Campamento de la playa, en el Sahara español

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"...Campamento de la playa, en el Sahara espa単ol..."



"...Campamento de la playa, en el Sahara espa単ol..."

Fernando J. de la Cuesta Bellver Veterano del Sahara



Con una mención muy especial a mis compañeros, integrantes del colectivo de Veteranos del Sahara, sin cuya aportación en forma de fotografías y relatos, me hubiera sido imposible recrear esta novela. De ellos espero su comprensión para que me permitan dedicar la misma:

A mi nieta M arina


Las fotografías que se incluyen, han sido obtenidas desde la página web saharamili.net propiedad de J uan Piqueras y corresponden a instantáneas personales de Veteranos del Sahara, previa autoriz ación de sus propietarios.

© Fernando J. de la Cuesta Bellver - 2010 Diseño, Maquetación y Portada: Arancha de la Cuesta


Esta no es una obra autobiográfica, por lo tanto, que nadie trate de identificar al autor de la misma con los hechos que en ella se relatan. Todos los personaj es que aparecen en este libro son fruto de la imaginación del autor, no así los lugares y las situaciones que en el mismo se desarrollan. Muchas de las vivencias son reales y en algún momento le han podido suceder a alguno de los que hicieron el Servicio Militar en aquellas tierras, por lo que desde aquí pido perdón anticipadamente, por si alguien pudiera sentirse aludido.

El autor



"A quí la más principal hazaña es obedecer, y el modo cómo ha de ser es ni pedir ni rehusar. A quí, en fin, la cortesía, el buen trato, la verdad, la fineza, la lealtad, el honor, la bizarría; el crédito, la opinión, la constancia, la paciencia, la humildad y la obediencia, fama, honor y vida son, caudal de pobres soldados; que en buena o mala fortuna, la milicia no es más que una religión de hombres honrados."

D. Pedro Calderón de la Barca Soldado Español



PRÓ LOGO

"Toda actividad militar esta relacionada, directa o indirectamente, con el combate. Es el fin por el cual un soldado es reclutado, equipado, armado y entrenado, y propósito por el cual come, duerme, bebe y marcha, es simplemente, que él debe luchar en el lugar y momento correcto." Karl Von Clausew itz

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Hubo un tiempo en este país, en que lo más granado de su j uventud debía cumplir con el llamado " deber para con la Patria" , tenía que prestar su Servicio Militar Obligatorio durante un periodo de tiempo que fij aban las autoridades correspondientes y que en el relato que nos ocupa, venía a ser de dieciséis meses aproximadamente. L a edad fij ada para ello eran los veinte años y ello ya era en sí un motivo de malestar, ya que a esa edad los que estudiaban estaban a mitad de carrera y los que habían optado por el trabaj o no tenían todavía consolidada su situación laboral, lo que conllevaba muchas veces, perder el empleo a la hora de incorporarse a filas. En el periodo que se relata no existía todavía la Obj eción de Conciencia, aunque se atisbaba ya un movimiento de oposición al cumplimiento del Servicio Militar que fraguaría el año 1971, en que se produj o la primera obj eción y por ende la primera sentencia contra tal actitud, no sería hasta la Constitución de 1978donde se reconociera oficialmente como un derecho de los españoles. La única forma de librarse del compromiso militar era por enfermedad, problemas cardiacos, de visión e incluso por no dar la talla mínima de estatura exigida. Amén de las prórrogas por estudio;que aunque no evitaban la prestación de la mili, cuando menos la retrasaban hasta haber terminado los estudios. De esta forma y a través de una serie de llamamientos dentro del año siguiente al del sorteo, los reclutas se incorporaban a los Centros correspondientes a la z ona militar a la que hubieran sido destinados para cumplir un periodo de instrucción de aproximadamente tres meses. El relato que nos ocupa se corresponde con aquel periodo de tiempo en el que aquellos a los que había tocado por sorteo prestar su servicio en África, eran destinados a la antigua provincia del Sahara. Para ello, efectuaban su traslado desde las distintas ciudades peninsulares generalmente por ferrocarril y eran agrupados en la ciudad de Cádizpara una vezallí, ser embarcados en barcos de la Cía. Transmediterránea que los transportaban tras varios días de dura travesía, hasta la costa sahariana ( posteriormente los traslados se efectuarían por vía aérea, en aviones militares) .

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Una vezallí serían instalados en el campamento denominado Batallón de I nstrucción de Reclutas ( BI R, nº1)para recibir la formación militar suficiente de cara a su incorporación posterior a los cuarteles de destino, en donde permanecerían hasta el total cumplimiento de su servicio militar. Todo ello condensado en estas líneas, viene a ser el ej e central del relato que nos ocupa, en el que se irá relatando, más o menos pormenoriz ado, todo el proceso de este tiempo de formación con el que daba comienz o el Servicio Militar, con la particularidad que, al realiz arse en un territorio hostil, lej ano y desconocido, viene a presentar una serie de vivencias únicas y atrayentes para quienes no lo han vivido y de recuerdo y añoranz a, para los que tuvimos la suerte de servir en aquellas tierras. Ya dij e en mi anterior obra, que aunque entonces no lo sabíamos, los que allí estuvimos fuimos unos privilegiados ya que nos fue permitido conocer un pueblo y un territorio únicos. Pero el vértigo de la j uventud nos impidió apreciar en toda su extensión este privilegio. Por eso ahora, al cabo de los años, con la mesura que da la edad y el distanciamiento de la memoria, nos cabe la satisfacción de sernos permitido disfrutar de nuevo de la amistad de amigos y compañeros de entonces, a los que se han unido aquellos que, sin ser coincidentes en el tiempo, por el mero hecho de ser Veteranos del Sahara, con los que compartimos vivencias y recuerdos, han sabido ganarse nuestro aprecio y amistad. FJde la Cuesta

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I LA PA RTIDA

"Lo que en la juventud se aprende, dura toda la vida". Francisco de Q uevedo

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El día amaneció luminoso, como eran casi todos los días de Septiembre, además hacía una buena temperatura ya sin los agobios del verano, por eso le costó un mundo abandonar las acogedoras sábanas, sabía que por mucho tiempo iba a dejar de sentir ese suave tacto y ese olor característico de toda la ropa de casa, era llegado el momento de levantarse, así que de un salto, puso pies en el suelo y se dijo a sí mismo: - A llá vamos. Le esperaba una ducha y un desayuno para más tarde ir a la peluquería a cortarse el pelo. Ya sabía que eso lo iban a hacer y gratis en cuanto llegara, pero él quería presentarse con buen aspecto, de manera que se dirigió a la peluquería del barrio, allí donde siempre se había arreglado desde que era un niño. A l verle llegar, Luis el peluquero, se sorprendió pues ya pensaba que se había marchado días antes, así que haciéndole un hueco entre los que esperaban procedió a raparle bastante más corto de lo que habitualmente él lo llevaba, luego al acabar no quiso cobrarle el servicio y le despidió a la puerta del establecimiento con un fuerte apretón de manos. M ás tarde, se dirigió al bar en el que normalmente chateaba con sus amigos, aunque no encontró a ninguno por lo anormal de la hora, pero se tomó un par de cañas a la vez que charlaba con Paco el encargado, comentando que seguramente, esas serían las últimas cañas bien tiradas que iba a beber en mucho tiempo.

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A la hora de pagar, aquel no consintió en coger su dinero, así que tras otro apretón de manos de despedida se dispuso a volver a su casa. Su madre ya tenía preparada la mesa y su padre se estaba afeitando en el cuarto de baño, se sentó en su sofá favorito y se dispuso a mirar un poco la televisión, a mirar porque en realidad no veía lo que en ese momento estaba pasando en la pequeña pantalla, su mente estaba en esos momentos en otro lugar. Concretamente en el Cuartel en que tenía que concentrarse a las cuatro de la tarde de ese día y en las palabras que el Teniente del mismo les había soltado, antes de permitirles marchar a su casa hasta la tarde del día siguiente:

- A quel que no esté a la hora fijada, será declarado prófugo y perseguido por la Guardia Civil. Entre eso y los nervios que le iban atenazando el estómago, la verdad es que no tenía muchas ganas de hacer los honores a la comida que con tanto cariño y esmero, le había preparado su madre para ese día tan especial. No obstante a la hora de la verdad, dio buena cuenta de todo cuanto le sirvieron y tras tomar café se dispuso a pasar uno de los tragos más amargos que le esperaban y sobre el que tanto había cavilado en días anteriores, despedirse de los suyos, esto es de su madre y de sus hermanas ya que su padre y su hermano le iban a acompañar hasta el tren.

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- No quiero que me montéis un numerito -les dijo a las mujeres- así

que darme un beso y un abrazo y pensar que es como otro día cualquiera que me marcho de viaje de fin de semana, solamente que este será un poco más largo. Sus hermanas Isabel y Susana, haciendo de tripas corazón le besaron en ambas mejillas y le apretaron fuertemente contra ellas, mientras su padre y hermano para evitar el momento que se avecinaba, salieron sigilosamente al descansillo de la escalera portando el petate que le habían entregado el día anterior y que le acompañaría de ahora en adelante. A llí plantada delante de él, estaba su madre retorciendo nerviosamente la punta del delantal, había llegado el momento de separarse de "su niño" y por más que se había propuesto no llorar, no pudo evitar que dos gruesas lágrimas se deslizaran por sus relucientes mejillas. Sin decir ninguna palabra, madre e hijo se fundieron en un abrazo inacabable, parecía como si quisieran transmitirse el uno al otro las fuerzas necesarias para afrontar lo que el destino les deparaba, la larga separación, el desamparo que iban a sentir ambos, madre e hijo que hasta ahora habían sido algo más que el nexo filial que les unía. En ella había encontrado Carlos, además de una madre amantísima, una amiga fiel, una confidente discreta y una dulce alcahueta en cosas del querer.

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Ella igualmente tenían una descarada predilección hacia su hijo pequeño, algo sabido y asumido por el resto de la familia que a pesar de ello, disfrutaba del inmenso cariño que para todos sabía prodigar tan singular madre y esposa, pero todos eran conscientes del amor que se profesaban madre e hijo. Sin duda alguna ello fruto de los momentos difíciles que ambos tuvieron que pasar a raíz de la enfermedad de este cuando solamente contaba cuatro años de edad, aquellos días angustiosos en los que la fiebre abrasaba su débil cuerpo y en los que la madre permaneció a la cabecera de su cama sin desmayar ni un instante, siempre presta y solícita para con su hijo. Luego los meses en los que hubo de guardar reposo absoluto hasta su total curación, todo este proceso había reforzado más aún si cabe la relación materno-filial. - Carlos hijo ten mucho cuidado -empezó a decirle su madre- no te

metas en líos, obedece siempre a tus mandos, sobre todo ten mucho cuidado con las armas que dicen que las carga el Diablo, procura alimentarte bien y si no es bastante lo que os dan allí, nos escribes y te mandaremos cuanto necesites, sobre todo no nos olvides. Procura escribir todos los días a tu padre y a tus hermanas que se quedan muy preocupadas como todos nosotros, no dudes en pedir consejo a tu hermano que por mayor y por haber pasado ya por ello, te puede ayudar.

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No tuvo por menos que sonreírse ante la batería de recomendaciones maternas.

- Vale mamá, ya me cuidaré y te prometo que me comeré todo lo que me pongan, no te preocupes que escribiré a menudo y venga vamos despidámonos ya, no llores que no me voy a la guerra, según dicen cuando vuelva tendrás en mi todo un hombre. Un último beso y se lanzó hacia la puerta decididamente, sabía que si no lo hacía así iba a ser peor para ambos. A pesar de todo mientras bajaba la escalera pudo escuchar el llanto y los lamentos de su madre, por lo que al llegar al portal y ganar la calle se sintió algo mas aliviado, el primer mal trago había sido superado. A ún le dio tiempo de saludar a Vicenta, la vecina del primero que le dedicó una sonrisa y un abrazo al tiempo que le recomendaba:

- Hasta luego hijo, que vuelvas pronto, ten mucho cuidado. Su padre y su hermano Paco ya estaban a bordo del Simca 1000 el coche de su padre, aquel que había podido comprar gracias a las facilidades que daban a los empleados de la fábrica de Barreiros en donde trabajaba.

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Se acomodó en la parte trasera y al emprender la marcha miró hacia atrás pudiendo ver la fachada de su casa alejándose y en ella distinguiéndose en el balcón, a su madre que le decía adiós agitando una mano mientras con la otra apretaba fuertemente el pañuelo con el que pretendía contener las lágrimas. De camino al cuartel ninguno de los tres abrió la boca para decir palabra alguna hasta llegar al mismo.

- Veremos si podemos encontrar donde dejar el coche -dijo su padreúltimamente el A lcalde está en plan de recaudar y en cuanto te descuidas te multan, ya no vale dejarlo en una esquina o subido en la acera, están de un quisquilloso que dan asco, no sé donde van a llegar con el tema del tráfico en esta ciudad. Por fin encontró un hueco donde aparcar y los tres pusieron pie en tierra. Hizo amago de coger el petate, pero su hermano se le adelantó y se lo cargó a la espalda pues pesaba muy poco, únicamente llevaba los adminículos que le habían suministrado, cubierto, cantimplora y plato de aluminio y las provisiones que su madre le había preparado, filetes empanados, tortilla de patata, pimientos fritos y un sinfín de embutidos variados.

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Llevaba además sus útiles de aseo y un par de libros que había echado por si acaso, un jersey por si refrescaba y poco más. Para llevar el dinero, su hermana Isabel le había preparado una especie de cinturón que iba por dentro del pantalón y allí llevaba a buen recaudo su pequeño capital para los primeros días. Luego, ya se había puesto de acuerdo con su padre para que le enviara por giro lo que necesitara, eso sí de su cuenta corriente, que para ello había estado ahorrando estos últimos meses. A l llegar al cuartel donde debía presentarse, fue recibido por el mismo Teniente de la tarde anterior. A llí se encontraban muchachos de muchos sitios de España, gallegos, asturianos, vascos, leoneses, navarros etc. y que al no ser de M adrid, llevaban ya desde el día anterior en el acuartelamiento. El Oficial, una vez pasada lista, ordenó formar en fila de a dos para dirigirse andando hasta la cercana Estación de A tocha. Era digna de ver, la expectación de aquellos con los que se cruzaban por la calle. A quellos chavales, (muchos de ellos flanqueados por sus familiares, componían una escena de lo más parecido a una "cuerda de presos" en un traslado.

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A l llegar al andén, se formaron pequeños grupos, Carlos incluso se encontró con un viejo conocido del barrio al que también le había tocado el mismo destino, era Pepe "el Gafas", un chaval que trabajaba en el A yuntamiento. Se les unieron otros dos jóvenes, a los que Carlos había conocido el día anterior al presentarse en el cuartel de concentración y que al igual que ellos, iban acompañados de sus padres. Tras los saludos pertinentes, éstos les hicieron la siguiente recomendación:

- Ir siempre juntos, ayudaos el uno al otro y de esta forma estaréis más protegidos, vigilad vuestras pertenencias y no dejar que ningún extraño entre en vuestro compartimento. A sí lo acordaron los cuatro jóvenes y desde ese momento quedó onstituido el "Comando Troya" (nombrecito que se le ocurrió a Pepe "el Gafas" un tío empollón, que posteriormente también bautizaría a todos y cada uno de ellos con su correspondiente apodo). A ntonio sería "el Cachas" porque era grande como un armario de tres cuerpos, a M ario le correspondería "el M udo" ya que era el tío más callado que iban a tener la oportunidad de conocer y por último a Carlos, le conocerían por el apodo de "el Viajero", obviamente por su trabajo.

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En esto estaban cuando empezaron a sonar unos silbatos y unas órdenes a sus espaldas que les reclamaban para formar, todavía tuvo tiempo Carlos de dar un abrazo a su hermano y a su padre, quién haciendo de tripas corazón, se tragó las lágrimas que empezaban a humedecer sus ojos y aún pudo articular unas palabras:

- Bueno hijo, se fuerte y ten mucho cuidado, sabes que nos dejas preocupados, pero si tu estás bien nosotros también lo estaremos, escribe cuando puedas y suerte. Se echó al hombro el petate y se giró para dirigirse hacia donde le reclamaban acompañado de los otros "colegas", todavía lanzó una última mirada a aquellos que allí se quedaban. Vio a su hermano agitando la mano y a su padre a su lado cada vez más empequeñecido, parecía que hubiera menguado desde aquel aciago día en que supo el destino que le había tocado a su hijo. Á frica, a su pequeño le había tocado hacer el servicio militar en otro Continente, concretamente en el Sahara Español, aquello no pintaba nada bien, en ese momento sintió que algo se rompía en su interior, pero supo hacerse el fuerte y componer la figura al llegar a casa y soltar con la mayor naturalidad que pudo aparentar:

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- A l Sahara, le ha tocado con los moros, ahora va a saber lo que es estar sin el amparo de su mamá -dijo al tiempo que esbozaba una forzada sonrisa- todos comprendieron que la procesión iba por

dentro. Y ahora había llegado el momento de ver marchar a su hijo, aguantando las lágrimas que pugnaban por brotar en sus ojos, haciéndose el fuerte como correspondía al padre, aunque sin engañar al hijo que se marchaba ni al que estaba a su lado. Todos en casa sabían que detrás de esa mascara de seriedad con que se cubría, había un hombre sensible y de un gran corazón, al que le había tocado interpretar ante los suyos el papel de poli malo en contraposición a su esposa, el ángel de la casa. Le acompañó con la mirada hasta verle subir acompañado del resto de compañeros en el vagón que le habían asignado, por supuesto de segunda categoría como todos los que formaban el convoy militar, al poco le vio aparecer por la ventanilla y hasta allí se desplazaron padre y hermano, junto con los familiares del resto de los compañeros. Todavía les dio tiempo a cambiar un par de frases. - ¿Q ué tal váis? -preguntó el padre.

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- Bien -le contestó él- es para seis plazas pero solamente vamos

nosotros cuatro, así que estamos cómodos y con espacio suficiente para estirar las piernas, hemos dejado los petates en el maletero de encima de la puerta. El fuerte silbido de la locomotora se oyó en toda la estación, los Oficiales y Suboficiales que estaban a cargo del convoy subieron al mismo, mientras en la cabecera del tren el Jefe de Estación hacía sonar su silbato a la vez que agitaba el banderín que portaba en la mano derecha, una leve sacudida seguida de otra más fuerte, recorrió el tren de arriba a bajo y poco a poco, como si le costara arrancar, las ruedas empezaron a girar. Un último adiós, un cuídate, un escribe pronto, un beso, palabras comunes entre los que se quedaban de pie en el andén viendo como poco a poco el convoy se alejaba. Carlos todavía distinguió un buen rato las siluetas de su hermano Paco y de su padre, hasta que los perdió de vista al tomar el tren la curva de salida de la estación. Poco a poco el tren fue ganando velocidad y se fueron quedando atrás las casas de los suburbios que había al sur de la estación. En aquella tarde de Septiembre, el sol aún estaba bastante alto y con una excelente temperatura, por lo que la mayoría de los que ocupaban los departamentos contiguos al igual que ellos, iban en el pasillo asomados a las ventanillas viendo pasar los pequeños núcleos de población que se diseminaban a lo largo de la vía del ferrocarril.

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Para muchos era la primera vez que salían de la ciudad y miraban asombrados cuanto abarcaba su vista, por lo que al principio, nadie quería abandonar el lugar privilegiado de la ventanilla. Todo les llamaba la atención, un pajar, un rebaño, un riachuelo, aquel pueblo encima de una colina, hasta que cansados de tanto paisaje tomaron refugio en su compartimento y alguien propuso echar un trago de la bota y acompañarlo con un primer tiento a las provisiones que les habían preparado. Del compartimento vecino llegaron los sones de una guitarra y enseguida por todo el vagón sonaron canciones propias de las excursiones y es que eso es lo que hasta el momento parecía aquello, una gran excursión de jóvenes dispuestos a divertirse, por el momento habían quedado atrás los momentos dolorosos de la despedida de los seres queridos y como jóvenes que eran pasaban de un estado de ánimo a otro rápidamente. A sí que dieron buena cuenta de un par de tortillas, amén de unos cuantos embutidos que todos habían aportado a la merienda comunitaria y vaciaron una de las botas de las que iban provistos, de esta forma, con los estómagos llenos cantando y riendo, el camino se les hizo más corto hasta llegar a su primer punto de destino.

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Poco a poco fueron notando que el tren disminuía su velocidad, era ya noche cerrada por lo que no podían distinguir apenas nada de cuanto había en el exterior, pero lo que si era seguro es que estaban entrando en una población bastante grande por la cantidad de luces que se divisaban, hasta que pudieron distinguir que entraban en una estación. Por fin vieron un cartel que indicaba el nombre de la misma: A lcázar de San Juan, ciudad famosa además de por sus tortas, por ser un importante nudo ferroviario, parecía que aquí iba a tener lugar la primera parada del recorrido. Pero el convoy aunque disminuyó su velocidad no se detuvo en la misma, sino que lo hizo ya sobrepasada ésta en una especie de aparcamiento de vagones, máquinas y demás material móvil ferroviario. A ntes de permitirles bajar, un Sargento les indicó que allí se les iba a servir la cena, que no olvidaran el plato de aluminio ni el cazo, así como la cantimplora y los cubiertos y que por ningún motivo se les permitiría alejarse más allá de los límites marcados por el personal de escolta. Cuando por fin pusieron pie a tierra, se dirigieron como el resto hasta el lugar en donde unos soldados estaban repartiendo una especie de sopa que extraían de una enorme marmita puesta al fuego en un improvisado hogar. Tanto él como sus compañeros optaron por no tomar aquel brebaje que les ofrecían.

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Un poco más adelante un par de soldados iban repartiendo los bocadillos que sacaban de un camión y que correspondían a dos por persona, uno de mortadela y otro de atún, además de una pieza de fruta. Pero lo que ninguno pasó por alto fue la ración de vino que les repartieron, bien recogiéndola en el cazo e incluso alguno hubo que lo hizo en la cantimplora. Una vez avituallados se encaminaron hacia donde unas traviesas de ferrocarril formaban una especie de gradas y aposentados en las mismas dieron cuenta de las viandas y como no del vino, vino tinto áspero y tibio que en ese momento les supo a gloria, tras lo cual encendieron sendos cigarrillos en espera de la orden de incorporarse al tren. Pero no lo iban a hacer de inmediato, ya que antes vieron como llegaba al lugar en que ellos estaban otro tren y que de éste empezaban a descender chavales como ellos y se encaminaban a la misma zona de avituallamiento. De inmediato se corrió la voz por entre los grupos que observaban la llegada de estos últimos.

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- Catalanes -, eran catalanes los que habían llegado en este último tren, aunque enseguida descubrieron que no solamente eran catalanes, también los había aragoneses y valencianos, al parecer el convoy que había partido de Barcelona, había ido recogiendo en las distintas ciudades al resto de viajeros y que por ello la mayoría llevaba casi todo el día de viaje. Enseguida empezaron las bromas y las menos bromas con los recién llegados, por aquí y por allá surgieron voces:

- ¡¡ Catalinos !!, que venís a hacer aquí si esto no va con vosotros, ¿no decís que no sois españoles?. M enos mal que otros más sensatos, y desde las propias filas les replicaron:

- Dejadlos en paz, son tan españoles como nosotros y tienen el mismo deber y las mismas obligaciones que los demás. En vista de que la cosa política no cuajó, otros optaron por la vía deportiva y al grito de:

-"Hala M adrid, Hala M adrid". Fueron contestados con un sonoro:

-"Barsa, Barsa"-, de esta forma la cosa no pasó de ahí y parece ser que dejó a todos contentos, habían mantenido sus posiciones.

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Cuando todos, unos y otros hubieron dado cuenta de las viandas, los Sargentos empezaron a llamar a formar a pie de tren y es entonces cuando descubrieron que los últimos vagones de su convoy habían venido vacios y ahora se disponían a acoger a los llegados en el otro tren. Entre unas cosas y otras era ya la medianoche cuando el convoy reanudó la marcha y al poco rato las emociones vividas hasta entonces, el cansancio además del vino ingerido en la cena, empezaron a hacer mella entre los expedicionarios. Poco a poco se fueron apagando las luces de los departamentos y todo el tren se sumergió en el silencio, silencio únicamente rasgado por algún que otro roncador que recibió la correspondiente retahíla de insultos y zapatazos por parte de los compañeros de habitáculo. De esta forma, con todo el personal sumido en profundo sueño el convoy se dedicó a devorar los kilómetros de vía que aún le separaban del lugar de destino al que llegarían a primeras horas de la mañana, cuando ya el Sol había despejado las brumas de la noche e iluminaba con todo su esplendor la bella ciudad, aquella a la que llamaban "tacita de plata", Cádiz.

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A ún antes de llegar, fueron despertados por la algarabía que se iba formando en los vagones al paso de un grupo de soldados que portaban una marmita con humeante líquido parecido al café, amén de unos panes de los llamados tipo francesilla y que iban repartiendo a todos los componentes de la expedición. Era su primer desayuno militar de los muchos que vendrían después, por lo que se apresuraron a preparar el recipiente para líquidos que les habían suministrado y recibir su correspondiente ración. Ración que consumieron apaciblemente sentados en el interior del compartimento, tras lo cual encendieron sendos cigarrillos y fumaron voluptuosamente su primer pitillo del día. Después de esto se dirigieron al servicio que había en uno de los extremos del vagón y tras aliviar la vejiga, se lavaron la cara y las manos como los gatos, se dieron una pasada de peine y listos, ya estaban preparados para afrontar un nuevo día, a esperar que aventuras les deparaba el mismo. A medida que se acercaban a su lugar de destino, el Teniente al mando del vagón en el que ellos viajaban, fue recorriendo el mismo y haciéndoles las últimas recomendaciones:

- M irar bien de no olvidarse nada, permanecer dentro del compartimento hasta que el tren esté completamente parado, bajar con orden y rapidez y formar en el andén - al tiempo les iba deseando a todos suerte.

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A través de la ventanilla empezaron a ver las primeras edificaciones, bastante más altas que las que habían visto durante el recorrido, señal de que estaban entrando en una ciudad grande. Tras unos minutos el tren fue perdiendo velocidad hasta que se detuvo del todo con el característico chirriar de ruedas y un frenazo en seco que les hizo tambalearse. De uno en uno fueron saliendo al exterior del pasillo y descendieron al andén con el petate al hombro, allí lo primero que percibieron fue el singular olor a mar que impregnaba el ambiente, algún enteradillo dijo que era porque soplaba viento de levante, pero lo cierto es que era un olor agradable. En el andén estaban un Sargento acompañado de varios Cabos que procedió a pasar lista. Una vez que les iba nombrando debían incorporarse a la formación al mando de un Teniente que no había viajado con ellos y que se iba a hacer cargo de los expedicionarios. Cuando todos se hubieron incorporado a esta nueva formación, el Teniente ordenó firmes y dirigiéndose a ellos empezó a decirles:

- Bienvenidos a la ciudad de Cádiz, desde este momento están ustedes bajo mi mando, a continuación nos vamos a trasladar hasta el Cuartel de Transeúntes en el que permanecerán el tiempo que falte hasta que sean embarcados.

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- Vamos a ir andando hasta el mismo así que espero que nadie se quede rezagado ni se aparte de la formación. - Ni que decir tiene que desde este momento están ustedes bajo la disciplina militar por lo que no se consentirá ningún tipo de desorden, así que marchen sin armar alboroto. Ya sé que las "niñas gaditanas" levantan pasiones, pero les ruego sepan comportarse. Esto último fue recibido con carcajadas por parte de los muchachos lo que contribuyó a relajar un poco la tensión del momento, para ellos era la primera vez que recibían órdenes, menos mal que el oficial tenía experiencia en este tipo de situaciones y sabía como ganarse al personal. Iniciaron la caminata hasta el cuartel con buen ánimo, aunque más de uno se lamentó del peso del petate aún demasiado lleno de provisiones, en el camino se cruzaron con numerosos viandantes cuya actitud indiferente denotaba que estaban acostumbrados a presenciar este tipo de "desfiles". Entre ellos como no, más de una chavala de buen ver por lo que a pesar de las recomendaciones del Teniente, se escucharon unos cuantos piropos y también alguna burrada, pero la cosa no pasó a mayores bajo la severa mirada de los Suboficiales que les servían de escolta y rodeaban la formación.

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A l cabo de algo más de quince minutos de relajada marcha, apareció antes sus ojos el que iba a ser su alojamiento provisional, un vetusto y destartalado cuartel que hacia las veces de Residencia de Transeúntes para los reclutas que debían esperar a embarcar rumbo al Sahara. A l verles llegar, el soldado que estaba en la puerta dio la voz reglamentaria y apareció el Cabo de guardia que ordenó a éste levantar la barrera para que pudieran pasar, al tiempo que saludaba marcialmente al Teniente que iba al frente de la variopinta formación. Les agruparon en el patio central y los dividieron en dos grupos, haciéndose cargo de cada uno de estos grupos un Sargento que les acompañó hasta el que sería su alojamiento; como quiera que el orden de sus apellidos era correlativo, los cuatro fueron destinados al mismo. A quello era como una especie de nave con literas de dos y tres alturas dotadas de una especia de colchoneta, por llamarlo de alguna manera, rellena de paja, borra ó vaya usted a saber que es lo que contenían. Cada uno se acomodó en la que pudo y a ellos les tocó a la entrada de la nave, menos mal que tuvieron suerte y les correspondieron sendas literas dobles en las que depositaron el petate.

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Cuando todavía estaban inspeccionando la estancia, dotada de bancos de madera en el centro de la misma, así como de unas grandes bombillas que colgaban del techo, entró el Sargento y mandó salir al exterior a "toda hostia". Expresión que partir de ese momento escucharían constantemente en la boca de dicho personaje. Gracias a estar al principio del recinto y abandonar rápidamente éste, se libraron de algo bastante curioso. Los cinco últimos que salieron fueron "premiados" por el Sargento. El primero fue nombrado cuartelero, que por lo visto era el encargado de vigilar que nadie extraño entrara en la dependencia y los restantes imaginarias para esa noche y que consistía que en turnos de dos horas cada uno, debían estar despiertos y vigilando el dormitorio. A l nombrado cuartelero, le dieron un brazalete rojo y de esta forma empezó su primer servicio, aunque él se lo tomó con calma, se fue a la que iba a ser su litera y se tumbó a descansar con la teoría de que él no conocía a todos los que allí estaban y malamente iba a controlar nada; a los otros cuatro nadie les pudo identificar a la hora de la verdad. Una vez todos en el patio, les formaron esta vez en filas de a nueve y después de volver a pasar lista, les hicieron entrar de uno en uno en una dependencia que al parecer era el botiquín del cuartel, para ser reconocidos por un Capitán médico y un brigada de Sanidad M ilitar.

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A quí procedieron a tomarles la tensión, hacerles una revisión con el estetoscopio, hacerles leer unas líneas y mirarles los testículos, amén de hacerles descalzarse para comprobar las plantas de los pies, parece ser que este último reconocimiento médico todavía iba a permitir a alguno librarse del servicio por motivos de salud, como así sucedió. Del total de los que componían la expedición hubo ocho de ellos que fueron rechazados en este último reconocimiento, por lo que ese mismo día abandonaron el acuartelamiento para ser devueltos en tren a sus ciudades de origen, su salida del mismo fue jaleada y premiada con grandes aplausos por los que allí se quedaban. A la hora de la comida les hicieron pasar al comedor de tropa en donde les sirvieron su primer rancho, pero como la asistencia era voluntaria ellos al igual que otros muchos, optaron por dirigirse a la cantina y allí dar buena cuenta de unos huevos fritos con patatas, ensalada, postre y café. Después de comer les formaron de nuevo y les comunicaron que si había alguno que tuviera familiares en la plaza y estos se presentaban a recogerlos, podrían ausentarse hasta la hora de retreta, así fue como varios afortunados pudieron salir de paseo esa tarde.

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Como ellos no tenían quienes les reclamaran, pasaron la velada en la cantina, jugando a las cartas y consumiendo cigarro tras cigarro y cuba-libre tras cuba-libre hasta la hora de la cena. De nuevo se abstuvieron de entrar en el comedor y se conformaron con unos bocadillos de cinta de lomo con pimientos y unas cervezas. A la hora de retreta, una vez incorporados los que habían disfrutado de permiso de salida, fueron nombrados las imaginarias para esa noche al no poder identificar a los nombrados a la llegada. Igualmente les comunicaron que tras el desayuno procederían a vacunarles y que sobre el mediodía serían trasladados al puerto para ser embarcados rumbo al Sahara. Por lo que a la vista del ajetreado día que les esperaba, lo mejor es que se fueran a dormir pronto y no armarán follón, al primero que pescaran armando jaleo sería arrestado y trasladado al cuerpo de guardia. A sí que ante este panorama, se metieron en la nave dormitorio dispuestos a pasar la noche lo mejor posible, pero eso era algo que no solamente estaba en su mano.

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En cuanto escucharon el toque de silencio y una vez apagada la luz, empezó el cachondeo; primero volaron los ceniceros de chapa por la habitación, a continuación empezaron los silbidos, los gritos y el desmadre total, por más que el nombrado imaginaria amenazara con dar cuenta al Sargento de su aptitud, por lo que a la vista de las amenazas de recibir algo más que caricias, optó por escabullirse y no inmiscuirse en el zafarrancho. De nuevo se oyeron voces e imprecaciones hacia los catalanes y éstos las devolvieron con creces hacia los madrileños, igualmente hubo quién amparado en la oscuridad tildó a los andaluces de maricones y éstos contestaron pidiendo que les trajeran a sus hermanas para demostrarles su hombría. A todo esto, el Sargento que permanecía al otro lado de la puerta y era ya veterano en este tipo de situaciones, optó por dejar que la cosa se calmara sola, como así sucedió y al cabo de poco más de veinte minutos solamente se oían los bufidos de los roncadores. La tensión y el cansancio habían hecho su labor y después de unos minutos de desfogue había servido para calmar los ánimos de aquellos: - Cosas de la edad - pensó para sí.

-o0o-

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II

RUM BO A Á FRICA

"Tómate tiempo en escoger un amigo, pero sé más lento aún en cambiarlo". Benjamín Franklin

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Llegó la hora de partir, el camino hasta el puerto fue de nuevo una especie de romería en la que iban en filas de a tres cargados con los petates y con el brazo aún dolorido por la vacuna que les habían inyectado a primera hora de la mañana, era la primera de las muchas que habrían de venir después. A l llegar al recinto portuario, se encontraron en uno de sus muelles al que iba a ser su transporte hasta el Sahara, un buque de la Compañía Transmediterránea llamado "Ciudad de Valencia". En el mismo, había instalada una pasarela que se comunicaba con la estación marítima por la que se accedía al buque. Éste presentaba un aspecto bastante aceptable visto desde fuera, luego una vez dentro ya sería otro cantar y lo que parecía un magnífico barco, se transmutó en un paquebote corroído por la acción del salitre. En el muelle, al costado de la nave, una banda militar afinaba sus instrumentos. M ientras un grupo de civiles, parapetados detrás de una valla (entre los que había familiares y algunos amigos de los expedicionarios) algún que otro curioso y un montón de viejetes que siempre acudían a este tipo de embarques (aunque solamente fuera para comentar lo bien que viajaban ahora los reclutas a diferencia con su ya lejana mili), componían el conjunto de ocupantes del muelle que iban a despedir a la expedición.

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Rápidamente accedieron al piso intermedio de la estación marítima y desde allí, a través de la pasarela, al buque donde fueron recibidos por personal militar que les indicaba donde tenían que dirigirse. Les encaminaron hacia la popa, concretamente a las bodegas a las que se accedía desde esta parte del barco a través de unas amplias compuertas abiertas en cubierta, descendiendo por una angosta escalera. Una vez allí, encontraron el suelo sembrado de jergones de paja y un montón de mantas, de esta forma cada uno era muy libre de escoger el sitio en el que pernoctar durante la travesía. El ambiente no era muy respirable, ya que al característico olor a humedad de la bodega del barco, se unía el acre olor a paja, no muy limpia, que rellenaba los jergones, además si a eso le uníamos la transpiración de más de doscientos ocupantes por bodega, nos daba el resultado exacto, allí no iban a poder pegar ojo. A sí que, una vez inspeccionada la parte correspondiente al dormitorio, dejaron los petates a buen recaudo, atados los unos a los otros con sus correspondientes candados y éstos a una argolla fijada en una de las paredes del sollado y se incorporaron a los que ya estaban en cubierta acodados en el costado del buque que daba al muelle.

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Desde allí pudieron escuchar como la banda militar que vieron al llegar, interpretaba varias piezas musicales durante el desatraque de la nave, entre otras "Soldadito Español y La Banderita". Tremenda emoción la que recorrió la cubierta, era una estampa digna del mejor director de cine, la mañana en su apogeo, el sol en lo más alto iluminándolo todo, el barco efectuando lentamente la maniobra que lo separaba del muelle, los chavales en cubierta aguantando las lágrimas y la música dejando oír sus briosas notas. Y como fondo la bella ciudad de Cádiz, la "tacita de plata" perdiéndose de vista en la distancia, no había mejor imagen que pudieran retener en su retina, pasaría tiempo hasta que pudieran volver a contemplar algo tan hermoso. A medida que el buque se separaba del puerto, Carlos acodado en la barandilla de cubierta, sintió que algo en su interior le decía que ahora era cuando en verdad empezaba la aventura de la mili. Hasta ese momento le había parecido como si de un fin de semana más se tratara, como los muchos que disfrutaba en compañía de los chicos y chicas de su pandilla, pero lo que se avecinaba era completamente diferente, de momento la compañía así lo evidenciaba, todo un barco lleno de hombres, ni una sola mujer.

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Una barahúnda de gritos y voces llegaban de todas partes, pero éstas se fueron apaciguando a medida que el barco avanzaba por las azules aguas del A tlántico, todavía quedaba un tiempo de luz, por lo que muchos se tumbaron como lagartos a disfrutar de los últimos rayos de sol, mientras otros se encaminaban a las dos cantinas instaladas en el barco a fin de conseguir algún botellín de cerveza. Estos botellines no eran de envase retornable, como ya había podio él comprobar en otros viajes en barco cuando estuvo en Palma de M allorca, por lo que al acabar su contenido, indefectiblemente era arrojado al mar, seguro que si se pudiera comprobar el fondo marino encontrarían una senda de botellines que marcaban las rutas de esos barcos. Cuando ya la oscuridad había ganado la batalla al día, les indicaron que iban a servir la cena, para ello deberían formar una fila ante la gran olla situada en la popa del buque, aquella en la que durante toda la tarde, dos soldados al mando de un Cabo habían estado cocinando en una especie de cocina de campaña allí situada alimentada con troncos de madera, de los cuales portaban una amplia provisión. No obstante, para el que no quisiera "rancho" y aún pudiera permitírselo, se habían habilitado dos comedores en los que previo pago, servían unos menús un poco más apetecibles.

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A sí que hasta allí se dirigió pues afortunadamente todavía podía evitar la comida cuartelera.

- Cuanto más tarde la pruebes mejor. Había sido el consejo de un amigo del barrio recién licenciado y que fue quien le puso en antecedentes de cómo se tenía que comportar y lo que debía o no debía hacer, de la forma de pasar lo más desapercibido posible, sin hacerse notar que era la mejor manera de "sobrevivir". Una vez hubo cenado un par de huevos fritos con patatas, pimientos, fruta y un café con leche, se dirigió a cubierta a la parte de proa y allí se arrellanó encima de unos sacos que había y encendió un cigarrillo. En esas estaba cuando hasta allí se acercó Pepe "el Gafas", seguido de M ario y A ntonio, sus compañeros de viaje. - Joder tío, ¿dónde te has metido? - le espetó "el Gafas"- hace más

de una hora que te estamos buscando para ir a cenar, no veas que numerito se ha montado con el rancho, resulta que a uno de Bilbao le han echado un cazo de sopa y le ha caído una especie de bicho. Ha empezado a pegar gritos hasta que ha venido el Cabo y le ha calmado, parece ser que entre la leña siempre se cuelan roedores, escarabajos y demás animalitos y alguno ha logrado tirarse a la "piscina" de la sopa.

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- M enos mal que al final se lo ha tomado con humor y a dicho que eso a uno de Bilbao no le importa, lo que le había molestado es que no le hubieran avisado que era sopa con tropezones. - Y luego nos han dado salchichas con tomate y una naranja, así que no ha estado mal nuestro primer rancho y tú ¿dónde te has metido?. - Yo es que aún he evitado el rancho -dijo Carlos-, he descubierto

que en el comedor sirven un menú bastante aceptable y nada caro, así que por lo menos voy a aguantar hasta que lleguemos. - Vale tío -le contestó A ntonio- como se nota donde hay pasta,

bueno pues por lo menos invita a fumar ¿no?. A sí lo hizo y esta vez fueron los cuatro los que se acomodaron encima de los sacos fumando, mientras contemplaban como el cielo sobre ellos se iba poblando de estrellas. Corría una ligera brisa, pero estaban allí tan bien que decidieron quedarse a dormir, para ello echaron a suerte quien debería ir a por unas mantas a la bodega y le toco la china a M ario, que como siempre sin abrir la boca se dirigió a por ellas.

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Lo cierto era, que la inmensa mayoría de los expedicionarios había optado por dormir fuera de las bodegas, solamente permanecieron en ellas algún friolero recalcitrante y aquellos que por efectos de los botellines ingeridos había caído en los brazos de M orfeo antes de tiempo. El segundo día de travesía amaneció sumido en una profunda bruma, no se distinguía nada mas allá de un par de metros, desde donde ellos estaban apenas se apreciaba la silueta de la inmensa chimenea del barco, así que inmersos en ella se encaminaron a asearse un poco en una especie de lavabos que habían habilitado en la popa del buque. Una vez lavados y afeitados se incorporaron a la fila de los que esperaban a que les sirvieran el desayuno, que consistía en un vaso de cacao junto con una barra de pan y dos lonchas de queso. A cabada la colación se acomodaron en cubierta sobre unos cabos e iniciaron una partida de cartas. Poco a poco la bruma fue levantando dando paso a un día claro y luminoso en el que el sol empezó a calentar con fuerza, lo que aprovechó una inmensa mayoría para tumbarse a fin de "ligar color". Serían algo más de las once de la mañana cuando la sirena del barco empezó a emitir una serie de silbatos continuos y por la megafonía de los altavoces se escucho la siguiente instrucción:

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- "A tención, atención en cumplimiento de las instrucciones cursadas por las autoridades navales, se va a proceder a un simulacro de emergencia donde cada uno ha de seguir un procedimiento previamente establecido. - A l oír esta señal (de nuevo se escucharon los silbatos continuos),

todo el mundo se dirigirá a los puntos de reunión fijados al efecto y que les serán asignados por la oficialidad, debiendo en todo momento, seguir las instrucciones del personal del buque y guardar la calma". A continuación, los Oficiales del buque fueron repartiendo unas pegatinas de diferentes colores: verde, rojo, amarillo y azul al tiempo que les explicaron su utilidad. Cada uno de ellos portaría la pegatina en su ropa y según el color de la misma habrían de dirigirse en caso de emergencia a una zona determinada del barco. A sí pudieron comprobar, siguiendo sus indicaciones, como a lo largo del costado izquierdo del buque había una serie de lanchas salvavidas, la mitad con un gran círculo rojo y la otra mitad con un círculo verde y en la parte derecha del barco, otra serie de lanchas, la mitad con el círculo de color amarillo y la otra mitad azul.

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A los pies de las citadas lanchas había una serie de armarios que contenían los chalecos salvavidas, cuyo manejo les fue explicado por un marinero, el cual sería en caso de emergencia el encargado de una de las lanchas, al igual que el resto de sus compañeros. Todo el mundo tenía asignada una misión a desempeñar, según el protocolo específico para una situación de riesgo con abandono de buque incluido. Después de todas estas andanzas, la mañana se les fue vista y no vista y llegó la hora del rancho, de nuevo la inmensa marmita fue aprovisionada y una especie de potaje de garbanzos, además de una gruesa loncha de magro de cerdo con sus correspondientes patatas fritas y su naranja correspondiente, compuso el menú de ese día. Carlos, como la noche anterior, se encaminó al restaurante de la cubierta superior y comió un menú compuesto de espárragos blancos y chuleta de ternera con guarnición, flan y café. Luego se fue a buscar a sus colegas que estaban en la proa fumando y tumbados al sol, dispuestos a disfrutar de una placentera siesta. Y así fue hasta eso de las cinco de la tarde, parece que había llegado la hora de poner en práctica lo explicado por la mañana.

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De pronto empezaron a oírse fuertes e intermitentes silbidos procedentes de la sirena del barco, al tiempo que una serie de voces recorrían todo el barco.

- "Emergencia, emergencia, todo el mundo a sus puestos". Los Oficiales y la marinería del buque, rápidamente se colocaron en los puestos que tenían asignados y el pasaje emprendió una especie de carrera de obstáculos hasta situarse en los sitios que les habían indicado y que se correspondían con los colores de la pegatina que portaban. Les fueron repartidos los chalecos salvavidas y se situaron en grupos de treinta delante de cada una de las lanchas asignadas a su color. Los marineros quitaron las lonas que las cubrían y les explicaron el contenido y la distribución de cada lancha. Cada una de ellas tenía una capacidad de 35 personas y se gobernaba con remos y un timón desmontables, además constaba de una serie de compartimentos en donde se almacenaban bidones con agua, unos paquetes de galletas, linternas, cabos y una gran lona impermeable. Una vez acabada la explicación y tras cubrir de nuevo el bote, esperaron en cubierta hasta que una serie de silbidos y la megafonía les indicó que el simulacro había terminado.

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Con esto, ya tuvieron tema para el resto de la tarde, pues les había tocado diferente color y cada uno contaba las peripecias de su grupo, como "el Gafas", que en lugar de ir al punto de reunión, se metió en la bodega y casi le saca a leches un A uxiliar, pero todo se quedó en un par de gritos. A la hora de la cena, se repitió lo del día anterior y mientras Carlos se dirigía al restaurante, los demás se pusieron en la fila de los que esperaban para cenar el rancho y que esa noche consistió en sopa y tortilla de patatas con salsa de tomate, además de la sempiterna naranja. Él por su parte, cenó una crema de champiñones y pescadilla rebozada y de postre crema de membrillo. No es que las comidas en el restaurante fueran muy diferentes al rancho, pero los sabores, la acomodación en el comedor, el hecho de ser servido en la mesa, le proporcionaban la sensación de que aún no estaba del todo en la mili. Esa noche el tiempo, que ya había estado cambiando a lo largo de la tarde, no les permitió dormir en cubierta y tuvieron que refugiarse como el resto en las bodegas donde aguantaron, además de los correspondientes malos olores, la angustiosa sensación de estar encerrados.

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Por eso él, antes de las siete de la mañana, ya estaba en pie. Subió a cubierta donde empezaba a clarear el día, con un amanecer que auguraba calor, pues el cielo estaba lleno de tonalidades rojizas, se aseó y se sentó a fumar un cigarrillo, el primero del día, mientras pensaba lo lejos que ya debían de estar después de dos días de navegación. Esa mañana algo vino a romper la rutina habitual, un chaval les dijo que por lo visto a otro le había desaparecido la cartera con cinco mil pesetas que llevaba y que estaba con un berrinche de aúpa. Inmediatamente, surgieron otros compañeros, que iniciaron una colecta para tratar se resarcir en lo posible, la perdida de esa cantidad. Todos o por lo menos la inmensa mayoría contribuyeron a ello y entregaron el desolado chaval el importe recaudado. Ni que decir tiene que este se deshizo en muestras de agradecimiento hacia el resto de compañeros y aparentemente aquí acabó la cosa. Pero durante la comida en el restaurante, uno de los camareros estaba comentando con otro compañero:

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- Joder con los novatos, ya han vuelto a picar con el timo de la cartera, no hay viaje en que no se la den. A l oír esto, Carlos se enderezó en su asiento y dirigiéndose al camarero le preguntó:

- Perdone, ¿le he oído decir que todo fue un timo?. - Claro chaval -le respondió este- uno de los más antiguos entre los

reclutas, seguro que esta noche le pescas al palomo jugándose vuestro dinero a las cartas. Cuando después de comer se reunió con sus colegas y les contó lo que le había dicho el veterano, hubieron de sujetar a “el Cachas", que quería buscar al menda en cuestión y partirle la boca, ya le llegaría su hora, la mili era larga y el mundo pequeño, seguro que se lo encontraría otra vez. Costó trabajo, pero entre todos le calmaron, total se dijeron que la pérdida no había sido tanta, le maldijeron al tiempo que le desearon que lo que había estafado se lo gastara en penicilina para curarse la sífilis que ojala pillase en el Sahara. Con este incidente se les pasó la tarde en un vuelo y por la noche otra vez tuvieron que refugiarse en la bodega para dormir, soplaba un viento que no permitía hacerlo en cubierta.

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Otra vez el olor desagradable inundó la garganta de Carlos que estuvo toda la noche en un duermevela, así que en cuanto notó movimiento de compañeros, se levantó, subió a cubierta y pudo disfrutar de otro amanecer de película, pero esta vez en el horizonte además del sol naciente se divisaba algo más, tierra. Era tierra lo que se percibía allá a lo lejos y él, al igual que los demás que allí estaban, se quedó con la vista fija en aquella franja de terreno que se veía a lo lejos. Un marinero que pasaba, les confirmó que aquello era Á frica y concretamente el Sahara, estaban llegando a su destino. Rápidamente se dirigió a comunicar la novedad al resto de sus compañeros y todos juntos, después de asearse a toda velocidad, se acodaron en el costado del buque para ver como poco a poco se aproximaban a tierra. Todos tomaron el desayuno con la vista puesta en ese horizonte, mientras por megafonía les avisaron que se estaban aproximando a tierra, que cada uno recogiera sus pertenencias y permanecieran a la espera de nuevas instrucciones. Desde donde estaban se distinguía con claridad lo que había allí en el horizonte.

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Nada, absolutamente nada, solamente una franja de tierra de color parduzco, ni una casa, ni un árbol, ni un altozano, nada que destacara sobre la superficie del terreno. Hasta que al fin divisaron algo, unas edificaciones bajas al pie de lo que parecía una playa sobre la que empezaron a distinguir que se movían personas. En esto, el buque detuvo sus máquinas y pudieron comprobar como, por medio de la maquinaria, procedían a echar el ancla, dejando la nave a merced del mínimo oleaje que en ese momento agitaba el mar. A l poco, unos marineros colocaron en el costado del buque que estaba orientado hacia tierra, una especie de red que iba a hacer de escala para desembarcar, mientras todos ellos eran dotados de chalecos salvavidas. Como quiera que no hubiera puerto con suficiente calado para el barco, tenían que ser desembarcados por medio de barcazas que en ese momento se aproximaban al mismo, a las cuáles había que descender por medio de la citada escala. A l dar la casualidad de que ellos cuatro estaban justo en la zona en la que fue extendida la escala, tuvieron el "privilegio" de ser los primeros en descender del barco, para ello lanzaron sus petates a uno de los dos marineros que había en la barcaza, mientras el otro se ocupaba del timón.

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Rápidamente empezaron a descender por la escala, no sin cierto peligro, pues el vaivén del buque hacia que la barcaza se acercara y se separara según el oleaje, para lo que tenían que esperar al momento oportuno para saltar al interior de la misma. A sí lo hicieron desde una altura aproximada de más de un metro. Una vez en la barcaza, les ordenaron sentarse y cuando ésta ya estaba completa, soltaron el cabo que la mantenía unida al buque y emprendieron su viaje hasta la playa. Durante el mismo, tuvieron el tiempo necesario para arrancar del chaleco salvavidas el correspondiente silbato que iba unido por medio de un fino cordón. Ya tenían su primer recuerdo. Como quiera que estas lanchas apenas tenían calado, por efecto de la velocidad y el oleaje recibieron una especie de ducha de agua de mar que les dejo mojados de pies a cabeza, lo que unido a un fino siroco (algo que de momento desconocían lo que era) les convirtió al llegar a la playa en unas croquetas andantes. Una vez pie a tierra, lo primero que vieron fue a un grupo de militares renegridos por el sol, con unos extraños uniformes del color de la arena, nada del caqui que habían visto hasta ahora.

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A demás, aquellos en vez de las botas reglamentarias, calzaban unas extrañas sandalias (luego supieron que se llamaban naylas). La mayoría iban vestidos con un pantalón corto y utilizaban grandes gafas parecidas a las de los esquiadores y una especia de pañuelo que partiendo de la gorra, les cubría el rostro. A l frente de todos ellos estaban un Teniente y varios suboficiales, pero solamente observaban y dejaban hacer a los A uxiliares. Éstos se acercaron a los recién llegados haciendo sonar sus silbatos y portando unos carteles con el número de la caja de reclutas correspondiente, les preguntaron a cual pertenecían: - 112 de M adrid -contestaron y le dieron el cartel de la misma a M ario "el M udo", al tiempo que ordenaban a los demás que se situaran tras el cartel correspondiente a la suya. Así y viaje tras viaje, fueron desembarcando a todos los expedicionarios, quienes, una vez en tierra y agrupados tras su correspondiente cartel aprovechaban para echar un vistazo a cuanto les rodeaba. Comprobaron que tras ellos, se encontraban parados varios camiones y un par de Land-Rovers, todos ellos del mismo color que los uniformes de los soldados. Entre los espectadores igualmente se encontraban un grupo de marineros vestidos de color gris, además de un par de individuos vestidos con un uniforme para ellos desconocido, con zapatos, corbata y una gorra negra.

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Luego sabrían que pertenecían a la Policía Territorial, se trataba de un cuerpo especial de la provincia del Sahara, que hacían labores similares a las desarrolladas por la Policía A rmada y la Guardia Civil. También se encontraban de espectadores un grupo de nativos ataviados con sus típicas vestimentas, hombres mujeres y niños, más tarde aprenderían a llamar a estos últimos "guayetes". Cuando los A uxiliares reunieron un grupo considerable, ordenaron entregar el cartel de la caja de reclutas al último incorporado y el resto fue conducido hasta los camiones, los cuáles una vez completos, emprendieron camino por una asfaltada carretera con rumbo desconocido. A sí estuvieron hasta bien entrada la mañana en que desembarcó el último de los reclutas y los camiones acabaron sus viajes. Ya a bordo del camión, Pepe "el Gafas" preguntó a uno de los A uxiliares hacia donde les llevaban. Este le contestó:

- Tranquilo chaval, ya te enterarás cuando llegues. Estaban a punto de descubrir, el lugar en el que iban a pasar los próximos tres meses de su vida.

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III

EM PIEZA EL BA ILE

"Basta el instante de un cerrar de ojos para hacer de un hombre pacĂ­fico un guerrero" Samuel Butler

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Unos dos kilómetros fue la distancia que recorrieron desde la playa, de manera que pronto pudieron divisar como se aproximaban a una especie de arco de piedra tras el que se veían unas edificaciones de cemento de una sola planta, además de varios barracones de madera de color verde y techo de uralita, todo ello rodeado de una fuerte alambrada. Sobre el citado arco, que era la entrada principal al recinto se leía esta leyenda:

"B.I.R. nº 1". A l pie del mismo estaban formados unos cuantos soldados que les recibieron en posición de firmes. Los camiones se encaminaron hacia lo que parecía el patio de armas y allí se detuvieron. A l grito de: - Todos abajo -, cargaron con el petate y de un salto abandonaron los vehículos. De nuevo empezaron a sonar los silbatos de los A uxiliares que les iban ordenando formar en filas de a tres, posteriormente iban siendo nombrados según la compañía a la que iban destinados. Nuestros cuatro amigos lo fueron a la primera compañía, por lo que fueron a situarse tras un A uxiliar que portaba un cartel con dicho número, que posteriormente les condujo hasta los barracones correspondientes a la misma.

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Procuraron en todo momento estar juntos para que de esta forma les asignaran el mismo barracón y las literas lo más cerca posible y efectivamente así fue, les tocó alojarse en el que llevaba el número 14. Una vez allí, a Carlos le tocó con Pepe que le cedió la litera superior, mientras él se instalaba en la litera de abajo y a M ario con A ntonio pero éste no le dio opción de elegir, se lanzó como un poseso a la litera superior y se hizo amo de ella. El A uxiliar, encargado del barracón, les dio las primeras instrucciones, cómo dejar el petate y sus escasas pertenencias, el buen uso que deberían hacer del botijo, así como del uso de ceniceros y papeleras. Igualmente les indicó que no podían hacer la cama, cuyas sábanas y mantas se encontraban a los pies de las literas, hasta que él les indicara cuando y cómo (posteriormente habrían de aprender como dejar montada la cama al levantarse por la mañana), también les indicó que siempre habrían de acudir al comedor provistos de sus correspondientes cubiertos, el que se los olvidara, se las tendría que apañar como fuera, no se podía volver a por ellos. A demás les informó que allí no había servicios, ni letrinas, ni nada parecido, por lo tanto deberían utilizar lo que allí se llamaba "el campo de las margaritas", ésto es la arena, pero no toda la arena, sino una zona alejada de los barracones, donde debían hacer sus necesidades.

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Lo primero que debían aprender era a salir del barracón "cagando viruta" en cuanto oyeran los silbatos y pobre de aquel que no lo hiciera o que llegara el último a la formación, justo delante del barracón en el que estaba situada la furrelería. A sí fue, no habían tenido tiempo de abrir sus petates y sacar sus cubiertos, cuando un concierto de silbatos, voces e improperios empezó a oírse en el exterior del barracón. A l grito de: - Reclutones, a la puta calle - fueron saliendo atropelladamente dirigiéndose al lugar señalado, así como el resto de los componentes de la compañía, para una vez allí y siguiendo las instrucciones de los A uxiliares, formar en filas de a tres en fondo y marchar formados hasta el comedor, no sin antes recoger el correspondiente chusco que encontraron en una manta sostenida por dos reclutas a la puerta de la furrelería. A sistir a la comida era obligatorio pero no así a la cena, de lo que se enterarían después. Una vez llegados al inmenso comedor, fueron entrando al mismo en fila de a uno siguiendo al A uxiliar que les precedía y que les condujo hasta el lugar asignado a su compañía. Les indicaron permanecer en pie delante de las mesas donde debían sentarse, en cuya cabecera se situaron un Cabo y un A uxiliar.

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Cuando todas las compañías estuvieron en el interior, un oficial al mando ordenó "firmes" y posteriormente dijo: - Pueden sentarse. Como un solo hombre, eso que eran unos mil quinientos, tomaron asiento en medio de una inmensa algarabía, todavía eran novatos y estaban "sin domar", ya tendrían tiempo de enterarse que armar follón en el comedor, equivalía a fregar perolas. Para muchos de ellos era el primer rancho y no les iba a decepcionar, era exactamente igual de malo como les habían contado, una especie de potaje de garbanzos, seguido de un correoso filete empanado de vaya usted a saber que, acompañado de cuatro hojas de lechuga y como postre una naranja. A lgunos, los más glotones, incluso repitieron, toda vez que los más remilgados apenas echaron una cucharada en su plato. También los hubo que abrieron el chusco por la mitad y se guardaron el filete como provisión para la merienda. Entre estos se encontraba A ntonio "el Cachas", por algo tenía esa constitución, se metía entre pecho y espalda todo lo que estuviera a su alcance, sin embargo M ario y Pepe, así como Carlos, apenas probaron el potaje aunque no le hicieron ascos al filete, sin detenerse a pensar de que clase de animal sería.

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Una vez terminada la comida, fue designada la segunda compañía para recoger el comedor y limpiar la vajilla, por lo que los demás pudieron abandonar el comedor y dirigirse a sus barracones a descansar. Carlos y Pepe, se encaminaron a donde les indicaron que se encontraba la cantina, a los dos les apetecía un café. Una vez llegados a ésta, la encontraron sumida en una densa humareda, allí todo el mundo fumaba en medio de una jaleo impresionante, mientras una máquina de discos funcionaba a todo trapo. De inmediato aprendieron su primera lección, ellos eran unos "putos reclutones", incluso todavía iban vestidos de paisano. Primero se atendía a los veteranos, esto es a los A uxiliares y personal del campamento, A sí que se armaron de paciencia hasta que les llegó el turno y les fue permitido degustar un café acompañado de un pastelillo, sentados en una mesa en la que había dos sitios libres. A llí, los veteranos que en la misma se encontraban, les preguntaron que de donde eran y en que compañía les había tocado, uno de ellos especialmente gracioso, al que más tarde conocerían como el "lejía", destinado en el botiquín, les dio ánimos y les dijo que no tuvieran miedo que allí no se comían a nadie, que mientras siguieran las órdenes de sus superiores todo iría sobre ruedas.

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Igualmente, les recomendó que no se fiaran de nadie, sobre todo en cuestión de pasta y que no se hicieran los listos, aunque tampoco los torpes, lo mejor era pasar lo más desapercibidos posibles y no destacar para nada. Se despidieron de los veteranos y aprovecharon para hacer provisión de sendas cajetillas de tabaco y de un bloc de papel de cartas para escribir a la familia. Una vez llegados a su barracón, se encontraron con la mayoría de sus compañeros echados sobre las literas. Como Carlos no tenía sueño, ni estaba especialmente cansado, se dispuso a ordenar un poco su petate y después empezó la que sería su primera carta a la familia, hasta ahora se había limitado a enviarles tarjetas postales. Estaba por acabar el primer folio cuando se armó el follón, empezaron a sonar silbatos y voces de A uxiliares, todo el mundo a formar, de manera que guardó la carta en el petate, lo cerró y salió a la carrera hacia el punto de formación. Empezó el ritual: alinearse, firmes, izquierda, descanso, otra vez firmes y a recibir instrucciones. Lo primero era dirigirse hasta el barracón polivalente, que hacia las veces de almacén-oficina-sastrería-peluquería, a disfrutar de los servicios de esta última.

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Uno a uno fueron pasando por las manos del barbero, mejor dicho por su maquinilla, para salir luciendo unos cráneos mondos y lirondos, no había piedad, todas las melenas fueron rasuradas al cero, incluso las de algún previsor como Carlos que ya se había pelado a fondo en M adrid. A ún así, recibió otra dosis de maquinilla y al igual que el resto de sus compañeros fue recibido con gritos por los que esperaban su turno. Era difícil reconocer al compañero de viaje una vez desprovisto del pelo, todos parecían iguales. Una vez rapados, pasaron a la furrelería a recoger la vestimenta correspondiente: sandalias, botas de deporte, botas de instrucción, calcetines, ropa interior, pantalones de faena, pantalones de paseo, camisas, chaquetas de paseo, chaquetas de faena, bañador, toalla, jersey, correaje, cinturón, guantes y gorra, todo ello a medida. A medida que iban llegando y a ojo de buen cubero del Furriel y sus ayudantes que procuraban complacer en lo posible sus peticiones en cuanto al número del calzado y la talla de pantalones y camisas, el resto lo que te tocara. Con toda esta impedimenta se dirigieron al barracón, ahora tocaba vestirse de uniforme y acomodar todo lo que les habían suministrado en el petate, tarea harto difícil por cuanto la mayoría aún trató de conservar la ropa de paisano en el fondo del mismo.

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En ello estaban cuando entró el A uxiliar y les dijo que las seis de la tarde se tocaba paseo, desde entonces se suspendían las actividades y cada uno podía disponer del tiempo libre hasta la hora de la cena, a la que por otro lado no era obligatorio asistir. O sea que en ese caso, disponían hasta las diez, hora en que se formaba para el parte de retreta (donde se pasaba lista y se leía el orden del día o programa del día siguiente, además de nombrar los servicios correspondientes). El retraso o la no asistencia a la formación para el mismo, era severamente castigada, de manera que estaban advertidos. Pepe "el Gafas", M ario y A ntonio, en cuanto oyeron el toque de paseo, se marcharon a la cantina, estaban deseando tomarse una cerveza, mientras Carlos se quedó en el barracón y aprovechó para terminar la extensa carta a su familia, era la primera y tenía muchas cosas que contarles. Una vez acabada la misma, también se dirigió hacia allí, no pensaba acudir al comedor para la cena, ya tomaría algo en la cantina pues había visto en su primera visita a la misma y en una pizarra situada en la pared, que había bocadillos, huevos fritos y filetes, así que algo encontraría.

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A l llegar se encontró la cantina abarrotada de reclutas, fácilmente distinguibles ya que al igual que Él, todos lucían un rapado de campeonato, eso y que a algunos la nueva indumentaria les sentaba como un tiro, al que no le sobraba camisa, le sobraba pantalón. Encontró a sus amigos sentados en una mesa y se unió a ellos provisto de sendos botellines de cerveza que se había agenciado en la poblada barra. De esta forma pasaron la tarde, charlando, fumando y bebiendo cerveza hasta la hora de la cena en que Pepe "el Gafas" y M ario se marcharon para acudir al comedor. Carlos y A ntonio "el Cachas", se quedaron en el establecimiento y se cenaron una par de huevos fritos cada uno, amén de un filete con patatas, todo ello regado con un par de cervezas. Para ser su primera cena en el campamento no había estado nada mal, de forma que al acabar salieron al exterior y mientras fumaban un cigarrillo recorrieron el perímetro del campamento, descubriendo donde estaban las otras compañías, las oficinas, el almacén de víveres, las cocinas (aún no sabían que al día siguiente las conocerían más a fondo), las cocheras, el depósito de agua y todas las demás dependencias del centro de instrucción.

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Volvieron a su barracón justo al tiempo que los silbatos de los A uxiliares llamaban para formar al parte de retreta, de forma que de dirigieron al punto de reunión y una vez allí debidamente alineados, un Cabo 1º les dio las instrucciones pertinentes. A l oír su nombre contestarían con la palabra "presente", alto y claro cuando fueran nombrados para un servicio, por ejemplo "cuartelero", responderían "presente y cuartelero", así que una vez enterados pasó a leer el orden para el día siguiente. En el mismo se citaban los Oficiales y Suboficiales que ostentarían el mando en las diversas actividades del acuartelamiento: Jefe de día, Oficial de Guardia, Capitán de cocina, Sargento de cocina, Cabos y soldados de la guardia y del refuerzo, los horarios y actividades tales como gimnasia, baño higiénico, clases teóricas y prácticas de instrucción, compañía encargada de la limpieza del comedor, servicios de policía (en realidad este pomposo nombre significaba servicio de limpieza del campamento). Seguidamente se detallaba el menú del día siguiente, las actividades a desarrollar. Y para finalizar se procedía a nombrar los servicios de la propia compañía: cuarteleros, imaginarias, servicio de cocina, etc...

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No tuvieron mucha suerte para ser su primera retreta, a Pepe y a M ario les correspondieron la primera y la segunda imaginaria en su barracón, mientras que a A ntonio y a Carlos, les nombraron servicio de cocina. - Presente y cocina - gritó Carlos al oír su nombre. Para finalizar el Cabo 1º les dio las últimas instrucciones, a partir de ese momento deberían ir a sus barracones y podían hacer las camas, advirtiéndoles que al toque de silencio todo aquel que estuviera fuera de su cama, sería anotado por el imaginaria y dado parte al día siguiente al A uxiliar. Había que respetar el toque de silencio y no se podía hablar, ni fumar después del citado toque. Si alguno tenía la imperiosa necesidad de salir del barracón por motivos fisiológicos, debería hacerlo siempre con una manta sobre sus hombros, pues de otra manera los centinelas les darían el alto. Eso sí, les ordenó que se alejaran un poco del último barracón para hacer sus necesidades, ya que de otra forma los compañeros del citado barracón sufrirían los efluvios correspondientes.

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A l grito de "rompan filas" cada uno se dirigió a su barracón y en el camino y amparados por la oscuridad de la noche, un par de listos "birló" a un par de tontos sendas gorras, un manotazo y ya no las tenían sobre sus cabezas. Los perjudicados se dirigieron al A uxiliar de su barracón. - A uxiliar, que nos han robado las gorras. Y zas, se llevaron el primer pescozón. - M irad "putos reclutones", aquí en el ejército no se roba nada,

simplemente desaparece o se cambia de lugar - les espetó el A uxiliar al tiempo que les zumbaba el sopapo. De manera que además de expoliados se encontraron con el correspondiente cachete y la bronca del A uxiliar que les advirtió: - El que mañana al toque de diana no asista a la formación con su

correspondiente gorra, ya sabe que le va a caer un buen paquete. Nadie se explica como se obró el milagro, pero a la hora de la citada formación todo el mundo acudió con la cabeza cubierta con su correspondiente gorra, un misterio de la milicia, como bien dijo el A uxiliar allí las cosas se cambiaban de lugar y al parecer esta vez se habían cambiado en la dirección correcta.

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A Pepe "el Gafas", que iba a hacer la primera imaginaria, el A uxiliar le dio un brazalete y le explicó que a la hora fijada debería despertar al compañero que tenía que hacer la segunda y hacerle entrega del brazalete, así sucesivamente hasta el último que sería el encargado de despertarle a él diez minutos antes del toque de diana y media hora antes a los que habían sido designados para el servicio de cocina. A l grito de: - Compañía silencio - el A uxiliar apagó la luz del barracón, no sin antes advertirles que no quería oír una mosca. La verdad es que Carlos no tardó en conciliar el sueño, pero aún tuvo tiempo de repasar como había sido su primer día en el campamento y de preguntarse como sería el servicio de cocina que le había tocado en suerte, de momento y para empezar tenía que levantarse media hora antes que sus compañeros, también pensó que ya le quedaba un día menos para volver a casa. Estaba profundamente dormido cuando sintió como le zarandeaban.

- Chaval, que es la hora y tienes que ir a la cocina. Rápidamente se incorporó y de un salto bajó de la litera, se apresuró a vestirse con la ropa de faena y calzarse las sandalias o naylas.

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Cuando salió al exterior del barracón sintió un repelús de frio, la claridad del alba todavía no había triunfado sobre las tinieblas de la noche, ¿quién decía que en el desierto hacía calor? A ntonio ya estaba esperándole y juntos emprendieron el camino hasta las cocinas. Por el camino observaron como otras sombras al igual que ellos, abandonaban los barracones de otras compañías y también se encaminaban al mismo punto, al parecer cada compañía aportaba varios reclutas al servicio de cocina. Les llamó la atención el veterano que estaba de guardia junto al depósito de agua, estaba vestido con una especie de gabardina (luego supieron que se llamaba tabardo) y encima de la misma llevaba una manta sobre los hombros, las noches eran frías en aquel lugar. Portaba un fusil Cetme y ceñía a su cuerpo una serie de cartucheras. Permanecía fumando tranquilamente, aunque no estaba permitido y no se inmutó al verlos pasar, solamente eran unos "putos reclutones" que se iban a enterar de lo que valía un peine, o mejor un saco de patatas. A l llegar a las dependencias de la cocina, se presentaron al Cabo al mando de las mismas y éste una vez pasada lista y comprobado que todos los destinados al servicio se habían incorporado al mismo, procedió a asignarles su primera tarea del día.

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Esta consistió en volcar unas bolsas de leche en polvo y una especie de cacao también en polvo en un inmenso perolo que previamente habían puesto al fuego los soldados destinados en la cocina, que junto con un Cabo componían el personal fijo de la misma, todos ellos bajo el mando de un Sargento. Después de remover bien la mezcla lo fueron volcando en otros recipientes más pequeños. Una vez preparado lo que sería la base del desayuno lo fueron entregando a los reclutas de cada compañía que venían a recogerlo junto con una caja conteniendo ensaimadas. Ellos mismos dieron cuenta del desayuno y una vez acabado continuaron con las tareas que les fueron asignadas, entre ellas el clásico pelado de patatas a lo que pusieron a cuatro reclutas, entre los que se encontraba Carlos. M ientras otros cuatro pasaron a fregar los recipientes usados en el desayuno, de forma que provistos de unos trozos de arpillera, les indicaron una zona de arena aparentemente limpia a unos metros de las cocinas y allí frotaron los cacharros hasta dejarlo limpios y relucientes. M ientras un tercer grupo se encargaba de descargar una furgoneta que había llegado hasta el campamento.

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De su interior sacaron unos enormes peces llamados marrajos que venían sin cabeza, al parecer pesaban lo suyo pues cada pieza la tenían que llevar entre dos chavales. A quí es donde A ntonio "el Cachas" pudo demostrar el porque de su apodo, cargaba como un bestia con los bichos y los iba depositando en una especie de pilón que había en un lateral de las cocinas, donde una vez depositada toda la carga un veterano se encargaba con unos baldes de agua de limpiar por encima el pescado. Luego vino el Cabo provisto de sendas hachas y entre los dos fueron descargando golpes certeros en la dura corteza de los animales y fueron despedazándolos en grandes trozos que a su vez y ya en el interior de las cocinas, fueron convertidos en trozos más pequeños, al parecer esa noche en la cena habría pescado. Desde donde estaba, Carlos pudo notar el fuerte olor que los marrajos despedían, según le dijo un veterano era una especie de tiburón que abundaba por aquellas costas y el hecho de que llegaran sin cabeza era porque al parecer la misma era un manjar muy apreciado entre los nativos saharauis que al venderlo, se quedaban con esta parte del escualo.

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Cuando el grupo acabó la descarga les enviaron a trocear tomates, pimientos y cebollas, ese día tocaba de primero ensalada campera y había mucho tajo por delante. De segundo tocaba chuleta de cerdo y un par de ellos fueron asignados con un veterano encargado de su preparación. Este, provisto de un enorme cuchillo, iba separando las piezas de los costillares que los reclutas le facilitaban y que sacaban de un inmenso congelador situado a espaldas de las cocinas. Carlos junto a otro recluta, cargó en una carretilla dos enormes sacos de naranjas que hubieron de transportar hasta el comedor, una vez allí les recibió el Cabo encargado del mismo, que al verlos llegar sudoroso por el esfuerzo de arrastrar la citada carretilla, les regalo un par de naranjas y se volvieron tan contentos a la cocina dando cuenta de ellas por el camino. A media mañana el Cabo y los soldados de la cocina prepararon unos cuantos huevos fritos y salsa de tomate e invitaron a desayunar a todos para lo que se colocaron alrededor de la inmensa sartén, provistos de su correspondiente chusco y con el debido orden, esto es mojada y paso atrás. Se acercaba la hora de la comida y los nervios empezaban a aflorar, aún no estaban cocidas todas las patatas y faltaban casi la mitad de las chuletas.

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Por si fuera poco para aumentar el desasosiego, tuvieron la visita del Capitán de Cuartel que vino a interesarse por la confección del menú. El Sargento de cocina chilló al Cabo, éste a los soldados y el efecto rebote llegó a los reclutas que a los gritos de "putos reclutones", vagos, bastardos, señoritos, basura y otras lindezas por el estilo, tuvieron que redoblar su trabajo y apretar de lo lindo para que a la hora fijada, las viandas salieran rumbo al comedor. A gotados por el esfuerzo casi no les quedaba ganas de probar bocado, bueno no a todos, A ntonio "el Cachas" se sirvió una generosa ración de ensalada y remató la faena con tres chuletas inmensas y un par de naranjas, todo ello regado con un vino tinto peleón, privilegio de los destinados en las cocinas. Les dejaron reposar media hora, lo que la mayoría aprovechó para tumbarse en el mismo suelo sobre los vacíos sacos de patatas. Junto a Carlos se tumbó un chaval de la segunda compañía llamado Iñaki que era de Lasarte, un pueblo de Guipúzcoa y tras ofrecerle un cigarrillo se puso a contarle el porqué estaba allí. A l parecer había muchos vascos que habían sido enviados al Sahara.

- Ya sabes chaval, problemas de política.

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No bien hubieron terminado el cigarrillo, cuando de nuevo tuvieron que ponerse a la faena, había que preparar la cena, de primero sopa de fideos y de segundo pescado con ensalada de lechuga de guarnición. Carlos en su vida había troceado una lechuga, en su casa su madre y sus hermanas se encargaban de esos menesteres, de esos y de todos los relacionados con la casa, cocina, limpieza, lavado, planchado etc..., ahora tendría que aplicarse en aprender, de forma que armado con un cuchillo pasó las dos siguientes horas cortando hojas de lechuga, de un tamaño ni muy grande ni muy pequeño, un veterano se encargaba de controlarlo. Luego vino el turno de preparar el pescado, pescado que tenía un aspecto que dejaba mucho que desear, Carlos que era principalmente carnívoro y que el pescado lo comía de pascuas a ramos, no pudo soportar el olor que el mismo desprendía al freírse, bien fuera por el propio pescado o por la poca calidad del aceite empleado, el caso es que una peste nauseabunda se estaba impregnado en su ropa y en su piel, por lo que tuvo que aguantarse las arcadas, no era cosa de que le tildaran de ñoño y de flojito. Eso sí a la hora de la cena ni lo probó, se tomó la sopa que al menos le calentó el estómago y luego gracias a la generosidad de los veteranos, que al parecer tampoco eran muy amigos del pescado, pudo deleitarse con unas salchichas con tomate y de postre natillas.

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Todavía no había llegado la hora de acabar el servicio, aún les quedaba a los reclutas recoger toda la cocina, fregar los cacharros, barrer y fregar las dependencias y llevar la basura hasta unos bidones lo suficientemente alejados. Cuando acabaron con todo ello el Cabo les dijo que ya podían marcharse a sus barracones a los que llegaron a punto para asistir a la formación de retreta, así que una vez acabada la misma se dejaron caer en la litera y en pocos minutos dormían a pierna suelta. Esta vez a Carlos no le dio tiempo a repasar la jornada ni a pensar en nada, ni tan siquiera a que sus compañeros le contaran las novedades de ese día en el que él había estado ausente, novedades importantes y que sabría al día siguiente. Cuando más profundamente dormido estaba, sintió como alguien le zarandeaba bruscamente.

- Venga chaval, en pie ¿no has oído el toque de diana ó es que quieres que venga tu mamá a traerte el desayuno a la cama? A brió los ojos y se encontró delante de su cara la jeta del A uxiliar, aquel al que llamaban "el M año", bajito, rechoncho y mal encarado, con una mala leche como un borceguillo.

- Si en dos minutos no estas en la formación te va a caer un paquete de aúpa.

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Carlos se tiró de la litera y en menos que canta un gallo ya estaba vestido y corriendo hacia el lugar donde se pasaba lista. Una vez terminada la misma y tras recoger el desayuno delante de su barracón, se sentó al borde de su litera a dar cuenta del mismo, para después proceder a hacer la cama tal y como les habían enseñado, con las mantas debidamente colocadas; pero enseguida fue advertido por sus amigos que debía recoger todas sus pertenencias, incluidas sábanas, mantas y cabezal, al parecer se habían producido novedades el día anterior mientras él estaba de servicio de cocina, novedades que le detallaron sus amigos:

- A yer mientras estabas currando en la cocina y después de desayunar, los silbatos y los gritos de los A uxiliares nos hicieron salir a todos al exterior del barracón y acudir a la carrera a formar al punto fijado, de la oficina de la compañía. - Una vez allí, con todos los miembros de la misma formados, hizo acto de presencia el Capitán acompañado de los dos Tenientes a su mando, así como de los Cabos Primeros y resto de Cabos y A uxiliares. - Tras unas palabras de bienvenida, pasó a comunicarnos cual era el

plan de trabajo para el periodo de instrucción, los plazos para los objetivos que teníamos que cumplir, así como las normas a seguir para el buen orden de la compañía bajo su mando.

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- Nos comunicó que la misma la componían 150 hombres y que se dividía en dos secciones, cada una al mando de un Teniente por lo que ahora íbamos a ser asignados a una de ellas, de manera que al oír nuestro nombre teníamos que dirigirnos al grupo correspondiente y al barracón al que íbamos a ser ubicados. - En total hay cuatro barracones para albergarnos, cada uno de ellos a cargo de un Cabo Primero o un Cabo, además de un A uxiliar. A demás de los dormitorios, hay otra serie de barracones destinados a oficinas, almacenes y servicios de la compañía. Tanto a ti como al resto de nosotros, nos ha tocado el grupo correspondiente al barracón 12 (segundo barracón de la primera compañía), ya ves el Comando Troya sigue unido. - De forma que una vez completado el cupo del citado barracón,

hemos quedado encuadrados en la 1ª sección bajo el mando del Teniente Palomares, el Cabo 1º Zambrano, alias “el Canijo” y el Cabo M atías, además del A uxiliar conocido como "el M año" y de otro que se llama Vicente y que es de Valencia. - Los cambios los tenemos que efectuar hoy por la mañana, tras el desayuno, así que tenemos que recoger todos nuestros enseres y situarnos delante del barracón asignado.

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Todo esto de un tirón, se lo contó M ario "el M udo", que tras el esfuerzo realizado se tumbó en su vacía litera, al parecer agotado por el esfuerzo. En consecuencia, los cuatro amigos se trasladaron hacia el barracón número 12 y se alinearon junto a los que allí ya estaban en espera de acontecimientos hasta que en la puerta del citado barracón apareció el Cabo M atías, acompañado de “el M año".

- Vamos a ver "reclutones", os han asignado a este barracón, en el mismo dormimos "el M año" y Yo, así que de entrada quedáis advertidos, el que arme follón, el que no respete las normas de convivencia, el que no sepa comportarse adecuadamente dentro del mismo que sepa que va a "disfrutar" de un campamento "muy duro". Si por algo se tiene que distinguir este grupo será por su limpieza, por llegar los primeros a formación y por destacar en la instrucción y en la disciplina, de ello nos vamos a encargar nosotros, pero vosotros tenéis que poner de vuestra parte para que todo vaya sobre ruedas. - A hora vais a ir entrando, a medida que seáis nombrados se os va a hacer entrega del arma que utilizaréis para la instrucción, es un fusil Cetme M odelo B, cada uno de ellos lleva un número de serie el cual tendréis que apuntar o memorizar.

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- Desde este momento sois responsables de su custodia, la perdida del mismo esta severamente castigada por las Ordenanzas M ilitares. - Lo depositaréis en el armero cuyos departamentos están numerados con el mismo orden que el de las literas, por tanto cada uno dejará el fusil en el que le corresponda. - Todos los cuarteleros y los imaginarias, son a la vez responsables de la custodia del citado armero, bien cuando el resto esté fuera del barracón o durante la noche. - Ni que decir tiene, que el arma ha de estar siempre en perfecto estado de revista. A hora cuando entréis y ocupéis vuestras literas, deberéis dejar las camas tal y como se os ha enseñado, ya sabéis que no se pueden hacer hasta después del toque de retreta. Los petates podéis dejarlos junto a las cabeceras. El Cabo empezó a nombrar a los reclutas y estos al oír su nombre iban entrando en el barracón para recibir de manos de "el M año" el correspondiente fusil, cuyo número de serie iba cotejando en un listado. Lo que si pudieron fue escoger libremente la litera, por lo que "el Cachas" que fue el primero del grupo en ser citado, reservó para ellos dos juegos de literas por el centro del barracón, dejando bien clarito con su sola presencia, que aquello no tenía discusión.

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Posteriormente las ocuparon siguiendo el mismo orden que en el anterior barracón, Carlos y Pepe por un lado y A ntonio y M ario por el otro, por supuesto "el Gafas" y "el M udo" fueron a parar a las de la parte de abajo, pero ninguno protestó por ello. Cuando todo el barracón estuvo ocupado, el Cabo y el A uxiliar que dormían en una especie de cuarto al final del mismo únicamente separado por una cortina del resto, se plantaron en el centro de la estancia y siguieron con las instrucciones. El que fuera nombrado cuartelero, tenía la obligación de barrer el barracón y la entrada al mismo, debería de anunciar la llegada de los superiores, siempre a partir de los Cabos Primeros, vigilaría que nadie hiciese la cama hasta pasado el toque de retreta y tanto a la entrada como a la salida del servicio, comprobaría el armero y daría novedades al Cabo, tanto de los reclutas presentes en el barracón como de cualquier otra circunstancia Una vez oído el toque de silencio, nadie podía fumar y al toque de diana todo el mundo tenía que levantarse y hacer la cama, para lo que dispondrían de unos minutos hasta la orden de formar. Cuando éstas y otras varias instrucciones les fueron comunicadas, les ordenaron salir a toda pastilla a formar delante de la oficina de la compañía.

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Una

vez allí les

fueron

colocando

primero

en

la

sección

correspondiente en filas de a nueve en fondo, cada fila por orden de estatura, esto es los más altos delante. Nuestros cuatro amigos se colocaron en la misma fila, la tercera empezando por la izquierda. La encabezaba A ntonio "el Cachas" impresionante por su envergadura, seguido de M ario "el M udo", a continuación se colocó Carlos y tras él, Pepe "el Gafas". Cuando toda la compañía estuvo formada el primero Zambrano se dirigía a ellos:

- Desde este momento, este es el orden de formación, tenéis que conservar siempre vuestro lugar en la misma, para ello recordar la fila en la que estáis y quién es el compañero que tenéis delante, luego no quiero follones a la hora de formar. A hora y guardando el orden de las filas, vais a ir pasando a la oficina para que os tomen los datos de filiación, para ello necesito voluntarios que tengan experiencia como administrativos, os advierto que no es una novatada, así que aquellos que puedan ayudar que se presenten al Cabo Furriel. Carlos y Pepe "el Gafas", se miraron y con gesto de afirmación levantaron el brazo; ambos fueron seleccionados para ayudar en las tareas de filiación, por lo que pasaron al interior de la oficina de la compañía.

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Una vez allí, les colocaron en sendas mesas y les entregaron unas fichas en blanco, indicándoles la forma de rellenarlas. En esta tarea pasaron el resto de la mañana, mientras sus compañeros, una vez filiados, tuvieron tiempo libre hasta la hora de comer. M enos mal que su trabajo no caería en saco roto, pues además de granjearse la simpatía del Primero Zambrano, pudieron entablar amistad con el Cabo Furriel, de nombre Joaquín y además de M adrid, quién para compensar su dedicación, mandó a uno de sus ayudantes a la cantina y a cargo de la compañía, invitó a todos los colaboradores a un bocadillo de mortadela y un botellín de cerveza. Carlos además descubrió que tenía bastantes cosas en común con el "furri", a éste también le encantaban los viajes y se declaró un entusiasta seguidor del A tlético de M adrid, como él, como su padre y su hermano, cuantas tardes de pasión en el viejo estadio del M etropolitano. A partir de aquí se fraguaría una sincera amistad entre ambos que permitió a Carlos y por efecto colateral a sus amigos, disfrutar desde ese momento de una serie de prerrogativas dentro de la Compañía, entre otras la de librarse de toda clase de servicios.

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Cocinas, imaginarias y demás se acabaron para ellos. Cuando acabaron la tarea era ya la hora de la comida, así que tras recoger su ración de pan, se incorporaron al resto de la Compañía para trasladarse hasta el comedor. Luego por la tarde y después del tiempo libre tras la comida en el que la mayoría se tumbaba en la litera a descansar (eso sí sin deshacer la cama) mientras otros aprovechaban para ponerse al día con la correspondencia, fueron llamados a formar fuera del barracón. Tocaba clase de teórica así que sentados en círculo alrededor del Teniente

Palomares,

recibieron

la

primera

clase

dedicada

al

armamento. Por medio de unas láminas les fueron describiendo las partes de las que se componía un fusil Cetme, para posteriormente pasar a una clase práctica de despiece y montaje del mismo. A prendieron a desmontar y montar a la mayor rapidez el fusil, así como a distinguir las distintas piezas de su composición, la forma de mantenerlo limpio y engrasado, como protegerlo de la arena y las variantes de disparo, esto es tiro a tiro o en ráfaga.

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Con esta materia se les pasó rápidamente el tiempo hasta que llegó la hora del toque de paseo, toque que marcaba el final de las actividades de instrucción y formación de los reclutas y el fin de la jornada laboral de Jefes, Oficiales y Suboficiales, siempre que no estuvieran de servicio. De éstos, los que no pernoctaban en las residencias anexas al campamento, eran trasladados por medio de autobuses a la ciudad: El A aiún, desde donde eran traídos cada mañana de nuevo al campamento. Carlos y Pepe "el Gafas", una vez que el Cabo ordenó romper filas se dirigieron al barracón, todavía tenían que terminar la carta que habían dejado a medias después de comer, mientras A ntonio y M ario se marcharon con un grupo de compañeros a la cantina. Estaban sumidos en la escritura cuando entró en el barracón un A uxiliar buscando a "el M año"; como le indicaran que no se encontraba allí, les dijo:

- Bueno pues si viene le decís que el "paisa" ha abierto el bazar junto a la alambrada, me dijo que le avisara cuando viniera que tenía que comprar provisiones. Intrigados por el tema quisieron saber que era a lo que se refería, por lo que interrogado el A uxiliar les comentó:

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- Hay un nativo que se sitúa en la alambrada, detrás de los almacenes y que nos suministra todo lo que podemos necesitar como cuchillas de afeitar, jabón, champú, sellos, papel de carta, sobres, pilas, calzoncillos, vasos, etc... - Es como un gran almacén en pequeño, además si algo quieres y no lo tiene ese día, se lo encargas y rápidamente te lo consigue. Lo único que no admite es el regateo, el fija un precio y si lo quieres bien y sino a otra cosa mariposa, de forma que si queréis alguna cosa ya sabéis donde está, suele venir casi todos los días, aunque ahora ha estado casi una semana sin aparecer, algo le ha tenido ocupado o es que se le ha puesto enfermo el burro, que es su medio de transporte hasta aquí. Ni que decir tiene que a ambos les pareció estupenda la idea de ir de compras, así que una vez recogidos los bártulos de escribir se encaminaron hacia donde les había indicado el A uxiliar que se colocaba el mercader. Rápidamente lo divisaron pues estaba exactamente en la zona de detrás del almacén, además su presencia se denotaba por la cantidad de reclutas y veteranos que se arremolinaban delante del singular "bazar".

-o0o-

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TESTIM ONIO GRÁ FICO

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El BIR a vista de pรกjaro

El desembarco

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Puerta de entrada al BIR

TodavĂ­a de paisano

96


El Baño Higiénico

Comedor del BIR

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Formaci贸n de una C铆a.

De Instrucci贸n

98


Viaje al basurero

Las Vacunas

99


Vista General de la Jura de Bandera

Jura de Bandera

100


El BIR, 40 años después

El polvorín

Vista General

101


Exterior de barrac贸n

La Cantina

102


Interior de barrac贸n

Lo que queda en pie

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IV

ESCENA S COTIDIA NA S

"La perfección del que imparte órdenes es ser pacífico; del que combate, carecer de cólera; del que quiere vencer, no luchar; del que se sirve de los hombres, ponerse por debajo de ellos". Lao-tsé

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Como de costumbre tuvieron que esperar a que todos los veteranos que allí estaban y los que fueron llegando fueran atendidos antes que ellos, seguían siendo unos "putos reclutones". Cuando por fin accedieron al vendedor, éste les sorprendió por lo fluido de su castellano y porque pudieron hacer acopio de todo cuanto en ese momento necesitaban, crema de afeitar, cuchillas, pilas etc..., además quedó con el encargo de Carlos (un transistor pequeño para poder escuchar los resultados de los partidos).

- No hay problema "paisa", mañana tú lo tienes aquí y solamente te voy a cobrar doscientas pesetas. Cuando posteriormente se trasladaron hasta la cantina y les refirieron a M ario y a A ntonio su tarde de compras, éstos se quedaron enfurruñados por no haber contado con ellos, pero se les pasó en cuanto les invitaron a sendos botellines y les dijeron que acudirían todos juntos al día siguiente hasta el "bazar" del saharaui. A l toque de diana, todos fuera de las camas, a vestirse a toda prisa y dirigirse a formar para pasar lista, posteriormente el desayuno y tiempo para asearse y de nuevo los gritos, los silbatos y las órdenes de los A uxiliares:

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- Todo el mundo fuera, a formar, el último que llegue se va a chupar tres imaginarias. Se armó un pequeño caos a la hora de abandonar el barracón y a la carrera se plantaron delante de la oficina de la compañía, lugar de reunión y formación. Ese día iba a comenzar la instrucción propiamente dicha: aprender a alinearse, a marchar y a efectuar giros, tanto en filas como en orden cerrado. Para ello les dividieron en pelotones, (grupos de doce a quince reclutas bajo las órdenes de un Cabo o de un A uxiliar) y se dirigieron al patio de armas, el lugar en donde iban a desarrollar la instrucción. En un principio su pelotón procedía a efectuar los primeros ejercicios: alinearse, firmes, descanso, otra vez firmes, derecha, izquierda y media vuelta, para a continuación empezar a marchar, primero marcando el paso, sin moverse y a continuación avanzando al ritmo que marcaba el Cabo M atías, izquierda, derecha, izquierda, paaaso... A l oír esto debían golpear el suelo con toda su fuerza, procurando que solamente se escuchara un unísono golpeteo. A sí estuvieron un buen rato hasta que lograron coordinar los movimientos y solamente se oyera un golpear firme y seco.

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Complacido con el resultado, el Cabo ordenó descanso a discreción, lo que significaba que, sin romper la formación, cada uno podía moverse libremente. Inmediatamente surgió la gran pregunta:

- M i Cabo, ¿se puede fumar?. - Vale -les dijo, después de echar una ojeada alrededor y comprobar que no había ningún oficial cerca- pero sin alborotarse y además

tenéis que hacerme la pelota e invitarme a fumar. A sí lo hicieron los más cercanos, mientras el resto rápidamente encendía sus cigarrillos; en un momento casi todo el mundo echaba humo, excepción hecha de dos o tres no fumadores. Cuando el propio Cabo terminó su cigarrillo, de nuevo ordenó a formar y continuaron con las prácticas hasta media mañana en que llegó hasta el lugar donde estaban un Land-Rover que procedía de la cantina. M atías ordenó alto y descanso y les indicó que el que quisiera podía acercarse al mismo a comprar un bocadillo y una cerveza. Ese día tocaba atún así que los bocadillos eran todos de atún, por lo que algunos como A ntonio "el Cachas", únicamente adquirieron un botellín de cerveza. Casi todos se sentaron en el suelo a dar buena cuenta del tentempié y a aprovechar para volver a fumar.

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En ello estaban, cuando apareció por la parte de la entrada al patio de armas un curioso personaje que empujaba un carro. A ntes de llegar a la altura donde se encontraban, pudieron distinguir fácilmente que aquello que el hombre empujaba no era otra cosa sino un carro de helados, verlo para creerlo. Un carro de helados en el desierto, el sueño de todos los personajes de tebeos cuando se perdían en el mismo, pero allí era realidad, no un sueño, aquel carro llevaba rotulado claramente su contenido "HELA DOS EL CA NA RIO". A l verle acercarse, M atías que conocía perfectamente lo que se avecinaba, les dio permiso para acercarse al vendedor y hacer acopio de tan singular mercancía. A llí solamente había dos clases de helados, los que se servían en cucurucho, de fresa ó de vainilla y los conocidos como polos, hechos de hielo con sabor a limón y a menta. En un momento la mayoría se encontraba consumiendo tan apreciados dulces; helados, quien se lo iba a creer cuando lo contaran a la familia y a los amigos. Después de todo, la mañana no les había ido tan mal, pero aún desconocían lo que vendría más tarde, cuando les condujeran de nuevo a la Compañía, todavía no habían saboreado las mieles del baño higiénico.

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- A tención reclutones, ahora vamos a ir al baño higiénico; tenéis dos minutos para ir a los barracones, quitaros la ropa, poneros el bañador y volver aquí a formar, ya sabéis que el último que llegue se apunta la tercera imaginaria, así que, cagando leches. No habían terminado de entrar en el barracón cuando los silbatos y lo gritos de los A uxiliares les reclamaban de nuevo.

- Vamos reclutones, a formar, parecéis señoritas, ya teníais que estar con el bañador puesto, tardáis más que una corista en cambiaros, el último se va a enterar. Éstas y otras lindezas por el estilo se escuchaban por toda la compañía, aquello era un verdadero zafarrancho. La mayoría salía al exterior de los barracones ajustándose el bañador y muchos aún descalzos, pero lo cierto es, que en menos que canta un gallo, toda la compañía estaba formada y lista para acudir al famoso "baño higiénico". Una vez todos formados bajo las órdenes del Teniente Palomares, al que acompañaban dos Cabos y varios A uxiliares, partieron atravesando el patio de armas, bordeando el comedor y los garajes y se encaminaron hacia la cercana playa.

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En el camino pudieron comprobar como también se dirigían hacia allí varias compañías más, al parecer el baño era actividad común para todas las unidades. Bueno no todas, pues cada unidad tenía el privilegio de disfrutar de una sesión de ducha (por decir algo) una vez a la semana. Una vez llegadas todas las compañías a la playa, formaron a lo largo de esta esperando las órdenes de los A uxiliares para lanzarse al agua. A l parecer y según comentó un "listillo de turno", el motivo de hacer entrar a todos a la vez era para armar jaleo y que de esta forma se asustaran los marrajos que solían merodear por esta zona de la costa.

- Todos al agua - gritaron los A uxiliares al tiempo que hacían sonar sus silbatos. Como un tropel todos los reclutas se lanzaron al agua con mayor o menor disposición, los hubo que enseguida empezaron a dar brazadas, demostrando lo bien que sabían nadar y los que como Carlos y M ario, se quedaron a la entrada del agua, hasta donde ésta les llegaba a la cintura.

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Gracias a su falta de entusiasmo en las lides natatorias, se libraron de una novatada general, pues cuando los más osados ya se habían alejado unos metros de la línea de playa, los A uxiliares hicieron sonar de nuevo sus silbatos al grito de:

- Vamos todo el mundo fuera, a la carrera, los últimos que salgan se apuntan la tercera imaginaria. Fueron dignos de ver los esfuerzos de aquellos que más se habían alejado, entre ellos A ntonio "el Cachas". M uchos llegaron echando el bofe a la formación. M ás tarde descubrirían otra ventaja de abandonar de los primeros el agua, ya que se formaba para marchar hacia la compañía, según se iban incorporando. Después de hacer el recorrido inverso otra vez pisando arena (pero además chorreando agua, con lo que los pies se convertían en un rebozado tipo croqueta) al llegar a la compañía y justo a la entrada al pasillo de acceso a los barracones, se encontraban situados dos reclutas que portaban en una manta los chuscos que debían recoger al pasar. Esta operación se demoraba unos minutos ya que había que hacerlo en orden y permitía a los primeros de la formación disfrutar del tiempo extra necesario para poder vestirse, cosa que había que hacer como siempre a la carrera.

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No bien habían entrado en los barracones, cuando ya estaban sonando los silbatos y las imprecaciones de los A uxiliares. Por lo que la mayoría de los últimos en llegar, aparecían en la formación con la ropa mojada, pues no habían tenido tiempo de quitarse el bañador, además los pies los tenían húmedos y llenos de arena, de ahí las ventajas de salir lo antes posible del agua y formar en cabeza. A unque alguna vez no servía absolutamente de nada la estratagema, pues los A uxiliares, perros viejos que ya estaban de vuelta de todo esto, una vez toda la compañía formada, ordenaban dar media vuelta y los últimos se convertían en los primeros, para jolgorio de unos y cabreo de otros. A sí que la mitad de la formación acudió al comedor con la ropa aún mojada, algo común en todas las compañías y que aprenderían a evitar con el tiempo. Para terminar de rematar la mañana, a su compañía le tocó el servicio de limpieza del comedor, mientras un grupo se encargaba de lavar los platos y las perolas (los primeros mediante la inmersión en sendos barreños llenos de agua -uno para enjabonar y el otro para aclarar-, en tanto en cuanto las perolas se limpiaban a base de arena frotada con fruición con un trozo de arpillera) otro grupo se ocupaba de recoger los restos de las mesas, de colocar los bancos y de barrer el comedor.

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Todo ello a la mayor celeridad, pues cuanto antes terminaran con la faena, antes podían marcharse a sus barracones a descansar hasta la hora de ser llamados a formación para las clases de teórica. Carlos se dejó caer encima de su litera y rápidamente fue vencido por el sueño, el calor y el sopor de después de comer hicieron mella en él, ese día no pudo acometer la tarea diaria de escribir a casa, tendría que hacerlo por la tarde después del toque de paseo, pues era una norma que se había impuesto desde el primer día, escribir una carta diaria a su casa, independientemente de las que remitía al resto de sus familiares y amigos. No bien le pareció que acababa de cerrar los ojos, cuando se despertó sobresaltado, los silbatos y los golpes en la puerta del barracón le sacaron bruscamente del sueño, estaban llamando a formar. A ún a pesar del ruido que se formó, tuvo que zarandear a A ntonio para que abandonara la litera, misión harto peligrosa pues este tenía un despertar salvaje, aquel que osaba molestarle se arriesgaba a recibir un puñetazo o una patada. M enos mal que a Carlos le tenía cierto respeto y cuando comprobó que era él el que le sacaba de los brazos de M orfeo, solamente lanzó un par de tacos y se avino a abandonar el lecho.

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A todo esto, hemos de comentar que el hecho de tumbarse en la litera solamente se podía hacer sin deshacer la cama, sin desvestirse y teniendo cuidado de dejar luego la misma debidamente colocada, esto es doblando la colchoneta en la cabecera, con la almohada encima y cubriéndolo todo la manta, de manera que la franja de color claro, quedara paralela al cabezal, toda una ceremonia de colocación que era repasada por los A uxiliares y pobre de aquel que no la tuviera perfectamente ordenada, que como siempre se hacía acreedor a la ya famosa tercera imaginaria. A sí las cosas, nuestros amigos formaron delante de la oficina y allí se organizaron los grupos para las clases de teórica, a ellos les correspondía con el Teniente Palomares que esa tarde les iba a instruir en la forma de desplegarse en orden de combate, esto es la forma de avanzar hacia el enemigo, como ocultarse, como reptar y como atacar una posición. Uno de los que más atento estaba era M ario, todo lo que fuera teórica le encantaba, luego lo de la instrucción y los ejercicios se le atragantaba un poco igual que a Pepe, poco amigo del ejercicio físico. Todo lo contrario que a A ntonio, a éste la teórica le aburría y prueba de ello eran las cabezadas que daba durante las clases. Por suerte el Teniente sabía hacerlas amenas y de vez en cuando intercalaba un chiste o un chascarrillo, además de hacer un par de descansos para fumar.

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Cuando por fin se acabó la clase y les permitieron volver a su barracón, Carlos y "el Gafas", se dedicaron a la tarea de escribir a casa y en ello estaban cuando vino el cartero, uno de los personajes más queridos del campamento. Por medio de él llegaban las cartas y lo que es aún mejor los giros y los paquetes y esa tarde estaban de enhorabuena pues además de sendas cartas de la familia, A ntonio recibió un paquete de grandes proporciones y Carlos un giro postal enviado por su padre con tres mil pesetas. En menos que canta un gallo, "el Cachas" abrió su paquete y empezó a extraer su contenido, embutidos, latas de conserva, leche condensada, amén de revistas y un sobre con dinero. Era una forma arriesgada de enviarlo porque a veces los paquetes llegaban abiertos, pero esta vez hubo suerte. Hizo una selección de embutidos y provisto de ellos se encaminó acompañado por sus amigos a la cantina, donde una vez surtidos de sendas cervezas, dieron buena cuenta de los mismos. Esa noche ninguno de ellos acudió al comedor a la hora de la cena. Era un practica habitual entre los compañeros, aquel que recibía un paquete solía compartir el mismo con su grupo más afín, de esta forma se fomentaba la amistad y la camaradería.

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A unque bien es cierto, que también los había, que por el contrario al recibir un envío de casa, se aislaban completamente y se lo comían solos y las más de las veces a escondidas, pero estos eran la excepción ya que por lo general la generosidad abundaba entre ellos. Otro día y un nuevo avatar, la mañana se presentaba movidita, al parecer iban a proceder a vacunarles, de momento solamente se trataba de dos vacunas posteriormente vendrían más, de forma que una vez concluido el desayuno fueron llamados a formar al sitio de costumbre para desde allí, trasladarse hasta el botiquín situado en otra zona del campamento. Una vez allí y debidamente formados avanzaron hacia el lugar en el que iban a ser inyectados desprovistos de la camisa, mientras se situaban un Brigada y un sanitario a ambos lados de la fila y procedían a poner al unísono las dosis en ambos brazos a la vez. No era un proceso doloroso, aunque más de uno palideció a la vista de las agujas, pero todos supieron aguantar el tipo, no era cosa de mostrarse débiles a los ojos de los compañeros. Principalmente por el cachondeo que se podía desatar, como gente joven que eran, siempre estaban dispuestos para el jolgorio y verle a uno "rajarse" ante las "banderillas", podía suponer toda una tarde de sufrir la matraca de los compañeros.

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Para regocijo de todos, les concedieron el resto del día libre, ya sabían los mandos por experiencia que a más de uno las vacunas les iba a hacer reacción y les iba a obligar a acostarse, así de esta forma se evitaban males mayores. No obstante, la inmensa mayoría aprovechó para disfrutar de las horas de asueto, bien jugando al fútbol, bañándose en la playa o simplemente tumbándose a la bartola en la litera, a sabiendas que nadie les iba a llamar la atención por ello, fue un extraño día para todos. A ntonio "el Cachas" se fue a jugar un partido de fútbol en el que se enfrentaron la primera y la cuarta compañías, mientras M ario y Carlos aprovecharon para trasladarse hasta la cercana playa y disfrutar del resto de la mañana tumbados al sol. Sin embargo Pepe "el Gafas", se llevó la peor parte y aquejado de mareos se tuvo que quedar postrado en su litera, sin ni siquiera acudir al comedor a la hora del "papeo", sus compañeros se encargaron de traerle la comida al barracón, aunque apenas probó bocado. M enos mal que para la hora de la cena ya se encontraba plenamente recuperado y dio buena cuenta en la cantina, de un filete con huevos fritos y patatas.

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Le acompañaron los demás miembros del grupo, que a pesar de no haber sufrido las consecuencias de la vacuna, también dieron buena cuenta del mismo menú, todo ello acompañado de unas cuantas cervezas. Después del parte de retreta, al que faltaron bastantes reclutas que aún se encontraban indispuestos, aún se tomaron otras cuantas cervezas dentro de su barracón, era su forma de celebrar que todos ellos se encontraban bien. Esa mañana, después del toque de diana y tras el desayuno, les emplazaron para la primera actividad del día, gimnasia, de manera que Carlos se puso el pantalón de deporte y se calzó las botas de lona tipo deportivas, parecidas a aquellas con las que se jugaba al baloncesto. Según pudo saber más tarde, también se las conocía con el nombre de "anti-lefas" ya que al llegar por encima del tobillo, protegían de la picadura de tan singulares ofidios, "simpáticos" animalitos muy venenosos que te podías encontrar en cualquier zona del desierto. Como siempre a la carrera, los A uxiliares les apremiaron para acudir delante de la oficina de la compañía, para una vez allí y en formación, dirigirse hacia el patio de armas en donde iban a tener lugar las prácticas gimnásticas.

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Después de casi una hora de ejercicios en las que les hicieron sudar de los lindo, otra vez a la carrera a cambiarse por la ropa de faena y acudir a la formación con el Cetme para la instrucción diaria, así hasta media mañana en que hicieron un alto para el bocadillo. Posteriormente vendría el consabido baño higiénico y tras la comida otra sesión de instrucción teórica. A l día siguiente, la mañana se les pasó rápidamente, tras la rutina de la instrucción y antes del baño higiénico, fueron conducidos hasta el patio de armas donde les esperaban un grupo de reclutadores de La Legión y de La Brigada Paracaidista, venidos desde El A aiún a hacer labores de captación. Se encargaron de relatarles todas las maravillas de prestar su servicio militar en sus respectivos cuerpos, de las ventajas económicas que ello les podía representar, de la importancia de estar encuadrados dentro de Unidades de élite, en suma, de ofrecerles una alternativa a aquellos que sintieran la llamada de la aventura. A la hora de la comida, se mezclaron con las distintas compañías y prosiguieron con su labor de proselitismo y captación, ensalzando la bondad de su rancho y lo variados de sus menús.

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Luego, por la tarde, antes del toque de paseo, lanzaron las últimas andanadas y por fin se marcharon con su botín conseguido, diez reclutas se alistaron a La Legión y seis lo hicieron a La Brigada Paracaidista, aunque no todos terminarían por asentarse en dichas unidades y varios de cada grupo retornarían días más tarde al campamento, unos rechazados y otros por abandono voluntario. Otro día otra actividad, amén de la consabida instrucción, esa mañana les había tocado a su Compañía los servicios del Campamento. Entre estos estaba el Servicio de Policía. Dicho así parecía algo importante pero en realidad ocultaba tras el pomposo nombre una labor ingrata, se trataba de efectuar la limpieza del campamento, de manera que provistos de cajas de cartón, tenían que recorrer todo el perímetro del mismo sin dejar de recoger cuanta colilla, papel o desperdicio encontraran en su recorrido. Una vez realizada la labor, un grupo de ellos entre los que se encontraban Carlos y A ntonio, procedieron a subir a un camión los bidones con los desperdicios de la cocina y del comedor, amén de cuanto habían recogido en su batida y encaramados a él se desplazaron al vertedero habilitado para tales menesteres.

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A unque el servicio no era en sí una bicoca, si tenía el aliciente de poder salir del campamento ya que el citado vertedero se encontraba alejado del mismo y de esta forma rompían la habitual monotonía de la instrucción, además de disfrutar por primera vez lo que para ellos suponía toda una aventura, viajar por el desierto. Bueno, en realidad solamente se alejaban un par de kilómetros, pero la novedad de la "excursión" les tenía entusiasmados. Cuando llegaron al que sería su destino, observaron que les estaban esperando, concretamente un grupo de mujeres y niños que al ver aproximarse el camión, corrieron a su encuentro arremolinándose en torno a él. No bien hubieron abierto la trampilla trasera para proceder a descargar los bidones de basura, éstos se abalanzaron sobre los residuos y empezaron una frenética actividad revolviendo los desperdicios. Separaban el papel, los cartones, los restos de comida, etc..., para ellos todo tenia un valor y una utilidad posterior, parecía mentira pero de lo que unos tiraban había otros que sabían sacarle un provecho, al parecer las cabras daban buena cuenta de los restos y desechos que ellos abandonaban.

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M ientras, el conductor del camión así como el Cabo al mando de la "expedición" viejos conocedores del tema, aprovechaban para fumar tranquilamente un cigarrillo a la espera de que los nativos terminaran la clasificación de los desechos. Los reclutas, entre los que se encontraban nuestros amigos, se entretenían en observar con asombro la febril actividad de los nativos. Cuando el Cabo consideró llegado el tiempo, les ordenó subir a bordo los bidones vacios y emprendieron la vuelta al campamento. En el viaje de vuelta el conductor se permitió la licencia de abandonar la asfaltada carretera y les condujo a través de una pista de arena, con el consiguiente traqueteo, saltos y derrapes, motivo de jolgorio para los reclutas no acostumbrados a este tipo de desplazamientos. Después de todo no había estado tan mal el servicio de policía, peor lo habían pasado los que habían sido destinados a construir transistores, eufemístico nombre con el que se denominaban a los ladrillos utilizados en las distintas construcciones que se llevaban a cabo en el campamento. Se fabricaban mediante unos moldes de madera que una vez rellenos de una mezcla de cemento, arena y agua se dejaban secar al sol hasta formar un bloque compacto, posteriormente se quitaba el molde y se extraía el ladrillo.

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Solamente se utilizaba cemento, sin más colorante, de ahí el color grisáceo que imperaba en todas las construcciones del campamento. Tampoco se aburrieron los integrantes del grupo destinado a las alambradas, estos tenían la misión del mantenimiento y reparación de la que se hallaba instalada en el perímetro del campamento, principalmente en el lado oeste, el opuesto al Océano, que era el principal objetivo de vigilancia. A las órdenes del primero Zambrano "el Canijo", iban recorriendo la instalación y reparando los desperfectos que encontraban. M uchos eran producidos por efecto del viento y la arena, por lo que tenían que limpiar las estacas sobre las que se asentaba la alambrada, al tiempo que retiraban los desperdicios que se acumulaban en la misma. En muchos lugares tenían que tensar los alambres, por lo que un par de ellos iban provistos de guantes especiales y alicates. No era una forma aburrida de pasar la mañana, ya que durante su labor además de poder charlar y fumar, la disciplina estaba bastante relajada e incluso "el Canijo" se permitió bromear con un recluta al que la gorra le caía sobre los ojos dándole un aspecto cómico, le bautizó con el apodo de "el Gorrilla". -o0o-

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Se lo dijeron por la tarde tras la comida, cuando formaron para ir a la charla teórica: esa noche iban a efectuar una marcha nocturna, de manera que tras el parte de retreta, tenían que formar pertrechados para la misma, esto es con armamento, jersey reglamentario y botas de deporte. Luego en la sesión de instrucción teórica, fueron instruidos sobre la forma de orientarse de noche, bien con la Estrella Polar, como con las Constelaciones, el resto de la tarde lo pasaron entre nerviosos y expectantes. A quello de hacer una marcha nocturna era toda una novedad para ellos, venía a romper un poco la rutina en que se habían instalado día tras día, gimnasia, instrucción y clases de teórica. Por eso esa noche Carlos y M ario, tras cenar como de costumbre en la cantina, abandonaron la misma antes que otras veces y se dirigieron al barracón a vestirse para el ejercicio nocturno. A llí estaban ya A ntonio y Pepe "el Gafas", que a su vez habían regresado del comedor a toda prisa tras haber dado buena cuenta de la cena de esa noche: sopa de fideos, salchichas con tomate y una gran fuente de natillas. Los cuatro amigos fueron de los primeros en presentarse en el lugar de formación equipados con su Cetme (sin munición) y vestidos para la ocasión tal y como les habían ordenado, con el jersey verde y las botas anti-lefas.

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En esa época del año, la temperatura nocturna descendía muy rápidamente y ellos tenían que estar a la intemperie sin saber a que hora regresarían al campamento. Una vez formada toda la compañía y tras dar lectura al parte de retreta, fueron conducidos hasta la explanada del patio de armas, en donde igualmente se estaban incorporando el resto de unidades. Ellos como siempre se situaron en un extremo de la formación justo en medio de la compañía de la Policía Territorial y de la segunda compañía, todas ellas bajo el mando de sus oficiales respectivos. A l parecer la marcha nocturna era un ejercicio de participación total, incluidos los mandos y solamente permanecerían en el acuartelamiento el personal de guardia o servicio de imaginaria y retén, así como los rebajados por motivos médicos. También integraba la expedición un grupo de sanitarios bajo el mando de un Teniente médico y sendos especialistas de radio que se encargarían de las comunicaciones entre cabeza y cola de la formación. Tanto los oficiales, como los suboficiales y A uxiliares, portaban sus armas reglamentarias debidamente municionadas.

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Una vez formadas todas las compañías iniciaron la marcha en columna de a seis para de esta forma abandonar el campamento en dirección a su objetivo. A l pasar por delante del cuerpo de guardia comprobaron que el Comandante M anzanares estaba allí acompañado de su Plana M ayor comprobando la marcha de las tropas a las que posteriormente se unirían. A Carlos le acompañaban en la misma línea de formación además de A ntonio, Pepe "el Gafas" y M ario, dos chavales de Cádiz, famosos en la unidad por la cantidad de chistes y chascarrillos que eran capaces de relatar de corrido. A buen seguro que esa noche no se iban a aburrir, de esta forma empezaron con buen ánimo y mejor ritmo la caminata. Tras abandonar las instalaciones observaron como la cabeza de la formación giraba hacia la izquierda y se dirigía en sentido oeste, en dirección opuesta a la costa, adentrándose en un terreno pedregoso que en ocasiones presentaba zonas pobladas por pequeñas dunas. Los oficiales y A uxiliares debidamente distribuidos a lo largo de la formación y dotados de linternas de luz atenuada, trataban de conseguir que nadie se despistara y que siempre se siguiera tras la huella del compañero que le precedía. Igualmente vigilaban que se guardara el más absoluto silencio.

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La primera parte de la marcha consistía en una aproximación silenciosa al objetivo y los ruidos nocturnos en el desierto se propagaban a kilómetros de distancia. Por supuesto no les estaba permitido fumar, de manera que lo que en un principio les pareció una excursión campestre, con el transcurso de la marcha cargados con el armamento, en silencio y aguzando la vista y el oído procurando no separarse de los compañeros, empezó a pesar sobre ellos y más de un comentario de queja se escucho entre las filas, siendo el autor inmediatamente amonestado por el A uxiliar mas cercano. Por si todo ello fuera poco, estaban ya caminando por lo que al parecer formaba una cadena de dunas y el desplazamiento por las onduladas formaciones de arena se presentaba harto dificultoso. Eran ya cerca de la once de la noche cuando les llegó la orden de alto que todos recibieron con alivio. De cada compañía fueron señalados diez reclutas para que se desplazaran a una distancia de cincuenta metros de la formación, para constituir un perímetro de seguridad alrededor de la misma. A la orden de "a discreción, podéis fumar", se rompió el manto de silencio y por doquier se formaron grupos en animada charla que sentados en el suelo daban cuenta de los primeros cigarrillos.

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Inmediatamente surgieron los cantos y ahora si que aquello se parecía más a una excursión de jóvenes que a una expedición militar. Por entre los grupos iba paseando el Comandante acompañado del resto de los oficiales sin protocolo, interesándose aquí y allá por la procedencia de los reclutas y conociendo de primera mano su impresión sobre el ejercicio. A l llegar a la altura del grupo en que se encontraban nuestros amigos y tras mandar permanecer en descanso lanzo esta pregunta:

- Bien chavales, ¿de dónde sois vosotros?. Inmediatamente M ario "el M udo" poniéndose en pie y erigiéndose en portavoz del resto de sus compañeros contestó:

- A la orden mi Comandante, casi todos los aquí presentes somos del foro, perdón quiero decir de M adrid, pero también nos acompañan compañeros de Cádiz y de Sevilla y estamos encantados de hacer este ejercicio, creo hablar en nombre de todos mis compañeros al decirle que para todos nosotros está siendo muy gratificante este contacto con el desierto y más en esta noche mágica alumbrados por la belleza de la luna llena.

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A pesar de conocerle como "el M udo", el amigo M ario cuando se lo proponía era harto elocuente y es que el siempre decía "no es que fuera M udo, sino que administraba sus silencios" y solamente hablaba cuando tenía algo interesante que decir, pero esta vez se estaba superando a sí mismo. El Comandante, hombre de probada experiencia en el mando de tropa, no tuvo por menos que reconocer ante sus subordinados lo gratamente sorprendido que estaba ante la respuesta de ese recluta y manifestar no sin cierta ironía:

- Señores, he aquí a un futuro dirigente, no se si de masas, de empresa o de milicia, pero a buen seguro que allí en donde recale, sabrá defenderse dignamente solo con el uso de la palabra, enhorabuena recluta. Con estas palabras se despidió del grupo encaminándose hacia otro cercano, mientras M ario más contento que unas pascuas, era sometido a una tanda de collejas por parte de sus compañeros, que al grito de "M udo, M udo, M udo", venían a reconocer la valía de su compañero y aún más cuando recibieron la posterior visita de su Capitán que igualmente se unió a las felicitaciones. A sí las cosas y después de permanecer durante algo más de media hora en aquel lugar, fueron llamados a formar de nuevo para iniciar la vuelta al campamento.

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Era de agradecer el hecho de ponerse en movimiento pues la noche se había vuelto fresca y a pesar del jersey que vestían, estaban empezando a notar el relente, por eso iniciaron la marcha a buen ritmo. Esta vez se les permitió hablar, siempre y cuando lo hicieran sin alzar mucho la voz. El aliciente de la cama que les estaba esperando hacía que el cansancio de la marcha apenas fuera perceptible y todos con buen ánimo caminaban en agradable charleta, ocasión ideal para que se lucieran los amigos gaditanos, quienes con sus chistes fueron amenizando el viaje de vuelta. Cuando quedaba un centenar de metros para llegar al campamento, fue el propio Comandante quien dio la orden de cantar y toda la formación se puso a entonar hasta la entrada al acuartelamiento los sones de la célebre canción "M argarita se llama mi amor". Una vez que ordenaron romper filas, todos se dirigieron a la mayor velocidad a los barracones, había que acostarse rápidamente y dormir deprisa, al día siguiente, o mejor dicho ya ese día, el toque de diana no se iba a retrasar, sonaría como siempre, por tanto les quedaban pocas horas de sueño por delante. En un visto y no visto, todos estaban encamados y disfrutando de los sonoros ronquidos de A ntonio "el Cachas" quién, en cuanto caía en la cama, era presa de un profundo sueño aderezado con unos bufidos impresionantes y pobre de aquel que osara despertarle.

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Y sino que se lo pregunten a un chaval de la litera de enfrente, que se ganó una bronca de campeonato y a punto estuvo de llevarse algo más, simplemente por el hecho de llamarle la atención sobre sus serenatas nocturnos.

- Yo no ronco, Yo solamente respiro fuerte y el que no esté conforme que se vaya a dormir a un hotel, no te jodes con el señorito, además que Yo aquí no he venido por mi voluntad, así que las reclamaciones ya sabes, "al maestro armero". Desde entonces todos los demás componentes del barracón punto en boca, si bien es cierto que el que mas o el que menos también roncaba en ocasiones, la mayoría caía rendido en la cama y no se enteraba de nada así pasara por encima una manada de elefantes, solamente los imaginarias disfrutaban de tan sonoro concierto. Q ue poco dura la alegría en la casa del pobre, fue sonar el toque de diana y "el M año" irrumpió como un poseo en el barracón:

- Vamos panda de vagos, reclutones, pedazo de maricas, os quiero levantados, vestidos y formados en un santiamén, el que llegue el último a la formación se apunta la tercera imaginaria y además Yo mismo me encargaré de enseñarle "la instrucción", de manera que ya sabéis os quiero ver salir cagando leches.

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Parecía que le hubieran metido una avispa por el culo, menuda forma de gritar, a los más rezagados les saco a fuerza de berridos e improperios, se conoce que el dormir poco le había afectado y acentuado aún más si cabe el mal carácter. M enuda mala leche se gastaba el menda, tenía tan mal genio como cabezón y ese parecía que iba a ser uno de esos días con que obsequiaba a sus subordinados. Lo que mal empieza mal acaba y ese día no había comenzado muy bien que digamos, después de la consabida gimnasia y la ineludible instrucción paseando el Cetme, su compañía fue la afortunada de disfrutar de los servicios de ducha. Cualquiera que no supiera de que se trataba, estaría contento de disfrutar de una ducha y más estando en el desierto, abandonando por un día el baño higiénico y el agua salada para recibir una refrescante y confortante ducha de agua dulce, pero la cruda realidad era bien diferente. En fila de uno debían entrar en el habitáculo pomposamente denominado sala de baños y sin apenas tiempo para enjabonarse debidamente, al ritmo que mandaban los A uxiliares, recibir una tímida porción de agua sobre sus cabezas.

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Por eso, en la mayoría de los casos ni siquiera les llegaba a empapar el bañador, porque esta era otra, allí se duchaba uno con el bañador puesto, faltaría más, no querían que las duchas se convirtieran en un nido de mirones, el ejercito no toleraba desviaciones homosexuales y por tanto aplicaban la máxima de "quién quita la ocasión, quita el peligro". A sí que, a medio quitar el jabón, tenían que salir por el lado opuesto a la entrada al recinto de baños y como buenamente podían retirar con la toalla los restos del mismo. A hora es cuando echaban de menos el baño en la playa, allí por lo menos no había jabón y se secaban al aire en el camino de vuelta, pues ya le habían cogido el truco al baño y no se adentraban apenas en el mar, procurando darse un remojón y salir pitando hacia la formación. El truco estaba en llegar de los primeros a la compañía, para disfrutar de unos minutos extra para vestirse. De manera que, habiéndose quitado a duras penas el jabón, nuestros amigos llegaron al barracón, se vistieron a toda velocidad y tras proveerse de su correspondiente ración de pan, formaron para acudir al comedor.

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Esa vez su compañía fue la primera en llegar hasta allí y desde su posición fueron testigos de las carreras con las que eran apremiados los componentes de las otras compañías, algunos llegaban todavía a medio vestir, con el cinturón al cuello, jadeando por la carrera a la que les sometieron sus A uxiliares, siempre había premio para los últimos. Puestos a tener sorpresas, ese día se estaba mostrando bastante pródigo, pues a la hora de la comida se toparon con otra de ellas, ese día el menú constaba de garbanzos con patatas, lomo de cerdo empanado y fruta del tiempo. Pues bien los tales garbanzos, además de estar duros, estaban infumables, parece ser que a los cocineros se les había ido la mano a la hora de mantenerlos en el fuego y tenían un asqueroso sabor a quemado, lo que motivó las quejas inmediatas de casi todos los comensales, casi todos porque A ntonio "el Cachas" sin apenas inmutarse se metió cucharada tras cucharada y aún pidió repetir. A nte las protestas generalizadas, el Capitán de Cuartel que previamente había probado el menú o por lo menos lo que a él le habían presentado, recabó a dos Tenientes para que probaran el condimento.

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Estos, no bien lo cataron, no tuvieron por menos que reconocer que aquello era incomestible y que no había quien se lo tragara. A sí las cosas, el Capitán de Cuartel ordenó la presencia del Sargento de cocina el cual acudió a su llamada palido como un muerto. Una vez en su presencia le dijo:

- Veamos Sargento, tenemos un problema, los hombres no pueden comer esta bazofia, así que ya me dirá que les podemos dar en su lugar. - M i Capitán -musitó el Sargento- no tenemos nada preparado,

únicamente podíamos tirar de las salchichas y los huevos duros que estamos haciendo para la cena. - Bien Sargento, pues tiene veinte minutos para prepararlo, en tanto

vamos a servir el segundo plato, así que ya sabe lo que tiene que hacer. Luego ya hablaremos usted y Yo, de momento hay que dar de comer a los muchachos. Inmediatamente dio orden de servir el segundo plato, los filetes de lomo de cerdo empanados con guarnición de patatas, recibido con entusiasmo por la tropa, que de esta manera, pudo calmar el apetito hasta que les sirvieron los huevos duros y las salchichas.

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El que mejor provecho sacó de la situación fue A ntonio "el Cachas" ya que no solamente comió como el resto el menú improvisado, sino que previamente se metía entre pecho y espalda un buen plato de garbanzos, para él no había comida mala, solamente había comida.

-o0o-

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V

JUEGOS DE GUERRA

"Cuando estés en Roma, compórtate como los romanos". San A gustín

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Otro día y otro quehacer, esta vez les tocaba la primera sesión de prácticas de tiro, por ello tras el desayuno formaron para marchar junto con la 4ª Cía. al campo de tiro, campo que se encontraba a una distancia de apenas un kilómetro al norte del campamento y hasta allí marcharon en formación y a paso de maniobra, esto es de forma relajada, tras ellos marchaba un vehículo cargado con los blancos y las municiones, además de una ambulancia y los correspondientes sanitarios Una vez llegados allí, se encontraron con una explanada en la que claramente se distinguía una serie de calles marcadas con pequeños guijarros y al final de las mismas un pequeño promontorio de arena sobre el que fueron clavados unos paneles de papel, en cuyo interior se encontraba dibujada una diana. Pasaron a recibir las instrucciones de los A uxiliares de la forma en que tenían que situarse, en primer lugar tumbados boca abajo, con las piernas abiertas y apoyando los codos en el suelo, sosteniendo firmemente el arma cuya culata debía coincidir con su hombro para amortiguar el retroceso No deberían empezar a disparar hasta que no recibieran la orden para ello, si en algún momento el arma se encasquillaba, deberían levantar el brazo y esperar a que un A uxiliar acudiera hasta la posición.

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En ningún caso se moverían del lugar ni manipularían el arma tratando de desatascarla, al acabar de disparar tenían que depositar el arma sobre el suelo, a su lado y levantar el brazo. A l acabar las instrucciones fueron formando delante de cada una de las calles y por orden se fueron situando en el puesto de tirador. Una vez en la posición, fueron aprovisionados de un cargador con veinte proyectiles, los primera tanda de disparos la iban a efectuar en la modalidad de tiro a tiro, de forma que deberían colocar el mecanismo correspondiente en esta posición. A Carlos le correspondió el turno junto a A ntonio, el cual no podía disimular en su rostro la ilusión y las ganas que tenía por disparar, parecía un niño a punto de montarse en una atracción de feria. A la orden del Cabo fue el primero en situarse en posición y al grito de "fuego" descargó el contenido de su cargador como si de una ráfaga se tratara, mientras otros entre ellos Carlos, preferían espaciar sus disparos y centrarse en apuntar correctamente. Cuando toda la tanda hubo terminado sus disparos, recibieron orden de incorporarse y esperar a que un A uxiliar llegara a retirar el cargador vacio y comprobar que no hubiera quedado ningún proyectil en la recámara.

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Posteriormente les entregaron unas pegatinas de papel de color negro que deberían colocar en los impactos sobre los blancos, para de esta forma comprobar la puntuación obtenida. Para ello marcharon a través de la calle correspondiente hasta el lugar en que estaba situado el mismo y una vez allí, acompañados por un A uxiliar (aquí no valía hacer trampas) marcar los blancos conseguidos. Para sorpresa de todos A ntonio "el Cachas", aún habiendo disparado a una velocidad frenética, obtuvo uno de los mejores resultados de la serie, solamente superado por un chaval catalán del que luego se enteraron que a pesar de su juventud, era un experimentado cazador. Carlos, por el contrario, no pasó de un discreto puesto, él ya era consciente de su poca puntería lo que unido a su nula afición por las armas de fuego, había dado el resultado lógico, no sería nunca un tirador de élite. En el transcurso de la mañana se fueron sucediendo las distintas modalidades de tiro: tumbados, rodilla en tierra y de pie, sin que por fortuna surgiera ningún incidente digno de mención.

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Esa tarde en la cantina, todas las bromas fueron dirigidas hacia Pepe "el Gafas", había batido el record, su porcentaje de acierto fue el más bajo de toda su compañía, de forma que aparte del cachondeo correspondiente, fue obligado a pagar la primera ronda de cervezas. Por el contrario A ntonio "el Cachas", estuvo toda la tarde pavoneándose ante sus compañeros, presumiendo de su buena puntería y eso que él no había puesto mucha atención en las clases de teórica, pero aseguraba que "tenía un don especial" y que tendrían que cambiarle el apodo y conocerle como A ntonio "el Puntería". M ás rápido de lo que ellos se pensaban, iban pasando los días y las semanas y habían sobrepasado ya el ecuador de su estancia en el campamento. La rutina diaria, gimnasia, instrucción, baño, teórica, aderezada con actividades lúdicas tales como partidos de fútbol entre compañías. Igualmente se disputaba el concurso de Cesta y Puntos, semejante al que daban por la televisión y que aquí se jugaba entre compañías para lo cual eran elegidos los más listos de cada una y competían contestando preguntas; iba marcando el día a día, con sus consabidas merendolas en la cantina, la añorada espera del cartero portador de noticias de la familia y lo más importante de giros en efectivo y de paquetes de provisiones.

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Las veladas en la cantina con los amigos, compartiendo cervezas y estados de ánimo, eran unas veces alegres y otras tristes, pero como jóvenes que eran rápidamente pasaban de un estado a otro sin solución de continuidad. Los domingos eran especiales, después de la obligatoria misa en el patio de armas, tenían el resto del día libre, siempre que no tuvieran asignado servicio, para disfrutar a sus anchas hasta el parte de retreta, ese día estaban exentos de acudir al comedor y cada uno empleaba su tiempo libre de muy distinta manera. Los había que se dedicaban a hacer la colada y provistos de un cubo de plástico, previamente adquirido en la cantina y un paquete de detergente, se trasladaban a la zona norte del campamento. A llí, había unos depósitos subterráneos de agua salobre cubiertos con tapas de cemento, de forma que levantando una de ellas deslizaban el cubo por medio de una cuerda y lo izaban con agua para lavar la ropa. Posteriormente la ponían a secar en las cercanas alambradas, aprovechando mientras tanto para leer o escribir a la familia. Otros había que organizaban una excursión hasta la cercana playa, desplazándose para ello un poco más arriba del campamento, para una vez allí montar un improvisado pin-nic y disfrutar de un día de baño y relax.

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También los había que teniendo sueño atrasado, aprovechaban el resto del domingo para dormir a pierna suelta, habiendo incluso alguno, que llegado el caso, ni tan siquiera se levantaba para comer. Entre tanto otros aprovechaban para escribir a la familia, coser algún botón de la camisa o limpiar debidamente las botas y el correaje, en fin que cada uno lo pasaba como le apetecía, a sus anchas, sin órdenes. Incluso a veces parecía posible olvidarse del entorno y disfrutar del día libre, sin pararse a pensar el lugar en que se encontraban y lo que les rodeaba, eran jóvenes deseosos de divertirse y cualquier pretexto era bueno para ello. Benditos domingos.

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Ese día, por la tarde después de comer y tras el descanso correspondiente, otra vez teórica, esta vez el tema de la lección correspondía a las granadas de mano, su composición, denominación y forma de uso, ya que al día siguiente tendrían prácticas de lanzamiento de las mismas. Por ello esa misma tarde, después del toque de paseo, Carlos se dirigió a la oficina de la compañía a hablar con Joaquín el Furriel, a fin de pedirle que le asignara para el día siguiente el servicio de cuartelero de la Biblioteca, ya que no quería acudir al ejercicio de lanzamiento de granadas. No sentía ningún deseo de exponerse al peligro que suponía esta práctica, ya que había sido advertido por su hermano Paco de los incidentes que siempre sucedían en este tipo de ejercicios. Cuando el furriel oyó sus argumentos y dada la reciente amistad entablada entre ellos, no tuvo ningún inconveniente en complacerle y asegurarle el nombramiento para el servicio requerido, al igual que hizo con Pepe "el Gafas", que también optó por ser nombrado cuartelero de su barracón antes que acudir al ejercicio de lanzamiento. Cuando ambos le contaron a A ntonio "el Cachas" lo que habían solicitado, tuvieron que aguantar durante el resto de la jornada las bromas y el cachondeo de su compañero, que les dedicó toda clase de improperios, "nenazas, flojeras, cagaos" y otras lindezas por el estilo.

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A l contrario que ellos, él estaba deseando mostrar su fortaleza y habilidad en el lanzamiento, toda vez que allá en su barrio y durante su niñez, era uno de los componentes de su pandilla que más lejos lanzaba las piedras y eso le daba confianza para lograr los mismos resultados con las granadas de mano. Por su parte M ario, no opinaba ni a favor ni en contra, como siempre todo le parecía bien y daba la razón a todos, él por su parte no tenía inconveniente en acudir al ejercicio, siempre se limitaba a hacer lo que le ordenaban, jamás en todo el tiempo que llevaban juntos, le oyeron una queja o una objeción a las órdenes recibidas, era un tipo de un conformar excelente. De manera que esa tarde a Carlos y a Pepe les tocó pagar sendas rondas de cerveza: - Por gallinas -dijo A ntonio-, aunque sus amigos no se lo tomaron en cuenta, sabían que en el fondo no pensaba que ellos fueran unos cobardícas, simplemente eran unos tipos precavidos. A sí las cosas, esa mañana después del desayuno y tras recoger las llaves en la furrelería, Carlos se dirigió a su puesto de cuartelero de la Biblioteca. Ésta se encontraba situada en un barracón cuya mitad hacía las veces de almacén y en el resto se ubicaba la misma, amén de un espacio utilizado como peluquería y otro como sastrería.

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A llí prestaba sus servicios un veterano que se encargaba, previo pago correspondiente, de estrechar pantalones, coger bajos, arreglar chaquetillas y demás componendas para hacer más llevadera la vestimenta militar. La Biblioteca en sí estaba debidamente surtida con un gran número de volúmenes, sobre todo de novela y relato, así como de biografías, suficientes para el número de solicitantes de ejemplares, de forma que Carlos tenía por delante todo un día para deleitarse con la lectura, una de sus mayores pasiones, además de charlar con M iguel, que así se llamaba "el sastre", con quién compartió el bocadillo de media mañana al tiempo de descubrir que ambos, tenían aficiones comunes. M ientras tanto A ntonio y M ario marcharon junto con el resto de su Compañía, hasta el cercano campo de tiro donde se iban a desarrollar las prácticas de lanzamiento de las granadas de mano denominadas PO2. El citado campo de tiro lo componían unas estructuras de cemento levantadas en forma de tabique, detrás de las cuales se situaban los tiradores haciendo volar por encima de ellas las granadas lanzadas. Primero les recordaron en grupo la forma de lanzamiento y como retirar los correspondientes seguros, para después situarse uno por uno detrás del "muro" y lanzar lo más lejos posible el artefacto.

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Éste al tocar el suelo estallaba con un ruido sordo y menos espectacular de lo que se esperaba, levantando apenas unos puñados de arena. Tal y como vaticinó, A ntonio "el Cachas" fue uno de los que más lejos lo lanzó, solamente superado por un par de chavales navarros que tenían a su favor el hecho de ser pastores en la vida civil y contar además de con una gran fortaleza, con la experiencia de saber tirar piedras al ganado con fuerza y precisión. Ese día afortunadamente no se produjo ningún tipo de incidente de los que recelaba Carlos y el ejercicio se desarrolló con toda normalidad, por lo que al coincidir con sus amigos en la hora de la comida, tanto él como Pepe "el Gafas", hubieron de soportar de nuevo por parte de A ntonio, las chanzas y bromas con que los obsequió por su comportamiento. Para apaciguarle prometieron que al día siguiente pagarían las rondas de cerveza, ese día no podían por tener servicio de cuarteleros, era la única manera de apaciguar los ánimos de cachondeo de su amigo. A sí que, tras el descanso posterior a la comida, mientras los demás marchaban a las clases de teórica, ellos se reincorporaban a sus servicios de cuarteleros, por lo que de momento se libraron del chaparrón. Pero al terminar el servicio y tras regresar a su barracón después del parte de retreta, ambos se encontraron encima de sus literas sendos carteles con la palabra "cagones".

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Otra vez el vacile y el cachondeo de sus amigos al que se unieron el resto de compañeros de barracón, hasta que A ntonio se plantó en medio de la estancia y soltó cuatro gritos:

- Vamos a ver reclutones, aquí el único que tiene autorización para cachondearse soy Yo, que para esos son mis amigos, al que pille burlándose de ellos se gana una hostia, ¿estamos?. Inmediatamente se hizo el silencio y cada uno volvió a lo que estaba haciendo cesando de inmediato las bromas, así era A ntonio "el Cachas", amigo de sus amigos y no consentía que nadie se burlara de ellos y el resto ya había aprendido como se las gastaba el grandullón, por lo que se tenía ganado el respeto de todos. A pesar de ello, cuando llegó el toque de silencio se le oyó decir en voz alta:

- ¿A lgún cagoncete tiene miedo?, ¿quiere que llamemos a su mamá?. Tuvo que intervenir el Cabo para poner orden. - Imaginaria, señálame al próximo que hable que se va a apuntar

voluntario la tercera de esta noche. Y se hizo el silencio, todos sabían ya la lección.

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A la mañana siguiente les esperaba otra sorpresa, tenían que elegir destino. Esa mañana tocaba rellenar unos formularios en los que tenían que solicitar destino para cuando, una vez jurada bandera, tuvieran que incorporarse a los cuarteles correspondientes. En las dependencias del barracón que hacía las veces de biblioteca habilitaron unas mesas en las que cada miembro de la compañía era provisto de un impreso. En el mismo tenían que hacer constar la compañía a la que pertenecían, su nombre y apellidos, además del reemplazo y llamamiento. A continuación, en una serie de casillas, tenían que solicitar un máximo de tres unidades por orden de preferencia y por último consignar en un espacio reservado al efecto si deseaban hacer el curso correspondiente para aspirar al empleo de Cabo. Carlos, en primer lugar, se decantó por solicitar destino en el Cuartel General en el A aiún, Intendencia y por último Sanidad, todos ellos destinos tranquilos en apariencia. Por su parte A ntonio, solicitó primeramente Tropas Nómadas, a continuación Infantería (A uxiliar en el BIR) y por último Ingenieros.

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En cuanto a M ario, sus preferencias fueron Ingenieros, A rtillería y Sanidad. Por último Pepe "el Gafas" solicito su incorporación a la Compañía de M ar del Sahara, además completó su formulario con Ingenieros y Sanidad. Tanto Carlos como A ntonio solicitaron su inclusión en los cursos para Cabos, no así M ario ni Pepe que dejaron el espacio en blanco. Luego, a la salida, intercambiaron impresiones y unos y otros explicaron el porque de sus preferencias, quedando muy claras las intenciones de cada uno de ellos. A ntonio como espíritu indómito y aventurero se decantó por las Tropas Nómadas, aquello le sonaba a aventura, a actividades al aire libre, a experiencias inolvidables, por su parte Carlos y M ario

dejaron bien

claro que los que a ellos les apetecía era un destino tranquilo y Pepe "el Gafas" se había inclinado por la M arina, no sabía a ciencia cierta porqué, pero era algo que le atraía. A medida que se acercaba la fecha de la jura de bandera, los oficiales apremiaban a los A uxiliares y éstos a su vez a los reclutas, quedaba poco tiempo y había que afinar la instrucción sobre todo en el tema de desfilar en orden cerrado, hasta ahora las prácticas habían sido por pelotones y secciones.

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A partir de ahora, sería toda la compañía en bloque la que ensayaría las maniobras en el patio de armas, tenían que aprender a desfilar todos juntos, tal y como lo harían el día de la Jura de Bandera, día que cada vez se les antojaba más próximo. A l mismo tiempo se desarrollaba la instrucción del pelotón que se presentaba al concurso-exhibición entre compañías, así bajo el mando del primero Zambrano, alias "el Canijo", un grupo de quince hombres que posteriormente quedaría reducido a doce, practicaba una y otra vez ejercicios de orden cerrado, desfile, giros, formación, ordenes con armamento, etc... A ntonio "el Cachas" había sido escogido para formar parte del mismo, ya había quedado demostrado que el "rollito militar" le gustaba y basándose en su buen criterio, el Cabo Revuelta le había insistido al primero para que lo hiciera. Tenía por lo tanto una buena excusa para no asistir a ciertas actividades, unas veces les citaban a la hora de la gimnasia y otras a la hora de las clases de teórica, por lo que estaba encantado con formar parte del pelotón de exhibición. Por su parte tanto Carlos, como Pepe, asistían a un curso llamado "Básica de Transmisiones", no es que ellos se hubieran apuntado al mismo, pero un día les comunicaron que tenían que asistir y así lo hicieron, órdenes son órdenes.

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Se pasaban el tiempo del curso tirando cables de un lado a otro del campamento, cables que enganchaban a los bornes de unas baterías y estas a su vez a una especia de teléfonos de campaña. Otras veces la clase era teórica y les explicaban los distintos equipos y emisoras que utilizaba el ejército, la verdad que estas clases les resultaban muy amenas. M ientas M ario, había sido enchufado por el Furriel de la compañía y le echaba una mano en la oficina, con lo que se escaqueaba de muchas obligaciones y por supuesto su influencia le sirvió para evitar que él y sus amigos tuvieran que realizar servicio alguno. Faltaban apenas quince días para la fecha fijada en la que se iba a llevar a cabo la jura de bandera, se lo habían comunicado apenas unos días antes y ya sabían que las cercanas Navidades las iban a pasar en los cuarteles respectivos a los que fueran destinados. Todos estaban ansiosos por conocer sus destinos y el que pudo ya había movido los hilos de las influencias y los "enchufes", alguno había que tenía seguro el sitio al que iba a ir destinado, como M iguel un compañero de barracón que tenía un tío suyo que era Comandante y estaba destinado en el Cuartel General, ya sabía que su destino era ese y por tanto estaba muy tranquilo.

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Igual que los destinados a la Policía Territorial, que sabían nada más llegar al BIR cual era su destino. Y es que estos llegaban ya asignados a esas Unidades desde la misma Caja de Reclutas y se integraban en una compañía específica dentro del campamento, con una uniformidad y formación propia. Por el contrario, cundía la zozobra entre el resto por una causa principalmente, ir destinados a Tropas Nómadas. Verdad o mentira, eso no lo sabían, pero lo cierto es que corrían toda clase de rumores sobre las calamidades que se pasaban en esas unidades, que si los nativos, que si los camellos, que si las patrullas, que si la dureza de sus mandos, en fin que más de uno estaba "acongojado", no así A ntonio "el Cachas" que estaba deseando que salieran ya los destinos y que el suyo fuera el que había solicitado en primer lugar, ya se veía cabalgando a lomos de su camello. Entre tanto los día iban trascurriendo sin apenas novedades, seguían con la instrucción, las tablas de gimnasia y de más actividades del campamento, solamente hubo un suceso que vino a sacarles de la rutina diaria.

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Ocurrió que un efectivo de la guardia sorprendió en la playa a un recluta en actitud más que cariñosa con una mujer que se dejaba ver por el campamento, era conocida como "La Jana". A unque no era seguro que este fuera su verdadero nombre, ya que según los más veteranos, ésta no era la verdadera, al parecer era un nombre de guerra que adoptaban las mujeres que hasta allí se desplazaban a complacer sexualmente a la tropa. M ujeres que movidas por la necesidad y la miseria, vendían sus favores a cambio de unas pocas pesetas, aunque había que estar muy apremiados para acudir a solicitar sus servicios. Pero lo curioso de este incidente es que el citado recluta, verdadero especialista en el arte del escaqueo y uno de los más conflictivos del campamento, estaba rebajado de servicio por una fractura en un pie, fractura que se produjo precisamente en una de sus correrías al saltar desde el tejado de los garajes, al que se había encaramado con la intención de gastar una novatada a un compañero. No acudía por tanto a las sesiones de instrucción, pero ello no le impedía ejercer otra clase de ejercicio y aprovechando que los demás miembros de la compañía estaban ejercitándose en el patio de armas, él se desplazó hasta la cercana playa para hacer sus "ejercicios" en privado.

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Como quiera que se ayudara de un par de muletas para desplazarse ante la imposibilidad de plantar el pie en el suelo, las había depositado en el suelo mientras llevaba a cabo su maniobra. Pero he aquí, que al acercarse el soldado de guardia y dar el alto a la pareja, la mujer sorprendida y asustada, se levantó de un salto al tiempo que se recomponía la vestimenta y ni corta ni perezosa agarró las muletas y emprendió veloz carrera playa abajo hasta desaparecer de su campo de visión. Las carcajadas del soldado de guardia se mezclaban con los gritos y los juramentos de desesperación del recluta que veía como la mujer se alejaba corriendo como alma que lleva el diablo y se llevaba su medio de apoyo. Tuvo que quedarse sentado en el sitio en que estaba a la espera de ayuda para desplazarse hasta su barracón, ayuda que le fue brindada por un par de compañeros enviados por el Cabo de su compañía y que le acompañaron no hacia las dependencias de la unidad sino directamente a "la pavera", a la espera de instrucciones. Estaba seguro que esta vez le iba a caer un buen paquete, como así fue, le condenaron a no poder jurar bandera con el resto de sus compañeros y a repetir campamento

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En virtud de lo cual, posteriormente quedó asignado como A uxiliar en el mismo y paradojas de la vida, luego resultó que fue uno de los más severos en el trato con los reclutas. Tipos así eran fáciles de encontrar entre los A uxiliares, resentidos con sus superiores, eternamente cabreados y dispuestos a hacer la vida imposible a todo el mundo, volcaban su frustración y su mala leche entre los chavales a su cargo. M enos mal que afortunadamente no siempre era sí y también existían entre ellos excelentes personas, que aunque rectos en lo referente a la instrucción y el orden, luego tenían un comportamiento de camaradería para con los "chavales", al fin y al cabo eran compañeros que habían llegado después que ellos, pero que iban a pasar las mismas calamidades y penurias a las que todos estaban sometidos. Este suceso fue largamente comentado en el campamento e incluso el "Páter" se permitió en una de sus arengas durante la misa del domingo, hacer referencia al mismo al decir: - Para ser un buen soldado de la Patria, al mismo tiempo que buen

cristiano, hay que tener muchas ganas y dejarse de janas haciendo un juego de palabras con el nombre de la mujer. -o0o-

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VI

EL DESTINO

"La vida es aquello que te va sucediendo mientras te empe単as en hacer otros planes". John Lennon

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Por fin llegó el deseado momento de conocer los destinos, ese día les iban a comunicar el sitio y el arma o cuerpo al que habrían de incorporarse tras su jura de bandera, jura que ya tenía una fecha asignada, sería el segundo domingo de Diciembre, todo esto lo supieron ellos antes que el resto de compañeros gracias al chivatazo de Joaquín, “el Furriel”. La mañana transcurrió con toda normalidad y tras la correspondiente sesión de gimnasia, instrucción y el consabido baño higiénico, acudieron al comedor como de costumbre, pero una vez allí y antes de dar la orden para que pudieran sentarse, el oficial al mando les dijo las siguientes palabras:

- A l finalizar el almuerzo podrán comprobar en las oficinas de sus respectivas compañías, las listas con los destinos adjudicados, ahora pueden sentarse. Ni que decir tiene que todos comieron ese día a la velocidad del rayo, en esta ocasión eran los reclutas los que atosigaban a los A uxiliares para que acabaran cuanto antes y así poder abandonar el comedor lo antes posible. Cuando éstos y los del resto de las compañías acabaron de dar novedades señalando el fin de la comida, recibieron la orden de abandonar el comedor y entonces se produjo la estampida.

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A l paso ligero, a la carrera, a toda leche, cada uno emprendió camino hacia la oficina de su compañía, los hubo más rápidos y más lentos, pero todos, tuvieron que esperar todavía un rato hasta que “el Furriel” salió del barracón y procedió a colocar en el exterior del mismo las listas con los destinos. Y empezó el baile, las sorpresas, las alegrías, las decepciones, hubo para todos, los que se amontonaban ansiosos para ver su suerte y los que esperaban pacientemente a que se despejara el mogollón allí formado. Entre los presurosos estaba A ntonio "el Cachas" que hacía valer su corpulencia para situarse en primera fila, al tiempo que abría paso a sus compañeros M ario y Pepe, mientras Carlos se había quedado rezagado. Sentimientos encontrados le embargaban en ese momento, por un lado ansiaba como el resto de sus compañeros saber el destino que le había correspondido, pero por otro lado temía conocerlo y que no le hubiera acompañado la suerte, él no era una persona que tuviera mucha confianza en su fortuna para estas cosas y era consciente que su próximo futuro dependía del azar. Pero la suerte ya estaba echada y las cartas repartidas, así que sin más preámbulos se acerco a las listas allí expuestas.

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A ntes de llegar hasta donde estaban las relaciones ya supo por los gritos de "el Cachas" que este había tenido la suerte de su lado, efectivamente a todo aquel que quisiera oírle el gigantón le gritaba:

- Tropas Nómadas, me ha tocado a patrullar el desierto, joder como me lo voy a pasar. Y además a Smara, voy a conocer mundo. A l verle aproximarse, se abrazó a él y le estrujó hasta casi dejarle sin respiración.

- Hombre Carlos, lo siento por ti pero no te preocupes que ahí estaré yo para salvarte el culo. Las palabras de su amigo le dejaron casi paralizado, pero haciendo de tripas corazón se repuso y empezó a buscar su nombre para luego seguir con el dedo la línea correspondiente en busca del destino asignado. Tropas Nómadas, efectivamente le había tocado "la china", no sabía como, ya que era un destino que él ni siquiera había solicitado, aunque más tarde se enteraría que el regalito se lo tenía que gradecer al famoso curso de "telefonista". Una vez más, la suerte no había querido ponerse de su lado, menos mal que ya estaba acostumbrado a estos reveses.

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Dentro de su infortunio por lo menos tuvo la agradable noticia de que compartiría destino con su amigo, él también había sido asignado al Grupo I de Tropas Nómadas con sede en Smara. Por su parte M ario fue destinado a Sanidad, concretamente a El A aiún, mientras que Pepe "el Gafas" logró su deseo de ser marinero en el desierto, fue destinado a la Compañía de M ar del Sahara. A hora tocaba comunicarlo a la familia, pero había que adornarlo, no era cuestión de preocuparles más de lo que ya estaban, de forma que esa misma tarde escribió

comunicándoles su nuevo destino,

empleando para ello una de sus armas preferidas, la ironía.

"Q uerida familia: Después de unos cuantos días de incertidumbre esperando saber cual iba a ser nuestro destino tras la jura de bandera, hoy por fin nos lo han comunicado y otra vez he tenido suerte, voy a poder ampliar mi currículum, se conoce que se han enterado de mi trabajo y de lo mucho que me gusta viajar y se han dicho, pues nada a este le enviamos a hacer turismo al interior. Y como quiera que, la mejor forma de hacer turismo sea conocer lugares desconocidos y exóticos, puestos a escoger han optado por uno de los más exóticos, la Ciudad Santa del Sahara.

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A sí que, han tenido la deferencia de enviarme a Smara y para que me pueda meter bien en el papel pues han dicho ¿y a que cuerpo le mandamos? pues al más viajero, al más espectacular, al que más se patea las arenas del desierto, al que recorre las rutas de las grandes caravanas, o sea a Tropas Nómadas. Concretamente al Grupo I de la A grupación de Tropas Nómadas del Sahara, nombre que viene dado porque en sus desplazamientos actúan lo mismo que los nómadas del desierto, donde les dan las doce comen y donde les llega la noche duermen, sin problemas para eso les entrenan y cuentan en sus filas con nativos que les acompañan. Como veréis todo una pura diversión, un jolgorio, vamos que casi me hacen pagar por la estancia en dicho cuerpo, además que como es un cuerpo de élite las plazas allí están muy solicitadas, de forma que tengo que dar gracias de que hayan pensado en mí para formar parte de tan insigne unidad. Por si todo esto fuera poco, además los componentes de la misma se distinguen del resto de las unidades por llevar un uniforme diferente, más elegante, hasta con corbata y zapatos en vez de botas, lo que os digo todo un privilegio del que he sido invitado amablemente a participar.

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Eso sí me han contado que allí hace un poco más calor y que la playa, aunque es inmensa, queda un poco alejada del mar, pero que por lo menos podré ligar todo el bronce que quiera. Y que si tengo un poco de suerte, ¿más aún?, podré incluso montar en camello. Q ue bien lo que Yo más anhelo en este mundo, montar en la chepa de uno de estos bichos. Bueno, pues ya sabéis lo que me espera, pasar las próximas Navidades debajo de una palmera y esta vez de verdad no las de cartón piedra que ponen en los nacimientos de por ahí, además dentro de mi inmensa fortuna he sido agraciado con otro premio gordo y no lo digo por su volumen. A ntonio "el Cachas" ese chico del barrio del que ya os he hablado otras veces, será mi compañero de partida, a él también le ha tocado el mismo destino, o sea que por lo menos nos haremos mutua compañía, además que a su lado uno se lo pasa en grande, siempre está dispuesto a liarla, siempre de cachondeo y con un sentido de la amistad a prueba de bomba. Pero ya le he avisado, como yo salga de Cabo, se acabaron las confianzas, te voy a tener muy marcado, bueno se lo he dicho y he salido corriendo para que no me soltara un buen sopapo.

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Bien por hoy nada más, aprovecho para recordaros que me mandéis el giro, que estoy un poco apretado de pasta y se aproximan días de mucho gasto, ya sabéis la cosa de las fiestas, los polvorones, etc… Recibid todos muchos besos y abrazos de vuestro particular "Law rence de A rabia" Sabía que esta carta iba a ser examinada con lupa, sobre todo por parte de sus hermanas, verdaderos sabuesos, que tratarían de detectar su estado de ánimo a través de lo que en la misma les contaba, por ello se esmeró en parecer optimista y risueño, cuando en realidad era todo lo contrario. El destino Tropas Nómadas le había dejado hecho polvo, sus peores augurios se habían cumplido y de nuevo la suerte le había dado un pase cambiado, otra vez tenía que sobreponerse y afrontar lo que el destino le deparaba. Y se puso a la tarea en ese mismo momento, así que se encaminó a la cantina en busca de sus amigos y una vez allí brindó con ellos por la suerte dispar de cada uno, Pepe que iba a ser marinero sin barco, M ario todo un sanitario y A ntonio "el Cachas", el más feliz de todos, que ya se veía participando en mil correrías por el desierto.

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Sus amigos también le felicitaron a él, ¿no le llamaban "el Viajero?, pues ahora iba a poder hacer un viaje de aventura de esos que tanto le gustaban y además con todos los gastos pagados. No le quedó mas remedio que aceptar de buen grado las bromas de sus compañeros, era consciente de que en estas situaciones lo mejor era frontarlas con humor, como ya hizo cuando se enteró que le había tocado hacer la mili en Á frica. -o0oFaltaba menos de una semana para el día de la jura y era llegado el tiempo de cerrar una serie de actividades desarrolladas a lo largo del periodo de campamento. Durante esos días se celebró la final de "Cesta y Puntos" que enfrentó a la segunda y la cuarta compañía, siendo los vencedores estos últimos, el concurso de pelotones de orden cerrado que consiguió la sexta compañía y la final del campeonato de fútbol, donde alcanzó el triunfo la primera compañía sobre la quinta. La tarde previa a la fecha fijada para la jura, tras el último ensayo de la misma y aprovechando la celebración del triunfo de su compañía y la entrega de trofeos a sus componentes, el Capitán Hinojosa reunió a todos los reclutas bajo su mando y les dirigió unas palabras:

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- Q uiero felicitar a los componentes del equipo de fútbol por la victoria conseguida y también a todos los demás participantes en los distintos campeonatos por el esfuerzo y la dedicación a los mismos. - Sé, que muchas veces habéis tenido que retraer tiempo a vuestras horas de recreo para entrenaros ó para estudiar y por eso entiendo que el mérito contraído es mayor aún. - En unos pocos días marcharéis a vuestras unidades de destino y nosotros nos quedaremos con vuestro recuerdo y con la satisfacción de haber cumplido con los objetivos que nos fueron marcados por nuestros superiores. - Solamente me queda desearos que tengáis mucha suerte al tiempo que espero y deseo que vuestro paso por esta compañía, haya servido para adquirir una formación y una serie de conocimientos que os puedan ser útiles allá donde vais. - A l mismo tiempo quiero agradecer a todo el personal bajo mi mando, Oficiales, Suboficiales y A uxiliares, el esfuerzo y la dedicación prestada en la formación e instrucción impartida. - Los ejércitos son grandes en la medida que lo son sus componentes y puedo desde aquí afirmar que el Ejército Español, cuenta con los mejores soldados del mundo.

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- A hora vais a ir pasando en orden por la furrelería en donde os harán entrega de unos vales para la cantina para que podamos todos brindar y celebrar el triunfo de vuestros compañeros. A sí lo hicieron nuestros amigos y una vez recogido el vale, correspondiente a una cerveza y un bocadillo, se encaminaron a la cantina a fin de canjear el mismo y disponerse a pasar la última tarde de reclutas. A l día siguiente ya serían soldados y disfrutarían de los mismos derechos que los veteranos del campamento ó por lo menos eso pensaban ellos. Por fin llegó el tan ansiado día de la jura de bandera, la mañana presentaba un magnifico aspecto con un sol radiante y una excelente temperatura. Todo el campamento lucía sus mejores galas y mostraba un aspecto inigualable, para ello se habían empleado a fondo desde dos días antes, pintando los barracones, barriendo a fondo sus calles y el patio de armas donde iba a tener lugar la ceremonia. A demás todo el personal de servicio en ese día, había pasado previamente el control de la minuciosa lupa del Capitán Portolés de la 4ª Cía. que ejercía las labores de Capitán de Cuartel, un maniático de la limpieza y el orden y un severo observante de la uniformidad.

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Las gradas habilitadas para los invitados, las banderas que jalonaban el camino desde la entrada al campamento hasta el patio de armas, los gallardetes que bordeaban el perímetro de éste, hasta las piedras que enmarcaban los viales habían sido previamente pintadas de blanco, todo en definitiva, refulgía bajo el sol de Diciembre. En las distintas compañías, la tropa que esa mañana había disfrutado de un desayuno especial, se preparaba para la ceremonia terminando de poner a punto su indumentaria y su armamento. M ientras, los A uxiliares paseaban nerviosos de un barracón a otro, apremiados por los Oficiales para terminar de poner a punto la formación de las unidades, repasando botas, Cetmes, correajes y haciendo hincapié en la perfecta colocación de gorras, al tiempo que daban las últimas indicaciones. A una hora convenida, la compañía estuvo prepara y formada para ser revistada por el Capitán. Todos perfectamente alineados, solamente fue necesario un par de modificaciones en la formación, algún ajuste de correaje y listos para comenzar la ceremonia de la jura. A continuación, les dirigió unas breves palabras con las últimas instrucciones:

173


- Ya sabéis, si alguno pierde al paso no hay que ponerse nervioso,

se da un pequeño saltito tal y como os hemos enseñado y se corrige el error, tened además mucho cuidado en mantener el Cetme recto a la hora de desfilar, sujetarlo con fuerza cuando hagáis los movimientos, veamos si es posible que a nadie se le caiga el arma, sobre todo coordinación y precisión a la hora de los giros, estar muy atentos al compañero que os preceda para no perder la alineación. - Si durante la ceremonia alguno se siente indispuesto, será retirado al final de la formación por los compañeros que estén a su lado, mientras el resto corregirá su posición. - Vamos a demostrar que somos la mejor compañía, suerte y al toro. M ientras en el patio de armas, las gradas montadas a ambos lados de la tribuna central se iban poblando de invitados al acto entre los que

se

encontraban

familiares,

oficiales

libres

de

servicio

acompañados de sus esposas, así como personal civil que había acudido desde El A aiún. Las Juras de Bandera, además de un acto puramente castrense, constituían un acontecimiento social en la población al tiempo que un divertimento, por lo que solían aprovechar el mismo para relacionarse entre sí.

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Igualmente habían acudido muchos soldados de las unidades destinadas en la ciudad, unos por curiosidad y los más por acompañar a paisanos, amigos y conocidos en ese día tan especial. A llí estaban Policías Territoriales, Nómadas, Legionarios, Paracas, Pistolos, etc... y todos componían un mosaico de color con sus diferentes uniformes, entre los que destacaban los miembros de la Compañía de M ar, con el característico uniforme blanco de la marina. A l toque de llamada, interpretado por la banda de música de La Legión, las compañías hicieron acto de presencia en el patio de armas a paso ligero, desplegándose a lo largo y ancho del mismo hasta ocupar las posiciones previamente asignadas frente a la tribuna presidencial. Esperaron todos formados hasta que hizo acto de presencia la autoridad que iba a presidir el acto, se trataba del General Jefe del Sector del Sahara, procedente de Las Palmas, que hizo su entrada acompañado del Comandante del BIR. El General pasó revista a una compañía de La Legión que le rindió honores y a continuación pasó a situarse en el lugar preferente de la tribuna. Seguidamente todas las unidades presentaron armas para recibir a la enseña, ante la que tendrían que efectuar el juramento, ésta era la Bandera del III Tercio Sahariano de La Legión, Don Juan de A ustria con sede en El A aiún, que hizo su entrada al patio de armas escoltada por un Oficial y dos Suboficiales del Tercio.

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Con todo dispuesto, empezó el acto propiamente dicho. Después de unas palabras del Comandante M anzanares y tras prestar el juramento colectivo, fueron desfilando en fila de a uno hasta llegar al punto donde se hallaba la bandera para una vez allí proceder a descubrirse y besar la enseña. Posteriormente desfilaron de tres en fondo bajo la bandera y terminaron con el desfile de las unidades ante las autoridades. Los desfiles los realizaron bajo los sones de diversas marchas militares y pasodobles entre los que destacó por su significado el tema de "Las Corsarias", que fue interpretado por todos los presentes a viva voz. Carlos sintió como el bello se le erizaba al escuchar las primeras estrofas de la canción "allá por la tierra mora, allá por tierra africana, un soldadito español de esta manera cantaba..." Fue uno de los momentos más emocionantes de la ceremonia junto con el paso, acompañado de sus amigos, por debajo de la enseña nacional. A l finalizar el acto y tras la retirada de la Bandera y del General que lo había presidido, las unidades se retiraron por el mismo sitio por el que habían llegado entre los aplausos de los asistentes, familiares y amigos.

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Todo se había desarrollado a la perfección y sin incidentes dignos de mención, salvo alguna que otra indisposición entre los reclutas, el acto había sido todo un éxito y los Oficiales estaban orgullosos de la labor realizada. Una vez que llegaron a su compañía, los A uxiliares les ordenaron entrar en los barracones "a toda leche" como siempre, a dejar el armamento y salir de nuevo a formar y ahora sí, ahora llegó la esperada orden:

- Soldados, rompan filas. Soldados, ya eran soldados. Y se desató la euforia, dando rienda suelta a la emoción hasta ese momento contenida. A ntonio, Carlos, M ario y Pepe, se fundieron en un abrazo colectivo, se culminaba el tiempo de instrucción, habían superado el campamento, ahora llegaba lo desconocido, pero no era momento de pensar en ello, era momento de disfrutar con los compañeros. Todos juntos posaron en una foto colectiva con los Oficiales, Suboficiales y A uxiliares de sus compañía, era la foto para el recuerdo, la que pasados los años contemplarían con añoranza. Le siguieron muchas más, con compañeros, con paisanos, en grupo y en solitario.

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Luego antes de la comida, marcharon todos juntos a la cantina, había que celebrarlo pero con moderación. Ese día el menú era especial y había que saborearlo, no era cuestión de agarrar una cogorza antes de tiempo, así que unas pocas cervezas y a formar para acudir al comedor.

M enú especial de la Jura de Bandera

Consomé de A ve Entremeses Variados M erluza a la Romana con Ensalada Pata de Cerdo al horno con Patatas Panaderas Vino y Cerveza Postres: M elocotón en A lmíbar y Tarta Café, Copa y Puro

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La algarabía del comedor era tolerada por los oficiales y los A uxiliares. La comida estaba presidida por el Comandante acompañado de su Plana M ayor y todos participaban del jolgorio y el buen humor reinante, únicamente hubo un momento especialmente serio y éste fue cuando el Comandante después de ordenar silencio, lanzó el siguiente brindis.

- Q uiero desde aquí alzar mi copa por vuestras familias, por aquellos a los que les hubiera gustado acompañaros en un día tan señalado, sé que les echáis de menos pero aquí tenéis a vuestra otra familia. - Permitidme también que brinde por vuestros superiores, así como por todo el personal auxiliar que ha colaborado en vuestra formación y al que desde aquí quiero felicitar. - Y permitidme por último, desearos la mejor de las suertes allá a donde el destino os lleve, ha sido un honor teneros bajo mi mando. - Soldados VIVA ESPA ÑA . Todos al unisonó contestaron con un estruendoso viva, al tiempo que alzaban sus copas para acompañar en el brindis.

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Ese día A ntonio no dejó ni rastro en los platos, amén de trasegarse el solito una botella de vino y dos cervezas, se metió entre pecho y espalda dos raciones de tarta, amén de los correspondientes trozos de melocotón que le correspondieron y los que no, pues también se encargó de los de M ario y de los de Carlos. Terminada la comida, todo el recinto del comedor era una inmensa humareda, quién más, quién menos había encendido los puros y echaba humo al tiempo que saboreaba la copa de licor. Todos estaban felices y contentos a excepción de los componentes de la cuarta compañía, para su desgracia les correspondía el servicio de limpieza del comedor, así que había que apechugar con el trabajo antes de seguir con la diversión. Cuando abandonaron el recinto, la mayoría se encaminó hacia la cantina, había que continuar con la celebración y que mejor sitio para hacerlo que allí, mientras otros cuantos se marcharon al barracón a tratar de descansar un poco de las emociones vividas. Carlos aprovechó para escribir a la familia, sabía que luego por la noche no tendría ganas de hacerlo además de suponer que tampoco estaría en condiciones de ello, se presagiaba una tarde movidita.

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La verdad es que no se extendió mucho en la carta, les relató el acto de la jura y poco más, no se pudo concentrar mucho en la escritura pues los compañeros que había en ese momento en el barracón, empezaron un recital de cantos regionales que poco a poco iba subiendo de volumen e intensidad, de forma que aplicando el dicho "si no puedes con tu enemigo, únete a él", Carlos también se animó y dejó constancia de su voz de barítono en el improvisado coro. A llí se oyeron jotas, muñeiras, sevillanas, fandangos, pasodobles y toda suerte de canciones, de campamento, de la tuna y de las que se solían cantar en las excursiones de jóvenes, porque eso eran ellos, jóvenes que por un momento se olvidaban de donde estaban y daban rienda suelta a su alegría y a su buen humor, el sentimiento general era de euforia, se había superado una etapa más o menos dura, según cada cuál. Esa tarde en la cantina no cabía un alfiler, solamente se habían quedado en los barracones los cuarteleros y los A uxiliares que conocedores del momento especial que los demás vivían, se retiraron discretamente, aprovechando para reunirse en el barracón que hacía las veces de almacén a degustar una improvisada merienda, también ellos recibían paquetes y en esta ocasión hicieron fondo común y tuvieron su particular celebración, estaban felices, la jura de un nuevo reemplazo venía a significar que su tiempo de estancia en el campamento se acortaba, ya quedaba menos para su licenciamiento.

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Gracias a la corpulencia de A ntonio, pudieron aproximarse a la barra y conseguir que les sirvieran una caja de botellines de cerveza, de forma que una vez conseguido su objetivo, los cuatro salieron de la cantina con su apreciada carga y se encaminaron a la cercana playa. A ntonio y M ario portaban la caja mientras Carlos y Pepe les seguían los pasos, los cuatro iban cantando a voz en grito al tiempo que saludaban a los compañeros que se encontraban por el camino. El Sol estaba declinando en el horizonte y la tarde aún conservaba una tibia temperatura. Buscaron un lugar en la arena y se sentaron a contemplar el espectáculo. De eso se trataba, de un espectáculo que cada día se ofrecía gratuitamente a quién quisiera asistir al mismo. Eran unas puestas de sol espectaculares las que se divisaban desde allí. A l igual que el amanecer sobre la línea del horizonte, enmarcada por la cadena de dunas próxima al campamento. Y que decir de las noches, nadie que no haya pasado una noche en el desierto podrá comprender la belleza de la contemplación de ese mar de estrellas, de ese firmamento cuajado de puntos luminosos que forman la bóveda celeste.

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A ellos, que eran muchachos de ciudad en donde la luminiscencia nocturna no permite apreciar más allá de unas pocas estrellas, la visión de el cielo nocturno les dejaba boquiabiertos, era un espectáculo que se representaba cada noche y que a todos impresionaba. Incluso a A ntonio, que en una ocasión mientras contemplaba el cielo durante una visita al "campo de las margaritas" no tuvo por menos que exclamar:

- Joder tíos, solamente por ver esta maravilla merece la pena estar aquí. M ás adelante, tendría ocasión de contemplar muchas noches como esas e incluso mas bellas. A llí sentados, fumando cigarrillos y bebiendo cerveza a la par que saboreaban el crepúsculo, cada uno de ellos dejó vagar su mente por diferentes derroteros. Pepe "el Gafas" al contemplar las olas que mansamente venían a romper en la orilla, pensaba en sus compañeros del A yuntamiento, allá en M adrid, en cuanto pudiera les iba a mandar una foto vestido de marinero, menuda sorpresa se iban a llevar, con el cachondeo que se habían traído con eso de que le tocaba barrer el desierto.

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Por su parte M ario, ya se veía poniendo inyecciones a diestro y siniestro, estaba feliz porque le dejaban en El A aiún cerca de Pepe con quién había hecho muy buenas migas, pero a la vez sentía que sus otros amigos se tuvieran que marchar tan lejos, con lo bien que lo pasaban los cuatro juntos. A quel "comando Troya" que se formó en la Estación de A tocha, debía disolverse. M ientras tanto Carlos, sentado en la arena, contemplando la puesta de sol y acompañado de sus amigos, se sentía el hombre más feliz del mundo, pero no por ello dejaba de preguntarse en su interior como sería su destino en Smara, él no era un tipo intrépido como A ntonio y estaba un poco preocupado por lo que le esperaba, - En fin - se dijo a si mismo - hay que tirar para adelante - de momento había pasado el campamento y con ello casi tres meses de mili, ya le quedaba menos. A jeno a las divagaciones de sus amigos, A ntonio se preguntaba si habría suficiente cerveza para todos o tendrían que echar a suertes quién debería ir a por una nueva provisión. A él no le preocupaba el futuro como no le preocupaba el presente, su filosofía de vida es "vive y sé feliz" y se aplicaba al máximo en ello. Por eso al ver a sus amigos tan enfrascados en sus propios pensamientos, les reconvino:

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- Venga tíos, que ya hemos pasado lo peor, lo más duro, ahora a vivir en el cuartel, con nuestras sabanitas limpias, nuestro rancho bien guisadito, nuestra ducha y nuestro w áter, además podremos salir de paseo, ver chavalas, ir al cine. Cuando queramos darnos cuenta estaremos casi licenciados y llevándonos un camello de recuerdo para casa, pero vivo, para que lo monten los chicos del barrio. A l oír sus palabras los demás no tuvieron por menos que reírse de su ocurrencia, efectivamente ya habían pasado lo peor ó por lo menos eso creían, la vida en los cuarteles no podía ser tan dura como en el campamento, sobre todo en lo tocante a las condiciones higiénicas. Poco a poco el Sol se ocultaba allá en lontananza, se acababa un día pleno de emociones para ellos ¿qué les depararía el futuro?, eso estaba aún por ver. -o0oA ún pasaron varios días en espera de incorporarse a sus destinos, pero por fin llegó el día. A ntes de abandonar el campamento definitivamente,

nuestros

amigos

se

prometieron

mutuamente

escribirse y mantenerse en contacto y trás un abrazo de despedida cada uno se dirigió al punto de reunión asignado, para partir hacia sus respectivos destinos.

185


En el centro del patio de armas se encontraban alineados una serie de camiones y en cada uno de ellos habían colocado un cartel con la unidad de destino. Carlos y A ntonio con el petate a cuestas, se encaminaron hacia el que llevaba el distintivo de la A .T.N., allí les esperaba un Cabo de esa unidad que les dio la bienvenida:

- Bienvenidos Nómadas, ir formando para poder pasar lista antes de subir al camión. Ya no eran reclutas, ahora eran nómadas, un nombre que encerraba todo un halo de misterio y de prometedora aventura. Había llegado el momento de abandonar para siempre el lugar donde habían pasado casi tres meses de su vida y en su cabeza aún sonaban los sones de aquella canción que entonaban cuando desfilaban:

- ..."Primera compañía, primer batallón, campamento de la playa, en el Sahara español"...

186


EPÍLOGO

187



Poco a poco, según se alejaba el camión que los llevaba, se iban perdiendo en el horizonte las torres que flanqueaban el arco de entrada al campamento, allí dejaban amigos, camaradas de aventura y de infortunio, con los que habían compartido tiempo de alegrías, de tristezas y de emociones; tiempos vividos de su juventud. Se cerraba un capítulo de sus vidas, del que no eran aún conscientes de la importancia que el mismo iba a representar pasados los años. Pero como eran jóvenes, para ellos solamente existía el presente y el futuro y si el primero era la novedad del viaje, el abandono del campamento y la despedida de los amigos, el segundo aún no tenía un significado claro, sabían que se enfrentaban a nuevas vivencias, a nuevos descubrimientos, su afán por vivir la vida a tope les llevaba a no preocuparse por el mañana, el mañana será otro día y ese día aún!estaba por llegar. A partir de aquí empezaba un tiempo nuevo para ellos. Pero esa será otra historia.

FIN 189



A NEXO

191



HORA RIOS EN EL BIR Nº 1 7,00

Diana

7,15

Desayuno

7,30

A seo personal

8,00

Gimnasia

9,00

Instrucción

10,00

Parada para el bocadillo

10,30

Instrucción

12,30

Baño higiénico ó ducha

13,30

Comida

14,00

Vuelta a los barracones

14,15

Reparto del correo

15,00

Teórica

18,00

Paseo (tiempo libre hasta la hora de cenar)

20,30

Cena

21,30

Retreta

22,00

Silencio

193



LOS RECLUTA S CA RLOS (El Viajero)......... Carlos de la Cruz Ballester, 21 años Trabaja en Viajes M eliá como A dministrativo. PEPE (El Gafas)................ José Cortés Hernando, 22 años A uxiliar A dministrativo en el A yuntamiento de M adrid. A NTONIO (El Cachas)........ A ntonio Crespo M artín, 21 años Trabaja como mozo de almacén. M A RIO (El M udo).............. M ario Conde Díaz, 21 años Trabaja de dependiente en una ferretería. PERSONA L DEL BIR Nº 1 Comandante Jefe

Rafael M anzanares del Castillo

Capitán 1ª Cía.

Serafín Hinojosa A ntúnez

Teniente 1ª Cía.

Francisco Palomares Infante

Teniente 1ª Cía.

Lorenzo Buesa Hidalgo

Cabo Furriel

Joaquín Contreras López

Cabo 1º

Enrique Zambrano Rico "El Canijo"

Cabo

M atías Revuelta Ruiz

A uxiliar

M iguel Olivan Delgado "El M año"

195



ÍNDICE DE CA PÍTULOS

• Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11 • I La Partida . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15 • II Rumbo a Á frica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41 • III Empieza el Baile . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61 • Testimonio Gráfico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 93 • IV Escenas Cotidianas . . . . . . . . . . . . . . . . . 105 • V Juegos de Guerra

. . . . . . . . . . . . . . . . . 139

• VI El Destino . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 161 • Epílogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 187 • A nexo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 191

197



A GRA DECIM IENTOS A todas aquellas personas, familiares, profesores y amigos, que en mi infancia y juventud, lograron despertar en mí la pasión por la lectura. A mi familia más cercana, que en todo momento me animó a llevar a cabo este proyecto. A mis compañeros Veteranos del Sahara con cuyas aportaciones en forma de anécdotas, fotografías y relatos han colaborado a la creación de esta obra, solicitando de antemano su perdón por los errores que puedan apreciar. A las personas y entidades que me han prestado su apoyo para la creación de este libro.

-o0o-

Este libro se terminó de escribir en M adrid, en Febrero de 2010

199


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