Manuel López de Almoradí. Escritos para el recuerdo

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Manuel López de Almoradí-Escritos para el recuerdo.



Manuel López de Almoradí-Escritos para el recuerdo

p Manuel López López


Primera edición: marzo 2017 © Derechos de edición reservados. Edición: Editorial Círculo Rojo. www.editorialcirculorojo.com info@editorialcirculorojo.com

© Miguel Ángel López Andújar Miguel Ángel López Pérez: transcribir el texto de las libretas escrito a mano a Word. Diseño de portada y contraportada. José Joaquín López Andújar: corrección ortográfica. Texto del prólogo, epílogo y contraportada. Miguel Ángel López Andújar: Edición del Libro Fotografía de cubierta: © El Autor Diseño de portada y contraportada: © Miguel Ángel López Pérez Maquetación: Almudena Salinas ISBN: 978-84-9160-021-3 DEPÓSITO LEGAL: AL 1983-2016 Ninguna parte de esta obra puede ser reproducida por algún medio, sin el permiso expreso de sus autores. Círculo Rojo no se hace responsable del contenido de la obra u opiniones que el autor vierta en ella. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47). IMPRESO EN ESPAÑA – UNIÓN EUROPEA




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Prólogo

C

uando vivíamos todos, no cuento a los abuelos, que no superaron la década de los sesenta, en una reunión familiar de fin de año en casa de mi hermano Miguel, releyendo un artículo de mi padre, que aparecería en el libro de la Feria de Almoradí, “La Música hasta en la Guerra”, exclamamos admirados que teníamos un escritor entre nosotros. Nada nuevo, porque ya en el colegio, en la profesión del padre poníamos “escribiente”. Y se había preparado a conciencia el señor López, como a veces le decía mi madre con guasa y ternura. A conciencia digo por su escritura caligráfica, una letra que parecía dibujada, de la que nos sentíamos orgullosos cuando nos ponía el título en las tapas de los dibujos que presentábamos en el colegio. Y siguió escribiendo hasta que pudo, ya enfrascado en poner en limpio sus recuerdos para poder componer un libro de memorias. También escribía de todo lo que se le ocurría, desde los números de la lotería al dictado de la radio, a los papelitos de mi madre con números de teléfono y direcciones para ponerlos en limpio; desde palabras del diccionario que le gustaban o le llamaban la atención, hasta sus impresiones diarias en las agendas voluminosas que le regalaban los Bancos, o apuntes de las visitas al ambulatorio y los medicamentos que le recetaban. Un auténtico escribiente. Desde una carta a algún prócer conocido suyo de Madrid, bien situado en la Administración, para que le echara un cable después de que cerraran el juzgado de Dolores, donde trabaja de Procurador, a 9


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una carta al diario Información de Alicante, indicándoles que enviaba doscientas pesetas para unir a la ayuda económica a la viuda del admirado jugador de fútbol alicantino, el defensa Barcelona, en un partido homenaje en La Florida, jugador con el que había coincidido en el Betis Florida. Desde una carta al Presidente de la Sociedad Casino de Almoradí, en la que justificaba su participación en una trifulca con agresiones, ¨me limité a defenderme cuando fui insultado y agredido”, para que reconsideraran su expulsión de tres meses, hasta una solicitud para participar en las “Jornadas de Estudio sobre Temas Familiares” como secretario de la comisión organizadora de la Asociación de Cabezas de Familia. Le tocó vivir la vida de forma intensa: hijo muy querido por su familia, excelente futbolista, músico, buen jugador de billar y dominó, soldado de la República de la Quinta del Biberón, estudiante en Madrid, socio de una empresa funeraria en Sevilla, Procurador de los Tribunales, escribiente y contable en la empresa exportadora de Joaquín Galant, jubilado de Banca, padre de cinco hijos, abuelo de nueve nietos, y esposo de una mujer excepcional, Joaquina la Manca. Tan excepcional como él mismo. Mis hermanos y yo agradecemos a nuestro padre el esfuerzo y dedicación en legarnos estas páginas que nos ayudarán a recordarlo a él y a nuestra madre. En nuestro recuerdo estarán para siempre nuestros padres Manuel y Joaquina, y nuestro hermano Jaime. Una mención especial de agradecimiento a nuestro sobrino, Miguel Ángel López Pérez, por las innumerables horas dedicadas a transcribir a Word todas las libretas que contenían los apuntes manuscritos de nuestro padre y por el diseño de la portada y contraportada del libro. A nuestro hermano José Joaquín por la revisión ortográfica y los textos del prólogo, epílogo y contraportada. Y a nuestro hermano Miguel Ángel por la edición. 10


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Sin la colaboración de ellos no hubiese sido posible la impresión de este libro. Leyendo estas páginas nos acordaremos con cariño de nuestro pueblo y de tantos almoradidenses que aparecen en ellas. José Manuel, José Joaquín, Francisco Javier y Miguel Ángel López Andújar

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Comienzo a escribir estas Memorias y Vivencias en AlmoradĂ­, provincia de Alicante, el mes de febrero de mil novecientos noventa y nueve.

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Mi infancia

S

oy Manuel López López, nacido en Almoradí, el domingo día siete de noviembre de mil novecientos veinte, casado con Joaquina Andújar Arévalos, nacida también en Almoradí, el sábado día veintiuno de abril de mil novecientos veintitrés. Nací en la casa nº 43 de policía de la Plaza de la Constitución, al lado mismo del Ayuntamiento, y que hacía esquina con la carretera de Dolores. Mis padres, Manuel López Martínez y Dolores López Penalva, que eran parientes, no por el apellido López, sino por ser primas mis dos abuelas maternas, tuvieron que pagar dispensa para poder casarse. No lo sé cierto, pero me parece que mis padres se casaron en 1917 y, según me dijo mi madre, tuvieron un hijo que murió a los 18 meses, por la epidemia de gripe que hubo en 1919. Cuando se casaron se fueron a vivir a una casa que tenían en la calle Infantes, hoy Antonio Sequeros, mis abuelos maternos, José López Butrón, natural de Dolores, y Dolores Penalva Martínez, natural de Almoradí. Mis abuelos paternos, Manuel López García y María Martínez Penalva, ambos naturales de Almoradí habían tenido fonda, casa de huéspedes, en la casa de la Plaza de la Constitución y, al quitarla, mis padres fueron a vivir con ellos. Así que allí nací yo. En la fonda de mis abuelos se hospedó varias veces don Renato Bardín, cuando venía al pueblo a ver a su novia Trinidad García de la Llave. Don Renato era francés, residente en 13


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Alicante y Cónsul de Francia. Al cabo del tiempo se construyó, de su cuenta, el Estadio Bardín, donde jugaba el Hércules Club de Fútbol. La fonda se convirtió en bar, que casi lo llevaba mi madre, pues mi padre trabajaba como administrativo, ya que tenía unos estudios contables, con Higinio Martínez Cremades, el hijo de la tía Cantera, que era corresponsal de banca y tenía el único surtidor de gasolina que había en el pueblo. Así que le mandaban todas las letras de cambio que había que cobrar por toda esta comarca. Recuerdo perfectamente haber acompañado a mi padre a cobrar, siendo yo un chiquillo, en un Ford de pedales que tenía Higinio. Lo que más recuerdo son los viajes a Albatera. El bar se denominaba Bar 43, por ser el número de la casa. Este bar fue el único del pueblo durante algún tiempo, y en la puerta se celebraba todas las mañanas muy temprano la contrata de jornaleros por los dueños de las fincas. Se llamaba “hacer la plaza”, y cuando se llegaba a un acuerdo del jornal a cobrar, se sellaba con la copa, o sea, se bebían la copa de coñac u otro licor que pagaba el dueño de la finca.

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Por el año 1925, aparte de las tiendas tascas del tío Crispín y de la tía Carmen, el tío José Ferrández, el Manco, abrió otro bar en la misma plaza, donde posteriormente se instaló el estanco y la peluquería de José María Follana, al lado de la tienda de comestibles de Manuel Lucas, el Pelao. Esta peluquería estuvo de alquiler durante dos o tres años en el mismo bar de mis padres, y en la misma trabajaban José María Follana, que era el maestro, Paco y Miguel Tafalla, los Tronchas, y Julio Navarro, el Ciclón. Por este tiempo era costumbre en los carniceros hacer la matanza de los cerdos en la misma puerta de sus casas, pero en la carretera, debajo de la acera. Así que, los viernes por la mañana, sacaban una mesa baja y grande y mataban al cerdo. Después lo socarraban con unos manojos de cisca ardiendo y lo descuartizaban. En el resto del día se dedicaban a hacer los embutidos con toda la familia: morcillas de cebolla, morcillas de verano, paltrotas, longaniza blanca y roja y el resto de productos. Como mis abuelos maternos habían sido carniceros, aunque ya estaban retirados, los hermanos de mi madre, Manuel y José, seguían el negocio en sus casas respectivas. Casi todos los viernes iba mi madre a ayudar a alguno de ellos. Yo la acompañé muchas veces y mis tíos, cuando se terminaba la faena, le arreglaban un buen presente de embutidos y carne que por lo general duraba en casa toda la semana. Mi abuelo paterno fue el primer conserje de la Sociedad Casino. Por eso, a partir de su fallecimiento en el año 1923, en el mes de junio, según se dijo, de infarto, a mi padre le conocían por Manolico el Conserje. Por entonces, mi padre ya llevaba varios años de músico en la banda del pueblo, seguramente desde 1902. Primero en La Infantil, y en 1904 en la Unión Musical, al unirse la banda infantil con la otra de mayores que ya llevaba funcionando varios años. Así que hicieron uniformes nuevos, sería por el año 15


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22, y a mí me hicieron también uno, con gorra y todo, porque vino un sastre de Alicante a tomar las medidas y las pruebas que se hicieron en nuestra casa. Por este motivo estoy yo en una fotografía vestido de músico, incluida la gorra, cuando tenía veintidós meses de edad, según consta detrás de la foto escrito por mi madre.

También hay una foto que nos hicimos en Torrevieja, en casa Darblade, en la que estamos mi tía Rosario, una de las hermanas de mi madre, su hijo Mariano Valdés, mi madre y yo. Mi madre estaba embarazada de unos cuatro o cinco meses de mi hermano Pepe, el único que tengo. La foto nos la haríamos en junio o julio de 1925, ya que mi hermano nació el día 6 de noviembre de ese año. 16


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Así mismo, por entonces es cuando mi padre iba, con el Ford de pedales de Higinio a cobrar por los pueblos de la comarca y yo le acompañaba. Este trabajo lo hizo mi padre hasta que, por 1926, José Antonio Llopis de Zuzuarregui, de Dolores, casado con una vasca, abrió una entidad financiera llamada Casa Banca, que se ubicó en la calle Tomás Capdepón, en la casa que después compró José García Canales, el Verea. Allí estuvo la banca funcionando un tiempo, hasta que se trasladó a la calle Príncipe, hoy Virgen del Pilar, en parte de la casa de don Enrique de Galí, Procurador de los Tribunales, y también oriundo de Dolores. La Banca estuvo funcionando tres o cuatro años. La plantilla la formaban el señor Romero, de Dolores, como director; Luis Mira Chinchilla, como interventor; mi padre y Leovigildo Godoy, que era hijo del jefe de estación, como cobradores; Luis Mira Senerio, primo del otro Luis, Mariano Pérez Andreu y Trinitario Mínguez García, como subalternos y botones. Cuando cerró la banca, que sería por el 31, los dos primos Miras fueron a trabajar al molino de arroz que tenía el señor 17


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Llopis en la carretera de Dolores, junto al espléndido chalet donde vivían, sobre todo en verano, con pista de tenis y demás comodidades. Los domingos, cuando venían las niñas a misa de 11, o sea, a la última, en su coche con chófer e institutriz, era todo un acontecimiento. Los demás empleados, a sus casas, excepto mi padre, que ya había acordado previamente con el Banco Central, el arrendarle la casa del bar para abrir sus oficinas, como así lo anunciaba la banda de tela se que había colocado en la fachada del edificio, y también ingresar en la plantilla como cobrador. Después fue pagador de ventanilla.

En cuanto a mi formación escolar, empezó en la escuela privada de don Pascual Andreu Reig, conocido por el Maestro Zapatero. Esto sería a los cinco o seis años de edad. El maestro no tenía título oficial, por lo que tenía que cobrar por enseñarnos. La escuela estaba en los altos de la casa de la tía Micaela, sita en la calle La Grama, hoy Ramón y Cajal. Se llamaba de la Grama porque al final de la calle, ya en el Ejido Levante, se ponían los hombres a agramar el cáñamo. 18


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Había alumnos ya mayorcitos, como los hermanos Galindo, Pablo y Manolo, y algunos más que no recuerdo ahora. También iban los hermanos Tonecas, Antonio y Joaquín, que vivían por la huerta, en La Fogaria; mi amigo Francisco Birlanga Lucas, el Forro, y su primo Manuel Birlanga Martínez, hijo del que en 1938 sería alcalde, Manuel Birlanga Pertusa, y que tiene una calle del pueblo con su nombre, que vivían en la misma calle; así como Paco Quiles, Paco el del Horno, y Pedro y Manuel López Úbeda, hijos del tío Pedro el Melala, que vivían frente a la escuela. Al cabo de unos años, la escuela se trasladó a la calle de al lado, en el Ejido Norte, justamente detrás de la fábrica de conservas vegetales de los Cañizares. Allí seguí unos años, hasta que me salí para estudiar el bachillerato. Sería el año 1924 y recuerdo, pero muy vagamente, ver toda la plaza de la Constitución nevada por los cristales de la ventana grande del bar, que luego se puso en el comedor de la casa nueva, dando al patio, y todavía está. También por estos años hubo un ciclón muy fuerte. Tan fuerte que los carros de mulas y toda clase de objetos iban rodando por las calles. Por la esquina del bar, por la carretera de Dolores, con dirección a la Acequia Mayor, pasó un carro de mulas que, según dijeron, era del tío Lines, que vivía en la calle Donadores, la calle de los curas. A partir de estos años, mientras viví en el bar, me gustaba mucho correr el aro. Pero no de los que vendían de madera, sino con unos que se hacía con las varas que rodeaban las botas de sardinas prensadas. Con el aro le daba la vuelta a la plaza, por detrás de la Iglesia, y llegaba hasta mi puerta, porque entonces, por la puerta del bar y del ayuntamiento todavía circulaban los vehículos. También me gustaba saltar los portales de la puerta principal de la iglesia, que eras cuatro o cinco escalones, después de una explanada grande. Un día, al saltar, me doblé un pie y se me puso el tobillo hinchado como una 19


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bota. Estuve cojo un par de meses, y me lo curaban con unas cataplasmas que hacía mi abuela con harina, vinagre y algunas cosas más. Como por estos años todavía no se conocían las llamadas mesas camilla, para poner el brasero se hacían unas tarimas cuadradas con un agujero central en el que se ponía el brasero, y cuatro patas cortas, suficientes para que la panza del brasero no tocara en el suelo. Pero estas tarimas tenían una pega grande, y así me pasó a mí un día, que pisé tan fuerte encima de la tarima, que se volcó hacia mí el brasero y me cayó una brasa encendida en el centro de la espinilla izquierda. Me hizo tal quemadura que todavía se me ve la cicatriz. También teníamos por costumbre esos años, y bastantes años más, bañarnos, cuando venía el buen tiempo, en las acequias, que por entonces traían muy buena agua y que incluso se bebía en muchas casas, y en las balsas de cáñamo, cuando se llenaban para cocerlo. Para nuestra edad, unos ocho años, nos venía muy bien la acequia, de poco fondo, que iba paralela al camino que conducía a la finca El Recreo, propiedad de la familia González, exactamente en un hoyo que había detrás de la casa del tío Manuel Pertusa, que vivía en la carretera de Rojales, porque no era muy profunda y no había peligro de ahogarnos. Pero un día, al terminar de bañarnos, voy a coger la ropa y me faltaba la medalla y la cadena de oro que desde hacía unos años llevaba al cuello. En el suelo del pequeño escorredor, que iba por el otro lado del camino, pero seco, que es donde dejábamos todas las cosas, se veía perfectamente la señal de la cadena; pero me la habían robado. Yo no dije nada en casa, pero cuando llegó el sábado en la noche, al lavarnos y cambiarnos de ropa interior, que se hacía con una palangana grande en la misma habitación, antes de meternos en la cama, mi madre se dio cuenta y me dijo: “Manolico, -siempre me llamaba así-, ¿dónde está la cadena y la medalla?”. Me hice el 20


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sorprendido y contesté: “No sé, seguramente se habrá abierto el cierre y se me han caído sin darme cuenta”. Mi madre exclamó: “¡Dios mío, Dios mío! Bueno, ¿qué le vamos a hacer?” Como digo anteriormente, yo tenía ocho años y mi hermano tres. Todavía vivíamos en el bar, en la plaza, y mi hermano y yo dormíamos en la misma habitación, y en la misma cama, porque los altos de la casa tenían la habitación de matrimonio; la nuestra, separada con una puerta con cristales y visillos; la de mi abuela María, que siempre vivió con nosotros, o mejor dicho, nosotros con ella; y la otra, donde dormía la criada, que era Francisca, la Linas, hija del tío Lines. Además, al terminar la escalera, había un buen espacio que servía de comedor, cocina y una pequeña terraza, de donde se veía el patio del retén de los municipales.

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En esta década de los veinte, sería por el año 1928, ya fuimos a veranear a la playa de Guardamar del Segura. La Feria, en Almoradí, siempre se celebró, y se celebra, a finales del mes de julio, el día 30, en honor de San Abdón y San Senén, los “Santicos de la Piedra”, ya que protegen la huerta del pedrisco. Así que en los primeros días de agosto, todo el que podía se marchaba a las playas. La primera vez, y creo que fue la única en estas condiciones, fuimos unos días y los pasamos en una caseta de madera, que usaban los pescadores para guardar las redes. Este viaje lo hicimos mi madre, mi hermano y yo, mi tía Rosario con sus hijos, Mariano y Pepe Valdés López, Mariano se hizo farmacéutico y Pepe siguió el oficio de su padre, sastre. En años posteriores, ya íbamos mi hermano y yo, con mi abuela, y nos quedábamos, en alquiler, en una de las casas que hicieron varias familias de Almoradí: la de Manuel Follana López, el de la Luz; la de León Pérez; la del tío Javier Martínez, el de la Morena, y la de la tía Carmen Hurtado, la Morena, cuñada de mi abuela, que es donde veraneábamos nosotros, juntos con ellos. Era una fila de casas iguales a las que seguían otras que formaban una manzana, hechas en la parte derecha de la playa según se bajaba desde Guardamar. En la parte izquierda, había otra manzana de casas, que es donde veraneaban los de Dolores y los de otros pueblos más lejanos. A veranear fuimos varios años. El año 1929, o quizás el 30, siendo alcalde Manuel González Pérez, se inauguraron en Almoradí varias obras de importancia: la Casa Cuartel de la Guardia Civil, en la carretera de Dolores; las Escuelas Nacionales de Niños y Niñas, con las correspondientes casas para el maestro y la maestra, en la calle Ejido Norte, hoy Rafael Alberti; el Hospital, en la calle España, esquina al Ejido Mediodía; y el Matadero Municipal, en la carretera de Orihuela. Desde niño ya acompañaba a mi padre a los ensayos de la música, así que pronto empecé a dar clases de solfeo. Lo hice 22


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con Rafael el Cano, que tenía tienda de comestibles y ferretería en la Plaza, muy cerca de casa, siguiendo después en la Academia de Música. Después de saber solfeo, a los ocho años de edad, aproximadamente, empecé a dar clases de instrumento, con un flautín de madera de cinco llaves, con el mismo Rafael, que había tocado la flauta y, por entonces, tocaba el oboe; después seguí con el tío Pascual Martínez Garrigós, y con el tío Francisco Velasco, que había sido director de la Banda varios años. Recuerdo perfectamente que las clases con estos dos últimos las dábamos poniendo el método encima del banco de trabajo, pues uno era carpintero y el otro aperador. Así que cuando vino como director de la banda don José Antonio Gómez Pujante, ya aprendí rápidamente y me integré como un músico más. La academia la teníamos en la calle San Andrés, no sé cómo se llamaría entonces, en la escuela de doña Amparo, cuyo propietario era Pedro Reig Maciá, alcalde desde abril de 1930 a abril de 1931, y la banda tomó tan gran atractivo que la gente del pueblo se animó mucho. Tal era así que, en las noches de ensayo, el público abarrotaba la academia e incluso se agolpaba en la calle. El maestro Pujante me escribió unos diez compases de música, para que se los tocara a mi madre con el flautín, todavía con el de cinco llaves, “para que viera que tocaba de verdad”, como me dijo él. Poco después, me compraron un flautín sistema plateado, que era francés, pues la marca era Djalma Julliot, de París. Esto sería ya en el 1930. Ese mismo año o el siguiente, estrenamos uniformes azul marino, con guardapolvo además, cuyo sastre fue Juan Soto Chinchilla, que seguía siendo músico. Y los estrenamos para ir a las Fogueres de Alicante, al barrio de Benalúa, y quedamos muy bien. Recuerdo perfectamente, en el desfile que hicimos en la plaza de toros, cuando ya habíamos dado la vuelta al ruedo e íbamos a retirarnos, según me había aleccionado mi padre, me volví y, qui23


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tándome la gorra, saludé al público. Me aplaudieron mucho, pues era muy pequeñajo. Mi padre era bastante amigo del señor Pujante, que estaba de músico de primera en la Banda del Regimiento de Infantería, de Cartagena, cuando, en el año 1913, mi padre hizo el servicio militar en la misma banda. Por esto, la Banda del Regimiento vino a tocar en Almoradí por la Feria de 1927. El maestro Pujante enviudó, no sé qué año, y se volvió a casar con una sobrina de mi padre, Victoria Penalva, hija del primo hermano de mi padre, el tío Tono, el Médico, que fue muchos años portero del Casino, pero no tuvieron hijos. La Banda tuvo mucho éxito, por los muchos sitios que fuimos a actuar, hasta que en 1936 estalló la Guerra Civil. Entonces movilizaron al señor Pujante y se tuvo que incorporar a la Banda de Música del Regimiento de Infantería de Alicante. Murió aquí, en Almoradí, el 2 de diciembre del año 1938. La guerra no había terminado. Sería el año 1929 todo lo más cuando nos tuvimos que ir a vivir a otra casa, porque tenían que comenzar las obras para el Banco. Nos fuimos a vivir, en alquiler, a la casa donde hoy está la delegación de la ONCE, por el barrio del Hospital, hoy Aula de Cultura y Biblioteca, que era propiedad del tío Cojo de la Canal. Allí vivimos hasta que terminaron de construir la casa nueva propiedad de mi padre de la calle Infantes; esto sería en 1931. También vivían en aquella calle la familia del tío Joaquín Vileilla, abuelo de mi ahijado Juan Manuel Martínez Vileilla que, además, es primo segundo y sobrino mío; la familia del tío Troncha, padre de los hermanos Paco y Miguel Tafalla, que éramos vecinos; la familia del tío Agustín Gómez el Pico; y la de la tía Rosa la Molinera, entre otras. Desde un par de años antes por lo menos, ya era muy aficionado al fútbol, por eso cada año por la Feria mi padre, entre otras cosas, me compraba una pelota de goma blanca, la más 24


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gorda, que parecía un balón de reglamento. Casi todo el día nos pasábamos jugando al fútbol. También habíamos jugado bastantes veces con pelotas de trapo, que nos hacíamos nosotros mismos. A mí me hacía mi tío Cojo el Alpargatero unas botas de lona que me ahorraban el romper zapatos. Debido a todo esto, ya por entonces me interesaban las noticias deportivas, y las noticias que se leían por el año 1929 ya nombraban mucho a un jugador catalán, que pertenecía al Real Club Español de Barcelona, llamado Ricardo Zamora, y que jugaba de guardameta. En el bar, incluso había botellas de anís que tenían la etiqueta con una foto de Zamora el Divino y que se llamaba Anís Zamora. En el año 1930 lo fichó el Real Madrid, que tuvo que pagarle al Español cien mil pesetas para hacerse con sus servicios. Por esto, desde entonces soy partidario incondicional del Real Madrid. Y bien que se notó este fichaje, pues en la temporada 1930-31 se proclamó el Real Madrid, por primera vez en su historia, Campeón de Liga, y además imbatido. Yo tenía mi propio equipo, y nos hartábamos de jugar partidos, sobre todo en la puerta del Hospital, que era final de la calle España, y por lo tanto un trozo de calle muerto. También jugábamos mucho en la calle Mayor, a la altura de la casa del tío Ramiro Pertusa, hoy propiedad de Vicente Rodríguez el Araña. Por entonces, todas las calles eran de tierra y grava. En este equipo jugaban, que yo recuerde, Paco Mazón Chazarra, padre del actual Paco Mazón Birlanga, médico; los hermanos José y Vicente Reina García; Jesús Mellado Grech, el Potito; los hermanos Díaz, Pepe, Antonio y Jerónimo; Casimiro el Pucha y Casimiro, el de la tía Amparo la Casillera, así como algunos más que no recuerdo. Paco Mazón, por su talla era el portero, y yo, extremo izquierdo, ya que soy zurdo para casi todo, excepto para comer y escribir. Los demás jugaban sin puesto fijo. 25


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En el año 1931, los hermanos Reina ya fueron vecinos míos, después de la muerte de su padre en un accidente de tráfico, ocurrido en noviembre de 1930, en la carretera de Rojales, a la altura del Huerto Herrera, hoy final del Colegio Público Canales y Martínez. Según se dijo iba en bicicleta, y un carro que venía de frente, con la vara lo mató. Ellos vivían al lado de lo que hoy es la farmacia de mi primo Mariano Valdés, ya que al quedarse viuda su madre, la tía Hilaria, se cambiaron a aquella casa que era de su propiedad, pues la había comprado su padre. Fuimos vecinos por poco tiempo, pues ese mismo año de 1931 nos cambiamos a la nueva casa. en la calle República, con el número 39 de policía. Esta casa la construyó el maestro de obras Penalva, que provenía de Orihuela, pero era oriundo de un pueblo donde se hablaba el valenciano. En la cuadrilla de albañiles estaban Antonio el Cagón, Manuel y Pepe Caracena Sanz, y los hijos del Maestro, Antonio y Salvador Penalva. Toda la carpintería de la casa la hizo José García Rocamora, el Tontana, abuelo del actual Tontana, amigo de mi hijo Pepe Joaquín. Pues bien, toda esta carpintería, al cabo de sesenta y nueve años está intacta, solamente se nota que tiene años. Lo mismo ocurre con la pintura interior, que la hizo el pintor de brocha gorda Manuel Buitrón, el Pichule, y en lo que es el comedor, hay una cenefa en lo alto de las paredes y otra en el techo, que a pesar de tantos años, y de las rehabilitaciones que se han hecho en la casa, están con el mismo color.

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Familias de Almoradí

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ituados en este año de 1931, las familias más significativas, por conocidas, del pueblo eran las siguientes, el orden en que las cito no quiere decir nada: En primer lugar, la familia mía, que como se verá es muy cuantiosa, a pesar de que mis abuelos paternos sólo tuvieron a mi padre, y mi abuelo materno, que era natural de Dolores, tenía poca familia allí y en Almoradí ninguna. Y para postre, aunque en buena hora, me uní a la familia Andújar Arévalos, la de mi esposa, que han sido diez hermanos vivos, todos con sus correspondientes familias, y no cortas. Mis abuelos paternos no tuvieron más hijo que mi padre, pero tuvieron bastantes hermanos. Mi abuelo, Manuel López García tenía un hermano que se llamaba Pedro y tres hermanas, Teresa, Francisca y Mercedes. Los hijos de Pedro fueron: Pedro, el Natera; Antonio el Rojo; Francisca la Quica; Carmen la del Huerto Herrera, y Pascuala, de apellidos López Velasco. Los hijos de Teresa: Antonio Penalva López, del primer marido y Tono el Médico; Teresa la Crispina; Dolores la Morena y Carmen la Morena, de apellidos Hurtado López del segundo marido. Los hijos de Francisca, casada con Aquilino Cremades, eran Francisca, Aquilino, Marcelino y Teresa Cremades López, conocidos por los Aquilinos. Y Mercedes, que solamente tuvo un hijo: Javier Quiles López, el Chivarro, cuyos descendientes son Javierico el Chi27


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varro y su hermana Lola, que se casó con Manuel Lucas Morales, el Pelao, y que viven en Elche, donde tienen unos establecimientos de muebles. Mi abuela, María Martínez Penalva, tenía los siguientes hermanos y hermanas; Manuel, Vicente, Juan, Rosario, José y Pascual. Los hijos de Manuel, el Nano, fueron Manuel, que se marchó a Francia; Francisca la Lechera, que la empleó mi padre en el Banco Central, de limpiadora, hasta que se jubiló; Francisco y Antonio, Tono el Lechero. Los hijos de Vicente, el tío Roque, fueron Consuelo, Josefa, Vicenta y Vicente Martínez Hurtado; y después, en segundas nupcias con Pascuala López Velasco, que era sobrina de mi abuela, tuvo a María, Manuel y Pascual Martínez López. Como descendientes del tío Roque, que era un furibundo hombre de izquierdas, hay que destacar a Antonio Manzanera Martínez, hijo de Vicenta, que se casó con Juan Manzanera López, primo mío, que fue alcalde por el PSOE, desde mayo del 83 a junio del 87. Los hijos de Juan fueron Francisca la Quica, y Manuel el Quique, porque Juan también se casó con otra sobrina de mi abuela, Francisca la Quica. Descendientes de estos son, entre otros, Juan Manuel Martínez Vileilla, el Vileilla, y su hermana Paquita, que, como nacieron en la Guerra Civil, los bautizaron una vez que terminó, siendo padrinos mi madre y yo. Los hijos de Rosario: Rosario, Monserrate, Antonio, Josefa, María, Manuel y Amparo Gutiérrez Martínez. Vive solamente Amparo, y, entre los descendientes, está el hijo de Monserrate, Antonio Alonso Gutiérrez, propietario de EDIJAR, fuerte empresa de imprenta y litografía y que fue alcalde durante varios años. De los hijos de José: Carmen, Josefa, Teresa, Vicenta y José Martínez Hurtado. Vive solamente Pepe, y destaca entre los descendientes el hijo de Josefa, el popular Pepe Luis, el Leandro. 28


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Y los hijos de Pascual: Pascual Martínez Rufete, conocido por Pascual el Señor, y dos hermanas más. Mis abuelos maternos, José López Butrón y Dolores Penalva Martínez, tuvieron siete hijos: María, Manuel, Dolores, Rosario, José, Teresa y Miguel López Penalva. Éstos, a su vez, tuvieron los siguientes descendientes: Hijos de María, casada con Jaime Miralles: Jaime, Pepe y Manuel Miralles López. De los descendientes de Jaime están: Jaime, que es el que dirigía la empresa de autobuses Miralles; la hija mayor, casada con Manolete Lucas, Pedro y Cayetano, como más conocidos. Y de los de Manolo, está José Antonio, que tiene un productivo lavadero de coches, los otros dos, Manuel y Jaimito, son conductores de la empresa de autobuses, una hija y Jesús, que tiene una joyería en la Plaza. Los hijos de Manuel, casado con Asunción Follana Abellán, fueron: Asunción, Manuel, Pepe y Marita López Follana y Asunción. Los hijos de Dolores, mi madre, casada con mi padre, Manuel López Martínez, fueron Manuel y José López López. Los hijos de Rosario, casada con Juan Valdés Andreu, sastre, oriundo de Dolores, fueron: Mariano y José Valdés López. Mariano es farmacéutico, ya jubilado, y la farmacia la regenta su hijo Juan Pascual Valdés Birlanga, también Licenciado en Farmacia. Y Pepe, fue sastre también, porque siguió la sastrería de su padre. Los hijos de José, casado en terceras nupcias con Francisca Martínez, la tía Paca, fueron: José López Martínez, en segundas nupcias con Francisca Martínez, la Quica, Francisca, Paqui y Antonio López Martínez. José se estableció en Valencia con una carnicería, y Paqui y Antonio siguen con la carnicería de la casa paterna y la del puesto en el Mercado de Abastos. Hijo de Teresa, casada con Andrés Tafalla: Manuel Tafalla López, del cual fuimos padrinos de bautismo mi madre y yo, 29


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un día de la Feria de 1931. Falleció en 1997. Fue un buen luchador por ganar la peseta, pues no tuvo estudios y empezó de representante por estos pueblos de la comarca, con la Consuelito, haciendo notas de ultramarinos a los comercios y, poco a poco, pasando de la bicicleta a la moto, y de la moto al coche, se hizo almacenista, logrando un buen patrimonio, añadido a la casa heredada de la tía Teresa, su madre. Hijos de Miguel, casado en primera y segundas nupcias, pero que no puedo decir el nombre de ninguna de las dos mujeres: Miguel López, no sé el segundo apellido y dos hijas con la segunda mujer. Residen en Alicante, tanto Miguel, como las dos hijas. Miguel es funcionario de la Seguridad Social, como administrativo, y estuvo varios años en el hospital de Elche, pero no sé dónde estará en la actualidad. De mi abuelo materno, como era oriundo de Dolores, no puedo describir la familia que tuvo. En los años 50, que tenía que ir casi todos los días a Dolores por mi profesión de procurador, tuve algún contacto con unas primas hermanas de mi madre. De mi abuela Dolores, sí que recuerdo que tuvo varios hermanos, y que los conocí a casi todos, como Manuel, Pepe y Pascual Penalva, y no sé si hubo alguno o algunas más. Manuel tuvo varios hijos, entre los que estaban: Manuel, que fue carnicero; Emilia, que se casó con Manuel Cañizares Clemente, Manolé, uno de los dueños de la fábrica de los Cañizares, y que tuvieron siete hijos: Manuel; Rosario; Pepe, el Pajarito, padre del actual Pajarito; José Eduardo Cañizares Gutiérrez, que estuvo de dependiente en la tienda de ropa de Tomás Sirvent, y que luego se estableció por su cuenta; Emilia; Antonio, médico, especialista en Ginecología; Vicente, farmacéutico en La Unión, y María Teresa, que se casó con uno de Torrevieja y allí vive. Otra hija del tío Manuel fue Vicenta, casada con Juan Soto Chinchilla, y madre de, entre otros, Juan de Dios Soto Penalva, con comercio en la Plaza de la Constitución. 30


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Otra hija fue Manuela, que se casó con el conserje del Casino de Alicante y se marchó a vivir allí. Y la menor, Ángeles, que se casó con el tío Antonio el Lerín, y que tuvo dos hijas, Ángeles y Joaquina, y un hijo, Antonio. También, en la familia de mi abuela Dolores hubo un hecho muy importante, sobre todo por lo triste, y que se hizo muy popular durante bastante tiempo, hasta más allá de esta comarca. Resulta que, los hijos de Pascual, hermano de mi abuela, al parecer, ayudados también por la madre, o por lo menos inductora y encubridora, dieron muerte a su padre, según oí contar a mi madre, a hachazos, y le enterraron en el patio de la casa. No sé el tiempo que tardarían en encontrarlo desde que notaron su ausencia, pero al final lo encontraron. Fueron condenados todos a prisión: la esposa, los hijos y las hijas. Los hijos, a una pena larga, y la esposa y las hijas, seguramente por encubridoras, a una pena corta. Solamente se salvó la hija menor, que creo tenía catorce o quince años, porque estaba de criada en casa del abogado don Luis Martínez Domínguez. Este hecho tuvo mucha resonancia, sobre todo en los pueblos cercanos, así que cuando querían insultar a alguno de Almoradí, no tenían más que decirle “¡Sémola!”, que era el mote con que conocían a los hermanos de mi abuela Dolores. Además, por entonces, también era corriente que los sábados, día de mercado en Almoradí, venían unos cantores declamadores con un cartelón, en el que había unas viñetas de algún hecho ocurrido, como por ejemplo el crimen de Cuenca. Pues bien, desde entonces también hicieron lo mismo con el crimen de Almoradí. Otras familias eran: Los Girona Ortuño, ricos propietarios que poseían gran parte de las fincas del término de Almoradí, y de algún otro término más. Entre los hermanos estaban:

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Antonio Girona Ortuño, capitalista, con casi toda la propiedad en arrendamiento, y gran accionista del Banco Central, cuyo hijo mayor, Antonio Girona Busutil, llegó a ser Director General del Banco de Valencia. Toda la familia de Antonio vivía normalmente en Valencia, aunque tenía una casa muy amplia aquí. Durante mucho tiempo acostumbraban a venir al pueblo en Semana Santa, a presidir en la procesión del Jueves Santo el paso de Jesús Nazareno, que era de su propiedad y que está en un altar de la iglesia. Después ya venían las hijas y algún hijo con la mujer, hasta hace unos años, que ya no viene ninguno, pues, aparte de los que hayan fallecido, los demás ya son muy mayores. Tenía aquí en Almoradí un administrador que era Francisco García, Paco el de Emigdio, hasta que murió y luego le sucedió su hijo, Paco García Mompeán. Por lo que se comentaba, don Antonio, como se le nombraba, era bastante buena persona, pues no atosigaba a los arrendatarios cuando se retrasaban en pagar los “rentos”. Además, que atendía bastante a algún almoradidense cuando necesitaba de su influencia. Mariano Girona Ortuño, abogado no ejerciente, también capitalista, que vivía de las rentas, soltero y también residente en Valencia la mayor parte del año, pues pasaba la mayor parte del verano en su casa de Almoradí, que era la que hoy ocupa Bancaja, pero más amplia, ya que tenía más espacio a la Plaza de la Constitución y más espacio a la calle San Andrés, donde había una cochera, que la oficina bancaria ocupa hoy. Su hombre de confianza para el cuidado de la casa y de las comidas era el tío Pere, padre del único hijo que vive, Manuel, el presidente de una de las asociaciones de la 3ª Edad. Su administrador fue primeramente Pedro Reig Maciá, Perico el Papa, creo que hasta 1929, y después su cuñado Pascual Mazón Hernández. Los administradores quedaron muy bien arreglados, tanto en propiedades, como en metálico. 32


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Pascual Girona Ortuño, militar del Ejército del Aire, que pasó a la reserva con el grado de general. Era bastante amigo de mi padre, pues fueron condiscípulos en la escuela del tío Domingo el Pozalero. Se casó con una suiza. Estando de Coronel Jefe en Rabasa, Alicante, fuimos mi padre y yo a visitarle, porque se llevaban a mi Regimiento San Fernando nº 11 a los Pirineos, a luchar contra los maquis. Pero no pasó nada, porque consultó con mi cuartel de Benalúa y le aclararon que yo no iba, por estar en Destinos. Trinidad, casada con el abogado catalán don Ramón Ventalló. No tuvieron hijos. Vivieron en su casa de Almoradí, al lado de la de Mariano, ocupada hoy por el Banco de Santander. Leocadia, casada con don Francisco Segrelles, abogado fiscal, que llegó en tiempos del general Franco, a Fiscal General del Estado. No tenían casa en Almoradí. Vivieron en Alicante al jubilarse Paco. Leocadia era bastante amiga de mi madre, pues eran de la misma edad y pasearon juntas de solteras. Cuando me movilizaron a mí, y me tuve que incorporar a la mili, porque abolieron la prórroga de estudios que los estudiantes disfrutábamos, mi padre y mi madre fueron a Alicante a hablar con Paco y Leocadia, para ver de conseguirme un enchufe. Pero no hizo falta, porque a los estudiantes nos daban unos permisos, al empezar el curso, con el fin de poder estudiarlo, y al terminar, nos teníamos que presentar otra vez al servicio. Amalia, casada con el médico Lucas, de Callosa de Segura y Joaquín, que vivió en un chalet de una finca cercana a San Bartolomé. La familia de los Martínez Domínguez, Ramón, Luis y María, tuvieron la siguiente historia: Don Ramón, al que no conocí, pero que era muy amigo de mis abuelos maternos, porque se suministraba de ellos la carne y los embutidos, cuando tenían la carnicería en la Plaza de la Constitución, donde hoy viven las hijas de León Pérez. 33


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Don Luis, abogado, diputado provincial y Presidente de la Diputación Provincial, padre de Consuelo, Luis, Ramón, Ángeles, Paco y Antonio Martínez Linares. Consuelo se casó con José García Palmer, rico industrial murciano, que se estableció aquí en Almoradí, aunque siguió viviendo en Murcia, con una fábrica de conservas vegetales, en la carretera de Orihuela, enfrente de Pollos Cases. Murió joven. Luis, casado con Ángeles Pertusa. No tengo conocimiento de que tuviera alguna carrera universitaria, pero su cuñado Palmer lo hizo gerente de la fábrica. Uno de los hijos de ambos, Luis Martínez Pertusa, es notario en Villajoyosa y fue el pregonero de la Feria y Fiestas de Almoradí del año 1997. Ramón, se hizo abogado y residió en Valencia, hasta que murió. Ángeles, se casó con José Cañizares Pertusa, que era uno de los herederos de la fábrica de conservas vegetales, situada en la carretera de Dolores, que funcionaba con la razón social de “Hijos y Nieto de José Cañizares”. Ese nieto que figuraba en la razón social era Pepe; seguramente, por ser el nieto mayor, que además era el gerente, los trabajadores le llamaban “el amo Pepe”. Paco, casado con Juanita Ruiz Rodríguez, conocida por la Modelo. Estudió la carrera de Derecho, pero no llegó a licenciarse; aunque llevó varios asuntos judiciales, hasta que lo denunciaron. Yo fui su procurador en todos los asuntos que llevó, porque tenía mucha amistad con él y con su padre, ya que cuando me estaba preparando para procurador iba casi todos los días al despacho de don Luis, a preparar la mecanografía, aunque las prácticas reglamentarias las pasé en el despacho del procurador don Enrique de Galí. Y por último, Antonio, casado con Marita González Parra, se hizo médico pediatra y se estableció en Elche hasta que se jubiló y se vino a vivir a Almoradí.

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Doña María, casada con un industrial de Cartagena, de apellido Torres, fue madre de un único hijo, don Manuel de Torres Martínez, que se hizo economista. Fue catedrático en Valencia, donde se casó con una valenciana de apellido Simó. Posteriormente fue catedrático en Madrid y también Economista de Estado. Siendo Jefe de Estado del general Franco, allá por el año 1970. Parece ser que renunció a ser ministro, no lo sé cierto, pero se rumoreó por aquí. Cuando murió, se puso su nombre a la calle que era el principio de la carretera de Orihuela y a un colegio público. Entre sus hijos, que son tres, está don Pedro de Torres Simó, también economista, que fue titular de una Dirección General del Ministerio y Director General de Retevisión. Como viene muy a menudo por el pueblo, siempre que puede, a la finca conocida por la finca de Doña María, situada por el barrio de la Almazarica, el año 1998 le nombraron Hermano Mayor de la Hermandad del Cristo de las Campanas, y desfiló con los cofrades en la Semana Santa. La familia de los Hilariones, de apellido Rodríguez, también era muy popular y numerosa, y casi todos agricultores, que empezaron de arrendatarios y poco a poco fueron adquiriendo propiedades. Entre ellos estaban: Hilarión, el de la Plaza; Antonio, el de la carretera de Orihuela; Jesús, que fue alcalde, y José María vecinos de la calle Mayor; Asunción, casada con Antonio el Toneca, y Angelina. En otra rama estaban: Antonio, que vivía donde hoy está la Caja Rural Central; Juana, madre, entre otros, de Gabriel Ruiz Rodríguez, médico, y de Juanita, casada con Paco Martínez; Josefa, madre de Facundo Pedauyé, y Juan, que vivía en la calle San Emigdio. Todos fallecieron. Y otra rama, que eran: Antonio, Amparico e Hilarionico. Todos vivieron en la calle Mayor.

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Las familias de los Birlangas, porque eran cuatro o cinco ramas. La más numerosa de ellas, la de los Birlanga Pertusa y después Birlanga Mata era a la que perteneció Manuel Birlanga Pertusa, que fue alcalde y presidente de la Sociedad Unión Musical. Sus hermanos fueron: Juan, Francisco, Pascual, Miguel y dos hermanas. Pero es que además el padre se casó en segundas nupcias con una mujer que aportaba al matrimonio una hija, Flora, esposa de Juan, y dos hijos, Pedro y Antón Mata, más cinco o seis que tuvieron del nuevo matrimonio. Todavía viven varios de los menores. La familia de Francisco Birlanga Martínez, propietario de la fábrica de conservas vegetales situada en Formentera del Segura, aunque vivían en lo que después fue la Imprenta Nueva, en la calle Pablo Picasso. Los hijos eran: Francisco, Pascual, Antonio, Juan y Manuel Birlanga Peco, y una hija, Carmen, que fue la madre del popular Quinto. Juan fue el impulsor de la idea, y luego el constructor, de un quiosco y templete para la música, en el paseo más próximo al ayuntamiento, exactamente en el emboque de la calle San Emigdio, que luego se le conoció por La Parrala, debido a las controversias que hubo, asimilándolas a la copla popular por entonces de “la Parrala sí, la Parrala no”. Los descendientes más conocidos de Antonio son: Isabel y Antonia, madre de Paco Mazón Birlanga, médico. Los descendientes de Pascual son: Esperanza, que se casó con Alejo, más conocido por Míster, funcionario del ayuntamiento, el cual falleció a los sesenta años; Antonia, que se casó con Gaspar Cruañes; e Isabel, que se casó con mi primo Mariano Valdés López, farmacéutico. Y los descendientes de Manuel, casado con Dolores Alonso, que llevaron mucho tiempo la tienda de comestibles de su tío Constantino Ortuño. Casado con una hermana de la madre de Dolores, hasta que la vendieron a Paco Lucas y se 36


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marcharon a vivir a Madrid, eran: Constantino, Tinín, y Manuel Luis Birlanga Alonso. Estos vienen por el pueblo todos los años, por lo menos por la Feria. También estaba la familia de José Birlanga Martínez, hermano de Francisco, que era conocido por el de la Casa Nueva, con sus hijos: José, Teresa, Juan, Carmen y Agustín Birlanga Lorenzo. Los descendiente de Teresa son: Antonio, conocido por el Moreno, que se hizo ingeniero agrónomo y vive por Tarragona, y Teresa, casada con Pepe Sansano y que es madre de Ángela Sansano. Y entre los descendientes de Carmen esta: Pepe Enrique Sánchez Birlanga, que es taxista. Otra rama de los Birlanga era la de los Forro, que eran seis hermanos: Francisco, José, Antonio, María, Asunción y Carmen Birlanga Lucas. Los descendientes de Francisco son: Rosario y Francisco Birlanga Lucas, uno de mis mejores amigos desde que fuimos alumnos del Maestro Zapatero. Tenían los mismos apellidos que su padre. Rosario se casó con Pepe el Bombo, pero no tuvieron descendencia. Y Francisco, muy amigo mío, casado con Antonia Verdú, tuvieron cuatro hijos: Paco, Antonio, bombero, Rafael y Víctor. Los descendientes de José, entre otros, son: José, conocido por el Nene, que está casado con Angelita Solano que, por necesidades de trabajo, se marcharon a vivir a San Juan; Lola, casada con José María Follana, cuyo hijo José María Follana Birlanga fue el repostero de la Sociedad Casino y concejal del ayuntamiento por el Partido Popular. Antonio, era padre del constructor de obras, cuya razón social es Birqui. María, era la esposa del tío Manuel el Lucero, panadero, cuya empresa la llevó varios años su nieto Manuel, que ade37


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más, hacía bollería. Este, a los diez años, estuvo con mis hijos Javi y Miguel Ángel en el Juniorado de los Maristas, en La Marina. La Panadería cerró en el 2000. Tampoco era corta la familia del tío Manuel Ortiz, el Catorce, que residía en el barrio de la Cruz de Galindo. Los hijos eran: Manuel, Vicente, Pepe, Társila, David, Alfonso, Raúl y Cruz Ortiz Berenguer. Todavía viven Raúl y Cruz, que se hizo médico y ejerce en Alemania, porque se casó con una alemana. También era numerosa la familia del tío Antonio Quiles Follana, el Grillo, que tenía una aserradora en la carretera de Dolores, donde vivía, hoy calle Canalejas, que luego se trasladaron en la misma calle, enfrente del cuartel de la Guardia Civil, al lado mismo de la casa Sadrián, hasta que se le incendió en el año 1942 y volvieron al sitio de origen. Casado con Carolina Soriano, sus hijos fueron: Antonio, José, Manuel, Trinitario, Carlos, Domingo, Francisco y Carolina, Quiles Soriano. Todos siguieron el oficio menos Carlos, que se independizó con establecimiento de ultramarinos. Antonio Quiles Soriano era el padre de Antonio Quiles Martínez, médico, que se jubiló en Torrevieja, después de ejercer varios años en dicha localidad, y de Javier, Sastre, dueño de la Sastrería el Bombo y de las tiendas La Cigüeña, I y II. Paco el Grillo tuvo mucha relación conmigo, pues éramos de la misma quinta y estuvimos juntos en el frente en la Guerra Civil. Y por último la familia Follana, que eran dos ramas las que yo más conocí: la del tío Antonio, Tonete, y la del tío Paco. Los hijos del tío Antonio eran: Antonio, Julio, Carmen, Rosario, Francisco, Manuel y José, Follana Carrascosa. Los más conocidos y populares de éstos son: Manuel, casado con Pepica Fuster, que estuvo establecido, con una sombrerería, en la casa que hacía esquina de las calles 38


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Primo de Rivera y Príncipe, hoy ocupada por el establecimiento Costa Blanca, propiedad de la heredera de don Recaredo, farmacéutico, que en su tiempo se marchó a Alicante. Posteriormente, sería por el año 1928, tomó la dirección del Teatro Cortés, propiedad de don Mariano Cortés, tío de Pepica, construido a primeros de siglo. Y, cuando murió don Mariano, heredó la casa en que vivía éste y se marchó a vivir allí, en la calle San Andrés, en la actualidad es un bloque de pisos y establecimientos comerciales, donde se encuentra la Joyería y Relojería Montoya, entre otros. Julio, que hizo la mili en Alabarderos, en Madrid, se quedó a vivir allí y se hizo Fontanero; pero sería el año 30 cuando la Casa Sadrián hizo la red del agua potable, se vino a vivir aquí. Hasta que murió, vivió en la calle Tomás Capdepón. Antonio y Francisco eran albañiles. Francisco, que se casó con una madrileña, era conocido como Paco el Bombero. Mal dicho, porque lo de bombero le venía porque era músico y el último instrumento que tocó fue el bombo, por lo que lo correcto era decirle Paco el Bombista. Era el padre de Adrián, al que mataron casi enseguida de incorporarse con su quinta a la Guerra Civil, y de Paquín Follana García, que ingresó en el ayuntamiento en los años cuarenta y tantos, hasta que se jubiló. José se estableció como talabartero. Era, con su media lengua, bastante politiquero. No tuvo descendencia. Los hijos de Carmen fueron los Garrigós: Pascual, José Antonio y Manuel, y varias hermanas. Pascual fue albañil, y los otros dos, carpinteros, que aprendieron con su tío Pascual Martínez, Garrigós, marido de Rosario, la otra hermana. Eran hermanos los dos maridos y hermanas las dos mujeres. Pascual y Rosario tuvieron hija e hijo: Rosario y Pascual, Martínez Follana. Éste se casó con la hermana de mi mujer, Secundina Andújar. Rosario se mantiene soltera. Pascual y Secundina son padres de Pascual el Lico, que es dentista, establecido en 39


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Almoradí, y también de María del Rosario y José María, farmacéutico. La otra rama de los Follana, la del tío Francisco, eran: Francisco, Manuel, y creo que Pedro y dos hermanas, Follana López, parientes de mi padre. Francisco, casado con Engracia Mira, y Manuel, casado con Filomena Mira, dos hermanos con dos hermanas. Los hijos de Francisco, albañil y, con el tiempo, “arquitecto” del pueblo, hasta que se oficializó el puesto, fueron: Francisco, Emigdio, muy amigo mío, José María, Adrián y Alberto, más Rafael, que heredó el puesto de su padre. Manuel, creo que se especializó algo en electricidad, pues desde que se estableció la Casa Sadrián en el pueblo fue el encargado, incluso con vivienda en el complejo industrial. Sus hijos fueron: Filomena, casada con Trinitario Seva, de Callosa de Segura, en donde vivieron hasta que fallecieron. Manuel, que se hizo técnico en electricidad en Cartagena y se colocó en una compañía de Madrid, se casó con mi prima Vicenta Soto Penalva. Amparín, casada con Ricardo Herrera Ferrándiz, que después de trabajar mucho tiempo en el Banco Central, en las sucursales de Almoradí, Orihuela y León, vino cuando se fundó el Banco de Alicante a su oficina central, como Jefe del Departamento de Contabilidad y reside en Alicante. Y María Teresa, casada con Aurelio Torres. Todavía quedan otras familias que se podrían mencionar y que seguramente, algún miembro de ellas aparecerá en el relato de años venideros.

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El Banco Central de Almoradí

A

primeros del año 1931, parece ser que inició sus actividades en Almoradí el Banco Central, una vez terminadas las obras de acondicionamiento en nuestra casa de la Plaza de la Constitución. No obstante, por los menos dos meses de 1930, mi padre ya hacía operaciones con la sucursal de Orihuela, no sé si con sueldo o por comisiones, pues tengo en mi poder copias de cartas manuscritas por mi padre, dirigidas al Banco Central en Orihuela, en las que detalla los ADEUDOS y ABONOS de cada día. Concretamente, la del día 10 de noviembre de 1930 dice: “Manuel López Martínez.Comisiones y Representaciones.- Almoradí (Alicante) 10 noviembre 1930.- Banco Central.- Orihuela.- Muy Sres. Míos: Mucho les agradeceré consigan de la Dirección (si no está en Vds.) poder hacer una operación de dos mil quinientas a tres mil pesetas que necesito para poder terminar la casa que estoy edificando, porque confiando en cobrar en esta quincena una cantidad igual y que hasta primeros de febrero no puedo efectuar dicho cobro, es por lo que me obliga a hacer esta operación, por encontrarme con la obra empezada.- Confío en que si Vds. Recomiendan bien esta operación, no pongan dificultades, rogando al mismo tiempo no demoren consultarlo [...] Me reitero de Vds. afmo. s. s. Manuel López.- Rubricado”. O la de 11 Noviembre de 1930, que, entre otras cosas, dice: “[...] Acompaño una instancia que me entrega Manuel López Manzanera para el cargo de Botones, que ruego aprueben. (Luego sería de la plantilla como botones). Manuel López.41


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Rubricado.-“Este Manuel López Manzanera era hermano de Antonio, que fue comandante de puesto de la Guardia Civil de Almoradí, año 1950. La de 12 Noviembre de 1930 dice: “[...] Confirmo lo manifestado por Don Guillermo por teléfono de que pidan Vds. a Madrid un billete Lotería, para Navidad (2.000 pts.). Además un vigésimo de Barcelona (100 pts.). Tengo en dinero 10.000 pts. Hoy. Díganme si las llevo o hay que entregarlas aquí. [...] Manuel López.- Rubricado.-“ La de 15 Nov. Dice: “[...] Les remito dos Ef. Míos s/. Algorfa para su negociación, de Ptas. 400 a 30 días fecha y otro de 300 pts. sin vencimiento [...] Esta cantidad es el resto de 1.200 pts. que importaban los utensilios del Bar que le vendí al Sr. Pérez [...] Manuel López.- Rubricado.-“ La de 18 Noviembre de 1930 dice: “[...] Les Adeudo: Ptas. 450,00 = Recibo alquiler 3º Trimestre de esta oficina.- 394,40 = Liquidación que pago a Manuel López, su carta nº 627.- 300,00.- Talón nº 7.049, que pago a D. Antonio González.- Les Abono: Ptas. 60,50 = Condicional nº 729, que cobro.- Les remito nuevamente el efecto mío de pts. 300, con vencimiento a 30 días, para su negociación.- Me reitero de Vds. afmo. s. s. Manuel López.- Rubricado.La de 3 diciembre de 1930, dice: “[...] Les adeudo Ptas. 122,00 saldo mes Nov. [...] Manuel López.- Rubricado.-“ La del 16 diciembre 1930: “[...] Les adeudo Ptas. 10,00 por c/ del Sr. Director (2 recibos Lotería) [...] Manuel López.- Rubricado.-“ La de 21 diciembre 1930, dice: “[...] Les adeudo Ptas. 18,30 = Recibos Teléfono, que pago. [...] Ptas. 5,00 por c/ D. Rafael Martínez Arenas.- (1 recibo Lotería para D. Rafael Martínez Arenas) […] Manuel López.- Rubricado.-“ 42


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La del 23 diciembre de 1930, dice: “[...] Mucho les agradecería me dijesen qué le tengo que abonar a la mujer que limpia todas las semanas un día desde que se terminó esta oficina [...] Manuel López.- Rubricado.-“ O sea, que las copias de cartas que tengo en mi poder van desde el 6 de noviembre al 30 de diciembre de 1930, ambos inclusive, sin dejar ni un día, y he detallado los párrafos más característicos de algunas, porque demuestran que ya se operaba en Almoradí, pero por cuenta de la Sucursal del Orihuela; y también señalar la presencia del Director, Sr. Martínez Arenas, en Almoradí. Por lo tanto creo que el Banco Central abrió las puertas al público a primeros del año 1931. La plantilla la formaban: don Rafael Martínez Arenas, como director; Carlos Domingo Cases Olmos, como interventor; Vicente Ferrer Sainz, que se encargaba de Cartera, todo lo relacionado con las letras de cambio, mi padre, como cobrador, aunque también atendía a la Ventanilla de Cobros y Pagos, y Manuel López Manzanera, de botones, aunque no sé el tiempo que tardaría en entrar en la plantilla. Mi padre y mi primo, el botones, tenían su uniforme.

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Don Rafael, de Orihuela y algo mayor, era hermano de don José Martínez Arenas, abogado y diputado provincial, que junto con don Luis Martínez Domínguez, abogado de Almoradí y también diputado provincial, ambos de derechas, eran muy famosos, sobre todo por esta comarca. Cases y Ferrer, creo que eran primos, eran de Orihuela y venían de aquella sucursal. Cases era ya bastante competente y, por el año 1935, lo hicieron director de Albatera, no sin que antes, en el año 1934, hiciera un viaje conmigo a Madrid que, en su momento, relataré con todo detalle. Ferrer era casado con una chica de allí de Orihuela, dueño de una librería de la calle Mayor, y que luego, a partir del año 1932, cuando empecé a estudiar bachiller, tuvimos bastante relación, ya que me surtía de allí los libros de texto. El botones, mi primo Manolo López, era hijo de mi tío Antonio López Velasco, el Rojo, primo hermano de mi padre, que era Guardia Civil del puesto de Torrevieja. Manolo, que tenía unos quince años, murió muy pronto.

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Distribución de Almoradí

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lmoradí, en 1930, era casi un cuadrado, estaba configurado de la siguiente manera: Ejido Norte, Ejido Este o Levante, Ejido Sur o Mediodía y Ejido Oeste o Poniente. El Ejido Norte era una acera solamente, de lo que hoy son las calles Luis Buñuel y Rafael Alberti, y en él se encontraban la parte trasera de la fábrica de los Cañizares; el inicio de la carretera de Dolores, al final de la calle Primo de Rivera; el inicio del camino de Catral hacia El Saladar; las Escuelas Nacionales, de Niños y Niñas, con las casas para el maestro y la maestra, continuando la tasca de Simeón y, un poco más allá, lo que siempre se ha conocido por el Barrio, que lo constituían tres casas que había construidas hacia la margen de la Acequia Mayor, al lado mismo de lo que hoy se conoce como pisos de Galant. En estas casas vivía la familia del tío Relente, padre de Miguel el del Barrio, que estuvo empleado en Hidroeléctrica y que jugó con nosotros en los años 40 como defensa en el Club Deportivo Almoradí, y también padre de Amparo, la viuda de Salvador, el cabo de los municipales. En otra casa vivía la tía Concha la Palpa, viuda y jornalera agrícola que también se empleaba en los menesteres de las casas; así que cuando todavía teníamos el Bar 43, ayudó mucho a mi madre y teníamos mucha amistad. En la otra casa vivía una familia de los Jacintos. El Ejido Levante, hoy Comunidad Valenciana, empezaba en la parte trasera de la fábrica Cañizares y seguía paralelo a la 45


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acequia del Bañet, que ya venía del Ejido Norte, hasta donde empezaba el camino del Bañet, a la terminación de la calle Princesa, hoy Virgen del Pilar; a continuación y siguiendo paralela al camino, venía una parcela de tierra en blanco, cercada, que completaba la propiedad del Teatro Cortés, es decir, el costado izquierdo del teatro, donde había una puerta falsa. En la otra parte del Teatro, seguía el campo de fútbol, inaugurado el 20 de julio de este año 1930, y construido a expensas de Manuel Follana Carrascosa, que entonces era el empresario del teatro. En este campo jugaba el Club Deportivo Cortés. El final del campo coincidía con el final de la calle donde vivíamos nosotros, hoy Pintor Sorolla. El Ejido Mediodía, empezaba por la parte de Levante, en la casa del tío Cosme Ruiz, el Pompo; seguía la casa del tío Antonio Quiles, el Herrador, que fue el padre de Aurora Quiles Mellado que, en su día, se casó con el sastre Paco Gallud Vázquez. Seguían varias casas más y completaba esta acera de la manzana de casas, la parte lateral del hospital, llegando a la calle España. La manzana de casas que seguía, que completaba esta parte del Ejido, eran todas iguales, propiedad de Antonio Girona, así como el terreno cultivable que había enfrente de las casas que formaban el Ejido, separado por una hila de riego. En esta manzana vivía la familia de los Díaz, aunque la entrada a la casa la tenían por la calle España, que como eran carpinteros, tenían almacén, y además vendían cuadros, que consistían en unas fotos de la época, de colores, con un buen marco. Todavía queda una pareja de estos cuadros que compró mi madre por entonces, colgados debidamente en la casa de mi hijo Miguel Ángel. También tenían casa, por supuesto todos en alquiler, el tío José García Rocamora, el Tontana, y el director de la banda de música, Sr. Pujante. Esta parte del Ejido terminaba en la carretera de Rojales, formando así lo que hoy es calle Doctor Sirvent. Este Ejido no pudo completar toda la extensión de la parte sur del 46


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pueblo. Al otro lado de la carretera estaba el taller de aperador de José Cartagena, natural de Rojales y establecido en Almoradí, con un amplio almacén y una amplia vivienda, además de un huerto familiar. Por la parte posterior de la parcela del tío Cartagena, discurría la acequia Cotillén, que iba paralela al Camino del Recreo, donde tantas veces me he bañado yo; después seguía tierra de cultivo, también paralela a la acequia, hasta llegar al camino del Cementerio Viejo o carretera de Algorfa. Completando esta parte del Ejido, el Gran Corralón, que era parte del convento de Frailes Mínimos que hubo en Almoradí hasta unos años antes. Por eso, los pueblos cercanos, sobre todo Dolores, no han dicho siempre Fraileros. Antes de llegar al Cementerio Viejo, estaba la carpintería de José Martínez Soria, el tío Zocato, carpintería donde se enseñaron a trabajar el mueble muchos chicos jóvenes, como mi primo Jaime Miralles, Manolo el Bombo, Manuel Rodríguez el Tobala y tantos otros. Con el tiempo, esta carpintería y toda la parcela que ocupaba la compró mi cuñado Jaime Andújar, y construyó el edificio de pisos y cocheras que hay en la actualidad, un edificio triangular. Para llegar por la Carretera de Algorfa al Cementerio Viejo había que pasar por un Puente que había encima de la acequia Cotillén, la cual ya venía desde la acequia Mayor por el Ejido Poniente. El Ejido Poniente u Oeste, llegaba desde el recodo que hacía la acequia Cotillén, en la parte trasera del Corralón, hasta la acequia Mayor, en el Ejido Norte. Las calles que desembocaban en este Ejido eran, de norte a sur, las calles La Reina, Infante, Mayor, Larramendi, donde comenzaba la carretera de Orihuela y San Francisco, que desde la calle Obispo Herrero, solamente tenía una acera de casas, la otra parte de la calle era El Corralón. Con anterioridad a este año de 1930, se construyeron en el Ejido Poniente, sobre la esquina de Llanos, cinco puentes de cemento y hierro, con el fin de prolongar las calles de la Reina, Infante, Mayor, San Francisco y Calvario, con las manzanas 47


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de casas a continuación. También, por el mucho tránsito que había de carruajes rodeando la Plaza de la Constitución y el enorme gasto que se hacía por el continuo arreglo, se hizo de forma definitiva con las materias de pórfido y cemento. Todavía en ese tiempo, en los entierros iba el sacerdote o sacerdotes, según la categoría del entierro, con la cruz y el sacristán, a la casa del difunto, donde se hacía un responso. Después volvían a la Iglesia y, terminado el responso de la puerta, se emprendía el camino al Cementerio por el lateral de la Iglesia, calle San Francisco, o de los muertos, carretera de Algorfa, a la puerta del cementerio viejo. Todo esto con el ataúd a hombros de los familiares y amigos. Allí, el sacerdote daba el último responso y se volvían a la Iglesia. Se despedía el duelo estrechando la mano a todos los familiares. Cuando ya funcionaba el cementerio actual, una vez despedido el duelo, los féretros se trasladaban allí, en carros o en camiones, para ser enterrados. Todo el terreno que ocupaba el cementerio viejo quedó como un pequeño jardín, hasta que, al acabar la guerra civil, se hizo como un mausoleo y se depositaron los restos de los “Caídos por Dios y por España”. Así se denominaban a los que habían muerto, bien porque les dieron el paseo, es decir, sacados de sus casas y asesinados en algún descampado, bien porque murieron combatiendo en las filas de las tropas nacionales. A este entorno se denominó Cruz de los Caídos.

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La Plaza de la Constitución de Almoradí

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a actual Plaza de la Constitución estaba formada por los establecimientos y viviendas siguientes: Ayuntamiento, con las dependencias para Arbitrios y Repeso, y Retén de los Municipales; sigue el comienzo de la calle San Emigdio; tienda de comestibles del tío Morales, abuelo de Guillermo Morales Pertusa, primer alcalde de la democracia; alpargatería y otros artículos de José Mora, el Cojo; droguería o estanco de una familia que en 1932 se marchó a Aspe; calles Cervantes e Infantes; comestibles y ferretería de Constantino Ortuño Andrés; bazar de León Pérez Navarro; peluquería de Rosario Grech, viuda de Buitrón, hermana del tío José María el del Casino; y estanco de Joaquina Giménez, viuda de un militar; casa de una planta de Antonio Miravete Galant; calle Mayor; tejidos y pañería de Manuel González Pérez; pañería y zapatería de Manuel Cortés; farmacia de Viuda de Martínez; calle Larramendi; ultramarinos, loza y cristal de Viuda de Antonio Alonso; guarnicionería de Luis Navarro; horno de Manuel Andreu, el Gallo; calles de San Francisco y Purísima; pañería y tejidos de Tomás Sirvent; casa y almacén de Dolores Cremades, la Cantera, madre de Higinio Martínez Cremades; casa de Julio Pedauyé Pastor; calles Virgen del Rosario y San Andrés; casa de don Mariano Girona; casa de Trinidad Girona; calle Donadores; casa abadía; casa de Patricio Zamenit; peluquería de 49


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José Follana; almacén de aceites y piensos de Antonio Miravete Mirete; calle Tomás Capdepón; lateral del Casino; comestibles de Rafael Andreu Tomé, el Cano; Confitería de Manuel Soto Chinchilla; casa de Manuel Soriano, representante comercial; calles Príncipe y General Primo de Rivera; y casa de Manuel López Martínez, en obras para oficinas del Banco Central. La Iglesia presidía la Plaza, teniendo enfrente el Paseo, con baldosines, unos árboles incipientes, bancos de madera y columnas para el alumbrado. Los laterales de la iglesia eran dos grandes espacios de tierra y grandes árboles, con el surtidor de gasolina enfrente de la casa de la tía Cantera, que era la concesionaria. En estos laterales de la Iglesia ¡cuántos partidos de fútbol se jugaban todos los días, antes de reanudar el trabajo por las tardes! Los cuatro lados del rectángulo que formaba la plaza estaban abiertos al tráfico rodado. Para los que viven en esta fecha y, sobre todo, para los relativamente jóvenes se den una idea, veamos a continuación los cambios experimentados en viviendas y establecimientos en el entorno de la Plaza de la Constitución. Se hizo peatonal en abril de 1931, desde la Carretera de Dolores a la calle Cervantes y, posteriormente, desde el comienzo de esta calle a la de Larramendi. El Ayuntamiento ocupa más terreno, porque adquirió el que ocupaba el Banco Central, aunque solamente tiene una entrada, más la que da acceso al Retén de la Policía, pero ya en la calle San Emigdio. La tienda de Morales, parece ser que la heredó su hija Milagros, casada con Manuel Lucas Andreu, el Pelao, y en la actualidad, es dueña la hija de éstos, Milagros Lucas Morales, casada con José Illescas Lucas, Satán, que tienen un Comercio de Loza y Cristal y Artículos de Verano. Ya en 2002, sigue el comercio de José Illescas Lucas. 50


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La alpargatería y droguería, después de muchos años de estar el estanco de Edelmira y la Peluquería de Follana, más la vivienda del Hilarión Rodríguez, se han convertido en la entrada a los pisos de Manuel Canales García, casado con Marisol Rodríguez, que previamente habían comprado los locales que ocupaban el estanco y la peluquería, para unirlos a la casa heredada por Marisol. En los bajos del edificio está Caja Murcia. La tienda de Constantino Ortuño la compró Paco Lucas, que después de varios años de seguir como ferretería y herramientas para la construcción, construyó un bloque de pisos con comerciales. Su establecimiento lo trasladó a lo que siempre había sido el Café Alejo, en la calle Antonio Sequeros, previa compra del local. Hoy, sus hijas, Asun, la mayor, tiene un comercio de lencería en la calle Antonio Sequeros, y ya en la Plaza, Carmen, tiene una zapatería de niños, y Loli, casada con Javier Quiles Martínez, Bombo, un comercio de ropa de niños, llamado La Cigüeña II. El Bazar León desapareció después de muchos años de existencia como tal y de ir cada vez a menos, ya que León Pérez y Patrocinio Andreu tenían cuatro hijas y tres hijos. Después de la guerra civil, año 1939, en alquiler, se estableció el Hogar del Camarada, cuya repostería la llevaba Julio Amorós, hijo del tío Julio. También estaba en este local, la Jefatura de Falange Española y de las JONS. El local de la Viuda de Buitrón, bastante después de la guerra, lo compró Manuel Martínez Huertas, el Lechuga, que se estableció con un comercio de lencería. Después construyó el bajo y tres pisos, y en la actualidad está establecida la heladería La Jijonenca, después de pasar el edificio por varios dueños. La casa de Antonio Miravete Galant, se convirtió en un edificio de cuatro plantas que, en la actualidad, las ocupan cuatro de sus herederos.

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El comercio de tejidos de Manuel González Pérez, que volvió a ser alcalde del año 1950 al 55, siguió funcionando algunos años después de su muerte, hasta que la Caja de Ahorros de Monserrate, después Caja de Ahorros del Mediterráneo, compró todo el edificio e hizo un bloque de pisos, con los bajos para sus oficinas. La zapatería de Manuel Cortés es hoy un edificio de tres pisos y un comercial que lo ocupa Trinitario Mínguez con su óptica. La Farmacia Viuda de Martínez la regentó después su hijo don Luis Martínez Herrera, farmacéutico, que fue varios años Jefe Local de Falange. Hoy la regenta su hijo, también farmacéutico, José Luis Martínez Pedauyé. El comercio de loza y cristal Viuda de Alonso, que al año siguiente, en 1931, ya lo regentaba el hijo mayor Antonio Alonso Rufete. Después, en el 34, entró de cobrador en el Banco de Vizcaya y el edificio se convirtió en un bloque de tres pisos y planta baja que, desde hace años, lo ha ocupado el Banco de Valencia. La guarnicionería de Navarro, después de muchos años de papelería y librería de José Alonso Rufete, se ha convertido en las oficinas de la Caja Rural de Alicante. El horno de Manuel el Gallo, cuyo edificio era de Tomás Sirvent, desapareció de este lugar y en 1934, después de las obras correspondientes, se instaló en régimen de alquiler el Banco de Vizcaya, y en la esquina a la calle San Francisco estuvo varios años la zapatería de Antonio Mazón, el Carlista, hasta que el Banco de Vizcaya compró el edificio y le indemnizó para que se fuera a otro lugar. Todo el edificio que ocupaba la tienda de Tomás Sirvent, después de seguir sus sobrinos, Vicente y Joaquín Sirvent Cañizares, con el negocio unos cuantos años, lo compró la familia del tío Crispín, José Lucas Moñino. Con el tiempo hicieron un bloque de pisos y locales comerciales. Ahora hay 52


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un estanco, cuya concesión se la dieron a su hija Josefa, por la discapacidad física del único hijo de ésta, Manuel Galí Lucas, aunque hace ya algún tiempo lo lleva arrendado otra familia. La casa y el almacén de la tía Cantera, la heredaron los sobrinos, sobre todo Vicente Cremades Senerio, que estuvo trabajando con ella hasta que murió. La casa sigue igual, habitada por un hijo de su sobrina Teresa Cremades López, casada con Pepe el de las bicicletas, fallecidos los dos. Lo que era el almacén se transformó en una bodega y ventorrillo y después en local de juegos recreativos. La casa de la viuda de Julio Pedauyé Pastor, la compró Pepe Ruiz García y hoy, además de su casa, que tiene la entrada por la calle del Rosario. En el piso vive su hijo Pepe, y al lado su hija Fina, casada con Ramón Eugenio Gomis, el Surte, abogado. Las casas de D. Mariano Girona y su hermana Trinidad, permanecieron igual hasta bastante tiempo después de acabar la Guerra, y ya fallecidos, se convirtieron en un bloque de pisos que tienen tres orientaciones: la de la calle San Andrés, que tiene la entrada a los pisos, y en el bajo, dando a la esquina, hay actualmente una peluquería. Antes, en este mismo local estuvo la droguería de mi cuñado Palao, y ya en la esquina de la calle Donadores, tiene la puerta de entrada al Banco Santander. La Casa Abadía, que era una amplia planta baja, fue reconstruida y quedó con la entrada para las viviendas del párroco y las religiosas de Ekumene, conocidas como las Señoritas, que viven en uno de los pisos, dando a la Plaza; además, hay un despacho y dando a la calle Donadores, dos bajos más, que fueron colegios de la Obra Misionera Ekumene, y la entrada a dos pisos para los vicarios. La casa de Patricio, la peluquería y el almacén del tío Miravete, lo adquirió Cosme Ruiz García, hermano de Pepe Ruiz, para edificar la casa actual, que ocuparon cuando se casó con Conchita Martínez Herrera. El dueño actual es Pepe Cosme Ruiz Martínez, 53


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hijo de ambos, abogado y actual secretario del ayuntamiento de Molina del Segura. Además de la vivienda, que ocupa todo el alto, está la cervecería Ángel y otro local en la esquina. Después del lateral del casino, la tienda de Rafael el Cano, la confitería de Soto y la casa de Manuel Soriano, se convirtió en un gran bloque de pisos, pues todo era propiedad de los Girona, y todos estaban en régimen de alquiler. Por eso se respetó a los inquilinos y el sucesor de Rafael, Juan de Dios Soto, tiene una ferretería y donde estaba la confitería, hay una administración de lotería, también de la familia Manuel Soto. Y lo que fue Banco Central en el año 1931, lo adquirió el Ayuntamiento y forma parte del edificio nuevo que se construyó e inauguró el 27 de marzo de 1983, siendo alcalde Guillermo Morales Pertusa, del partido político de UCD.

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Establecimientos y Comercios de Almoradí

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os establecimientos más destacados del Almoradí en ese tiempo, aparte de los mencionados de la Plaza de la Constitución, eran: •

En Panaderías:

1. Manuel Mira Penalva, el Sémola, casado con Constancia Alfosea, que tuvieron siete hijos y uno de esos hijos, que todavía vive, es Paco Mira Alfosea, durante mucho tiempo cronista local, ligado a Radio Elche y al periódico Información de Alicante, hoy jubilado del Ayuntamiento desde hace varios años. 2. Manuel Pujalte, el Lucero, regentada en la actualidad por su nieto Manuel, que estuvo en los Maristas de La Marina con mis hijos Javi y Miguel Ángel. Cerrada en el 2000. 3. Manuel Quiles, el Hornero, padre de José María Quiles Martínez, el analista, y de Paco, mi amigo. 4. Vicente Mellado Andreu, padre de los populares Vicente, el Republicano, y del Chispas. Panadería que sigue en el mismo edificio, aunque reformado, de la calle San Francisco, pero con otro dueño. 5. Javier Martínez, el Churrispas, casado con la tía Morena, padres de don Javier, Manolito, Marcelo y José María Martínez Hurtado. 55


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En Carnicerías:

1. Manuel López Penalva, el Pilile, hermano de mi madre, que estaba en la calle san Francisco, vecino de la casa paterna del amigo Luis Martínez Rufete, y con un puesto en la Plaza de Abastos. 2. José López Penalva, el Pilile, hermano de mi madre, que sigue funcionando con mis primos Paqui y Antonio López Martínez, en la calle Antonio Sequeros y un puesto en la Plaza de Abastos. 3. Manuel Penalva Argilés, el Sémola, primo hermano de mi madre, que la tenía en la calle Cervantes hace tiempo, al lado de la funeraria El Sacristán. 4. Tomás Martínez, el Perrero, cuyo dueño actual es su nieto José Albentosa Martínez, en el mismo edificio de la calle Larramendi. Ha dejado de funcionar en 2003. 5. Agapito Martínez, el Perrero, que vivía en la calle San Emigdio y tenía puesto en la Plaza de Abastos. •

Otros establecimientos de la época eran:

1. Café Alejo, en la calle Infantes, hoy Antonio Sequeros, donde tiene la Ferretería Paco Lucas, al frente del cual estaban la tía Carmen, viuda de Alejo y el tío Manuel Senerio, hermanos. Sastrería Juan Valdés, viudo de mi tía Rosario, madre de mis primos Mariano y Pepe Valdés López, escuela de tantas personas que luego se establecieron de sastres, como mi esposa, que trabajó algún tiempo de pantalonera. 2. Gran Hotel Clavel, en la calle Larramendi, donde hoy tiene la panadería Manolo el Sémola. 3. Aserradora de Enrique Salvador Rodríguez Mira, el Salvaoré, al lado del Cuartel de la Guardia Civil.

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4. Aserradora de Antonio Quiles Follana, el Grillo, en su domicilio de la calle Canalejas, y un par de años después, frente al Cuartel de la Guardia Civil, hasta que se quemó. 5. Abonos y Primeras Materias, de Victoriano Pertusa, en la carretera de Rojales. 6. Gran Posada San José de la Montaña, al comienzo de la calle Canalejas. Muchos años después estuvo la posada de Manuela Quiles, la Pava, que tenía patos, y donde mi esposa llevaba a mis hijos Manolito y Pepe Joaquín con el plato para que comieran algo mirándolos. 7. Joaquín Gómez Rufete, en Puente Don Pedro, harinas, aceites y cereales. 8. Gabriel Aleo, en la calle Canalejas, Fábrica de Mosaicos. 9. Confitería y Pastelería El Gallo, de Casildo Conesa, padre de Francisco Antonio Conesa, que estuvo en los Maristas de La Marina con mis hijos. 10. José Mínguez Conesa, en la calle Primo de Rivera, Relojería, Platería y Óptica, después en la calle Antonio Sequeros. 11. José María Grech Navarro, repostería del Casino. 12. Gabriel García Santacruz, funeraria El Sacristán. Había tres fábricas de conservas vegetales: La de Hijos y Nieto de José Cañizares Aguilar, que estaba en la calle Canalejas, en lo que hoy es el bar Tabarca y toda la manzana de su contorno. La de José García Palmer, industrial de Murcia, en la Avenida de Orihuela, que estaba enfrente mismo de lo que hoy es Pollos Cases. Y la de Chapapría, cerca de lo que fue la estación del ferrocarril, en la partida de la Eralta al final del camino de la Tejera. En el tiempo que las tres fábricas estuvieron a pleno rendimiento fue muy grande el número de personal que necesitaban y por eso, desde entonces, residen en Almoradí descen57


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dientes de tantos murcianos que vinieron a trabajar y que ya se quedaron a vivir aquí. Las tres fábricas desaparecieron por los años 60 y 70, debido al encarecimiento progresivo de los gastos de fabricación, sobre todo jornales y transportes. Los trabajadores que vinieron de Murcia, casi todos cualificados, contribuyeron en gran medida al auge de las tres fábricas de conservas vegetales, como así mismo la materia prima proveniente de aquellas tierras, por ejemplo los melocotones, los albaricoques y las peras; aunque el principal producto era el tomate, del cual se hacía un gran cultivo por toda esta comarca. También parece que las tres fábricas se pusieron de acuerdo para contratar a los encargados de las mismas, o sea, del personal para la producción. Así, la fábrica Palmer tenía de encargado al tío Moreno, me acuerdo que tenía un gran bigote, un murciano que vivió enfrente mismo de la fábrica, hasta que falleció, y todavía vive su hija Maribel, casada con Francisco Mateo Birlanga, el Pintao, en la calle La Reina. La Fábrica de los Cañizares tuvo de encargado hasta que falleció a Santiago Pina, un murciano que residió en la calle Ramón y Cajal todo el tiempo, pues caía muy cerca de la fábrica. Su hijo José Pina López, maestro nacional, era muy amigo mío, pues estudiamos juntos parte del Bachillerato en el Instituto de Orihuela, y también fuimos juntos al Cursillo de Cristiandad número 100. Todavía viven su viuda Teresa y sus hijos José, Santiago y Andrés, los tres maestros. Y la Fábrica Chapapría se trajo de la parte de Murcia al mecánico, con casa puesta en la calle Ramón y Cajal. El encargado del personal era el tío Pintao. Correos estaba en la calle San Emigdio, en una casa que era propiedad del Alcalde de ese año, Pedro Reig Maciá, conocido por Perico el Papa. Estaba a la altura de donde tenía, antes de 58


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fallecer, la tienda de ropa Emigdio Follana Mira, el Torero. No había más funcionarios que el Administrador y un Cartero, que era el tío José María Martínez, Faco. Teléfonos estaba en la calle Primo de Rivera, en una casa que hoy es parte del Mercado de Abastos, al lado de la Imprenta Nueva, desaparecida en 2003. Era la Centralita de los teléfonos del pueblo, que no serían más de doce, y quizás diga muchos, y consistía en un panel con unos agujeros numerados y unas clavijas. Así que al recibir la operadora la llamada desde un teléfono le preguntaba al abonado por el número con el que quería hablar y metía la clavija en el agujero del número correspondiente y llamaba al titular accionando una manilla. Cuando contestaba éste, ya los ponía en comunicación a los dos. Para las llamadas había que darle a la manilla que tenían todos los teléfonos y descolgar al auricular, y cuando contestaba la operadora se le pedía la comunicación con el número, o el nombre del que querías hablar. Pero lo que era una odisea era cuando se pedía una conferencia, o sea, hablar con alguien de fuera del pueblo. Había veces, dependía de la distancia claro, que se tenía que suspender el querer hablar. Para los que no tenían teléfono en casa, tenían que ir a la central y allí había una cabina con un teléfono desde donde se podían celebrar las conferencias.

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Fiestas en la calles de Almoradí

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n este tiempo, y hasta muchos años después de la guerra civil, con excepción de los años que duró ésta, se celebraban dos grandes fiestas en las calles del Almoradí. Una la de la calle Mayor, en honor de la Virgen de los Desamparados, en la segunda semana del mes de mayo, desde sábado por la tarde a domingo en la noche. La otra, en la calle san Francisco, en honor de este santo, desde sábado en la tarde a domingo en la noche, después de su festividad, el día 4 de octubre, excepto el año que caía en sábado o domingo. En estas dos calles había sus correspondientes comisiones que se encargaban de todos los actos y, durante el año, todas las semanas, recogían de los vecinos como una cuota para sufragar gastos. Estos consistían casi siempre en adornar las calles con ramas de olivos, que clavaban en la tierra, pues no había asfalto, simulando árboles y las guirnaldas de acera en acera. Pero, sobre todo, en contratar la banda de música, el dulzainero y tamboril, la misa con sermón, con un orador religioso de algún renombre, y la procesión con el santo, de ida a la Iglesia y vuelta a la calle. La banda de música tenía bastante faena, pues además de los tres o cuatro pasacalles y la procesión, tenía que dar concierto en la tarde y en la noche del sábado, y en la tarde y en la noche de domingo, sin olvidar que había que amenizar la misa por la mañana y la carrera de cintas en bici60


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cleta o a caballo el domingo en la tarde, tocando algo cada vez que sacaban una cinta. Menos mal que si la carrera se alargaba algo más de lo corriente, porque los ciclistas o jinetes estaban torpes, se suprimía el concierto de la tarde del domingo. La fiesta de la calle Mayor tardó pocos años en desaparecer después de la guerra civil. Sin embargo, la de la calle San Francisco la siguen celebrando, a pesar de un pequeño parón que tuvo de varios años, cuando falleció mi parienta Teresa la Crispina y mi tía Asunción Valero, madrastra de mis primos Miralles, porque eran las verdaderas artífices de la fiesta. En la actualidad, las fiestas de las calles han proliferado, pues aparte de la de San Francisco, hacen fiesta en la de San José, la del Perpetuo Socorro, la de la Comunidad Valenciana, la Virgen del Carmen, la de San Andrés y la de la Inmaculada. Más un festejo que hacen en la de Tomás Capdepón a la Virgen de Monserrate. Pero estas fiestas son bien distintas a aquellas.

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Personas destacadas de la época

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l alcalde desde el mes de abril de 1930 era Pedro Reig Maciá, que era presidente de la Sociedad Casino y que fue mucho tiempo apoderado de don Mariano Girona. El juez, Mariano Cortés Práxeres, abogado, natural de Aguas de Busot, que vino a este pueblo como secretario del ayuntamiento, por el año 1890 y que a principios de 1900 mandó construir el Teatro Cortés, magnífico coliseo del cine, por donde han desfilado las mejores compañías de Teatro y Revistas, ya con el empresario Manuel Follana Carrascosa, que era esposo de su sobrina Pepica Fuster. El cura párroco, desde 1901, era don Pedro Penalva Donate, ya muy anciano y que falleció ese mismo año de 1930. El Juez de Aguas y presidente del Sindicato Agrícola Católico era José Canales Martínez. También en este año se hallaba instalada en el pueblo la Casa Sadrián, enfrente del cuartel de la Guardia Civil, cuyo propietario era el potente industrial murciano don Adrián Viudes Guirao, hermano del marqués de Río Florido. El apoderado de Sadrián fue Manuel Follana López, bajo cuya dirección funcionaba el suministro de Aguas Potables; la distribución eléctrica; fábrica de hielo, que abastecía a los pueblos de la comarca; molino de pimentón; venta de máquinas agrícolas; venta de abonos y primeras materias y representación y venta de automóviles. 62


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El 20 de julio de este año 1930 se inauguró el campo de fútbol del Club Deportivo Cortés, cuyo mentor y propietario era Manuel Follana Carrascosa, también empresario del Teatro Cortés como ya se sabe, y una de cuyas paredes era el teatro. En este equipo jugaron: Molina; Salvador el Bolero; Antonio Penalva; Pascual el Garrigós; Domingo Soriano, que fue mucho tiempo oficial mayor del ayuntamiento; Panadero; Manuel Quiles Pavita; Font, conocido barman durante mucho tiempo; Chucho; Martínez; Zaragoza; Valdés; Salvador Penalva, que fue empleado de la Caja Monserrate; Alejo, mucho tiempo funcionario del ayuntamiento e hijo de la tía Carmen, la del Café Alejo; y Mulero. Este equipo funcionó hasta que estalló la guerra civil, porque entonces las Juventudes Socialistas Unificadas se hicieron cargo del campo de fútbol, ya que el Partido Socialista lo había requisado, como otras muchas propiedades. El año 1931 comenzó con la Sucursal del Banco Central, en Almoradí, ya en funcionamiento con la plantilla que reseñamos en páginas anteriores. Tuvo bastante aceptación el Banco, pues mi padre, Manuel López Martínez, tenía bastantes amistades, no sólo en Almoradí, sino en todos los pueblos de la comarca, debido al tiempo que trabajó de cobrador con el corresponsal de Bancos Higinio Martínez, y con la Banca Llopis. Hubo algunas aperturas de nuevos comercios, como el Hotel Comercio, en la calle Tomás Capdepón, regentado por José María Mira Penalva, padre de Luis Mira Chinchilla, que era interventor en la Banca Llopis. Posada La Huertana, de Manuel Ruiz, en la carretera de Rojales, que al cabo del tiempo, la llevó el popular tío Pedro, Pedro Quesada, procedente de San Miguel de Salinas, que tenía varias hijas, dos de ellas se casaron con dos chicos forasteros que vinieron a trabajar a Almoradí y se hospedaron en la posada, Salvador Palomares, de Enguera (Valencia), y 63


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Romero, que trabajaron en el Banco Central y en la farmacia de don Valentín, respectivamente; la menor se casó con Antonio, el Mingo, peluquero ya jubilado, que viven en la calle La Reina, vecinos de mi cuñada Segunda. Y la Imprenta Alonso, de José Alonso Rufete, padre de Antonio Alonso Gutiérrez, que fue alcalde en varias legislaturas con la democracia terminando su mandato el 20 de junio de 1999. Pepe Alonso, como se le llamaba familiarmente, se hizo bastante popular, pues le dio mucho auge a la imprenta, que aquí se desconocía; y por entonces era muy popular decir Alonso y Cubí, que creo que fue un murciano este Cubí, que le introdujo en esto de la imprenta. Empezaron, con local alquilado, en la calle Ramón y Cajal; después se trasladaron a la calle Larramendi y editaron las revistas de Feria y Fiestas de los años 1930 y 1931; posteriormente, ya Pepe Alonso sólo, puso una papelería y librería en la casa donde vivió hasta que falleció, en la Plaza de la Constitución, donde hoy tiene las oficinas la Caja Rural de Alicante. Los talleres de la imprenta los colocaron en la carretera de Rojales, y con la venta de libros por una zona amplia y la venta de papel especial para los envases de frutas y hortalizas para la exportación, junto con sus hijos Antonio y Manolo, lograron crear, no sin grandes sacrificios, la importante empresa EDIJAR, S.A. de calendarios, christmas, naipes publicitarios, etc., que hoy regenta Antonio Alonso y su hijo Toño. Pepe Alonso también fue alcalde, en tiempos del general Franco, desde enero de 1941 a junio de 1942, porque en la guerra civil fue encarcelado algún tiempo, por lo que fue ex cautivo. Asimismo, fue uno de los que colocó la bandera republicana en el balcón del ayuntamiento, el día 14 de abril de 1931. En la carretera de Orihuela, hoy avenida de Manuel de Torres, también se inauguró, en local propiedad de Manuel Miravete, el Ideal Cinema, regentado por José Ferrández Mazón, 64


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José el Manco, que le hizo mucha competencia al Teatro Cortés; sobre todo porque empezó a traer espectáculos bastante atrevidos para aquella época.

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La II República en Almoradí

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l 14 de abril de 1931 se proclamó la II República y, según se ha comentado, los primeros en aparecer en la plaza de la Constitución con la bandera republicana fueron los médicos locales don Vicente Sirvent Grech y don Julio García García y, en esto sí que estoy seguro, Pepe Alonso fue uno de los que la colocaron en el balcón del Ayuntamiento. El rey de España, Alfonso XIII, embarcó en el puerto de Cartagena rumbo a Italia, donde pasó el exilio y murió. A los pocos días, nombraron presidente de la República a don Niceto Alcalá Zamora, natural de Priego (Córdoba). El día 18 de abril, tomó posesión de su cargo el nuevo alcalde, don Aquilino Herrera García, hijo de don Ricardo Herrera, farmacéutico. La farmacia estaba situada enfrente mismo del Casino, donde después de la guerra estuvo tanto tiempo el bar Font. Cuando don Ricardo murió, siguió Aquilino con la farmacia, aunque no tenía título, pues creo que no hizo ninguna carrera; era, más bien, bastante político. Uno de sus hijos, que todavía vive en Alicante, es Ricardo Herrera Ferrandis, amigo y condiscípulo mío en los estudios de bachillerato. Ricardo, casado con Amparo Follana Mira, ingresó aquí en Almoradí en el Banco Central. Luego, ya de interventor, lo trasladaron a Orihuela y después a León. Estando en León lo buscaron cuando se fundó el Banco de Alicante, como jefe de contabilidad, hasta que se jubiló y se quedó a vivir en Alicante.

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El nuevo Juez Municipal fue don Julio García García, médico, natural de Albatera, que ya llevaba varios años ejerciendo en Almoradí. Su hija Mª Carmen García Cañizares, viuda, es la propietaria de Repuestos Almoradí. A la muerte del párroco, don Pedro Penalva, fue nombrado como cura ecónomo don Vicente Galván López, natural del Aspe, pero proveniente de Orihuela, donde había sido profesor del seminario. Los primeros acuerdos que tomó el nuevo Ayuntamiento, según datos tomados de la revista de Feria de 1931, fueron: - Se suprime la subvención a la Monjas de la Caridad del Hospital y el edificio se dedica para dos Escuelas. El ahorro fue de cinco mil pesetas al año, entre los sueldos y los alquileres de las escuelas. - Se crea la primera Biblioteca Pública. - Se corta el paso de vehículos por delante del Ayuntamiento, el día16 de junio, y se amplía el Paseo. - Se crea un Carro Basurero. Además, se acordaron los siguientes proyectos: - Crear la Plaza de Abastos. - Hacer un Lavadero Público, que nunca se hizo. - Construir un Templete en la Plaza, antes de fin de año, para que la Banda de Música toque todos los domingos, que se hizo por los años 50. También se cambiaron los nombres a varias calles del pueblo. Algunas de las que recuerdo son: Infantes por La República, La Reina por Pablo Iglesias, General Primo de Rivera por Galán y García Hernández, oficiales del ejército que se sublevaron en Jaca el 12 de diciembre de 1930 y proclamaron la República, siendo fusilados dos días después, Mayor por Blasco Ibáñez, Príncipe por Alcalá Zamora, Alfonso XIII por 14 de Abril y Santo Cristo por González Ramos que después volvió a Santo Cristo, y González Ramos sustituyó a Princesa, 67


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aunque esta calle se denominó Ramón y Cajal poco tiempo después. En la Liga de Fútbol de 1ª División de esta temporada 1931/32 se quedó campeón el Real Madrid C.F. Se celebraron las Procesiones de Semana Santa con total normalidad. Un poco antes de la Feria, se inauguró el Campo de Fútbol de la Sociedad Deportiva Almoradí, C.F., situado en la carretera de Rojales, enfrente de la posada La Huertana, en unos bancales propiedad de Antonio Girona. Precisamente el presidente de esta sociedad era Antonio Gálvez Guirao, mecánico y chófer particular de Antonio Girona, un buen billarista a libre; vicepresidente era Pedro Martínez López el Melala; tesorero, Manuel Canales Grech, el de la calle Mayor; y entre los vocales se encontraba Carlos D. Cases Olmos, empleado del Banco Central. Esta sociedad, y por tanto este equipo, duró poco tiempo. Mi primo hermano Manuel Tafalla López nació en los días de la feria, y como nació algo prematuro y con pocas esperanzas de vida, lo tuvimos que bautizar deprisa y corriendo. Fuimos los padrinos del bautizo mi madre y yo. Sin embargo, con mucho cuidado fue mejorando poco a poco hasta que llevó una vida normal y vivió 66 años. Dejó un buen patrimonio. El día 18 de diciembre de 1931 cesó de alcalde don Aquilino Herrera, nombrándose en su lugar a don Jesús Rodríguez García, Hilarión, agricultor, suegro de Vicente Sirvent Cañizares, y abuelo del óptico Ortiz, que vivió en la calle Mayor, esquina a calle Manuel Birlanga. Esta casa se convirtió en un bloque de pisos donde hoy tiene la tienda de música Mariano. Los amigos y demás chicos de mi edad seguíamos en las escuelas, y cuando terminábamos las clases nos reuníamos casi todos en la plaza, a jugar a nada pídola, a los rompes, que era jugarnos los cartones de las cajas de cerillas, y también llegábamos a jugarnos el dinero que eran las perras y perragordas, 68


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o sea, las monedas de bronce de 5 y 10 céntimos, respectivamente. Y otros juegos más, sin olvidarnos, claro, del fútbol; para esto ya teníamos algunos trozos de calles, que eran de tierra, y que teníamos que cambiar muy a menudo, porque los moradores de las casas nos echaban, regando esos trozos de calles. Había dos sitios muy buenos, sobre todo porque nos toleraban más, que eran la puerta del hospital y la puerta de un almacén grande en la calle Mayor, que hoy es propiedad de Fina Ruiz Soriano, esposa de Julio Pedauyé, donde vivieron cuando se casaron. Hoy es un bloque de pisos. La banda de música seguía su magnífica marcha, bajo la dirección del maestro Pujante y de su presidente Manuel Birlanga Pertusa. La sede de la sociedad, seguía siendo la escuela de doña Amparo, en la calle San Andrés, que era propiedad de don Pedro Reig Maciá. La banda tenía muchas salidas a las fiestas de los pueblos de la comarca y barrios de Almoradí, e incluso a los pueblos de la provincia de Murcia, donde era bastante conocido el director Pujante, por ser natural de allí. La junta directiva estaba formada por don Manuel Birlanga Pertusa, don Joaquín Quiles Navarro, don Manuel Valdés García, don Ángel Solano Llanos, don Tomás Sirvent Grech, don Jesús Soto Chinchilla y don José García Rocamora. Manuel Birlanga, que tocaba el bombardino, era un almacenista exportador de frutas y productos hortícolas, y que fue alcalde del pueblo en tiempos de la Guerra Civil, teniendo bastante notoriedad. Don Joaquín Quiles era el veterinario titular del pueblo, padre del que luego le sucedió hasta su jubilación, don Gaspar Quiles Mora, y también del que fue médico pediatra en Orihuela y después un alto cargo en Sanidad de la Región de Murcia, don Joaquín Quiles Mora. Manuel Valdés era el contable de la fábrica de los Cañizares y padre de don Manuel Valdés Ibáñez, alcalde de Almoradí 69


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muchos años, y de don Tomás Valdés Ibáñez, contralmirante de la Armada. Ángel Solano, que fue oficinista en varias empresas, padre del que fue funcionario del ayuntamiento, Ángel Solano Rodríguez. Tomás Sirvent era propietario de la tienda de ropa de la Plaza de la Constitución. Murió soltero. Jesús Soto era agente comercial, padre de Jesús Soto Valera, que tiene la tienda de lencería en la calle Mayor. Y José García Rocamora tocaba el fliscorno en la Banda, carpintero-ebanista, que hizo toda la carpintería de nuestra casa, la cual se conserva todavía en muy buen estado, después de setenta años. Era abuelo del actual Tontana. El año 1932 transcurrió sin grandes acontecimientos. En la Plaza, la alpargatería de José Mora, el Cojo, que se trasladó a la calle San Emigdio, al lado de la carnicería y pescadería, se convirtió en el estanco de Edelmira Zammit y en la peluquería de su marido José Mª Follana, que fueron los suegros de Antonio Quiles Martínez, el Grillo, médico, que estuvo ejerciendo en Torrevieja. Y la droguería, en la esquina con la calle Cervantes, la siguió José López Ferrández, el Sinculo, que duró hasta 1935. Los carnavales, que entonces se celebraban con buenos bailes en el Teatro Cortés, y la Semana Santa, transcurrieron normalmente. En estos años, aunque ya había cofradías, no usaban tantas vestimentas. Los “armaos” tenían un buen número de componentes; simulaban a una legión romana. Después de los días de la Feria, como todos los años, nos marchábamos a Guardamar, a veranear. Nos íbamos, mi abuela María, mi hermano y yo, que nos llevaba mi padre en un carro atartanado, tirado por una yegua enana de su propiedad, Allí nos pasábamos hasta mediados de septiembre. Mi costumbre, casi a diario, era levantarme bastante temprano, pues como las casas estaban a unos veinte metros del mar, 70


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separados por un buen arenal y orientadas a Levante, en cuanto aparecía el sol, la luminosidad te invitaba a levantarte. Desayunaba y me iba andando por toda la orilla del mar, cogiendo almejas y cangrejos, hasta las primeras rocas, con dirección a La Mata; otros días iba en dirección opuesta, hasta La Gola o desembocadura del río. Cuando volvía, y hasta la hora de comer, baño y a jugar al fútbol en la playa, con la pelota gorda de goma blanca que, previamente, como todos los años, me había feriado mi padre. Éramos bastantes del Almoradí. Vecinos estábamos Mariano, José María y Ramiro Pérez Andreu, los de León; mis parientes Javier, Marcelo, José María y Manuel Martínez Hurtado, hijo del tío Javier, el Churrispas y de la tía Morena, y mi también pariente José Martínez Hurtado, primo hermano de los anteriores, hijo de la tía Carmen la Morena, que eran los dueños de la casa y vivíamos juntos. Los partidos de fútbol siempre eran contra los moradores de la parte izquierda de la Playa, sobre la arena. Eran muy típicos los balnearios del tío Román y familia, de Elche, cuyos hijos eran amigos nuestros, el cual se colocaba, ya dentro del mar, con una pasarela grande para poder llegar a él; en el mismo centro, entre dos filas de casas y la orilla del mar, y el del tío Cristóbal, que se colocaba en el arenal, entre las casas y la orilla del mar. Estuvimos yendo a Guardamar a veranear hasta que estalló la guerra civil, el 18 de julio de 1936. En este año de 1932, después del verano, ya no volví a ir al colegio del maestro Zapatero. Así que sería en el mes de setiembre que empecé a dar clases con Daniel Miller Andújar, maestro nacional, bastante joven, pues tendría unos veinte años, recién terminada la carrera, con el fin de iniciar los estudios del Bachillerato Universitario. Este bachillerato, del plan de estudios de 1903, constaba de ingreso y seis cursos, y se podía hacer por asignaturas sueltas, sin orden de cursos, siempre que no fueran incompatibles. Es decir, que no podías 71


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matricularte, y después examinarte, por ejemplo, de Latín 2, de 3º curso, si no tenías probado el Latín 1, de 2º curso; o de Álgebra y Trigonometría, de 4º curso, si no tenías aprobada la Aritmética de 2º y la Geometría de 3º. El Bachillerato del Plan de 1903, constaba de los siguientes Cursos y Asignaturas: - Ingreso: que consistía en un examen ante un tribunal de tres profesores, con preguntas sobre nociones de varias materias y un dictado. Todavía recuerdo el aula en la cual me examiné. Como es natural, si no aprobabas no podías examinarte de ninguna asignatura de ningún curso. - Curso 1º: nociones y ejercicios de Aritmética y Geometría, Caligrafía, Lengua Castellana, Geografía General y de Europa, y Gimnasia 1. - Curso 2º: Aritmética, Geografía especial de España, Latín 1, Historia de España y Gimnasia 2. - Curso 3º: Francés 1, Geometría, Latín 2 e Historia Universal. - Curso 4º: Dibujo Lineal 1, Francés 2, Álgebra y Trigonometría, y Preceptiva Literaria. - Curso 5º: Fisiología e Higiene, Física, Psicología y Lógica, Historia Literaria y Dibujo de Figura. - Curso 6º: Ética y Derecho, Química General, Historia Natural (Geología, Botánica y Zoología), Agricultura y Técnica Industrial. 72


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Como digo anteriormente, empecé las clases con don Daniel, preparando el Ingreso y varias asignaturas para los exámenes de junio y setiembre de 1933. Se terminó el año 1932 sin nada digno de mención, metido ya en una vida más exigente por los estudios. Se inició el año 1933 sin nada de particular, hasta el mes de abril, en que me contrataron en la banda de música para ir a Murcia, a las Fiestas de Primavera, durante las cuales se celebra el tan popular Entierro de la Sardina. No recuerdo los días que estuvimos, pero dimos algún concierto, amenizamos la Corrida de Toros, que toreó Juan Belmonte, y desfilamos en el Entierro cerrándolo, detrás de la última carroza. El desfile transcurrió por varias calles y, ya casi al final, se pasó por la Trapería derecho a la catedral, y al terminar ésta, frente a la puerta lateral de la catedral, estaba el palco de autoridades e invitados. Este año, como invitado importante, aunque supongo que vendría a alguna cosa más, estaba don Indalecio Prieto Tuero, Ministro de Obras Públicas en ese año, gran figura de la República. Era socialista. Cuando pasamos por delante del palco, el cortejo se paró un rato y entonces yo saludé quitándome la gorra a las autoridades. Se ve que a Don Inda, como popularmente se le conocía, le hice gracia, por lo joven que era, y me hizo subir al palco y me dio un montón de juguetes, de los que tiraban durante el desfile. A los pocos días le escribí una carta al ministerio, dándole las gracias, y me contestó el secretario particular, por orden del señor ministro. Esta carta la conservé mucho tiempo, pero no sé cómo, me desapareció. Aprovechando estos días en Murcia, mi padre me llevó a un fotógrafo que tenía el estudio en el puente de la Virgen, y me hizo una fotografía de cuerpo entero, tamaño cuartilla, vestido con el uniforme de músico, foto que conservo.

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También en este mes de abril, concretamente el día 28, cesó Jesús Hilarión de Alcalde, y nombraron nuevamente a Aquilino Herrera. Así mismo, en este mes de abril me matriculé en el Instituto de 2ª Enseñanza de Orihuela, de Ingreso y varias asignaturas. Este Instituto estaba en lo que había sido el convento de los Jesuitas y, después de la Guerra Civil y hasta hoy, el Colegio de Santo Domingo. Así que, el día 1 de junio me examiné de Ingreso y me aprobaron. Recuerdo perfectamente que fui a Orihuela junto con Luis Martínez Rufete, que en los años 60 fue alcalde y yo concejal, en un coche que tenía su padre, que era barbero y practicante de aquellos tiempos, sin título, y cuando terminamos de examinarnos nos vinimos a Almoradí, pero haciendo el recorrido por Granja de Rocamora, donde el padre de Luis tenía un 74


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hermano. A Luis también le aprobaron. Al día siguiente, 2 de junio, me examiné de Caligrafía de 1º, con Aprobado; y de Nociones y Ejercicios de Aritmética y Geometría de 1º, con Aprobado. Y en los exámenes de setiembre me examiné el día 25, de Lengua Castellana de1º, con Aprobado; y el día 26, de Aritmética de 2º, con Aprobado. (Precisamente hoy es 12 de octubre de 1999, festividad de la Virgen del Pilar, Día de la Hispanidad. Desde antes de que yo naciera, ya con mis abuelos paternos, en casa siempre hemos tenido devoción a La Pilarica, por lo que también siempre ha habido una imagen de la Virgen del Pilar, hasta que murieron mis padres. Entonces, mi hermano y su mujer, Librada que es de Benejúzar, donde celebran la fiesta con Romería desde 1939, expresaron el deseo de quedársela y, de acuerdo con mi mujer, se la entregamos. La primera imagen que yo conocí, viviendo en el Bar, en la Plaza de la Constitución, tenía un pilar muy fino y alto, hasta que por el año 1941 mi padre fue a Zaragoza, seguramente por promesa, visitó la basílica del Pilar y compró varias medallas de plata, algunas imágenes pequeñas para mesitas de noche y una imagen muy grande, con un pilar bastante más ancho y un buen soporte, para que tuviera buena estabilidad. La colocamos encima de la cómoda, del ajuar de mi madre, que estaba en el despacho. A partir de entonces, todos los años le hacíamos la novena, dirigida por mi madre, según el libreto que teníamos, hasta que estalló la Guerra Civil, cuando quemaron la Iglesia y los Santos y, por lo tanto, no se podía celebrar actos religiosos. Desde mis abuelos paternos, todos los años, el 12 de octubre se celebraba una misa encargada y pagada por mi familia que oíamos todos, incluso algunos familiares más cercanos que les avisábamos. Pero cuando acabó la guerra y se reanudaron los actos religiosos, probamos a seguir con 75


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esa costumbre y nos encontramos con que ya habían comprometido ese día para celebrar la misa a cargo de los excautivos, dirigidos por José Alonso Rufete, que a partir de ese día y año continuó con esa intención. Se ve que estos señores, al estar encerrados en la cárcel durante algún tiempo de la guerra, se encomendaron a la Virgen del Pilar e hicieron la promesa. No sé, como he dicho antes, si sería en 1941, mi padre removió a todos los vecinos de la calle, entonces General Sanjurjo, y le hicieron la fiesta a la Virgen, con traslado a la Iglesia y música. Esta imagen, ya en poder de mi hermano, sirvió para que la Guardia Civil celebrara la procesión y la misa durante varios años. Sobre todo durante los años de 1950 que estuvo de Comandante de Puesto mi primo Antonio López Manzanera, entonces con la graduación de Cabo. Que yo recuerdo, no he dejado de oír misa el día de la Pilarica, nada más que el día 12 de octubre de 1946, porque me cogió de viaje, en tren hacia Sevilla, adonde fui con Gabriel, el Sacristán, a seguir las gestiones para abrir una sucursal de La Alianza Española, S.A. de Seguros de Decesos conocidos como Seguros de Muertos. Seguramente, esta fue la causa de que nos salieran estas gestiones, y después el negocio, con tantas dificultades, que ya explicaré en su día.) Siguiendo con el relato de 1933, aquí en Almoradí, en cuanto a fútbol se refiere, mi equipo iba funcionando y seguíamos ocupando los trozo de calle que mejor estaban, y nos dejaban los vecinos, para nuestros partidos. Ya empezábamos a buscarnos nuevos horizontes y los domingo nos íbamos a la huerta a jugar en los bancales que estaban en barbecho. Como ya éramos estudiantes y no teníamos el horario de las escuelas, en cuanto teníamos un pequeño descanso, siempre por las tardes, nos poníamos a pelotear, sobre todo en la calle Mayor. Yo, por los menos, estaba bastante controlado, pues la mayoría 76


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de las tardes aparecía mi padre por una de las esquinas y me silbaba, y como sabía para qué mi silbaba, dejaba de jugar y me marchaba a casa a estudiar. Esta temporada 1932-33 de fútbol de 1ª División, también se quedó campeón de liga el Real Madrid. Fichó a Samitier, catalán, que fue bastante famoso, y cambió al mítico y polémico Gaspar Rubio, el Mago del Balón, por Ordóñez, del Atlético de Madrid. Gaspar Rubio y yo tuvimos bastante relación en la temporada 40/41. No sé exactamente la fecha, pero vino de director al Banco Central don Antonio Gallego Méndez, murciano, relativamente joven, muy buena persona, que llegó a ser director general del banco, y que le gustaba mucho la música. Tocaba el violín, así que, prácticamente hasta que lo trasladaron a Barcelona, estuvo tocando con mi padre y unos cuantos más, sobre todo en la Iglesia, en las misas de los días festivos. Como todos los años, se celebró la feria, y cuando acabó veraneamos en Guardamar, y a mediados de septiembre, empezamos las clases para preparar nuevas asignaturas, y terminó el año 1933 sin ningún hecho sobresaliente. El año 1934 fue un año con bastantes cosas dignas de mención. A primeros, empezó sus actividades el Banco de Vizcaya en Almoradí, en la Plaza de la Constitución, instalado en la casa propiedad entonces de Tomás Sirvent, donde continúa en la actualidad ya como propiedad del Banco. De director vino un tal don César, natural de Santa Pola, y emplearon a Antonio Alonso Rufete, hermano de Pepe Alonso, como cobrador, y también se colocó un tal Miguel Mateo Espinosa, el Pintao, que era hijo del encargado de personal de la fábrica de Chapaprieta. En este año ya empecé a ir por las mañanas al Banco Central a estudiar, y así estaba a la vista de mi padre. Ocupaba una mesa amplia, que había en el patio del público. Por cierto, esta 77


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mesa, cuando el Banco la desechó, pasó a poder de Joaquín Galant, que la acondicionó y le sirvió de mesa de despacho durante los 25 años que yo estuve de contable con él. También me servía la mesa para archivar, en sus correspondientes carpetas, todas las copias de los documentos y cartas que se producía a diario en la actividad del Banco. Las copias de los escritos se secaban con una prensa de agua. Así mismo, la mesa me servía para dibujar, que ya me gustaba bastante. Al poco tiempo, ya hacía para cerrar la jornada los Diarios, que eran unos grandes impresos encuadernados a tres copias, donde se reflejaba toda la Contabilidad del día. Y también hacía el cobro de letras por el pueblo, a media mañana. Como en aquel tiempo el importe de las letras de cambio comerciales era raro que llegara a 100 pesetas, yo llevaba una bolsita de lona, para echar los duros y las pesetas, de 1 y de 2 de plata, y las monedas de cobre, de 5 y 10 céntimos, con que me pagaban los tenderos, y me la ponía, enrollada en el hombro. Entonces casi no había peligro de robo. Con todo esto, aparte de que me distraía y descansaba de estudiar, ayudaba en el trabajo a mi padre. Por entonces ya había mucha faena en el Banco Central. Tanta que, a pesar de que se trabaja por las tardes también, muchos días se marchaban a cenar y tenían que volver hasta que se terminaba; sobre todo los días 15 y 30 de cada mes. Así que después de alguno de estos días que coincidía con el ensayo de música, al que no había podido ir mi padre por el trabajo, esperaba en el banco a que terminaran y muchas veces me dormía un buen sueño en el despacho del director. Me parece que por aquellos tiempos no se cobraban horas extraordinarias. Me compré en la librería y papelería Alonso el Diccionario Ilustrado de la Lengua Española La Fuente, de la Editorial Ramón Sopena, S.A. de Barcelona., editado este mismo año que todavía conservo. Siempre, desde que empecé los estudios, me gustó mucho consultar el diccionario. 78


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Viaje a Madrid

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n el mes de abril de 1934 me ocurrió un acontecimiento muy importante para la edad que tenía, y fue el viaje a Madrid. Fue viernes, pero no recuerdo la fecha, y estando en el banco se le ocurrió al amigo Cases, el interventor, decirme en broma si le acompañaba a Madrid a ver el partido de fútbol que iban a jugar las selecciones de España y Portugal, correspondiente a la clasificación para la fase final del Campeonato del Mundo, que se jugaría ese mismo año en Italia. Yo, que contaba entonces trece años y que me gustaba con delirio este deporte que ya practicaba bastante, contesté pensando que mi padre no me dejaría por ser tan joven: “Si mi padre me deja, por mí...”. Mi padre no contestó, parece que quería hacerme sufrir, pero ya, al verme desilusionado dijo que podía ir. El entusiasmo que de mí se apoderó no es para describirlo, y enseguida comencé a arreglar las cosas; entre pensar si se hacía el viaje y aceptarlo, fue cuestión de media hora. Creo que en la cartilla de ahorro tenía sesenta o setenta pesetas: las saqué todas. En la tarde salimos para Orihuela en el coche de Cases, que lo dejó en casa de su madre, y en la estación cogimos el tren hasta Murcia. Aquí tuvimos que esperar un buen rato hasta que alrededor de las 10 de la noche apareció el Rápido, que venía de Cartagena; nos acomodamos y, un poco más tarde partíamos hacia Madrid. Pasamos por Hellín, donde salieron los vendedores de caramelos y les compramos un cartucho. 79


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Serían las dos de la madrugada cuando llegamos a Chinchilla, estación de transbordo. Como había un poco de tiempo, nos apeamos y, en la cantina, pedimos café con leche y madalenas; el café con leche estaba hirviendo, pero como el tiempo pasaba y oímos la pitada de salida, nos lo tuvimos que beber, aunque con muchas dificultades. Reanudando el viaje llegamos a Albacete y una nube de vendedores de cuchillos y navajas, con sus típicas fajas, subieron al tren; también compramos una para cada uno, de las más chiquitas, como recuerdo y enseguida proseguimos el viaje. Amaneciendo sábado llegamos a Alcázar de San Juan, importante nudo ferroviario, donde nos comimos una ricas, y clásicas, tortas de aceite y sal; al poco tiempo continuamos hacia nuestro destino. A las nueve de la mañana llegamos a Madrid, que nos saludó con una lluvia monótona y persistente. Tomamos un taxi, que nos llevó al Hotel Alicante, donde nos hospedamos. Después de ver las habitaciones decidimos recorrer Madrid y cogimos el tranvía; por cierto que nos hicieron bajar varias veces por ser final de trayecto, lo cual ignorábamos. A las dos del mediodía volvimos al hotel para comer y nos ocurrió un caso curioso, natural de viajeros inexpertos como lo éramos nosotros. Y fue que cuando salimos del hotel no nos preocupamos en fijarnos bien en la calle que estaba, sólo nos acordábamos que era una de las que partían de la Puerta del Sol, me parece que era la calle Arenal. Por carambola nos colamos por la calle donde estaba el Hotel, pero, despistados, nos paramos en la misma puerta, y dudando si será o no será, optamos por que no era. Volvemos otra vez a la Puerta del Sol y nos vamos por otra calle, la cual, como es natural, nos pareció más extraña; hasta que al fin preguntamos a un guardia urbano y nos indicó donde habíamos estado primeramente. Una vez en el piso del hotel, nos dirigimos al comedor y yo, sin reparar que el piso de madera estaba encerado, entro como Perico por su casa y 80


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¡zas! caigo cuanto largo era, siendo la risa de todas las personas que había en el comedor, mientras yo me quedaba sofocado. Durante la comida el camarero se asustó de la cantidad de pan que comí. De joven comía mucho pan. Desde que llegamos Madrid me causó una impresión maravillosa, como si aquello fuera un sueño, pues, en aquella edad, no podía yo pensar que llegara a ver, nada menos, que la capital de España. Mi impresión llegó al límite, al llegar la noche y contemplar la majestuosidad de las calles de Alcalá, Gran Vía y la Puerta del Sol. Después de comer, tomamos café y nos fuimos a comprar las entradas para el partido, que tuvimos que pagar a catorce pesetas cada una, siendo su precio habitual de siete pesetas. Una vez con las entradas en nuestro poder acordamos montar en el Metro para ver que era aquello, ya que no lo conocíamos. Nos encontramos en él sin saber hacia donde nos llevaba porque, en realidad, nuestro objetivo era conocerlo. Poco a poco, nos íbamos quedando menos en el vagón, hasta que nos quedamos solos y, suavemente, al igual que en el tranvía, nos tuvieron que decir que era final de trayecto. Bajamos, sacamos nuevamente el billete en la taquilla y regresamos a la Puerta del Sol. El metro me pareció formidable. Por debajo de la tierra, te trasladas a cualquier otra parte de la ciudad, en medio de la oscuridad que ves fuera del vagón y, de pronto, aparece la iluminación del otro que cruza raudo como el pensamiento. En fin, que me pareció una obra magnifica. Al dejar el metro, nos fuimos al cine, si mal no recuerdo al Astoria y vimos La máscara de Fu–Manchú. Por cierto, que como las butacas era tan cómodas y yo tan chico, sentado no veía nada y tuve que sentarme en el brazo de la butaca. Del cine nos marchamos a cenar al hotel y cuando acabamos, agotados por el ajetreo del día, me acosté. Cases me dijo que se iba nuevamente al cine. Ahora con la experiencia de los años, pienso que se fue al cine o ¡donde fuera! 81


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Al otro día, domingo, por la mañana fuimos al Retiro, que me pareció muy bonito, y a la pista de patinaje, donde estuvimos un buen rato, riéndonos de los porrazos en los que caían los más inexpertos. Después de comer nos fuimos al partido de fútbol, que se celebraba en el campo del Real Madrid, en Chamartín de la Rosa. Nos fuimos juntos a otros amigos porque, por estos días también estaban en Madrid, Luís Mira hermano mayor de Antonio Mira, que fue conserje del Instituto, y Vicente Canales, que era casado con Manola Jiménez, la esposa actual de Luís Martínez Rufete, y que había ido a Madrid a operarse de la próstata, de la cual murió al poco tiempo. Vicente también se hospedaba en el Hotel Alicante. Para trasladarnos al campo, viendo la imposibilidad de subir al tranvía porque iban abarrotados de gente, no tuvimos más remedio que coger un taxi. Llegamos al campo, pero con la aglomeración de gente que había nos costó bastante entrar, porque, además, tuvimos que buscar la puerta que llevaba la entrada. Por cierto, que Vicente Canales, que se decidió tarde a querer venir al partido, no tenía entradas y acordamos intentar entrar los cuatro con las tres, es decir, juntarnos los cuatro y llevar el último las entradas. Así lo hicimos y resultó, porque con el gentío que había y los empujones que dábamos, no había quien controlara aquella avalancha. Ya en el campo, también por la gran cantidad de público que había, además de estar de pie, no podíamos ni movernos. Se organiza una revolica por arriba de la grada y nos dan tal empujón, que fuimos muchos a parar dentro del terreno de juego. Gracias a esto, estuvimos maravillosamente situados durante el partido. En cuanto empezó, se pudo apreciar la notoria superioridad de nuestra selección, y ya se podía deducir lo que iba a suceder en los noventa minutos de juego. Así fue, pues, al final, el resultado era nueve goles de los españoles por cero de los portugueses. El regreso después del partido lo tuvimos que 82


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hacer a pie. Cuando llegamos a Cibeles, seguimos por Alcalá, Gran Vía, etc. Y nos fuimos al hotel a cenar. Poco después nos acostamos. Al otro día, lunes por la mañana temprano, cogimos el tren de regreso a nuestro pueblo. La comida, la tuvimos que hacer en el vagón restaurante. Al llegar a Murcia, transbordamos al Andaluz, llegamos a Orihuela y nos apeamos del tren y, otra vez, en el coche de Cases, ya de noche, llegamos a Almoradí. No recuerdo si con el dinero que me llevé tuve bastante o tuvo que abonarle algo mi padre a Cases. Durante varios días después estuve relatando a mi familia y amigos las incidencias e impresiones que me había deparado mi viaje a Madrid. En la Selección Española jugaron: Zamora (Real Madrid), Zabalo (Barcelona), Quincoces (Real Madrid), Cilaurren (Bilbao), Marcueta (Unión de Irún), Fede (Sevilla), Ventolrá (Barcelona), L. Regueiro (Madrid), Lángara (Oviedo), Chacho (Coruña) y Gorostiza (Bilbao). Marcaron los goles: Lángara (5), Regueiro (2), Ventolrá (1) y Chacho (1) España, 9 – Portugal, 0.

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Seguimos con la II República en Almoradí

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n cuanto a los estudios de Bachillerato, seguía dando clase con don Daniel Miller, así que el 15 de mayo de 1934 me matriculé, en el Instituto de Orihuela, de Geografía General y de Europa (de 1º) y de Geografía Especial de España (de 2º). El 2 de junio me examiné de Geografía de 1º con aprobado y el día 4, de Geografía de 2º, también con aprobado. Al mismo tiempo, habíamos intentado preparar Latín 1º, de 2º curso, y Francés 1º, de tercer curso; pero lo tuvimos que dejar, porque era imposible. Ni don Daniel tenía conocimiento para enseñar, ni yo tampoco para aprenderlo sin explicación, sobre todo en la pronunciación. Pasó la feria y el verano en la playa de Guardamar, sin nada digno de relatar. La Banda de Música seguía su marcha bastante bien, bajo la dirección del Maestro Pujante. Hicimos las Fiestas de las calles, de las pedanías y la Feria. Sería el mes de septiembre, cuando fuimos a Santa Pola, porque vino un Ministro. Le acompañamos con pasodobles por todo el recorrido que hizo y le tocamos varias veces el Himno de Riego, que era el himno oficial de la República. El general Rafael de Riego, fue ahorcado en Madrid en 1823, acusado de traidor a la Patria. Sin embargo, su nombre fue, durante muchos años, símbolo de libertad de España. De ese día tengo una foto, en la que estamos Antonio Gutiérrez Monge, el Catorce; Miguel García Gea, el Quico; Antonio Martínez Barberá, el Poño, y yo. El primero, es de la quinta del 40 y los otros tres, somos de la quinta del 41. Los cuatro estamos con el uniforme completo que, como buen 84


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militar que había sido el Sr. Pujante nos recomendaba mucho. El uniforme, constaba de guerrera cruzada, azul marino, con pantalones blancos.

Por este mes de septiembre sería cuando el Banco Central inauguró la sucursal de Albatera, nombrando directivo a Carlos Domingo Cases Olmos. Anteriormente habían trasladado a Vicente Ferrer a la sucursal de Orihuela, pues ya estaba enfermo. Así que renovaron la plantilla casi al completo, excepto a mi padre, pues al director, don Antonio Gallego, que lo trasladaron a Barcelona, lo reemplazó don Víctor González Chereau, procedente de Lorca, y a Cases y Ferrer, los reemplazaron Manuel Villalba Alavés, de Alicante, y Rafael Serrano González, de Priego (Córdoba), paisano del que fue primer presidente de la República, don Niceto Alcalá Zamora. Villalba se hospedó en el hotel Clavel, de la calle Larramendi. ¿Cuántas veces tuve que ir a llamarlo por la mañana porque se le había hecho tarde? Era soltero. Serrano se hospedó en la posada del tío Pedro, y también era soltero. 85


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Estudiantes de Almoradí

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n esa época ya éramos bastantes estudiantes en Almoradí. Unos, algo mayores, estudiando ya la carrera y nosotros, los más numerosos, el Bachillerato. Éramos, entre otros: Miguel Cañizares Pertusa, hijo de José Cañizares y hermano del amo Pepe, componentes de la fábrica de los Cañizares, y cuñado de Don Julio, el médico. Estudiaba Farmacia en Granada, hasta que el año 1942 se fue a Santiago de Compostela, que decían que era la Universidad donde aprobaba todo el que iba, y allí terminó la carrera. Se estableció en Almoradí y, al cabo del tiempo, le vendió la farmacia a mi tío Juan Valdés, para mi primo Mariano. Murió soltero. En Madrid estudiaban: Antonio Canales Grech, ya fallecido, padre de Gregorio Canales, que se Licenció en Derecho; pero no ejerció la Carrera, porque se dedicó a la Agricultura. Después de la Guerra, fue bastante tiempo Juez de Paz de Almoradí. José Martínez Herrera, hermano de don Luís el farmacéutico, que estudiaba Medicina. José Canales García, que estudiaba Derecho. José Martínez y José Canales, fueron asesinados al principio de la Guerra Civil, y por eso dieron nombre al colegio público Canales y Martínez. Antonio Gutiérrez Rodríguez, Toneca, tío de Antonio Pedauyé Gutiérrez actual empleado de la CAM, preparaba el ingreso en la Escuela de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos. Aprobó la rama de Matemáticas y, en 1942, aprobó 86


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la rama de Cultura General. Ejerció la carrera muchos años, hasta que murió. Manuel González Parra, hijo de Manuel González Pérez, también estuvo preparando el ingreso en Ingeniero de Caminos, pero después de la Guerra ya no siguió. Lo llamaron a filas a últimos de 1937, pues era de la Quinta del 40 y, una vez en trincheras, cuando tuvo la ocasión se pasó a las tropas nacionales. Cuando lo licenciaron, siguió en la tienda de tejidos de su padre. Entre los estudiantes de bachillerato estábamos: Venancio Ortiz Mora, ya fallecido, cuñado de Don Antonio Díez y suegro del actual director del Hospital Vega Baja. Empezó dando clases con don Daniel, pero creo que se marchó a Orihuela e hizo allí el Bachiller. No sé donde, pero se licenció en Medicina y se estableció en Orihuela, actuando bastante tiempo en el Ambulatorio de la Seguridad Social, hasta que se jubiló. Fue presidente del Casino de Orihuela varios años, y fue un ferviente franquista y admirador de Blas Piñar. Gabriel Ruiz Rodríguez, padre de Gabriel Ruiz Fabeiro, empleado de Caja Murcia en Torrevieja, empezó a estudiar con nosotros en casa de don Daniel, pero después siguió estudiando el bachillerato en Orihuela y, después de la guerra, como me pasó a mí, lo terminó en el Instituto de Alicante. No sé donde empezó Medicina, pero en 1942 se marchó, junto con Miguel Cañizares, a la Universidad de Santiago de Compostela y, allí, se licenció. Empezó a ejercer en Albatera, hasta que, por el año 1956, se estableció en Almoradí. Siempre ha trabajado por libre, excepto durante un breve periodo de tiempo, que estuvo en la Seguridad Social. También estaba el grupo de los Maristas, como les denominaba yo, y es que estudiaban en el Colegio Marista de Murcia. Allí estuvieron M. González, Vicente y Antonio Cañizares Penalva, estos últimos primos segundos míos. Vicente estudió 87


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Farmacia, no sé donde empezaría, pero se licenció en Madrid. Después se instaló en La Unión (Murcia). Antonio, estudió Medicina en Madrid, donde se licenció, especializándose en partos. Se estableció en Orihuela, con clínica particular, y en cuyo ambulatorio trabajó bastante tiempo, hasta que falleció por una enfermedad cardíaca. A mi mujer la atendió varias veces. Angel Cañizares Pertusa, hermano del antes mencionado Miguel, que no acabó el bachillerato, porque dejó de estudiar al comenzar la Guerra Civil. Fermín Cañizares Gutiérrez, hijo del tío Fermín, otro propietario de la fábrica de los Cañizares. Después de la Guerra, empezó a estudiar en Madrid en la Escuela de Arquitectura pero, seguramente no iba bien y se trasladó a Barcelona, donde conoció a la que después sería su esposa. No terminó, aunque el dibujo lo dominaba bastante bien y, aquí en Almoradí, trabajó en el instituto y en algunas otras cosas, después de haber dirigido unos años la fábrica de conservas vegetales, con su hermano Pepe, que compró su padre a los Birlangas. Era el padre de Fermín, el actual Arquitecto Técnico del Ayuntamiento. Y Manuel Follana Fuster, que era el hijo de Manuel Follana Carrascosa, que no acabó el Bachillerato, porque dejó de estudiar cuando comenzó la guerra. Al acabar, se incorporó con su padre a la dirección del Teatro Cortés y, en los años 50, ya lo dirigía él solo. Durante diez o doce años, desfilaron, por este Teatro, las mejores Compañías de Zarzuelas y Revistas que actuaban en España. Se ve que era un negocio próspero, pues había bastantes llenos y, por los años 60 construyó y puso en marcha en terrenos de su propiedad el Cine Alcázar, hoy Mercadona, a doscientos metros del teatro. Después de varios años de declive debido, principalmente a la televisión, tuvo que vender, primero a la familia Miravete el Teatro y, pocos años más tarde el Cine Alcázar. También terminó peleado por la herencia, con sus hermanos Mariano, Administrador de la Lotería de Autobuses de Alicante, Fina y Mónica. 88


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Y por último, el grupo de los que estudiábamos en Almoradí, porque resulta que, al empezar el curso escolar 1934-35, a don Daniel Miller, le dieron la escuela en Daya Nueva, donde estuvo bastantes años, y allí conoció a la que luego fue su esposa, Josefa García. Entonces, aquí se formó una especie de Academia con tres profesores: don Vicente Galván López, el párroco, que nos daba clases de Latín y Licenciatura; don José Ricarte López, vicario, que nos daba Geografía e Historia, y don Manuel Pineda Lozano, maestro nacional, que nos daba clases de Matemáticas, Francés, porque había vivido algún tiempo en Francia, y Dibujo, del que su esposa, doña Virtudes, era una experta. Los estudiantes éramos, de mayor a menor: Javier Martínez Hurtado, hijo de mi tía Morena, que hizo el bachiller en Orihuela y estudió magisterio y, después de algunos años por Lérida, estuvo en el Colegio Canales y Martínez de Almoradí. José Pina López, hijo de Santiago Pina, también hizo el bachiller en Orihuela. En la Guerra Civil, cuando lo movilizaron por su quinta, hizo un cursillo y salió de teniente. Estuvo en un batallón de ametralladoras y le hirieron en el pecho. Después, al terminar la guerra, estuvo en prisión y tuvo dificultades para terminar magisterio. Estuvo varios años dando clases particulares por la huerta, de casa en casa y en la suya propia, hasta que pudo terminar y coger escuela, primero en el Puente don Pedro y, después, en el Canales y Martínez, hasta que se jubiló. Ya en la democracia, le concedieron una paga, por haber sido teniente, que todavía cobra su viuda. Manuel Valdés Ibáñez, hizo el bachiller también en Orihuela y, después de la guerra, la Licenciatura en Física y Química en Murcia. Impartió clases primero en el Liceo Politécnico fundado por don Antonio Sequeros y después, hasta que se jubiló, en el Santo Domingo de Orihuela. Hijo de Manuel 89


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Valdés García y de Araceli Ibañez. Su padre, preparó Contabilidad y se colocó en la fábrica de los Cañizares. Miguel García Gea, hijo de Francisco García Najar, el Tío Quico, que era el cartero rural de Daya Nueva. Cuando terminó la guerra, Miguel ingresó en Aviación. Lo trasladaron a Sevilla, ya de sargento. Allí se licenció en Física y Química, en la época que estudiaban Felipe González y Alfonso Guerra. Está ya jubilado y no se pierde ningún año de venir a ver a su familia en la Feria. Es hermano de la madre de Loren, el de la tienda de ropa. José María Pérez Andréu, el de León, que dejó de estudiar al poco tiempo y en 1949 se colocó en la Fábrica de Chapapría. Era el padre de José María y del popular Marcos León Pérez Nicolás. Ricardo Herrera Ferrandis, no sé si terminó el Bachiller. Experto en Contabilidad, hijo del alcalde Aquilino Herrera. A los dos o tres años de acabar la guerra, ingresó por oposición en el Banco Central y en el Vizcaya, pero después de disensiones entre los dos Bancos, se decidió por el Central. En Almoradí, lo hicieron interventor. Estuvo después en Orihuela y, posteriormente, en León, hasta que en 1965, se fundó el Banco de Alicante. Antonio Hernández Satué, uno de los fundadores, que luego fue Director General, lo colocó como Jefe de Contabilidad y, allí en la Central de Alicante, estuvo hasta que se jubiló. Por cierto, estuvo en peligro su puesto, pues los accionistas de Alicante, indemnizaron a Satué y lo echaron, nombrando en su lugar a don José Fous. Tomás Valdés Ibañez, hermano de Manuel, buen estudiante como su hermano, que al primer intento, ingresó en la Escuela Naval de San Fernando en Cádiz y fue número uno en su promoción. Pasó a la reserva como contralmirante y se quedó a vivir en Cartagena.

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José Chazarra Martínez, el Rojo Chazarra, apodado así porque era rubio, hijo de José Chazarra, que era Guardia Civil en Almoradí. Su hermana Luisa, era madre de José Manuel el Cusques. También dejó de estudiar pronto y estuvo de oficinista en varios sitios. No sé cómo ni dónde pasó la Guerra Civil pero, después ingresó en la División Azul, cuando la formaron en la Segunda Guerra Mundial. Creo que no pasó de Alemania y al volver a España, empezó a trabajar de secretario en los ayuntamientos de poblaciones pequeñas, como Rafal, donde empezó y conoció a la que fue su esposa. Después lo destinaron a Bolulla, un pueblecito por allá por Relleu. Bastantes años después, falleció del corazón. Los mayores, Javier, Pina y Manuel Valdés, iban a dar las clases aparte de nosotros, ya que llevaban algún curso adelantado. Yo, aunque también iba por separado del resto, porque estudiaba el mismo plan de 1903, coincidía con ellos en algunas asignaturas y, por tanto, dábamos juntos las clases. Pues bien, en las asignaturas que coincidíamos, nos ocurrieron algunos episodios graciosos y otros, algo serios. Las clases de don Manuel Pineda, casi siempre las dábamos por la tarde, después de terminar el colegio mi hermano y mi primo Valdés, que iban en otro grupo. Nos poníamos en el comedor de la casa, que tenía un espejo grande colgado en la pared. Don Manuel se ponía de espaldas al espejo y nosotros teníamos que ponernos al otro lado de la mesa, de cara al espejo. Ricardo, Caico, como le decíamos, porque su padre Aquilino no podía pronunciar bien las erres y al decirle Ricardico, sonaba Caico se reía por cualquier cosa, Chazarra, que era raro el día que estudiaba, cuando le preguntaba algo don Manuel que no sabía, se ponía a hacer muecas con la boca, y como tenía las paletas salientes, le veíamos 91


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en el espejo. Caico se ponía a reír y nos contagiaba a todos. Más de una vez, don Manuel tuvo que suspender la clase. En las que impartía el vicario don José Ricarte, Cucorrón era su apodo, nos ocurría otro tanto, pero éste, era más duro. Como estaba bastante limpio, abría el texto y había que contestarle casi con puntos y comas. Al amigo Chazarra, incluso, más de una vez lo puso de rodillas en la ventana del despacho donde dábamos la clase. La ventana era de esas altas con rejas, como se estilaban antes. Vivía en la casa que había donde está ahora la Joyería Mínguez. Pero este cura, tenía más cosas. Resulta que era carpintero antes de ir al seminario y, desde que llegó al pueblo trabó amistad con el tío Jesús el Potito, que tenía el taller de carpintería en la calle Mayor, donde viven ahora su hijo Jesús y su hija Fina. Por entonces, a su lado tenía una Café Bar el tío Manuel el Cirilo, con mesa de billar. Así que, cuando venía al taller, pasaba por delante de la ventana donde estaba el billar y algunos días, nos veía a algunos de nosotros jugando. Al otro día, en la clases, en cuanto alguno se equivocaba en la respuesta, empezaba: “Dale un poco más de bola”. O a otro: “Dale un poco más de efecto”. O a otro: “Cuidado que se te va por la corbata”. En fin, que se burlaba de ti y te fastidiaba, sobre todo, por la forma socarrona como lo hacía. Casi al final del curso, a mi me ocurrió algo desagradable con él. Le tomé miedo, por sus burlas y porque tenía muy mal genio. Dejé de ir a clase unos días y le dio parte a Don Manuel Pineda. Éste se lo dijo a mi padre, que enseguida me preguntó qué pasaba, y se lo dije: “Es que le tengo miedo”. No obstante, acabamos bien el curso.

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Atraco al Banco Central de Almoradí

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l año 1935 comenzó sin ningún acontecimiento importante. Pasaron los carnavales y la Semana Santa sin nada que comentar. Sin embargo, sería por el mes de mayo, el día que los recaudadores de la contribución de fincas rústicas y urbanas vinieron a cobrar a Almoradí. Venían todos los años y ocupaban el retén de la guardia municipal en la planta baja del ayuntamiento, al lado mismo del Banco Central. Así que, cuando se produjo el atraco a mano armada al banco, serían las 11, la cola de los pagadores era grande. Yo me había ido a la papelería de Alonso, que estaba ubicada donde hoy está la Caja Rural Alicante, a comprar una libreta y, estando todavía allí, ya se oían los comentarios por la calle: “¡Han atracado el Banco Central! ¡Han atracado el Banco Central!”. Me volví enseguida al banco. Con arreglo a los comentarios que se hacían y sobre todo por la reconstrucción de los hechos, los movimientos que se efectuaron para el atraco fueron así: Un coche que venía por la carretera de Dolores aparcó en la esquina del banco, con dirección a Rojales. Rápidamente, tres individuos se metieron al banco pistolas en mano. Uno encañonó a José Illescas García, tío de Pepito Illescas, que estaba en la primera ventanilla del mostrador hablando con don Víctor, el director; otro encañonó a Villalba en la cabeza, porque estaba un poco agachado, escribiendo, en la cuarta ventanilla; y el otro se dirigió rápi93


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damente por el despacho del director a la caja y encañonó a mi padre ordenándole que la abriera. En unos segundos cogió los billetes que había y los tres salieron al coche, que estaba en marcha, había otro individuo al volante y partió raudo hacia Rojales. En cuanto salieron los atracadores, mi padre, pistola en mano, se asomó a la ventana que daba a la carretera de Dolores, pero fue inútil, porque salieron en la otra dirección.

En la carretera de Rojales, a la salida de Almoradí, había una apisonadora, porque estaban arreglando la carretera, y 94


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dijeron que el coche estuvo a punto de chocar con la apisonadora que estaba en ese momento cruzada en la carretera y no había espacio para pasar. No obstante, aunque la rozaron, pudieron pasar y después fueron tirando tachuelas y púas en la carretera, así que, los que los siguieron en el taxi de Juan el Gallo, abuelo de Rosa Reina, la esposa de José Luis Martínez Pedauyé, tuvieron que desistir de la persecución. Al llegar a la entrada de Rojales, los atracadores tiraron por Los Palacios a San Fulgencio y pasado éste, abandonaron el coche en la carretera que va a Elche, en los carrizales, seguramente tendrían otro allí. Ahí se acabó la jornada laboral del banco. Se llevaron los ladrones, según el arqueo, treinta mil pesetas, que hacían un buen volumen, pues los billetes mayores que circulaban eran de mil pesetas, y no muchos. Después vino la guardia civil y dos o tres policías de Alicante, que estuvieron preguntando por los pormenores del atraco. A los pocos días volvieron a la reconstrucción de los hechos, con dos individuos, seguramente sospechosos habituales, por si reconocían a alguno de ellos. También trajeron un álbum de fotografías. Pero nada, el atraco quedó impune. Transcurrió la feria y el verano en la playa de Guardamar, con la misma actividad de los paseos matinales a las rocas o a la bola del río Segura, y mucho fútbol en la playa, así como algunas incursiones por la pinada. Pero con un poco más de agobio había que preparar más bien, reparar, los exámenes de septiembre. Y es que siguiendo los estudios, el día 15 de mayo me matriculé, en el instituto de Orihuela de: Historia de España (de 2º curso), Latín 1º (2º), Francés 1º (2º), Geometría (3º), Dibujo 1º (4º); y el 31 de agosto, de Francés 2º (de 4º). Así que el 4 de junio, me examiné de Latín 1º, con aprobado. El día 6 de junio de Historia de España, con notable y 95


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Francés 1º también con notable. El día 21 de septiembre de Geometría, con aprobado. El 23 de Dibujo 1, con notable, y de Francés 2º con el mismo resultado. Se notó bastante que teníamos otros profesores más cualificados, como se ve con las notas obtenidas. Hoy, 25 de noviembre de 1999, voy a detallar todos los amigos que, casi todos los días laborables y también algún domingo, nos reuníamos, por la mañana, en tertulia, en un salón del casino. Todos somos jubilados. Unos días falta uno y otros falta otro, o sea, que no todos los días nos juntamos todos. Procuraré nombrarles de mayor a menor: Pedro Martínez López, el Melala, de 91 años, agricultor. Es el de mayor edad del casino. Manuel Barberá Bernabé, el Pico, de 82 años, carpintero clavador de envases de madera. Francisco Birlanga Lucas, el Forro, de 80 años, exportador de frutas y productos hortícolas. Manuel López López, de 79 años, procurador de los tribunales y tenedor de libros (Diplomado por la academia CCC de San Sebastián). Joaquín Sola Seva, Andrés el Seva, de 79 años, agricultor, padre de Joaquín Sola Pérez, médico de la Arrixaca de Murcia. Marcelino Martínez Hurtado, Marcelo, de 79 años, panadero y corresponsal del Banco Bilbao, hermano de don Javier, el maestro. Manuel Canales García, natural de Albatera, de 78 años, empresario constructor, actual presidente del Casino, primo hermano de Don Manuel Berná García. Jose María Martínez Hurtado, tienda de comestibles y panadería, hermano de don Javier el Maestro. Manuel Galant Pérez, de 76 años, profesor de E.G.B del colegio Canales y Martínez. 96


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Ernesto Mínguez García, de 76 años, procurador de los tribunales. José García Gea, Pepe el Conejo, de 74 años, agricultor y oficinista en el almacén de plátanos y otras frutas de Jesús Campillo y compañía, su suegro. Tiene un hijo empleado del Banesto, de Almoradí. Jesús González Parra, de 73 años, hijo de Manuel González Pérez, diseño de la tienda de tejidos, donde hoy está la CAM, alcalde muchos años de Almoradí. Francisco Mira Alfosea, de 72 años, primo segundo de mi madre, funcionario del ayuntamiento. Antonio Martínez Alguacil, de 71 años, conocido por el Practicante del Seguro, natural de Santiago de la Espada (Jaén), padre de Martínez Nieto. Y los siguientes, menores de 70 años: Alberto Sáez Lillo, natural de Dolores, celador de teléfonos. José Cases Pertusa, empleado de una fábrica de Crevillente, hermano del Cases el de los Pollos. José García Rincón, Pepe Rincón, empleado de la notaría. Procede de Orihuela, aunque nació en Adra (Almería) Pedro Martínez Quiles, procede de Dolores, constructor de autobuses. Marco Antonio Rovira Hernández, empleado del Banco Central.

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La Guerra Civil Española

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llegó el fatídico año de 1936, que tanto marcó el destino de muchísimas personas. Antes de las elecciones se celebró en el campo de fútbol del Club Deportivo Cortés, un mitin organizado por los partidos de derechas, al cual asistieron un puñado de comunistas en plan provocativo, según lo que se comentó en el pueblo, porque al poco de comenzar los oradores, iniciaron un abucheo, contrarrestado por los partidarios de las derechas. Y, claro, se organizó el tumulto. Por allí apareció una navaja en manos del grupo de los comunistas y, seguidamente, se oyó un disparo de pistola, que jamás se supo quien la disparó, y cayó muerto José Amorós, el Manqué, que entonces creo que era el presidente del Partido Comunista. Como encargados de mantener el orden en el mitin se encontraban, entre otros, el tío Jaime Mazón Hernández, padre de Amparo, Jaime, Paco y Pepe Mazón Chazarra; el tío Manuel Ros, el Rojalero, Filomeno Ruíz García, hermano de Pepe Ruíz y padre de Finita Ruiz Soriano, y Jaime Pertusa García, hermano de los Pertusa de la calle Larramendi. Pues bien, al poco tiempo, aparecieron, en la puerta de la casa de cada uno de ellos, unos letreros que decían: “Vengáremos la muerte del camarada Amorós”. He de declarar que esto no lo presencié yo, pues no asistí al mitin, por la edad y porque nunca me ha gustado la política de partidos, ni me gusta. Todo lo aprendí por los comentarios de unos y otros. 98


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En el mes de febrero, si mal no recuerdo, se celebraron elecciones generales, que terminaron con la victoria de las izquierdas con el Frente Popular. Así, en Almoradí, el día 4 de marzo cesó de alcalde el republicano Aquilino Herrera y nombraron a Ángel Vaillo Pastor, abuelo de Ángel Vaillo, actual director de La Caixa. Los acontecimientos en toda España seguían empeorando, por lo que se barruntaba alguna cosa y no buena. En los carnavales y semana santa ya se notó bastante la inestabilidad de la situación y, por algunos sitios, ya empezaron a quemar iglesias y conventos. No recuerdo exactamente la fecha que saquearon la iglesia de Almoradí y sacaron las imágenes de los santos por las puertas laterales y les prendieron fuego, excepto las que se llevaron a sus casas algunas personas. Pero sí recuerdo que me acerqué en compañía del vicario don Jerónimo, porque vivía cerca de allí, con su familia en la calle San Francisco, donde vive hoy Monín Follana, a la parte lateral de la iglesia, frente a la farmacia de don Luís, a ver como sacaban las imágenes y hacían la pinza. El 30 de abril me matriculé de Latín 2º y de Historia Universal (de 3º), de Algebra y Trigonometría (de 4º) y de Dibujo de Figura y Fisiología e Higiene (ambas de 5º). El 27 de junio había cesado el alcalde Ángel Vaillo (comunista) y, el 12 de julio, nombraron a Manuel Birlanga Pertusa, Unión Republicana, con concejales del resto de los partidos. El 16 de julio fuimos, con la banda de música a Cox, como habíamos hecho varios años, a las fiestas de la patrona, la Virgen del Carmen, y recuerdo muy bien que estando Mariano Pérez, el de León, y yo, esperando la salida de la procesión, nos dijo una persona, amiga nuestra que estaba todo preparado para el golpe militar. Y, efectivamente, el día 18 ya corrían las noticias de que había estallado la guerra, que las tropas de África habían desembarcado en la península. Por lo tanto, ya se notaba la va99


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riación en el modo de vivir, por muchas cosas. Mucha preocupación en la gente, gran movimiento en los partidos políticos. Enseguida empezaron las partidas del Frente Popular, a requisar inmuebles para sus oficinas y recreo. Unión Republicana e Izquierda Republicana, se colocaron en la casa de Antonio Girona y en la de Luis el de la Juliana, padre de Manola Jiménez. El partido Socialista, en la casa de don Mariano Girona y las JSU (Juventudes Socialistas Unificadas), al lado, en la de Trinidad Girona. El Partido Comunista en la casa de Cosme Ruiz García y Conchita Martínez Herrera. Y el partido y el sindicato, ambos anarquistas, FAI y CNT, que eran de la Federación Anarquista Ibérica y Confederación Nacional de Trabajadores, respectivamente, en la casa de Facundo Pedauyé, que entonces tenía la entrada por la calle Pablo Picasso, antes, Primo de Rivera. El partido socialista, además, requisó muchas más casas y, sobre todo, el campo de fútbol de Manuel Follana, anexo al Teatro Cortés, para la JSU. A todas estas casas requisadas, les ponían en la fachada un letrero que decía: “requisado por el partido socialista”. Hubo una requisa que llamó mucho la atención. Resulta que Facundo Hernández, el Bizcocho, que entonces era el presidente, dio la orden para que requisaran todas las máquinas de coser, marca Singer, y las reunió en la casa contigua a la que él vivía, en la calle Donadores. Todas estas requisas duraron toda la guerra. También después del saqueo y quema de imágenes, los diversos sindicatos que formaban la Unión General de Trabajadores, se posesionaron de la iglesia. Así que, en cada uno de los altares laterales abrieron ventana a la calle y cerraron, con pared y puerta al interior, el hueco de cada uno de ellos. Cada sindicato funcionaba en su departamento. Atraídos por la requisa del campo de fútbol, muchos chicos jóvenes y además practicantes de este deporte, como éramos, entre otros, Francisco Birlanga, el Forro; Emigdio Follana el 100


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Torero; Antonio Martínez el Poño; Miguel Cartagena y yo, nos afiliamos a las JSU, cuya sede estaba, como ya he indicado, en la casa de Trinidad Girona. Enseguida se consiguieron las prendas deportivas y se empezó a jugar contra otros equipos; pero todos los encuentros eran amistosos, pues se suspendieron las competiciones. Yo empecé a jugar en el equipo más tarde, pues tenía poco más de 15 años. Sin embargo, en los ratos de ocio por los estudios, siempre encontraba a algunos amigos y le pedíamos la llave y el balón al tío Bolo, que fue el conserje, y nos marchábamos a jugar.

Uno de los edificios que más pronto requisaron fue el casino. Allí se acomodaron las milicias rojas o populares, con uniforme de camisa azul y pañuelo rojo al cuello y gorro con cintas y gorra roja. Era un espectáculo a diario, por la mañana, cuando salían formados a hacer la instrucción por las afueras del pueblo. Un día, hubo un muerto allí dentro, por disparo de pistola. Fue el hijo del tío Carrericas. Se rumoreó quién había sido el que disparó, pero quedó como que había sido un disparo accidental. 101


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En este cuartel de las milicias había casi a diario banquete. Sobre todo de terneros jóvenes que, por cierto, no les costaba muy caros, para eso se criaban en las fincas y era fácil de requisarlos. Por este motivo, de la requisa del casino, los socios e hijos de socios, nos tuvimos que refugiar en el Círculo Republicano (cuyo local era el Café Alejo), llamado así desde que se proclamó la República. Estaba, precisamente, en la calle República, hoy Antonio Sequeros, donde siempre había estado el Café Alejo, regentado por la viuda, la tía Carmen Senerio, madre de Alejo el del ayuntamiento, y su hermano Manuel. Los Senerios fueron republicanos toda la vida. Por cierto que en el Círculo Republicano, me pasó una anécdota que, quizás, le haya pasado a muchos adolescentes, como era yo en este año del 36. Y es que, una tarde, estaba tranquilamente sentado liando un cigarro y de pronto, por detrás, me dieron un manotazo y me lo tiraron al suelo. Miro cabreado y me quedé de piedra, ¡era mi padre! No me dijo nada, pero no llegué a fumar en su presencia hasta que vine de la guerra. Entonces me dio una cajetilla de tabaco de la fábrica de Alicante, especial. Durante este verano hubo muchos “paseos”, fusilamientos sin juicios previos, por las cunetas de las carreteras y de los caminos: Jaime Mazón, Manuel Ros, el Rojalero, y Filomeno Ruiz, los del mitin. Higinio Martínez Cremades, hijo de la tía Dolores la Cantera. José Canales, hijo, y Pepito Martínez Herrera, que dieron nombre al colegio público Canales y Martínez. José Canales Martínez, padre del anterior, Juez de Aguas y Presidente del Sindicato Agrícola Católico. Vivía en la calle Mayor, al lado de la casa de los González. Cuando el paseo, lo dejaron como 102


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muerto, pero pudo sobrevivir. Murió después de la guerra, de muerte natural. Era dueño de la finca La Serrana. Esta finca se la apropió el tío Manqué, padre del que mataron en el mitin, y era muy comentado que, cuando iba alguna visita, los recibía con la escopeta al brazo. No daba ninguna señal de descuido, por si alguien se presentaba para quitarle la propiedad. Antonio Pedauyé Girona, padre de Facundo. Ignacio Rufete López, hermano de Manuel y Mariano, que tenía una tienda de comestibles y salazones en la carretera de Rojales. Cosme Ruiz García, padre de Pepe Cosme, por eso este es hijo póstumo. Jaime Pertusa García, padre de Pepe Cosme, el hermano mayor de los Pertusa, solteros, Joaquín e Isabel, que vivían en la calle Larramendi. Creo que de Almoradí, no hubo ninguno más. Fueron durante mucho tiempo, un episodio muy triste que, además se mantenía latente por la incertidumbre que proporcionaba el continuo arresto, en los salones de la iglesia, de personas, que se distinguían por su religiosidad o sufrimiento, que les eran antipáticas. No obstante la guerra civil en marcha, me matriculé el día 30 de agosto, de Física (de 5º), con el pensamiento de examinarme junto con la Fisiología que ya estaba matriculado, en los exámenes de septiembre. Pero no hubo, seguramente por la falta de profesores o por el desconcierto que había. Sin embargo, se ve que hicieron unos exámenes extraordinarios en marzo del 37, no lo recuerdo, porque tengo la papeleta de Física, con aprobado, el 9 de marzo y la de Fisiología, con Aprobado, el día 10. Por cierto, al igual que el resto de las que no me examiné; ya con matricula oficial en el año 1937, no me valieron después de la guerra y tuve que volver a estudiar y examinarme de nuevo. Esto ya en Alicante, porque el instituto de Orihuela desapareció. Se me olvidaba relatar que por los años 1934 y 1935, los domin103


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gos por la mañana, nos reuníamos en la plaza, Manolo Valdés, Paquín Follana, Francisco el Forro y yo, no recuerdo si algún amigo más. Los tres tenían ya quince años y yo catorce. Pero esto ocurría después de haber cumplido con la Iglesia, al haber asistido a la celebración de la eucaristía en la misa de las once, que era la última de los domingos. Por entonces, nuestras madres tenían muy en cuenta que, por lo menos, los domingos y días de fiesta no perdiéramos la misa y, para ello, después, al volver a casa para comer, teníamos que decirle quien había sido el sacerdote celebrante. Como la misa de las ocho, era muy temprano y la de diez muy larga, la mayoría íbamos a la de once, que era la última. Como el motivo de juntarnos era para irnos a Dolores a jugar al billar, pues allí estaba el bar de Antonio, frente al ayuntamiento, no podíamos perder el tiempo. Y no teníamos más remedio que irnos a Dolores, porque, aunque éramos hijos de socios, en el casino no nos dejaban jugar a los chicos, y la mesa que tenía el bar del tío Cirilo en la calle Mayor era bastante mala, pequeña y con las bandas muy duras, no reglamentaria. El viaje era un poco apretado, pues salíamos de Almoradí casi a las once y media y teníamos que estar de vuelta en casa, a comer, a la una en punto, hora de los domingos y festivos. No obstante, con nuestra edad, lo hacíamos a gusto. Paquín y yo fuimos los más aplicados, pues ya después de la guerra, cuando jugábamos en el casino, lo hacíamos bastante bien. Sobre todo a mí, este aprendizaje me sirvió mucho, ya que con el tiempo, en la década de los 50, se puso de moda un juego llamado chíviri, cuando llegue el momento lo explicaré, al que le saque bastante dinero de beneficio. Siempre jugaba de punto de la banca a tanto por ciento de ganancia. En este verano de 1936, a parte de los paseos, hubo muchas detenciones de personas, hombres y mujeres, completamente apolíticas, pero consideradas la mayoría de ellas, muy cató104


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licas. Las encerraban en los salones de la iglesia, que habían habilitado para cárcel del pueblo. Allí estuvieron hasta que, a unos los dejaban volver a sus casas, a otros los llevaban a la cárcel de Dolores y a otros a los batallones de trabajo. Recuerdo muy bien lo que sufrió Cándida Illescas que, bastante enferma, la llevaron a Dolores. Éramos varios amigos, como Antonio Berná el Calva, Antonio Martínez el Poño, el cartero Fermín Molina, no recuerdo si alguno más, y yo. Íbamos muchos días a visitarla a la cárcel a Dolores, porque ya lo hacíamos aquí en su casa, y un día se puso muy grave y nos autorizaron a trasladarla, en volandas en el mismo colchón, pero allí mismo en Dolores, a casa de su hermano Nazario, siguiendo como detenida. En 1937 ya no quedaba nadie detenido en la iglesia. Respecto a estas detenciones se contó, y se sigue contando, una anécdota algo simpática. Resulta que trajeron detenida una persona y, ésta, al llegar a la puerta del salón de la iglesia, preguntó a los que la recibieron: “Y a mí ¿por qué me detienen?” Y le contestaron, seguramente el que lo conocía bien: “Por antipático”. En las JSU conocí a Remedios Zaragoza, mujer de carácter donde las haya. Después de la guerra ya no volví a verla, porque estuvo encarcelada, enfermó y murió joven. Era una mujer, a pesar de su juventud, con mucho mando, lista, con sus pequeñas gafas de intelectual, muy politizada con ademanes algo hombrunos, daba gusto verla gesticular con la mano izquierda, jefa de las féminas de la JSU, pero buena persona, por lo menos para mí, pues congeniamos bastante, ya que me respetaba mucho por mis estudios y me consultaba mi parecer en muchas cosas. Era hija de Mariano Zaragoza, murciano de barba poblada y muy blanca, que vino de Almoradí, antes de la guerra, a la farmacia de don Luís Martínez. Tenía dos hermanos y tres hermanas. Los hermanos, eran el mayor y el 105


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menor de todos. El mayor fue futbolista en el Club Deportivo Cortés, hasta que se marchó voluntario o por su quinta, al frente y lo mataron pronto. El menor lo llevaron, con otros muchos jovencitos a Rusia. Ya no volvió. O por lo menos yo no lo sé. La mayor de las hermanas se casó con un chico de Dolores, de los Cuatro Caminos, creo; la siguiente fue Lola, la madre de Miguel Tafalla, actual funcionario del ayuntamiento y la otra, Anita, es la esposa del amigo Pepe Díaz y madre de los de la fábrica Hermanos Díaz Zaragoza. Son las siete menos cuarto de la mañana del día 2 de marzo del año 2000 y estoy en la cama desvelado y, de repente, me ha venido a la memoria una costumbre antigua, por lo menos aquí en Almoradí, que aunque desapareció por la década de los sesenta, en los años 20 y 30, estaba en todo su apogeo. Estaba la costumbre de la Sagrada Familia, que consistía en juntarse seis o siete niños, chicos y chicas, de entre siete y doce años, aproximadamente, y hacerse con unas andas adornadas con papel de colores y, en ellas, se ponían unas figuritas de la Sagrada Familia, Jesús, José y María, y dos cabos de vela encendidos. Así, todos los días, o la mayoría de los días, ya con buen tiempo, al anochecer visitábamos todas las casas que podíamos. Como, por esos años, casi todas las casas eran de planta baja, llegábamos a la entrada y decíamos: “Buenas noches, ¿se canta o se reza? Si nos decían “se reza” rezábamos un padre nuestro, un ave maría y un gloria, también dependía de la dádiva en metálico que recibíamos, que incluso podía ser algún trozo de vela. Si nos decían, “se canta” entonces empezábamos a entonar, con el sonsonete de siempre. Una de las estrofas que lo componían decía: “Ya la tienes en su casa, mírala que hermosa está, es la Sagrada Familia, que te viene a visitar” 106


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Pero en muchas casas, las más, nos decían: “Ni se canta, ni se reza”. Y seguíamos adelante. Y así hasta que nos cansábamos. También he recordado que mi padre tenía mucha amistad con dos familias que vivían por Algorfa, concretamente en las Bóvedas, que eran, la del tío Efigenio García, padre de Efigenio, Tono y Luis García Jiménez y la del tío José el de las Bóvedas, José Rodríguez, abuelo de María Teresa Pertusa Rodríguez, esposa del médico don Víctor. Así que, cuando el Banco Central empezó a trabajar aquí en Almoradí, los hizo clientes del banco. Desde entonces ya tenía más relación y recuerdo que, a partir del año 1934, que ya tenía yo trece años y dominaba la bicicleta, fui muchas veces por naranjas, con un capazo o un saquete bien atado al porta equipaje. Había tanta amistad que, cuando no avisaban ellos que fuera, me mandaba mi padre con algún documento o notificación del banco y, al mismo tiempo, me venía cargado. Hasta recuerdo que fuimos varias veces, toda mi familia visitaba a estas familias amigas. Con el tiempo, me sustituyó mi hermano Pepe en estos viajes. En este año 36, vino a vivir a Almoradí, Bernardino Bellod Cervera y su hermana Purita, hijos del Sr. Bellod, administrador de Correos, que lo destinaron aquí, seguramente desterrado, pues era una familia pudiente de Villena y de derechas, claro. Vivieron en Almoradí toda la guerra. Entonces, Correos estaba en una casa propiedad de Pedro Reig, el Papa, en la calle San Emigdio, al lado de donde luego tuvo la tienda de tejidos el Torero y que, por detrás, daba a la calle Cervantes, que es donde vivía la familia del administrador. Bernardino me dijo que había estudiado parte del bachiller, no sé hasta que curso en los Maristas de Murcia. Así que, como coincidíamos en los ratos libres, nos hicimos muy amigos y le presenté para que se afiliara en la JSU. También, como a mí, le 107


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gustaba practicar en bicicleta. Tenía una bastante gastada, con manillar de carrera, y yo usaba la del Banco Central que era de paseo, también bastante usada y más pesada. Muchas tardes, temprano, hacíamos el recorrido de Almoradí, Puente del Río, Algorfa, Benijófar, Rojales, Formentera, Almoradí. También hacíamos, Almoradí, Puente don Pablo, Benejúzar, Algorfa, Puente del Río, Almoradí. Otras veces hacíamos estos recorridos al revés. Cuando terminábamos, ya habían salido de trabajar los demás amigos, y entonces pedíamos la llave del campo y el balón para jugar hasta que oscurecía. Salíamos juntos a pasear y al cine, Bernardino, Emigdio el Torero y yo, así que, sería ya 1937, hicimos amistad con tres chicas que nos gustaron, no digo los nombres, porque más tarde, al terminar la guerra, nos casamos, tanto ellas como nosotros, cada uno con la persona que escogió para ello. Una tenía catorce años y las otras dos un poco más sin llegar a los quince, nosotros teníamos dieciséis y Bernardino quince. Paseábamos e íbamos al cine con ellas, sobre todo los domingos en la tarde al cine Miravete. Un día, ya en primavera, con ocasión de que tenían que ir a Rojales, las acompañábamos con nuestras bicicletas y, en varios trozos de los siete kilómetros que hay a Rojales, las subíamos a las bicicletas, sentadas en el marco. A la vuelta, igual. Seguimos nuestra relación hasta que, a principios de 1938, nos movilizaron al Torero y a mí, quinta del 41 y nos llevaron a la guerra. Entonces, Bernardino siguió con ellas y, a nosotros, nos sustituyeron Paco Mazón, padre del actual Paco Mazón, médico. En 1937, como ya he mencionado, me examiné el día 9 y 10 de marzo, de Física (5º), con aprobado y de Fisiología e Higiene, (5º), con aprobado. Así que seguimos el curso, pero con matrícula oficial, porque prohibieron la enseñanza privada. Por este motivo teníamos que ir todos los días a Orihuela para asistir a las clases. Como el horario del autobús no era 108


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el idóneo y, además, costaba un dinero, nos íbamos en bicicleta. No recuerdo cuando empezamos el curso pero, por el día 20 de mayo, me matriculé de Preceptiva Literaria (4º), de Psicología (5º); de Historia General de la Literatura (5º) y de Historia Natural (6º). Hacia Orihuela nos íbamos, porque el trayecto era más corto por la Campaneta, pero la vuelta la hacíamos muchas veces por Bigastro, ya que, aunque era un poco más largo, de Orihuela a Bigastro estaba la carretera asfaltada y, además, cuando llegó su tiempo, habían unos melocotones muy buenos en el mismo borde de la carretera. Más adelante, antes de entrar a Benejúzar, a la izquierda, había un huerto de almendros. Un día bajamos de las bicicletas Tomás Valdés y yo dispuestos a coger almendras. Enseguida oímos los gritos del guardia, acompañados de los disparos de escopeta. Así que subimos a las bicicletas a la carrera y ya no paramos hasta Almoradí. Este curso, para mí, fue un auténtico desastre pues, aparte del atracón de bicicleta que nos dábamos casi todos los días, que no valió para nada después de la guerra, las asignaturas Preceptiva Literaria y la Historia General de la Literatura, fueron un verdadero calvario. Resulta que, uno de los primeros días al llegar en bicicleta al Instituto, recuerdo que íbamos Miguel García Gea, el Quico, y yo nos tropezamos con un tal José Martul, recién llegado de Madrid como profesor de Literatura, según nos dijo él mismo y nos preguntó, al vernos con las bicicletas, de dónde éramos, si éramos hijos de trabajadores y si teníamos que ir todos los días. Después de contestarle y decirle las asignaturas que íbamos a preparar, me quedé solo con él, pues llevaba las asignaturas que él tenía que examinar y entonces me explicó el plan que íbamos a seguir de esas dos asignaturas no recuerdo exactamente el plan pero era bastante facilitado. Pero luego, resultó que no era tan fácil, ya que, por un mal entendido, con 109


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unos acontecimientos que ocurrieron durante el curso, todo se vino abajo. Según me enteré, más adelante, el tal Martul, era un comunista de pro y, por lo que se explicó después, parece ser que recibió unos anónimos amenazantes e incluso agresiones y los culpables, según él, eran los chicos de 6º curso, los mayores. Así que cuando Martul denunció estos supuestos hechos al director, que era don Antonio Sequeros, éste, ordenó al bedel que convocara a los de 6º curso, para una entrevista en su despacho al acabar la clase. Que casualidad, que el bedel fue a la clase de Historia Natural, que también estaba yo, porque me había matriculado de ella, y nos anunció la entrevista, pero sin decirnos a que era debida. Cuando entramos al despacho, estaba el director y Martul, de verde, se me cayeron los palos del sombrajo porque no esperaba nada bueno. don Antonio nos explicó el motivo de la entrevista y, entonces, me enteré yo de lo que pasaba. Después de las palabras de unos y otros nos marchamos. Pero a Martul le faltó tiempo para llamarme, y me dijo: “¿Usted también es de esos? Pues lo que hablamos nada de nada, así que ya nos veremos en el examen, prepárese”, no estoy seguro si fueron las palabras textuales de Martul, pero el contenido sí. Yo enseguida se lo dije a don Antonio Sequeros y me dijo que hablaría con él. A los tres días me dijo don Antonio que había hablado, pero estaba cerrado en banda y no cambiaba de parecer. Y así fue, el examen de Preceptiva Literaria estaba anunciado para el día 13 de julio y yo, por la tarde, a la hora anunciada estaba en el aula. Me llamó al estrado y empezó el bombardeo de preguntas y, cuando se cansó, me dijo que me retirara. Como era casi la hora del autobús para regresar a Almoradí, me fui a la puerta del casino, que había sombra, porque el autobús salía de la acera de enfrente. No había hecho más que llegar y me veo a Martul que se me acerca y me dice: “¿Qué 110


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hace usted aquí? ¿Por qué se ha venido?” Yo le contesté: “Espero el autobús para ir al pueblo, yo creí que había terminado”. Y, entonces, me dio la puntilla: “Pues, mañana por la mañana, le espero en el Instituto”. Al otro día volví al instituto y, entonces, me hizo como un examen escrito, hasta que se cansó. Al rato, tenía ya en mi poder la papeleta del examen de Preceptiva Literaria y, en el lugar donde se ponía la calificación, hizo una raya que cogía todo el espacio y la fecha de 14 de julio, pero sin su firma, todavía conservo la papeleta, como me suspendió, ya no pude examinar de Historia General de la Literatura. A este personaje, creo que se lo llevarían al frente de combate; pues en los exámenes de septiembre ya no estaba. El día 4 de julio, me había examinado de Psicología y Lógica, con aprobado y, el día 14, de Historia Natural (ciencias) con aprobado. Los exámenes de septiembre, ya fueron en lo que había sido el Convento de Monjas Carmelitas, en la calle San Agustín, porque el instituto lo habilitaron como hospital. El 21 de septiembre, aprobé la Preceptiva Literaria y la Historia General de la Literatura. Estos fueron los últimos exámenes antes de que acabara la guerra. Funcionaban, por estos tiempos, en los salones de detrás de la iglesia, más escuelas públicas, dirigidas por las JSU, sobre todo destinadas para los analfabetos. Los maestros, éramos: Carmen Pina López, hermana del maestro Pina; Miguel Díaz Bienvenido, el mayor de los hermanos Díaz, algo literato, pero sin estudios; Álvaro Martínez Villar, hijo mayor de Don Gregorio el maestro, creo que tenía terminado el bachillerato, pues tenía diecinueve años; y yo, con todo el quinto curso y una asignatura de sexto aprobados. Así estuvimos hasta que nos fueron llamando, a cada uno por su quinta, para incorporarnos al frente. 111


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Por entonces, los frentes de combate estaban ya muy achuchados por las tropas franquistas, sobre todo el del centro, con el asedio a Madrid. Así que todo eran arengas por todos lados, pidiendo voluntarios para los frentes, y fue cuando La Pasionaria Dolores Ibárruri inmortalizó la frase “No pasarán”, refiriéndose a Madrid. Pero enseguida inventaron la respuesta, seguramente los de la Quinta Columna y en la zona nacional, que decía: “¿Y si pasan? Pues que pasen”. En una de estas arengas, precisamente en Almoradí, salieron varios camaradas al balcón central del ayuntamiento y, entre ellos, Álvaro Martínez. Lo recuerdo perfectamente, como si fuera hoy, aunque ya hace la friolera de sesenta y cuatro años. Empezó con la siguiente frase: “Camaradas, el fascismo es como un pulpo que, con sus tentáculos, oprime a la clase trabajadora”. Dijo poco más y se quedó tan ancho. Ejerció de maestro por Valencia, después de la guerra, y se licenció en Derecho. Le gustaba mucho hacer citas de Schopenhauer, filósofo alemán. El día 4 de febrero de este año 1937, habían nombrado alcalde a Manuel Penalva Quiles, comunista, que era músico de la banda tocando el bajo, bastante bueno, unos diez años; fue músico, incluso después de la guerra, cuando le sacaron de la cárcel, hasta que murió por el año 67. Cesó el alcalde el 12 de septiembre del 37. A primeros de diciembre de este año, llamaron a filas a la quinta del 40 y, entre los pertenecientes a esta quinta, estaban varios dirigentes de las JSU. Así que a mí, me nombraron secretario de la organización y, a mi amigo Emigdio Follana, el Torero, secretario de Agit-Pro, Agitación y Propaganda. Todos los altos dirigentes de las juventudes estaban ya movilizados, pero casi todos, más o menos enchufados, sobre todo en Ar112


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chena, donde había un destacamento de tanques, pero que, al fin y al cabo, era retaguardia. Como íbamos quedando pocos mozos ya por aquí por la retaguardia, había muchas vacantes en todos los sitios; como pasaba con los maestros de la escuela. Por tanto, solicité una, aduciendo los cinco cursos y una asignatura de sexto de bachillerato que tenía aprobados. Me la concedieron en Dolores, una que había en la calle Labradores y, precisamente, para sustituir el maestro que se incorporaba a filas (creo que era de los mayores, de la quinta del 17 o 18). Me dio posesión el maestro de mayor edad, que era minusválido, llamado don Rigoberto que, después de la guerra, como lo dejaron cesante, seguramente porque se distinguió en la política, lo colocaron en el Registro de la Propiedad y se casó con una hermana, ya mayor, de Pascual Saura, el de la fábrica. A los chicos que tenía de alumnos, les caí muy bien y a la hora del recreo, que lo teníamos que hacer en la misma calle Labradores, porque la escuela estaba en unos altos y no había patio, jugábamos al fútbol. Así que casi todos los días, cuando llegaba en bicicleta al puente alto que había en la entrada de Dolores, me estaban esperando varios alumnos y decían: “¡Y viene don Manuel, ya viene don Manuel!”. Y se venían detrás de la bicicleta hasta la casa donde la dejaba. Esta casa era la del señor Romero que, como ya relaté, había sido el director de la Banca de Llopis, al principio de los años 30, y era muy amigo de mi padre. Vivía en lo que hoy es la plaza Hermenegildo M. Ruiz. Tenía estanco y la centralita de teléfonos, que entonces se llamaba centralita familiar, cuya titular era una hija suya y, la otra hija, llamada Margarita, estaba casada con Miguel Illescas. Éstos, que vivían con sus padres, tenían un hijo llamado Miguel y una hija llamada Margarita. Ambos estaban en mi escuela e hice mucha amistad con esa casa. Después de la guerra al morir los padres, se marcharon a 113


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Madrid y ya no los volví a ver. La escuela la tuve hasta que me movilizaron en abril de 1938, para incorporarme con los de la quinta del 41, en el mes de mayo, en Alicante, y de allí salimos para el frente de levante. El día 11 de octubre, para sustituir a Manuel Penalva, habían nombrado alcalde a José Rebollo Soribella, padre del que después sería sacerdote, don José Rebollo Gómez. Cesó el 13 de abril de 1938. Unos días antes de la navidad de 1937, tuvo lugar la gran batalla de Teruel. Nuestras tropas, las republicanas, en una lucha feroz, hasta casa por casa y, sobre todo, al final de la lucha por el seminario, se apoderaron de Teruel, la capital. Aquí, en la retaguardia, se celebró mucho. Pero duró muy poco la alegría pues, a los pocos días, en un contraataque, las tropas franquistas la volvieron a recuperar, con un avance que llegó bastante cerca del límite con la provincia de Castellón, por Camarena de la Sierra, Mora de Rubielos, la sierra de Nogueruelas, Sarrión, etc. Esta batalla hizo muchas bajas en nuestras tropas, tanto humanas como en armamento, pues, cuando fuimos los de la quita del 41, nos destinaron a casi todos a la 25 división, que se había quedado limpia de hombres y armamento. En enero de 1939, hubo en alicante más reuniones de dirigentes de las Juventudes Socialistas Unificadas y, del Almoradí, fuimos delegados Remedios Zaragoza, Lolita Herrera, hija mayor del que fue alcalde don Aquilino Herrera, Esperanza Birlanga y yo. Estuvimos dos días, por lo que tuvimos que pernoctar una noche en Alicante. Nos hospedamos en un buen hotel que había en la explanada, con puerta trasera a la calle San Fernando, y estaba ubicado casi al lado de la famosa Casa Carbonell y de la oficina principal del Banco de Vizcaya. No me acuerdo como se llamaba, pero desde luego no era ni el Palas, que también estaba en la explanada, como así el Hotel Comercio, y 114


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que siguieron funcionando después de la guerra. Me acuerdo bien de que, en la madrugada, se oyó bastante tumulto por los pasillos y eran los policías pidiendo la documentación, buscando a soldados desertores del frente, conocidos por emboscados o a las personas que llamaban de la Quinta Columna, es decir, simpatizantes de las tropas nacionalistas que actuaban como espías y a los que también tachaban de fascistas. También recuerdo muy bien cuando, al anochecer, nos marchábamos hacia la Diputación, que entonces era un edificio en medio de un descampado, y que desde, la calle Sagasta, hoy en San Francisco, pasando por la avenida de Soto y la plaza de los Luceros, no recuerdo si entonces se llamaba así, porque era en la Diputación donde se celebraban las reuniones. Este trayecto daba miedo, ya que, a esas horas, con la restricción de luz que había por la guerra, parecía una boca de lobo y luego, ya bastante tarde, había que volver al hotel. (Hoy miércoles, 10 de mayo del año 2000, hemos cumplido, Joaquina y yo, las bodas de oro, cincuenta años, de nuestro matrimonio. Hemos asistido a la misa de la tarde, donde el celebrante lo ha anunciado, En compañía de nuestros hijos y esposas). Sería por el mes de febrero, cuando se hizo una nueva entidad cultural-deportiva, no recuerdo el nombre, pero apadrinada por la política, de ámbito comarcal, con sede en Callosa del Segura. Recuerdo esta nueva corporación, porque me ocurrió una anécdota que demuestra la poca consistencia que tenían ya todas estas entidades. Resulta que, no sé si por mi condición de futbolista, me nombraron depositario y el efectivo con que contaba la entidad era de trescientas pesetas, cantidad que tenían yo en mi poder por el cargo, pero que tenía que llevar en mi cartera porque no disponíamos de local propio, sino 115


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que estábamos en un local de Callosa en comunidad con otras, nos encontrábamos en un local de Callosa en comunidad con otras corporaciones. Así que, un buen día, después de comer nos encontrábamos carios amigos de tertulia en la entrada de la JSU estando también presente, casi como siempre, el conserje, el tío Bolo. Yo estaba sentado en una silla pequeña, de las que tenían el asiento, recostado en la pared y se ve que por la posición que tenía, se me cayó la cartera al suelo. Porque por entonces acostumbraba a llevarla en el bolsillo trasero del pantalón. Cuando nos pareció, nos marchamos y, cuando llegué a casa, noté la falta de la cartera. Volví enseguida a la JSU, buscando por donde había estado sentado, pero nada. Le pregunté al tío Bolo y me entregó la cartera, pero sin las trescientas pesetas y lo que yo tenía. No sé si fue un par de veces más por Callosa, pero yo no tuve que devolver ese dinero y esta entidad desapareció sin frío y sin calentura. Desde entonces, ya no he vuelto a llevar la cantera en el bolsillo trasero del pantalón. Como en la JSU había un aparato de radio, aunque fuera clandestinamente, oíamos mucho las arengas del general Queipo de Llano, desde Sevilla. En los años 1934 y 1935 ya notaba mi madre unos síntomas de malestar que, seguramente, serían los inicios de la enfermedad cardiovascular que acabó con su vida en el año 1961. No sé si notaría alguna cosa más, pero sí recuerdo que le daban unos mareos, que se veían venir, que tenía que sentarse en una silla, con la mano en la frente inclinada un poco hacia delante, y a los dos o tres minutos se le pasaba. Algunas veces eran varios diarios. Nuestro médico de familia, entonces era don José González Pérez, hermano de don Manuel, que vivía al lado de la tienda, hoy la CAM, en la calle Mayor. En Almoradí ya habían varios médicos con consulta abierta, de pago, como don Francisco Griñó, don Vicente Sirvent, don Julio García y don José González y, además, venía de Orihuela, varios días a la semana, don 116


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Augusto Pescador con la homeopatía. Pero nuestro médico era don José González, porque era amigo de mi padre, desde jóvenes, ya que en 1904 eran músicos de la banda infantil, cuando ésta y la de mayores, al unirse, fundaron la Unión Musical. Después, con el tiempo, también coincidieron en el deporte de la caza y formaron parte en varios concursos de tiradas de pichón a brazo. Formaban un buen equipo con Aureliano Sansano y Rafael el Cano, que vendía en la tienda de artículos de caza. Recuerdo bien que, en uno de estos años antes de la guerra, estando veraneando en Guardamar, se rumoreó que se habían visto por la pinada, subiendo hacia el pueblo a la derecha, ya en el interior, unos zorros. Así que el médico González, una mañana temprano, se fue a la pinada con la escopeta y mató dos. Aquello fue un acontecimiento, porque cuando se corrió la voz subimos casi todos los de la playa a ver los zorros muertos. Pues bien, con esta amistad, don José González, que acertaba bastante en la medicina, recomendó a mis padres que acudieran a especialistas en Alicante y Murcia. Pero aquí se ve que por entonces, en estas enfermedades cardiovasculares, todavía la medicina no había avanzado mucho. Así que, viendo que ni en Alicante ni en Murcia había un diagnóstico claro, mi padre se puso en contacto, con la oficina principal del Banco Central en Madrid, para preguntar por un especialista que le habían indicado y pedir que le consiguieran cita para la consulta con mi madre. Fueron a Madrid y, ese especialista, le prescribió una medicación y una dieta que parece que le hacía efecto. Seguramente, sería lo que ahora prescriben para la tensión arterial, colesterol, etc. No sé, pero mejoró bastante. Mi madre pesaba entonces más de cien kilos, con una estatura de ciento cincuenta y siete centímetros aproximadamente, así que, como adelgazó bastante y se privaba de muchas cosas, le fue bien. En esta visita de mi padre en el Banco Central en Madrid, hizo buena amistad con el Director General que, en117


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tonces, era Don Antonio P. Sasía. Así es como firmaba, ya que me acuerdo muy bien, porque esta firma la hacía perfectamente y la “P” quería decir “Pérez”. Me parece que era valenciano. Como es natural, en la guerra nombraron a otro.

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Mi Guerra

A

primeros de mayo de 1938, me llamaron a filas, al reemplazo de 1941, mi quinta, por lo que tuvimos que presentarnos en Alicante, en el cuartel de Benalúa. Allí nos dieron toda la impedimenta de un soldado, menos el armamento, y teníamos que presentamos todos los días, por la mañana y por la tarde. Por la mañana después del desayuno, nos daba el pan, un chusco, que era una barra como las que venden hoy a un euro, de medio kilo. Para el que quería había comida y cena, rancho, pero allí en el cuartel. Como no sabíamos el tiempo que estaríamos así, pensé, y así se lo propuse a varios paisanos y amigos, de hablar con mi tía Lola, prima hermana de mi madre, para que nos dejase la casa que tenía deshabilitada en una calle de la ladera del castillo de Santa Bárbara, en el casco antiguo de Alicante; porque, ella, que era viuda y no tenía más que una hija, se había bajado a la calle Cid, número 8, muy cerca de Correos, a vivir con sus hermanas Rosario y María, huyendo de las explosiones de los antiaéreos que habían en el castillo y que eran bastante frecuentes. Mi tía me entregó la llave y allí nos acomodamos como pudimos: Paco el Grillo, Manolo Lucas, Antonio Berná el Rama, no sé si alguno más y yo. De sábado a lunes, con permiso, nos veníamos casi todas las semanas a Almoradí, hasta que el día 24 ya nos tuvimos que quedar en el cuartel sin salir. Por la tarde, oscureciendo, nos llevaron a la estación de ferrocarril, donde había formado 119


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un tren con vagones de carga. Una vez acomodados, el tren partió, no sabíamos hacia dónde. El día 25 de mayo, ya amanecido, se paró bruscamente el tren y se oyó gritar: “¡Cuerpo a tierra! ¡Extenderos por el campo!”. Al mismo tiempo se oían los motores de los cinco bombarderos, pavas, que pasaban por encima de nosotros. Con el tiempo, nos enteramos que estos aviones hicieron el famoso bombardeo del mercado central y de la Rambla de Alicante. Yo siempre he pensado que este bombardeo iba por nosotros, que confundieron el mercado con la estación de ferrocarriles. Hacia el mediodía, llegamos a Valencia. No sé lo que harían con el tren, pero a las dos horas estábamos acomodados en otros vagones de carga y dispuestos para marchar. Así que partió el tren y fue transcurriendo el tiempo, aunque muy lentamente para nosotros. Al oscurecer paró el tren en una estación, que más tarde nos dijeron que era la de Barracas, en Castellón, y nos apeamos todos. Enseguida, en columna de a dos y con toda la impedimenta, nos pusimos a caminar en una noche completamente oscura y silenciosa, que parecía que estábamos en el mismo frente de batalla. Como íbamos acumulando la sensación de miedo, llevaríamos una media hora andando, cuando en la cola empezamos a oír: “¡Los moros! ¡Que vienen los moros!”. Se inició el principio de desbandada, pero entre los sargentos y los veteranos nos calmaron. Continuamos, porque aquella caminata no se acababa nunca, y con la impedimenta a cuestas, que cada vez pesaba más. Así anduvimos hasta que, aún oscuro, enfilamos lo que parecía la entrada del pueblo, por la calle estrecha que desembocó en un ensanche, parte del ayuntamiento y la iglesia, de unos treinta metros en triángulo y, sin parar, nos fuimos metiendo, exhaustos, en la iglesia, con la orden de que nos acomodásemos como fuera, en el suelo, desde luego, para descansar. Estábamos en Puebla de Arenoso (Castellón), pueblo muy pequeño. 120


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Al otro día, 26 de mayo, al rato de amanecer, nos llevaron a la amplia margen derecha del río Mijares, que pasa pegado al pueblo, para que nos colocásemos por allí. Así estuvimos dos o tres días, hasta que empezamos a hacer instrucción en una anchura que había al lado de la carretera. Entonces, dejamos la orilla del río y nos colocamos en unos pajares que había. Cogimos uno de esos pajares Francisco Gallud, el sastre, Manuel Ribera, Paco el Grillo y yo. Así se fueron repartiendo los demás. La primera noche dormimos como angelitos pero, cuando amaneció, echo mano al manto, que era de lona fuerte, para coger el pan que me había quedado del día anterior. Cómo serían las ratas que había por allí, que hicieron un gran agujero en el macuto y en la servilleta de tela que me había llevado cuando salí de casa y, por supuesto, desapareció el pan. El macuto y la servilleta quedaron inservibles. Por cierto que, en estos primeros días ocurrió un hecho muy triste. Todavía estábamos en la orilla del río. Dos chicos de nuestra quinta, 18 años, parece ser que se marcharon por allí y se extraviaron, o que querían desertar, el caso es que a los dos días aparecieron y fueron arrestados, en la cárcel del pueblo, una noche les hice yo guardia. Creo que estuvieron encarcelados dos días, hasta que fueron condenados a ser fusilados. Efectivamente, al otro día temprano, formamos toda la tropa y nos llevaron a la puerta del cementerio. Allí se formó el piquete de fusilamiento y estos dos chicos fueron fusilados. Después nos hicieron desfilar ante los cadáveres para que nos sirviera de escarmiento. En la Puebla de Arenoso, había bastantes árboles frutales pero, sobre todo, había unos cerezos grandísimos en la parte norte del pueblo y, como estábamos ya en plena cosecha, estaban llenos de frutos. Tuvieron que poner soldados de guardia para poder calmar los ánimos, y para que duraran algo las cerezas. Desde luego, eran muy buenas. A los que nos toca121


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ba de guardia, nos poníamos las botas. Así continuamos, con instrucción, ratos libres por las tardes, que aprovechábamos para recorrer aquel contorno de monte bajo, con el fin de que pasara el tiempo. Exactamente no lo sé, pero así estuvimos por lo menos hasta el veinte de junio, que nos marchamos de Puebla de Arenoso. Hacia dónde, pues no lo sabíamos, porque todos los movimientos de tropas se hacían por la noche. Andábamos por la noche y descansábamos por el día. A la tercera noche llegamos a un lugar que estaba en la orilla de un riachuelo que, al amanecer el día siguiente, nos dimos cuenta que habían chabolas semidestruidas, hechas con ramas de árboles. Reparamos algunas de ellas y nos acomodamos a lo largo de ese riachuelo. El batallón en el que estaban encuadrados José María el de León y el Carrasco, que es de la Cruz de Galindo, pero vive en el pueblo, se instalaron en unas ruinas que parecían de alguna fábrica que hubo en ese lugar. Ya en los días sucesivos, supimos que estábamos en Nogueruelas, Teruel, lo que demostraba que, en alguna de las noches anteriores, tuvimos que pasar de la provincia de Castellón a la de Teruel. Este pueblo era todavía más pequeño que la Puebla de Arenoso. Un día, estaba tan tranquilo, pues estaría escribiendo o adecentando de miseria la ropa, y me llega el Carrasco con un sargento de su compañía, porque dijo que tenían que jugar un partido de fútbol y me había recomendado a su sargento. Jugamos el partido, en un trozo de terreno que había por allí, y salió bien la cosa, porque ganamos por un gol a cero. Yo marqué el único gol del encuentro. La orilla del río estaba a más de un kilómetro del pueblo, y cada vez que podíamos lo visitábamos, aunque poco se podía ver, pues solamente estaba el ayuntamiento, con fachada de dos arcos y dos callejas en su parte izquierda. Una de las veces que subimos al pueblo, al volver la esquina del ayuntamiento, nos topamos con Alejo, que después se 122


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casaría con Esperanza Birlanga, que iba con dos chicos más y llevaba una carpeta, seguramente con documentos del frente de batalla, que estaba cerca, en la Sierra de Noguerales, para entregarlos en la comandancia militar. A los diez o doce días de estar por este pueblo, se corrió la voz por toda la tropa que el que fuese músico subiera al ayuntamiento, que había un instrumental completo y que cada cual cogiese el suyo, porque iba a formar una banda de músicos. Yo cogí la flauta. Este instrumental era de la banda de Turís, Valencia que, entonces, este pueblo pertenecía al partido judicial de Chiva, que era la base de nuestra división. En esta banda que formamos había un trompa muy bueno que era de Turís y, por tanto, el encargado del instrumental. Como la presentación en el ayuntamiento de Nogueruelas era con toda la impedimenta militar, al anochecer, salimos los de la banda en camión de carga, deprisa y corriendo hacia la carretera general. Cuando llegamos a la general, después de pasar Rubielos de Mora, Teruel, a unos veintiséis kilómetros, más abajo de Sarrión, aquello era un maremágnum. Las sirenas de las ambulancias, que iban a toda prisa, toda clase de vehículos transitando sin parar. Resulta que las tropas nacionalistas habían roto el frente por Carrión y venían avanzando. Por eso las tropas que estábamos en ese frente de Nogueruelas, tuvimos que salir deprisa, porque si no, nos hubieran hecho una bolsa y hubiésemos caído prisioneros. Fue el último avance que hicieron los nacionales en este frente de Levante. Este último avance de las tropas nacionalistas, el historiador Hugh Thomas, lo relata así: “El 5 de julio, el ejército nacionalista de Levante emprendió una gran ofensiva para abrirse camino hasta Valencia. En aquella zona se concentraron ochocientos cañones y cuatrocientos aviones. García Valiño, estacionado en las afueras de Castellón, embistió desde 123


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el norte, pero, en aquel sector, la sierra de Espadán llegaba casi hasta el mar y las fuerzas republicanas, dirigidas por el astuto Gustavo Durán y el general Menéndez, no pudieron ser desalojadas. El 13 de julio, Varela, junto con tres divisiones italianas de Berti, atacó hacia el sur de Teruel, coordinando su acción con la de los navarros de Solchaga. En los primeros días de batalla, los blindados italianos lograron importantes avances, pero la resistencia republicana estaba de nuevo bien organizada. Una fuerza de carabineros resistió largamente en Mora de Rubielos. Finalmente cayó Sarrión y, con ella, las posiciones republicanas situadas a lo largo de la sierra de Toro. El frente empezó a derrumbarse de forma parecida a lo ocurrido en Aragón. La oficina de turismo de los nacionalistas, abierta recientemente, empezó a organizar viajes en autobús a los campos de batalla. Protegida por un intenso bombardero artillero antiaéreo, la infantería Navarra e italiana avanzó en cinco días noventa y cinco kilómetros en un frente de treinta kilómetros de anchura. El único obstáculo que quedaba por salvar para ocupar la bella región de la huerta de Valencia, próspera en tiempos de paz y fácil de conquistar en caso de guerra, eran las fortificaciones construidas frente al pueblecito de Viver, en dirección hacia la sierra de Espadán. Pero estas fortificaciones, la llamada XYZ, estaban ingeniosamente concebidas y las defendían dos cuerpos de ejército a las órdenes de los coroneles que habían ganado el máximo prestigio en la batalla de Madrid en noviembre de 1936, Romero y Güenes. Se habían construido trincheras capaces de resistir bombas de quinientos kilos. El avance quedó interrumpido. El bombardero artillero y aéreo no causó la menor impresión en los defensores. Cada asalto de la infantería nacionalista era rechazado por una lluvia de metralla. Entre los días 18 y 23 de julio los nacionalistas sufrieron cuantiosas bajas, calculadas por la república en 20.000 hombres, a partir del día 23, los ataques 124


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empezaron a espaciarse y finalmente quedaron interrumpidos. Valencia se había salvado.” Nosotros en el camión llegamos a la carretera general y, con más o menos dificultad, seguimos caminando hacia nuestro incierto destino. Así, al amanecer, llegamos a Chiva, Valencia, porque resulta que allí estaba la base de la 25ª División, la nuestra. Después nos enteramos que se iban a celebrar en Valencia, durante cinco o seis días, unos actos en homenaje a la 25ª División, por los combates que tuvieron lugar en el toma y daca de Teruel. Cómo serían estos combates que tuvieron casi el cien por cien de bajas, tanto en hombres como en armamento, era una unidad de choque, menos mal que cuando fuimos nosotros a cubrir tantas bajas, ya no hubo ningún ataque por nuestra parte. No obstante, todavía intentamos un golpe de mano, que ya relataré en su momento, pero se suspendió a última hora. Al poco de llegar a Chiva, nos pusimos a ensayar en la academia de la banda local. Recuerdo que la primera obra que pusieron La verbena de la Paloma, que tiene un solo de flauta y me salió bien. Y eso que era la primera vez que tocaba dicho instrumento, porque hasta ahí siempre había tocado el flautín, ya que desde que salí en la banda de Almoradí, habían dos flautas, Velasco y Mariano. El director de la banda era un tal Mancisidor, con la graduación de alférez, que pertenecía al cuerpo de subdirectores del ejército. Nos dijo que tenía varios pasodobles editados. Nos fuimos a Valencia y nos hospedamos en el Hotel Metropol, nombre de guerra, frente a la estación del ferrocarril. En estos días tocamos en los Viveros, tengo foto, en un teatro, y nos llevaron a un pueblo, donde había una gran explanada y se celebró un desfile militar, presidido por el general del Ejército de Levante, Leopoldo Menéndez.

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Este día del desfile, me encontré con Pascual Birlanga, hermano de Esperanza, que era capitán de carabineros. También, en estos días me vi pero en Valencia, con mi primo Marcelo el de la tía Morena, con José María el del casino, con Paco Quiles el del Horno y con Vicente Cremades, que estaba haciendo un cursillo para teniente. Cuando terminaron estos actos, se terminó la buena vida para nosotros los músicos, pues entregamos los instrumentos y nos llevaron a nuestras unidades que estaban por el campo; pero no sé de qué pueblo. Y es que venían a pie de la gran retirada, por la última ofensiva de las tropas nacionales. Una vez me relataron la odisea de la retirada, con los aviones ametrallándoles hasta llegar a la altura de Viver, Jérica y Navajas. Me suenan bastante los pueblos de Alcublas, Olocau y Mari126


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nes, de Valencia y Gátova, de Castellón, pero no puedo decir dónde se estacionaron nuestras tropas. Después de unos días de movimientos por estos pueblos, me acuerdo perfectamente cuando llegamos al campo de Liria. Todavía quedaban algunos bancales de viñas con algo de uva, pero duraron lo que duran las cosechas en el terreno en un ataque de langosta. Al otro día, no sé veía más que gente en cuclillas, evacuando. Estábamos a unos dos kilómetros de la ciudad, así que a la hora de paseo, a media tarde, nos acercábamos a conocer Liria. Un día me encontré con Joaquín Rufete el hijo de Joaquín Gómez Rufete, del Puente Don Pedro, que estaba en intendencia, bien colocado. Tengo un periodo de tiempo muy pequeño, que no recuerdo lo que hicimos, que abarca, desde que teníamos los festivos de Valencia, hasta que nos llevaron a las cercanías de Liria. Me he referido al lapsus de tiempo que tengo, porque cuando llegamos a los campos de Liria, Paco el Grillo y yo, pertenecíamos a la plana mayor de la cuarta compañía del primer batallón y no recuerdo cuándo nos encuadraron a cada uno en su unidad. Paco era el de transmisiones, enlace y yo de miliciano de la cultura, maestro que, por cierto, lo tuve disputado. Para esto, me sirvió el acta de toma de posesión de la escuela de Dolores, que llevé conmigo. El miliciano de la cultura lo crearon, no sé el tiempo que haría, porque el índice de analfabetos integrales entonces era muy alto, yo creo que pasaría del cuarenta por ciento. Y esto, añadido a la necesidad de la gente, sobre todo en la guerra, de comunicarse con la familia pudo desembocar en la creación de este puesto. Los milicianos de la cultura, tenían su graduación: estaban los de compañía de batallón y de brigada. Yo, estuve a punto de ser nombrado del batallón, o sea, con mando sobre los de las cuatro compañías del batallón, pero esta disputa 127


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con otro chico de Orihuela, quedó paralizada por los acontecimientos posteriores. Resulta que ordenaron dar permisos a las unidades inferiores para que fueran a sus casas los soldados; así que en la cuarta compañía, los primeros que salimos fuimos Paco el Grillo y yo. Porque el oficinista no podía irse, ya que era de Onda, Castellón, que estaba ocupada por las tropas nacionalistas. Seguramente, estuvimos en Almoradí casi treinta días y, aunque sólo fuera por la tranquilidad, lo pasamos bomba. El día anterior de nuestra vuelta a la guerra, los familiares de muchos de los que estaban en nuestro batallón, nos entregaron paquetes con comestibles, tantos que llenamos un buen saco. ¡Menuda molestia para el equipaje de vuelta! ¡Con lo difíciles que eran, ya de por sí, los viajes! Como pudimos, llegamos a Liria, al campo, pero allí no había nadie de nuestras tropas. Nos presentamos a las autoridades militares explicándoles el caso y quedamos que, por medio de los camiones de intendencia, nos trasladarían al sitio. A mí, por lo menos, aquello me daba mala espina. El caso es que, a media mañana del otro día, después de haber pasado Segorbe (Castellón), recuerdo que el camión dejó la carretera general y, a los pocos kilómetros, llegamos a un pueblo pequeño llamado Viver, donde descargó el camión en unas grandes cocinas que allí había. Ya nos explicaron que nuestra unidad estaba en primera línea, en trincheras. ¡Mama mía! Pero tendríamos que esperar hasta la hora de la comida, para acompañar al acemilero, que iría a repartir la comida a las trincheras. Mientras esperábamos, Paco y yo dimos una vuelta por los alrededores y llegamos a un pueblecito, seguramente muy cercano a frente y, por eso, estaba abandonado completamente, sin un alma. La puerta de la iglesia estaba abierta, rota. ¡Qué silencio! Cuando llegó la hora, nos fuimos con el acemilero y el mulo que llevaba los cacharros de la comida, sin olvidar el 128


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saco con los paquetes de nuestros paisanos. Subimos por una senda, por cierto, bien larga, hacia las trincheras, la cual nos dimos cuenta que estaba batida por los morteros, y llegamos al puesto de mando de la compañía, donde dejamos el saco con los paquetes de comida para que los repartieran, porque nosotros, con lo que nos encontramos, ya era imposible hacerlo. Resulta que el personal de nuestra compañía, la cuarta, lo habían repartido entre las otras tres del batallón para poder cubrir bien la línea y, por lo tanto, los puestos que teníamos Paco el Grillo y yo, ya los ocupaban los de antes. El capitán nos explicó el asunto y enseguida nos entregaron el fusil y las cartucheras con la munición correspondiente. Un cabo, nos acompañó a la trinchera y nos colocó en una capilla a cada uno, que ya eran nuestros puestos. Desde la aspillera se veían perfectamente las trincheras enemigas, pero había un buen trecho con la correspondiente vaguada y las alambradas de cada bando. En cuanto oscureció, nos llamó el cabo para hacer la primera guardia; pero en las trincheras, es muy distinta a un cuartel o sitio similar. Estas guardias se llaman escuchas, centinela que se adelanta de noche para observar de cerca los movimientos del enemigo. Así que, el cabo, nos acompañó hasta el borde de la alambrada, colocada a unos veinte metros de la trinchera, que era el puesto del escucha, dándonos la consigna para esa noche. Pero antes, nos habían entregado las correspondientes bombas de mano y cargado el fusil, sin olvidarnos la manta, que era muy importante por la noche. No había transcurrido ni una hora, parece que nos querían dar la bienvenida, cuando empezó un tiroteo de trinchera a trinchera. Las balas nos silbaban que era un gusto y como el tiroteo iba en aumento, al ver que no nos retirábamos, tuvo que venir el cabo para que nos refugiásemos en la trinchera, ya que nosotros, habíamos pensado que si nos íbamos hubiera sido como desertar el puesto. Estuve todo el tiempo, hasta que me 129


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retiró el cabo, encogido, casi cosido al suelo. Cuando llegué a mi aspillera, empecé a disparar al aire, bien agachado en la trinchera. ¡Qué miedo! Pero, cuando me calenté, quité el saco terrero de la aspillera y disparada hacia el enemigo, sin verlo, como una ametralladora, hasta que aquello se fue calmando y dieron la orden de alto el fuego. Esta fue la única escucha que hice en toda la guerra; se ve que los de mi unidad estaban algún tiempo en trincheras mientras nosotros disfrutábamos del permiso. No obstante, tuvimos ocasión de presenciar una escena tétrica. La aspillera de Paco estaba a mi derecha y, a la derecha de Paco, había un fortín de ametralladoras con cuatro hombres: dos tiradores y dos suministradores de las cintas de municiones. Como era habitual todas las mañanas, empezaron a bombardearnos con los morteros, que explotaban delante, detrás, no muy lejanos de la trinchera. Pero uno, lo oímos muy cerca de nosotros, explotó encima de la cubierta del fortín. nos acercamos rápidamente y, ¡qué horror!, ¡vaya matanza! Allí se veían los trozos de cuerpo esparcidos por el suelo, se dio la mala suerte además, que el corneta de la compañía que pasaba por allí, porque iba a llevar un parte, se metió al fortín, ya que tenía un paisano allí. También murió, claro. Yo que nunca he podido ver estas escenas, me fui al puesto de mando donde estaba el capitán para darle la noticia. Se vino enseguida y me ordenó que tomara nota de la filiación de los muertos. El tiempo en trincheras se hace muy pesado, ya que, aparte del peligro, siempre tienes que estar atento, la incomodidad y, sobre todo, de noche que a pesar de las escuchas tienes que dormir, sin dormir, con un ojo abierto y otro cerrado. A los siete u ocho días de estar en las trincheras nos vino el relevo, otras tropas de nuestro batallón que estaban en la ladera de este mismo monte, por lo que nosotros pasamos a esa situación de reserva.

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Una mañana, casi a la hora de la comida, bajó por agua José María Pérez el de León y nos pusimos a hablar del pueblo y nuestras familiar, añoranzas; pero nos pusimos en la senda que estaba batida por los morteros enemigos. Explotaron varios por allí, pero de pronto oímos “pssss…”, se había clavado una granada del mortero en el suelo, a un metro escaso de nosotros, pero no explotó; José María y yo nos quedamos helados pero a un sargento que estaba por allí cerca le dio risa. Sin embargo, no le duró mucho, porque nosotros ya nos habíamos apartado, acto seguido cayó otra que sí explotó y casi mete la cabeza en el suelo. Un sargento que se conoce que había hecho méritos para ascender, pues su profesión era la de pastor de ovejas. Empezó a correr el rumor de que nos iban a relevar a todo el batallón de la primera línea, pero así estuvimos tres días. Al día siguiente se pone a llover, estábamos en el mes de septiembre y al otro día más fuerte, tanto que ya no encontrábamos con que taparnos, pues la manta estaba completamente calada y las casetas, como las de los perros, que hacíamos con piedras y algún rastrojo, para guarecernos la cabeza por la noche, ya no resistían. Bien de noche, cuando ya desconfiábamos y, cuando la tormenta estaba en todo su apogeo, llegó el relevo, que se tardó su tiempo, sobre todo por el relevo en las trincheras. Como sería la tormenta, los relámpagos encendían el cielo, que nos ordenaron que para poder caminar, fuéramos en fila de uno y con las manos cogidas con el anterior y el posterior. Y a todo esto con toda la impedimenta, con el macuto y la manta caladas, que pesarían cinco o seis kilos más. Al llegar al sitio donde íbamos, todavía oscuro, con pinos y monte bajo, donde habían estado las tropas que nos habían relevado, allí no había en pie ni una pequeña chabola para guarecernos, porque todavía seguía lloviendo y un poco antes de llegar habíamos atravesado un torrente con el agua hasta el pecho. Así estuvimos dos días y, al tercero, salió el sol, que aprovechamos para secarnos un poco. 131


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Al otro día por la mañana y una vez que estuve medio orientado, pero sin saber donde estábamos, me decidí a dar una vuelta por aquel contorno. No recuerdo si me acompañó algún paisano, pero yo cogí paralelo a la carretera general y a la vía férrea, que no estaba muy lejos, atravesando bancales, bien inspeccionados por si había algo que sirviera para comer. Durante estos movimientos de tropas se pasaba bastante hambre, mucha más que de ordinario, hasta que la intendencia lograba situarse, y más a estas alturas de la guerra, que cada vez escaseaban más los alimentos, viéndose claramente en el pan que nos daban a diario, pues de la barra que nos daban en Alicante, y que yo calculé de medio kilo, a la que nos daban ahora, creo que se había quedado en la mitad. Caminando, caminando, llegué hasta la estación de Segorbe, aunque tampoco allí había nada. Estuve un buen rato y, por el mismo camino, volví al sitio donde estábamos acampados, que yo calculo que era a la altura de Viver, pero por la parte de la carretera de Segorbe a Teruel. Es casi seguro que el frente, después de la última retirada, quedó estacionado por esta comarca, por los pueblos de Caudiel y Benafer, de la Sierra de Espadán. Por estos lugares estuvimos más de un mes, cambiando varias veces de sitio, sin hacer nada, con mucho tiempo por delante, lo que aprovechábamos para asearnos lo que podíamos, por la miseria de piojos, que no se nos quitaba de encima, y para escribir. No obstante, un día del mes de octubre, antes de la comida, nos hicieron formar a todo el batallón y se nos presentó el comandante, lo llamábamos el comandante Barbas, a caballo. Nos dirigió una pequeña arenga y terminó diciendo que, el que quisiera ir con permiso a su casa, que diera un paso al frente. Nadie se movió. Entonces él, desde el caballo, nos fue señalando uno a uno, hasta un total de veinticinco: ¡Era para dar un golpe de mando en la noche! Así que, al oscurecer, nos reunieron a 132


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los veinticinco y nos llevaron hacia las trincheras, allí nos pertrechamos bien de bombas de mano ofensivas y nos repartieron coñac, para envalentonarnos. A mí y a dos más nos dejaron de suplentes, al cuidado de las cajas de bombas, otra vez, desde luego, volvió a protegerme la Virgen del Pilar, cuya medalla, desde que me la puse, más o menos escondida, para ir a la guerra no me la quité hasta que volví a casa con la guerra terminada. A la hora o así, volvieron los seleccionados, porque se había suspendido el golpe de mano. Respiramos más tranquilos. Como había tiempo de sobra, yo, además, de a casa, que escribía regularmente, escribí a mi amigo Emigdio Follana, el Torero, que estaba con su tío Manuel, el de Casa Sadrián, en la columna de Maroto, en el frente de Guadix, Granada; escribí al amigo José Pina, que después de la guerra se hizo maestro nacional, que era teniente en un batallón de ametralladores, y escribí a Joaquín Gutiérrez, el Catorce, que era capitán y estaba mandando un batallón, de una de las brigadas de la 67ª División, en el frente de la Sierra de Javalambre, en la provincia de Teruel. Me contestaron Emigdio Follana y José Pina, contándome las miserias que cada uno estaba pasando en sus respectivas unidades. Joaquín no me contestó, pero bendita la hora en que le escribí, porque, sería el veintidós de noviembre, estábamos tan tranquilos, recostados por aquellas trochas después de comer, cuando llegó un enlace preguntando por mí: “De parte del comandante que vayas al puerto de mando”, me dijo. Me presenté al puesto de mando y, después de identificarme, el comandante me entregó unos documentos y me dijo que es que habían pedido mi traslado desde la 67ª División. Había sido el capitán Gutiérrez que, en ese momento, por ausencia del titular, estaba ocupando el puesto de capitán ayudante. Me despedí de todos los paisanos que pude, pero, sobre todo, del amigo Paco el Grillo; con quien tanto tiempo compartí la cama de los pajares y el tabaco, pues teníamos una ca133


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jita metálica, en la que guardábamos las colillas y así, después hacíamos otros cigarros hasta agotar las colillas. Sin perder tiempo llegué al pueblo más cercano y en el puesto de intendencia expliqué mi traslado y pedí comida para el camino. No recuerdo como fue pero, al otro día, estaba en Valencia. Como no sabía en que frente estaba la unidad a la que iba destinado, ni me interesaba, por supuesto, pensé marcharme a casa y desde allí averiguarlo. Para ello me dirigí a la estación de ferrocarril e intenté sacar billete para Alicante, pero el taquillero, que también era militar, me pidió la documentación. Yo le expliqué que no sabía donde estaba mi nueva unidad y el me contestó que tenía que ir al CRM, Centro de Recuperación Militar. Nada de eso, yo tenía la intención de llegar a Almoradí y me dije: “A la carretera”. Salí a ella dispuesto a hacer autoestop, entonces no se conocía, por aquí, esta expresión y, en Silla, recuerdo que atravesé varias plantaciones de cacahuetes, pero no había ni uno. En varios camiones, al mediodía, estaba en Gandía y me fui a la estación de tren de vía estrecha. Al oscurecer, llegamos a Calpe, final de trayecto, porque la zona desde Calpe a Alicante era zona batida por los tanques de guerra. Me noté muy cansado, porque tenía fiebre, por lo menos, 38 grados. Me acosté en el suelo, pegado a la pared de la estación, bien tapado con la manta, porque temblaba. Cuando amaneció, parece que la fiebre había disminuido bastante. ¡Lo que puede la juventud! Me fui a la carretera a esperar algún vehículo y, por fin, pasó un camión mediano, de un particular, que me llevó hasta Alicante. De allí a Almoradí ya fue más fácil, así que antes de la noche estaba en casa. No perdí el tiempo, al otro día escribí al capitán Gutiérrez, contándole el viaje y que me encontraba en Almoradí, para que me indicara lo que tenía que hacer. A los pocos días me contestó Joaquín, diciéndome que me pusiera en contacto con el Chis134


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pa, Francisco Mellado Lorenzo, hermano del popular y célebre Vicente el Republicano, que estaba en Almoradí con permiso y que, cuando el volviese al frente, me fuera con él. Para ello hablé con el Chispa y quedamos que a primeros de año nuevo nos marcharíamos juntos. También me decía Joaquín lo más importante y principal y es que, como se estaba formando una unidad de música, motivo por el que me reclamó, me llevara el flautín, algunos pasodobles y alguna obra de las más fáciles del archivo de nuestra banda. Hablé con el tío José, el Tontana, que tenía las llaves de la academia y del archivo, y me lleve varios pasodobles y una obrica fácil, un poema sinfónico titulado “Una noche en Calatayud”. Todo lo devolví cuando acabó la guerra. El día 2 de diciembre murió el maestro Pujante y tuve la suerte de poder asistir al entierro. Cuando el señor Pujante se hizo cargo de la banda de música, le dio un impulso tremendo y, además, los educandos nos incorporábamos a la banda bastante preparados. No había, como ahora, conservatorio, teníamos que haber estudiado, e incluso repetido, los métodos de solfeo de Eslava, primera y segunda parte, además de estar preparándonos, por lo menos un año con el instrumento, dando clases diarias y, aún después de ingresar en la banda, tenías que seguir dando clase, aparte de los ensayos. En este mes también estaba en el pueblo con permiso, mi tío primo Juan Manuel Martínez López, el Quiqué, padre de Juan Manuel Martínez Vileilla, el Vileilla y quedamos en que nos iríamos juntos hasta Valencia, a primeros de año nuevo. Ahora que nombro a mi pariente el Quiqué, con el cual tenía doble parentesco, recuerdo que en mi larga familia, por parte de mi padre se da por cuatro veces esta circunstancia del doble parentesco. Es decir, ser familiar de otras personas por parte del padre y de la madre. Parece un poco complejo, pero lo es. Me explico. Estaba el caso del Quiqué, que era primo 135


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hermano de mi padre porque su padre, Juan Martínez Penalva, era hermano de la madre de mi padre, mi abuela María. Y, además, era sobrino; porque su madre, Francisca López Velasco, la Quica, era prima hermana de mi padre. Por lo tanto, era tío y primo mío. Lo mismo pasaba con los hijos del tío Roque, Vicente Martínez Penalva, habidos con su segunda esposa Pascuala López Velasco, que era María, Manuel y Pascual Martínez López; porque el tío Roque, era hermano de mi abuela y la tía Pascuala, era prima hermana de mi padre. Tanto eran, y son los que todavía viven, María y Pascual, tíos y primos míos. Muy parecido es el caso de mi tío primo José Martínez Hurtado, que todavía vive, hijo de José Martínez Penalva, hermano de mi abuela María, y de Carmen Hurtado López, Carmen la Morena, prima hermana de mi padre, por parte de mi abuelo Manuel. Y, por último, también tengo doble parentesco, con Antonio Manzanera Martínez, que fue el alcalde por el Partido Socialista durante una legislatura, que era hijo de Juan Manzanera López, sobrino de mi padre, y de Vicenta Martínez Hurtado, prima hermana de mi padre. Luego es sobrino y primo mío. He hecho esta exposición de parentesco, porque no es muy corriente que ocurra. Yo no recuerdo que, en este pueblo, haya habido otro caso parecido, ya que, en la familia de mi padre, se dio la circunstancia de que se casaron tres tíos carnales suyos hermanos de su madre con tres primas hermanas suyas, hijas de hermano y de hermana de su padre. Y en el último parentesco, el de Manzanera, se casaron un sobrino de mi padre, Juan, con una prima hermana de su padre, Vicenta. El día 10 cesó el Alcalde, José Valdés Fresneda, hermano del abuelo de Manuel Valdés Ibáñez, y nombraron nuevamente a Manuel Birlanga Pertusa, que ya continuó hasta el 25 de marzo de 1939, casi terminada la guerra. 136


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Uno de estos días de diciembre, lo aprovechamos mi padre y yo para ir a Orihuela a ver si encontrábamos alguna ropa de abrigo lo más adecuada para un militar pues estábamos en pleno invierno y yo no tenía más que la camisa. Después de recorrer varios comercios encontramos, en una tienda de la calle Mayor, un chaquetón de cuero, nos dijeron que era de cabra, que me venía muy justo de hombros, pero como no había otra cosa me quedé con él. A primeros de año nuevo de 1939, como habíamos quedado, nos marchamos mi pariente el Quico, el Chispa y yo, camino de la guerra nuevamente. Fuimos a Alicante y, en tren, a Valencia. Cuando llegamos a Valencia, nos dice el Chispa, si queríamos acompañarle al Hotel Suizo, que estaba muy cerca de allí, en la calle que va desde la estación a la plaza del Ayuntamiento, porque había quedado con su mujer, que lo había abandonado y se marchó a Barcelona, en verse en este hotel, ya que se iban a divorciar. La mujer del Chispa era la nieta mayor de la tía Nela, que a su vez era la suegra de Ramón, el Herrero, que se casó con otra hija suya. Ramón, antes de ir a vivir a Alicante, tenía el taller de herrería en la actual calle Rafael Alberti. Una vez que el Chispa y su mujer arreglaron lo que tenían que hacer, nos despedimos de mi pariente y, el Chispa y yo, tomamos el tren de cercanías a Liria y, después, en camiones, vía Villar del Arzobispo, a Abejuela, Teruel, un pueblo al que se accedía por pistas de guerra y en el que estaría hasta que acabó la guerra. El Chispa, me guió por las trochas que había hacia el frente, hasta el puesto de mando del batallón que mandaba el capitán Gutiérrez. Por el camino, pasamos por donde estaba emplazado un cañón de artillería que, precisamente, lo man137


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daba Manolo el Grillo, que era sargento, y que, después de la guerra, se casaría con Rosario la Chambilera. A un kilómetro estaba el puesto de mando. Allí estaba Joaquín con todo el personal a sus órdenes. Nos saludamos, hablamos de lo que me había llevado y quedamos en lo que tenía que hacer para incorporarme a la banda de música que se estaba formando. Bajé a Abejuela y ya me quedé a vivir allí. Por lo menos alejado del frente, que estaría a unos dos kilómetros y, con más o menos dificultades, yo veía que la guerra había terminado para mí. Joaquín Gutiérrez Monje, el Catorce, casado con Isabel Pina López, hermana del maestro Pina, era bastante amigo nuestro, sobre todo de mi padre por la música, ya que ingresó en la banda en 1928, con unos dieciséis años. Sería de la promoción de Antonio Velasco Rodríguez, que fue taquillero del cine Miravete; de Mariano Pérez, el de León; de Antonio López el Mangán; José María Grech, el del casino; de José Antonio Quiles, el Grillico, hermano del que estaba con el cañón en el frente y de su hermano José Gutiérrez. Era buen músico pues, por el año 1935, ya tocaba el papel de clarinete principal, al lado de mi padre, que era solista. Cuando empezó la guerra lo dejó. Abejuela es un pueblecito, en el sur de la provincia de Teruel, que se encuentra en una franja de tierra que se introduce en la de Valencia y que, en 1939, tendría unos doscientos veinte habitantes, no más; teniendo como más cercanos los pueblos de La Cervera, Teruel, a unos ocho kilómetros y La Yesa, Valencia, a unos doce. El pueblo tenía una sola calle y a él se llegaba por una pista de guerra, antes sería camino, que venía de la parte de Villar del Arzobispo, Valencia, y a mitad de la calle había dos salidas: una de ellas, hacia el monte, hacia la Sierra de Javalambre, que es donde estaba el frente. A esta altura, hacía la calle un pequeño ensanche que se podía considerar como la plaza, donde estaba el ayuntamiento. En la entrada del pueblo, había una especie de fuente, que consistía 138


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en un grifo por donde salía el agua casi gota a gota; así que, por las mañanas, había que formar cola con los recipientes, pues esta agua tenía que servir para beber, para el aseo y para las labores de casa. Una vez que ingresé en la unidad de música, busqué alojamiento, pues todos los músicos nos teníamos que quedar en las casas particulares, en grupos de cuatro o cinco, así que yo me uní a mi paisano Pepe, el Majo para el alojamiento, y nos hacían de comer en la casa de al lado de la iglesia, pero como ya dormían en la entrada de la casa otros dos músicos, nosotros nos tuvimos que quedar a dormir en el alto del ayuntamiento. Como a todos nos daban rancho en frío, que consistía en un poco de aceite, un puñado de arroz, un puñado de lentejas y el chusco, lo entregábamos a la familia anfitriona y nos hacía de comer y cenar para todos, por cierto, que el chusco que nos daban a estas alturas de la guerra, había quedado reducido a un panecillo de unos doscientos gramos. También en estos primeros días fui conociendo a todos los componentes de la banda. El director, era un hombre mayor, con la graduación de cabo, manchego de Valdepeñas, que era un buen clarinete. El platillero, José Cano Pepet, ya mayor, de Relleu, Alicante, que tenía seis dedos en una mano. Éste no era músico, pues era Presidente de la banda de Relleu, pero cogió los platillos bajo el brazo y se vino a ingresar en la banda. El caja, era Juan Cano, de La Nucia, Alicante. Los tubas, bajos, había uno muy bueno, de Valencia y el otro, un tal Juan, el Herrero, manchego, que apenas hacía sonar el instrumento y que trajo un bajo viejísimo de pistones. Los trombones eran Alcaraz, de Paterna, Valencia, buen músico, y también futbolista, y el otro, ya de edad, de Relleu, que se defendía con el instrumento. El bombardino, era José Sánchez, el Majo, de Dolores, Alicante, que ya nos conocíamos por la vecindad de nuestros 139


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pueblos. Después, en los años 70 vivía en Elche y le hice cliente del Banco de Alicante, donde yo estaba trabajando. El fliscorno era un chico, creo que de la quinta del 40, manchego que, según dijo, había sido educado en la banda de su pueblo. Bastante flojo. El trompeta, era un buen músico de la banda de Vinaroz, Castellón, que tocaba el oboe, pero al incorporarse a filas, para no coger el fusil, cogió la corneta y así dominó la trompeta. El saxofón alto, era José Serrano, de Caudete, Albacete, buen músico que, en los años 80, cuando fui yo a Caudete a Moros y Cristianos, con la banda de Almoradí, pregunté por él y nos alegramos de vernos, pues ya en Abejuela, junto con Paredes, hicimos buena amistad. Fue alcalde de Caudete por los años 70 y, según me decía nuestro amigo Paredes, porque nos estuvimos escribiendo hasta hace un año y medio, en sus tiempos mozos, después de la guerra, fue bastante tiempo con una orquestina. Cuando yo lo vi en Caudete tenían un buen comercio de comestibles y droguería, en la plaza del pueblo. Los clarinetes, era cuatro por lo menos, el solista, de unos treinta y dos años, muy bueno, de Valencia, cuñado del de la tuba. Después, iba mi buen amigo Paredes, Manuel Paredes Sanmartín, de Manises,Valencia, buen músico y muy buen futbolista. Después de la guerra tuvimos, y seguimos teniendo, muy buena relación, hasta el verano de 1999 que dejamos de escribirnos. Otro Clarinete primero era un tal Femenías, de Castalla, Alicante y, el segundo, también un chico de la edad de estos dos anteriores, manchego. Y yo con el flautín. Seguramente se me olvidará alguno, porque creo que éramos diecinueve o veinte músicos. Tengo que volver a principios del mes de noviembre, porque esta madrugada, a las 6:30 horas del 24 de agosto de 2000, me ha venido a la memoria un caso curioso, que me sucedió en esos días, cuando estábamos por esos contornos de la Sie140


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rra del Espadán, antes de que me trasladaran a la división del capitán Gutiérrez. Resulta que llevaba ya varios días con estreñimiento, seguramente debido a las bellotas que había por aquellos campos y que comíamos para mitigar el hambre, así que me tuve que apuntar a reconocimiento médico. El puesto de sanitario estaba en una casona por allí por el monte, y cuando me tocó el turno entré y ¡sorpresa! El médico era Joaquín Agulló, nuestro practicante de Almoradí, en esos momentos el teniente Agulló. Nos alegramos mucho de vernos y me recetó sal de higuera, que allí mismo me la entregaron. Agulló, era el único practicante de Almoradí por entonces, aunque había otros sin título, provenía de Orihuela y estaba casado con María Quiles Follana, hija del tío Antonio el Pava. La vida en Abejuela, con bastante frío era muy monótona, pero había que conformarse pensando en que las trincheras no estaban muy lejos. Por cierto, que la nevada que cayó en este mes de enero fue de órdago a la grande, recién llegados nosotros. Yo no había visto tanta nieve en mi vida. Solamente recordaba muy vagamente, como ya relaté, la que cayó en Almoradí, sería en el invierno de 25, una buena nevada que pude contemplar por el ventanal que teníamos en el bar. Volviendo a nuestro modus vivendi, Pepe el Majo y yo nos tuvimos que quedar a dormir en el ayuntamiento pues, en la casa donde nos hacían la comida, ya se quedaban los otros dos chicos, los dos clarinetes, pero, de todas formas, todos en el suelo, aunque bajo cubierto. Después de cenar, al anochecer, nos refugiábamos en casa de una viuda, bastante anciana, donde se quedaban cuatro músicos, entre ellos el director, porque tenía una cocina baja muy amplia y cabíamos todos para calentarnos. 141


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La familia que nos hacía la comida a Pepe, a los dos clarinetes y a mí, vivían al lado de la iglesia y estaba compuesta por los padres, Juan y Carmen, y dos hijas; la mayor, María del Carmen, y la menor, Herminia, no supe si tenían algún hijo varón. La hija María del Carmen, de unos veintidós años, era casada con el secretario del ayuntamiento, que era de Zaragoza, comunista de los fuertes, porque lo daba a demostrar, y que, con la edad que tenía no sé por qué no estaba luchando en el frente. La otra hija, Herminia, de unos diecisiete años todo lo más, muy guapa, que yo creo que tenía el síndrome de Valencia, porque no hacía más que referirse a Valencia y, además, decía que tenía una tía allí, con la que confiaba marcharse. Así que, la actividad nuestra era esa, por la mañana, cada dos días porque éramos cuatro, a la cola del agua; después, a coger el rancho en frío y entregado a la familia anfitriona; algo de ensayo con la música; las comidas y, por la noche, a calentarnos a la cocina, hasta que nos cansábamos y nos marchábamos a dormir. No obstante, hubo varios acontecimientos que rompieron esta monotonía. Una noche de este mes de enero, estábamos tan tranquilos calentándonos, cuando llega uno de los soldados de la comandancia, porque en Abejuela, como zona de guerra que era, había una comandancia mandada por un teniente, con una orden para el director, porque había que hacer un servicio en el frente, y tenían que ir dos músicos. No hubo que buscar mucho porque, todos los que estaban en aquella casa con el director eran mayores, y Pepe el Majo era casado y con un hijo, así que el fliscorno que, a poco que se lo insinuaron, salió voluntario y yo, por unanimidad de todos los presentes y porque era el más joven, fuimos los elegidos. La única objeción que puse fue que me tendrían que dejar alguna prenda de abrigo, porque la chaqueta de cuero que llevaba no servía, y me 142


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dejaron un tabardo. En la comandancia nos dieron un fusil a cada uno, con los correajes y munición correspondientes. Nos condujeron al puesto de mando en las trincheras y, allí, nos entregaron un soldado para devolverlo a su unidad, que enlazaba con la muestra, porque nos dijeron que había intentando pasarse al enemigo, pero que se extravió y fue a salir otra vez a nuestras trincheras. Vaya nochecita del mes de enero, por aquellos montes, a veces bosques, con cielo despejado y un aire frío que cortaba, y con el temor de que el presunto desertor intentara alguna cosa. Pero, en fin, salió bien el servicio y volvimos en la madrugada. En este mismo mes, movilizaron a las quintas del 15 y 16, las llamadas quintas del saco; hombres de 44 y 45 años respectivamente. Las llamaron así, porque casi todos vinieron de sus casas con sus pertenencias y comida en un saco atado en un moño. Parece ser que, en Tuéjar, Valencia, había un centro de reclutamiento y, allí, nos trasladaron en camiones a toda la banda de música. Como allí también nos suministraron rancho en frío, Pepe y yo, nos buscamos una casa para que nos cocinaran y para dormir bajo techo. Nos quedamos en casa de una chica, con dos críos y el marido en el frente, y dormíamos en el suelo. La misión de la banda era formar con los soldados y, desfilando con marchas militares, llevarlos al campo de instrucción, a las afueras del pueblo, y nosotros, mientras tanto, ensayábamos lo que podíamos. Cuando se hacía la hora de la comida, de la misma forma, volvíamos al pueblo. Tuéjar era cabeza de partido judicial, con unos mil ochocientos habitantes, a unos cinco kilómetros de Chelva, que pertenecía a su partido judicial, y a unos veinte kilómetros de Villar del Arzobispo. Pueblo algo antiguo, con muy pocas cosas que ver. Pero tenía trinquete, donde jugaban a la pelota y, un día, ya en la tarde, me acerqué por allá para ver la distraerme y, al rato, apareció Manolo Valdés: 143


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-Chico, Valdés, ¿dónde vas?. -Que me han dicho que estabas aquí y he venido a ver si te veía, porque yo estoy en una compañía de sanidad, cerca de aquí, y voy a Chelva a cambiarme de ropa. -Pues te acompaño. En Tuéjar, estaríamos unos doce días y luego nos volvimos otra vez a Abejuela. Entre estos dos meses, febrero y marzo, jugamos tres partidos de fútbol en el campo de La Yesa, Valencia, contra equipos militares de otras unidades que cubrían otra parte del frente por allí cerca. En el equipo jugábamos: Paredes, que después de la Guerra, fue medio centro del Alcoyano y subieron a segunda división; Alcaraz, el trombón de Paterna; el Chispa, nuestro paisano, y yo. Los demás no recuerdo, ni conocía a ninguno, pues eran de otras regiones, sobre todo catalanes. Ya, en marzo, nos trasladaron a Villar del Arzobispo a la banda, porque habían unas fiestas de fin de semana, no sé por qué motivo. Allí sábado y domingo. El sábado en la tarde, temprano, me dice Paredes: “López ¿te vienes conmigo a mi pueblo Manises y volvemos mañana domingo, temprano?” Y yo, sin pensarlo dos veces dije: “Te acompaño”. Se lo comunicamos al director y sin pensar que nos pudiera ocurrir algo, nos marchamos. La juventud es muy atrevida. El trayecto del Villar a Liria, lo hicimos en camiones y, ya en Liria, cogimos el tren de cercanías y bajamos en la estación de Paterna. De allí andando por la carretera, a unos dos kilómetros, llegamos a Manises, ya oscureciendo. Fuimos a casa de Paredes, nos acicalamos un poco, comimos lo que pillamos y nos marchamos al cine. Mi amigo Paredes era muy conocido en su pueblo, entonces no muy grande, sobre todo, porque era músico y futbolista y, además, tenía muy buen carácter. Después del cine, nos acostamos y el domingo, temprano, cogimos el tren en Paterna camino de Liria y, de allí, en camiones 144


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a Villar. Nos incorporamos a la banda sin novedad. El lunes, otra vez para Abejuela. En el mes de marzo, ya empezó a rumorearse que estaba cerca el fin de la guerra. Las tropas de Franco ya estaban acabando lo de Cataluña, el gobierno del doctor Negrín, comunista o se tambaleaba o había dimitido ya. Negrín, fue el de la célebre y lúgubre frase: “Hay que resistir con pan o sin pan”. Sería a mediados de marzo cuando destituyeron de sus cargos a todos los mandos militares con ideología comunista y, además, los llevaron a prisión. Así hasta el día 29 que, después de comer, nos dieron la orden de quemar todos los documentos que había en el archivo de la comandancia. Estando en esta tarea le dije a Pepe el Majo: -En cuanto terminemos nos marchamos a casa. Y así lo hicimos. Al anochecer, después de recoger todas nuestras cosas, con el flautín y la música que me había llevado, carretera y manta. Al llegar al Villar, nos unimos a un grupo que venía de otra parte del frente, en donde estaba José Santacruz, Pepe el Maraña, hermano mayor de Filomeno. Con los primeros claros del día llegamos a Liria y, sin perder un segundo, nos subimos al primer tren de cercanías hasta Valencia. Una vez aquí, nos dirigimos directamente, por la plaza de Emilio Castelar, a la estación de ferrocarril donde, ¡que alegría!, había un tren, formado con dos vagones de pasajeros y varios de carga, llenos hasta los topes, y la máquina, con la humareda del vapor, dispuesta a marchar. Fue el último tren que salió de Valencia, hasta que se formalizó la situación. Como las tropas nacionales de ocupación venían pisándonos los talones, a partir de este momento, todo militar que llegaba a Valencia, era recluido en la plaza de toros o en el campo de fútbol de Mestalla. Al fin se puso en marcha el tren, sería media mañana del día 30 de marzo, después de colocarnos como pudimos, como sardinas en bota, y se notaba el esfuerzo que tenía que 145


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hacer la maquinaria para arrastrar tanto peso. Una vez que salimos de Valencia, por todas las estaciones que pasábamos o paraba el tren, ya nos saludaban con las banderas roja y gualda. Hasta que llegamos a la estación de La Encina, importante nudo ferroviario, cuando oscurecía y, como parecía que el tren seguía con la dirección a Albacete, todos los que íbamos con dirección a Alicante nos apeamos. Preguntamos, pero allí nadie sabía nada con respecto a los trenes, así que nos subimos a unos vagones de carga, sin techos, que había apartados en las vías. Así transcurrió la noche, hasta que, amaneciendo, notamos que se iban chocando unos vagones con otros, y era que estaban formando un tren. ¿Para dónde? Al cabo de muchas preguntas, nos dijeron que para Alicante. Qué satisfacción de encontrarnos ya, con la guerra terminada, camino de nuestra tierra, de nuestra casa. Llegamos a Alicante al mediodía y, en la puerta de la estación por la que salí yo, estaban cacheando a los que pasábamos, por si llevábamos algún arma. Enseguida nos marchamos, Pepe y yo, a la estación de Murcia a ver si salía algún tren. Seguíamos teniendo suerte y, serían las tres de la tarde, salíamos en un tren que se formó, llegando a la estación de Albatera al oscurecer. Como habían suprimido el ramal de Albatera a Torrevieja, empezamos a caminar por la vía y, a la altura del Saladar, giramos, Pepe el Majo y Pepe Navarro, hacia Dolores, y yo hacia Almoradí, a donde llegué sobre las nueve de la noche, del viernes 31 de marzo de 1939, con la consiguiente alegría de mis padres, de mi hermano y de mi abuela María. Inmediatamente llegaron a casa, a saludarme, mi amigo Paco el Grillo y mi primo Pepe el de la tía Carmen y después de lavarme y quitarme la miseria que llevaba encima, en el patio, porque entonces no había cuarto de aseo, nos fuimos a la plaza. Mi padre me dio una cajetilla de tabaco de fábrica, de estraperlo, claro. ¿Cuántas colillas nos habíamos 146


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fumado Paco y yo? La plaza estaba radiante, completamente iluminada, como el ayuntamiento, donde ondeaba la bandera de España, roja y gualda. Al otro día, se difundió, por radio nacional de España, el último parte de guerra, que ponía fin a la Guerra Civil española y que decía: “En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército rojo, han alcanzado las tropas Nacionales sus últimos objetivos militares. LA GUERRA HA TERMINADO”. Una vez terminada la Guerra, como recuerdo para unos, los fallecidos, y saludo para otros, los que viven, voy a relacionar, todos los que componíamos la quinta del 41, llamada del biberón. FALLECIDOS Francisco Arenas Montero, el Pere. Andrés Terol, Espartañero. Antonio Berna Paredes, el Rana. Antonio Cañizares Penalva, Médico. Manuel Follana Fuster, el del Teatro Cortés. Emigdio Follana Mira, el Torero. Francisco Gallud Vázquez, Sastre. Carmelo Martínez Gómez, Pepe el Guardia. Antonio Mira Senerio, conserje del instituto. Fermín Molina Cerdán, Molina. José María Pérez Andreu, el de León. Francisco Quiles Soriano, el Grillo. Manuel Reina Ribera, el Capucha. José Ruiz, el del camino de Catral. José Vidal, tío de don Víctor el médico. VIVOS Carlos Rodríguez, el Tabalero, del camino de Catral. Casimiro Romero Dols 147


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Manuel Davó Mañogil, el Cascas. Miguel García Gea, el Quico. Francisco García Martínez, el Carrasco. Manuel Lucas Clemente Antonio Martínez Barber, Poño, el cartero. José Najar Huertas, el Litre. José Martínez Hurtado, el de la tía Carmen. Marcelino Martínez Hurtado, el de la tía Morena. Francisco Mateo Birlanga, el Pintao. Manuel Ñiguez Rodríguez, hijo del tío Señor. Hermenegildo Rodríguez, Gildo el Araña. Luis Rodríguez, el Araña. Salvador Ruiz Díaz, el Pompo. Joaquín Sola Seva, Andrés el Seva. Y yo, Manuel López López.

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Posguerra

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omo es natural, en cuanto acabó nuestra Guerra Civil y, seguramente, algunos días antes, pues Manuel Birlanga Pertusa, cesó de alcalde el 25 de marzo de 1939, se hicieron cargo de la gobernabilidad de Almoradí un grupo de chicos, de edades comprendidas entre veinticinco y treinta años, pertenecientes a partidos de derechas y falangistas, casi todos excautivos de cárceles y campos de concentración, y también escondidos para librarse de la guerra. Los de derechas eran, entre otros: Luis y Paco Martínez Linares, hijos del abogado y exdiputado por Alicante, don Luis Martínez Domínguez; Pepe Ruiz, el de los Arrios; Pepe y Tomás Andújar; Joaquín, Pepe y Pascual Mazón; Pepe Ruiz, el del Olmé; don Daniel Míller. Los falangistas o simpatizantes, entre otros, eran: Leopoldo Ibañez Cabrera, primer jefe local, hermano de la madre de Don Manuel Valdés; Pepe Alonso; Gabriel García, el Sacristán; Don Luis Martínez Herrera, farmacéutico; Pedro Martínez López, Melala; José Andreu Arenas, Cachirulo; Salvador Solano Llanos; Salustiano Parres; Francisco Palao; don Javier Martínez Hurtado, el de la tía Morena y Mariano Pérez Andreu, el de León. El día 8 de mayo de este año, fue nombrado alcalde José Ruiz García, Pepe Ruiz, siguiendo como Jefe Local de Falange Española, Leopoldo Ibáñez. Así mismo, volvieron a su empleo de guardias municipales, porque habían sido destituidos en cuanto empezó la guerra: 149


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Salvador Mirete Arévalos, que era el cabo; mi tío Pedro López Velasco; Antonio Gea, el Calderas; y Vicente Reina, el Cano hijo. Después irían entrando el tío José, el Carrasquero; el tío Antonio; Antonio Morales López; María Quiles; Salvador Eugenio Martínez, que más tarde sustituyó al otro Salvador en el puesto de cabo; Jaime Andújar Torregrosa; Francisco Arenas, el Pere; y, así, sucesivamente. Poco a poco, siguiendo una marcha triunfal, sin prisas pero sin pausas, el ejército nacional fue, pueblo por pueblo, haciendo el simulacro de su conquista. Consistía en que, a la entrada del pueblo, formaban una unidad, creo que dos pelotones y marchando llegaban hasta el Ayuntamiento y allí se hacía oficial la conquista. Después, misa de campaña, terminando con el correspondiente jolgorio. Como Orihuela la conquistaron antes que Almoradí, nos desplazamos mucha gente en los medios de transporte que encontramos, a Orihuela. Así llegó mucha más tropa. Entre los militares que vinieron a Almoradí, se encontraba Manuel Lucas Vicedo, el Brillante, que era sargento y pertenecía a la plana mayor del general Ríos Capapé, que posteriormente fue capitán general de nuestra tercera Región Militar. El local de la Falange Española y el Sindicato Nacional de los Trabajadores (SNT), empezó en los altos de la tienda de ultramarinos y ferretería de Constantino Ortuño, en la Plaza, que luego la adquirió Paco Lucas. Posteriormente, cuando el local de al lado, donde había estado el Bazar León, estuvo reformado y acondicionado para su uso, pasó aquí la Jefatura Local de Falange y, al cabo de un tiempo, se creó el Hogar del Camarada. Por la puerta todavía circulaban los vehículos y era aquí donde se iniciaban y terminaban todas las formaciones de falangistas, que se hacían como entrenamiento para algún desfile formal en acto oficial. Entonces, ya completamente uniformados: camisa azul, con el escudo, en tela, del yugo y las cinco flechas; pantalón negro y corbata negra, en memoria 150


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de José Antonio. Después, cuando se convirtió en FET y de las JONS, se añadió la boina roja de los tradicionalistas. Yo estaba al margen de todo esto, pues ya había decidido marchar a Alicante para seguir estudiando. El local del sindicato se trasladó a la calle San Emigdio, siendo el delegado Salvador Solano Llanos, y desde entonces, todos los obreros, sobre todo los eventuales, tenían que abonar una cuota, creo que era mensual, porque los obreros fijos ya empezaban a afiliarse a los sindicatos verticales, con sus reglamentaciones correspondientes. Mariano, el de León, trabajó algún tiempo en sindicatos como administrativo. También empezaron a funcionar los flechas y los pelayos, futuros falangistas, que estaban ubicados en calle Tomás Capdepón y mandados por Ricardo Herrera, hasta que marchó a Alicante a vivir y Virgilio Canales. Después, se creó el Frente de Juventudes. Una vez que nos fuimos acomodando y acostumbrando al nuevo régimen, con las correspondientes cartillas de racionamiento, tanto de alimentos como de tabaco, llegó el tiempo de reflexión, yo creo que para todos los españoles, pues todos, unos por una cosa y otros por otra, lo necesitábamos, unos con los negocios paralizados, otros con algún oficio apenas iniciado y otros, los estudiantes, con casi tres años perdidos, sobre todo en nuestra zona republicana. Entre los últimos me encontraba yo, pues en el año 1937, antes de que me movilizaran y me incorporara a la guerra, aprobé varias asignaturas que después no me valieron. Así que, un bachillerato que lo podía haber terminado en los exámenes de junio de 1938, lo acabé en los exámenes extraordinarios de enero de 1941, con el peligro, además de que este año quedaba abolido el plan de estudios de 1903, que era el que yo estudié. Por esto, mi reflexión tuvo que ser profunda y consultada con mis padres decidí no seguir estudiando; pero con la condición de intentar ingresar en el Banco Central. 151


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Cursé la instancia y ¡qué desilusión!, me contestaron que tendría que esperar, porque, primero, había que colocar a los excautivos, a los excombatientes y, entre ellos, a los mutilados. Así que decidí seguir estudiando y terminar el bachillerato superior o universitario. Estas limitaciones son la servidumbre que crea cualquier guerra civil, porque, en esta guerra nuestra, España quedó dividida en dos zonas: la zona nacional o franquista y la zona republicana o roja. Y lo peor de esta división es que, al acabar la guerra, durante mucho tiempo, seguimos padeciendo la diferencia de derechos entre los habitantes de una y otra zona, como en mi caso, en concreto, igual que muchos más. ¿Es que yo no era excombatiente? No, porque fui combatiente del ejército rojo, el perdedor. Así mismo, era muy negativa la consideración, en general, que nos tenían los pertenecientes a la zona nacional a los de la zona roja; sobre todo, a los residentes en la provincia de Alicante, que fue aquí donde fusilaron a José Antonio Primo de Rivera y Saenz de Heredia, fundador y primer jefe nacional de Falange Española. En espera de que llegara el mes de septiembre, para seguir los estudios, buscamos la manera de distraernos y ya, en esta primavera, empezamos a remover lo del fútbol, pues nos habíamos quedado sin campo para jugar, ya que una vez acabada la guerra, Manuel Follana, dueño del campo que habían requisado las Juventudes Socialistas Unificadas, recuperó la propiedad y lo dedicó al cultivo. Manuel Martínez Abellán, el Bombo, y Julio Navarro Follana, el Ciclón, que habían sido peluqueros y futbolistas, alquilaron una habitación, planta baja, de la casa de la tía Rosario Grech, viuda de Buitrón, en la playa, donde hoy está la entrada al piso de don Manuel Valdés. Aquí, en la peluquería, aparte de arreglarnos el pelo y la barba, nos juntábamos los futbolistas y simpatizantes para hablar de fútbol y ver la manera de volver a 152


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jugar. Pronto jugamos tres encuentros: uno en Guardamar, otro en San Pedro del Pinatar y otro en Elche. Posteriormente no recuerdo cómo fue, pero nos ofrecieron los bancales en la Cruz de Galindo, detrás de las escuelas, que eran propiedad del tío Manuel Ortiz. Como estos bancales estaban separados por un escorredor, nosotros mismos, con las herramientas adecuadas, nos tuvimos que poner manos a la obra y unirlos para formar el campo de juego. Jugamos varios partidos amistosos durante el verano, sobre todo contra la Peña Lolo, de Orihuela. Entonces jugábamos Pendro Montoya, el relojero; Vicente Ribera; Miguel Esteban Lucas, el del Barrio; Andrés Berná, el Maraña, hermano de Cándido; Andrés Mira, Harold; Antonio Gómez, el Loca, yerno de la tía Guadalupe; Francisco Maciá, Farina; Antonio Maciá; Antonio Martínez, Poño; Emigdio Follana, Torero; yo, Manuel López López; y varios más. Este mismo verano, a mí, ya me fichó el Callosa Deportiva. Recuerdo que el primer partido amistoso, que jugué con ellos, fue en Torrevieja. Pasó el autocar, que era de la empresa Pérez, por aquí y me recogieron y, a la vuelta, me quedé en Almoradí. Con el Callosa jugué las temporadas 39/40, 40/41 y 42/43, después de volver de Madrid y haber fichado por el Crevillente y a media temporada volver al Callosa. Como ya dije, llegó el mes de septiembre de este 1939, y decidimos que marchara a Alicante para seguir estudiando. Mejor que a Murcia, porque había muy buena combinación, ya que a Alicante, con los autocares de línea, había contacto diario y, sobre todo, por el alojamiento, pues mi madre habló con sus primas y acordamos el vivir con ellas en la calle Cid, numero 5, muy cerca de la plaza Gabriel Miró. También, mientras tanto, la banda de música había reanudado su actividad, acudiendo a los ensayos todos los músicos que estábamos ya en el pueblo y los ausentes por diversos motivos, servicio militar, detenidos por la política, se fueron incorporan153


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do tan pronto como volvían a Almoradí. Durante un poco de tiempo, tuvimos la suerte que Don Manuel Berná García se encontraba en expectativa de destino y conseguimos que se hiciera cargo de la dirección de la banda. Y así, con el director hicimos, entre otras cosas, la fiesta de San Pedro del Pinatar. Por cierto que, como había tanta escasez de todo, fue un problema el alojamiento de los músicos allí, pero lo resolvieron haciéndolo en comunidad. Así que, en un gran almacén, que había saliendo para el Mar Menor, nos dieron de comer y de cenar a todos juntos. La banda, siguiendo su actuación, cuando se marchó don Manuel Berná, estuvo dirigida, por un hermano, llamado Ernesto, del célebre compositor del muy popular pasodoble “España Cañí”, maestro Pascual Marquina. Pero, el señor Ernesto Marquina, resultó poco competente y, además, añoraba mucho su Madrid. Ya en el año 1940, siendo presidente de la sociedad, Manuel Valdés García, se contrató a don Manuel Serrano Folguera, que era alférez, subdirector de la Banda del Regimiento de Infantería número 11 de Alicante. Don Manuel, pertenecía al cuerpo de subdirectores militares que ya estaba a extinguir, pero era competente y dio un buen empuje a la banda, aumentando bastante el número de educandos. También vinieron a Alicante a estudiar el bachillerato, mi primo Mariano Valdés López, Antonio Miravete García, que se casó con Charo Lucas, y los hermanos Vicente y Joaquín Sirvent Cañizares. Elegimos el Colegio San Luis, que estaba en una calle estrecha, que va de la Rambla a la Colegiata de San Nicolás y en frente había una de las entradas de la casa de comidas de Tonico y Rosa, que empezaba por entonces y que se hizo famosa, por lo menos para toda la provincia de Alicante. Mariano, Antonio, Vicente y Joaquín, estaban en el colegio internos, a pensión completa, y yo externo; solamente 154


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iba a estudiar y dar clase. El director no era ningún profesional, pues provenía de Guardamar donde había sido guardia forestal en la pinada y, sin embargo, a mí y creo que también a Braulio, porque estudia asignaturas distintas que los demás, nos tomaba él las clases de las letras, pero a libro abierto, claro; porque, para las asignaturas de ciencias, habían ya profesionales, veterinario, farmacéutico, etc. El bedel que teníamos, que se llamaba Alarcón o algo parecido, pues lo he consultado con mi primo Mariano y no nos acordamos, era un señor que tenía el porte de haber sido militar: serio, elegante, con mando. Además, estaba Braulio Martínez, de Rafal, su ayudante, un poco mayor que yo y que también estaba terminado el bachillerato del Plan 1903. Con el tiempo, Braulio se hizo practicante y se estableció en Elda. Todas las mañanas, a las 12, nos marchábamos al recreo conducidos por él. Íbamos por la Rambla, calle Mayor, Pasaje de Amérigo, Explanada, hasta el principio de la playa del Postiguet, donde llegaban las vías del tren de la Marina y había, entre vía y vía, un ensanche que se podía jugar al fútbol con el balón que nos llevábamos. Cerca de la una, nos volvíamos al colegio. También iba al colegio a dar clase Atilio Marco Bueno, murciano, algún año mayor que yo, que vivía en Alicante con su hermano, que era practicante en la Casa de Socorro, que estaba ubicada en la que fue la Avenida de José Antonio, frente al Cine Ideal y al Gobierno Militar. A Atilio, también le quedaban unas asignaturas del mismo bachillerato que el nuestro. Después estudió Magisterio, donde le he visto cada vez que he ido con la Música y, además, cuando ejercíamos la carrera, tuvimos también relación con documentos judiciales. Sin embargo, con quien tenía buena amistad, era con Miguel Ors, para mí, Miguelito, que hasta el año pasado escribía su artículo casi a diario en la sección de deportes de ABC. Estudiaba externo en el colegio, porque vivía en Alicante y, en155


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tonces, tendría trece o catorce años. Nuestra amistad empezó porque era hijo del Sr. Ors, director-fundador del entonces, semanario deportivo Deportes y, yo ya era jugador con ficha del Callosa Deportiva. Después de enero de 1941 ya no he vuelto a verle más. Como digo, esta temporada 39/40, estaba fichado por el Callosa Deportiva y, por tanto, los sábados por la tarde me venía a Almoradí hasta el lunes por la mañana, que volvía a Alicante. Así empezaron, para mí, esos viajes tan familiares que era los desplazamientos en el coche de línea de Almoradí a Alicante, a los ocho menos cuarto de la mañana por la costa, siempre lleno, hasta el punto de que todos los días tenían que ir gente en la boca del autocar. Estos viajes tenían su parada y fonda, que se hacía en la venta de Santa Pola, al final de la cuesta que había desde el cruce con la carretera de Elche. Esta cuesta, ya desaparecida, era para los coches de entonces, muy pesada; a pesar de que estaba aliviada por las tres curvas en zig-zag, que había de abajo a arriba. Así que, cuando el autocar llegaba a la venta de arriba, necesitaba un descanso que aprovechaban el chofer y el cobrador para echarle agua al radiador y revisar las ruedas. Pero lo que mejor lo aprovechábamos éramos los viajeros, pues cuando llegaba el autocar a la venta, enseguida sacaban al mostrador los pescados fritos, calentitos, sobre todo los salmonetes medianos, ¡qué ricos!, pero que había que comer rápidamente, aunque fuera soplándoles, porque la parada era de unos diez minutos. Llegábamos a Alicante, si no había ningún problema, después de las diez de la mañana. De todas formas, el viajero que iba a Alicante, tenía tiempo de sobra para solucionar los problemas de ese viaje pues, entonces, no había viaje de retorno al mediodía y se tenía que esperar hasta la tarde. Hay que significar, que en estos primeros años de posguerra, con tanta escasez, ya empezaron a funcionar los gasógenos, que durarían, por lo menos, todos los 156


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años de la década de los 40; porque la gasolina escaseó mucho, debido al boicot que casi todas las naciones le hicieron a España, unido a las dificultades que ocasionó la Segunda Guerra Mundial. Menos mal que, gracias al general Franco, no tomamos parte en la contienda. Los gasógenos, eran unos aparatos metálicos, grandes, que se colocaban detrás de los coches y de los camiones y así podían circular, aunque desarrollaban menos velocidad que con gasolina, aparte de lo que pesaban. No sabría explicar cómo y por qué funcionaban, pues nunca me preocupé de averiguarlo. Así, más o menos, transcurrió el curso y me matricularon en el instituto, que estaba en la calle Reyes Católicos, por donde pasaban los tranvías que iban a los barrios de Benalúa y Florida, para los exámenes de junio y septiembre. Por tanto, en junio de 1940, me examiné: el día 19 de Preceptiva Literaria, de 4º curso y de Gimnasia, 1º y 2º. El día 20, de Psicología y Lógica, de 5º; y de Ética y Derecho de 6º. El día 21, de Fisiología e Higiene, de 5º y de Física de 5º. El día 22, día de la planta, de historia Literaria, de 5º y de Química General de 6º. Todas aprobadas. Recuerdos imborrables, porque los días 21 y 22, dando los últimos repasos antes de las horas de los exámenes, oíamos a las bandas de música en los pasacalles, anunciando las Hogueras. Y para los exámenes de septiembre, dejamos: Historia Natural (Geología, Botánica y Zoología) y Agricultura y Técnica Industrial, las dos de 6º curso. Así que, después de las vacaciones de verano, volví al colegio y, el día 24 de septiembre, me examiné de historia Natural, aprobado y de Agricultura y Técnica Industrial, suspenso. Por lo tanto, el Sr. Buades, el profesor, que tenía fama de hueso, me rompió el ritmo con la Agricultura y tuve que volver a los exámenes extraordinarios de enero de 1941, ¿qué se me había perdido a mí en Agricultura? Menos mal que me preguntó, el día 9 de enero, la fabricación de la cerveza y aprobé, terminando el bachillerato. 157


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El día 1 de enero de 1940, día de mi onomástica, fueron bautizados por el presbítero don José Ruiz Ferri, una vez restaurada la iglesia, mis sobrinos-primos, Francisca y Juan Manuel Martínez Vileilla, que habían nacido durante el tiempo de guerra, siendo padrinos mi madre y yo. El día 29 de agosto de este mismo año, nombraron alcalde de Almoradí a Gabriel García Santacruz, el Sacristán, sustituyendo a Pepe Ruiz. Durante el curso 1939/1940, ya vivía la familia Díez en Alicante, en el barrio de Benalúa, así que cuando podía los visitaba. Allí, con su madre, Pilar Davó, los hermanos Pepe, Mariano y Remigio Díez Davó, hermanos de Don Antonio Díez Martínez. Con quien más relación tenía entonces era con Mariano, porque también le gustaba el fútbol y, con el equipo de Benalúa, jugamos varios partidos amistosos y nos entrenábamos en el solar que era la actual Estación de Autobuses. Mariano, ya estaba preparándose para ingresar en el Banco de Vizcaya y, cuando ingresó estuvo aquí, en la sucursal de Almoradí, por un periodo de tiempo no muy largo. En el mismo bloque de pisos, vivían también las sobrinas del cura de Almoradí naturales todos de Benejúzar, don Francisco Bernícola, a las que por cierto, como yo las había aprobado ya, les dejé los libros de texto de las asignaturas de Fisiología e Higiene, de 5º, y la de Historia Natural, de 6º. Muy buenos libros, cuyo autor era Orestes Cendreros. Como el año siguiente ya no volví a Alicante, no los pude recuperar. Por las Hogueras de este año 1940, me ocurrió un caso algo curioso. Sería el día 23 de junio, pues el 22 fue el último día de exámenes y me disponía a venirme a Almoradí, ya de vacaciones, cuando al salir del colegio, por la Rambla, me encontré con don Julio el médico, don Víctor, el Director del Banco Central y el tío Juan Hilarión, que habían ido en el taxi de José el Carlista a la corrida de toros de esa tarde. Nos saludamos y quedamos en que me vendría con ellos a Almoradí y que nos 158


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veríamos en la Explanada, donde estaba aparcado el coche. Como yo no iba a los toros, me fui después a bañarme al final de la playa del Postiguet, ya pasados los dos balnearios que habían al principio, pues no tenía más que quitarme la camisa, los pantalones y los zapatos, ya que llevaba puesto el taparrabos, y dejarlos en la arena, y al agua. Entonces no había temor a los rateros. Pero, no hago más que poner los pies en el agua y sentir un pinchazo en la parte interior del izquierdo. Y, efectivamente, un trozo de metralla, de alguno de los bombardeos de la guerra, me hizo una buena herida, con mucha sangre (todavía tengo la cicatriz). Como pude, llegué donde estaba los paisanos y le enseñé la herida a don Julio que, enseguida me dijo que fuera a la Casa de Socorro a que me curaran, pero que no era necesaria la antitetánica al haberme hecho la herida en el mar. Al volver, ya curado, salimos para Almoradí. Me estoy dando cuenta que me cunde poco la escritura de estas memorias y vivencias. Buscando los motivos, saco en consecuencia que, el principal, es que, por unas cosas o por otras, dedico poco tiempo a ello. Poco tiempo, porque ahora, en el invierno, tampoco hay mucho más, ya que los días son muy cortos y no quiero hacerlo por la noche pues, después de cenar, apetece ver un poco la tele (las noticias, partido de fútbol, etc.) y dormir. Esto, unido a que, en casa, ya no tengo un lugar adecuado, ahora con el frio, para estos menesteres; pues no puedo hacerlo en otro sitio que no sea la mesa camilla, que tenemos en el comedor con el brasero eléctrico. Cuando comience el buen tiempo, podré dedicar más días a escribir, ya que, en estos momentos, he podido trabajar a un ritmo de un par de días, a dos horas diarias, y después he tenido ocho o diez días de inactividad. Así, como ya digo, durante ese tiempo de invierno, por falta de un lugar adecuado para poder trabajar en condiciones y no por falta de ideas, pues 159


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cuando me pongo a recordar lo vivido o acaecido en el año correspondiente, conforme voy escribiendo me van fluyendo más de las que había presupuesto con anterioridad. Sobre todo si es en la cama, donde, cada mañana cuando me despierto, todo lo más de seis a seis y media, veo la película en la mente de un año determinado y me voy recordando lo que hice, tal y como si fuera ahora. Cuando escribo este capítulo, estamos terminando el invierno del 2000/2001, así que espero que, cuando vaya haciendo mejor tiempo, pueda darle un buen avance a este trabajo. Al comienzo mismo del año 1941, el día 2 de enero, fue nombrado alcalde de Almoradí, José Alonso Rufete, sustituyendo a Gabriel García Santacruz. Como el día 9 acabé el bachillerato, hice las gestiones oportunas y el título me fue expedido por el rector de la Universidad Literaria de Valencia, el 26 de junio de 1941. Una vez acabado el bachiller, había que pensar en los estudios a seguir, aunque a mí siempre me han gustado las matemáticas. Así que, más que en una carrera universitaria, había pensado en una carrera especial o de oposición, basada en las matemáticas. Ya estaba alistado para el servicio militar y para evitar el tener que incorporarme con mi quinta, tenía que solicitar prórroga de segunda clase por estudios. Pero a la solicitud tenía que acompañar una certificación del centro donde estuviera estudiando. Así que pensamos que el mejor sitio era Murcia para preparar, en una academia particular de allí, el ingreso en la universidad y, así, recoger el certificado de estudios que hacía falta. La combinación para ir a Murcia era bastante mala, pues no había más remedio que coger el tren procedente de Torrevieja a las 6.30 horas, después de la caminata a la estación o en la galera, con el caballo moribundo, de Manolo el de Faco, aunque casi siempre eran los lunes y viajaba gente de sobra. Era raro que pudieras tener asiento. Ya en Murcia, fui al Banco Central que estaba en 160


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la calle Trapería, frente al casino, porque mi padre había quedado con el cajero, señor Crespo, me presentó a dos empleados, Rafael y Antonio, que vivían en pensión. Creo que se llamaba la Giralda, y estaba al finalizar la calle Platería, en una calle estrecha a la derecha. Rafael, era madrileño, hijo de jefe de estación de ferrocarril y Antonio, vallisoletano. Con la recomendación de éstos, me dieron habitación junto con un chico de la provincia que había acabado medicina, pero no recuerdo como se llamaba. La pensión me costaba, aproximadamente, unas cuatro pesetas y media diarias, porque mi hermano, que ingresó de botones en el Banco Central, allí en Murcia el mes de marzo de 1942, con un sueldo de setenta y cinco pesetas mensuales, pagaba en la misma pensión cinco pesetas diarias. La manutención era regular para el tiempo de escasez que padecíamos. Así que, a pesar de que todos los lunes me llevaba refuerzos de casa, muchos días en la comida pedíamos reenganche, consistente en una tortilla francesa, previo pago claro. Hice buena amistad con estos chicos, mayores que yo, porque eran muy buenas personas y, casi todas las noches después de cenar, nos marchábamos al bar Olimpia a jugarnos el café a los dados. Yo, por entonces, ya ganaba jugando al fútbol con el Callosa Deportiva, unas treinta pesetas, más gastos, por partido, tenía ficha amateur; así que tenía de sobra para mis gastos particulares y para ayudar a pagar la pensión. Como nuestro entrenador, en el Callosa Deportiva, era el famoso Gaspar Rubio, entonces jugador del Real Murcia, que militaba en primera división, quedamos en que fuera yo a la Condomina para hablar con el entrenador del Murcia, que era Juan Armet, Kinké, para que pudiera entrenar con ellos. El entrenador del Murcia dio su conformidad, así que, cuando nos citaban, iba al entrenamiento de la mañana, porque yo tenía las clases por las tardes, pues, por las mañanas era los entrenamientos de físico o partidillos informales. 161


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Por cierto que, en el material del Murcia, no habían botas del número 38, que es el que gasto yo. Así que me tenía que dejar el entrenador las suyas. Todos los jueves que podía me acercaba al paseo frente al Ayuntamiento, porque, por allí, aparcaba mi tío Pascual el Señor, ya que ese día, todas las semanas, hacia el viaje con el taxi para llevar a comerciantes y tratantes de ganado a hacer el mercado. También me gustaba, los días de buen clima, ir por las tardes, después de la clase al Malecón. Espacio abierto, por entonces bien cuidado, con una buena vista al rico y donde te podías sentar a repasar alguna lección. A primeros de marzo, el profesor nos dijo que teníamos que hacer ejercicio de redacción, referido a cualquier acontecimiento, viaje, que nos hubiese ocurrido. El día 8, como consta en el escrito original que conservo, presenté el mío en la academia. Lo hice a lápiz de carbón, entonces no había boli, y con el título “Viaje a Madrid”. Fue, según el profesor, que lo dijo en clase, el mejor, pero tenía el error de que había modificado el itinerario, debido a que hacía mucho tiempo que había hecho el viaje y a que no había vuelto a hacer ese itinerario, me confundí y de Murcia pasé a Chinchilla y después a Hellín; cuando en realidad era al contrario. No sé exactamente de la fecha, pero como ya me habían concedido la prórroga de la mili, dejé Murcia y me volví a casa. Por este tiempo aparecía casi a diario, en la prensa, el camino del Instituto Hervás, para ingenieros, Centro de Estudios Matemáticos, Paseo de Recoletos, 29, Madrid. Y pedí informes y programas para Ingeniero Aeronáutico, porque había tomado mucho auge esta carrera. A los pocos días recibí el libreto del Instituto Hervás, correspondiente a la “Preparación para el ingeniero en la Academia de Ingenieros Aeronáuticos”, todavía lo conservo. Leído el libreto, me gustó mucho lo que exigían de estudios y las condiciones del Instituto que, 162


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incluso, para los alumnos de fuera de Madrid decía: “Había establecido internado, con independencia económica del Instituto, pero bajo su vigilancia”. Otra de las condiciones era: “La matrícula podría hacerse en cualquier época del año, pero de estar ya cubierto el número de plazas, tendrán que esperar a ser avisados por riguroso número de turno”. “Al ser matriculado un alumno, abonará quince pesetas en concepto de gastos generales”. “Con notas mensuales, se tiene a los padres al corriente de su aprovechamiento y conducta; las faltas de asistencia son comunicadas el mismo día de ser cometidas”. Los honorarios mensuales eran: De los 4 grupos, cada uno, 75 Ptas. Cada 2 grupos, cada uno, 115 Ptas. Cada 3 grupos, cada uno, 135 Ptas. Los 4 grupos, cada uno, 150 Ptas. Para el examen de ingreso se exigía: -Reconocimiento físico. -Primer grupo: Cultura General, Idiomas y Dibujo. -Segundo grupo: Aritmética, Álgebra, Geometría y Trigonometría. -Tercer grupo: Cálculo diferencial, Geometría Analítica y Geometría Descriptiva. -Cuarto grupo: Física General y Nociones de Química. “Cada grupo podrá aprobarse por separado y será válido para sucesivas oposiciones, con la puntuación obtenida”. Consultado con mis padres y con su aprobación, seguí las gestiones con el Instituto Hervás y me matriculé del primer y segundo grupo. Seguramente quedó concertado empezar las clases a primeros del año 1942. A los pocos días de volver a casa, se abrió en Almoradí el Almacén del Cáñamo, organismo oficial, ubicado en la finca La Serrana, a la derecha de la carretera a Dolores, es decir, a la derecha de la rotonda que han hecho a la altura del polideportivo. Como administrativos, entramos: Mariano Pérez, como jefe de la oficina, su hermano, José María, Luís Martínez Rufete 163


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y yo. Para mozos de carga y descarga, entraron: Jaime Lorenzo, el Alejandro, padre del hoy policía local Jaime Lorenzo, y Salustiano Parres, el hermano menor del Parres, el carnicero. De técnicos, para la clasificación de cáñamo, venían de Callosa, Fulgencio Amat y Rafael Almira, algo mayores, ya que llegaban a Almoradí en el tren correo de las 10.30 de la mañana, así que la jornada se alargaba al mediodía. Todos a las órdenes del delegado del almacén, que era un excombatiente, de unos 35 años y vecino de Teruel; y, por tanto, partícipe de la gran batalla de esa capital, con la conquista por nuestras tropas y la reconquista por la tropas nacionales. Entonces, era obligatoria la venta del cáñamo hecho quintales, en el almacén oficial y tenía que circular por las carreteras con un guía, que tenían un precio. De pedir estas guías, se encargaban los corredores, de acuerdo con los dueños y, en el almacén las expedíamos a cuentagotas, con arreglo a las necesidades o al abarrote del almacén. Como en todos estos centros oficiales ocurría, y ocurre, algún corredor se hacía de más o menos influencia, según su comportamiento con nosotros, los administrativos, bien por el bote, bien por los convites en el bar, por cierto que, por entonces, estaba de moda el bar de la Mincha, hija del tío Julio Mellado, que estaba donde hoy está la pizzería de enfrente de la imprenta Nueva. Así que casi ningún día comíamos en casa. Mi trabajo, se pude decir que era el más comprometido por lo responsable, como se comprobó cuando yo fui a Madrid y me sustituyeron, pues consistía en tomar la nota de quilos y clase de cáñamo de cada quintal, aproximadamente de 50 kilogramos, porque había de primera, segunda y tercera, y borras, y como es natural cada clase tenía su precio y, por tanto, se podía jugar con los kilos y pesetas por las clases. La nota, con el nombre del agricultor, kilos y pesetas, se la pasaba a José María o a Luis que extendían los cheques con el importe total y Mariano los firmaba. Fueron unos buenos meses, con buen sueldo y bote. Cuando me marché a Madrid 164


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a estudiar, entró otro amigo maestro, no digo su nombre por respeto, ya que murió, a hacer mi trabajo que, según me dijo mi padre en una de sus cartas, duró poco tiempo; porque, parece ser, hacía trampas en los kilos o en las clases del cáñamo al hacer las notas. Antes de las vacaciones de verano, fue el Real Murcia, a jugar un partido amistoso, a Alicante contra el Hércules, en el estadio Bardín. Fui a ver el partido y pude hablar con el entrenador del Murcia, Juan Armet, que ya sabía que iba de entrenador al Real Madrid para la próxima temporada. Le dije: “Don Juan, a primeros de año, me iré a Madrid a estudiar y quisiera seguir jugando allí”. Me contestó: “Bien, cuando llegue a Madrid, pase por el Club y pregunte por mí”. Así quedamos. El Club era la sede oficial del Real Madrid y estaba muy cerca de la calle Carretas. Después de la Guerra Civil española, no se había celebrado en España ningún partido de fútbol internacional, así que para el domingo 28 de diciembre de este año 1941, estaba anunciando el encuentro amistoso entre las selecciones de España y Suiza, en el estadio Mestalla de Valencia. Como mi amigo Paredes y yo, no habíamos dejado de escribirnos regularmente desde que acabó la Guerra, acordamos asistir a ese partido, encargándose él de adquirir las entradas. Paredes había fichado con el Alcoyano la temporada anterior y ésta, que subieron de tercera a segunda división, así que tenía que pasar por Alcoy, para irnos juntos a Valencia. El sábado, día 27, me fui en la Albaterense a Alicante y de allí, con la Alcoyana, a Alcoy. Por cierto, que este último trayecto, para mí, fue malísimo, pues había estrenado unos zapatos la semana anterior y, en la Alcoyana, me tuve que descalzar el pie izquierdo, que es el que tenía, y tengo, un poco más ancho, al ser futbolista zurdo; porque me había hecho una rozadura y me hacía ver las estrellas al andar. Así que, hasta el hotel, me fui como pude; 165


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con el zapato en chancleta. En la tarde, aunque malamente, pude acompañar a Paredes a una de las filás que estaban ensayando en su local. Todo eran vueltas, acompañadas por el café licor, ¡mucho café licor! Pernoctamos en el hotel y a la mañana siguiente, domingo, en el tren de vía estrecha, que creo que pasa por Játiva, llegamos a Valencia. Llegué otra vez descalzo; pero aquí ya no pude más y por allí cerca, en una zapatería, tuve que comprarme unas zapatillas. Seguidamente nos marchamos a Manises, a casa de su madre; pues Paredes era todavía soltero, tenía 22 años, para prepararnos y comer en Valencia, y al partido. En casa de mi amigo vi una corbata, de rayas finas azules y blancas, muy bonita, que me gustó muchísimo, y me la regaló. Volvimos a Valencia, me hice con el billete del autocar de la Unión Benisa para el día siguiente, lunes, hasta Alicante, comimos y al Mestalla, a ver el partido. El campo del todavía no estaba completamente reparado del deterioro que había tenido desde que acabó la guerra; pues lo usaron como campo de concentración para prisioneros. Ganó España por tres goles a dos y, que yo recuerde, jugaron entre otros: Martorell (portero del Español de Barcelona), Teruel (defensa, también del Español), Oceja (defensa del Bilbao), Gabilondo y Machín (medios del Atlético Aviación), Herrerita (interior del Oviedo) y Gorostiza (extremo del Valencia). El resto de jugadores no los recuerdo. Casi todos eran nuevos, pues el equipo titular de España de antes de la Guerra, al estallar ésta, se fue casi íntegro a Méjico y Argentina. La mayoría eran vascos, como los tres hermanos Regueiro (Luis, Pedro y Tomás, que pertenecían al, entonces, Madrid F.C.), Cilaurren y Zubieta. En este año también se fundó RENFE. Llegaron las vacaciones de Navidad y Año Nuevo y vinieron los estudiantes madrileños.

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Mis estudios en Madrid

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e puse al habla con Antonio y Fermín Cañizares y quedamos en marchar juntos a Madrid y que, de momento, me quedaría en la casa donde vivía Fermín. Así que, el lunes, día 6 de enero de 1942, festividad de los Reyes Magos, partimos en el tren de la tarde, que venía de Torrevieja, Antonio y Vicente Cañizares Penalva, Fermín Cañizares Gutiérrez Rodríguez Toneca y yo. Llegamos a Murcia ya de noche y nos apeamos para esperar el tren correo que venía de Cartagena. Cuando llegó, con retraso, como acostumbraban los trenes a hacerlo en aquel tiempo, por el abarrotamiento de gente y equipajes que llevaban siempre, lo abordamos y colocamos las maletas, como pudimos, en el suelo del pasillo y nosotros de pie, claro; ya habría tiempo de descansar, sentándonos en la maleta. Durante el viaje, mi pariente Antonio Cañizares, entabló conversación con una chica, llamada Carmen, que venía con unas primas suyas desde Cartagena, adonde habían venido para volver reforzadas con los productos alimenticios que pudieran. Esta relación de Antonio con Carmen fue positiva, pues quedaron en verse en Madrid, para seguir saliendo juntos, y una vez que Antonio terminó Medicina, especializándose en partos, y establecido en Orihuela, se casaron. Pasamos el resto de la noche como pudimos, pero sin novedad, y el martes día 7 de enero, después de las diez de la mañana, llegamos a Madrid, que no nos recibió muy bien, pues hacía mucho frío y estaba lloviendo suavemente; pero eran gotas de 167


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nieve, como así lo atestiguaba el paisaje que se veía en las calles. Como teníamos acordado, Antonio Gutiérrez con Vicente y Antonio Cañizares, se marcharon por un lado y, Fermín y yo, por otro, a nuestros domicilios respectivos. Ellos a la calle Bailén y nosotros al piso en el que, provisionalmente, se hospedaba Fermín, en la calle Santa Cruz, entre plaza Benavente y Carrera de San Jerónimo, cerca de la Puerta del Sol. No recuerdo bien el número del portal, ni el nombre de la anfitriona, porque estuvimos muy poco tiempo viviendo en ese piso. Seguramente, por causa del frío que encontramos al llegar a Madrid, empezó a dolerme el oído izquierdo, así que en la mañana del miércoles, el hermano de la dueña, una señora viuda, me dijo que la acompañara a la consulta de un amigo suyo que era otorrino. No recuerdo cómo se llamaba, pero sí que tuvimos que ir en el metro un buen rato, pues era en la calle Alcalá, mucho más arriba de Cibeles y Correos. Desde entonces, el oído izquierdo, no me ha funcionado bien. En este piso, que además de nosotros también estaba un catalán preparando notaría, como digo, estuvimos viviendo poco tiempo, pues se ve que Fermín ya había acordado con los otros chicos, el ir a vivir con ellos a la calle Bailén número 10 – 1º, a unos treinta metros de la Plaza y Basílica de San Francisco el Grande. Así que, a los ocho o diez días, Fermín y yo, nos trasladamos a vivir con los otros. En este piso de la calle Bailén, donde vivía en alquiler una familia murciana, compuesta de matrimonio con dos hijos y una hija bastante jóvenes. Él era empleado de Telefónica y ella, la señora Carmen, tenía que dedicarse a tener estudiantes en hospedaje. Total, que éramos cinco huéspedes a quince pesetas diarias. En una habitación estaban: Antonio Gutiérrez Rodríguez, el hijo mayor del tío Antonio Toneca, que aquí en Almoradí vivían al principio de la calle Cervantes, exactamente frente a la hoy cafetería Tropicana 2, y hermano, por tanto, de Lola Gutiérrez, esposa de José María Pedauyé. Antonio estudiaba 168


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Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos. Como ya tenía aprobado el grupo de Matemáticas para el ingreso en la Escuela de Ingenieros, este año preparaba el grupo de Cultura General y Dibujo. Después de ejercer la carrera muchos años en Madrid, falleció en la década de los noventa. Fermín Cañizares Gutiérrez, el hijo menor del tío Fermín Cañizares, uno de los propietarios de la fábrica de conservas vegetales Hijos y nieto de José Cañizares Aguilar y que vivían en la calle Virgen del Pilar, en el edificio donde habita su hermana Maruja y en el bajo está el fotógrafo Larrosa. Era el padre del actual Fermín Cañizares, Arquitecto Técnico del ayuntamiento de Almoradí. Fermín, preparaba el ingreso en la Escuela de Arquitectura, al año siguiente se marchó a Barcelona a seguir preparando el ingreso, donde conoció a la que después sería su esposa. No sé si terminó alguna carrera, porque al poco tiempo volvió al pueblo y, con su hermano Pepe, estuvieron trabajando en la fábrica de conservas vegetales que compraron en Formentera. Falleció hará unos diez años. Y en otra habitación, muy grande, pues tenía como dos cuerpos, estábamos: Vicente y Antonio Cañizares Penalva, hijos del tío Manolé Cañizares, otro de los dueños de la fábrica de los Cañizares, vivían en la calle Tomás Capdepón, de Almoradí, al lado de la hoy cafetería “J.J.”. Vicente estudiaba Farmacia y Antonio, Medicina. Primos míos, pues se abuelo materno era hermano de mi abuela materna. Vicente, cuando se estableció con su farmacia en La Unión, Murcia, se casó con Angelina Pertusa, hermana de Eulalia. Hace bastante tiempo que falleció Antonio, como ya dije, se casó con Carmen y falleció hace algún tiempo, después de ejercer la medicina en Orihuela, teniendo también, en la Seguridad Social, consulta en la especialidad de Ginecología. Y yo, que tenía la cama en la parte de la habitación donde estaba la mesa con las sillas para estudiar, cerca del balcón. 169


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La pensión nos costaba 15 pesetas diarias, pero por el mes de marzo, tuvimos una reunión con los dueños para que nos aumentaran el menú, porque nos quedábamos con hambre la mayoría de los días. Acordamos aumentar el importe de la pensión diaria a 17 pesetas, a cambio de aumentar la cena con un huevo. Como Vicente ya era veterano en su estancia en Madrid, conocía casi todos los remedios para estas cosas. Así que, los días que teníamos floja la comida, nos marchábamos cerca de la Plaza Mayor, donde había unas tascas que servían fabada asturiana y nos hacíamos un buen plato por 1,50 pesetas. Al otro día de llegar a Madrid, martes 7 de enero, por la tarde, fui a presentarme y conocer el Instituto Hervás, para que me explicaran el funcionamiento y el horario de las clases. El grupo donde me integraría yo, tenía las clases por la tarde. El local, el ambiente y el personal me causaron muy buena impresión, en mi primera visita al Instituto. Y, además, me llevé una sorpresa muy grande y agradable, porque me encontré, después de tres años, con Bernardino Bellod, que también había elegido estudiar la misma carrera y en el mismo instituto que yo. Nos llevamos mucha alegría. También, pero ya el viernes, fui a visitar al entrenador del Real Madrid, como había quedado con él. Por la mañana, me cercioré dónde estaba el Club, como se conocía por entonces el domicilio social del Madrid; y a las 12.00 ya estaba allí. Estaba muy cerca de la Puerta del Sol, en un rincón que había en la calle Carretas, que los periódicos llamaban mentidero deportivo, pues allí se vendían toda clase de localidades, para fútbol, toros, teatro, etc. Llegué al Club y pregunté por el entrenador Sr. Armet, dando mi identidad. Enseguida salió y nos saludamos. Le recordé: “Don Juan, como le anuncié, ya estoy estudiando aquí en Madrid y quisiera jugar o, por lo menos, entrenar”. Entonces me dijo: “El domingo, a las 11.00, vaya al campo de la Ferroviaria, que estaba en la avenida Legazpi, pre170


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gunte por el entrenador del Castilla y dígale que va a jugar de extremo izquierdo en vez de Emilio, que entonces era titular en el Real Madrid. Así lo hice y jugamos el partido amistoso contra la Ferro, como se le conocía deportivamente, equipo que estuvo varios años en segunda división. En el Castilla, en este partido, también jugaron, entre otros, Sabino Barinaga, interior derecha vasco, que lo fichó este año el Madrid y al año siguiente ya fue titular y enseguida internacional destacado. Y un tal Clemente, defensa derecho, que marchó cedido al Hércules de Alicante, que entonces estaba en primera división. Con el Castilla, jugué varios partidos amistosos y de entrenamiento, los domingos y los miércoles. Pero en el mes de febrero, tuve unas anginas tremendas, con bastante fiebre, que me costó estar en cama seis días. ¡Vaya semana que pasé! ¡Cómo eché de menos mi casa con mi familia! Esos momentos tan difíciles que te hace pasar es fiebre alta, no se puede olvidar nunca. Mira que ya había pasado por esa mala etapa, que fue la que estuve movilizado en tiempo de nuestra guerra, con el frente de combate incluido, pero no llegué a estar enfermo ni un día; excepto la noche que pasé en la estación de Calpe con fiebre, que desapareció, seguramente, porque iba de camino para casa. Así que tomé algo de miedo y unido a que todas estas faltas a clase, el Instituto Hervás las comunicaba a la familia, decidí dejar por el momento el fútbol. ¿Quién sabe lo que hubiera pasado si no hubiera tomado esta decisión? ¿Habría cambiado mi destino? Un domingo por la mañana, nos llamó por teléfono Luis Mira Senerio, que había ido a Madrid a hablar don su jefe el Sr. Llopis, dueño del molino arrocero de Almoradí, en la carretera de Dolores, pues estaba empleado con él de administrativo. Quedamos en vernos, después de la misa, en el popular sitio de encuentro, que era en aquellos años, el bar Flor, en la Puerta del Sol. Nosotros, Antonio, Fermín y yo, íbamos, 171


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como casi todos los domingos o días de fiesta, a Correos a echar nuestras correspondientes cartas para casa. Así que los cuatro, enfilamos la calle de Alcalá y, a la altura de la esquina del Banco de España, un fotógrafo ambulante, nos hizo una foto según íbamos caminando; que todavía hoy conservo.

Como encontré en casa dos copias de esa foto, haría dos años le di una a Fermín hijo. Después de echar las cartas, nos fuimos a dar una vuelta por el Retiro, hasta la hora de comer. También, en estos primeros días de nuestra estancia en Madrid, pasaron por casa, a saludarnos, Miguel Cañizares Pertusa y Gabriel Ruiz Rodríguez, que iban camino de Santiago de Compostela. Miguel, a ver de poder terminar farmacia, después de muchos años, y Gabriel a estudiar medicina. A los pocos días de haber ido a clase al Instituto Hervás, ya conocía bastante las calles, bastantes estaciones del metro y las paradas de tranvías. El itinerario que tenía para ir al Instituto era variado, pues unas veces hacia: Bailén, por Viaducto de la calle Segovia, calle Mayor, Puerta del Sol, Alcalá, Cibeles y 172


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paseo por Recoletos. Todo andando. Otras, hacia: Carrera de San Francisco, mercado de la Cebada, Duque de Alba, estación Tirso de Molina andando y seguía con el metro, por Sol, Sevilla, Banco, salida a la puerta del Banco Central y, dando la vuelta a la esquina del Ministerio del Ejército, a paseo de Recoletos. Y otras veces: Carrera San Francisco, Cava Baja, Plaza Mayor, calle Mayor, Sol, Alcalá, Cibeles, paso de Recoletos. Del Instituto Hervás a casa, una vez terminadas las clases, era: Paseo de Recoletos, Ministerio del Ejército, Alcalá, Gran Vía, hasta Galerías Preciados, calle Preciados, Arenal, Teatro Real, Plaza Oriente y Bailén. Este itinerario tenía una peculiaridad y era, que lo hacía por las tardes que tenía más hambre, y que podía hacer algún gasto, pues había, en la calle Preciados, una tienda en la que vendían unas almendras tostadas y peladas, que estaban muy ricos. Me compraba cien gramos por unos sesenta céntimos y distraía un poco el apetito hasta la cena. O también hacía: Paseo de Recoletos, Alcalá, Gran Vía, por Montera a Sol, Mayor y Bailén. La financiación, o sea, el dinero que necesitaba para pagar la pensión, las clases en el instituto y mis gastos particulares, venía por medio de José Martínez, conocido por José el del camino de los Josés, de Dolores, casado con Josefina Illescas, hermana de Cándida y Antimo, que tenía un puesto de asentador en el mercado de Legazpi y era un buen cliente del Banco Central. Así que, cuando necesitaba pagar alguna cuenta, le visitaba y me daba el importe, yo se lo comunicaba a mi padre, que hacía una transferencia a su favor por ese montante. Las clases en el instituto se sucedían normalmente y en la de matemáticas, en el grupo que estaba yo, casi todos los días tenía que salir a la pizarra a explicar los problemas. En esto, yo jugaba con ventaja, pues para eso tenía en casa a Antonio Gutiérrez que, como dije anteriormente, ya había aprobado el grupo de Matemáticas; así que, al problema que no le veía solución, An173


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tonio me abría un poco el camino a seguir y, entonces, ya seguía yo hasta el final. En el instituto, el profesor de matemáticas de mi grupo, en cuanto empezaba la clase y veía los cuadernos de los problemas de cada alumno, los días que hacía falta, enseguida decía: “López y López, como me nombraban allí, ¿quiere explicar los problemas?”. A mí no me importaba que Antonio me echara una mano, pues así tenía más tiempo yo para asimilar las operaciones que se deducían de los enunciados de los problemas. Al profesor, tampoco le importaba. Todas las clases eran muy duras, pues en la de idiomas, desde que entrabas al aula hasta que salías, no se hablaba ni una palabra en español; porque lo que exigían en el examen, era: “Conversación en francés. –Lectura de un texto inglés o alemán (a voluntad del aspirante) y traducción por escrito al español, pudiendo utilizar diccionario para ésta última.” Me gustaba mucho esta clase y, sobre todo, el francés lo dominaba bastante, pero, conforme fue pasando el tiempo, y de no practicarlo, se me iba olvidando poco a poco; aunque todavía me valió bastante en los veinticinco años que estuve trabajando como contable, con el exportador Joaquín Galant Ruiz, empecé el mes de febrero de 1948, pues había mucha correspondencia con Francia y el Reino Unido y, como mi padre todavía estaba activo en el Banco Central, también les traducía los escritos que recibían en francés y alguno que otro en inglés. Así transcurrió el tiempo hasta que llegó el mes de mayo, mes en que estaban señalados los exámenes. A pesar de que el grupo de estudios, en el que yo estaba encuadrado, habíamos empezado tarde a prepararnos, los profesores nos recomendaron que nos presentáramos a los exámenes, pues, aunque no apruebes, siempre se aprende algo. Así que nos presentamos y, como era normal, suspendimos. También fue a presentarse a los exámenes, mi paisano y amigo Miguel García Gea, el Quico, que pertenecía a Aviación, pues había ingresado, antes de 174


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que llamaran nuestra quinta, en la tropa de especialistas y ya era cabo 1º, con destino en Sevilla. Dos días antes, tuvimos que pasar el reconocimiento físico, para el cual tuvimos que ir a la calle General Orán, que está en el barrio Salamanca y que arranca del Paseo Castellana, y paralela a Diego de León. Allí había un establecimiento militar. Reconocimiento exhaustivo, duro, siendo la prueba más fuerte la que nos hacían, seguramente para provocar el mareo, sentados como en un potro metálico, que se movía secamente en todas direcciones. En cuanto a los exámenes todos eran por escrito, pero no recuerdo más que, en Geografía me preguntaron, aparte de otras, decir a ciegas las provincias que limitan con las de Logroño. En Idiomas: Más de media página de una novela en francés, para traducirla sin diccionario. En Dibujo: Hacer uno a escala distinta de la nuestra. Y en Matemáticas, varios problemas de categoría. Todos los exámenes, con tiempo limitado, claro. Luchamos lo que pudimos, pero no conseguimos nada. Estas carreras de oposición con plazas limitadas, para la cual había que ingresar en la Academia Militar de Ingenieros Aeronáuticos, recientemente creada, eran muy difíciles para conseguir el ingreso. En estos exámenes de 1942, había señaladas 40 plazas para ingresar en la Academia. A instancia dirigida al Director de la Academia, Cuatro Vientos, había que acompañar siete documentos especificados en el reglamento, aparte de reunir ocho condiciones, también especificadas. Esto, para poder aspirar a los exámenes. Pero, lo verdaderamente duro venía después, ya que en el decreto de la convocatoria, decía textualmente: “Terminados los exámenes, los aspirantes aprobados serán clasificados por orden de rigurosa puntuación para cubrir las plazas convocadas.” “En igualdad de condiciones, serán méritos preferentes los que a continuación se indican y por el orden que se mencionan: 175


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-Caballero Laureado de San Fernando (individual). -Medalla Militar (individual). -Cruz de Guerra. -Medalla de Sufrimiento por la Patria. -Cruces de Mérito Militar. -Laureada Colectiva. -Medalla Militar (colectiva). -Los que tengan mayor tiempo de frente servido en primera línea. -Los que sufrieron largo cautiverio por sus ideas. -Huérfanos de padres asesinados por los rojos, por su adhesión al Movimiento Nacional. -Los procedentes del Arma de Aviación. -Los de cualquier otro Arma o Cuerpo del Ejército o de la Marina. -Los que pertenezcan a FET y de las JONS. O sea, que por ejemplo yo, no tenía más mérito que el último. Durante el tiempo que estuve allí, en Madrid, solamente fui a dos partidos de fútbol al estadio de Chamartín. Uno del campeonato de liga de primera división, que jugaron el Real Madrid contra el Hércules de Alicante y, el otro, un partido amistoso, en el que se enfrentaron las selecciones de Castilla y Vizcaya. En la selección vizcaína ya destacaba el delantero centro, Zarra. También visité, varias veces, la parroquia donde se venera el Cristo de Medinaceli. Creo que era los viernes y que había que guardar cola, sobre todo el día oficial, que es el primer viernes del mes de marzo de cada año. Así mismo presencié, aunque no recuerdo el mes, la vuelta del Caudillo de su primer viaje a Barcelona. Como sabía el itinerario, me situé en la Gran Vía, entre Callao y la Plaza de España. El Caudillo iba de pie, saludando, en coche descubierto, custodiado por la Guardia Mora a caballo. Durante este tra176


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yecto, que yo presencié, había mucha gente en las aceras. Los domingos por la mañana, a las 12 horas, la Orquesta Sinfónica Nacional, daba un concierto de música clásica en el teatro Monumental, a los que asistí en varias ocasiones. Por lo menos en dos conciertos, me encontré con el amigo Manuel Canales García. También recuerdo que, cuando ya llevaba varias semanas en Madrid y consolidado el noviazgo de Antonio con Carmen, le pedimos a Antonio que, Carmen, nos buscase dos amigas, una para mí y otra para Fermín. Y no tardó mucho, pues, a los dos domingos, quedamos para encontrarnos en la boca de la estación del metro de la Plaza de España, que todavía no funcionaba porque había quedado muy deteriorada en la Guerra Civil. Carmen llevó a una prima suya y a una amiga de ambas y, después de las presentaciones, como Fermín y yo habíamos acordado previamente que, si no nos gustaban, buscaríamos un pretexto para marcharnos enseguida, pasamos un rato de conversación sin movernos de allí, Fermín y yo nos excusamos con que teníamos que estudiar, porque al día siguiente teníamos exámenes y nos marchamos a casa. Yo había decidido emprender el viaje de regreso a casa el día de la Ascensión del Señor, pero no recuerdo la fecha exacta. No sé si fue el día 21 de ese mes de mayo, que fue jueves; porque entonces, y durante mucho tiempo, hacíamos esta afirmación de creyentes: “Hay, durante el año, tres jueves que relucen más que el Sol, Jueves Santo, Corpus Christi y la Ascensión”. Estas tres celebraciones se hacían siempre en jueves, pero, en la actualidad, el día del Corpus y el día de la Ascensión, son fiestas que se celebran los domingos. La víspera de la Ascensión, recibí la visita del paisano y amigo Manuel Quiles Fernández, el Pava, que venía, de vuelta para Almoradí, del viaje que había echo al País Vasco. Quedamos de acuerdo en hacer el viaje juntos. Al otro día, se presentó en casa, en un taxi, a recogerme para ir a la estación de Atocha. 177


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Resulta que Manuel Quiles había abierto, junto con su hermano Antonio, un taller de reparaciones de bicicletas, las motos todavía no habían aparecido por aquí, en un pequeño local que le alquiló Casildo el Gallo, en la calle de Antonio Sequeros, al lado mismo de la confitería de entonces, lo que hoy es, precisamente, el obrador de Raúl, ya que tiene la misma puerta que tenía en 1942, de la confitería Odu. Manolo Quiles, que había sido toda su vida panadero en la calle España, en la panadería que hoy es de su sobrino Miguelín, era cuñado de Antonio Puerto, porque éste se casó con Candelaria Quiles, su hermana mayor. Antonio Puerto ya era un industrial fuerte de Murcia, con establecimiento de repuestos de vehículos de locomoción, en el barrio del Carmen. Dicho sea de paso, Manolo Quiles, fue un excelente medio centro, a la antigua, del Club Deportivo Cortés, que estuvo en negociaciones con el Elche Club de Fútbol para fichar por ellos, pero en los años de la década de los 30 no compensaba un traslado de residencia, con una profesión u oficio estable, con los emolumentos de la época. De su viaje al País Vasco, Quiles traía tres maletones llenos de cubiertas para ruedas de bicicletas, que las había adquirido por su cuñado Puerto, ya que estas mercancías eran como contrabando. Con mucho trabajo nos colocamos en el tren, en aquellos vagones de tercera, con asientos de madera, muy duros, y emprendió el viaje hacia Murcia. Pero, antes de llegar a Alcázar de San Juan, veíamos por las ventanillas cómo subían piedras para arriba y, de pronto, un parón casi en seco del tren. Enseguida, se oía a los empleados golpeando las ruedas, hasta que llegaron a nuestro vagón, que tenía una rueda rota. Al cabo de un buen tiempo, llevaron un vagón para cambiarlo por el nuestro. ¡Cuánto tuvimos que trabajar en el traslado de los maletones, más la mía y el paquete de libros! Ya, casi oscuro, llegamos a Murcia, con bastante retraso y, claro, otra vez maletones abajo. Menos mal 178


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que Quiles, como no había otra combinación que el tren Granaíno, que era una muerte por el horario que cogía debido al retraso que iba acumulando desde que salía de Granada, con el agravante de que teníamos que trasbordar en Albatera para coger el que iba, por último, a Torrevieja y, una vez apeados en Almoradí, teníamos que repetir lo de los maletones y a altas horas de la noche. ¿Quién nos llevaba desde la estación a Almoradí? Menos mal, repito, que Quiles llamó a un taxi que nos llevó hasta Almoradí.

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Mi regreso a Almoradí

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los pocos días de llegar a Almoradí, me ofreció, José María Martínez Barberá, que me encargara de dar las clases de matemáticas en una academia de estudios medios o de repaso, que quería abrir frente a su casa, en una que era propiedad de León Pérez, en la calle La Reina, al lado de la que hoy es la peluquería del Jacky. De las otras materias se encargarían él y mi primo Javier Martínez Hurtado y, posteriormente, también estuvo el Sr. Rovira. Esta academia duró poco tiempo, porque, cuando llegó la hora, cada uno seguimos nuestros estudios. José María, era hijo del tío José María el Cartero y, por tanto, hermano del Poño y del Quito, que fueron carteros muchos años, hasta que se jubilaron. Él se hizo Administrador de Correos y, ya jubilado, falleció en Los Alcázares, Murcia. Javier, hijo de la tía Morena y, por tanto, hermano de Marcelo, hizo Magisterio, que ejerció en el colegio público “Canales y Martínez”. El Sr. Rovira, fue muchos años contable de la fábrica de conservas vegetales Chapaprieta y profesor en el Liceo Politécnico. También, durante todo el verano, venían casi todos los días por la mañana, a casa, mi primo Manolo Tafalla e Isabel Birlanga que, en su día, se casó con mi primo Mariano Valdés. En el patio, al fresco, en una mesita que tenía yo ad hoc, perfeccionaban la escritura con la caligrafía y las llamadas cuentas. El 27 de junio de este año 1942, fue nombrado alcalde de Almoradí, Antonio Illescas García, sustituyendo a José Alonso Rufete. En estos años de la posguerra, empezaron a volver los paseos en las tres partes en que se dividía la plaza, vulgarmente 180


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conocida por el Paseo, debido a las hileras de bancos. Como Almoradí siempre ha sido muy clasista, en cada parte se paseaban los que se consideraban inmersos en esa clase de la sociedad. Así, la parte central la paseaban las de la clase media-alta; la más cercana al ayuntamiento, las de la clase media, y la de la iglesia, la considerada baja, con las criadas o sirvientes incluidos, hoy empleadas del hogar. Después de varias horas de paseo, los domingos y festivos, estaba la primera sesión de cine en el Teatro Cortés y en el Cinema Miravete. Y bien que se notaba, pues el paseo se quedaba casi desierto. Como es natural, ya había grupos de chicas y chicos que, además de los paseos, si no iban al cine, se reunían en casa de alguna de ellas y, con la gramola, se organizaban bailes particulares, porque los públicos no existían, al estar prohibidos. Nosotros, estos años, formábamos un buen grupo, sobre todo en tiempo de las vacaciones, porque entre las chicas estaban: Asunción Birlanga y Asuncionica Martínez, hijas de Asunción Birlanga y del tío José María el Cartero, que, siendo viudos, se casaron en segundas nupcias; Antonia e Isabel Birlanga, hermanas de Esperanza; María Nicolás, hija del tío Marcos; Emigdia Mira, conocida por Emilia, hija del tío Luis y de la tía María; Carmela y Juanita, que llegaron a Almoradí, evacuadas de Madrid, durante la Guerra Civil y también, algunas veces, venía con nosotros María Teresa, la del bar del Gallo, que paseó con Paco el Dañero. Entre los chicos estábamos: Miguel Esteban el del Barrio, que fue empleado mucho tiempo en Hidroeléctrica; Luis Martínez Rufete, después, varios años Alcalde; Antonio Miravete García, del almacén de aceite; Mariano Valdés López, después Farmacéutico; Miguel García Gea, el Quico; José María Pérez, el de León, y yo. De estos dos grupos, cómo no, salieron algunos matrimonio pues, Miguel el del Barrio, casó con Asunción Birlanga; mi primo 181


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Mariano Valdés, con Isabel Birlanga, y José María Pérez, con María Nicolás. Un día del verano de este año, 1942, ya en la tarde, me encontraba con varios chicos, peloteando en el campo de fútbol La Serrana, al final de la calle Virgen del Pilar, por cierto sin cercar, cuando llegaron a hablar conmigo las hermanas Pastor, de Crevillente: José, el secretario técnico, y Manolito, jugador. Vinieron con el propósito de que jugara con el Crevillente Deportivo, de la tercera división, para la temporada 1942/43. Y así fue, después de conformar las condiciones que, por entonces eran unas cincuenta pesetas por partido, aunque fueras suplente, y gastos pagados. También ficharon a Follana, el Torero, y a Micalet, un defensa de Rojales. El primer partido lo jugamos en Albacete. Yo estuve de suplente. El segundo, lo jugamos en Crevillente, contra el Alicante y, en éste, fui titular. Y así hasta mediados de octubre que, el Callosa, tenía interés en que volviera con ellos y, como yo no estaba a gusto en Crevillente, volví a fichar con el Callosa Deportiva para esa temporada 42/43. La Segunda Guerra Mundial ya estaba en todo su apogeo y, como España, tenía que seguir demostrando su neutralidad, debido a que los alemanes habían conquistado todo el norte de África, el gobierno español decretó movilización general, aboliendo prórrogas del servicio militar, entre ellos la que disfrutábamos los estudiantes. Recuerdo que nos tuvimos que presentar en Orihuela, donde estaba el Centro de Reclutamiento y Movilización y, de allí, nos llevaron a Alicante, a la Caja de Reclutas, que estaba en un lado del cuartel de Benalúa. Allí nos dieron opción a elegir el lugar para hacer el servicio militar obligatorio, con el fin de poder seguir, cada uno, los estudios que estuviera haciendo. Yo elegí Alicante, porque, con tantos inconvenientes, ya había decidido no volver a Madrid y seguir estudiando en la Academia Pastor de Alicante, 182


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donde preparaban para el ingreso en las Academias Generales Militares. La academia Pastor, como su nombre indica, la dirigía el Sr. Pastor, ingeniero industrial, que había sido depurado del ejército, porque había estado en la Guerra Civil en las filas republicanas, con la graduación de comandante. Estaba ubicada, en piso de la calle Teniente César Elguezábal, paralela a Castaños. Éramos condiscípulos en la academia: Remigio Díez Davó, que falleció siendo Contraalmirante de la Armada, nuestro paisano y amigo; Enrique Ballenilla, que fue Subjefe Provincial del Movimiento varios años, en la década de los años 60 y Delegado Provincial del Ministerio de Educación y Cultura en 1971 y 1972; un hijo del general Santapau, entonces gobernador militar de Alicante; otros chicos, que casi no tuve amistad con ellos, y yo. Casi siempre nos reuníamos, Ballenilla y yo, antes de las clases, que eran por la tarde, con Santapau en el Gobierno Militar, para ir a casa de Remigio, que era el más tardón, por empollón, que vivía con sus hermanos Pepe y Mariano y su madre, la señora Pilar Davó, cerca de la plaza de toros, en la calle que había detrás del Panteón de Quijano. Remigio, ingresó en la Escuela Naval Militar y, Ballenilla y Santapau, en la Academia General de Infantería, en Zaragoza.

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La Mili en Alicante y el Fútbol en Almoradí

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stuve varios meses yendo a clase y, aunque el Sr. Pastor, que casi siempre salía en pijama, se movía como un león, con la tiza en la mano, delante del encerado y enseñaba Matemáticas aunque no quisieras, pero la academia no tenía, las clases de idiomas y dibujo, con la preparación necesaria para aspirar a entrar en los estudios de ingenieros aeronáuticos. Así que, aún a mi pesar, por tantos inconvenientes, desistí de seguir estudiando esta carrera, después de incorporarme al servicio militar, cuando la movilización. Según consta, en el reverso de mi licencia absoluta del servicio militar, me incorporé al ejército en 1943, porque dice: “Año 1943.- Procedente de la caja número 30, causa alta en el Regimiento de Infantería número 11, en revista de enero. El 20 del mismo mes juró bandera…”. Después de la jura de Bandera, me destinaron a la primera compañía, del primer batallón, del Regimiento de Infantería de San Fernando número 11, cuartel de Benalúa; pero no tuve que incorporarme hasta acabar los estudios de este curso. Durante el periodo de la presentación, de la instrucción y de la Jura, por el cuartel, me volví a encontrar con el amigo Vicente Adrián Canales Gil, de Dolores, en el barrio de La Florida, que ya nos conocíamos de cuando estudiábamos el bachillerato en Orihuela. Cambiamos impresiones de nuestras actividades actuales y, entonces, me sugirió que me hiciera 184


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Procurador, porque él ya era y estaba ejerciendo en el partido judicial de Dolores. Me explicó las condiciones y lo que exigían para esta carrera y me convenció. Así que, en cuanto volví a Almoradí, visité a don Enrique María de Gali, Procurador en ejercicio, buen amigo de mi padre, para que me inscribiera como Aspirante a Procurador, siendo pasante en su despacho. Tengo en mi poder la carta de pago número 33, del Ilustres Colegio de Procuradores de Valencia, por importe de 15 pesetas, firmada por el Depositario, por el Secretario Archivero, por el Contador, y con el Vº Bº del Decano-Presidente, en Valencia 24 de mayo de 1943). Porque era necesario justificar dos años de prácticas, en el despacho de un Procurador en ejercicio, para poder presentarse a los exámenes finales en la Audiencia Territorial de Valencia. Cada seis meses, el Procurador, tenía que notificar a Valencia que el Aspirante, seguía con aprovechamiento las prácticas, hasta cumplir los dos años. Sin embargo, aunque don Enrique de Gali me justificó oficialmente las prácticas, donde verdaderamente practicaba era en el despacho del abogado don Luis Martínez Domínguez, casi al lado del casino, escribiendo a máquina y viendo documentos de asuntos judiciales. Además de que su hijo, Paco, me repasaba a diario los temas de Derecho que estudiaba y que, en su día, exigían en los exámenes. Cuando me incorporé a mi compañía en el cuartel, sería en el mes de junio, también se incorporó otro estudiante Francisco Martínez Beltrán que, en la década de los años 80, estuvo de secretario en el juzgado de primera Instancia e instrucción de Orihuela. Como los dos éramos bachilleres, nos tuvieron que dar la graduación de cabo, según las ordenanzas vigentes. Y así fue, porque el capitán de la compañía, don Manuel Prieto, era de los llamados chusqueros, o sea, que no era de los de la academia, porque había ascendido a base de años de mili y, por lo tanto, era un fiel cumplidor de las ordenanzas militares. 185


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Como también lo mostraba, casi a diario, con la limpieza en las revistas de armamento. Porque cuando formábamos todo el batallón en el patio central del cuartel, que era bastante frecuente, era raro que el comandante, jefe del batallón, no le felicitara por la preparación y limpieza en el armamento de toda la compañía. Sin embargo, cuando volvíamos de la nave de la compañía, antes del rompan filas, nos decía: “Me ha felicitado el comandante; pero, para que no nos descuidemos, esta tarde vendré y pasaré revista de armamento.”

Este año de 1943, fuer muy intenso en el aspecto militar. Mi batallón, lo pasó íntegro en el cuartel de Benalúa, pero la movilización tenía por objeto vigilar las playas, sobre todo las del Mediterráneo, con el objeto de estar atentos a cualquier intento de desembarco, en este caso de las tropas alemanas, que estaban en el norte de África. No sé las probabilidades que hubiésemos tenido de contener algún intento de desembarco de esas tropas. En cuanto al número de hombres, no estábamos 186


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mal, porque, después de la movilización, nos encontrábamos en las filas los reemplazos de 1940, 41, 42 más el del 1943, que si no se había incorporado no tardaría mucho en hacerlo. Pero en material bélico, con la modernidad que ya tenían los ejércitos extranjeros, estábamos casi en mantillas, ya que para la playa de El Altet, por ejemplo, sabíamos que habían dos o tres cañones y de no mucho calibre. El primer sitio de la playa que cubrí con mi compañía, fue la Albufereta y teníamos el acuartelamiento, en lo que habían sido los depósitos de CAMPSA, que fueron destruidos, en varios bombarderos, durante la Guerra Civil española. Estaba al frente de la tropa el Teniente Gil, don José Gil, el nombre es ficticio, que fue famoso en Alicante por sus acciones tan señaladas debidas, casi siempre, a la mala bebida que tenía, hasta que fue expulsado del ejército. Allí en CAMPSA, fue donde le presenté mi padre al teniente Gil, con el cual hicimos buena amistad, pues, mi padre, lo abrumaba con invitaciones en el bar, cada vez que nos veíamos con él. Ya le había puesto yo en antecedentes. Después cubrimos todo lo que correspondía a la zona del puerto. Yo, con mi escuadra, estuvimos varios días a la entrada que, entonces, era como un gran portalón. Durante varios años, perteneció a nuestro regimiento el alférez Usía, porque tenía la Laureada de San Fernando y, por tanto, tenía el tratamiento de Usía, además de que había que formarle la guardia en donde la hubiera, si pasaba a una distancia prudencial. No sé si tenía costumbre de ir a pasear por el puerto o es que lo hacía adrede; pero es el caso que, en los días que estuvimos allí, tuve que formarle la guardia varias veces. Como es natural, ya estaba apercibido, así que cuando lo veía acercarse a la entrada del puerto, decía: “Guardia y a formar”, y, al llegar a nuestra altura, me cuadraba delante de él y, al saludarle, le decía: “A las órdenes de Usía, mi Alférez. Sin

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novedad en la guardia”. Cuando me correspondía al saludo y seguía su camino, yo mandaba romper filas y, hasta otra. Como, este año, había pedido mi padre dos años de excedencia en el Banco Central, porque estaba probando como negociante, ya que los sueldos en el banco se habían quedado cortos, con arreglo a como estaba ya la carestía de vida. Primero lo involucraron en el negocio del cáñamo de socio con uno de Rafal, el cual le salió rana, porque, al poco tiempo, se largó a Calamocha, Teruel. Alguna fechoría dineraria le haría a mi padre, porque tuvo que apelar a mi primo, el cabo López, cuando estaba de comandante de puesto de la Guardia Civil, aquí en Almoradí, para que hiciera gestiones con la Guardia Civil de Calamocha; pero no consiguieron nada. Después, tocó el asunto del abono agrícola, sobre todo el amoniaco, y también le defraudaron varias veces, ya que le acompañé varios días al laboratorio en Alicante, para analizar la carga de algunos vagones que le facturaban, desde la provincia de Granada como amoniaco y, muchos de los sacos eran de sal. Uno de estos días de guardia en la entrada del puerto, a media mañana, llegaron mi padre y mi madre, acompañados de don Paco Segrelles y su esposa Leocadia Girona, que ya dije que era amiga de mi madre. Don Paco Segrelles, había sido Fiscal General del Estado, ya jubilado y por eso vivían en Alicante. Estuvimos hablando un rato. Después, me dijo mi padre que había ido para conseguirme un puesto de enchufe; pero que, de momento, no podía ser, porque los estudiantes estábamos en un régimen especial. Después, vinieron los permisos de estudios y la creación de las Milicias Universitarias. Ya en la parte central del puerto, antes del brazo que conduce al Faro, hicieron una tienda de campaña bastante amplia, donde estuvimos varios días y, desde allí, cubríamos la vigilancia de todo el puerto. Yo, con mi escuadra fui lo menos tres veces a hacer la guardia en el Faro. Nos íbamos antes de hacerse de noche y nos veníamos 188


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en cuanto amanecía. También cubríamos la parte derecha del puerto, cerca de la estación de Murcia. Después ya fue, durante 15 días lo menos, la parte de la playa que coge desde el cabo de Santa Pola hasta el paso a nivel, que había donde se unen las carreteras de Cartagena y Elche a Alicante. La primera compañía, cubríamos hasta donde, unos años después, fue Arenales del sol. Teníamos el puesto de mando en la casa del tío Pedro, que nos servía de cuartelillo, y estaba a unos diez metros de la orilla del mar. Desde el Altet que, entonces, no tenía más que seis o siete casas a los lados de la carretera, se llegaba a la casa del tío Pedro por un camino de cabras, casi perpendicular a la carretera. La vigilancia en la playa consistía en que, al oscurecer, colocábamos los centinelas en la orilla del mar, a unos cincuenta metros el uno del otro. También se aprovechaban dos fortines que había, antes de llegar al paso a nivel, que hicieron durante la Guerra Civil. Allí mandábamos una escuadra a cada uno, que volvían al cuartelillo cuando se hacía de día. Desde que vinimos a la playa, destinaron a la primera compañía, como sanitarios a Manuel Andreu, hijo del popular practicante el tío Manuel el Cirilo. Así que los dos padres, fueron varios días, en la Albaterense, a El Altet a estar con nosotros, entonces pedíamos permiso al capitán y comíamos con ellos, en un bar que había en la carretera y que hacían comidas de encargo. A los pocos días de estar en El Altet, comentó el capitán que escaseaban las patatas y que había necesidad de comprar, preguntando dónde se podrían adquirir. Yo le pregunté a mi padre y me dijo que, el tío Antonio Gil, el Cañamero, tenía. Al otro día, al amanecer, salimos para Almoradí un soldado y yo, con mosquetón y puesto el correaje con las cartucheras, una guía especial y dinero, en un carro mediano, con sus bolsas, tirado por un borriquillo. Conducía Antonio, que era agricultor de San Bartolomé, y llegamos sin novedad a Almo189


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radí sobre las doce del mediodía. Cargamos las patatas que pudimos en el almacén del tío Antonio Gil, que todavía vivía en el Gabato y, como era buena hora nos vinimos a casa y comimos. Después de descansar un rato, emprendimos la vuelta con una buena merienda para el camino, llegando sin novedad al Altet, ya oscureciendo. Una vez relevados de la playa, por otro batallón, volvimos al cuartel de Benalúa. En el cuartel no se estaba ocioso, ya que las compañías que no estaban de servicio, era rara la mañana que no salían, bien para el barrio de Florida Alta, al otro lado de la vía del tren, a hacer instrucción de orden abierto, como simulaciones de ataque, despliegues, etc., bien a la sierra Foncalent, a la práctica de tiro. Al terminar estos ejercicios, los del tiro volvían directamente al cuartel, los de Florida volvían por la carretera y paraban antes de llegar a la calle del cuartel, casi enfrente de lo que era la cárcel provincial. Entonces, salía hasta allí la banda de música, con cornetas y tambores, y, una vez bien formada la tropa, empezaba el desfile a base de marchas militares. Al llegar a la puerta principal, que es donde estaba la Sala de Banderas, se daba el ¡viva España! y por la puerta falsa, que lindaba con el estadio Bardín, ya en paso de maniobras, entraban al cuartel y, en el patio central, se rompían filas. Un día, no sé la fecha exacta, pero sí sé que fue en este mismo año, porque fue el único año que hice la mili de cabo, nos tocó la guardia, a mi compañía y a mí en concreto, con mi escuadra, en la Montañeta. Acompañados por un cabo 1º, que llevaba la orden, marchamos por toda la avenida Maissonave, Plaza de los Caídos, hasta llegar a lo que hoy es la Plaza Montañeta. Entonces era, como su nombre indica, un trozo de montaña con una buena parcela de tierra, rodeada de edificaciones, por lo que se iban a iniciar las obras de su demolición y posterior construcción del Gobierno Civil, Delegación de Hacienda, aparcamiento, plaza, etc. No creo que tenga mucha importan190


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cia, pero, mi escuadra y yo, tuvimos la oportunidad de hacer la primera guardia en las obras de la Montañeta. Para hacerse una idea del carácter del teniente Gil con el que, desde que le presenté a mi padre, teníamos buena amistad, pero la que puede ser en la mili, relataré las acciones que tuvo conmigo. Ese día, estábamos durante el tiempo en el que se dormía la siesta al teniente le tocó de oficial de guardia y a mí de cabo cuartel, pero en la compañía. Después de comer vino la siesta y, cuando llegó la hora de tocar diana, oí, como se oía siempre en ese silencio, la prueba que hacía el corneta antes de emitir el sonido. Así que, antes de terminar el toque, ya había gritado yo “¡Compañía a formar!”; pero, casi al unísono y al mismo tiempo que abría la puerta, se oyó gritar al imaginaria “¡Compañía, el teniente!”. Como es natural, cuando el teniente entró, la compañía no había terminado de formar, así que no pude darle la novedad en posición de firmes. Cuando intenté que me disculpara, diciéndole que había entrado casi antes de tocar diana, me contestó: “Lo siento, López, estará sin salir de la compañía una semana”. No era la primera vez que lo había hecho, porque cada vez que le tocaba de oficial de guardia, tenía una jugarreta pensada. En ésta, se ve que se puso con tiempo a la puerta de la compañía esperando que tocara el corneta diana y, claro, en cuanto el imaginaria abrió la puerta se lo encontró ya entrando; porque antes de hacerse el toque, se había hecho la distancia que había desde la sala de banderas, que es donde hacía la guardia el oficial hasta la primera compañía, teniendo que atravesar casi en diagonal el patio central, más dos tramos de escalera. Sin embargo, no tardó mucho en reaccionar y sacar la otra parte de su carácter. Como el capitán estaba con permiso, las vacaciones de ahora, el teniente Gil estaba al mando de la compañía, así que, faltando dos días para cumplir mi arresto, me dice: “López, ¿quiere irse a casa con 15 días de permiso?” 191


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Claro que me fui, porque en el fondo era muy buena persona. Cuando yo me incorporé a la mili, ya se contaba esta anécdota del teniente Gil, que no sé si sería verdadera o ficticia. Resulta que el teniente Gil estaba de oficial de día, por Alicante con correaje y pistola, y en la noche le dijo a un sereno, guardia municipal de la noche, que tocara el pito. Este se negó en un principio, pero al final le obligó a tocar. Con la llamada vino otro sereno. Les ordenó seguir tocando. Total, que cuando ya reunió a ocho o nueve serenos, los hizo que formaran y les mandó, para hacer la instrucción, hasta que se cansó. Así siguió de una en otra, hasta que en una bien sonada, en una casa de prostitutas, le enjuiciaron y lo expulsaron del ejército. Así lo contaban, después de que me licenciaran. En este verano, se inauguró el campo de fútbol del Segura, propiedad del tío José el Cañamero y, como ya había terminado la temporada 42/43, que jugué con el Callosa Deportiva, fiché con el Club Deportivo Almoradí, que ya empezó su andadura bajo la presidencia del médico Don Julio García. Se jugaron varios partidos amistosos antes de empezar la nueva temporada y, el 31 de octubre, jugamos también un amistoso contra el Hércules de Alicante. En el Almoradí jugamos, según la foto, de izquierda a derecha y de arriba abajo: Berenguer, de Alicante, portero; Miguel el del Barrio; López; Mino, de Orihuela; Barrera, de Alicante; Aureliano, el Torras; Colorao; Miguel, de Elche; Paco Díaz, de Orihuela; Mini y Tono el del Vincul. Nos ganaron fácilmente por siete goles a uno, teniendo en cuenta que el Hércules esta en primera división. Nuestro equipo ya no volvió a alinearse con estos jugadores, porque estos partidos servían de prueba para fichar a los que se les veía que podían servir. Otro partido jugamos con los que ya se parecía al equipo que, al año siguiente, inauguraría el Estadio Sadrián: Valero; Barrio y Gemis II; Mini, Gómis I y Antoniet; Berna192


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beu, Cabillo, Colorao, López I y López II. Y el equipo que inauguró el Estadio Sadrián, el 18 de mayo de 1944, fue: Valero; Barrio y Barcelona; Mini; Gómis I y Manchón (que después fichó con el Elche F.C); Bernabéu, Cabillo, Colorado, López I y López II. Empatamos a uno y el gol nuestro lo marcó Colorao. Follana, el Torero, se incorporó después al equipo, cuando le licenciaron de la mili, que la hizo en Canarias.

Sería el mes de septiembre, y yo estaba bastante cansado de mili, así que en un permiso de sábado a lunes le dije a Don Manuel Serrano, director de nuestra banda de música, que me diera una tarjeta de recomendación para don Juan García, Capitán director de la banda de música del Regimiento. Cuando llegué el lunes a Alicante, me presenté al Capitán y le di la tarjeta de don Manuel, para ver si ingresaba en la banda. Como me llevé el flautín, me probó un poco y me aceptó. Me dijo que, seguramente, al mes siguiente causaría alta en la banda de música. Entonces ya seguí frecuentando la compañía donde ensayaba la banda e hice amistad con el sargento Cal193


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vo, músico de segunda, que tocaba los instrumentos de percusión y encargado del archivo, muy amigo de don Manuel, por lo que aprovechándome de esta amistad con el sargento, conseguí que me dejara la partitura y los papeles de todos los instrumentos, de la marcha de percusión “La Verge del Tura” y la del desfile “¡Viva la jota!”, que las había oído y me gustaron mucho, y las copié íntegramente para nuestra banda, entonces no habían fotocopias. Pero al final no pude ingresar en la banda, porque el Gobierno, o a quien le correspondiera, acordó a partir de octubre dar permiso de estudios, para que cada estudiante pudiera hacer el curso correspondiente y, después, volver a incorporarse otra vez. Se lo comuniqué a don Juan, el capitán director, y quedamos que de esa forma, causando baja cuando me voy y alta cuando vuelvo, que no podía ser. Así que cuando nos autorizaron me marché a casa con permiso. Una vez en casa, sin otro compromiso que prepararme para cuando señalaran exámenes, a partir de haber pasado los dos años de prácticas en el despacho de don Enrique Galí, ya me dediqué a estos menesteres, cuidando de que se enviara cada seis meses la certificación a Valencia, y asistiendo casi a diario al despacho del letrado don Luís Martínez. También tenía más tiempo para dedicarlo al fútbol y, como ya he dicho, para esta temporada 43/44, fiché por el Club Deportivo Almoradí. Y desde que el club inició su andadura yo fui el capitán, y así continuamos con varios partidos amistosos hasta el día 14 de mayo de 1994, que jugamos en Benijófar el primer encuentro, del primer campeonato Vega Baja, y el jueves día 18, fue la inauguración oficial del estadio Sadrián, con un amistoso contra el Elche C. F, como ya dije anteriormente. La madrina fue la nieta de Don Adrián Viudes.

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Así mismo tuve ocasión de hacer agricultor, o por lo menos de ayudante, porque mi padre, que fue muy amigo de toda la familia Sansano, sobre todo de Aureliano y de Joaquín, entro en la sociedad con éste por lo menos un año, cultivaron ñoras, en tierras de Joaquín, en el Gabato. Entonces, cuando llegó la hora de secarlas, me tocó intervenir a mí, así que todas las mañanas tenía que coger la bicicleta y marchar al Gabato, a ayudar a Joaquín Sansano a extender los zarzos, que se hacían con caños de unos 3x1’50 metros. por el terreno, para que el sol fuera secando las ñoras, que así mismo estaban esparcidas por toda la superficie del zarzo. La misma faena, pero al revés, teníamos que hacer por la tarde, antes de que se hiciera de noche. Es decir, amontonábamos los zarzos en pilas de siete u ocho, para evitar que se mojasen si llovía y de la humedad del rocío; porque si se mojaban las ñoras, se ponían negruzcas y bajaban mucho su calidad. Por esto, nos obligaba a que estuviésemos ojo avizor y, si apreciábamos la posibilidad de lluvia y los zarzos estaban extendidos, no había más remedio, a la hora que fuera que acudir a apilarlos. Este cultivo de las ñoras, pimientos, pequeños y redondeados, encarnados después de ser verdes, y del que se obtiene 195


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una vez secos moliéndolos, el pimentón o pimiento molido, para condimentar las comidas; era tradicional en toda la Vega Baja y en Murcia. Como al marcharnos con el permiso de estudios no nos ponían fecha para volver al cuartel a seguir la mili, no sé exactamente cuándo me presenté en el cuartel de Benalúa, ya en 1944, pero de soldado; pues se ve que modificaron las ordenanzas, o las hicieron nuevas, y ya no me valió mi condición de bachiller. Y así sería porque, para el verano de este año, crearon las milicias universitarias, a las cuales yo no pude acceder, aunque lo intenté, al estudiar carrera especial, no universitaria. Entonces se me ocurrió, para tener algún motivo y poder seguir disfrutando de algún permiso para exámenes, matricularme, el día 30 de abril, en la Escuela de Comercio de Alicante, de mecanografía, para los exámenes del mes de septiembre. Así, el día 15 de julio, me entregaron el carné de la escuela que dice: “Carta de identidad nº 2760” con mis señas de identidad y la foto. Y el día 21 de septiembre, me examiné de mecanografía, con la calificación de notable. Por cierto que, estando ya en contacto con la Escuela de Comercio, donde entonces se estudiaban y obtenían los títulos de perito y de profesor mercantil, estuve cerca de haber preparado alguna asignatura más del primer curso de perito mercantil y haberme examinado junto con la mecanografía y, a ser posible, haber seguido hasta conseguir el peritaje, ya que al tener el bachillerato superior me convalidaban varias asignaturas, que eran comunes con las de perito mercantil. Para ello, me puse de acuerdo con Vicente Lucas Morales, de muebles Lucas, hoy en Elche, que estaba iniciando estos estudios, y hablamos con el señor Satué, Antonio Hernández Satué, que estaba de director en el Banco Central de Almoradí, para que nos diera clases, pero no hubo continuidad, ni muchas ganas, y lo dejamos. 196


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En este año de 1944, que yo denominé de las marchas militares, lo pasé casi todo en el campamento de Rabasa, lindante con el de aviación. El domingo 13 de agosto estaba mi Compañía de Retén, lo que nos obligaba a no poder salir, pero yo tenía el compromiso de ir a jugar a Torrevieja, a reforzar al Torrevejense, en un partido amistoso contra el Valencia C. F, un poco mermado por el verano, así que le pedí permiso a mi teniente, no el célebre Gil, que estaba de oficial de guardia, para lo que tuve que ir a la puerta principal, explicándole el caso, de que esa misma tarde teníamos que ir a reforzar al Torrevejense, que resultó una verdadera selección, porque también fueron Bañón, Corona, Adrover, Tatono y Tormo, del Hércules. De Almoradí fuimos el amigo Follana y yo. Ganamos por 6 – 3. Como digo anteriormente, entre julio y agosto hicimos cuatro marchas: dos a El Altet y dos por San Vicente a San Juan. Para El Altet, salíamos al oscurecer de Rabasa, directos al castillo de San Fernando, atravesando la vía del tren y, por la calle del cuartel, atravesamos Benalúa, saliendo a la carretera de Cartagena y, llegados a El Altet, acampábamos y hacíamos un buen descanso. Como es de reglamento, llevábamos toda la impedimenta militar, así que, con tanto peso y mis pasos cortos, llegaba junto con otros tres o cuatro minutos después. El regreso lo hacíamos por el mismo itinerario, pero al revés, para llegar a la hora del desayuno. Las de San Juan, salíamos a la Ciudad Jardín a coger la carretera de San Vicente, El Bacarot, Tangel a San Juan y después, por la carretera general, a Carolinas, Hospital Militar, Ciudad Jardín y al campamento de Rabasa. Una vez desayunados, tocaban silencio y dormíamos hasta la hora de comer. La segunda marcha que hicimos a El Altet, fue el lunes 28 de agosto, por lo que volvimos a Rabasa al amanecer del día 29, martes. Como ya me habían avisado que esa tarde teníamos que jugar en partido amistoso el Club Deportivo Almoradí contra 197


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el Hércules, que estaba jugando partidos amistosos, antes de que empezara la temporada 44/45 en la 1ª División, cuando llegamos a la compañía le pedí permiso al sargento, sobrino de nuestro capitán Prieto, para marcharme en vez de acostarme. Y me lo dio. Al volver, por la tarde, me dijo que se había equivocado, porque pensó que el permiso era para dormir en Alicante, pero no pasó nada. Rápidamente bajé con el tranvía en casa de mi tía y me cambié de ropa, y de allí a la estación de Murcia a coger el granadino de las 7:30 que, trasbordando en Albatera al que iba a Torrevieja, llegaba a la estación de Almoradí sobre las 10:30. Entonces, se conocía por el Correo. Cuando llegué a casa me acosté hasta las tres, después comí un poco y al estadio Sadrián, al partido. Yo jugué solamente, la segunda parte y ganamos por cinco goles a uno. Antes del partido, habíamos quedado de acuerdo con los directivos del Hércules para irme con ellos, en el autocar, hasta Alicante, porque tenía que llegar al campamento de Rabasa antes de que pasaran lista. Así que, como dije, cuando llegó el 21 de septiembre, me examiné de Mecanografía en la Escuela de Comercio de Alicante y, con la papeleta del examen en el bolsillo, por si acaso, me presenté en el cuartel de Benalúa. Pero no hubo ningún inconveniente en el tiempo que tardásemos en volver a la mili, después del permiso de estudios. Sencillamente, porque teníamos que cumplir dos años de servicio activo para que nos licenciaran, como así consta en la licencia ilimitada que tengo en mi poder. Mientras tanto, el primer campeonato Vega Baja, había seguido desarrollándose con normalidad y el domingo, día 16 de julio, jugábamos el último partido de este torneo, en Almoradí contra el Benejúzar C. F. y ganamos nosotros por seis tantos a cero.

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La clasificación final, quedó así: 1º- C. D. Almoradí con 18 puntos 2º- Orihuela C. F. con 16 puntos 3º- Benejúzar C. F. con 10 puntos 4º- Rafal C. F. con 8 puntos 5º- D. Torrevejense con 8 puntos 6º.- Benijófar C. F. con 0 puntos Los tres últimos partidos de este campeonato, no pude venir a Almoradí a jugarlos; porque me encontraba, en todo su apogeo, con el servicio militar en Alicante. sin embargo, sí pude venir el domingo siguiente, día 23, que jugábamos un amistoso en homenaje por ser campeones contra una selección de jugadores de los equipos que habían tomado parte en el torneo Vega Baja, que ganamos el C. D. Almoradí por tres goles a uno. Lahuerta, Cabillo y yo marcamos los goles. Era alcalde de Almoradí, Don Antonio Illescas y, este triunfo, lo celebramos a lo grande en la plaza de la constitución, entonces del Generalísimo, delante del Ayuntamiento. El haber nombrado a Lahuerta, me ha recordado que, este año, tenía el tío José Fernández, el Manco, una tasca en la acera de enfrente de donde tenía su domicilio de la calle Canalejas, carretera de Dolores, en una media obra que había hecho encima mismo de la acequia Mayor, que todavía no estaba embovedada, hoy está Repuestos Almoradí, y todos los domingos, después de los partidos de fútbol, merendábamos a lo grande. No ganábamos demasiado, no por asomo como ahora, pero a Mini, Follana y a mí nos daban 75 Ptas. por partido jugado y a los forasteros 125. Por entonces, en estos equipos de categoría regional, no se conocían las primas de fichaje; pero nosotros teníamos de sobra para nuestros gastos particulares, ya que muchas semanas jugábamos dos partidos. Paco Lahuerta, era un futbolista valenciano, que perteneció al Levante de Valencia y al Elche, donde estuvo varios años hasta 199


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que la edad lo retiró, falleciendo también en Elche. Bastante campechano y buen amigo, disfrutando mucho en estas merendolas que organizábamos; porque en el verano, o sea, fuera de temporada, jugaba con nosotros en el C. D. Almoradí. Como ya dije, todo este año lo pasamos en Rabasa y, desde allí, teníamos que cubrir las guardias del campamento y, entre éstas, habían dos puestos lindantes con el de Aviación, cuyas guardias eran temidas, pues se encontraban muy alejadas de los barracones y, en plena noche sobre todo a los que las habíamos pasado, nos recordaba las escuchas que habíamos hecho en la Guerra Civil, aunque, en realidad, sin enemigo enfrente. Además, cubríamos las guardias del castillo de San Fernando, que era prisión para militares de graduación, y la del Hospital Militar. No recuerdo exactamente la fecha que volvimos al cuartel de Benalúa; pero sí que no me moví de él hasta que me licenciaron en julio de 1946. Ya, en estas fechas, aunque había ido en varios periodos cortos de tiempo, estaba cansado de tanto cuartel, así que, lo que había pensado, con el fin de acortar la vida cuartelera, se desarrolló de esta manera: Una de las tardes que salí de paseo, me encontré con el paisano y amigo Jesús el Potito, Jesús Mellado Grech, que estaba haciendo la mili en el Hospital Militar, en el mismo Alicante, y le dije lo que había pasado. Me tenía que recoger dos comprimidos de quinina, que entonces se recetaban para el paludismo y otras cosas afines. Una vez que me las entregó, me las tomé y como tenía, y tendrá la propiedad de ponerte el semblante algo amarillento, me apunté a reconocimiento médico en el cuartel. Los médicos que pasaban reconocimiento en el cuartel y en el hospital eran paisanos y, ese día, el médico que tocó fue el doctor Manero. Me preguntó si padecía de hígado y le dije que sí y, seguramente, con el aspecto que tendría y alguna otra pregunta que me haría, me mandó al hospital para que me reconocieran más profundamente. Así que, al día si200


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guiente, cuando pasó el reconocimiento diario del médico de la sala en la que me pusieron, me dijo que lo que tenía era una bronquitis. Pero aquí entró en escena la monja de la sala, porque previamente me había presentado Jesús, que también se ocupaba del asunto religioso del hospital, convenció al médico y me quedé hospitalizado, que era lo que buscábamos. Al otro día de ingresar en el hospital, la monja amiga ya me encargó de la lectura en un libro religioso, que se hacía diariamente en nuestra sala, durante las comidas. Estuve hospitalizado alrededor de un mes, pero los domingos, como no podía hacer como en el cuartel, ir de sábado a lunes a casa, me iba con los otros futbolistas de nuestro equipo a Almoradí o al pueblo donde teníamos que jugar. Más de una vez, que volvimos a Alicante cuando ya habían cerrado las puertas del hospital, tuve que entrar por la ventana que me abría el amigo Jesús, porque estaba pendiente por si se me hacía tarde. Cuando la monja ya no pudo tenerme más tiempo como enfermo, me dieron el alta médica y, entonces, parece que llevaba aparejado que con el alta te daban un mes de permiso para recuperarte en casa. Por lo tanto, me libré de dos meses de cuartel. A primeros del año 1945, concretamente el 21 de enero, dio comienzo el torneo “Copa de Aficionados” de la Región Murciana de fútbol, a la que pertenecíamos todos los equipos de la provincia de Murcia y los de la parte más cercana de la de Alicante. Como en mi faceta deportiva desarrollaré con toda clase de detalles esta Copa de Aficionados. En este señalaré las fases y resultados solamente. 1ª FASE: del 21 de enero al 25 de Febrero. El grupo lo componíamos los equipos: Dolores C. F. –Rafal C. F. – Deportivo Torrevejense y C. D. Almoradí. Los resultados fueron (sólo los de Almoradí): 201


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21 enero.- Rafal, 1 – Almoradí, 6 28 enero.- Almoradí, 2 – Dolores, 1 4 febrero.- Almoradí, 4 – Torrevejense, 0 11 febrero.- Dolores, 0 – Almoradí, 0 18 febrero.- Almoradí, 2 – Rafal, 1 25 de febrero.- Torrevejense, 6 – Almoradí, 2 Campeón: Club Deportivo Almoradí Este último resultado fue debido a que, como ya éramos campeones, solamente alineamos a los jugadores locales. 2ª FASE: del 11 de marzo al 8 de abril. El grupo lo componían los equipos: Benejúzar C. F. – Espinardo C. F. y C. D. Almoradí. Los resultados fueron: 11 marzo.- Espinardo, 1 – Almoradí, 3 Este encuentro lo jugamos en la Condomina, campo de fútbol del Murcia, donde jugaba el Real Murcia. 25 marzo.- Almoradí, 2 – Benejúzar, 1 1 abril.- Almoradí, 6 – Espinardo, 1 8 abril.- Benejúzar, 0 – Almoradí, 2 Campeón: Club Deportivo Almoradí FASE FINAL de la Región Murciana. Eliminatorias entre los campeones de las zonas, Alicante C. F y C. D. Almoradí. 22 abril.- Almoradí, 4 – Alicante, 2 29 abril.- Alicante, 2 – Almoradí, 1 Campeón Regional Murciano de aficionados: C. D. Almoradí En la fase nacional, nos tocó enfrentarnos con el Olímpico de Játiva, en OCTAVOS DE FINAL. 13 mayo.- Almoradí, 4 – Játiva, 2. 20 mayo.- Játiva, 2 – Almoradí, 2 Clasificado: C. D. Almoradí 202


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CUARTOS DE FINAL: Eliminatoria entre el campeón de las regionales del Centro y Andalucía y el de las regionales murciana y valenciana: C. D. Manchego, de Ciudad Real y C. D. Almoradí. 27 mayo.- Almoradí, 4 – Manchego, 0 3 junio.- manchego, 6 – Almoradí, 3 Clasificado: C. D. Almoradí SEMIFiNALES: Eliminatoria entre el Barcelona C. F. (aficionados) y C. D. Almoradí. 10 junio.- Almoradí, 3 – Barcelona, 3 17 junio.- Barcelona, 4 – Almoradí, 0 Clasificado: Barcelona C. F. En esta eliminatoria nos ganó el Barcelona, sobre todo por la condición física, pues ellos entrenaban todos los días, porque cobraban sus sueldos, y nosotros nos veíamos de partido en partido. En este mismo año de 1945, el día que se produjo la explosión con total derrumbamiento en la armería Altamira, de la calle de su nombre, muy cerca y en la acera de enfrente del Ayuntamiento de Alicante, estaba mi Compañía de Retén en el cuartel. Rápidamente, en los camiones, nos trasladaron al lugar del siniestro y, cuando llegamos, acordamos todo el contorno de lo que quedaba de la armería. No sé como se enteraría mi padre que era cliente de esa armería, porque al rato de estar yo de puesto encima del montón de escombros, me lo veo llegar por la calle Altamira. Toda la compañía nos volvimos al cuartel al anochecer, cuando ya estaba todo el solar limpio de escombros y no había peligro de nada. Como ya decidí rehusar a los permisos por estudios que todavía nos daban a algunos que quedábamos, a pesar de que ya funcionaban las milicias universitarias, porque teníamos que cumplir dos años de servicio efectivo, mi pensamiento 203


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estaba continuamente en conseguir algún destino, enchufe, sobre todo, para librarme de las guardias, el tiro y si había alguna marcha militar. Y mira por donde, en una de las veces que hablé con mi primo Vicente, el Sémola, me dijo que el chico que llevaba la oficina del almacén de vestuario estaba a punto de licenciarse y, por lo tanto, quedaba libre el destino. Quedamos en que al licenciarse el chico creo que era del reemplazo del 40, iríamos que me presentara al brigada Marchena, encargado del almacén y, además, Vicente, hablaría con el capitán Sánchez, jefe del almacén, que era el que lo había enchufado a él. Vicente Penalva Úbeda, dos años menor que yo, era hijo de mi tío Manuel el Sémola, primo hermano de mi madre y, también, sobrino del tío Manuel el Sémola el panadero, casado con la tía Constancia. Vicente era muy decidido y muy buena persona, y tuvo la desgracia de morir en accidente de camión, en uno de los viajes que hacía por la Mancha, comprando ganado. Vicente y otro chico de Bullas, Murcia, estaban enchufados de ordenanzas en el almacén de vestuario, así que cuando licenciaron al administrativo, me presentó al brigada y al sargento y, cuando comprobaron mis aptitudes, me hice cargo de los libros y estadillos de la oficina. El trabajo en esta oficina del almacén de vestuario era bastante complejo, porque había que llevar la contabilidad de todas las compañías del regimiento, en unos libros confeccionados al efecto. Cada compañía entregaba a sus soldados en ropa: gorro, chaqueta, pantalón, calzoncillos, calcetas, y botas y alpargatas; así como sábanas, fundas de almohada y mantas. Y en utensilios de cocina, platos, cantimploras, vasos, cucharas, todo de aluminio. Aparte del mobiliario, camas metálicas, colchonetas y taquillas. Al poco tiempo entró como ayudante mío un chico de Alicante, que vivía en la avenida Maisonave, también enchufado. Todos nosotros pertenecíamos, una vez ingresados en almacén de vestuario, a la compañía de desti204


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nos y, muchos, antes de cambiar a esta compañía, ya teníamos autorización, carné con foto para pernoctar fuera del cuartel. Debido a esto, la compañía de destinos tenía una peculiaridad, porque cada soldado procuraba dormir en el lugar donde estaba destinado o, como nosotros, los de vestuario, que disponíamos de ropa nueva y necesaria, que nos íbamos a la nave que estuviera vacía y nos arreglábamos las camas para pasar la noche. Así que por este caso de pernoctar o no en la compañía, hubo bastantes discusiones. Resulta que, el sargento encargado de la compañía de destinos, estaba empeñado en que, todos los que pertenecíamos a destinos, durmiéramos en la nave que ocupaba la compañía y, así, nos obligaba a pasar lista en la noche y en la mañana y, sobre todo, acostarnos y levantarnos a toque de corneta: silencio y diana, respectivamente. Pero, por lo menos con nosotros, los del almacén de vestuario, dieron en piedra, ya que lo consultamos con nuestro capitán y nos dio permiso para dormir fuera de la Compañía de Destinos. Ya consolidado en la oficina del Almacén de Vestuario, el resto de la mili transcurrió casi sin novedad, hasta que me licenciaron. Digo casi sin novedad porque solamente es digno de mención lo siguiente. El Gobierno, se empeñó en acabar con los maquis, que todavía perduraban por varios lugares de España, después de la guerra civil. Para esto, a nuestro regimiento lo llevaron a los Pirineos, por la provincia de Huesca. Cuando empezó a rumorearse el traslado del regimiento a los Pirineos, se lo dije a mi padre y, al otro día fue a Alicante. Le acompañé y subimos al campamento de aviación de Rabasa para habar con el coronel Girona, jefe del aeródromo, con el fin de que me librase de ir a los Pirineos. Le contamos el objeto de nuestra visita y llamó por teléfono, seguramente al cuartel de Benalúa, y le dijeron que la Compañía de Destinos se quedaba en el cuartel, para su custodia y hacer las guardias y servicios necesarios. Y así fue, nos tocó otra vez hacer guardias, pero solamente las in205


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dispensables, ocupando los brigadas y sargentos que quedaron en el cuartel los puestos de oficial de guardia. Ya dije que don Pascual Girona, fue condiscípulo de mi padre, en la escuela del maestro Domingo el Pozalero, en la calle de San Emigdio, aquí en Almoradí. También tuve que hacer un viaje a Valencia, para hacerme cargo de una partida de botas adjudicada a nuestro regimiento. Fui con el mosquetón y las cartucheras, bajo el mando de un brigada, que yo le denominaba de oficios varios, porque era el jefe del taller de zapatería, de herrería, en el que estaba Paco el Chatarrero, de los jardineros y de los cocineros. Recuerdo muy bien esa noche, al llegar a la estación de La Encina, a esperar el trasbordo al tren que procedía de Madrid con destino a Valencia. Esa gran sala de espera, en aquella época, con una estufa en el centro y una gran humareda causada por los fumadores y que, como era un importante nudo ferroviario, era raro que no fuera larga la espera de un tren a otro. A los dos días de estar en Valencia, nos hicieron entrega del calzado y, en el tren, volvimos a Alicante; desde luego, custodiando yo, en un vagón de carga, la partida de botas. Ni decir tiene que, las mejores que vi del número 38, me las quedé en propiedad. Pero, sin faltar ni un par de la cantidad que nos adjudicaron, ya que nos pusieron algunos pares de más. Y, por último, que jugué completo el campeonato de fútbol provincial V Copa San Pedro 1946 con el Betis Florida, de este barrio de Alicante, jugando varios partidos de las eliminatorias en el Estadio Bardin. El campeonato, organizado por Educación y Descanso organización deportiva nacional y el Alicante C. F., era provincial, con varios grupos de Alicante y varios grupos de la provincia. Se jugó primero una liguilla de varios grupos y los que se clasificaron pasaron a la fase final, que consistía en: OCTAVOS DE FINAL; CUARTOS DE FINAL, SEMIFINALES Y FINAL, a la que llegamos C. R. L. (Cía. Riegos de Levante) y nosotros, el Betis Florida, de 206


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Alicante. Jugamos la final el 29 de junio de 1946, en el Estadio Bardin, y el resultado fue: BETIS FLORIDA, 4 – C. R. L., 1. Recuerdo que marqué el tercer y cuarto gol, conservo la correspondiente foto, porque hice una escapada por la banda y vi al portero adelantado, esperando el centro seguramente; pero, me di cuenta y le tiré directo a puerta y marqué. Como es natural, en el barrio de la Florida, se celebró bastante la obtención de este campeonato. Una de las veladas se hizo en el cine de verano que tenía, en el barrio, la familia de Aliaga, un interior derecha que ya había jugado en el C. D. Almoradí, el campeonato de aficionados del año anterior, 1945; ya que, en el Betis Florida, jugábamos siete de los que componíamos el C. D. Almoradí, en el campeonato de aficionados. Precisamente por este campeonato de fútbol V Copa de San Pedro que se disputó del 21 de abril al 29 de Junio de 1946 estuve bastante tiempo sin poder venir a Almoradí los fines de semana, lo que me obligaba a tener que acercarme al coche de línea de la Compañía La Albaterense los sábados por la tarde, con el fin de que algún familiar o amigo le entregara a mi madre el paquete de ropa sucia para lavarla. Y así conocía a Joaquina, que más tarde sería mi esposa. He aquí como un acto tan sencillo me abrió el camino para llevar a cabo el mayor acontecimiento que me ha ocurrido en mi vida, casarme con Joaquina.

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La historia fue así. Una tarde de sábado del mes de mayo de 1946 fui a la parada de La Albaterense, a ver si veía a algún conocido para entregarle el paquete de ropa para que lo entregase en mi casa. Me subí al autocar, pero no veía a nadie conocido hasta que oí: - Paisano, ¿buscas a alguien? - Sí, le contesté, alguien para que le entregue este paquete a mi madre. - Si quieres los puedo llevar yo. - Estupendo, muchas gracias. Y le entregué el paquete. Me gustó su decisión al dirigirse a mí, lo que no hice yo, porque se ve que me conocía. No sabía como se llamaba, aunque la conocía de vista, así que hice, o hicimos los dos, porque se repitieran las entrevistas. Ya a la segunda o tercera vez, empezamos a hablarnos hasta que salía el autocar y me enteré que se llamaba Joaquina y que estaba viviendo a la vuelta de la esquina, en la calle Canalejas, 1, en casa de doña Carmen, haciendo un curso de corte y confección. Con ella vivía también Patrito la de León. Le pedí de ir a buscarla entre semana para salir a pasear, con Patrito claro, y fuimos varias veces al cine. 208


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A primeros del mes de julio, ya empecé a preocuparme de la Licencia de la mili, porque solamente me faltaban unos 20 días para cumplir los 24 meses de servicio militar en activo. Para ello fui varias veces a Mayoría, para preguntar la fecha en la que me darían la licencia e hice amistad con un oficinista, que precisamente era el que le pasaba diariamente a la firma al teniente coronel Mayor, en funciones de coronel. Comprobó que cumplía los dos años el día 25 de julio, pero me dijo que si quería yo, pasaba la firma de la licencia para irme el día 15. El favor me costó darle un equipo de ropa nueva. Finalmente me licencié el día 15 de julio de 1946. Una vez con la licencia en mi poder, el día 16 por la mañana ya de paisano fui al cuartel y visité el almacén de vestuario, para comunicarles que me habían licenciado definitivamente. Al brigada y al sargento no les cayó muy bien, pues yo procuré que les pillara de improviso, para evitar que tramaran alguna maniobra de dilación en mi licenciamiento. Así que me marché a casa Licenciado. En Almoradí, por estas fechas, ya se pensaba en la Feria. Como Joaquina, también se había venido al pueblo, porque había terminado el curso de Corte y Confección, cada día al atardecer iba a su casa a recogerla y nos íbamos al Paseo, a la Plaza. Cuando habíamos dado unas cuentas vueltas, bien solos, bien con alguna pareja de amigos, nos sentábamos en uno de los bancos pequeños de granito que entonces habían en la plaza. Porque habían unos más grandes, en las dos hileras de en medio, con dos asientos separados por un respaldo y otros más pequeños, de un asiento solamente. A ese banco le tomamos aprecio y casi lo hicimos de nuestra propiedad. Estaba ubicado justamente frente a la puerta exterior que entonces había para subir la campanario. Después vinieron los días de la Feria de 1946 y fuimos al baile del Casino que tradicionalmente se hacía el 30 de julio, día de los santicos de la Piedra, san Abdón y san Senén. Me acuerdo perfectamente que bailamos un pasodoble y un vals. 209


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Todos los fines de semana tenía que ir a jugar al fútbol, porque me había comprometido con el señor Duart, Presidente del Alicante C.F., con el fin de fichar con ellos la siguiente temporada. Por eso jugamos varios partidos amistosos. Entretanto, mi padre había hablado con Gabriel García Santacruz, el Sacristán, que tenía decidido abrir una sucursal de seguros de decesos de La Alianza Española en Sevilla, para entrar en sociedad, con la condición de que yo me fuera a Sevilla con él. En Almoradí Gabriel ya tenía una oficina desde hacía varios años. Estuvimos varios días viendo las cuentas y funcionamiento y nos pareció que podría se un negocio rentable, aunque desconocíamos el inicio y puesta en marcha. Como el experto en este negocio era Gabriel, calculó un presupuesto de 20.000 pesetas, 120,20 €, hasta que el negocio empezara a dar beneficios. Al día de hoy sería una cantidad irrisoria pero había que tener en cuenta que por entonces el sueldo de un oficinista era de 600 pesetas al mes. Por ello, el día que fui a Alicante a formalizar la ficha por el Alicante C.F. me acompañó mi padre. Teníamos que estar con don Vicente Duart, presidente del club, con el que mi padre tenía gran amistad, ya que era propietario de la Casa Duart, dedicada a la venta de instrumentos musicales, ubicada entonces en la plaza Ruperto Chapí, frente al Teatro Principal. Mi padre era un buen cliente suyo, ya que los instrumentos y partituras de música que necesitaba nuestra banda de música los adquiría allí. Después de saludarnos y dialogar con el señor Duart pasamos a concretar las condiciones de la ficha que firmaba para la siguiente temporada. Recuerdo que me entregó 500 pesetas a cuenta de la ficha anual, ya que le expusimos que tenía que irme a Sevilla y que, por lo menos, hasta navidad no regresaría. Vicente me recomendó que lo pensara bien, pues podría hacer carrera con el fútbol, aunque entonces no se vislumbrara la importancia que ha adquirido esta profesión. 210


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Cuando llegó navidad, el club me escribió a Sevilla para que viniera a jugar porque les hacía mucha falta. Pero no pude hacerlo, porque en esas fechas teníamos mucho trabajo, tratando de contratar el mayor número de pólizas, ya que nuestra introducción en aquella plaza fue muy difícil. Así que, ya era la segunda vez que me apartaba del fútbol como una posible profesión. Todos los años cuando finalizaba el verano, Gabriel el Sacristán, tenía por costumbre invitar a todos sus empleados a una comida en Torrevieja. Y como éramos socios nos invitó a mi padre y a mí, aunque al final solo fui yo. A media mañana cogí la bicicleta, para evitar las molestias de ir en tren y por toda la vía del ferrocarril, porque acortaba camino, me planté en Torrevieja. Celebramos la comida y todo transcurrió con normalidad. A media tarde, después de un rato de tertulia, cogí la bicicleta y me dispuse a regresar a casa, pero antes de salir de Torrevieja noté que algo no iba bien y comprobé que la rueda trasera estaba sin aire. Desmonté y andando llegué a un taller que, por suerte, no estaba lejos. Pensamos que solamente le faltaba aire y con la bomba del taller la inflamos bien, así que continué mi marcha por la carretera. Al llegar al empalme de Los Montesinos, me cambié de la carretera a la vía del tren, pero no llevaría ni un kilómetro recorrido, cuando la rueda trasera volvió a quedarse sin aire. Esto ya era señal que algún parche, con el calor, se había despegado, o bien, que habría algún pinchazo nuevo. No tuve más remedio que proseguir lo que me quedaba de viaje andando con la bicicleta cogida con la mano. Menuda faena, el camino se hacía interminable. Cuando llegué a la carretera de Rojales-Almoradí, continué por la carretera y ya oscuro llegué a mi casa. Al cabo del tiempo, he pensado varias veces si aquello no fue una premonición de las dificultades que íbamos a encontrar en nuestra aventura de Sevilla. 211


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El negocio de la Funeraria en Sevilla

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l viaje a Sevilla lo iniciamos el día 2 de septiembre de 1946. Todavía conservo una postal que le escribí a mis padres fecha el día 4 en donde les decía: “Llegamos anoche, hemos visitado a José Diego en el Mercado de La Encarnación y nos ha indicado por donde caía el local para oficinas que anunciaba ABC”. El trayecto lo hicimos en tren, en el Granaíno hasta Granada, donde llegamos por la noche, y al otro día temprano, en el Andaluz desde Granada a Sevilla. Así que llegamos a nuestro destino el día 3 por la noche y nos hospedamos en el Hotel Venecia, ubicado en la Plaza del Duque de la Victoria, nº6, que está lindando con La Campana, donde se inicia la famosa y popular calle Sierpes. A la mañana siguiente, después de visitar a José Diego, fuimos a visitar las oficinas de las compañías de enterramiento que iban a ser nuestra competencia, como El Ocaso y otra que nos indicaron que era local denominada MUM, una mutua. Esta segunda visita nos sirvió de gran ayuda para nuestro asentamiento en la ciudad. En estas visitas, pedíamos propaganda de las cuotas y servicios que ofrecían. Cuando terminamos en la MUM, nos acompañó hasta la puerta un chico de unos 35 años, calvo como una bola de billar y nos preguntó de donde éramos, ya que al oírnos hablar, dedujo que éramos de Murcia, 212


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su tierra. Se llamaba José Martín, Pepe, y nos contó que había sido estudiante de Medicina, pero debido a un desengaño amoroso se marchó de Murcia. Desde entonces, se ganaba la vida en Sevilla haciendo de todo, por eso era ahora cobrador de la MUM en un distrito de la capital andaluza. Pepe, como más adelante comprobamos era muy buena persona y se ofreció incondicionalmente, sirviéndonos de gran ayuda porque conocía todos los rincones de Sevilla. Con él nos pusimos a buscar piso, que nos sirviera también para oficina, y una funeraria que nos hiciera los servicios de enterramiento de los asegurados. El piso lo encontramos, después de mucho buscar, en el barrio de la Macarena, en la calle San Luís, nº 69, casi enfrente de la Plaza del Pumarejo y a unos sesenta metros del Arco de La Macarena, que está al final de esa misma calle. El local estaba muy bien para nuestras necesidades, pues constaba de planta baja, que la ocupaba un comercio de comestibles y la entrada a los pisos primero y segundo, uno por planta. El primero con una habitación grande para la oficina y otra más pequeña para mi despacho, ambas exteriores, y otra habitación interior, además de cocina y comedor. El segundo, tenía la misma distribución de habitaciones, pero sin cocina y con una terraza. Teníamos que pensar que cuando el negocio estuviese en marcha, se vendría a vivir José López Ferrández, el Sinculo con toda su familia, como así fue. Ya con el local alquilado, nuestro objetivo más urgente era encontrar la funeraria que nos hiciese los servicios de enterramiento. Difícil tarea y según íbamos comprobando casi imposible, porque no encontrábamos más que negativas, como si hubiese un complot entre todas o pertenecieran todas al dueño de El Ocaso. Cuando ya desesperábamos, una aceptó a servirnos y, enseguida, de acuerdo con las clases e importes de los servicios encargamos la publicidad que íbamos a repartir por todos los domicilios. Nos hicieron en la imprenta mil ejem213


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plares tamaño folio, ya que ofrecíamos tres clases de servicios, con tres precios distintos. Pero cuando ya estábamos con la publicidad hecha y dispuestos a venir a Almoradí para regresar rápidamente con el personal adecuado y empezar a trabajar, la funeraria se volvió atrás y rompió el acuerdo que tenía con nosotros. ¡Vaya desastre! Había que tirar toda la propaganda y volver a la difícil tarea de buscar una funeraria. Y tan difícil, porque entonces ya lo veíamos casi imposible. Seguimos buscando y, por fin, gracias a Dios, encontramos una en el barrio de Triana. Aunque los precios algo caricos. Una vez con el local y la funeraria concretados, volvimos a Almoradí para preparar el mobiliario, personal, etc. para poder empezar nuestro trabajo de captar pólizas, sobre todo de otras compañías. Con todos los inconvenientes que encontramos se alargó el tiempo que estuvimos en Sevilla sin poder iniciar nuestro trabajo y, por lo tanto, los gastos que nos ocasionó, por que ya se le dio un importante pellizco al presupuesto. De vuelta en Almoradí, continuamos la tarea de ultimar detalles y poder regresar ya dispuestos a trabajar, por lo que, concretamos la plantilla que nos haría falta en Sevilla. Mejor dicho, la concretó Gabriel, que era el enterado del negocio. Esta plantilla de trabajo la formaron Manolo el Cirilo y Manuel el Ferris, como productores y cobradores, y un tal Lorenzo, que era Inspector en la Central de Alicante. Para la contabilidad nos llevamos a Francisco Velasco Soriano Paco Velasco, que era administrativo y ya trabajaba con Gabriel en la oficina de Almoradí. Regresamos a Sevilla el 12 de octubre de 1946. Como ya éramos bastante personal, y el hospedaje iba a resultar caro, vimos conveniente de llevarnos como asistenta a la tía Concha la Palpa, viuda, hermana de la madre de Frascuelo, que vivía en el barrio y tenía unas buenas manos para la cocina. La tía Concha era muy amiga de mi madre, porque estuvo de asis214


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tenta en mi casa en la década de los años 20, cuando teníamos el bar 43 al lado del Ayuntamiento. Estuvo varios años hasta que la suplió Francisco la Linas que era una jovenzuela de unos 15 años, hasta que mi padre cerró el bar para ingresar en el Banco Central. Mi madre estimaba mucho a la tía Concha, pues recuerdo muy bien que la acompañé varia veces al barrio a visitarla, cuando ya eran mayores y, casi a diario, cuando enfermó antes de morir. Con nosotros, en Sevilla, lo pasó bastante bien, sobre todo viendo comer arroz a Paco Velasco, porque hacía unas paellas estupendas y Paco tenía maña para empaquetar el arroz en el tenedor, con ayuda del cuchillo. Como la tía Concha comía con nosotros, se dio cuenta enseguida de la maniobra que hacía Paco, cada vez que había para comer paella de arroz, cruzaba conmigo una mirada de complicidad como diciendo “¡comienza la función!”. Empezamos a trabajar especialmente el personal de la calle, porque el objetivo era el hacer las pólizas de seguros nuevas quitándoselas a la competencia, sobre todo El Ocaso. Y para esto, los productores tenían que echarle ingenio, haciendo ver a la familias que nuestros servicios eran mejor y, además, que ofrecíamos mayor seguridad en la prestación de esos servicios. En fin, era una manera de trabajar que a mí nunca me gustó, pero era la única forma de poder hacer una cartera de asociados que con los cobros de las cuotas semanales, llegaran cuanto antes a dar beneficios. Una tarea bastante difícil, teniendo en cuenta que empezamos desde cero. Poco a poco se fueron asociando las familias más cercanas al local y se formaron dos distritos para los cobros, que en principio y hasta que regresaron a Almoradí, los hicieron el Cirilo y el Ferri. Y llegó el día, cuando nos pareció conveniente, porque el negocio ya estaba en marcha, de que el personal que teníamos en Sevilla volviesen a Almoradí y que el tío José López viniese a Sevilla con toda la familia. Cuando llegaron ocuparon todas 215


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las dependencias del local donde Gabriel y yo teníamos nuestra habitación así que convivíamos con ellos. Me vino muy bien el haber tomado la decisión de llevar una cuenta particular paralela a la oficial de la compañía. Recuerdo que durante nuestra estancia en Sevilla nos asignamos 25 pesetas semanales cada uno para gastos particulares.

En el mes de noviembre, la Central de Alianza Española, nos envió un inspector técnico para ayudarnos a terminar de encauzar el buen funcionamiento de la sucursal. Era el señor Seva, muy buena persona y competente en la materia. No recuerdo el tiempo que estuvo con nosotros, pero, a los pocos días de haberse marchado, le dan la noticia a Gabriel de que la cartera de asociados que tenía en Almoradí corría peligro de desaparecer, pues Lorenzo Torres, uno de los que estuvo en Sevilla con nosotros, se había dedicado de dar de baja a un buen número de asociados para pasarlos a otra compañía. A 216


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Gabriel le faltó tiempo para marcharse a Almoradí y tratar de resolver la peligrosa jugarreta de Torres. Así que me quedé yo sólo al mando de la nave que todavía no navegaba viento en popa, pues los asociados estaban muy dispersos por la ciudad, además de en el pueblo cercano de Camas. A los pocos días de irse Gabriel nos avisan de que había fallecido un asociado. ¡Vaya compromiso para mí sin tener experiencia! Lo primero que se me ocurrió fue buscar a un cobrador que vivía cerca de la oficina, porque era el más enterado en este asunto de los muertos. Y, gracias a Dios, todo salió bien. No era fácil hacerle frente a los diversos problemas que se presentaban diariamente para un lego en la materia, como era yo en este negocio. Sobre todo en lo referente a la economía pues, todo lo más cada veinte días tenía que pedir a mi padre que hiciese una transferencia a la sucursal del Banco Central en Sevilla en donde teníamos la cuenta. Casi siempre de 3.000 pesetas. Este problema iba muy unido al de los cobradores, que se iban haciendo cargo del cobro de los recibos semanales de las pólizas que se daban de alta en nuestra compañía. Al principio todo iba bien, cuando cobraban Manolo el Cirilo y Manolo el Ferri, pero después, cuando estos volvieron a Almoradí fue un desastre porque los chicos que se presentaban para sustituirlos como cobradores no tenían ningún otro trabajo y tener que vivir exclusivamente de lo que importaba su comisión semanal era imposible. Así que cuando llegaban a liquidar les faltaba dinero, por lo que les aguantábamos unas semanas la deuda, hasta que, al final dejaban el trabajo y por tanto, a nosotros el clavo. Pero este problema se fue subsanando poco a poco, cuando empezaron a hacerse cargo de los cobros personas más responsables y con otros medios de vida. Los cobradores fueron Paco López, una vez que vino a Sevilla ya licenciado del Servicio Militar a principios de 1947, nuestro paisano y amigo Miguel García el Quico, por enton217


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ces sargento de Aviación y que ya llevaba varios años destinado allí en Sevilla, y por último, un policía nacional, de los que llamaban los grises, por el color del uniforme. Por cierto que, cuando se hizo cargo del cobro, le tuve que acompañar casa por casa por todo el distrito para presentarlo. No se me olvidará nunca, porque fue el día de la Purísima de 1946, todo el día chispeando, con gabardina y sin paraguas. Los días de Navidad de 1946, el Niño y Reyes de 1947, los pasé en Sevilla con el recuerdo constante de la familia, de mi novia y de nuestro pueblo. Menos mal que Joaquina y yo habíamos acordado escribirnos todos los días y esto me consolaba. También me distraía un poco con Pepe López, que ayudaba en la oficina, y con el que iba al cine por las tardes. Llegó la Semana Santa y como ya no podía aguantar más, me fui a Almoradí y actué con la banda de música en las procesiones. Gabriel todavía seguía en el pueblo y, como eran pocos días, Pepe López se quedó al frente de la oficina. No hubo ningún inconveniente y yo pude aliviar la morriña que te invade al estar tan lejos de los seres queridos. Después, otra vez en Sevilla, llegó la Feria de Abril, tan famosa y que sin embargo a mí me defraudó. Me defraudó porque si no te gusta el ambiente andaluz de las casetas para bailar sevillanas y beber manzanilla, los carruajes y los caballos, se convierte en un tostón estar dando vueltas por las calles que forman solamente para mirar en su interior. Estas casetas eran de carácter privado como ahora y pertenecían a instituciones oficiales, asociaciones, hermandades, etc. Yo tenía invitaciones de la de la policía nacional que me facilitaba mi cobrador, pero no hice uso de ellas. No obstante, me acerqué al recinto ferial casi todas las noches, pues habían quioscos para comer, con gambas medianas de Huelva buenas y baratas y cerveza a 1,50 pesetas el litro. También habían atracciones diversas, hasta un teatro portátil donde actuaban varias compañías de varietés y revistas. 218


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En 1947 todavía hicieron la feria en el Prado de San Sebastián, detrás de la Plaza de España y casi pegado a Capitanía General. Recuerdo la plaza con su edificio formando un semicírculo y los bancos hechos con mosaicos de colores, tantos como provincias tenía España y cada uno con su nombre por orden alfabético. No sé los años que siguieron haciendo la feria allí, hasta que la emplazaron al otro lado del río. Ya por el mes de noviembre, empezó a merodear por Sevilla el director general de nuestra compañía, La Alianza Española, don Marcelino Cózar, porque por el mes de julio, habían autorizado a dos amigos y recomendados nuestros, Sebastián López y Juan Rivas, para abrir oficina en Málaga y Vélez-Málaga al mismo tiempo. Según deduje después, el señor Cózar había planeado comprarnos nuestra cartera de Sevilla. Este interés parece ser que se originó cuando se los presentamos. A Sebastián, que era el jefe de producción del Ocaso, lo conocimos a través de su suegro, que era cobrador en la misma compañía y al que ofrecimos trabajo, aunque lógicamente se negó. A Juan Rivas le conocimos porque nos pidió trabajo contratando y cobrando las pólizas que fuese haciendo. Era algo mayor, soltero y nos dijo que había ahorrado algún dinero con miras a establecerse en alguna oficina de la compañía. Por esto, les pusimos a los dos en contacto y se marcharon a trabajar a Málaga. Como nosotros en Sevilla estábamos casi estancados y yo veía poco porvenir, pues el negocio no terminaba de gustarme y seguíamos sin producir lo suficiente todavía, hablé con mi padre para que hiciéramos una visita al señor Cózar en Alicante y tantear la disposición que tenía para comprarnos la cartera de clientes de Sevilla. Total, que en enero de 1948 cerramos la operación y nos pagaron 60.000 pesetas. Como habíamos desembolsado 120.000 pesetas, perdimos cada uno 30.000 pesetas. Negocio redondo. Así terminó nuestra relación comercial 219


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con Gabriel el Sacristán, no sin antes tener que rehacer toda la contabilidad de nuestros gastos durante la estancia en Sevilla. Una vez revisada por Antonio Rovira y el visto bueno de Gabriel, nos abonó la mitad de las pérdidas.

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Mi Boda con Joaquina Andújar y nuestro viaje de novios a Barcelona

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n el año 1949, ya con tres años de novios, acordamos Joaquina y yo unirnos en matrimonio y pensamos que la mejor época sería la primavera de 1950, para poder resolver mientras tanto los problemas e inconvenientes que suelen presentarse en estos acontecimientos. Para la pedida de la novia, mis padres me acompañaron a casa de Joaquina, situada en la calle Larramendi. Una vez allí, me acerqué a por el cura párroco, en aquel tiempo don Vicente Alberola, quedando acordada la fecha de la boda, a falta de concretar el día, pues teníamos que contar con nuestro respetado y buen amigo el canónigo don Manuel Serna Serna, que nos había prometido ser el celebrante de la misa. Una vez todo resuelto, el enlace matrimonial tuvo lugar el 10 de mayo de 1950, miércoles, en la capilla de la Purísima de la iglesia parroquial san Andrés de Almoradí, siendo el celebrante el mencionado don Manuel Serna y los padrinos Joaquín Galant Ruiz y su esposa doña Rosario Ruíz Seva. Estuvo presente también, el representante judicial don José María de Galí Soriano, con la documentación correspondiente al enlace civil.

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Como en aquel tiempo no existían los locales adecuados para el posterior convite, decidimos hacerlo en un almacén propiedad de los hermanos Dolores, José y Tomás Andújar situado frente al domicilio de Joaquina. El viaje de novios, lo comenzamos una vez acabado el convite. Contratamos el taxi de Manolo Galí, conducido por mi tío Miguel, que nos llevó a la estación del tren de Alicante para coger el Valenciano, que salía a las 14:30 y así poder pernoctar en Valencia. Como llegamos a Alicante con tiempo, pasamos a visitar a mis tías, con quienes había convivido en mis tiempos de estudiante y en la mili. Llegamos a Valencia al oscurecer y un taxi nos llevó a la que, por entonces, era la parada de autobuses de La Unión de Benisa, y nos dejó en un hotel, del que no recuerdo su nombre, que estaba justo al lado y en el que ya me había hospedado yo varias veces, siendo cliente conocido, incluso me felicitaban por Navidad. Pero no había ninguna habitación libre, porque en el mes de mayo se celebraba la Feria de Muestras y yo no había reservado. Menos mal que, la dirección del hotel se preocupó y nos encontró alojamiento en 222


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el Hotel Venecia, en la entonces Plaza del Caudillo, cerca del ayuntamiento. Al día siguiente, jueves 11, fuimos a Paterna, a ver a Pepe, el hermano de Joaquina, que estaba allí haciendo el servicio militar. Esa misma tarde, adquirí los billetes para el tren del día siguiente con destino a Barcelona. Serían las 9:30 del viernes 12 de mayo cuando salimos en tren, y después de un viaje sin acontecimientos extraños, llegamos a Barcelona al atardecer. Nos bajamos en el apeadero de Gracia y en un taxi fuimos al Hotel Espléndido, situado en la calle San Pablo, que ya conocía porque nos hospedamos allí cuando fui en 1945 con el Club Deportivo Almoradí a enfrentarnos al Barcelona C.F. en las semifinales de la Copa del Generalísimo para aficionados.

Cuando nos levantamos a la mañana siguiente, llamé por teléfono a Pepe Frutos, tío de Joaquina, para comunicarle que estábamos allí. Me dijo que nos despidiéramos del hotel, que 223


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en seguida nos mandaba a su empleado Carmelo Font, primo del dueño del Bar Font de Almoradí, con quien quedamos en la Plaza de la Universidad, esquina Urquinaona, a unos veinte metros del hotel. Nos llevó a alojarnos a la casa de huéspedes donde Pepe Frutos se había alojado durante mucho tiempo. Después, Joaquina y yo, nos fuimos a la Plaza de Cataluña, donde estaba el Banco Central, para saludar a don Antonio Gallego Méndez, que había estado de Director en Almoradí en los años 1933-1934. Estaba en Barcelona de subdirector, y posteriormente en Madrid llegó a ser director general. El domingo, 14 de mayo, acompañados por el tío Pepe Frutos y su esposa Conchita, que era familia de los Pifas y había sido novia de Jaime Andújar hasta que se marchó a vivir a Barcelona, lo dedicamos a ver los más típico de la ciudad condal como la Sagrada Familia, el Parque Güell y el Tibidabo, donde nos hicimos esta foto.

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Al día siguiente, salimos en tren hacia Zaragoza, con el propósito principal de visitar La Pilarica y localizar, si era posible, a Gloria la Mañica, muy amiga de Joaquina, con la coincidió de novicia en el convento y hospital de Carabanchel en Madrid. Pero como Joaquina sólo sabía de Gloria el nombre y que su familia tenía un restaurante, a pesar de preguntar incluso a la policía desistimos de localizarla. Lo primero que hicimos al llegar a Zaragoza fue pasar por la casa de la hermanas de don Gregorio, el Maestro, para entregarles un paquete que nos había dado para ellas. Intentamos hospedarnos en un hotel colindante con la Basílica del Pilar, pero al preguntar, nos confirmaron que era caro, como habíamos supuesto al entrar en él. Así que nos facilitaron habitación en otro de sus hoteles que tenían en La Seo, a pocos metros de allí y a mejor precio. Una vez que ocupamos la habitación, dejamos las maletas y nos aseamos un poco, nos marchamos a ver todo lo posible de Zaragoza y elegir un lugar para comer y cenar. También teníamos previsto visitar e invitar a comer a Pepe Senerio, que estaba allí haciendo la mili. El martes 16, lo primero que hicimos después de desayunar fue visitar la basílica del Pilar y besar el manto de la Virgen, después de oír misa. Una vez cumplida nuestra principal misión en Zaragoza, dedicamos el resto del día a comer con Pepe Senerio en el famoso callejón conocido como El Tubo, por su estrechez, y a pasear y ver cosas hasta que llegó la hora de dormir. A la mañana siguiente, iniciamos el viaje de regreso a casa en el tren de la línea de Aragón, con destino a Valencia. No muy deprisa, pero sin pausa, fuimos pasando estaciones hasta que llegamos a la de Teruel, capital de la provincia del mismo nombre. Teruel, seguramente por mi estancia por aquellas tierras durante la Guerra Civil, me traía recuerdos cada vez que lo veía escrito o lo oía pronunciar, pero el caso es que no 225


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conocía la ciudad, porque no he estado nunca allí, tan solo en la estación o pasando por su carretera de circunvalación. Sería algo más de la una del mediodía y el tren tenía una parada de 10 minutos, que aprovechamos para comprar algo de comida. Como teníamos poco tiempo, Joaquina se quedó en el vagón con el equipaje y yo bajé a comprar algo en la cantina, cuyo mostrador daba frente al andén. Lo que ocurrió a continuación fue la sorpresa más grande del viaje, incluso llegué a pensar en un milagro, aunque solo fuese una gran coincidencia. Como he comentado con anterioridad, uno de los objetivos de visitar Zaragoza era ver si podíamos localizar a la amiga de Joaquina, Gloria la Mañica. Como yo había visto muchas veces la fotografía de Madrid en la aparecían las dos juntas, con varias novicias más, sabía muy bien cómo era su fisonomía. Por eso me quedé de piedra cuando vi que una de las dos cantineras era Gloria. Efectivamente, le pregunté si se llamaba Gloria y me contestó afirmativamente. Le conté muy rápidamente el motivo de nuestro viaje, mientras me ponía algunas cosas para comer y me acompañó a saludar a Joaquina, aunque fuese por la ventanilla. Nos dio una tarjeta del restaurante que tenían en Valencia y que regentaba una hermana suya. Así que, en cuanto llegamos a esa ciudad, a media tarde, nos dirigimos al restaurante, que estaba cerca de la estación de ferrocarril. La hermana de Gloria nos atendió muy bien y nos recomendó al dueño del local vecino, que alquilaba habitaciones para pernoctar. Después de acomodarnos y dejar el equipaje, volvimos al restaurante y cenamos allí. Después paseamos un poco antes de acostarnos. Al día siguiente, jueves día 18, nos levantamos con la idea de acercarnos a Manises, a ver a mi amigo Manuel Paredes y a invitar a comer a Pepe, el hermano de Joaquina. En Manises nos alegramos mucho de volvernos a encontrar Manuel Paredes y yo, porque estábamos sin vernos desde diciembre 226


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de 1942, cuando fuimos juntos a ver el partido internacional de fútbol entre las selecciones de España y Suiza. Paredes nos llevó a ver varias fábricas de cerámica y le regaló a Joaquina unas piezas muy bonitas. De regreso a Valencia, comimos con mi cuñado Pepe y después fuimos a comprar los billetes de autobús para Alicante con la Unión de Benisa. Ya en Alicante, el 19 de mayo, viernes, cogimos en la Estación de Murcia, actualmente cerrada, el tren de la tarde hasta Albatera, donde nos estaba esperando mi padre con el taxi de Víctor el Carlista. Y de allí a casa, que ya teníamos ganas.

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Mi trabajo en el Almacén de Galant

A

los pocos días de mi estancia en Almoradí, Joaquín Galant Ruíz, que era cliente del Banco Central, se enteró que había vuelto de Sevilla y le dijo a mi padre que me pasara por el almacén que tenía para hablar conmigo. Galant vivía ya en la casa que le compró a Juan Birlanga Pertusa, hermano de Manuel, el que fuera alcalde de Almoradí varios años, sita en la calle de San Emigdio, número 16. Al día siguiente me personé en el almacén, que por entonces estaba en la cochera de su casa. Era amplía y tenía un espacio acotado con cristalera, con una mesa pequeña y otra corriente con una máquina de escribir marca Underwood. Este espacio era el despacho. Joaquín me explicó someramente lo que era el negocio al que se dedicaba y que las cuentas, simplemente cobros y pagos se las llevaba Pepe Naranjo, el padre del Naranjo de la notaría, pero que no iba más que dos horas por las tardes y el movimiento que tenía ya su negocio, necesitaba una persona con dedicación diaria y completa. Así que empecé a trabajar y cuando llegó el final de mes me ofreció 750 pesetas mensuales, que yo acepté, que era el jornal corriente ese año. Eso sí, sin nada más, porque también era corriente entonces sin seguridad social, sin vacaciones, sin pagas extras, etc. Ya con trabajo y establecido en Almoradí, empecé a organizarme de nuevo la vida, pero a ser posible, de una ma228


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nera definitiva, terminando los estudios correspondientes de Procurador, puesto que ya tenía pasadas las prácticas de dos años que me exigían para poder examinarme cuando hubiese convocatoria. Y, efectivamente, por el mes de septiembre de 1949, estando ya trabajando con Galant, señalaron los exámenes para Procurador de los Tribunales en la Audiencia Territorial de Valencia. Cuando los aprobé, me fui a telégrafos y les puse a mis padres el siguiente telegrama: “Ya soy Procurador. Besos. Manuel”. A finales de ese mismo año recibí el título expedido en Madrid el 15 de diciembre de 1949, y firmado por el entonces Ministro de Justicia, don Raimundo Fernández-Cuesta y Melero. Joaquín Galant era casado con Rosario Ruiz Seva y el negocio, lo mismo que las tierras, las compartía con su cuñado Manuel Ruiz Seva, casado con Luisa Chazarra Martínez. Joaquín dirigía el negocio y Manolo, apodado el Cusque, estaba al tanto de los trabajos en las fincas. Cuando yo comencé a trabajar, los jornaleros que iban a diario a cortar y envasar alcachofas y otros productos agrícolas, eran mi primo Juan Manzanera, que era el Mayoral, Tono el Tranquilo, Antonio y Paco el Romero, Paco y José el Molla, José Peiró el Culebra, Paco el Tizne y Paco el Jacinto, que unos años después en plena faena por la huerta sufrió una trombosis y quedó inútil. Le dieron unos cupones de la ONCE hasta que murió. Los dos chóferes eran Joaquín el Chato y Manuel Huertas, el primero del carro con un caballo y Huertas de una camión pequeño que cargaba hasta 2.000 kilos, veterano en este menester, porque había trabajado mucho tiempo con Antimo Miravete en el almacén de aceite. Al poco tiempo, ya en el almacén grande, comenzó a trabajar Pepe Huertas, hijo de Manuel, que falleció en accidente de tráfico, siendo ayudante del chófer del camión Pegaso que había comprado José María Rodríguez Cabales, yerno de Galant. 229


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En cuanto a mujeres, empezaron por entonces a trabajar como envasadoras en el almacén, Dolores Andreu López la Panchona, que era la mayorala y encargada de avisar a las mujeres que se necesitaban cada día; su hermana Rosario, casada con Mariano el Charrán, Josefa la Jacinta, casada con Paco; Rosarito Hurtado, Charo y Carmen, hijas de la Manera. Y un poco después lo hicieron, Josefa, Lola y Carmen Andréu, conocidas por las Alejas; María Teresa, hija de Rosarito, y las mellizas hijas de Miguelón el Perrero. Además, cuando apretaba la faena había que reforzar la plantilla con chicas de las Pedanías de La Cruz y del Saladar. También, pero ya por el año 1956, empezó a trabajar el tío Antonio Roca, padre del Vicario don Antonio Roca Moñino, recién venido al pueblo, y como era un poco mayor para estos trabajos por la huerta, al poco tiempo quedó como encargado del almacén. En ese año de 1948, la mercancía de habas, alcachofas, guisantes, etc. se enviaba solamente a Madrid y Barcelona. En Madrid, el asentador al que se le enviaban alcachofas era Juan Saura Juan, natural de Dolores, que tenía un buen puesto en el mercado de Legazpi, que a los pocos años vendió a su hermano Alberto. En Barcelona, el asentador era Francisco Aliaga, en el mercado del Borne. Los envases que en aquel tiempo se usaban para Barcelona, eran las seras de esparto, a las que les cabía unos 100 kilos de alcachofas, bien emparejadas, con el fin de poder taparlas con las hojas de las matas y evitar que se desparramaran, por lo que se convertían en bultos de unos 105 kilos, difíciles de manejar incluso por los hombres. Después, ya se enviaban en los llamados banastos de madera, de 30 a 35 kilos de cabida, que la aserradora de los hermanos Quiles Soriano, los Grillos, tenían una gran producción. Como el trabajo iba en aumento, por cada día que se enviaba más mercancía a los asentadores de Barcelona y Madrid, el 230


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local de la casa de Joaquín Galant se quedaba pequeño, así que al año siguiente ya nos pasamos a trabajar al almacén grande, que edificaron entre las casas de Galant y Manolo. La parte central de este almacén estaba encima de la bóveda de la Acequia Mayor, que lo atravesaba perpendicularmente, por lo que se aprovechó para hacer el brocal de un pozo simulado. Además de la exportación de frutos y productos hortícolas, se trabajaba en los fertilizantes para las tierras, las patatas de consumo y siembra, en fin, todo lo que permitía la licencia de exportador de frutos y productos hortícolas. Por todo este tiempo de la década de los cuarenta, todavía estaban bajo el control del gobierno algunos productos de primera necesidad, como el abono, las patatas de siembra y de consumo que trabajábamos en el almacén, por lo que había que dar partes mensuales de movimiento de estos productos a la Comisaría Provincial de Abastecimientos y Transportes. Este almacén, con la marca GALANT, adquirió rápidamente una importancia tremenda. La gran cantidad de trabajo que se producía en el almacén de Galant era palpable desde la calle, pues en plena cosecha de la patata temprana, por los meses de mayo, junio y julio, se podían ver los montones que se hacían en los bancales propiedad de los Barrera, situados en la parte izquierda del camino de Catral, a partir de la acequia Mayor. Fueron varios los años, durante este tiempo de intervención que, por mediación de un representante y camionero, José Gil, de Bustarviejo (Madrid), aunque palentino de Osorno, se vendieron muchos vagones de patatas para Madrid y para las provincias de Santander y Palencia. Como había escasez de material ferroviario, los vagones había que solicitarlos varios días antes para que los pusieran a la carga en la estación de Almoradí. Por cada vagón solicitado había que pagar al jefe de la estación 50 pesetas como fianza, por si no los utilizabas después. Fianza que de todas formas perdías, porque la cos231


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tumbre había quedado así. Siempre se solicitaban cinco o seis vagones como mínimo, así que cuando los ponían a la carga había que hacer zafarrancho de combate, pues los vagones podían estar en la vía muerta de la estación un máximo de tres días. Así que el camión y el carro con el caballo e, incluso, algunas veces el carro de vacas, eran un contínuo carrusel de idas y venidas por la carretera de Dolores, transportando patatas a la estación. Ahí también entraba yo, pues había que ir pesando y anotando la mercancía que se cargaba, para después hacer la documentación correspondiente. Algo parecido ocurría con la cosecha de alcachofas, cuando el almacén se llenaba hasta los topes, había que empezar a empaquetar las seras de alcachofas y dejarlas por las aceras de la calle, sobre todo cuando compraba Manuel Barraquel, el intermediario de San Fulgencio, que arrasaba todo aquel término. Después iban entrando al almacén para escogerlas y envasarlas en las cajas correspondientes y por último cargarlas en los camiones. Por entonces, los camiones disponibles no eran muchos y había que solicitarlos a Manolo el Cabezote, que con sus hermanos y sobrinos, tenía una agencia de transporte, pero sin tener ni un solo camión de su propiedad, lo que algunas veces nos ocasionaba una gran molestia, ya que, en plena campaña, más de una vez no nos hemos podido ir a dormir hasta bien entrada la madrugada, esperando los camiones. Menos mal que habían dos transportistas que, en algunas ocasiones, nos resolvían la papeleta. Uno, era de Játiva, que tenía ya en la década de los cincuenta un Leyland recién importado, y el otro, Francisco Garrigós, de Jijona, amigo de Galant desde hacía algunos años, que tenía otro Leyland con sus hijos Paco, Angel y Adolfo, con los que hice una buena amistad y que, en la campaña de las cerezas, cuando iban a Extremadura, me traían algunas cajas. Unos años después, se autorizó la exportación al extranjero, por lo que se comenzó a trabajar el mercado francés de Perpig232


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nan, el suizo de Ginebra, el belga de Bruselas y posteriormente el inglés de Londres, porque también se trabajó bastante la sandía y mucho más el melón. Y digo que el melón se trabajó bastante más porque se llegó a trabajar el mercado de Nueva York, con tres envíos que se hicieron en barco, pero que dieron muy mal resultado, ya que, del último embarque que se hizo, no fue retirada la mercancía del puerto, alegando que estaba demasiado madura, así que se tuvo que pagar incluso lo que costó retirarla del puerto como basura, en vez de cobrar lo acordado. No se cobró ni un dólar. Este negocio del melón tenía mucho riesgo, tanto en el almacén, como en los envíos, pues es un fruto bastante delicado en su conservación. Durante su temporada, era raro el día que, de los melones que dormían en el almacén no se tiraran por el pozo de la acequia bastantes melones podridos. Uno de los años se compró una plantación de melones en el campo de San Pedro del Pinatar, y allí se trasladaron varios y hombre y mujeres, con Tono el Alejandro y Antonio el Romero al frente, inclusive el camión con su chófer Manuel Huertas, y en un almacén de la finca se arreglaba la mercancía. En fin, como digo anteriormente, es un producto con mucho riesgo, así que, excepto ese año que se trabajó en aquella finca directamente, obteniendo beneficio el resto de los años hubo casi empate. Una X como en las quinielas. Durante los 25 años que trabajé como contable en el almacén de Galant, no se limitó mi actividad a la contabilidad de la empresa solamente, sino que seguí en activo en la banda de música y ejercí la carrera de Procurador de los Tribunales en el Juzgado de Primera Instancia e Instrucción de Dolores, por entonces cabeza de partido judicial, desde que juré el cargo en el año 1954. Teníamos un acuerdo verbal por el cual yo podía atender a mi carrera y a la música, cuantas veces lo precisara, porque el horario de trabajo en el almacén, en realidad no existía, ya que, sobre todo 233


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de noche, de allí nos hemos marchado a cada al finalizar la faena, muchas veces, a cualquier hora desde las ocho de la noche a las ocho de la mañana. Como es natural, yo era el último que me marchaba, pues tenía que hacer la documentación y entregarla al camionero, una vez la faena había terminado. Fueron muchos los intermediarios, conocidos como corredores, de los que se necesitó su colaboración, sobre todo en cuanto se autorizó la exportación al extranjero de los frutos y productos hortícolas que trabajábamos. Así que de los cuatro o cinco que iban por el almacén cuando yo empecé a trabajar, como Jaime el Tordo, Manuel el Fogariero, Vicente Caracena el Pampas, el Tío Mora, José Guerrero y el Gorrión, ambos de Rafal. Después fueron apareciendo Manuel Barraquel de San Fulgencio, Antonio Berná el Rana, Miguel Bascuñana el Caracol, y Manuel Sola el Rufina. Y los más fijos del almacén, que parecían de plantilla eran Antonio Lorenzo, Tono el Alejandro y Pascual Ferrández Navarro el Manco. Estos últimos, con los que hice muy buena amistad, dedicaron casi toda su actividad en la compra de mercancía para el almacén de Galant, además de colaborar en cualquier otro menester y estar siempre en contacto con nosotros. También se incorporó a la plantilla Marcelino Trigueros Galant, casado con Mercedes Terrés y sobrino de Galant, como su apellido indica. Marcelino tenía una asignación mensual superior a las cuarenta mil pesetas, porque su cometido era estar al tanto de las faenas que hacían en las diversas fincas que, bien propiedad, bien en arrendamiento, pertenecían a Joaquín Galant y a Manuel Ruiz. No podemos olvidar a José Manuel Ruiz Chazarra, hijo de esté último que, sobre todo después de hacer el servicio militar, era el encargado de dirigir y visionar las faenas que se realizaban en el almacén. Fue en la década de los sesenta, cuando mayor número de tahúllas se cosechaban, pues yo le tenía abierta, en la contabilidad sui generis del negocio, una cuenta a cada finca para poder 234


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fiscalizar su mayor o menor rendimiento que, si no recuerdo mal, eran: La Fogaria, Matarredonda, Los Cubos, La Marquesa, La Puebla, Finca Saura, Tono Conejo, La Florida y Terrés. En los años 1957 y 1958, por el día 15 de agosto, fiesta de la Ascensión de la Virgen, fuimos toda la plantilla de hombres a las dos comidas con que nos obsequió la empresa, en el restaurante de la Playa de Guardamar tal y como se observa en las fotos.

En la de 1957, estamos toda la plantilla, con el Jefe al fondo, y el cuarto por la parte izquierda, con una botella en la mano, es Pepe Huertas, hijo de Manolo, que falleció en el accidente de camión relatado con anterioridad. Se ve perfectamente a Tono el Tranquilo y a mi primo Juan Manzanera, padre de Antonio, que fue Alcalde del PSOE. Por la izquierda, a continuación mía se ve a Manuel Huertas, padre de Pepe. Así mismo, en la foto de 1958, está Pepe Huertas con Pascual el Manco, Galant y yo, en la terraza del mismo Hotel del año anterior. 235


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A finales de la década de los años sesenta, la devaluación de los productos agrícolas obtenidos de las cosechas fue disminuyendo la actividad del almacén y, ya en 1973, cuando ingresé en el Banco de Alicante, en la Oficina Principal de Elche, tan solo iba al almacén una dos horas diarias por la tarde. Así hasta que se acabaron los 25 años de mi actividad en el almacén de Galant, toda una vida. Nació Chonele Galant, como le llamaba Joaquín Galant hijo a su hermana menor, nació Martín, hijo menor de Manolo Ruíz y Filo. Se casó Rosarito Galant, la hija mayor, con José María Rodríguez Hilarión; se casó Joaquín Galant hijo con Manoli Herrero, natural de Saldaña, Palencia; se casó Luisita, la hija mayor de Manolo Ruíz, con Antonio Segura, un constructor de Bigastro. José Manuel Ruíz se casó con Carmen Cortés, Chonele Galant con Alejandro y Filo con un chico de Murcia, dueño de una imprenta. Creo que estos acontecimientos los he citado por orden cronológico.

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Epílogo

T

oda una vida, porque durante ese tiempo me casé con Joaquina y nacieron mis cinco hijos. Esta es la primera foto con nuestros cinco hijos tomada el 11 de abril de 1965, por Mariaquiles, el único fotógrafo del pueblo, en un lateral de la Iglesia de Almoradí

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También en el transcurso de este cuarto de siglo, están los 18 años que ejercí de procurador en el Partido Judicial de Dolores, ya que en el año 1972 clausuraron el Juzgado de Primera Instancia e Instrucción, y desapareciendo por tanto el Partido Judicial que repartieron entre Elche y Orihuela. Por ello, aunque me di de alta en el Partido Judicial de Elche, cuando acabaron todas las diligencias de los tres asuntos que llevaba en marcha, me di de baja en el ejercicio de la profesión, porque, además de que nunca me había gustado actuar en las diligencia de embargo y desahucio, ya estaba trabajando en el Banco de Alicante y me era imposible compaginarlo con acudir a los despachos de los letrados y, por tanto, a los juzgados. Por otra parte, también tengo que hacer constar, que el ejercicio de la carrera de procurador resultaba muy difícil para mí, ya que nunca he tenido carnet de conducir, así que, como en esta profesión si tienes algún asunto en marcha has de acudir al juzgado casi a diario, yo tenía que aprovechar que alguien pasara por el almacén, bien en coche o en moto y molestarle pidiéndole que me llevara a Dolores para recoger la providencia y escritos de esos asuntos. Algunos días, que tenía señalamiento y no veía posibilidad de que algún amigo me pudiese llevar, ni que tuviera disponible la moto GAC del almacén, que no precisaba carnet para conducirla, me veía obligado a coger un taxi, que pagaba de mi bolsillo, sin poder cargarlo posteriormente. En resumen, tenía que resolver todos los días los problemas del transporte hasta el juzgado, así que decidí darme de baja de la profesión. Y así termina una etapa de mi vida en la que la música, el fútbol, los estudios, la guerra civil y los trabajos que ejercí, ocuparon gran parte de mi tiempo. Pero lo más importante de todo lo que me sucedió fue conocer a Joaquina y formar una gran familia. 238


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Sitúo esta memorias a partir del año 1925, porque sucedieron unos hechos este año que me impactaron profundamente y ya fueron almacenándose en la memoria. Anteriormente no recuerdo nada. Estos hechos fueron: Colegio del Maestro Zapatero, don Pascual Andreu Reig, donde ya iban a clase Pablo y Manuel Galindo, Antonio y Joaquín Gutiérrez, Toneca, Francisco el Forro, etc. Una gran nevada, que cayó el año 1925 ó 1926, y que contemplé desde el ventanal grande que tenía nuestro bar, el Bar 43, al lado del ayuntamiento, donde residíamos, viendo completamente blanca la plaza del pueblo. Y la muerte de Rosario Martínez Penalva, hermana de mi abuela materna María, que era casada con el tío Antonio Gutiérrez, Cabezote, porque sus hijas mayores, Rosario y Monserrate, eran todavía adolescentes, algo jóvenes para cargar con el peso de una familia de siete miembros, cinco chicas y dos chicos. Por esto, mi abuela las visitaba casi a diario y yo la acompañaba la mayoría de veces. El final de estas Memorias lo fijo en el año 1950, mes de mayo, que es el año que nos casamos Joaquina y yo, porque de lo contrario se haría interminable la historia de esta familia con cinco hijos. Y, además, abarca casi toda la vida del Almacén de Galant, ya que fue el mes de febrero de 1948 cuando empecé a trabajar allí, en espera de que señalaran la fecha de los exámenes para poder terminar la carrera de Procurador de los Tribunales, ya que tenía pasadas las práctica de dos años exigidas con el procurador en ejercicio don Enrique Galí. Una vez acabada la carrera y haber obtenido previamente el Diploma de Tenedor de Libros, hoy contable, de la Academia CCC de San Sebastián, continué trabajando en el almacén, pero con la condición de seguir con mis otras actividades, con la carrera y como músico en la banda, sin horario de entrada y salida. 239


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La actividad del almacén, cuando yo empecé, era casi familiar, pues la oficina era la cochera anexa al domicilio de Joaquín. Al año siguiente se construyó el auténtico almacén, entre los domicilios de Joaquín y de su cuñado y socio Manuel Ruiz Seva, el Cusque. Entonces empezó la verdadera actividad exportadora del Almacén de Galant, ya que allí no teníamos horario de trabajo. La faena era casi arrolladora, no cesaba nunca, pues los envíos a Francia, Bélgica, Reino Unido y Suiza de productos hortícolas, sobre todo alcachofas y melones, iba en aumento. En el año 1972, cuando desapareció el Partido Judicial de Dolores, me tuve que dar de alta en el de Elche, y entonces iba al almacén por las tardes, cuando volvía de Elche. Y ya en el año 1973 ingresé en el Banco de Alicante, en la oficina principal de Elche. Así hasta que en el año 1975 ó 1976 dejó de funcionar el Almacén de Galant. No quiero dejar este mundo, sin antes resaltar la gran labor humanitaria que desarrolló mi querida esposa Joaquina Andújar Arévalos, sobre todo con los más necesitados, durante muchos años de su vida. Ya, desde muy joven, formando pareja con su íntima amiga Lola Gutiérrez, visitaban en sus domicilios a los enfermos para entregarles, en nombre de la Conferencia de San Vicente de Paúl, una ayuda para paliar en lo posible sus necesidades materiales. Después, cuando ya pudo decidir por su mayoría de edad, siguió con su vocación de Hermana de la Caridad en hospitales, hasta que por enfermedad tuvo que dejar el Noviciado de Carabanchel, en Madrid. Como es natural, cuando nos casamos, ya había perdido su vocación religiosa, sin embargo, nunca perdió la vocación humanitaria.

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Parece ser que cuando a alguna persona le surgía algún problema, como recibos de la luz impagados, y por tanto con aviso de corte de fluido eléctrico, o de comprar medicamentos, antes de la creación del Centro de Salud, siempre había alguien que le indicaba que la que podía resolverlo era Joaquina. Así que, todos los alcaldes de esa larga época, desde los amigos Manolo Valdés, Luis Martínez Rufete y Guillermo Morales, y los parientes Antonio Alonso, Antonio Manzanera y Pepito Andújar, debido a que eran tantas las visitas que Joaquina hacía al ayuntamiento, terminaban por dar la orden al funcionario encargado de esos asuntos, que la atendieran, siempre que fuera una petición que entrara en la normalidad. En el mes de agosto de 1985 se le tributó un homenaje en el Casino de Almoradí, presidido por el cura párroco don Ángel Ferrer y los entonces diputados Asunción Cruañez y Joaquín Galant, con la entrega de un cuadro en el que se ve un plato de cerámica con el dibujo de Joaquina y una inscripción que dice “HOMENAJE A JOAQUINA ANDÚJAR ARÉVALOS POR SU LABOR HUMANITARIA. ALMORADÍ, AGOSTO DE 1985”. El cuadro lo trajo, ya confeccionado en la Fundación Francisco Franco de Madrid, su hermano Paco Andújar, el médico. Sería interminable detallar los actos humanitarios que protagonizó Joaquina, aunque en algunos de ellos tuviéramos que echar una mano para que pudiera realizarlos. Uno de los hechos, lo relataré sin orden y sin mencionar ningún nombre, con el fin de que nadie pueda identificarse al leerlo: Había en el pueblo una familia a la que Joaquina ayudaba desde que tuvieron su primer hijo, tanto a la hora de la llegada de la cigüeña como después. En aquel tiempo, aunque ya funcionaba la clínica de don Aurelio, todavía se recibían a las cigüeñas en casa. La cigüeña de esta familia era muy segura y puntual, llegaba todo lo más cada catorce meses. 241


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Pues bien, unos meses antes de que viniera, creo que por tercera vez, Joaquina, de acuerdo con la madre de lo que se esperaba, consiguió que la atendieran gratis en la clínica maternal que tenía la Caja de Ahorros de Monserrate en Orihuela. Así que cuando llegó la hora, serían las doce de la noche, que ya estábamos acostados, oímos el llamador de la puerta y eran el marido y la mujer con un niño de unos tres años y una niña de poco más de uno. Como no iban a ir cargados con los dos pequeños, porque tampoco era conveniente llevarlos a Orihuela, Joaquina no lo pensó más y me colocó a los dos en la cama, uno a cada lado mío. Seguidamente se marchó con el matrimonio a buscar a alguien que los llevara a Orihuela, a la clínica, dirigiéndose a esa hora al Casino, que todavía estaba abierto. Cuando explicó el motivo de su visita a los contertulios que había allí reunidos pensando ya en irse a dormir, salió enseguida un voluntario con coche y los llevó a la clínica de Orihuela, llegando tan justo a tiempo que, según me dijo Joaquina, al final mismo de la escalera, sin dar tiempo a llegar a la habitación, empezó el desembarco. Cuando dejaron bien instalados a la madre y al nuevo hijo en la habitación, volvieron a Almoradí y el padre se llevó a mis dos compañeros de cama. Ya tranquilos, nos acostamos nuevamente y Joaquina me contó las peripecias del viaje. Cuando acabó, como justificación, sólo me dijo: “¿Qué le vamos a hacer?” Y yo le contesté: “Pues tienes razón”.

Almoradí, mes de abril de 2007.

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Índice: Prólogo...............................................................................9 Mi infancia.......................................................................13 Familias de Almoradí........................................................27 El Banco Central de Almoradí..........................................41 Distribución de Almoradí.................................................45 La Plaza de la Constitución de Almoradí..........................49 Establecimientos y comercios de Almoradí.......................55 Fiestas en la calles de Almoradí.........................................60 Personas destacadas de la época........................................62 La II República en Almoradí ...........................................66 Viaje a Madrid.................................................................79 Seguimos con la II República en Almoradí ......................84 Estudiantes de Almoradí...................................................86 Atraco al Banco Central de Almoradí...............................93 La Guerra Civil Española.................................................98 Mi guerra.......................................................................119 Posguerra........................................................................149 Mis estudios en Madrid..................................................167 Mi regreso a Almoradí....................................................180 La Mili en Alicante y el Fútbol en Almoradí...................184 El negocio de la Funeraria en Sevilla...............................212 Mi Boda con Joaquina Andújar y nuestro viaje de novios a Barcelona.......................................................................221 Mi trabajo en el Almacén de Galant...............................228 Epílogo...........................................................................237

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Este libro se terminĂł de imprimir en AlmerĂ­a durante el mes de marzo de 2017




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