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PRESENTACIÓN
CAPÍTULO 1
EL QHAPAQ ÑAN Y LOS PUENTES COLGANTES
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Entre los grandes logros de la civilización andina, pocos se han ganado una admiración similar al de la red vial conocida hoy con el nombre de Qhapaq Ñan, “el gran camino”, una de las creaciones más asombrosas de la ingeniería y de la organización nativa. Red compuesta por numerosos caminos construidos tras milenios de ocupación humana y de estrategias de aprovechamiento de los recursos entre la costa marítima, los valles, la puna y la ceja de selva, el Camino Inca fue el medio que facilitó la ocupación de espacios difícilmente accesibles y la difusión de especies muy lejos de sus lugares de origen. El punto más alto de este desarrollo autóctono fue alcanzado por la organización política y social conocida como Tawantinsuyu, la “tierra de las cuatro partes juntas”, que integró a todas las sociedades prehispánicas de la región andina, lo que fue posible gracias a un complejo ordenamiento que permitió la administración de tan vasto territorio.
La implementación de estos caminos fue el resultado de una organización que supo canalizar una copiosa fuerza de trabajo, cuyos fundamentos eran los vínculos originales de cooperación y el contrato con el organismo estatal que controlaba y regulaba el acceso a los recursos. La célula base de tal organización era el ayllu: comunidad compuesta por familias unidas por una ascendencia común que trabajaban colectivamente un territorio y sus recursos. De este modo, el Tawantinsuyu garantizaba la disponibilidad y reproductibilidad de la mano de obra de los diversos pueblos que los incas lograron mantener bajo su control.
Dado que la importancia de la presencia inca en la historiografía colonial fue producto de la percepción europea, que solo conoció este período tardío de la civilización andina, mucho se ha discutido sobre su
importancia real en el desarrollo de la cultura andina. Por lo pronto, se puede decir que los incas tuvieron una influencia relevante en el aspecto administrativo y en la distribución étnica de diversas regiones. Se ha definido usualmente a la administración inca como centralista, carácter que debe atribuirse a su rápida expansión sobre un territorio tan amplio y variado. El área geográfica abarcada por la administración cusqueña estaba ordenada teniendo como eje la ciudad del Cusco; en concreto, una de las esquinas de la plaza Hauk’aypata, en lo que es actualmente la Plaza de Armas.1 Desde este punto partían, distribuidos en sentido cardinal, cuatro caminos que conformaban las vías principales de acceso a cada suyu o región. Hacia el noreste estaba el Chinchaysuyu, nombre que provenía del señorío costeño de Chincha, principal aliado de los incas en esta región y cuyo límite se encontraba en el río Angasmayo, en el extremo sur de la actual Colombia. En dirección al sudeste partía un camino hacia el Collasuyu, el área más extensa del dominio inca, denominado así por el señorío Colla, que llegaba en la sierra hasta la actual provincia de Tucumán (Argentina) y, con una desviación, hasta el río Maule en la mitad del Chile actual, a más de 250 kilómetros al sur de Santiago, capital de este país. Un tercer camino, que partía hacia el noreste, se dirigía al Antisuyu, llamado así por su posición respecto del Cusco2 y que incluía la región amazónica que fuera ocupada por los incas.3 Hacia el sudoeste, el camino partía hacia los valles interandinos del sur, en los actuales departamentos de Arequipa, Moquegua y Tacna, que conformaban el Contisuyu o región del poniente. Dada la orientación geográfica de la administración, el área de los suyu era desigual, pues mientras que el Chinchaysuyu y el Collasuyu abarcaban en su gran extensión a sociedades de una gran variedad étnica y cultural, el Contisuyu era una región mucho menor que agrupó a sociedades históricamente vinculadas a los desarrollos altiplánicos.
1 La plaza del antiguo trazado inca constaba de dos secciones, separadas por el río Huatanay. La Hauk’aypata era la plaza ceremonial, rodeada de los edificios más importantes de la administración y la religión oficial, mientras que en la otra plaza, llamada Cusipata, se concentraba la población llana o hatunruna, como partícipe en las ceremonias; esta última era también el espacio para los mercados o catu, que se celebraban periódicamente en la ciudad. La administración colonial lotizó y cubrió con edificaciones esta parte de la plaza, convirtiendo la antigua
Hauk’aypata en la Plaza de Armas, cuyo trazado fue proyectado sobre los antiguos recintos cusqueños, como aún permanecen hoy en día (ver Angles 1988: 74-87;
Rostworowski 1983: 83). 2 El término anti refiere al sol naciente (dirección este). 3 La extensión del Antisuyu ha sido objeto de controversia, dado que se suele identificar al poblador amazónico como el anti, lo que incluiría a los pobladores de la región norte de los actuales departamentos de San Martín, Amazonas y la ceja de selva ecuatoriana.
El camino que surcaba el Chinchaysuyu y el Collasuyu en dirección NO/SE a lo largo de la región montañosa, conformaba lo que ha sido llamado Camino Longitudinal de la Sierra,4 verdadera columna vertebral a través de la cual se establecieron los principales puntos de administración del Tawantinsuyu. Paralelo a este camino se trazó una ruta de una misma longitud a lo largo de la costa marítima, el Camino Longitudinal de la Costa, que unía a una serie de prósperos desarrollos de diversa extensión. Ambos caminos estaban conectados por ramales transversales que servían como conexión entre uno y otro.
Los cuatro suyu constaban de jurisdicciones, generalmente establecidas a partir de las sociedades originarias, aunque también de territorios habitados por mitmakuna, poblaciones trasladadas de regiones muy lejanas. Las jurisdicciones mayores eran llamadas wamani, palabra que los españoles tradujeron como “provincia”. La administración inca organizaba a toda esta población tributaria en múltiplos progresivos de diez (chunka), cien (pachaka), mil (waranga), diez mil (chunka waranga), cien mil (pachaka waranga) y un millón (hunu), estando cada grupo coordinado por dos administradores que se encargaban de la mitad de cada conjunto de tributarios (pichka chunka, pichka pachaka, y así sucesivamente). La unidad de tributarios, conocida como waranga, abarcaba en muchos casos la extensión poblacional de un grupo étnico o una sección del mismo. Tal distribución hacía viable el sistema de tributación por trabajo conocido como mita, cuyo fin era la construcción y mantenimiento de las obras públicas.
Uno de los fines de esta organización era la administración de los recursos disponibles, con los cuales se mantenían las campañas militares, las obras públicas y, en especial, las relaciones de reciprocidad y redistribución entre el Estado y las poblaciones sometidas. El Estado proveía el sustento para mantener la mano de obra a partir de los recursos recaudados y redistribuidos a lo largo de diversas instancias de gobierno y de los pueblos tributarios, en tanto que la población, organizada en ayllus o unidades mayores derivadas de aquellos, era monitoreada para el desarrollo de obras específicas como caminos, puentes y otras edificaciones a cargo de maestros y conocedores en tecnología nativa. A cambio,
4 Los nombres de los caminos longitudinales, tanto de sierra como de costa, son términos acuñados por el proyecto Qhapaq Ñan del Ministerio de Cultura.