedad de la espera y la alegría del encuentro. Hasta olvidaré tus pasos de baile que tanto me costó aprender.
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adolescente. Era la voz de la mujer ideal; pero, ¿quién era ella? Alejó de su mente aquellos pensamientos como absurdos y llamó de nuevo a Ricardo. Se citaron en la 19, así que Carlos se duchó largamente para salir un poco de su estupor, hasta que el baño se llenó de vapores húmedos y sensuales que lo invitaban a olvidarse del tiempo, a concentrarse en la eternidad del ocio, sintiendo los hilos de agua acariciar su cuerpo con fuerza y ternura a la vez. En medio de su éxtasis no podría olvidar aquella voz, un poco ronca, misteriosa, que regresaba involuntariamente a su memoria: “....Su llamada ha sido recibida por un contestador automático....”. Más tarde, con Ricardo, permaneció silencioso, sus ojos como perdidos, la madeja enredada de sus divagaciones. ¿ De quién era esa voz? Tenía que averiguarlo. Esa noche, con temor, llamó al estudio de Lucía Gutierrez: --Aló --le contestaron. Era la misma voz, pero viza, cambiante, con capacidad de responder y de escuchar. Carlos comenzó tímidamente: --Mira, Lucía.... el otro día llamé al estudio y me respondió tu contestador automático. Me gusto tu voz. Me gustaria conocerte. Lucía rió con una carcajada fuerte y vibrante: --No, sabes, ¿por qué no dejas más bien que el destino nos una? --Pero ¿quién eres? --No te voy a decir quién soy. --¿ Y dónde vives? --Búscalo en el directorio telefónico. --¿ Por el nombre? --No, por el teléfono ---y rió con ironía --Pero, Lucía...
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--Mira, tengo mucho que hacer, ¡adiós! Carlos colgó con tristeza. Tenía que conocerla. Qué horror, enamorado de una voz, ¿por qué? Sintió angustia ante lo inexpicable. Se puso su chaqueta de cuero y salió a caminar. El aire fresco y el ejercicio le ayudarían a olvidarse. Hacía frío. Caminó taciturno, con la cabeza baja, sumido en la muchedumbre que lo golpeaba indiferente; apresurada, arrastrada por los vestigios de energía después de una dura jornada de trabajo, afanosa de terminar el día para comenzar otro igual mañana; ¡la farsa de la libertad del hombre! De repente un carro. Frenos. Un dolor intenso y el sentirse arrojado por el aire. Gritos, carreras y una voz: “¿qué le hice?, ¡por Dios, conteste!”.... Sí, era esa, ¡era esa su voz!
miraste cara a cara mi angustia, pues me soltaste la mano. Apago la luz del baño, cierro la puerta. Me siento en el suelo alfombrado y me pliego sobre mi misma en postura fetal. ¡Qué bello es el reencuentro con nosotros mismos que se da al regresar al vientre! Es casi la nada absoluta, pues sólo existe uno y el vientre. Quiero llorar: no puedo. Quiero totearme, soltarme, no puedo. Escucho al silencio y mi dolor empieza deshilvanarse con lentitud. Suelto mis brazos y mis piernas para entregarme, para consumar el matrimonio inevitable con ella: la soledad. Después del encuentro se aleja, como las olas, dejando apenas su humedad y una leve espuma, ambas destinadas a convertirse parte de la arena. A través de este tibio bautizo me miró desnuda y vuelvo a encontrar un centro propio. Mañana, parada nuevamente en mi piso, seré otra; enfrentaré al mundo con una huella mas en el alma y una sabiduría recondita que no sabré explicar.
Se quedó tu tamal en la nevera. Esta mañana, mi pequeño cuartico se tornó vacío sin tu presencia y la soledad y la tristeza que habías desalojado con tu amor, volvieron a rondar por sus rincones. Pienso que aún si regresaras nada podría ser igual, pues bien sé que aquellas, antiguas conocidas, dejan sus marcas imborrables. Se llegó el dolor, siempre rondando a la vuelta de la esquina de la felicidad. Atrás quedaron las noches de r umba en Quiebra-Can-
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Anoche repartimos las sábanas, los manteles y las toallas y peleamos por unos ceniceros. Ahora, al acercarse el adiós, recorren por mi mente, como en una pelicula acelerada--y como dicen que ocurre en el momento de morir-- todos los instantes alegres, dolorosos y tiernos y no puedo evitar llorar. El camión llegará en una hora. No sé a dónde voy; es uno de esos momentos en la vida en que estamos totalmente a la deriva del destino. De ahora en adelante, los trasteos tan solo serían míos, seguramente repetidos todos los septiembres.
Es una hora indefinida de la noche. Hoy me siento comoda en mi soledad y he comenzado a ser libre en ella, porque recorriendo sus tenebrosos rincones y pasadizos, como saliendo de la muerte, he vuelto a nacer. Todo comenzó en medio del coctel, de las miradas esquivas, de las conversaciones forzadas, de los augurios de fiesta, cuando sentí como si un manto espeso de ausencia cayera sobre mí, apartándome de las voces, de los gestos sonrientes, de las pulsaciones de la salsa. Mi tristeza no quería salir si no mas bien hundirse en los abismos oscuros de mis profundidades: no me dejó otro camino que huir para llevar a cabo ese viaje. Y ante los rostros que se desvanecían, las palabras que perdian su sentido, corrí. Al verme partir, dijiste: --Mírame, estoy golpeado y estoy de pie. --Sí --dije--, pero podemos estar de pie solos. Nuestros ojos se encontraron y posiblemente en ellos
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Nos habíamos citado para hablar de la separación. Después de un nuevo intento de vivir juntos, el dolor de amar, nos enfrentaba una vez más a esa decisión. La película que pensabamos ir a ver antes de conversar, la cambiaron esa noche, así que escogimos un cafesito bohemio y agradable y nos sentamos frente a frente, tratando de hurgar con honestidad en nuestros corazones. El capuchino estaba humeante y delicioso y como siempre produjo en mí ese raro efecto de apertura y deseo de cosas nuevas. Hablamos tranquilamente de cómo sería la separación, de cuál era el camino a seguir: cita con el abogado, división de bienes, todo de común acuerdo para evitarnos los traumas aún sentidos de la ocasión anterior. Súbitamente, jugando con mis pensamientos, yo te dije: --No sé, creo que el matrimonio podría ser, si no asfixiara; si dejara a cada cual ser uno. No entiendo por qué tiene que ser la negación de tantas cosas, de tantos deseos; tal vez es por eso que terminan ahí todos los cuentos de hadas. En esas condiciones no me es posible aceptarlo. Puedo entender un compromiso dentro de límites amplios y libres. Por ejemplo, mis fantasías: usted no las comparte pero podría dejarmelas vivir lejos de usted; estaría yo más satisfecha y nuestra relación se-
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ría mejor. Veamos: bailar, usted sabe, me fascina. El sentir un cuerpo cálido junto a mí moviéndose suavemente al ritmo de un bolero, es una experiencia maravillosa a la cual no quiero renunciar por el resto de la vida, sólo porque usted no la quiere vivir a mi lado. Pienso lo fascinante que sería una noche de baile, con un vestido rojo de seda, medias medias negras con vena y una pitillera larga de ébano; la compañía, alguien que gozara como yo los boleros. Ya ve, son anhelos tan tontos y que sin embargo, me harían muy feliz. Freud dijo que la felicidad es la realización de un sueño infantil y tenía razón, creo... ¿y las suyas? Cuénteme de sus fantasías.... Sabe, es curioso como estando juntos tantos años aún no conocemos esos deseos recónditos del otro, los sueños que oculta y que no comparte con nadie; seguramente por eso, entre otras razones, seguimos siendo extraños uno al lado del otro. Pensó, sonriendo y comenzó: --Yo quisiera ser un alquimista. Destilar el agua en la soledad de mi laboratorio setecientas veces, para descubrir el elixir de la vida como lo hizo Fulcanelli. El otro día. Vi en alguna oficina la reprodución de un grabado de la edad media en la cual se mostraba a un alquimista sentado en frente del atanor calentando el fluido celestial sobre tres piedras. Tenía la mirada totalmente alejada de aquello que lo rodeaba y en ella una chispa de vida, de esperanza. Sus ropas eran andrajos, harapos. Ratones y gatos peleaban a su alrededor por un pedazo de queso. Al fondo, el ayudante, aquel quien le pone aire al atanor, con cara de disgusto e incomprensión ante lo que acontecía. El desorden en todo contrastaba con la abstración, la seguridad y el orden reflejados en la cara del mago. Arriba en una
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De repente, el se levantó y alegre y firme dijo: “ Voy a cotarle a Eloísa y los niños que te amo”. Dejó tirada su corbata roja. Ella aún la guarda en una bolsita de celofán, esperándolo.
Aquí, sentada en la poltrona roja, las cajas de cartón esparcidas desordenadamente alrededor, contemplo este recinto por última vez. Aún falta mi colección de campanitas por descolgar, la de bronce hindú, la de ceramica con su sonido cristalino y la de barro con su dejo a monte: también la jaula de bambú con los pájaros de pauche y paja --unos caídos ya y cubiertos de polvo-- y el origami taiwanés violeta que se mece al lado del helecho enfrente del ventanal del comedor. Al pie de la chimenea quedan las ollas y pailas de cobre y las cenizas y leños de lumbre de anoche. Dentro de las cajas ya han sido guardados cuidadosamente, en ese ritual que por destino he de repetir todos los septiembres (alguien me dijo que así estaba establecido en mi mapa astral) los tomos de la enciclopedia y de los clásicos, los libros del abuelo, las cartas de mi madre y nuestras cartas y fotografías de doce años Aparte están sus cosas y las mías para facilitar el trasteo. Las matas que abundan verdes en los rincones, la alfombra de hebra larga que encargabamos a Cajicá, el juego amarillo de comedor sobre el cual reposan dos copas con restos de brandy, todo de alguna manera ha perdido su sentido, ha quedado vacío como un monumento que albergaba algo que ha dejado de ser.
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Promesas
Llegó de mañana, muy temprano, recién bañado, sonriente, con una botella de vino y unas flores en la mano. A oír música, dijo. Ella se peinó apresuradamente y se quedó sin maquillar, con su batola amarilla de entre casa. “Qué carambas, si le gusta así, bueno, si no, también”, pensó, acostumbrada a ser un poco despectiva con los hombres. Hablaron, rieron, cantaron, él le dijo mil cosas de sus ojos, su boca, su cuerpo. La besó, la acarició. Discutieron sobre Freud, Marx y Camilo. Leyeron a García Lorca y a Saint- John Perse. Le prometió que tendrían una hija, que viajarían por el mundo, que envejecerían juntos. Comenzó a percibir una dulzura especial en esa voz, a sentirse vulnerable, a desear la presencia de ese hombre, sí que la cuidara, sí que la quisiera. Aún no habían hecho el amor. Acostados en la alfombra se miraban fijamente. Sus manos la recorrieron toda con timidez y ternura. Ella aguardaba en silencio, ansiosa...
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ventana, el avaro, en espera continua del descubrimiento del huevo filosofal para caerle encima y cosechar ganancias. Sí, sería muy feliz siendo un alquimista, enfrascándome en mi actividad, olvidándome del mundo, pero, para ello tendría que estar solo.... --Ve --dije--, permítame compartir mi frenesí, mi deseo de vivir con otos y así no me impondré tanto sobre su deseo de soledad. Yo sé que a veces me disgusto porque usted no habla, porque se abstrae, porque se remonta a un mundo ajeno al mío. Pero podría respetar su silencio, si mi deseo de comunicación tuviera eco en otra parte. --¿En otra parte? --preguntó extrañado. --Sí, la afectividad es un torrente amplio, desbordante, es el “Eros”. Para algunos esa fuerza es pequeña y cabe en un solo canal; para tales personas hay satisfacción en su actividad cotidiana, en sus afectos rutinarios y rara vez sienten la necesidad de salir de allí: para ellos las normas sociales caen como anillo al dedo. Pero hay otros que tenemos energía para muchos canales, para quienes una sola relación no responde a todo lo que necesitamos expresar o recibir y requerimos muchas, variadas y cambiantes. Un canal no esta en conflicto con otro, pues el eros alcanza para todos; pero en cambio, la fuerza que se queda sin canalizar se vuelve negativa, se voltea sobre los que están alrededor o en contra de nosotros mismos. En personas así, la fidelidad es un crimen y nos lleva a la neurosis. Hay momentos en que me siento asfixiada, amarrada, acorralada, dentro de una sola relación y tengo un deseo infinito de correr, de soltarme. Me siento que no vivo, que hago, que sirvo, que funciono, pero que no soy: sólo es en términos de relaciones de afecto, ya
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sean de cariño u odio. --No puedo aceptarle sus otros canales. --Y yo no puedo vivir sin ellos. --¡Me muero de celos de pensarla a usted bailando boleros con un vestido rojo de seda! --¡Entonces baile usted conmigo! --No quiero. --Bueno.... ¡sígame contando sus sueños! --Miremos.... ¿qué?.... a ratos pienso que me gustaria ser vagabundo, con un morral al hombro, andando por el mundo, sin horario, sin responsabilidades, sin lazos que me aten. --Y para eso necesitaría estar solo.... --Sí.... --Yo también tengo mis ansias de soledad: sueño con encerrarme en una casita en el campo y estar a solas con la naturaleza en infinito silencio; contemplar la serenidad de las montañas, escuchar a los pájaros, percibir la suave y brusca caricia del prado mojado bajo mis pies descalzos, sentirme protegida por la sombra y los brazos inmensos de los árboles. Allí sería feliz y podría escribir, sacar dentro de mí ese deseo inagotable de darme, de expresarme. ¡Qué bello sería! Fíjese, si tuviera que ser un animal, sería un caballo salvaje para correr por las llanuras embriagada de libertad. Pero es una soledad diferente de la suya; usted quisiera ser un gato montés, huraño y alejado de todos. Terminamos el capuchino. Nos tomamos de las manos y nos miramos sonrientes. Nos sentíamos muy cerca. Cómplices. Habíamos compartido algo sagrado, secretos reprimidos por muchos años. Tal vez esas fantasías nunca podrían ser pero era importante compar-
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de caminos desconocidos y nuevos. Los treinta días del mes, es posible, serían muy similares; excepto que los domingos iría al parque de la independencia a caminar o a ver el teatro callejero y que algunas veces los ratos de soledad serían en mi cuarto leyendo o escribiendo, o meditando, en una iglesia antigua. Un mes en el centro sería como regresar a mi destino perdido, reencontrar mi otro yo; ser por un momento lo que hubiera podido ser para siempre. Al terminar el mes, empacaría nuevamente mis cosas me despediría de mis nuevos amigos de vacaciones, prometiendo regresar el año entrante. Cogería un taxi en la séptima hacia el norte. A medida que me acercara al norte, observaría que las calles se hacen más desiertas, limpias, silenciosas, casi frías, tal vez irreales. Al llegar al barrio, saludaría desde lejos a mis vecinos, con quienes no converso y de quienes no sé el nombre. Abrazaría con alegría a mi papá y a Alejandro y a Jorge. Miraría las matas y le quitaría las hojitas secas. Destaparía las ollas, echaría un poco de sal acá, un poco de pimienta allá. Auque triste de dejar el centro, me sentiría feliz de regresar; de mirar nuevamente las campanitas azules, el cuadro de Lugo, la lamparita china y las margaritas en el jardín. Pensaría que ese erea mi camino real, determinado por miles circunstancias a través de mi vida... De pronto, siento pitos de carros y un empujón brusco de Jorge: “ole, ¿qué piensa?, ¡la va a coger un carro!”. Suspiro....¡qué tan dificíl es ser lo que quisieramos! “La negación es el otro”, dijo Sartre, ¿qué tantas negaciones podemos soportar? Y al mismo tiempo, ¿como podemos ser sin otrs?.
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a la bola cuando tenía cinco años. Ella usaba rellenos en su moño, pues su pelo rubio era muy fino y escarralado y mi pelo se parecía al de ella; así que sufrí algun tiempo con la cabeza pelada, la que mi mamá trataba de disimular con enormes lazos de cintas y capoticas de arandelas. Quién sabe si a esta experiencia deba el placer sensual, casi perverso que derivo de usar turbantes y sombreros de mil formas y colores. Viendolo bien, mi tía Magdalena fue definitiva en mi vida: de no haber sido por ella, habría sido artista, bohemia, con el pelo rubio y escarralado y no usaría turbantes ni sombreros. Bueno, después del almuerzo con Carlos, continuaría el día caminando un rato por las calles, sin rumbo fijo, y al ritmo de mis pasos, y al golpear con la gente, pensaría. Recordaría la soledad de mi vida en el norte, y a mi niño Alejandro, de pronto jugando bolas o montando bicicleta en la unidad cerrada de nuestro barrio. Compraría y enviaría a mi casa una postal, podrí ser esa de la casa de la moneda que es tan bonita: “Estoy bien y lo recuerdo”, eso es lo que se acostumbra cuando uno está de vacaciones. Más tarde entraría por casualidad a un recital poético para luego tomar un capuchino en la Librería Nacional. Las lentas y casi perezosas conversaciones al rededor de las mesitas pequeñas me arrastrarían por ese mundo mágico del artista, donde el tiempo existe, pero no tiene limites. Con qué envidia miraría aquellas personas que se saludan, que sonríen con frecuencia ante el encuentro de rostros conocidos.; este sentido de comunidad es algo ya perdido en el norte. Seguramente terminaría el día bailando boleros con un grupo de gente maravillosa, enrumbada por un millón
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tirlas. Tal vez nos demostraban una vez más qué tan lejos estábamos y qué tan grande era la negación, pero ya nos habíamos entregado un poco más el uno al otro. No hablamos más de separación aquella noche e hicimos el ampr por primera vez en muchos días.
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Me fascinaría pasar vacaciones en el centro. Empacar mis maletas e irme a vivir en una pensión, preferiblemente en esas casas maravillosas con olor a bulevar fránces, con balcones de hierro retorcido, ventanas con pequeños vidrios, tiestos y tarros llenos de matas, grandes portones de madera y zaguanes oscuros. Pero sé que mi marido no me deja. Me muero de la envidia cuando camino por las calles angostas y me tropiezo con la gente, hombres, mujeres, y niños, jóvenes y viejos, abogados y lustrabotas, alegres y tristes, presentes y ausentes; es como si me tropezara con la vida misma. Me encanta el olor a empanadas y chorizos fritos de los restaurantes, los vendedores ambulantes y los cafés con aire de tertulia. Le he dicho a Jorge varias veces: --Quiero ir de vacaciones al centro por un mes. El se ríe y se tiempla al mismo tiempo: --Váyase --me dice-- cuando quiera, pero no regrese. --No --respondo--, no hya ningún motivo para que tenga que escoger entre mi matrimonio y un mes en el centro; es absurdo. --El matrimonio tiene que ser el sacrificio de muchas cosas--él grita, ya aclarado. --No, no tiene que serlo, si uno no quiere-- replico y sin darme cuenta comienzo a abrir los ojos y a manotear apresuradamente. La gente nos mira extrañada... Pienso que haría en ese mes. Primero arreglaría mi cuarto, acaso oscuro y sombrío, con unos pocos libros, un espejo y una flor. Guardaría mis batolas, unas de costal, artesanales, para los cafés y otras de seda para los bares: es muy importante llevar el disfraz apropiado a cada sitio, segun el papel que estemos jugando en el momento, es parte de la plenitud de la vivencia.
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Luego me asomaría al balcón y contemplandolos, me metería poco a poco en mis alrededores. Esa inmersión dentro del otro que únicamente se lleva a cabo en la soledad es necesaria para gozar y conocer las cosas. Tal vez entonces mi primo Carlos, quien sería mi guía de confianza en el centro, me llevaría a almorzar por cien pesos, con un delicioso sancocho de gallina, en un restaurante bullicioso y amontonado. Hablaríamos de mil cosas, como si el tiempo no existiera: Marcuse, las cometas que elevamos en aquel agosto, el M-19, Alejandro y Jóse Luis, y las obras de teatro que hacíamos cuando eramos niños. Sí, inevitablemente recuerdo con nostalgia “ mi pasado bohemio”, cuando tenía ocho años. Yo componía y dirigía las obras; según Carlos era y sigo siendo muy mandona; “impositiva”, dice otro amigo mío, más gentil. Nos disfrazábamos de mil cosas. Toda mi familia, incluyendo mamá, hermanos, tía, lavandera, cocinera y visitantes infortunados, asistían y pagaban cinco centavos por la entrada. Luego nos gastábamos lsa ganancias en panelitas de leche en la tienda del “mono”. Probablemente sería teatrera, si no hubiera sido por mi tía Magdalena, un viejita aristocrática, cariñosa y angustiada que le repetía a mi mamá con cara grave: “Matildita, si te descuidas, esta niña se te va a perder; se va a meter de artista”. Como resultado de sus advertencias me prohibieron ir a Monicaco y a Lilí Alvarez los domingos en el teatro de La Comedia, procurando alejarme de ese medio. Algunos años más tarde, por razones similares, me prohibirían leer demasiado libros de Salgari. También por culpa de mi tía Magdalena me raparon
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