beatr2011

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“PERMANECED EN MI AMOR” (Jn 15, 9)

Paz y Bien Llegados al final de este año jubilar, se nos adentra en el alma un sentimiento de nostalgia semejante al que experimentamos en el día de santa Beatriz, cuando la hora de la tarde apaga en los claustros los ecos de la fiesta. Los días tienen su ocaso, pero no lo tiene el amor. Los jubileos tienen su fin, pero permanece el espíritu que los ha justificado. En esta hora de nostalgia por un jubileo que termina, quiero fijar la mirada sobre lo esencial de vuestra vida, lo que viene de lejos, porque es de siempre y está llamado a permanecer.

Perseverancias que hacen Iglesia La Iglesia es una, y lo que de ella se dijo cuando daba sus primeros pasos después de Pentecostés, se dice siempre, también hoy, cuando el Espíritu de Dios la está llevando hacia un mundo nuevo. De la primera comunidad de hombres y mujeres que aceptaron la palabra de la predicación y se bautizaron, se dice en los Hechos de los Apóstoles: “Perseveraban en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones” (Hch 2, 42). Y eso mismo ha de poder decirse de quienes formamos en este tiempo último la única Iglesia de Cristo.

Perseveraban en la enseñanza de los apóstoles

te enseña para que conozcas. “María conservaba todas estas cosas en su corazón” (Lc 2, 51). Haz de tu corazón, hermana concepcionista, la casa de la Palabra del amado de tu corazón. Tu búsqueda es expresión de tu amor: “En mi lecho, por la noche, buscaba al amor de mi alma; lo buscaba y no lo encontraba. Me levantaré y rondaré por la ciudad, por las calles y las plazas, buscaré al amor de mi alma” (Cant 3, 1-2). Porque amas, buscas. Porque amas, perseveras en buscar. Ser buscadores es la condición de todos los creyentes. Es tu condición, hermana concepcionista. La perseverancia en la enseñanza de los apóstoles es tu primera forma de búsqueda en la noche, es tu primera forma de “rondar por la ciudad” para encontrar al amor de tu alma. La palabra de la enseñanza apostólica que acogida y profesada te lleva a Cristo, es el vínculo primero que te une a los demás para formar con ellos el único cuerpo de Cristo.

Perseveraban en la comunión La “comunión” es la forma específica de relación que la fe establece entre los que creen en Cristo. La “comunión” hace referencia a lo que es común a los creyentes: una fe, un bautismo, un Mediador, un Espíritu, un solo Dios y Padre, un solo corazón, una sola alma. La “comunión” no es lo tuyo, sino lo de Dios en ti: es gracia, es don, es regalo de amor, es fruto de la entrega de Cristo.

Considerad lo inefable de vuestra fe. Con palabras pobres nos acercamos en el credo a la fuente que eterna “mana y corre, aunque es de noche”: “Creo en Dios, Padre todopoderoso… Creo en Jesucristo, su único Hijo… Creo en el Espíritu Santo”. Confesamos lo indecible de Dios, porque su silencio se nos ha hecho palabra en el misterio de Cristo Jesús. Por eso, si tú, hermana concepcionista, quieres saber de Dios, si quieres entrar en la oscuridad de su misterio, sentada a los pies del Señor, escucha como María su palabra (cf. CCGG OIC, 40).

Fíjate, y la verás brotar con fuerza allí donde nosotros habíamos puesto sólo división, pecado, violencia, muerte. Fíjate en Cristo crucificado. Él dice: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34), y allí mismo, un criminal ajusticiado se acoge a una gracia que no conoce y, antes de entrar en el paraíso que se le promete, entra en comunión de verdad con aquel que se lo promete. Allí mismo, un centurión, “al ver lo ocurrido, daba gloria a Dios, diciendo: «Realmente, este hombre era justo»” (Lc 23, 47). Sin aquel crucificado no es posible esta comunión. Sin aquella entrega no es posible esta reconciliación. Sin aquel amor no es posible esta gracia (cf. CCGG OIC, 95).

El deseo de conocer lo que necesitas para vivir, te llevará a apegarte con fuerza a la palabra de quien

Por la gracia de la “comunión” se va realizando en el mundo nuevo, en la comunidad eclesial nacida


del costado de Cristo, lo que la Palabra encarnada nos había revelado acerca de la comunión que es Dios. Si la perseverancia en la escucha de la Palabra es tu modo de buscar al que amas, la perseverancia en la comunión es tu modo de abrazarlo cuando lo has encontrado.

Perseveraban en la fracción del pan Dado que la comunión en la que has de perseverar nace de la Pascua de Cristo, la podrás mantener sólo si perseveras en la fracción del pan, en la Eucaristía, memoria de la obra de la salvación que se ha consumado en el Misterio de la pasión, muerte y resurrección de Cristo Jesús. En el sacramento de la Eucaristía partimos el pan que nos une a todos en el cuerpo de Cristo. En la Eucaristía santificamos el cáliz de nuestra acción de gracias, que nos une a todos en la sangre de Cristo. La Eucaristía es el sacramento de la vida entregada de Jesús de Nazaret, es el sacramento de su amor hasta el extremo, un amor que, por ser sin medida, ha hecho un cuerpo solo de quienes éramos no sólo muchos sino también divididos (cf. CCGG OIC, 75). Este admirable sacramento que llamamos “fracción del pan” o Eucaristía, siendo memoria de la Pascua de Cristo, es misterio en el que, por darnos vida, está escondida la “eterna fonte” que es Dios mismo:

Perseverancias concepcionistas Queridas: En común con los demás religiosos, tenéis como norma de vida el seguimiento de Cristo. Ésa es vuestra regla suprema. Pero la familia religiosa que tiene su origen en la experiencia carismática de santa Beatriz de Silva, ha de cultivar con amor perseverancias propias, que son como sus señas de identidad: La contemplación del misterio de la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María, y el empeño por imitar y reproducir sus virtudes.

Contempla siempre lo que siempre quieres honrar Eres de Cristo, hermana concepcionista; pero tu consagración a Dios por Cristo has querido hacerla “a honra de la Concepción Inmaculada de su Madre”. Habrás de conocer, por tanto, lo que quieres honrar; y habrás de contemplar lo que necesitas conocer. Mira a tu Madre con la mirada complacida de Dios sobre su propia obra; mírala con la mirada del ángel de la anunciación; mírala en el corazón de la Trinidad Santa, y mira a la Trinidad Santa en el corazón de tu Madre. Mira a tu Madre con los ojos y el amor de Jesús, mírala con la fe de la Iglesia, mírala con la admiración del hermano Francisco de Asís: “Salve, Señora, santa Reina, santa Madre de Dios, María, virgen hecha Iglesia” (SVM, 1).

“Aquesta eterna fonte está escondida en este vivo pan por darnos vida, aunque es de noche.

Si consideras lo que María recibe en su Inmaculada Concepción, entras en un misterio de plenitud en la gracia, en la hermosura, en la bendición (cf. CCGG OIC, 48).

Aquí se está llamando a las criaturas, y de esta agua se hartan, aunque a oscuras, porque es de noche.

Si consideras el amor de donde todo procede, el amor que todo se lo da, entrarás en un abismo de transparente gratuidad.

Aquesta viva fuente que deseo, en este pan de vida yo la veo, aunque es de noche” (Juan de la Cruz).

En el misterio de la Inmaculada Concepción de la Virgen María contemplas lo que, por gracia, tú has empezado a ser en la Iglesia, y lo que, por gracia, un día la Iglesia ha de ser en plenitud.

Por la Eucaristía entramos en la vida de la Trinidad Santa, en la divina comunión, para ser hijos de Dios en el Hijo único de Dios.

Perseveraban en las oraciones Puesto que todo es gracia –lo es la palabra de la predicación, lo es la comunión fraterna, lo es la Pascua del Señor, y lo es la eucaristía que celebramos en su memoria-, todo ha de ser humildemente pedido y por todo hemos de dar humildemente gracias.

Podrás hacer tuyas, hermana concepcionista, las palabras del cántico de la Virgen María: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador” (Lc 1, 46-47). Pero no sólo has de permanecer en la contemplación de la grandeza de Dios en la Virgen María, en la virgen Iglesia, en tu vida virginal; habrás de contemplar también al mismo tiempo la pequeñez de la esclava del Señor, la debilidad de la Iglesia y tu pequeñez de creyente.


La fe te ayudará a iluminar, desde la Virgen María, tu mundo, tu noche, tus inquietudes, tu sufrimiento, tus alegrías. Y la experiencia de tu condición, de tu vida, de tu pequeñez, te ayudará a adentrarte en el misterio de la pequeñez de María de Nazaret.

Imita lo que has contemplado El hábito que llevas, hermana concepcionista, recuerda en cada uno de sus elementos la vocación a la que has sido llamada, la obra de la gracia de Dios en ti. El Señor ha querido que tu vida imitase el misterio de la Virgen Inmaculada, y te llamó a la pureza del alma y del cuerpo, a un desposorio de amor con el Rey del cielo, a llevar en tu corazón a la Madre del Rey, a imitar su conducta inocentísima, a seguirla por el camino de la humildad que todo lo acepta, y de la obediencia que todo lo entrega a su Señor.

Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día” (Jn 1, 35-39). Nosotros hemos de traducir “¿dónde vives?”, aunque el evangelista escribió “¿dónde permaneces?”. Pero no quisiera, hermanas, que la necesidad de entendernos mejor cuando hablamos, nos privase de adentrarnos en la luz del misterio cuando contemplamos. Pues Jesús, que “vive” en un lugar, permanece –vive- siempre en Dios. En aquel otro día de revelación asombrosa, el Señor dijo a Felipe: “Quien me ha visto a mí ha visto al Padre… ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí?” (Jn 14, 9-10). Luego dijo a Judas, el de Santiago: “El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él” (Jn 14, 23). Y a todos los discípulos: “Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor” (Jn 15, 9).

Si imitas lo que contemplas en tu Madre del cielo, la blancura exterior de tu vestido evocará la hermosura de la obra de Dios en tu vida.

Ya sabes, hermana, dónde has de permanecer, dónde has de vivir: en el amor con que Cristo te ha amado, amor que él ha comparado con el del Padre a su único Hijo. Tu casa es el amor con que Dios te ama.

Más allá de nuestras perseverancias: La vida en Dios

Conclusión

Aquel fue un día de experiencia mística. “Juan estaba con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: «Este es el Cordero de Dios». Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: «¿Qué buscáis?». Ellos le contestaron: «Rabí, ¿dónde vives?». Él les dijo: «Venid y veréis».

Se cierra el año jubilar de la aprobación de la Regla de la Orden de la Inmaculada Concepción. Permanece la forma de vida que en las palabras de la Regla quedó recogida y aprobada. Permaneced en el amor. El Señor os bendiga y os conceda su paz.

Roma, 15 de julio de 2011 Fiesta de San Buenaventura, Doctor de la Iglesia

Fr. José Rodriguez Carballo, ofm Ministro general OFM

Prot. 102128


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