EMPRENDEDORES Y SUS POSIBILIDADES EN PAÍSES DE AMÉRICA LATINA ALEJANDRO BARRERO DELGADO
ALEJANDRO BARRERO DELGADO Alejandro Barrero Delgado Ingeniero Químico, profesional a los 22 años de la Universidad de Chile, ni bien llegó a Bolivia puso de manifiesto su capacidad creadora al diseñar y construir una Industria de productos farmacéuticos “QUIMBOL BARRERO Y CIA” en la ciudad de La Paz–Bolivia el año 1942, produciendo clorhidrato de quinina y sus derivados en el campo de la medicina (inyectables entre los primeros de la industria nacional), industria que quebró espectacularmente al finalizar la segunda guerra mundial. No se desanimó ni desesperó ante las calamidades. Y con lo que pudo salvar partió hacia los Lípez el año 1947. Fue el inicio de la conquista del desierto más alto del planeta, logrando con su empuje y dinamismo establecer la empresa HORSU en las fronteras con Chile y Argentina. Siendo el vigía del suelo boliviano, soldado presto y efectivo del suelo Patrio, sabe del sufrimiento del minero porque participa y vive junto a ellos para mantener su empresa pionera y reconocida como la primera hacedora de la industria química básica boliviana. Aseveración que fue descrita en el Informe realizado por la misión V.S. De Beausset (1959/1960) al gobierno de Bolivia, al ver el trabajo, los proyectos, los estudios y la producción de Carbonato de Soda (Soda Ash) en Cachilaguna, Nor Lípez–Potosí.
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ISBN: 978–99954–577–8 Depósito Legal: 4–1–780–14 Copyright 2013 Alejandro Barrero Delgado All rights reserved Toda reproducción se hará citando la fuente y comunicado del autor Foto portada: Alejandro Barrero Delgado Salar de Uyuni 1947 Colaboración: Susana Barrero, Corina Barrero, Cristina Garrón y Alfonso Barrero Diseño y diagramación: Micaela Barrero V. Tercera Edición 2019 Impreso en La Paz–Bolivia
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“A mi amada esposa Nelly fuente de amor y energía en mi azarosa y feliz vida” — Alejandro Barrero Delgado
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Alejandro Barrero Delgado
ÍNDICE
Notas preliminares necesarias en la Presentación de la obra de Alejandro Barrero Delgado 13 Preámbulo 18 Alejandro Barrero Delgado Autobiografía 23 Mi padre 23 Mi abuelo Paterno 23 Mi abuelo Materno 24 Niñez 24 Adolescencia en La Paz 26 Mi Madre 28 Viaje de Estudios 31 Retorno a Bolivia 35 Electroquímica Boliviana 37 Ácido Sulfúrico 38 Quinina 41 Matrimonio 45 Mina Cascabel 49
Buscando Alternativas 55 Lixiviación de Cobre 56 Sulfato de Sodio 57 Trona estudios de factibilidades 58 El Ingeniero Industrial Dr. V. S. De Beausset’s 61 Sur Lípez Primera Expedición 63 Azufre 66 Azufrera Corina 69 Campamento en Corina 71
Transportando el azufre con llamas
Fútbol de Altura Estrenando nuestro cementerio
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“¡Así es la Vida … ¡Y así es!” 79 Mina de Cobre Río Grande 80 Azufrera Kaquella 82 Azufrera Cañapa y Don Placido Mena 83 Azufrera Uturunco 86 Caminos de sal y sol 89 San Antonio, La Verde y Farellón 89 Metal Mercurio 90 La Verde 92 Mina Farellón 94 Mina San Antonio 95
Azufrera El Desierto 97 Azufrera San Pablo 98 SOLMIN su formación 99 Alquiler "El Desierto" 101 La producción de SOLMIN 103 Mi cumpleaños 104 Visita del Presidente René Barrientos Ortuño 107 Intervención 109 El Escape 111 En Ollagüe 113 La nueva comisión de la COB 114 Mina Capuratas 117 San José la mina de manganeso 118 Sur Lípez Segunda Expedición 121 Azufrera Nelly 121 Descubrimiento de la Azufrera Susana 123 Inicio de labores en Susana 125 Azufrera Cabana 126 Acontecimientos y anécdotas 129 La historia del Gaudencio Mamani 129 La historia de “¿Operación Cóndor?” 130 Odisea de Carnaval 132 Sur Lípez Tercera expedición 139
Comisiรณn Militar y la Mina Susana 143 La Yareta 145 El trabajo 146 Geรณlogos Canadienses 148 Planta de flotaciรณn en Susana
151 CODELCO Chile 154 Incendio en mina Susana 155 Emilio Bukovic transportista 157 Molienda de Azufre 157 Collpa Laguna 163 Hito Cajones 165 Puesto Militar Susana 166 Crude Oil 169 Mina La Casualidad 175 Venta de azufre en la Argentina
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Crotone 183 Azufrera Catania 184 Financiamiento 187 Intento de robo de azufre 195 Otro Episodio 196
Emergencia 197 Otra Emergencia
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Ulexita 201 Occidental Chemical 202 Ácido Bórico 204 Comencé los trabajos de Ácido Bórico 205 Conclusiones
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Apéndice 211 I Informe del Ing. Industrial DR. V. S. De Beausset’s 213 II El cielo vía Susan, poema de Pablo Cingolani 217 III Nota final del Editor 223 IV Castillos de Invierno 229 V Ubicación Geográfica 233 VI Discurso del Dr. Luis Ossio Sanjinéz (ex Vicepresidente de Bolivia) 237 VII Resoluciõn
En homenaje al ingeniero Alejandro
Barrero Delgado celebrando los 110 años
de creación del Cantón de Quetena Grande
VIII
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El Espíritu de la Montaña
por Alejandro Barrero Villanueva (Nov. 1947–Mar. 2013)
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Index Fotográfico 251
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NOTAS PRELIMINARES NECESARIAS EN LA PRESENTACIÓN DE LA OBRA DE ALEJANDRO BARRERO DELGADO
“A la edad de los 22 años conocí al hombre que llenaba todos los moldes por mí soñados, Alejandro Barrero Delgado y me casé con él. Me enfrenté a innumerables problemas, no me había casado con un hombre simple y corriente y mi vida tuvo que ajustarse a la del hombre idealista, luchador, al conquistador del mundo, pues él tenía la simiente del que no se conforma con una simple vida de hogar. No solamente la escritura y el arte las expresan. También todos los que trabajan honestamente dejarán algo hermoso en la tierra. Espero haber sido bien comprendida y que este trabajo dé frutos futuros para el bien de la empresa y sea la llave que nos permita ser”.
— Nelly Villanueva de Barrero
“Alejandro Barrero Delgado, mi padre, escribió su biografía a los 91 años de edad; una mente lúcida y una gran fuerza de voluntad, lo llevaron a concluir esta obra en unos pocos meses. No fue una sorpresa para nosotros, pues ésta era una actitud propia de su carácter batallador, de su forma de ser: tenaz y persistente.
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Fue con esta misma determinación que llegó a concretar muchos proyectos, la mayoría de las veces con escasos recursos, utilizando tecnología que conocía para adaptarla, improvisando sus propios métodos y sistemas. No solo trabajo duro, sino también tuvo que enfrentarse a la complejidad de las políticas mundiales y las ambiciones de muchos en el ámbito local. Sin embargo su carácter y tesón siempre se impusieron ante la adversidad. Sin desalentarse volvía a construir sobre lo perdido, y emprendía un nuevo viaje en busca de nuevas posibilidades, nuevas rutas, nuevos sueños, dispuesto a empezar nuevamente. Mi madre contaba que cuando las cosas andaban mal, ella no se daba cuenta, pues para mi padre siempre habían nuevos proyectos, nuevos retos; el camino era siempre hacia adelante. Apasionado por saber tanto de los avances científicos como de los procesos políticos, es un gusto conversar con él y más que conversar, escucharlo. Escuchar lo que piensa, lo que sabe, lo que ha visto. Leer su biografía es como escucharlo, con sus explicaciones científicas, siempre presentes, sus relatos de viaje, sus exploraciones, donde lo simple y cotidiano se torna conmovedor. Con la espontaneidad del que va deshilando un gran cuento alrededor de una fogata, Alejandro Barrero Delgado, nos deja plasmado este testimonio de su recorrido. Incansable caminante por la tierra de Los Lípez, armando una trama de vida con las huellas que dejaba a su paso, de aquí para allá, de una cumbre a otra, de un poblado a otro, de un proyecto a otro, vemos en su biografía las huellas de sus viajes, al igual que las huellas de su vida, enroscándose alrededor de los acontecimientos para desgranarlos uno a uno, como si se tratara de un racimo uvas, saboreando cada uno de sus frutos como se supone que tiene que ser el acontecer del hombre aquí en la tierra. Con la sencillez por lo vivido, por lo caminado, lo conquistado, lo perdido: todo en la misma medida de la balanza.
— Corina Barrero Villanueva
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“Con espíritu pionero Alejandro Barrero Delgado, inicia la apertura y penetración de caminos en la zona de Lípez. Fue el inicio de la conquista de nuestra Soberanía y del Desierto con sus riquezas, abriendo caminos, descubriendo aguadas, incluso dando nombre a soberbias montañas como “Nelly”. Frente al volcán Licancabur y Laguna Verde. —“Desde sus cumbres el cóndor avizor contempló a nuestros antepasados”—Algo digno de hacer notar como el testimonio pionero que confirma la sacrificada exploración y prospección del trabajo realizado por él hace ya más de 60 años, sentando soberanía con humildad. Posteriormente llegó el Ejército de Bolivia, estableciendo su cuartel en este centro minero al presente. Testimoniando esta aseveración, con las propias declaraciones del connotado geólogo Alfheld, y a sus correspondientes mapas de la zona de Los Lípez, la cual era considerada como zona inexplorada. La publicación del libro de Alejandro Barrero Delgado recoge de forma testimonial esta historia trascendiendo más allá de ellos, un reconocimiento a todos aquellos que compartieron con gran tesón y sacrificio un trabajo esforzado y mancomunado, desplegado en una de las zonas más inhóspitas del territorio nacional, creando nuevas fuentes de trabajo y de divisas para el estado, produciendo y refinando minerales: Carbonato de Sodio, Sulfato de Cobre, Bórax, Azufre de la más alta pureza 99,5%. Con el respaldo documentado y realizado por organismos nacionales e internacionales en la elaboración de los planos o cartas geográficas oficiales de la República de Bolivia realizada por el Instituto Geográfico Militar el año 1967, por los informes de GEOBOL y Publicaciones diversas en revistas, recortes de prensa y Televisión PAT (1992/2001/2004). Seminarios y Exposiciones públicas: Hotel Plaza (mayo de 1992), Galería de Arte Salar octubre/1998, a la que le seguirían innumerables presentaciones en las que podemos ver imágenes fotográficas históricas, así como también por la visita oficial que hizo el ex Presidente de la República Gral. René Barrientos Ortuño el año 1965 a las plantas
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del Desierto, San Pablo de Napa y Concepción (SOLMIN Ltda.), emplazadas en las cercanías de los salares de Empexas y de Uyuni. Independientemente él trabajó sus yacimientos 500 Km. más al Sur en la Latitud Sur Extrema de Bolivia, conformando el año 1980 el Grupo Minero Hortencia Susana Sociedad Anónima HORSU S.A. Siendo una de las motivaciones básicas el hacer conocer la obra e historia de Alejandro Barrero Delgado por más de medio siglo y ésta no se pierda como agua entre las manos. Son razones por demás que me llevaron a desarrollar el trabajo que me impuse hacer desde hace 15 años atrás, batallando desde ese primer día 9 octubre de 1998. Con el nombre de: “Cultura en el Espacio—VOLCANES Y MINEROS, HÉROES Y POETAS—Valorizando la Historia” La misma nace en todo mi ser a los 7 años de edad traqueteando y durmiendo en las piedras al lado de mi padre, con él pisé esta tierra de Sur Lípez por primera vez el año 1963, descrito por él mismo en su prólogo. Este hacer fue para mí una forma de sobrevivir a la bomba atómica que nos cayera el año 1991. Arrastrando y perdiéndolo todo… Fue y sigue siendo la única manera de superar aquello que destruyó el trabajo de toda una vida con la quiebra total de lo que fue el Grupo Minero Hortencia Susana Sociedad Anónima HORSU S.A. “No importa la derrota si de ella se extrae el conocimiento del espíritu que nunca muere”. Concluyendo al presente todo el trabajo realizado por los Barrero en esta región de Sur Lípez marcada con la muerte de mí hermano Alejandro en Marzo de 2013 donde habitó rodeado de sus montañas, en las alturas de la tierra que trabajó, caminó y abrazó desde su infancia. Transfiriendo todas sus propiedades, infraestructuras y equipos a la comunidad de Quetena Grande descrita en el acta del 18 de abril de 2013 a su vez planteando en la misma la creación de una Corporación Socio Económica Cultural “Espíritu Santo” emplazada en el Salar de Chalviri e integrada por la Comunidad y la asociación fundación La Mina. Haciendo de este trabajo realizado la columna vertebral
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a seguir. La energía nunca se pierde. Nuevamente todo cambia, se renueva, se transforma. La sabiduría popular es definitiva y nada es más cierto. “Detrás de un Gran Hombre siempre hay una Gran Mujer”. Nelly Villanueva de Barrero es el alma sostenedora quien en los momentos mas duros fue la coraza invencible de amor y fortaleza. Al final presintiendo lo que se venía, llena de sabiduría nos dejó su esencia misma en su “Testamento de Vida, de Ser y Despertar a mis Hijos”. Transcribimos una parte del mismo… Es el momento del despertar, un gran choque, pena, algo que nos sacuda y nos enfrente con la vida donde no es el saber, sino el control de sí mismo hacia nuestro ser interno, tensar las cuerdas y saber que sobrepasamos las calamidades. El dolor no acabará con nuestra vida, mas bien nos dará fuerzas y desarrollaremos más nuestras posibilidades para ser mejores. ¡Cuanto se ha luchado y cuanto todavía se tendrá que luchar! Este es el tema a desarrollar, ante nosotros está la responsabilidad de orquestar una gran empresa, es el momento crucial. Hijos, hemos de probar nuestra esencia, ante todas las calamidades, los malos entendidos que surgen como notas discordantes y es como en una orquesta antes de su debut. Nos encontramos en el entrenamiento y escogemos un cuarteto un concierto o ¿una gran sinfonía?... Para esto se necesita humildad, ningún instrumento destacará: debemos fundirnos en un todo armónico, que no haya desafinamientos, que nos concienticemos del tema, que nuestras voces transmitan un mensaje que serán enseñanzas eternas. No solamente la escritura, el arte las expresan. También todos los que trabajan honestamente dejarán algo hermoso en la tierra. Espero haber sido bien comprendida y que este trabajo de frutos futuros para el bien de la empresa y sea la llave que nos permita ser”. Hoy puedo decir que el propósito fundamental fue alcanzado con la publicación del libro “Emprendedores y sus posibilidades en países de América Latina”.
— Alfonso Barrero Villanueva
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PREÁMBULO Viaje de la Añoranza: Alfonso Barrero Villanueva en compañía de Pablo Cingolani, deciden emprender viaje por los Lípez con el objetivo de volver a los sitios que marcaron su niñez, y con el transcurrir del tiempo tomó las hermosas fotografías soñadas y vagamente retenidas en la memoria. Partieron de La Paz en bus viajando todo el día hasta llegar a Arica, y toda la noche hasta llegar a Calama, residencia actual de Alejandro Barrero Delgado, padre de Alfonso. Después de un breve descanso emprendieron viaje en camioneta siguiendo la ruta que lleva a las azufreras. El 11 de noviembre de 1998 partieron en dirección a hito Cajones, frontera entre Chile y Bolivia. Actualmente se puede llegar en cuatro horas hasta Laguna Verde, donde se halla el retén aduanero boliviano y policía de investigaciones, siguieron orillando Laguna Verde en dirección a la quebrada de río Amargo entre las montañas de “Aguas Calientes” y “Tres Cumbres” allí encontraron restos de lo que fue la planta de molienda, flotación y fundición, (abandonado, saqueado y destruido), a 12 Km. al este subiendo por río Amargo se encuentra la azufrera Susana en el cerro del mismo nombre a una altitud de 5.400 msnm. Alfonso recordó de inmediato la primera vez que llegó a este lugar a los siete años cuando su padre venia a iniciar labores y prospecciones en la zona. Pasaron la noche debajo de unas grandes piedras, y naturalmente le daba miedo que le cayeran encima. Lo tranquilizaba su padre. Llevaban carpas de camión que colocaron entre las piedras en calidad de techo, para evitar la camanchaca y el frío del amanecer, se encontraban a 4.500 msnm, las temperaturas nocturnas del desierto a esa altura son muy bajas, su padre le entregó una bolsa de plumas para dormir, no paso frío. En esa oportunidad los acompañaban muchos trabajadores y dos camiones con vivieres y materiales. Al día siguiente todos se pusieron en actividad, iniciando la construcción de habitaciones, techaron el
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mismo día una habitación con calamina. Sobre una piedra se instaló una balanza, y se procedió a repartir víveres al personal. Así se daba inicio a las labores en el yacimiento de azufre, posiblemente la más grande de Sudamérica, los ingenieros norteamericanos que hicieron la prospección años después lo afirmaron. En este último viaje después de 35 años, Alfonso de profesión arquitecto y vocación de poeta disfrutaba de la belleza del lugar, sus cerros, cumbres, los fantásticos colores de las lagunas. Todo esto lo inspiró, comenzó a escribir poemas sobre la eternidad de los cerros y la fragilidad del hombre, disfrutó al máximo con sus fotografías, las cuales fueron varias veces expuestas en conferencias y obtuvieron admiración y elogios. Ahora con gran pesar observaban que todo había terminado, campamentos en ruinas, plantas y equipos desmantelados; lo que quedaba estaba oxidado y abandonado. Los yacimientos de azufre de origen volcánico dejaron de tener valor económico debido a nuevas tecnologías (Canadá) recuperando el azufre del petróleo en forma de pellets (pequeñas esferas) sin costo alguno al inicio de la década de los 70’s. Sin embargo, por la lejanía de los grandes productores de petróleo sumados a los fletes marítimos, aún podíamos competir con leve margen de utilidad con mercados locales de Chile y Argentina. Debido a esta fragilidad, la empresa se embarcó con un proyecto de inversión de cierta magnitud, construyendo (1988–1990) una planta para tratar 70.000 ton/año de mineral de azufre Molienda/Flotación y Fundición obteniendo un producto de la mas alta calidad (99,95%) bajando los costos y ser competitivos, copando los mercados de Chile, Argentina y Brasil, y consolidar una fuente de trabajo y de divisas para el estado, a su vez resguardando una frontera débil y desprotegida además la más despoblada de Bolivia. Pero en este mundo atroz y feroz llegó la guerra del Golfo Pérsico (Invasión de Irak a Kuwait segundo y primer productores de azufre del mundo) que determinó de la noche a la mañana que el valor del azufre cayera de 80 $us/ton a menos de 10 $us/ton en los puertos del
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Pacifico/Chile... Esto debido a que Canadá siendo el tercer productor del mundo de azufre nunca se imaginó que la guerra sería tan corta y dejó de vender a sus clientes, circunstancia que abrió las puertas a otros grandes productores como México capturando estos mercados, ocasionando que el Canadá para recuperar a sus antiguos clientes baje los precios liquidándonos...!!! Sumándose a todo esto, reglamentaciones muy estrictas a nivel mundial, debido a que el anhídrido sulfuroso es un contaminante inaceptable de la industria pesada en general, se recuperó azufre en forma de ácido sulfúrico prácticamente hasta de las piedras...Como un ejemplo tenemos al Japón que: ¡Lo regalaba a quien lo recoja de sus puertos, por lo caro que le resultaba construir esferas antiácido donde conservarlo!
— Alejandro Barrero Delgado
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GRUPO MINERO HORTENCIA SUSANA(HORSU S.A.)
NOR LÍPEZ–GRUPO SUR LÍPEZ–GRUPO HORTENCIA SUSANA Cachilaguna: Carbonato de Susana: Azufre Sodio Suc. Susana: Azufre Corina: Azufre Nelly: Azufre Rosario del Rey: Azufre La Amarga: Carbonato de La Verde: Sulfato de Cobre Sodio La Negra: Sulfato de Cobre Collpa Laguna: Carbonato de Sodio
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ALEJANDRO BARRERO DELGADO AUTOBIOGRAFÍA
MI PADRE Mi padre, Corsino Barrero Balza, ejercía como médico en el regimiento militar de Viacha. Lo acompañaba mi madre, doña Corina Delgado Frías, chilena de nacimiento, y allí fue donde decidió el destino que naciera yo. Mi madre contaba que hacia un frío tremendo el día en que yo nací, un 16 de enero del año 1918. Posteriormente durante la Guerra del Chaco la participación del Dr. Cnl. Corsino Barrero Balza Sub Director General de Sanidad Militar fue destacada y sacrificada, figurando en las páginas de la historia de la medicina Boliviana como en los anales militares. “Archivos Bolivianos de la Historia de la Medicina” Vol. 2–N°2 junio/diciembre 1996 Pág. 204.
MI ABUELO PATERNO Mi abuelo paterno, don Corsino Balza, Coronel del Ejército Boliviano, combatió durante la Guerra del Pacífico. Don Corsino cayó prisionero con toda su tropa después de Camarones. En Iquique, donde se encontraba recluido, colaboró en la manutención de sus
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soldados, vendiendo todo su patrimonio de la ciudad de Tacna para mantener y alimentar al ejército boliviano, él tenía propiedades en Sucre y en Chile. Año tras año reclamó al Congreso Nacional que se le devolviera su dinero, hasta su muerte, sin conseguir nada. (Toda la documentación oficial que se trato tanto en el Congreso de Bolivia como en publicaciones de prensa las conserva mi hijo Alfonso).
MI ABUELO MATERNO Mi abuelo materno don Alejandro Delgado Beitia combatió como teniente en el ejército chileno durante la Guerra del Pacífico. Era un conocido y eminente economista, fue Contralor de la República y fundador del Banco Central de Chile. El papel moneda, que circuló en los años 1905–1910 lleva su firma.
NIÑEZ Mi infancia fue feliz, mis padres siempre cariñosos y dedicados, tenía muchos amigos, en el colegio la pasaba muy bien. En Bolivia la vida era sencilla y a la vez llena de sobresaltos. La inestabilidad política le daba sabor, por decirlo así, al cotidiano de la gente. Me tocó saborear los cambios que surgen de este tipo de situaciones y fue por eso que cuando aún era niño a mi padre lo desterraron del país; obligándonos a viajar a Chile para trasladarnos después de dos años a Argentina, donde fue autorizado para ejercer como médico en la Provincia de Rosario, Cantón de Mal Abrigo, a orillas del río Paraná. Era una colonia de inmigrantes suizos en la que se trabajaban varias miles de hectáreas para producir cereal y frutales. Como los pequeños pueblos, el lugar tenía cuatro esquinas en las que estaban el almacén, el correo, el telégrafo y la casa del médico. La escuela se encontraba a unos pocos kilómetros de la esquina poblada.
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Íbamos a caballo a la escuela, los animales se amarraban en una madera a lo largo de la entrada y al terminar las clases: ¡Era una de carreras a caballo sin montura!. Nuestra entretención era cazar pajaritos que en esa zona eran una plaga, por la cantidad de granos. En nuestras flechas con tira de goma, usábamos bolitas de arcilla. No se conocía la piedra, la gente no las conocía, no existían en la pampa. Todo era tierra y arcilla. Los niños recogíamos arcilla, la amasábamos y hacíamos bolitas de greda, las que poníamos a secar al sol. Con estas bolitas cazábamos pajaritos. Los adultos también cazaban pajaritos, en grandes cantidades con redes. Con todos juntos hacían una polenta de pajarito. En una oportunidad saqué el rifle de mi papá, un Flover calibre nueve, de perdigones y en compañía de mi hermano de seis años nos fuimos a cazar. Disparé un par de tiros, mi hermano corría a recoger lo cazado y lo ponía en una bolsa, parece que me asusté y regresamos a casa, bajo juramento de mi hermano de no contar la aventura; mi padre se enteró por mi después de muchos años. Entre los niños de la escuela organizábamos carreras a caballo. En una oportunidad nos fuimos a la orilla del río Paraná, no sé por qué, pero lo cierto es que me enfangué con mi caballo. Uno de los niños salió a galope tendido, en busca de su papá, quien llegó con una carreta de cuatro caballos y me sacaron tirando con cordeles. Este fue el primer susto de mi vida, los que serían muchos durante ella. En las tardes después de atender a su clientela, con mis padres, salíamos a cazar perdices y al retorno cuando oscurecía cazábamos liebres; con el farol del auto se cegaban en el camino, quedando encandiladas, se las podía cazar fácilmente. ¡Cazar liebres y perdices que salían al camino, increíble la cantidad de vida que tenían esos campos!.
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ADOLESCENCIA EN LA PAZ Al cambiar el gobierno de Bolivia, regresamos a La Paz y yo al colegio. Me pusieron al colegio La Salle. Recuerdo que jugábamos a las bolitas. Algunos niños, tenían grandes bolsas llenas de bolitas y otros pocas, recién adquiridas. Algunos de los niños eran tan diestros que a una distancia de dos metros, no fallaban disparando por el aire. El juego consistía en golpear la bolita de cristal del contrincante, si lo lograbas, la ganabas. Cuando el piso era de piedra huevo, no se podía enviarla directamente y en este caso se disparaba por el aire; se la tomaba con los dedos índice y medio, dándole el golpe con el dedo mayor. Si lograbas golpearla te la ganabas, guardándola en la bolsa de bolitas. El trompo era otra entretención, éramos diestros, teníamos que golpear un objeto colocado dentro de un círculo de tiza y sacarlo fuera, el trompo lo recibíamos en la mano y después con él golpeábamos el objeto destinado a ser expulsado. Era un trompo de madera que hacíamos girar con un cordel. Cuando se domina, se llega a conseguir que el trompo caiga en la palma de la mano, una ventaja, pues como el juego consistía en trazar un circulo con tiza, colocar en su interior objetos pequeños que luego el jugador debía sacar del circulo golpeando el objeto con la punta, o con el cuerpo del trompo que giraba, al tocar el objeto lo hacía saltar fuera del circulo. Cuando cumplí 11 años me regalaron un par de audífonos que eran desechos del ejército, de esos que se usaban para telegrafía. Al recibirlos, de inmediato instalé con alambre de timbre desde mi casa a la casa de Gonzalo Muñoz, mi amigo y vecino de la casa, un sistema para comunicarnos por clave Morse. Fabricamos con unos mecanos dos terminales de sonido; lo que resultó más difícil fue aprender el código Morse. Para nuestra mala suerte, cuando finalmente logramos comunicarnos, el alambre de timbre se cortó y la batería se arruinó. Teníamos las historias de Dick Turpin, El Tigre de Malasia, héroe de las novelas de Salgarí que protegía a los indefensos en el Oriente.
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Ocupábamos, toda la vacación escolar, fabricando nuestras espadas de madera, lo más lindas y resistentes posible, después, venía la competencia para determinar quien sería Dick Turpin, el mejor espadachín. Luego nos dividíamos en dos grupos y nos dedicábamos a las guerras, unas veces con espadas y otras con flechas de elástico. Bajábamos al río, todos con nuestros escudos de lata, hechos de los envases de kerosén que tenían una agarradera y eran escudos perfectos. Estas guerras eran peligrosas, se trataba de tirar piedras y protegerse con el escudo, alguna vez salíamos con chichones y lastimaduras por los golpes. En ocasiones, peleábamos los amigos del Prado contra los de San Pedro, especialmente cuando llegaba la fiesta de Alasitas que era en la Plaza de San Pedro. Recuerdo cuando me enfrenté con uno de ellos en Alasitas, mientras yo hablaba, el otro me dio dos puñetes certeros, uno en cada ojo. Me liquidó en un santiamén, aprendí que en estos casos, no hay que hablar mucho. Con Mario Lara, organizamos un club social y deportivo. En El Prado, en gran asamblea de amigos y amigas, todos éramos de más o menos 14 años, se conformó el club denominado Always Ready del que fui su primer presidente. Partido de fútbol que jugábamos, paliza que recibíamos. Posteriormente ingreso un nuevo presidente y muchos jóvenes jugadores, muy hábiles. El club llegó a ser campeón de La Paz, pero antes, nos expulsaron a los socios fundadores. ¿Lo que es, no? Todas las actividad en la vida, se notan hasta entre los niños. Ya adolescente, me compré un libro titulado “Tratado de Química Industrial al Alcance de Todos”, era un librillo del tamaño de Best Seller, daba ideas y no se necesitaba saber nada de química. Lo que realmente me resultó, fue elaborar papel fotográfico de color verde y azul, papel que se parecía al que se usaba en blanco y negro, lo digo por el color. Sumergía un trozo de cartulina en citrato amoniacal verde, un producto difícil de conseguir pero el dueño de la Droguería Albrecht era conocido de la familia, me hizo el favor de encargar un poco. El papel se impresionaba al sol por un minuto, después se lo
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fijaba con hiposulfito. También tenía una máquina fotográfica que consistía en una caja de cartón endurecido con un obturador y una placa de vidrio sensibilizado. Salieron buenas fotografías. Era el fotógrafo de mis amigos.
MI MADRE La vida en La Paz era muy tranquila, no había automóviles en las calles, solamente el Presidente y los Ministros de Estado disponían de ellos. La gente se movilizaba a pie o en tranvía, un pequeño vagón dividido en primera y segunda clase y era extremadamente lento por las cuestas y curvas. El Ministro de Defensa que era mi padrino, tenía un automóvil y me llevó a Guaqui; era la primera vez que yo me subía a un vehículo a gasolina en La Paz. Ese mismo año mi padre encargó un automóvil para mi madre, eran de los primeros, pero demoró tantos meses su arribo a La Paz, que cuando llegó, mi madre había muerto. Se lo uso poco, para ir al cementerio para visitar la tumba de mi madre, a la terminal del tranvía, o para pasear por los Obrajes que en ese tiempo eran campos en las afueras de la ciudad. Por aquellos días, mi padre trajo de la firma Grace, un gramófono y unos discos. Tenía una gran bocina, y había que darle cuerda y cambiar la aguja de acero para tocar un sólo disco, pues duraba una sola vez. Hasta ahora recuerdo mucho que a mi madre le gustaba oír la Caballería Rusticana. Mi madre murió el año 1929. La muerte de mi madre y la Guerra del Chaco significarían para mí, la destrucción de mi familia, en cómo estaba concebida. Eran tiempos difíciles para los médicos, cuando una persona se enfermaba gravemente y no se atinaba a diagnosticar con certeza la enfermedad, el médico de cabecera pedía a la familia del enfermo
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una junta médica, escogida por los familiares. La mayor ocupación de mi padre consistía en asistir a estas juntas médicas, donde sin más información, que algunas mediciones de la temperatura y otros cambios significativos, la enfermedad se la diagnosticaba por la habilidad y práctica del médico. En estas condiciones era muy difícil tratar con éxito las enfermedades, y las opiniones contradictorias en muchos casos complicaban las cosas, como ocurrió en el caso de mi madre que lastimosamente por salir de noche un día frío, una simple gripe se complicó en neumonía. En esos días llegó a La Paz el doctor Escalier, político y médico de gran fama en Buenos Aires, a quien mi padre conocía. Mi padre le pidió que fuera a ver a mi madre para ver si se podía hacer algo. Cuando la examinó, movió la cabeza como signo de fatalidad. Durante el tratamiento, sometían a mi madre a muchos sufrimientos. Baños de agua fría, le hacían cortes con un aparato lleno de cuchillas muy finas con el que efectuaban tajos en los pulmones para conseguir eliminar la sangre contaminada, también recurrían al oxígeno. En La Paz no se producía oxígeno, la botica Boliviana lo traía en cilindros de acero. Lo entregaba a los pacientes en bolsas, como las que usan actualmente los turistas para su ropa. No contenían más de 250 litros. Para utilizarlo teníamos que apretar la bolsa para que salga el oxígeno. Una operación difícil y de mucho trabajo. Pasábamos el día entero llevando las bolsas vacías para cambiarlas por otras llenas. Tratamiento poco eficiente, fatigoso y costoso. Todo falló y mi madre murió al cabo de quince días de sufrimiento. A los pocos días llegó de Sucre la “tía María” para llevarnos junto con mi hermano a vivir con ella. La tía María, señorita solterona y beata, mala combinación para poder vivir con ella. En realidad mi padre le pidió que nos llevara porque la familia poseía una casa de acuerdo a las construcciones de la época colonial, es decir grande. Corsino Balsa, mi abuelo, la construyó en una época de bonanza para los comerciantes, especialmente para él que era el dueño de la única botica de Sucre. Las boticas vendían hierbas, sales y muy
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especialmente unos almanaques con las fechas de festividades religiosas, eclipses, posibles trastornos del clima, el día de cada santo etc. En esos tiempos era un almanaque de propaganda, en una ciudad ubicada en el centro de Suramérica, lejos de todo, sin caminos, ni trenes para moverse. Se utilizaba la diligencia hasta entrado el siglo veinte. La diligencia era un pequeño carruaje cerrado tirada por caballos. Mi padre la usaba para atender enfermos en poblados lejanos, para ir a las minas etc. La casa de la familia tenía dos patios como era la costumbre. Se ingresaba por una portada de gruesa madera y un zaguán seguido de un patio con habitaciones, el segundo patio destinado a la servidumbre y avieros, que llegaban con frutos de la finca. Eran tres hermanos y dos hermanas; los hombres abandonaron la ciudad de Sucre en busca de porvenir. José, abogado, fue a dar al Beni donde fue nombrado senador vitalicio; mi padre a La Paz para ejercer su profesión de médico y el tercer hermano, Juan, se dedicó al campo. Sus dos hermanas María y Josefa ambas solteronas, beatas, cariñosas, disciplinadas y educadoras; se quedaron en casa y fueron el paño de lágrimas de la familia pues todos los hermanos enviudaron jóvenes y enviaron a sus hijos para ser atendidos por ellas. La casa se transformó en un pequeño seminario por la disciplina y abundancia de oraciones. Vivían seis niños y tres niñas en la casa, los padres enviaban remesas de dinero para sus estudios y alimentación. Mi padre no intentó convencerme para que fuera a vivir a la casa familiar con mis tías pero a mi hermano de nueve años, lo envió. Resultó que tampoco tenía carácter de monja, es decir que no pudo acostumbrarse a esa vida de seminarista y cuando viajé a Chile para continuar con mis estudios profesionales lo mandaron conmigo.
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VIAJE DE ESTUDIOS Santiago era una ciudad de 800.000 habitantes y sus universidades tenían excelente reputación en Latinoamérica. Para llegar a Santiago, el tren boliviano combinaba en la Estación de Baquedano, con el tren Longitudinal y al no contar con carreteras, era el único medio de transporte terrestre. En la estación Baquedano y recomendados al conductor del tren por el administrador, subimos al Longitudinal. El tren iba tan despacio que con mi hermano y otros pasajeros, nos bajábamos caminando al lado del vagón, a modo de estirar las piernas para luego volvernos a subir. Después de pasar un calor sofocante en la pampa del norte llegamos a la Estación de Santiago donde nos esperaban unos amigos de mis padres. Al bajar del tren la cantidad de gente, el movimiento, el bullicio, la magnitud de la estación, me impresionaron mucho. Era una copia fiel de la estación Victoria de Londres, tal vez por eso que cuando tuve la oportunidad de conocerla, no me llamó la atención. Mi hermano, que llevaba el nombre de mi padre, ingresó al Colegio San José para luego estudiar la carrera de Ingeniería Civil en la Universidad de Chile convirtiéndose en un gran profesional, de manera que cuando llegó a ejercer su profesión a La Paz tuvo mucho éxito, pero al aceptar un contrato para proyectar y construir una escuela en Los Yungas, región conocida por tener caminos peligrosos, se salió por una curva y desbarrancó. Yo ingresaría a estudiar química a la Universidad Católica, donde después de cuatro años egrese como Químico Industrial. El Rector de la Universidad, don Carlos Casa Nueva, me recomendó a la gerencia del Laboratorio Droguería del Pacífico, donde por norma no recibían prácticas—posiblemente para cuidar patentes—pero la recomendación era tal, que no pudieron rechazar mi solicitud. La Droguería del Pacífico era un reducto de técnicos alemanes muy hostiles con quien no era alemán, sería difícil. Creo que cuidaban sus patentes, sus métodos de trabajo etc. Los técnicos alemanes
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eran como dieciséis y sólo había tres chilenos, incluido el gerente. La cosa era brava, según me dijo el gerente en Santiago—“los técnicos son muy celosos, tenga Ud. paciencia”—Efectivamente, me hostilizaron y me echaban de todas sus secciones, pero me hice amigo de los capataces, quienes se hacían de la vista gorda y me permitieron observar detenidamente la planta de ácido sulfúrico donde pasaba mucho tiempo aprendiendo a soldar plomo. La fábrica estaba ubicada en el campo, cerca de la población de Llaí–Llaí, zona de hermosos paisajes y las mejores tierras de la región. Cada uno de los técnicos disponía de una casa, a mi me proporcionaron una casita que estaba a orillas de la piscina y de un rumoroso canal de regadío, debía compartirla con una doctora italiana experta en alimentos. La comida que nos daban era magnífica. Desayunos, almuerzos y cenas eran servidos por mozos, todo de primera calidad. Los días domingos no servían almuerzo, en lugar de eso, colocaban todo tipo de carnes frías o tortas y nadie se lo perdía, ni siquiera el doctor Rippa, judío que había sido Gerente Técnico de la Merk en Alemania, logró escapar del régimen nazi por ser una lumbrera en química, o lo hicieron escapar para aprovechar sus conocimientos. Un día domingo me encontré con este recién llegado y sin saber mucho el uno del otro entablamos conversación. Rippa era un hombre tímido, amable y con la pena de tener a toda su familia en campos de concentración nazi. Ambos nos acompañábamos los domingos. Los restantes días de la semana el doctor de la Merk no iba al comedor, le enviaban la comida a su casa... No le gustaba, odiaba a los alemanes. Conversaba de todo, yo le contaba de Bolivia. Rippa solamente hablaba de la planta donde trabajó en Alemania... Seguramente no quería hablar de su familia que la daba por desaparecida. Después de un tiempo de este encuentro casual, el doctor Rippa me dijo que si quería podía trabajar con él en su laboratorio, donde trabajaba con los productos más caros y delicados que se elaboraban en la fábrica. Por supuesto que acepté y fue así que de pronto me
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encontraba estudiando la recuperación máxima de los alcaloides de la corteza de quina, en el proceso de elaboración de sulfato de quinina y otros productos de elevado precio. Otro personaje con quien congenié, fue un ingeniero italiano, experto en alimentos. En su planta producía entre otros productos, almidón de maíz para fabricar maizena, creo que siguen haciéndola, cola de carpintero, goma para pegar estampillas, aceite comestible. La materia prima que usaba era el maíz, que lo desintegraba con agua, anhidro sulfuroso, para evitar fermentaciones. Esta masa obtenida se la trataba en harneros de seda muy fina. Separaba los componentes, maicena, cola dextrinas, aceite de maíz. Era una persona muy simpática, caballerosa y al igual que Rippa no asistía al comedor; le enviaban comida a su casa posiblemente porque no se sentía cómodo con los otros técnicos. Después del trabajo entrábamos al casino de la empresa a jugar billar, bolos, palitroque y ver periódicos en alemán. Los técnicos alemanes, todos de orientación nazi los leían. Trataban de oír noticias desde Alemania, tanta era la estática que no podían entender. Se reunían amontonados alrededor de la radio, tratando de descifrar los discursos de Hitler, los que posteriormente discutían acaloradamente. En esa época Alemania estaba ganando la Guerra. Pasaron unos diez meses y vi que era poco lo que me quedaba por aprender en la Droguería del Pacífico y con otra recomendación de la universidad, ingresé como alumno en práctica a la Papelera de Puente Alto S.A. Como su nombre lo indica, esta fábrica quedaba en Puente Alto, población cercana a Santiago a la que se llegaba tomando el tren en la estación de ferrocarril Volcán, a veinte cuadras de mi alojamiento. El transportarme, me resultaba muy sacrificado, me levantaba a las 4:00 de la mañana para tomar el tren de las 6:30 y esperar luego en la estación de Puente Alto, al ómnibus de la compañía que pasaba a las 7:30. Lo bueno es que me fijaron un salario de dos pesos diarios, lo malo es que me descontaban para el sindicato, así que sólo me alcanzaba para movilizarme en tren.
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Casi siempre, en invierno con lluvia y frío, tenía que caminar hasta la estación, donde llegaba entumecido. En esa época Santiago tenía una población pequeña, con poco tráfico a esa horas pero igual algunas veces no alcanzaba a la chauchera, que era el nombre que se daba al bus, de ahí que me acostumbré a usar un impermeable de cuello y capucha que me llegaba hasta los tobillos, nada de elegancia… y botas de goma. La mejor forma para no enfermarme, con esa ropa pacientemente llegaba caminando en medio de la lluvia hasta el tren. Mi interés se hallaba centrado en la planta elaboradora de soda cáustica, hipoclorito de sodio, ácido clorhídrico y cloro. El sistema que se utilizaba para preparar el cloro (el electrolítico, las celdas de electrólisis) lo fabricaban en la misma sección, usaban una plancha de asbesto como separador y fierro para los cátodos. La electrólisis del cloruro de sodio producía, todos sus derivados, la sal provenía de Punta de Lobos, en el norte del país, en Iquique. Se empleaba corriente continua con 4.000 amperios, para transformar la corriente alterna en continua, se empleaban enormes motores convertidores. El cloruro de sodio se disolvía en agua, en estanques de doble fondo formando una salmuera, la que se enviaba a las celdas electrolíticas, las celdas usaban como membrana, asbesto importado del Brasil, los electrodos de grafito. Se obtenía soda cáustica del 12% la que se concentraba en grandes evaporadores múltiples al vacío, de gran recuperación de calor. El 60% de la soda cáustica obtenida se destinaba para elaborar hipoclorito para la planta de blanqueo de la celulosa. El cloro e hidrógeno gaseosos obtenidos, se enviaban a un quemador, donde ardía el hidrógeno en ambientes de cloro, formando ácido clorhídrico del 35%. Mi estadía en Puente Alto fue también grata, los técnicos, jóvenes profesionales eran cordiales al igual que los capataces. Hice amistad con alguno de ellos y los domingos me invitaban a almorzar en sus casas, era gente sencilla y muy agradable. Dentro de la planta de electrólisis, me movía a mi gusto y tuve la suerte de informarme hasta de
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los más mínimos detalles y controles. Me preparé, estudié y esforcé al máximo con la ilusión de poder construir una en mi país. Permanecí seis años, luego de mi estadía en Santiago de Chile, decidí regresar a mi tierra.
RETORNO A BOLIVIA A mi retorno, me reencontré con viejos amigos, que me recibieron con gran cariño, haciéndome parte de un nuevo grupo de amigos, algunos estaban en la universidad y otros ya eran profesionales. Yo vivía con mi padre y tenía la ilusión de hacer efectivo alguno de mis proyectos, a través de conocidos de la familia.
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ELECTROQUÍMICA BOLIVIANA En la época que me tocó hacer práctica, tenía muy definido cuales serían mis opciones, la elaboración de soda cáustica, ácido clorhídrico y otros derivados. Quería conocer la parte teórica y técnica de la electrólisis del cloruro de sodio. Por este procedimiento, se obtenían tres elementos que con seguridad deberían tener mercado en mi país, considerando que la industria química básica se encontraba muy atrasada. El ácido clorhídrico se usaría, por tener gran demanda en la concentración de los minerales de estaño, industria madre boliviana. Grandes empresas mineras utilizaron todos los métodos, para subir la ley de los concentrados de estaño con excepción del tratamiento de ácido clorhídrico. He visto en la fábrica de textiles de algodón Said, usar hipoclorito de sodio importado, para blanquear. Por supuesto, a un costo astronómico, y quienes lo pagaban eran los consumidores de las telas elaboradas en estas condiciones, quienes usaban telas de algodón, financiaban el negocio con reactivos importados y técnicos extranjeros. Eran telas empleadas en grandes cantidades para la tropa y hospitales, durante la guerra del Chaco. Constituí Electroquímica con el objeto de elaborar soda cáustica y los otros derivados del cloruro de sodio, utilizando el mismo tipo de planta que la de La Papelera, se podía construir una a un costo
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bastante más bajo. La Papelera, fabricaba las celdas con cemento armado, separaba los cationes y aniones, con una plancha de asbesto permeable, importado de Brasil. Se podía reducir perfectamente el tamaño de las celdas y obtener una eficiente planta pequeña, de acuerdo a las limitadas necesidades. Mi padre me puso en contacto con un señor Quiroga, cuyo hijo Marcelo, joven soñador, conocido mío, fue asesinado por la barbarie política. El señor Quiroga era un alto ejecutivo de la empresa minera Patiño Mines. Tenían interés en contar con ácido clorhídrico para elevar la ley de sus concentrados. (Los minerales solubles como el hierro y otros se disuelven en ácido clorhídrico, sin afectar la casiterita mineral de estaño). A pesar del interés, la empresa tenía problemas y la situación política presagiaba tormenta. No deseaba utilizar nuevos recursos, para inversiones por pequeñas que ellas fueran. Así las cosas, guardé mi estudio en espera de mejores tiempos.
ÁCIDO SULFÚRICO Aspiraba desde siempre conocer un método menos costoso, para poder construir e instalar una planta productora de ácido sulfúrico, que era justamente lo que vi en La Droguería del Pacífico. El sistema consistía en cámaras de plomo, donde se efectuaban las reacciones, otras en torres con anillos de cerámica, torres Gay–Lusac y Glover. Solamente teníamos que importar plomo, y soldarlo. Para este objetivo dediqué muchos días aprendiendo a soldar plomo, con plomo, tarea difícil. Se trataba de tener una producción pequeña para crear un mercado. Produciría una tonelada, cantidad mínima, para comenzar en nuestro país, la planta completa de bajo costo. Lo poco de ácido sulfúrico que se consumía se lo importaba, el precio era absurdamente alto para una materia prima básica en la industria.
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Augusto Soux, socio y ejecutivo de Empresa Minera Cerro de Potosí, tenía interés por fabricar ácido sulfúrico. Me contacté con don Augusto Soux, importante y prestigioso minero de Potosí. Me puse en campaña y en pocas semanas terminé los planos de una fábrica de ácido sulfúrico. Era una pequeña planta de bajo costo, con un sistema de cámaras de plomo. El señor Augusto Soux que vivía en Potosí encomendó a uno de sus empleados de La Paz un señor Herrera, para que haga todas las averiguaciones para el negocio, pero se trataba de una persona necia, prepotente e ignorante, imposible de tratar, realmente incapaz y puso los obstáculos más absurdos e inimaginables, para impedir la culminación de una aspiración y la de don Augusto. Discutía toda propuesta, comenzando por los sueldos (incluso el mío en el que pedía un porcentaje en acciones por mi trabajo), terminando con no aceptar al experto en soldadura de plomo con el que trabajé en Chile, sin tomar en cuenta que la planta sería integra de plomo. Todo le parecía tan malo que ni siquiera informó honestamente al señor Soux sobre el proyecto. Pensé en viajar a Potosí y hablar personalmente con él, estaba absolutamente seguro de un buen resultado, pero justo se me presentó la posibilidad de trabajar con quinina, un alcaloide extraído de la corteza de quina que en ese momento estaba de gran auge, por la urgente necesidad del ejército de los Estados Unidos en la guerra de Oriente.
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QUININA
Mi padre tenía una óptica en sociedad con un señor Klein, quién al escucharme hablar de quinina se entusiasmo tanto que me propuso construir una fábrica con la venta de la óptica. El problema consistía en conseguir equipos, no se los podía comprar y en La Paz no los podían fabricar por la falta de materiales y tecnología. De todas formas Klein me pidió que confeccionara los planos necesarios para construir los equipos en la Argentina, donde conocía gente que nos podría colaborar. Después de un mes tomamos el tren a Buenos Aires, nos costó mucho conseguir una metalúrgica que los fabrique, por la falta de materiales. Después de mucho andar logramos mandar a construir algunos equipos indispensables. Luego de unos meses de espera recibimos los equipos, la maquinaria más esencial se envió en dos camiones, el resto lo mandamos a fabricar en la maestranza Volcán de La Paz y otros lugares parecidos. Compramos un terreno y nos instalamos rápidamente, teníamos todo listo pues estábamos apurados para aprovechar el buen precio, el problema consistía en conseguir la corteza de quina que se la exportaba en aviones a Estados Unidos. Fui a las poblaciones donde vivían los explotadores de corteza: Coroico, Chulumani, Irupana y otros en los Yungas. Les ofrecimos un buen precio, fuera de darles el dinero por adelantado para sus trabajos. Este sistema dio excelentes
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resultados y al poco tiempo contábamos con decenas de contratistas que no tenían problema en dotarnos de corteza. La corteza de quina era de muy difícil extracción pues los productores tenían que caminar a pie o en burro, por días hasta encontrar el árbol al que le sacaban la corteza para luego transportarla a sus pueblos, donde la secaban por su alto contenido en agua. Los trabajos de rescate los efectuaba una comunidad católica de padres mercedarios. Se efectuaron muchos viajes, varios los hice yo en persona. Contratábamos aviones del ejército para el transporte; el viaje duraba media hora, transpirando y casi desnudos, teníamos que cargar rápidamente la corteza. El avión bajaba casi en tirabuzón y al regreso hacia lo mismo, dando curvas y más curvas. El cambio de temperatura era brusco, del calor tropical al frío del altiplano en un par de horas. En esa época los exportadores de quina, relacionados con holandeses, al vernos como su competencia, nos denunciaron a la Embajada de Estados Unidos indicando que nosotros destruíamos la quinina contenida en la corteza aprovechando sólo un 5% y que no sabíamos trabajar, que QUIMBOL Barrero Cía., declaraba leyes de la corteza bajos en quinina, que ellos al vender recibían certificados con un contenido de quinina de 8%. Obviamente que la embajada se alarmó y nos lo hizo saber. Propusimos hacer un muestreo del producto mandándolo a analizar en laboratorios Merk en los Estados Unidos, al llegar los resultados nos dieron la razón, el sulfato de quinina que fabricábamos cumplía con las exigencias de la farmacopea trece, la cual regía y se encontraba en vigor. Aclarado este mal entendido, trabajamos sin molestias hasta que el gobierno de Bolivia firmó un convenio con Estados Unidos, en calidad de cooperación a la guerra, con este convenio nos obligo a vender a precios absurdos toda la quinina, sulfato y la goma natural beniana. Se lo llamo “Tratado de Goma y Quina”.
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Así fue como funcionarios de la Embajada de Estados Unidos fueron a la fábrica a determinar nuestros costos, después fijaron el precio en cincuenta y seis dólares por kilo de sulfato de quinina. Nos liquidaron de un plumazo, obligándonos a colaborar para la guerra. Como consecuencia de este tratado, un tiempo después los productores de goma comenzaron a despachar sus camiones, como contrabando a la Argentina. Llegaron a violentar la Aduana fronteriza para pasar. Una columna de camiones nuevos, cargados de goma cruzó la frontera con gente armada que no dudo en provocar una balacera. Y a pesar que se enviaron refuerzos, paralizando el contrabando por un momento, tiempo después se repetía la operación con mucha gente y armas, logrando pasar otra vez la frontera hasta llegar al lugar en territorio argentino, donde los esperaba el cliente con dinero efectivo, pagando diez veces el precio impuesto con la embajada de Estados Unidos.
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MATRIMONIO
Durante los años que trabajé en la fábrica de sulfato de quinina mi situación económica se afirmó prósperamente, dándome la posibilidad de contraer matrimonio. Mi novia, perteneciente a una familia tradicional paceña, se llamaba Nelly (Rosa Elena) Villanueva Núñez del Prado. La conocí en una excursión a una finca en Chua, a orillas del lago Titicaca. La pasamos muy bien cantando y bailando hasta casi finalizar la tarde. Al retornar a la ciudad yo estaba manejando y tomando en cuenta que el camino era de tierra, la polvareda ocasionada por otros vehículos que corrían a velocidades peligrosas, me hizo salir del camino. Otro de los jóvenes que estaba con nosotros insistió en manejar, decía que me encontraba muy nervioso y efectivamente, me llevé menudo susto. Dejé el volante y pasé a la parte trasera donde se encontraba Nelly, mujer de gran cultura. Su padre le enseñó francés, inglés, reforzando sus conocimientos con profesores de música, arte y literatura. Me enamoré de inmediato y de alguna manera sabía que sería mi esposa. Estaba decidido a contraer matrimonio con esta mujer y después de un tiempo pude hacerlo. La ceremonia se realizó en Buenos Aires porque mi suegra, doña Hortencia Núñez del Prado, se encontraba hospitalizada en esta ciudad como consecuencia de una grave enfermedad. Todos vimos por conveniente efectuar el matrimonio donde ella se
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encontraba, además tenían familia allí que nos ofreció hospedaje y hacerse cargo de todas las molestias que conlleva un matrimonio. El matrimonio civil se realizó en el Consulado de Bolivia y el religioso en la iglesia de San Nicolás de Bari. El sacerdote nos sugirió que elijamos el mismo día del matrimonio de una muy adinerada familia argentina para aprovechar los arreglos de la iglesia. Le hicimos caso y programamos el nuestro una hora después. Todo resultó de maravilla, la iglesia parecía un jardín y por una suma razonable, los mismos músicos se quedaron. Estaba contento con mi cambio de estado civil, lo que me dio muchos momentos felices y con el tiempo cuatro niños, dos hombres y dos mujeres. Después de la boda yo debía reanudar mi trabajo y fue así que un día mientras conversaba con Klein, mi socio, surgió la idea de instalarnos en Argentina con un laboratorio para conseguir mejores precios para el sulfato de quinina. Nos pareció interesante el proyecto y después de analizar los pros y los contras decidimos viajar a Buenos Aires. El viaje en tren demoraba dos noches y tres días en llegar. Al pasar por Salta el termómetro marcaba 44°C, hacía un calor tremendo, era insoportable, todos los pasajeros abrían las ventanas, las personas se desvestían quedando en ropa interior, incluso se veía mujeres en sostén y calzón, que para los tiempos que corrían era un escándalo. Al llegar organizamos la empresa comercial “Barrero Cía. Ltda. Buenos Aires”. En un inicio pensamos fraccionar el sulfato de quinina en lotes chicos, en forma de preparados para farmacias, pero vimos que no era rentable porque los problemas legales serían largos y los gastos administrativos grandes. No valía la pena tomarse la molestia, en consecuencia lo único razonable sería ponerse de acuerdo con un laboratorio autorizado. Nos contactamos con Chemotécnica, empresa química dedicada a la elaboración de preparados médicos. Acordamos que ellos comprarían el producto y que yo trabajaría en su laboratorio, preparando derivados de la quinina para elaborar ampollas con el medicamento.
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Mi horario de trabajo era el mismo que el de todos en el laboratorio, ingresaba a las ocho de la mañana hasta las doce para salir a almorzar y retornaba después del receso para completar la jornada. Vivía con mi esposa en un pequeño hotel de la calle Florida, en pleno centro comercial de teatros y de cines. Un lugar muy bien ubicado para turistas, pero para mi trabajo resultaba muy lejos. A las seis sonaba el despertador, después caminar cuatro cuadras para tomar el metro y hacer la conexión con el tranvía Nº21 que llegaba al barrio de Matadero, donde trabajaba. Debido a las distancias almorzaba por la zona, generalmente entraba a uno de los muchos restaurantes del barrio, cuya clientela era la gente de las fábricas. Me llamaba la atención que ninguno tenía puerta de entrada, en vez de ésta, colgaban hileras de cuentas de cristal, unas al lado de otras, formando una cortina que servía para evitar el ingreso de moscas. Durante cuatro meses trabajé en Chemotécnica, con las sales de quinina, nos resultó un negocio razonable. Fue como una buena vacación, pero tenía que regresar a La Paz para atender la fábrica que funcionaba normalmente, hasta el día que dispararon la bomba atómica en Hiroshima. Era domingo cuando leí en el periódico que informaba del bombardeo con armas nucleares al Japón, cuando salí de la sorpresa, le dije a mi esposa “Esta bomba nos cayó sobre la cabeza”. Sucedió exactamente como lo pensé, el día lunes la Embajada Americana no quiso recibir ni un gramo del embarque acordado, dejándonos colgados con toda la producción y el producto. De un día para otro ya no la necesitaban. En las Indias Holandesas encontraron decenas de miles de kilos de quinina que se habían trabajado y acumulado durante la guerra. Los nuevos dueños de esta reserva, la ofrecieron a trece dólares por kilo. Nosotros que trabajamos, con un costo calculado de cuarenta y seis dólares, no podíamos vender nada, ni un kilo. Ante la imposibilidad de seguir trabajando, con grandes existencias de sulfato de quinina y mayor aún las de corteza (porque seguíamos recibiendo corteza de nuestros proveedores, quienes deseaban pagar
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la deuda contraída con nosotros) es que propusimos al Gobierno que seguiríamos trabajando sin entregar las divisas, porque existía una diferencia considerable en la cotización de la divisa oficial y la libre. El Gobierno nos lo negó y tuvimos que parar las operaciones definitivamente. Como dimos muchos anticipos con dinero proveniente de bancos y según la opinión general que la guerra duraría varios años más, la sorpresa fue mayúscula. La corteza que teníamos acopiada, empezó a descomponerse por hongos. Sin dinero en efectivo no había ninguna otra alternativa que cerrar definitivamente. Así fue como se presentó un señor Richter (o algo parecido) y nos propuso quedarse con todo el activo y él se haría cargo del pasivo. Decepcionados con la actitud del Gobierno y con problemas financieros, aceptamos la propuesta y de un día para otro nos vimos sin nada. La empresa llegó a su fin. ¡Todo perdido en aras de una colaboración al sufrido ejército norteamericano!.
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MINA CASCABEL
En la fábrica de quina teníamos como subproducto borra, aserrín de corteza impregnado de kerosén, era un combustible que vendíamos a un señor Rasmusen, hombre que pasaba la mayor parte del tiempo alcoholizado y que como mucha gente denominada cazadores de minas, vivía en las notarías de minas estudiando expedientes, esperando encontrar fallas legales. Este hombre, a quien mi padre le tenía lástima, lo entusiasmó con una mina que descubrió sin dueños. Se llamaba Cascabel por la cantidad de víboras que se encontraban en la región. Mi papá me propuso que vayamos a ver la dichosa mina. Yo no quería saber nada de Rasmusen, no le tenía confianza pero por mi padre me vi obligado a emprender el viaje con ellos. La mina Cascabel está ubicada al interior de la provincia de Sorata, a seis horas en vehículo desde La Paz y a otro tanto de tiempo desde Quiabaya hasta la mina. Este trecho lo hacíamos en mulas que nos llevaban por las estribaciones del majestuoso nevado del Illampu hasta un sitio llamado en aquel entonces “La Fundición” por encontrarse en el lugar restos coloniales de hornos de fundición de plata. Actualmente lleva el mismo nombre que la mina, “Cascabel”. Era un lugar sin agua, en medio de una tremenda montaña de la Cordillera de los Andes. En una parte plana nos podía permitir colocar algunas instalaciones para poder vivir. Buscando encontré una veta
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que recorría a lo largo horizontalmente de unos centímetros de espesor de plomo y galena. Saqué una muestra y después de analizarla resultó con alto contenido de plata. Trabajamos tres meses en un ancho socavón, avanzando poco, por la dureza de las rocas. La veta solamente llegaba a los 5 cm., y volvía a formar un hilo de mineral, me encontraba desanimado. Diariamente acarreábamos agua en mulas desde el río San Cristóbal que corría al pie de la montaña, se veía como un hilo de plata al recibir el sol. Generalmente se instala la fragua en socavones abandonados, que en nuestro caso era un amplio socavón muy corto. Recuerdo que un día cualquiera, uno de los trabajadores de la fragua me trajo un pedazo de metal que resultó ser de galena pura. Le pregunté de dónde sacó la piedra y me respondió que del piso de la herrería. Lo curioso es que nadie vio nada cuando se buscó en ese lugar. Estaba claro que la veta debía estar cerca, de otra manera no se justificaba el trozo de galena. Reuní a toda la gente y nos pusimos a revolver el piso que resultó estar suelto, era un relleno. Después de varios días, el pique que hacíamos llegaba ya a los 10 metros de profundidad, sacábamos y sacábamos el relleno, cuando al terminar encontramos grandes troncos de eucalipto que debíamos remover. Al sacarlos apareció reluciente una veta de treinta centímetros de ancho que nos pusimos a trabajar. Esta veta no la descubrieron los españoles, grandes expertos en minería, se les escapo, trabajaron otras vetas, que no encontramos. Me encontraba muy desanimado, con ganas de abandonar los trabajos, pero al encontrar esta veta me entusiasmé. Decidí invertir en ella y regresé después de unas semanas con materiales, víveres y barreteros (trabajadores que perforan la roca con barreno de acero a golpe de martillo). Cuando se perfora es necesario cambiar los barrenos a menudo, por lo que se emplea un joven encargado solamente de traer y llevar barrenos de un tope a otro desde la herrería, donde otro hombre trabaja todos los días afilando y templando los mismos. Nos pusimos a destapar la veta ensanchando todo el lugar. Subir el relleno
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de rocas era un problema. Ubique la veta que corría de norte a sur, casi vertical. Tendríamos que penetrar el cerro con un socavón de unos 100 metros en dirección de 90º con relación a la veta. Comenzamos el trabajo de la construcción del socavón durante meses y meses, avanzábamos. Si realmente era una veta según mis cálculos, teníamos que cortarla con el socavón. Después de avanzar 80 metros, con el socavón faltando poco y trabajando en tres turnos. Fue entonces una noche que yo me encontraba durmiendo cuando entró con gran algazara el barretero, “Ingeniero encontramos la veta”. Me vestí rápidamente para ir a verla. ¡Qué espectáculo grandioso de la naturaleza! Todo el frente del socavón brillaba con las lámparas como si fuera una muralla de plata. Impresionado no pude seguir durmiendo. Temprano continuamos con el socavón, atravesamos la veta, increíble sorpresa, tenía un metro de ancho de galena pura. En dos días levantamos una pequeña pirámide en el exterior de la mina con el mineral. El problema era transportarlo hasta el comprador. Financieramente ahorcados, con un cerro de mineral con 40 marcos de plata, cuatro kilos por tonelada y 65% de galena, la única opción era contratar palliris, mujeres que trozan el mineral a un tamaño de dos pulgadas. Además hicimos correr la noticia de que se buscaban arrieros para transportar, aunque sea un poco del mineral hasta Quiabaya, donde llegaban camiones que permitían transportarlo hasta la ciudad y entregarlo al Banco Minero. Fue difícil conseguir los arrieros debido a que la gran mina de oro de Aramayo Mines, en Tipuani, quedó libre y con el oro sin dueño, la gente del lugar se volvió como loca. Los arrieros se transformaron en comerciantes transportando comida, cerveza y toda clase de artículos que cambiaban por oro. Con este tipo de negocio ¿Quién estaría suficientemente loco para dedicarse a transportar mineral? La única solución para poder explotar la mina consistía en construir un camino desde Quíabaya hasta ella; tarea relativamente fácil por las condiciones del terreno. Me dirigí al Banco Minero y con
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tanta suerte que su gerente era un amigo mío, Núñez Rosales. Le di a conocer la necesidad de este camino hasta la mina. Inmediatamente ordenó una comisión para estudiar mi solicitud de crédito. El informe entregado por los ingenieros fue muy favorable, me asignaron cerca de cien mil pesos, una suma más que suficiente para hacer el camino. Me pareció oportuno contratar a una persona con los conocimientos necesarios para dirigir la construcción del camino. Para este fin contraté a un ingeniero austriaco, Hochháuser, el cual aceptó hacerse cargo personalmente del camino. Poco antes que terminara el camino, nuestro socio visitó la mina y quedó impresionado por la cantidad de mineral. Creía que nadábamos en billetes, todos los días molestaba a mi padre exigiendo dinero. Tal vez por su alcoholismo perdió toda noción de la realidad, exigía retribuciones económicas sin darse cuenta que si bien existía el mineral no había como transportarlo. Por esos días, yo me fui a los Lípez y deje a mi padre un poder general, absoluto e irrestricto. Mi padre tal vez acosado con el problema del socio, se dejó convencer por un amigo geólogo de mi hermano, Emilio Frigerio, para alquilar la mina con opción de compra, a un gran patriarca del Beni, Nicolás Suarez, hombre adinerado y enriquecido con la explotación de la goma, años atrás. El pago del alquiler o regalía era bastante alto, estábamos muy conformes. Con la regalía tendríamos un apreciable ingreso mensual y nuestra situación económica volvería a ser buena. Pero nuevamente, el destino nos jugó otra mala pasada, broma determinante en mi vida. Ya me había ocurrido antes cuando la bomba atómica cayó sobre Hiroshima provocando la quiebra de la fábrica de quinina. Esta vez fue un juramento por el que perdimos la mina Cascabel. Cuando tuve la oportunidad de ver el contrato me pareció un arreglo razonable. Lo grave fue que se fijó en pesos bolivianos. Desde el momento de la firma del contrato comenzó la maratónica devaluación de la moneda boliviana, que bajaba y bajaba tan rápidamente que cuando llegó el momento del cumplimiento del contrato el
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peso boliviano no valía nada. La suma acordada no representaba valor alguno, no alcanzaba ni para comprar un auto pequeño. Me sentí muy defraudado, el destino nuevamente me jugaba una mala pasada, pero aún quedaba una esperanza: Suárez no cumplió con el pago de las regalías durante tres meses, en consecuencia quedaba nulo el contrato. Con este fin mi padre busco al abogado Carlos Aguirre, un amigo de la familia. Presentaron el pedido de nulidad al juzgado, pero nuestro abogado para evitarse el pleito decidió acabarlo de una vez, mi padre estaba seguro del buen comportamiento de su abogado. Por no molestarse en seguir un juicio, llamó a Nicolás Suárez a Juramento Decisorio. Tremenda estupidez, teniendo pruebas del no pago. El señor Suárez perjuro y todo término. Perdimos la mina Cascabel.
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BUSCANDO ALTERNATIVAS
Retorné a Los Lípez donde podía desarrollar alguna actividad. No había trabajo para profesionales técnicos en La Paz. Solamente recibí dos ofertas laborales relacionadas con mi profesión, una para ocupar el puesto de ayudante de químico en la fábrica de algodón Said y la otra para ocupar el puesto de jefe de los laboratorios del Banco Minero, ya que el señor Barrande, gran químico y conocido mío pensaba jubilarse. Me dijo que si aceptaba, pediría que lo reemplace en su puesto. Sólo le respondí que lo iba a pensar y le di las gracias. El sueldo era bueno, por la responsabilidad y honorabilidad que requería el cargo, pero algo me decía que tarde o temprano el puesto se volvería político y no tenía la seguridad de no ser reemplazado. Ante esto, prefería seguir luchando para vivir y tomé la decisión de salir a Los Lípez donde pasaron tres años de quehaceres con muy poco rendimiento. Ni siquiera podía compartir con mi familia porque la mayor parte del tiempo, me encontraba ausente, disfrutaba tan solo de cortas estadías en mi casa. Por este motivo nos trasladamos a un departamento, en casa de mi suegro, para que mi familia tenga compañía permanente. Con esta seguridad y con la gran comprensión de mi esposa, mujer muy inteligente y abnegada, pude estar en la cordillera sintiéndome tranquilo, pensando que mi familia estaría bien cuidada.
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LIXIVIACIÓN DE COBRE Algunos conocidos míos tenían minas de cobre con problemas; Producían mineral de baja ley, que no tenía comprador. El Banco Minero de Bolivia, necesitaba leyes regulares, para poder financiar los fletes y gastos de fundición. En esa época el cobre era un metal de cotización media, muy inferior al estaño. Todos trabajaban estaño o wólfram, plomo, zinc y otros metales preciosos. Pensé que sería un buen negocio y un servicio a la sociedad minera instalar una planta para lixiviar minerales de cobre. Cuando era estudiante, visite plantas en Chile y conocía el proceso de lixiviación, precipitación con fierro viejo. El fierro abundaba en varios lugares, no era comprado por nadie, esto también era carta a favor del éxito de la planta de tratamiento, por lo que para conseguir capital recurrí al ingeniero Muñoz, un viejo amigo, experto en petróleo y gas. Le comenté que podía encontrar muchas minas de cobre, además de colas con contenidos de óxidos solubles de cobre tanto en La Paz como en Oruro. El bajo precio hacia que el negocio de lixiviar cobre sea bastante favorable. Esto motivó a que Muñoz me dijera que podía conseguir financiación para una planta pequeña de lixiviación de cobre, fabricando nuestro propio ácido sulfúrico, con la inversión de un ingeniero Mariaca. Entusiasmado con la idea me dediqué a buscar yacimientos mineros de cobre. Tenía la idea que si en la frontera de Chile existía tanto cobre, algo debería continuar hasta Bolivia. Rápidamente tenía una lista de diez propiedades, todas contenían óxidos solubles, con la perspectiva de que profundizando encontraríamos vetas valiosas. Las condiciones estaban dadas para instalar una planta industrial pequeña. Seriamos rescatadores de minerales de baja ley, además daríamos trabajo a mucha gente. Estábamos entusiasmados, se conversó mucho con la idea de tratar minerales de cobre, consideraba buena la perspectiva, y el financiamiento estaba asegurado. Pero como se hacía costumbre algo tenía que ocurrir para desbaratar el negocio.
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En la noche escuché por la radio que el ingeniero Mariaca, en el club de Los Sargentos, donde hacia equitación todos los domingos, cayó del caballo con tan mala suerte que se fracturó el cráneo y murió. Increíble, nunca llegó a informarme sobre sus financistas, y su secretario y abogado, tampoco sabía nada, era muy reservado. Nadie sabía nada del proyecto, incluso la esposa del ingeniero me llamó por teléfono para comunicarme que había escuchado a su esposo sobre el proyecto, pero tampoco sabía nada. Lo cierto es que todo quedó en nada. Además de ser una idea brillante, pudimos haber iniciado la industria del cobre en Bolivia. Después de treinta años todo sigue igual en el país, se bota el mineral de baja ley.
SULFATO DE SODIO Para llegar a la azufrera Corina, se encuentra en el camino, la Laguna de Cañapa, alguna vez en la estación seca extraje muestras de los panes de sal que se forman (igual a la trona) hallé que se trataba de sulfato de sodio cristalizado. Como existía un reducido mercado para este producto, decidí instalar una pequeña planta, lo más rústica de imaginar, hecha de piedras y tambores de fierro. Lograba re cristalizar los panes de sulfato un par de veces, sobraba la materia prima y obtenía cristales de gran pureza con 10 moléculas de agua. El producto no era apto para vidrio, por el alto contenido de agua. Vendí algunas camionadas destinadas a industriales farmacéuticos, para preparar purgantes y otros. Sin mercado asegurado, no se podía pedir emprender una industria. Por aquellos días existían industrias de vidrio que utilizaban soda importada, la cerveza con lúpulo, también importada, se fabricaba azúcar y alcohol con caña de azúcar en Guabirá. La industria química básica, no existía en Bolivia.
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TRONA ESTUDIOS DE FACTIBILIDADES A pedido de la empresa del señor Mena, más conocido como el “Rey de la yareta”, viajé a la estación ferroviaria de Chiguana para valorar el yacimiento de Cachilaguna con el fin de estudiar la posibilidad de cubicar y elaborar soda para hacer viable y rentable su industrialización. Mi trabajo consistía en tratar de calcular el volumen explotable de trona, para comenzar con la explotación. A primera hora de la mañana, partimos en compañía de Dámaso Urrelo, mi ayudante, hacia la laguna que se encontraba en etapa de secado. La laguna contenía sales variadas. En época de lluvias era una laguna como otra cualquiera, en verano se secaba parcialmente, hasta formar una costra de trona de 15 centímetros en una superficie de tres hectáreas. La época de extracción duraba de veinte a treinta días, con la primera lluvia todo se torna barro. Se podía extraer la solución saturada con equipos y evaporarla fuera de la laguna, cristalizando el carbonato. Provistos con tan sólo algunas palas, comenzamos las labores cruzando la laguna para extraer pequeños trozos de material, luego nos encontrábamos muestreando en el centro de la laguna. Estaba yo sacando muestras, cuando sentí que mi pie se hundía en una capa de sal y hielo. Por la sorpresa y un mal movimiento, en cuestión de segundos, me vi hundido hasta la cintura, estaba muy asustado y sabía que no había quien nos ayude y aunque lo hubiera habido, por lo peligroso del emprendimiento nadie se atrevería a entrar. Pensé rápidamente y dije a mi ayudante, “pásame la pala carbonera” las usábamos para el trabajo por su característica, eran anchas y de gran superficie. Puse una mano en ella y la otra con máximo cuidado, apoyándome empecé a sacar el cuerpo y así es como logré salir a la superficie, muy apenas. El hielo y la sal se habían debilitado por el sol, no se podía caminar por la frágil superficie de la laguna, tuvimos que arrastrarnos sobre las palas, cualquier movimiento con el zapato nos habría hundido, pero finalmente logramos salir de Cachilaguna.
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Con el calor, la collpa se torna líquida a 35ºC y el sol de Los Lípez calienta demasiado. Cuando pisamos tierra firme nos fuimos inmediatamente a uno de los dos cuartos de piedra y barro que teníamos a nuestra disposición. Trayendo agua en latas me ayudaron a quitar del cuerpo toda esa masa, me lave las sales (hediondas por el sulfuro de sodio) y el barro de la laguna que tenia pegado al cuerpo. Lo divertido de semejante aventura fue que junto con las sales, salieron todos vellos de mis piernas, quedé lampiño, después me creció un vello débil. Con los estudios realizados observé que la capa de collpa era delgada de 15 centímetros y que solamente había un pequeño yacimiento en la parte sur y sumamente impuro, con sulfatos, sulfuros, boratos, soda cristalizada de 24% y mucha agua. De todas formas las personas que me encargaron el estudio pensaron que podía ser un negocio y por un decreto especial del gobierno fueron autorizados para explotar soda en esta zona que hasta entonces era Reserva Fiscal. Para secar la trona contrataron a un técnico italiano quien mando fabricar platos o planchas de fierro fundido con un agitador central manual con el objeto de secarla con 60% de agua, colocando las planchas sobre un horno construido de barro y calentado por yareta. Tarea difícil. Como este caballero no efectuó las pruebas, la sal extraída se derretía con el calor, se secaba y pegaba en la plancha. Cuando trataba de instalar las planchas, el señor italiano murió de un ataque al corazón, la altura le fue fatal. Logramos producir un poco, con gran dificultad, el costo de fabricación era elevado. Estábamos muy alejados de todo, en Nor Lípez, no disponíamos de equipos apropiados, como ser evaporadores, filtros, centrifugas y no era factible debido al elevado costo de fabricación y a la gran dificultad que representaba eliminar el agua, así que aprovechando la soda preparada y en calidad de prueba elaboré soda cáustica utilizando cal.
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EL INGENIERO INDUSTRIAL DR. V. S. DE BEAUSSET’S
Alrededor de los años 1958–1960 por convenio entre el gobierno de Bolivia y la Organización para el Desarrollo de Sur América, llegó a Bolivia contratado por el gobierno de los Estados Unidos, el ingeniero industrial Dr. V. S. De Beausset’s, quien fue el proyectista del desarrollo de Taiwán (1949–1957), un eminente profesional. Llegó para proyectar un plan de desarrollo industrial, pero se encontró con el grave problema de la falta de industrias básicas. Proyectó la necesidad de producir aceite comestible en Tarija, también fomento a la industria del petróleo. Fui a verlo a la embajada, quedó entusiasmado con mi trabajo y decidió viajar a Los Lípez conmigo, con el fin de estudiar las posibilidades reales. Hicimos el viaje de cinco días, vio el trabajo, los proyectos y los estudios. Después de un día de visitar el lugar, regresó a La Paz. Meses después la embajada Americana me entregó el libro elaborado por V. S. De Beausset’s, con sus conclusiones y recomendaciones. Me dedicó cinco hojas hallando de sumo interés mis trabajos, recomendó se me facilite el crédito suficiente para financiar una pequeña planta. Un crédito que cubra la adquisición de las maquinarias necesarias. Me encontraba con suficiente capacidad técnica, para desarrollar este tipo de industria. En esta época el Punto Cuarto de la embajada de Estados Unidos facilitaba algunos créditos. Me dirigí para solicitar los recursos necesarios, nunca respondieron a mi solicitud.
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SUR LÍPEZ PRIMERA EXPEDICIÓN
En el libro de Arthur y Muñoz Reyes había un mapa muy escueto de Los Lípez; marcaron la zona de Sur Lípez, como zona desconocida, como territorio inexplorado. En Sur Lípez no se explotó ningún yacimiento importante por considerarla una zona sin recursos minerales conocidos. Durante muchos años en la parte fronteriza con Chile existían sólo empresas que rescataban la yareta. En las estaciones y poblados chilenos como Ascotán, recibían yareta transportada por llamas y camiones locales, para ser usada por las locomotoras del ferrocarril Antofagasta Bolivia. No existía ningún camino ni huella, las personas que se aventuraban por allí se encontraban con sendas infranqueables. Posteriormente yo con mi empresa marcamos huellas y las usamos para nuestras actividades. Arreglamos pasos para poder salir de los arenales, los choferes conduciendo sus camiones, cambiaban la ruta del camino, buscando una mejor ubicándose por dónde ir, asentando sus nuevas huellas, cuando encontraban una buena. En esos días, los americanos ayudaban a Bolivia haciendo caminos y este proyecto se llamaba “Punto Cuarto”.
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Nosotros decíamos que también teníamos nuestro Punto Cuarto, consistía de tres o cuatro obreros dedicados exclusivamente a mejorar los caminos, los poníamos de tal lugar a tal otro, pacientemente sacando piedras, tapando hoyos, abriendo sendas. En un inicio, cuando recorría junto a mi gente el territorio de Sur Lípez en busca de actividades que emprender, encontramos los caminos usados por carretas tiradas por mulas, las que transportaban barras de plata desde Potosí hacia la costa. Las carretas con ruedas de madera recubiertas de un aro de acero, se desprendían por el desgaste y los golpes. El camino estaba regado de estas ruedas de madera y hierro. Las ruedas de las carretas dejaron huellas profundas en su camino, seguramente porque en época de lluvias se enterraban. Nosotros las aprovechábamos, montándolas con cuidado por el peligro de caer en las zanjas. Al igual que las huellas de carretas, después de más de dos siglos, mis camiones marcaron los actuales caminos que cruzan Los Lípez, fue una repetición de la historia. En algunas de sus emergencias, colaboré a los ingenieros, geólogos y otros del Instituto Geográfico Militar con alojamiento, gasolina, aceites, pero ellos venían muy buen aprovisionados y con varios vehículos. Después que instalé mis trabajos con campamentos y con infraestructuras en Susana, ellos comenzaron a venir, amojonado para elaborar los mapas de Los Lípez, numerando y pintando piedras de color amarillo, según regulaciones de ellos, supongo. Anteriormente había la Comisión de Límites de la Cancillería Boliviana y la sección Oficina de la Comisión de Límites de Bolivia, esta comisión de la Cancillería se encontraba con la contraparte chilena, más militares bolivianos y chilenos que amojonaban la frontera desde el lado chileno y cada cierto tiempo hacían la inspección de hitos fronterizos desde el otro lado.
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Porque no existía ningún camino en el lado boliviano, el recorrido se lo efectuaba por territorio chileno y en vehículos de chilenos y antes aún, la única marca delimitadora de frontera consistía de una plancha de acero en un poste con una flecha indicando la dirección para cruzar de un país al otro. Para los originarios de la zona, su actividad consistía en viajar para aprovisionarse de todo tipo de artículos, pasaban la vida viajando, en esa época no había nada de nada, ni un alma andaba por allá, eran pueblitos aislados, dispersos. Viajaban, unas veces como arrieros al Salar de Uyuni para proveerse de sal y continuar con esta mercadería, transportando en burros, llamas, para llegar a los pueblos de la región de Tupiza, donde cambiaban en trueque, la sal por alimentos y granos del valle. Durante el viaje que duraba meses, caminaban hilando lana, este era su sistema de vivir, la rutina de su vida. Los hombres y también las mujeres en general tenían como objetivo, irse a trabajar a Chile o Argentina, allí eran muy cotizados, también lo hacían para adquirir víveres, ropa etc. Buscaban trabajo temporal y eran muy bien recibidos, así reunían dinero y regresaban a su casa, en especial para la fiesta del pueblo. Se iban por temporadas y traían consigo las costumbres del otro lado. Recuerdo que mi sorpresa fue grande la primera vez que llegué a Quetena hace sesenta años, en Quetena, la gente se proveía sólo de productos argentinos, algunos hombres usaban bombachas, las mujeres faldas largas de telas plisadas de colores, era como cualquier poblado argentino, estaban totalmente aislados. Era admirable oír cómo todos hablaban a lo argentino, y estábamos en Bolivia.
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AZUFRE En el barrio industrial de Antofagasta, aparecieron muchos inventores, unos fundían, otros destilaban, para sacar azufre. Tal era la fiebre por obtener azufre porque el precio había subido ocho veces su valor. Los Estados Unidos dedicaron su flota mercante para trasladar suministros para la guerra de Corea. Sudamérica no poseía grandes productores de azufre. Considerando el precio, los industriales pequeños trataban de conseguir cualquier cosa que contenga azufre recuperable, apareciendo técnicos que producían buen azufre con minerales de desecho al 12%. En Chile existían buenos yacimientos y siendo la misma cordillera que separa ambos países, comprendí que sería imposible no encontrar azufre en Bolivia, en Los Lípez lugar que en ese momento era considerado como una zona inexplorada. Alguna vez alguien buscó minerales viajando en mula y no encontró nada, solamente salares, arenales y pampas desiertas. Las personas que intentaban recorrer esos lugares solían encontrarse con pasos infranqueables y se devolvían. Viendo retrospectivamente, ahora pienso que fue una hazaña increíble, que con mis veinte hombres, aproximadamente, hayamos marcado las primeras huellas para poner en marcha nuestras actividades. Además añadido a la falta de caminos, la inclemencia del tiempo, la distancia de algún lugar próximo para abastecernos; pero a punta de rastra y camiones íbamos abriendo y arreglando huellas, marcando nuevas cuando se encontraba un paso mejor y aún en nuestros días cuando el turismo es una importante actividad de esta zona, todos siguen utilizando las huellas y/o caminos que nosotros marcamos. Es una región totalmente desierta, pero era la ruta más directa y natural para sacar el azufre hacia el mercado chileno y la costa. En realidad fui yo quien hizo el trámite ante las cancillerías chilena y boliviana para que Hito de los Cajones, paso fronterizo sea paso autorizado. En esta línea fronteriza mandé a construir un refugio
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llamado la “casa del sereno”. Era un cuarto bajo el suelo, donde sólo sobresalía el techo, concretamente la chimenea, una vez dentro no daba deseos de salir a la intemperie, por el calor que se sentía. En este sitio acopiábamos azufre.
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AZUFRERA CORINA
Emprendí la búsqueda de en el lado boliviano de la cordillera. Recordé que desde los lugares donde trabajaba los carbonatos se veía el imponente volcán Tapaquillcha con algunas manchas blancas que mostraban una lejana posibilidad de contener azufre. Al ser zona inexplorada lo primero que había que hacer era arreglar un paso por el carcanal de Cañapa, lugar con muchos y enormes pedrones. Cuando logramos pasar retirando estas enormes piedras y obstáculos observé con detenimiento el cerro y busqué el lugar apropiado para comenzar la expedición. Subimos hasta media falda en vehículo, para luego continuar a pie. Dejé bien aclarado que el camión nos esperaría al pie de la cumbre sur y que encenderían fuego para darnos luz, como un faro. Aclaraba el día, y nosotros estábamos en la falda del Tapaquillcha. Llegamos a la cumbre norte al medio día, caminamos hasta el anochecer recorriendo toda la montaña sin encontrar nada. Agotado me puse a descansar, sólo nos faltaba ver una lomita al final de la cumbre sur, pensé que ya no era necesario seguir buscando, pero sentí un raro impulso, me pareció oír la voz de mi hermano, muerto hacía pocos meses que me decía “sube, negro no seas flojo”. Decidí que seguiríamos subiendo y ¡Qué sorpresa, en una hoyada, a pocos pasos de donde estábamos encontramos azufre del 90 %!. Inmediatamente tomé las coordenadas geodésicas del lugar, las que definen el Punto de Referencia del pedido a efectuarse. Mi ayudante
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llevaba un cajón de dinamita vacío, lo colocamos sobre un pedrón que sirvió de tabla y debajo de un alambre unido por dos clavos que hacían de mira coloqué la brújula para fijar la dirección del lugar. Realizado esto, emprendimos la bajada con la seguridad de ver el fuego que debería ser nuestro faro. Estábamos a 5.300 metros ya había anochecido y sin luz, gracias a las estrellas que en estos lugares brillan de una manera extraordinaria, pudimos sortear por entre las piedras nuestra senda de bajada, si calculábamos mal nos hubiéramos caído. Bajamos todos tomados de una chalina enroscada como cordel para ayudarnos a mantener el equilibrio, el camión nos esperaba a 4.000 metros con el fuego prendido y nuestro té caliente. Luego me dirigí al chofer instruyéndole que se alisté para viajar al día siguiente, a primera hora. Mientras tanto, todo el personal conocía la noticia del descubrimiento. Al día siguiente, en la madrugada, partí hacia la estación de Chiguana para tomar el tren a Uyuni y proseguir hasta Tupiza, donde debía tramitar el pedido minero. Ni bien llegamos a la estación, ordené al chofer, Alí que así se llamaba, que regrese de inmediato al campamento, él quería tomar primero un café, no se lo permití para evitar que difunda la noticia del hallazgo. Regresó al campamento de inmediato, lo observe hasta que se perdió en la pampa. En Tupiza presenté el croquis y esperé un par de días a que el Notario de Minas me entregue el Auto de Adjudicación. Luego regresé a Chiguana donde para información del pueblo y de Mena, mostré el Auto de Adjudicación de la azufrera que tendría por nombre Corina. Estaba descapitalizado por todo lo sucedido anteriormente, la bomba atómica ocasionando la liquidación de la fábrica de quinina, la pérdida total de la mina Cascabel por la inflación y el perjurio. No sabía de dónde iba a conseguir el financiamiento que necesitaba para terminar con la construcción del ingenio en Corina, hasta que escuché el discurso del presidente Víctor Paz Estenssoro apoyando el desarrollo de productos que permitan diversificar la economía del país, entre ellos el azufre.
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Con una copia del discurso me dirigí al Banco Minero y exigí que se me concedan dos créditos; uno para una caldera, el otro para 4 autoclaves y aunque insistí muchísimo, finalmente se me entregaron dos camiones. Supongo que el directorio se vio obligado a respetar las palabras del presidente. No tardaron en enviar a uno de sus agentes a verificar las labores que realizábamos y la capacidad de pago que teníamos. Éste realizó un informe sumamente favorable, sosteniendo que el stock de azufre que teníamos cubría en demasía los créditos solicitados. Con el capital en mano podía comprar las autoclaves que necesitaba para el ingenio. Con este fin viajé a una fundición en Antofagasta, especializada en la fabricación de estos equipos, pero era tal la demanda, que su entrega no era posible para antes de seis meses. Yo no podía esperar tanto tiempo, la cotización del azufre podía venirse abajo en cualquier momento, por lo tanto decidí fabricar momentáneamente dos autoclaves, en plancha de acero gruesa y con parches de protección interna pues el azufre con agua y vapor, destruye el acero rápidamente. Tenía la esperanza de que me duren hasta que se me entregue las de la fundición, pero comencé de esta manera a producir azufre refinado.
CAMPAMENTO EN CORINA En una hoyada, al pie del Tapaquillcha, encontré unas ruinas. Se trataba de la Posta del Sol, lugar de descanso que utilizaban los carreteros españoles que venían del antiguo Potosí trayendo barras de plata. Pernoctaban allí para después continuar a la costa. Era un lugar protegido del viento por lo que decidí reconstruir este campamento para la administración de la azufrera. El clima en Corina como en el resto de las azufreras de la cordillera es el mismo, muy frío, muy ventoso, con cumbres máximas de 5.500 metros y volcanes separados unos de otros sobre una pampa arenosa a 4.200 metros sobre el nivel
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del mar. Es tremendamente seco y en época de lluvias caen nevadas que se evaporan, a veces en pocas horas o a veces en varios días. En las noches de invierno la temperatura baja a más de 30ºC bajo cero, haciendo muy sacrificado cualquier tipo de trabajo. Es por esto que las bases del andarivel y otras construcciones en el cerro debían estar hechas utilizando concreto; el que se elaboraba calentando arena, ripio, anticongelante y agua hirviendo. Luego debíamos cubrir todo con frazadas de lana adquiridas en el remate de ropa usada del ejército y encender fogatas de yareta alrededor del concreto. Precisamente un día de estos me levanté muy temprano para subir a controlar el trabajo del andarivel. Estaba muy arropado, tenía una camiseta, varios sacos de lana y un sacón de pluma en el que guardé una manzana para comerla al medio día. Después de estar expuesto al viento dos horas, cuando quise comerla no pude hacerlo, estaba completamente congelada. En época fría la nieve suele permanecer más tiempo en las cumbres. Para poder cargar el azufre se debía preparar desde el socavón, un callejón que permita el paso entre la nieve que llegaba a formar murallas de hasta dos metros de alto. En el almacén se entregaban víveres una vez a la semana y cuando era necesario. Todo estaba congelado, con decir que el aceite comestible que llegaba en tambores, teníamos que cortar con cincel la tapa del tambor del aceite congelado, lo sacábamos con paleta de madera y para aviar lo pesábamos por kilos. Todos disponíamos de nuestra estufa de yareta que calentaba las habitaciones. La yareta para calentar y cocinar, provenía del mismo cerro. La yareta es una planta en forma de hongo muy dura y muy difícil de cortar. En invierno la raíz se congela y se quiebra más fácilmente. Después se la deja secar dada la vuelta, durante aproximadamente seis meses. Se la usa seca, proporciona 4800 kilo–calorías, contiene 50% de una resina muy fraganciosa. Se dice que una planta adulta de tres
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metros de diámetro necesita mil años para su desarrollo. Al lado de mi vivienda, encontré una plantita de 30 cm. y después de muchos años seguía del mismo tamaño.
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TRANSPORTANDO EL AZUFRE CON LLAMAS
En el inicio de las actividades, no se podía subir en vehículos a la azufrera, comenzamos a transportar el mineral en llamas. No cargaban mucho peso, de cinco a máximo diez kilos, solamente podían efectuar tres viajes dependiendo del peso, el mineral no pesaba mucho. En la base, al pie del cerro instalé una balanza grande, puse una plataforma donde colocábamos todos los sacos; se pesaba la carga, se pesaban los sacos vacíos y se pagaba en efectivo a los arrieros por el transporte. Yo les pagaba un buen precio, prácticamente el valor de la llama por viaje, por quintal de azufre, les hubiera pagado lo que me pedían. Si a mí me pagaban cien dólares, no me importaba pagar cinco dólares o diez dólares de flete. Arriba, en la cata no valía nada, era abajo donde tenía su valor. Anoticiados, comenzaron a llegar arrieros de todo Potosí y hasta Oruro, venían de todas las pampas, tropas inmensas, cientos y cientos de llamas, ha habido días que he tenido como 500 llamas. Lográbamos acumular alrededor de 25 toneladas del mineral que luego lo enviábamos en camión al ferrocarril junto con la Carta de Porte destinado al Banco Minero. Distante, a unos diez kilómetros del ingenio corría de una vertiente, abundante agua tibia que formaba un pequeño río, teníamos agua en abundancia y en la cabecera de la vertiente, crecía mucha hierba. Las
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vicuñas venían a comer este excelente pasto, se veía grandes tropas de cien y tal vez más vicuñas. Después de la Revolución del año 1952 los campesinos disponían de armas y munición, y como la lana era muy cotizada y tenía un alto valor comenzó la cacería y por ende la casi desaparición de las vicuñas. Durante el periodo del transporte por llamas, prácticamente el único costo era el transporte, lo que me permitió financiar el campamento y el largo y difícil camino de 22 kilómetros hasta las bocamina. Apuraba la construcción del camino a lo máximo pero el tiempo pasaba y todavía faltaba construir cien metros de desnivel hasta el socavón, en roca muy dura y pared vertical. Decidí que lo mejor era construir un andarivel para el último trecho. Con los precios elevados tenía que refinar el azufre lo más rápido posible. En esta misma época, el Banco Minero de Bolivia ofreció traspasarme para Corina, un andarivel de su propiedad que se encontraba abandonado en un yacimiento minero por encontrarse agotada la mina. La idea no era mala, si se tiene en cuenta que el transpone del azufre en Corina, representaba la mayor parte del costo de producción. Utilizando en Corina un andarivel, además de contar con una planta completa para el tratamiento de minerales de baja ley, veía que el negocio sería buenísimo. Con estas ideas en mente, decidí intentar la posibilidad de ejecutar un proyecto de producción, considerando el empleo del andarivel. Viaje con funcionarios del Banco Minero para ir a verlo al lugar. Se trataba de un andarivel con gran capacidad de transporte, torres de doble carril, uno de subida y otro de bajada, baldes de tamaño mediano, la distancia entre ellos de cincuenta metros. Se encontraba en muy buenas condiciones, seguramente lo mantuvieron con algún cuidado, no tenía oxidación visible, el transporte del mismo, precisaba de una empresa especializada. El andarivel lo fabricó la maestranza El Volcán en La Paz. Con el andarivel instalado comenzó la explotación de la mina, la carga del andarivel se vaciaba en un buzón y de éste a camiones.
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FÚTBOL DE ALTURA ESTRENANDO NUESTRO CEMENTERIO En la azufrera Corina, como en los otros campamentos, el pasatiempo era el fútbol. Existían tres equipos: Mina, transporte y planta. Generalmente jugaban los domingos en una laguna seca, muy plana y sin polvo, a cinco kilómetros del campamento. Algunas veces viajaban a otros lugares para jugar, una vez fueron a Ollagüe en Chile, para jugar con pobladores y carabineros de la localidad. En una ocasión cuando fueron a Chiguana, yo los acompañé, el equipo estaba integrado por varios trabajadores de entre los cuales seis eran orureños. A nuestro regreso, se nubló y comenzó a nevar pero no le dimos importancia. Desgraciadamente la nevada aumentó, la nieve comenzó a caer como frazadas, flotando; no se veía nada. El vehículo comenzó a patinar quedándose trancado. Decidimos continuar a pie, sabíamos que estábamos cerca de nuestro campamento, pero como no se veía casi nada, la gente no se ponía de acuerdo por el rumbo a tomar. Los orureños no quisieron seguir la dirección que tomamos con los lugareños. Nos guiaba Alí, mi chofer, oriundo de la zona, quien conocía muy bien el camino, además que estaba dotado de un extraordinario sentido de orientación. Yo ya conocía ese su don. Ante la disyuntiva, tomé partido por seguir a mi chofer. Nos dividimos en dos grupos, el mío llegó rápido al campamento, pero el otro se perdió. Tratamos de ir a buscarlos, pero era imposible por la falta de visibilidad y el rigor de la nevada. Al día siguiente salimos antes del amanecer para buscar a la gente perdida, con ochenta centímetros de nieve caída, casi no se podía caminar. No había rastro de los hombres hasta que alguien vio un bulto negro. Era un chofer y se había congelado parado, lo trajeron en brazos, lo colocaron en un turril con agua caliente y le echaron por la boca una bebida alcohólica, increíblemente el joven reaccionó, al poco tiempo pidió comida. Los otros cinco murieron, no pudimos encontrarlos hasta septiembre cuando la nieve empezó a derretir y estrenamos nuestro cementerio cuando los enterramos, estaban perfectamente conservados.
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“¡ASÍ ES LA VIDA … ¡Y ASÍ ES!”
En Los Lípez, mi entretención era informarme del acontecer en el mundo, casi siempre con noticias dolorosas por la radio de la BBC y al no tener con quien conversar, la lectura se convirtió en mi pasión. Es cierto que extrañaba a mi familia, a mis amigos, a la vida en sociedad; pero a la vez necesitaba de Los Lípez, de sus puestas de sol, de las noches sin luna, de sus estrellas. Protegido del frío solía salir a mirar el cielo constantemente. Los celajes tan hermosos en esa diafanidad de la atmósfera me alegraban, sobre todo cuando regresaba de La Paz, después de haber estado en mi casa, en mi hogar, con mi familia… Cuando no me era muy atractiva la soledad. Generalmente llegaba en tren hasta Uyuni para continuar el viaje en un camión que me recogía y me llevaría hasta la mina. No me sentía muy contento cuando debía subir a éste, pero al observar el Salar de Uyuni, blanco, inmenso, sin límites, el cielo azul, los colores del atardecer, se me llenaba el alma. Quedaba hechizado, con el corazón, el ánimo y el espíritu tranquilos, me elevaba. Aprendí que no hay que estar en guerra con la naturaleza por mucho tiempo. Sentía que estaba haciendo algo que valía la pena, lo hacía con satisfacción, con placer. Nunca me quejé, nadie puede haberme oído decir que me sacrifiqué, jamás me he sacrificado, todo ha sido con gusto, con tranquilidad
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y satisfacción. Al final lo más importante es que hacia lo que quería; tal vez si me lo hubieran ordenado es posible que no lo hubiera hecho. Nunca recibí órdenes ni dependí de nadie. He sido realmente libre, durante toda mi vida; creo que uno de los pocos hombres que puede sentirse tan libre de toda exigencia, de tradiciones, de filosofía. Libre, siempre en contacto con la naturaleza y con el hombre, porque he visto la tranquilidad con que el hombre de Lípez reacciona ante la adversidad, como la muerte. La soporta con la misma simplicidad, con la que soporta a la naturaleza. Sufre, le duele, pero a la vez es muy duro, tremendamente estoico, guarda su pena sin albergar ningún resentimiento, simplemente diciendo “así es la vida”… ¡y así es!.
MINA DE COBRE RIO GRANDE Nos dirigíamos a Corina el año 1956, comprando víveres y recogiendo en la ruta a nuestra gente. Era época de lluvias, y las orillas del Salar de Uyuni se encontraban más húmedas que de costumbre. Antes de llegar a Río Grande, nos enterramos en el fango, era la única ruta para llegar a estos poblados, tuvimos que trasladarnos a pie hasta la población de San Juan, cargando los víveres. Estaba con mi hijo Alejandro de nueve años, tenía un rifle de aire comprimido con balines de plomo. Alejandro quiso cazar pajaritos y creo que no encontró ninguno. A su regreso me dice que no podía cerrar el rifle. Tomó el rifle, apretó el gatillo y con la presión de aire se me cierra, yo que tenía colocado el dedo en el rifle, al cerrarse el caño, prácticamente me deshizo el dedo pulgar. Tenía la uña colgando y en esas circunstancias no tuve otra que arrancarla con los dientes, menos mal que parece que en estas regiones, son pocas las bacterias que ocasionan infecciones, debe ser por el sol tan fuerte, el aire salino. Parecería que ni las baterías quieren vivir en este ambiente, es curioso, pero son pocas las veces que vi una infección en los años que pase en
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Los Lípez. Con el dedo destrozado y como el botiquín se encontraba en el camión, solo atiné a amarrar el dedo con papel higiénico, ¡Qué cosa!. En San Juan, me informaron de una mina trabajada hace mucho tiempo atrás. En el pueblo había muchos ancianos de noventa años o más, sin embargo, nadie se acordaba quien la había trabajado. Me explicaron escuetamente donde quedaba y decidí ir con mi hijo. Salimos muy temprano, llevábamos una cantimplora y un sándwich cada uno. El lugar estaba mucho más lejos de lo que se suponía, con un sol que mata en estas alturas y los interminables desiertos, el camino parecía interminable. Caminábamos, caminábamos y nunca llegábamos, hasta que cerca del medio día por fin nos acercamos a la mina. Le pedí a mi hijo quien se caía de cansado, que me esperase un momento, en una pequeña loma que se la veía desde la mina. Lo conformé diciéndole que lo estaría mirando todo el tiempo y que no iba a estar solo. Pero a pesar de mis palabras, al poco rato apareció detrás de mí, temeroso de los pumas que a decir de los lugareños, habitaban en la zona, se decía que se alimentaban de llamas. Conocido es que estos felinos viven en los carcamales, se ocultan entre las rocas y salen por las llamas en la noche. Los campesinos para ahuyentarlos, encienden fuegos con mucho humo, yo he visto pumas en estos parajes. La mina me pareció muy interesante; Había pozos profundos, llenos de agua azul por el cobre y estaban distribuidos en una dirección bien demarcada. Los socavones contenían minerales de cobre de color verde eran de baja ley, como sucede en casi todas las minas de cobre. Y a pesar de que estaba bien ubicada, a veinte kilómetros de la estación ferroviaria, yo estaba demasiado ocupado en el inicio del trabajo en la azufrera Corina y le perdí el interés, además que en esos días el precio del cobre era malo y se requeriría mucha inversión. Después de un descanso obligado, de casi dos semanas y con el personal listo para el trabajo, continuamos viaje a Corina, donde comenzamos el trabajo de instalar el campamento y de construir el camino. La planta de fundición todavía esperaba las autoclaves.
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AZUFRERA KAQUELLA Desde la cumbre del volcán Tapaquichas se veía con gran claridad la cumbre del volcán Kaquella, ubicado al sur. Tiene mayor altura, después determinamos que eran 5.700 metros sobre el nivel del mar. Siempre sentí curiosidad de comprobar si contenía azufre, pero por sus condiciones geográficas y geológicas, era casi imposible subir en una excursión normal. Ya mencioné que el Banco Minero de Bolivia me ofreció traspasarme un andarivel para Corina y como mi interés era grande, contraté para hacer los estudios de factibilidad, elaborar planos, los cálculos, etc., a un señor italiano llamado Enrico Lenas nos hicimos amigos, conversando supe que su deporte predilecto era el alpinismo ¡Cómo anillo al dedo! Le propuse subir al Kaquella y decidimos iniciar el ascenso en los próximos días. Salimos antes del amanecer acompañados de dos ayudantes. Nos acercamos lo más posible a la cumbre sur, que después de estudiarla sabíamos sería el mejor lugar para iniciar el ascenso. Caminamos todo el día, hasta aproximadamente las seis de la tarde, por el filo del cerro. Llegamos a la parte plana del volcán, encontramos mucho azufre, se lo veía por todos lados. Lenas con unos instrumentos de medición tomaba las coordenadas topográficas para confeccionar el croquis del lugar, mientras que los ayudantes recogían unos trozos de muestras para que los analizara, estaba muy cansado y pronto oscurecería. Era necesario hacer el descenso, Lenas me dijo que era imposible regresar por donde habíamos venido y teníamos que bajar directamente por la quebrada, en vertical. De pronto el rugido de las piedras detrás nuestro, nos hizo constatar que se trataba de una morera, no había otra opción; Teníamos que correr. Nos lanzamos por semejante pendiente, corriendo a grandes zancadas temiendo ser arrastrados por el material suelto. Las piedras nos seguían, retumbando por detrás de nosotros. En uno de esos momentos me recosté en el piso, no podía dar un paso. Hacía mucho frío y estábamos en plena cordillera, no podía quedarme ahí. Mi ayudante quiso ir a buscar gente para que
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me lleven, lo cierto es que no podía aceptar semejante humillación y por otro lado se veía el fuego que encendieron para que ubiquemos el camión, no estábamos lejos. Me levanté y caminando en medio de la oscuridad, alumbrados por las estrellas, llegamos al camión, donde la gente ya se disponía a venir en nuestro auxilio. Lenas ya había llegado. Una vez en el campamento, a paso raudo se dirigió a su habitación. A los pocos días, Lenas empezó a sentirse indispuesto, malestar que con el transcurso de los días no se iba. Me pidió permiso para ir a La Paz a ver un médico. No regresó, el médico le diagnosticó problemas coronarios, no podía seguir subiendo a la cordillera, tuvo que abandonar el trabajo. Me parece que se esforzó demasiado al subir el Kaquella y se le aceleró una dolencia dormida. Tiempo después me contó que contraería matrimonio con una simpática beniana, transformándose en ganadero. De todas formas al final, Kaquella o Rosario del Rey, como le llamé, quedó descartado, por el elevado costo de producción e instalación, el camino era muy difícil y solamente instalando andariveles y otra tecnología, se podría pensar en trabajarlo.
AZUFRERA CAÑAPA Y DON PLACIDO MENA Para hablar de la azufrera Cañapa tengo que hablar de Plácido Mena, llamado el Rey de la yareta. El señor Mena era un campesino muy inteligente que a pesar de haberse educado de manera limitada en la escuela de su aislado y pobre pueblo, llegó a ser el hombre más adinerado de Chiguana y los alrededores, al dedicarse a rescatar yareta de los campesinos, que la traían en llamas, para luego venderla a las minas en Chile principalmente y al ferrocarril, la yareta es un excelente combustible. Era propietario de un almacén grande en Chiguana, y recibía también trona que le traían los arrieros, la vendía a los lugareños para lavar y desgrasar el cuero del sus animales sacrificados.
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Tenía un hijo que mandó estudiar a Chile, quien por su elemental educación fracasó en sus estudios pero logró estudiar teneduría de libros y trabajar con su padre como contador. Era un muchacho trabajador y de buenas costumbres. Cuando los años del gobierno de Víctor Paz Estenssoro un buen día, algún afín al M.N.R. se enteró que este joven durante su estadía en Chile había ingresado al partido de la Falange Socialista. Lo tomaron preso, acusado de conspiración por una denuncia proveniente, muy seguro, de algún competidor en el negocio de la yareta. Este joven no se metía en política y era una calumnia. Tres meses después el señor Mena recibió un comunicado del campo de concentración de Curahuara de Carangas para que vaya a recoger los restos de su hijo muerto, decían, que fue después de una operación al hígado. Se comentó de todo, que fue asesinado, que fue una mala intervención, al final quedó la duda… fue una gran pena. La única actividad que se proyectaba en ese momento se encontraba en Cañapa, justo donde este señor explotaba yareta y donde un día de esos en la cumbre, encontró azufre y lo quiso fundir. Al estar a 25 kilómetros de la estación Chiguana tenía a su favor todas las facilidades. Sus socios lo contactaron con personas en el Brasil que le consiguieron un crédito grande para producir azufre. El señor Mena, comerciante próspero, no sabía nada sobre el negocio del azufre y menos aún sobre la construcción de plantas fundidoras. Sus nuevos socios lo contactaron con técnicos checoslovacos, quienes aunque trabajaban muy bien en un taller mecánico, de azufre no sabían nada. Con una irresponsabilidad rayada en lo criminal, proyectaron una planta de refinación de azufre para Cañapa, iniciando su construcción. Cuando llegaba la maquinaria a la estación, observé grandes cilindros de cuatro metros de largo y 0.80 metros de diámetro. Me percaté que se trataba de calcinadores giratorios para sublimar y condensar el gas del azufre, pero el cilindro de calcinación se encontraba dentro de un horno de ladrillo calentado con yareta proveniente del mismo cerro. Al ver esto quedé consternado, le manifesté a Mena mi preocupación, esos equipos no iban a durar nada. Efectivamente cuando
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comenzó a trabajar la planta, solamente pudo hacerlo pocos días y al final no pudo producir. La plancha de hierro del cilindro al contacto con el azufre, caldeada en el horno se transformaba en sulfuro. Lo más triste es que con la irresponsabilidad propia de su educación, el señor Mena compró con parte del dinero que le dieron, una propiedad agrícola en Tupiza, que se decía era el granero del Altiplano, pero de agricultura sabía poco o nada. Con el fracaso total de su empresa, los acreedores, socios garantes, lo demandaron pidiendo la restitución del dinero entregado para elaborar azufre. Tuvo que vender sus casas, camiones, todo activo que poseía pero parece que por falta de dinero, después de un tiempo los abogados lo metieron a la cárcel. Le tocaron a este sacrificado y sufrido trabajador, todas las desgracias juntas. Pobre hombre, autodidacta, se cultivó intelectualmente como pudo. Para mal de males, un caballo lo botó en una de sus caminatas por el campo y quedo cojo, se movilizaba con muletas. Su empresa azufrera fracasó por culpa de sus técnicos y sus socios. Tenía un nieto en Chiguana estaba encargado de un pequeño almacén, muchacho ingrato abandonó a su abuelo. Mena murió en la mayor miseria. Un día estando yo en mi oficina de La Paz, me anunciaron que me buscaba un caballero quien no podía subir las gradas. Se trataba de don Placido Mena. Baje las gradas para verlo, estaba sucio, hediondo, saliendo de la cárcel y sin un centavo. Le proporcioné algún dinero, al poco tiempo me enteré que murió en total abandono. Triste fin para un campesino que salió de la condición de hombre muy pobre y llegó a ser llamado “el Rey de la yareta”.
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AZUFRERA UTURUNCO Conociendo ya de la existencia de azufre en Los Lípez, llegaron muchas personas buscando mineral. Entre ellos un grupo de adinerados comerciantes yugoslavos radicados en Cochabamba, que después de estudiar la zona se decidieron a invertir y entre todos juntaron un capital muy considerable que invirtieron en el prospecto de la explotación de la azufrera. Construyeron campamentos, caminos y una planta de refinación de azufre grande que tenía los mismos equipos que empleaba en mi planta. Con el mineral a flor del suelo, depositándose en pequeñas cantidades sobre las piedras, sin duda alguna la azufrera de Uturunco aparentaba ser un rico yacimiento, pero como algunas cosas se miran pero no se tocan, el problema que tenían por más que intentaban, era la imposibilidad de fundir el mineral. Motivo por el cual llegaron personeros de la empresa Uturunco a mi campamento en Corina. Querían ver si los podía ayudar a resolver el problema. Decidí que lo mejor sería que el jefe de mi planta de fundición, se traslade con ellos para que trate de hacer funcionar en debida forma la fundición y por consiguiente su planta. Después de una semana retornó, no pudo fundir el azufre. Querían que yo fuera en persona a ver el problema pero tenía demasiado trabajo, les pedí que me envíen una camionada de mineral para tratar de fundirlo en mi planta. Efectivamente llegó el azufre del Uturunco y con nuestro método, tampoco pudimos separar dentro del autoclave el azufre fundido de los sólidos. Lo intentamos varias veces hasta que un día mi jefe de fundición se opuso a que continuemos con las pruebas porque por cada intento fallido, al botar la borra, saltaban las parrillas y otros del interior del autoclave, perjudicando por varios días a nuestra producción, porque no se podía continuar mientras se arreglaban los desperfectos causados por el azufre de Uturunco.
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Al final les dije que no podía resolver el problema y me parece que no pudieron salir adelante porque jamás escuche sobre la producción de Uturunco.
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CAMINOS DE SAL Y SOL
SAN ANTONIO, LA VERDE Y FARELLÓN Los trabajos en Corina no funcionaban bien por los costos en fletes. Pensé que sería bueno buscar otras oportunidades para trabajar por la zona. Llegaba el verano y aprovechando que en éstas fechas venía gente en busca de trabajo a la mina, decidí que llevaríamos unos cuantos con nosotros para explorar en Los Lípez y ver si se le había escapado a don Ricardo Cruz, pionero de Nor Lípez, alguna mina. Encontré muchas minas abandonadas con socavones grandes y profundos que asustaban incluso a los cateros que me acompañaban. Temíamos, con razón, posibles derrumbes que sólo un experto minero, podía manejar y en esa soledad no se justificaba el riesgo. Pero también encontré unas cuantas a las que todavía se podía ingresar, como San Antonio de Lípez, una rica mina de plata anterior al cerro de Potosí, la primera que trabajaron los españoles durante la colonia. Al lado del pueblo de San Pablo de Lípez encontré grandes campamentos destruidos por el viento y la lluvia en los que fácilmente podían vivir 10.000 personas. Caminando llegamos hasta un socavón con una gran entrada labrada en piedra, era el ingreso a la famosa mina de plata San Antonio de Lípez. Parecía seguro, así que ingresamos acompañados de un lugareño para que pueda buscar ayuda en
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caso de que ocurriera algo. En los desmontes encontré pedacitos de rosicler, mineral rojo, muy bello con alta ley de plata. Me dijeron que en algún momento COMIBOL envió personal técnico para efectuar una prospección del yacimiento sin obtener resultados. Se decía que no había nada, y yo creía lo mismo, los españoles eran grandes fundidores y seguramente habían agotado el yacimiento. De todas maneras deseaba ver si encontraba algo y hallé escorias en grandes cantidades que pensé podían contener indicios de plata. Me fui con alguna ilusión, contento, para encontrar después de hacer los análisis, que no tenían valor. Quienes hayan fundido la plata de San Antonio lo hicieron muy bien, no dejaron nada del mineral ni siquiera en la escoria.
METAL MERCURIO Encontrándome en La Paz, posiblemente hace cuarenta años atrás por los años 1961, me buscó un ingeniero norteamericano. Me dijo que en yacimientos antiguos de minas de plata en los Estados Unidos se recuperó mucho mercurio. El mercurio se lo utilizaba para amalgamar los minerales de plata, siempre se derramaba, perdiéndose al ser pesado y líquido. Generalmente, se filtra a través de la tierra húmeda, hasta encontrar una capa impermeable de material rocoso y ahí se estanca. El mismo señor añadió que al parecer se extrajo mercurio en Potosí y quería conocer los posibles lugares donde se pudiera hallar mercurio, así que me propuso hacer un viaje por las minas de plata en época de la colonia. Le indiqué que en San Antonio de Lípez se extrajo mucha plata y que todavía se podían ver los ingenios de los españoles a lo largo del trayecto y si resultaba podríamos ver de trabajar juntos. Le gustó la idea y partimos, aquella vez nos acompañó Alfonso, que era un niño. Llegamos a San Antonio de Lípez en camioneta, no había ni un alma, sólo el cuidador de la iglesia quien nos dio alojamiento. Esa noche, paseando por el lugar, encontramos un cementerio al lado de
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la iglesia. Durante el día visitamos la iglesia de San Antonio de Lípez, Alfonso debe tener las fotografías que tomamos. Impresionantes, grandes cuadros dorados de arte colonial cubrían todas las paredes. Diría que doscientos años atrás, trabajaron las plantas de amalgamación en ese lugar para producir plata y cuando dejaron de producirla, dejaron todo abandonado. La gente de la comunidad de San Antonio de Lípez cuidó su iglesia como su riqueza máxima y la conservaron como pudieron. Por turno, todos los años nombraban en la comunidad un encargado para esta labor. Con los años se derrumbaron las alas laterales, quedando el ala central que fue reconstruida por ellos mismos. Cuando llegué tenía el techo de paja, los cuadros con labrados marcos dorados y en el campanario todavía se encontraba una hermosa campana que tenía grabada el año de fabricación que decía 1680. Encontramos los ingenios donde se amalgamaba la plata, también los hornos de fundición. Por la magnitud de las ruinas era probable que existiera mercurio, había que buscarlo. Era un metal de alto precio pero no era trabajo para mí, entre otras cosas porque quedaba muy lejos de mis otros trabajos, así que le dije que si él quería trabajar lo colaboraría, pero que yo no estaba interesado. Creo que no pudo organizar nada, sin camino las distancias eran enormes dificultades. Esa vez fuimos con el Power Wagon asentando caminos, sobre los pajonales, de otra manera no hubiéramos podido llegar (sabía que por el lado del Salar de Uyuni, había una huella en pésimo estado, hecha por los mismos vehículos, malo, con muchas piedras, hasta la actualidad es malo ese camino). Después de muchos años regresé a San Antonio de Lípez y me encontré que no estaba ni la campana, ni los cuadros de la iglesia. Les pregunté a los comunarios ¿Qué es lo que había pasado, si eran ellos los que los habían cuidado durante tantos años y con tanto esfuerzo? Me explicaron que una orden del Obispado de Potosí había instruido el traslado de cuadros, imágenes y otros objetos y que llegaron en vehículos, se llevaron los principales cuadros, la campana y casi
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todas las cosas de la iglesia. ¿Qué vamos a hacer?—Me dijeron—el Obispo manda, la iglesia es el Obispado. Luego construyeron por allí, al lado, un cuarto revocado de estuco que funcionaba como iglesia para ser usado en bautizos y otras ceremonias. En esta pieza se veían amontonadas algunas imágenes, cuadros menores que no pudieron llevarse... Así pasa con todas las riquezas coloniales de la iglesia. ¿Me pregunto si realmente sería del Obispado que llego a recoger todo aquello?
LA VERDE En la expedición caminamos por varios cerros pensando que podíamos encontrar vetas de algún mineral. Fue así que en estos recorridos llegamos a un morro negro donde encontramos rocas un poco teñidas de verde. Inmediatamente los barreteros perforaron e hicieron un tiro con dinamita a nivel del suelo; saltó oxido de cobre negro. Había encontrado algo con lo que se podía negociar, lo malo es que la zona resultó ser Reserva Fiscal y no se podía solicitar su explotación, en vano caminamos tantos días. De todas formas, por si acaso tomé las coordenadas geodésicas del lugar denominando la solicitud de pedido como La Verde y retorné a mi campamento esperando que se levante la Reserva Fiscal de Los Lípez, cosa que sucedió años después. Concedieron varias miles de hectáreas posiblemente mineralizadas a la COMIBOL. Con el precio del cobre en alza, la gente de la zona se organizó formando la Cooperativa Avaroa. Hicieron presión y lograron pedir en alquiler a COMIBOL, la mina que años antes la había bautizado como La Verde, dándole el nombre de Mina Avaroa. Esta cooperativa comenzó sus trabajos con el desorden propio de la inexperiencia. Sin organización ni nada, cada uno de sus cien socios hacía lo que quería. Uno hacia un pique acá otro allá, sacaban el mineral de donde sea, lo cargaban y lo llevaban para su venta ocasionando con esto la inundación de la Mina
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Cuando se levantó la Reserva Fiscal de Los Lípez no perdí el tiempo y de inmediato hice tres pedidos mineros de cobre, uno era La Verde y los otros dos eran para Farellones y San Antonio. Por esos días, los pedidos legales de las minas era una trampa tendida por abogados y “caza minas”. Se solicitaba la adjudicación presentando un croquis con la ubicación exacta de lugar que debía servir para el plano de posesión otorgado por la Superintendencia de Minas, el Corregidor y el ingeniero de la Oficina de Minas. El asunto es que en el momento de tomar posesión, podían aparecer oponentes, muchos sin fundamento, sólo con el fin de chantajear o pleitearte por años y años la posesión de la mina; Una calamidad para la gente que solo quería trabajar. Para que me den la posesión de Farellón y de San Antonio fui a recoger al ingeniero de la Oficina de Minas y al corregidor. Lo curioso es que desde que salí de Uyuni me seguía una camioneta, seguramente porque no sabían donde quedaban las minas solicitadas a las que se opondrían. Llegamos a San Antonio donde el corregidor y el ingeniero de Minas me dieron la posesión y luego un revolcón en el suelo para concretar tu derecho de propiedad, como era costumbre. Cuando estábamos a mitad de la ceremonia de posesión, aparecieron unos abogados que venían desde Uyuni, precisamente en la famosa camioneta que me estaba persiguiendo, para oponerse y afirmando falsedades, lograron suspender la posesión y todo de acuerdo a ley. Ante este tipo de situación si quería salvar mis derechos propietarios, debía continuar con el trámite en Tupiza, en los tribunales. Situación difícil para mí, dado que tenía mucho trabajo en las minas. Los que denunciaron eran ingenieros extranjeros y ex empleados de COMIBOL que conocían las minas solo de nombre. Después de un tiempo me enteré que fueron expulsados del país como consecuencia de pleitos entablados por COMIBOL.
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MINA FARELLÓN Cuando partimos de Corina me percaté que a unos 80 kilómetros al este, existía una serranía que se expandía por kilómetros pintada con varios colores. Me dio la impresión que podría haber azufre. Recordé que alguna vez un conocido mío de la zona, me contó que después de la época de lluvia, caminando por la falda del cerro Farellón, solían encontrar pepitas de oro. Tenía que comprobar si esto era verdad. Me puse en marcha. Encontré, para sorpresa mía, que en la punta del cerro había un socavón que parecía ser el producto de una gran empresa. Entramos con cuidado, temiendo la existencia de gases, adentrándonos más de 300 metros en busca de algún signo de mineral de cobre. No encontramos nada, todo era roca sin ningún indicio de veta ni de mineral. Sorprendido salí a ver los desmontes del socavón igual, nada de nada. Aparentemente, se buscó minerales a fines del siglo pasado, pero ningún lugareño sabia de ningún trabajo, en semejante desolación parece increíble que lo hubiera habido. En la parte alta del cerro había una pequeña veta de óxidos coloreados que resultaron tener una ley muy aceptable y decidí hacer el pedido minero, regresar con más gente para trabajar la mina a la que llamé Farellón. Cuando volví, construí un pequeño campamento de cinco piezas y traje conmigo a un grupo de especialistas en minas. Comencé explotando la parte alta del cerro, donde se veía una veta que entraba vertical, ensanchándose de a poco, como un lente muy grueso. A los veinte metros de profundidad la extensión llegaba a los 30 metros, después comenzó a disminuir el ancho hasta llegar a perderse por completo a los 50 metros de profundidad. Trabajábamos con barreno y dinamita pero a medida que se trabajaba se angostaba el largo de la veta, la verdad le hacía empeño esperando encontrar un gran bolsón, una veta que realmente justifique semejante esfuerzo. El ingreso lo hacíamos de la forma más rudimentaria, se entraba por una escalera hecha de cable de acero con travesaños de barras de hierro amarradas en la parte superior y a medida que se profundizaba, se la amarraba a
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una perforación en la pared del cerro, trabajo peligroso—la escalera se balanceaba—realmente me preocupaba lo peligroso del emprendimiento. Al final ya no se podía extraer nada, desapareció la veta y sin mineral que explotar, se paralizaron lo trabajos en la mina pero como un pequeño regalo del “Tío”, los trabajadores que aprovechaban feriados y otros días para buscar oro en la superficie, al retirarse se llevaron en envases de vidrio de remedios, unos cuantos gramos de oro.
MINA SAN ANTONIO Mientras trabajaba Farellón, mis trabajadores me dijeron que a unos cincuenta kilómetros había cobre en el suelo. Fui a ver el lugar con mi hijo Alejandro, pequeño aún. Llegamos de noche, justo para armar una carpa, adquirida del ejército americano, que luego se extravió. Cuando armamos la carpa, llovía, al poco tiempo estábamos empapados, la carpa no era impermeable y con el aguacero entró mucha agua. Mi hijo estaba sopa, lo arrope como pude. No nos enfermamos, aunque pasamos la noche mojados y con frío. Al día siguiente después de comer algo, salí a explorar. Efectivamente en el suelo, y por todos lados encontré cuprita y trozos de cobre metálico de hasta diez kilos, construí un pequeño campamento de cinco piezas. Hice lo aconsejado y resultó en un negocio desastroso. La empresa rescatadora de minerales, para determinar el precio que iban a pagar, se comprometió a hacer un análisis del mineral en Antofagasta; efectivamente lo hicieron, el resultado era 36% de cobre. Pero lo que no hubo fue el pago que me correspondía, faltando al compromiso verbal, me hicieron esperar un tiempo para liquidar los lotes al 23% de cobre. Un abuso o mejor dicho un asalto a mano armada, considerando que los análisis del Banco Minero dieron 36% y los que yo hice 41%. Ante tal engaño decidí no trabajar más con esta empresa. Con el tiempo el material que se encontraba en el suelo se agotó y no pude encontrar más vetas explotables en el lugar.
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AZUFRERA EL DESIERTO El señor Guillermo Mac Lean, un alto dirigente político, organizó una comisión a las azufreras de San Pablo de Napa, en Nor Lípez consiguiendo que le adjudicaran el yacimiento azufrero denominado “El Desierto”, que desde ese momento comenzó a recibir por camionadas toda clase de artículos alimenticios y equipos. Yo trabajaba Corina, cuando Mac Lean se comunicó conmigo para proponerme la dirección técnica de El Desierto. La propuesta se basaba en un sueldo y como para esos tiempos, el trabajo en Corina tenía poco margen de rentabilidad, acepté su propuesta con la condición de pasar dos días en El Desierto para dedicarme el resto del tiempo a Corina. Una de mis primeras funciones fue viajar hasta Antofagasta a comprar los equipos para El Desierto donde permanecí una semana y una vez cumplida mi misión regresé a Corina, trabajando normalmente hasta que el mecánico de El Desierto termine de instalar los equipos. Organicé la producción que sólo llegaba a doscientos toneladas de azufre refinado pero la administración era un desastre; conseguían con influencia camionadas de aceite lubricante, víveres, llantas y varios camiones. Todo desaparecía y nadie respondía por su perdida ya que cambiaban administradores a menudo. Conclusión: El negocio daba pérdida.
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Para aumentar la producción ofrecí un bono de producción al jefe de la planta de fundición y al personal. Se comprometieron a doblarla, porque era posible, con un poco de esfuerzo. Después de un tiempo cuando regresé al Desierto, los trabajadores se quejaron y me informaron que la producción subió al doble, pero que el administrador no quiso reconocer el bono ofrecido. Ante tanto desorden renuncié y no volví nunca más como asesor. Posteriormente lo hice en calidad de arrendatario.
AZUFRERA SAN PABLO En la época que asesoraba a Mac Lean en El Desierto tuve la oportunidad de visitar San Pablo de Napa, un rico yacimiento cerca de la frontera con Chile. Quedé impresionado por su riqueza que a simple vista mostraba un extenso manto extendido por varios cientos de metros de azufre de alta ley. Originalmente perteneció al señor Flores Huayta, hombre solitario, con pocas relaciones y amigos, que para su desgracia recibió dinero de ciudadanos chilenos con hipoteca de la mina, uno de los motivos para que se la expropien. Al igual que El Desierto y Concepción, San Pablo de Napa se encontraba lejos de cualquier centro urbano o poblado. No existía ningún control por parte de las autoridades bolivianas, nadie conocía sobre la existencia de estas industrias dedicadas al azufre, era como si no existieran. Aisladas de esta manera, no cumplían con las leyes de aduana o tributarias o contraviniendo la Constitución, razón por la cual Mac Lean, las denunció al ser informado de estos hechos. Cuando San Pablo todavía pertenecía a Flores Huayta, éste se dedicaba a elaborar azufre sublimado. Tenía una buena planta, el mineral lo sublimaba en retortas de fierro fundido y recibía los gases en grandes cámaras de ladrillos de tierra para luego vender la totalidad de su producción a Chile. Después de la expropiación se entregó el yacimiento a la Caja del Seguro Social Militar, conocida también
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como “COSSMIL” que la recibieron con regalo: un stock de azufre refinado que Flores Huayta había elaborado y lo tenía acopiado. En estos años la industria del azufre fundido era totalmente desconocida en Bolivia, solamente San Pablo de Napa fundía azufre. La Caja de Seguro Militar “COSSMIL” nuevo propietario de San Pablo, no se dio cuenta del valor del yacimiento. Contrató un técnico italiano, que se decía experto, éste no tenía idea, solamente tuvo problemas con los trabajadores y no produjo nada. Con la Revolución del MNR y consiguiente nacionalización de las minas, San Pablo de Napa quedó en poder de la COMIBOL. Comenzaron con huelgas, paros, un desorden total y sin jefe técnico, porque el italiano se fugó del país con los salarios de los obreros.
SOLMIN SU FORMACIÓN Desde que conocí San Pablo de Napa quedé fascinado con la riqueza de este yacimiento por lo que decidí buscar en la ciudad de La Paz a mi amigo, Jorge Bedregal, con la intención de alquilar la mina, le conté la historia de San Pablo de Napa debido a su condición de íntimo amigo de Juan Lechín que junto con Brusman eran los “manda más” de ese momento, en la COMIBOL. Estaba también, por otro lado, Severo Clavijo un viejo minero de Potosí, con las mismas intenciones y días antes su gran amigo Brusman, le había ofrecido el alquiler de San Pablo. El problema estaba planteado en COMIBOL, ambos Bedregal y Clavijo presionaban y COMIBOL no se decidía, fue entonces que Clavijo y Bedregal decidieron juntar sus pretensiones y se asociaron para alquilar San Pablo de Napa. Me ofrecieron algunas acciones para que organizara y dirigiera San Pablo. Con este aliciente fui a tratar de producir azufre fundido; inicialmente no pude hacer mucho, se producía muy poco, pero el verdadero problema vino al poco tiempo. Ambos socios querían ser gerentes y ninguno quería ceder. Las peleas entre Bedregal y
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Clavijo eran cada día más graves, embarcaban una bodega con azufre y la cobraban los dos. Me encontraba metido entre dos ambiciosos inquilinos de San Pablo de Napa, los dos necesitaban dinero y ambos querían cobrar el importe. En realidad el uno desconfiaba totalmente del otro y viceversa. Mientras que a mí no me pagaban el sueldo acordado. Me aburrí de esperar y me vine a La Paz. Bedregal me llamó por teléfono para pedirme que retorne, le aclaré que regresaría sólo si previamente los tres nos poníamos de acuerdo en la administración de la empresa (que después, se llamaría SOLMIN). Propuse nombrar un gerente independiente que maneje la empresa como debía ser. El azufre estaba pasando por buenos momentos y ellos perjudicaban la producción. Bedregal aceptó reunirse con Clavijo y conmigo en el Café Eli’s (quedaba en la esquina del cine Monje Campero) a las once de la mañana del subsiguiente día. Llegado el día nos reunimos como habíamos acordado. Me interesaba arreglar el problema para que se me abonen los sueldos atrasados. La reunión fue sumamente tirante. Marcelo Clavijo, hijo de don Severo iba armado y Bedregal con su pistola sobaquera. Después de tener que soportar las ofensas mutuas e impertinencias de ambos, empezamos a sugerir todos los nombres que se nos ocurrían, pensando en alguien del interior sin contacto con ninguno. Severo Clavijo sugirió el nombre de un joven abogado de Potosí llamado Luís Ossio. Decidimos que yo acompañaría a Clavijo para hablar con el abogado Ossio y formarnos una idea de él. Después de la reunión hablé con Jorge Bedregal, quien me manifestó que Ossio seguramente era amigo de Clavijo y que sería parcial. Le contesté que no creía tal cosa, que era joven y parecía honesto. Además entre los dos hacíamos la mayoría y que por último si no resultaba lo retiraríamos. Luís Ossio aceptó hacerse cargo de la gerencia, lo cual fue afortunado debido a una subida en la cotización del azufre. En realidad lo que sucedió fue que viajamos con Ossio a Antofagasta para estudiar el valor real del azufre. Tomando en cuenta los fletes marítimos desde Vancouver, aduana y otros que elevaban el costo de la competencia,
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conseguimos un precio de venta bastante razonable para ambas partes. Esto permitió que los productores bolivianos, en especial San Pablo de Napa, comenzaran a producir al máximo.
ALQUILER "EL DESIERTO" El Desierto, para su buen funcionamiento compró muchos equipos y envió cantidades ingentes de víveres, en una época de escasez en todo el país. Esto sólo podía hacerlo Guillermo Mac Lean, alto dirigente del partido que estaba en el gobierno. Compraba en demasía, debido a que no conocía las necesidades reales de insumos para el yacimiento, mandando a pedido de sus empleados, todo en exceso. Corría el rumor que lo que recibían se lo revendía a Chile; un magnífico negocio para los administradores que como eran cambiados muy seguido, no tenían que responder por nada. Al final los problemas administrativos y una rentabilidad mala, terminaron aburriendo a Mac Lean, quien cuando fue nombrado embajador de Bolivia en España estaba dispuesto a dejar El Desierto en otras manos. Viajé a España para encontrarme con Guillermo Mac Lean quien en estas épocas frecuentaba los altos círculos sociales de Madrid. Incluso el dictador Francisco Franco lo invitó a una cacería, de la que ostentaba una foto. Eran buenos tiempos para Mac Lean; antes de que dilapidara su fortuna en fiestas y necedades. El propósito del viaje era pedirle el alquiler de El Desierto porque aunque el yacimiento valía muy poco, el mineral era de baja ley y de difícil extracción, contaba con buenos equipos y yo tenía la intención de utilizar minerales de San Pablo de Napa, de buena calidad y con alto rendimiento para la planta de fundición que poseía el ingenio del Desierto. Mi propuesta le pareció una buena solución para enfrentar las pérdidas que le daba El Desierto, cerramos el trato. Contento me despedí y regresé a La Paz para poner en ejecución el contrato firmado con Mac Lean poniéndome a trabajar en la azufrera El Desierto. Pude
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constatar personalmente de la mala administración que había tenido, y fue cuando me hicieron entrega de la mina y sus dependencias —había una habitación en especial—tenía grandes recomendaciones de cuidar su contenido: Hablaban de motores, llantas y otros objetos de valor que guardaban allí, los que recogerían dentro de un tiempo, cuando se les ordenara desde La Paz. En esta ocasión viajé con Alfonso, mi hijo, por naturaleza muy travieso. Le gustaba caminar por los techos y molestar a las personas con sus bromas, cuando en una de esas correrías, pisó el techo de la mentada habitación, que por lo viejo cedió. Como cayó mi hijo adentro del cuarto, tuve que abrir los cerrojos de la puerta de la pieza sellada llamando testigos y vi que en su interior no había nada más que fierros viejos. Habían engañado a Mac Lean hasta el último día. Al alquilar El Desierto, procedí a la compra de maquinaria, camiones y otros; mientras que por otro lado Severo Clavijo compró la azufrera Concepción, propiedad de un señor López González, nacido en Antofagasta. La producción iba en aumento, a pesar de la mala calidad del mineral de la mina; las ventajas estaban en la ubicación del azufre al nivel del suelo y el bajo costo del transporte. Cuando empecé a trabajar El Desierto todavía era muy rentable y con mis otras actividades no podía atender Corina. Le encomendé a Dámaso Urrelo, empleado que había comenzado conmigo desde los primeros días, para que administre a su voluntad la azufrera Corina, en consideración a su buena compresión del trabajo. Era un hombre cabal, inteligente y que con el correr del tiempo se convirtió en mi brazo derecho.
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LA PRODUCCIÓN DE SOLMIN Cuando iniciamos la sociedad como SOLMIN, el mercado era muy pequeño. No era fácil abrirse campo, los consumidores, grandes empresas mineras del Norte de Chile, no conocían el producto boliviano y Canadá que ofrecía el azufre a un menor precio, se nos volvía un grave problema. Competir con un precio más bajo y la misma calidad, podía abrirnos el mercado, especialmente cuando se tenía desconfianza del azufre proveniente de mina, al existir la posibilidad de contener arsénico, selenio o telurio. Pero el caso del azufre de San Pablo de Napa era diferente, no contenía ninguno de estos elementos. El primer cliente que tuvimos fue la empresa Minera Mantos Blancos, a la que vendimos nuestro producto a un precio de regalo, 21 dólares la tonelada de azufre. Solamente por la alta ley del azufre de San Pablo de Napa se podía pensar en vender a ese precio. Lo que pasó es que al no tener problemas con la calidad del azufre, comenzaron a adquirirlo regularmente y al cabo de un tiempo por una u otra razón, otras empresas también comenzaron a utilizar el azufre de SOLMIN. Después de nuestra primera venta, una crisis en el mercado mundial hizo que nuevamente subieran las cotizaciones del azufre. Con el fin de llegar a una producción realmente grande hicimos un gran esfuerzo para conseguir más maquinaria, pero el verdadero problema se encontraba en el transporte. El tramo del ferrocarril de Ujina a Ollagüe (Chile) estaba suspendido, debido a que el yacimiento de Collahuasi, donde se cargaba el mineral, se encontraba inactivo. La falta de trenes, el limitado número de bodegas y un proyecto para levantar la riel, eran motivos de preocupación. Hicimos gestiones necesarias y nos dijeron que dejarían la riel, siempre y cuando se firme un contrato de transporte por 1.000 toneladas mensuales como mínimo. Aceptamos de inmediato, lo último que queríamos era quedarnos sin un medio de transporte y ellos al mismo tiempo nos destinaron un buen número de bodegas.
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Algunos días cargábamos hasta dos trenes que se perdían lentamente en el horizonte. El ferrocarril en esa época ponía locomotoras chicas, motivo por el que necesitaba hacer una escala en medio del camino y regresar por más carros. Podía subir máximo con cuatro o cinco bodegas llenas, es decir hasta 100 toneladas o 120 y no podían llevar más. Lo cierto es que se habían comprometido y Mantos Blancos en esta época tenía un movimiento de 2.000 toneladas mensuales. Decidimos utilizar el mineral de San Pablo en las tres plantas que tenía alquiladas y pagar regalías a COSSMIL por todo lo producido. Todo quedó en orden y comenzamos a trabajar con gran energía, contratando personal, colocando servicios básicos. Nos pusimos de acuerdo entre las tres empresas que formábamos SOLMIN, para cancelar los gastos de la construcción de un hospital de varias habitaciones que tenía una sala de consultas atendida por el joven doctor Hochkofler. Él fue el primero que contratamos, luego al dentista, a las enfermeras y otros. En El Desierto construí una escuela con cuatro profesores, una buena pulpería con toda clase de artículos y un local social bastante grande para reuniones y fiestas, con buenos equipos de música y comedor para los trabajadores, quienes eran muy bien pagados y con muy buena asistencia social. Se les podía pagar así, como retribución a los volúmenes y buenos precios del azufre. La gente de la zona ya no necesitó salir a buscar trabajo al extranjero, mejorando mucho su estándar de vida.
MI CUMPLEAÑOS Había estado recluido tanto tiempo en la azufrera, que cuando alguien dijo:—“Es el cumpleaños del ingeniero, hagámosle una fiesta”—acepté la sugerencia y paramos el trabajo. Se arregló el local social, se trajo cerveza, comida y empezó el baile. Pasó la voz de que había asado en El Desierto y a pesar que el local era grande, llegó tanta
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gente (incluidos los trabajadores de las otras plantas) que no entraban más personas. Fue una fiesta alegre, gran baile con asado y música, además asistieron todos los trabajadores con sus familias y amigos, fue una ocasión que la recuerdo con agrado y satisfacción.
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VISITA DEL PRESIDENTE RENÉ BARRIENTOS ORTUÑO El acontecimiento más importante en las azufreras fue la visita del Presidente de la República, General René Barrientos Ortuño. Nunca en la región habían llegado autoridades de ningún orden, para las elecciones llegaban algunos personajes desconocidos que organizaban las elecciones y luego desaparecían. El Presidente quería conocer esta alejada y sacrificada región del país de la que no se sabía mucho. Lo esperaron todos los trabajadores de las empresas azufreras, con sus familias, con sus amigos y con banda. Llegó en helicóptero, despertando gran admiración en la gente del lugar que no había visto uno. Los presentes sumaban más de mil personas. Se efectuó un gran desfile patriótico con banderas, música y las palabras del General Barrientos, quien pronunció un discurso lleno de patriotismo y emoción. Habló sobre la Patria, la necesidad de trabajar. Después de la ceremonia el Presidente me felicitó con un abrazo y se puso a mi disposición para lo que quisiera. Los trabajadores, eran personas tan sanas de espíritu y con costumbres tan estoicas que estaban emocionados por el discurso. La única influencia que tenían provenía del cura, a quien recibían tan sólo en las fiestas del santo patrono del pueblo. No les interesaba la demagogia ni la política. Constituyeron un sindicato de trabajadores que recibió con gran alborozo al Presidente. Barrientos estaba tan contento que quiso quedarse para compartir con la gente: más sus asesores se lo impidieron y se lo llevaron al anochecer.
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INTERVENCIÓN
En una época de nacionalizaciones de minas, no me llamó la atención que los trabajadores también quisieran intervenir en la administración de la empresa, como sucedió en las grandes minas de los barones del estaño. El sindicato de trabajadores de San Pablo viajó a La Paz para pedir la intervención de la mina por parte de la COB que envió una delegación de la Federación de Mineros de Bolivia para observar la situación. En gran asamblea se reunieron con los trabajadores y decidieron solicitar mi presencia, al ser el único apoderado de las empresas me presenté en el lugar. Me trataron muy mal, decían que nos habíamos apropiado de las minas del pueblo que era un chupa sangre, explotador y otros epítetos aún peores. En todo caso me hicieron tragar mucha saliva, salí muy disgustado y me fui a mi casa. Al día siguiente tres renombrados dirigentes de la COB charlaron conmigo, me pidieron que en vez de pagar las regalías a la Caja Militar les pague a los trabajadores. No era posible, el Estado recibía un porcentaje de las ventas por tonelada de azufre exportado. Les respondí que con gusto les pagaría a ellos las regalías, que yo los estimaba, que mientras mejor estén ellos, mejor estaría yo pero que al final eso no dependía de mí, sino que se lo tenían que proponer
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a la Caja Militar. En todo caso quedamos en buenas relaciones, nos tomamos unas cervecitas escuchando música en compañía de los empleados de oficina y al día siguiente se fueron. Dijeron a los trabajadores que iban a informar lo que habían visto, a la Federación de La Paz que mientras tanto tenían que vigilar para que no se cometan atropellos a sus derechos y que iban a volver. Por supuesto quedó una situación muy delicada en la mina, tenían que vigilar... Se reunieron nuevamente los trabajadores y todos apoyaron la decisión de controlar la producción y la administración. Pusieron guardias armados en mi casa para que no me escape, todos tenían armas, incluso tenían ametralladoras mientras que yo sólo tenía una carabina vieja. En todo caso estaba la gente allí y comenzaron a hostilizarme tremendamente, los de la COB no respondieron más, en La Paz se olvidaron de ellos. A todo esto como eran vacaciones de verano, estaba mi señora con mis hijos en la vivienda. Esta gente decidió tomar las cosas por su cuenta, se nombraron jefes, guardia armada, yo no podía ni salir a la planta de fundición. Me tenían de rehén y efectuaron otra asamblea con mi presencia; fue más brava que la anterior. Mis socios me dejaron sólo, en esta asamblea me trataron de todo lo habido y por haber. Los trabajadores procedían de variados pueblos. Los dirigentes eran los profesores de Llica, donde había una escuela normal. Ellos eran personas inteligentes y razonaban bien, gente equilibrada, era gente de ideas. Los problemas los plantearon personas ajenas, que comenzaron a llegar de sitios como Pulacayo. Los profesores de Llica tenían ideas de izquierda, comprensibles, me trataban bien, charlábamos. Claro está que querían quedarse con las utilidades de la empresa, por su ideología querían sacar un buen provecho para su gente. Era lógico.
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EL ESCAPE Pasaban las semanas, estaba alarmado, seguía de rehén y conmigo estaban mí señora y mis hijos, me dije que debía sacar a mi familia de ese sitio inseguro y peligroso antes que cometan un atropello y pensé en escapar… Estaba atemorizado por los niños, yo aseguro que la gente es buena, pero en estas circunstancias cualquier cosa podría pasar, basta uno para que se encienda la mecha. Fue así como le dije a mi señora que nos escaparíamos, me dijo que bueno, pero cuidado que sea peligroso. Había este joven mecánico de 22 años que manejaba uno de los camiones, quisiera acordarme su nombre, pero lo que sí es que me encontré con él y le dije muy despacito, casi susurrando ¿Podrías venir a las tres de la mañana y encender uno de los camiones para escaparnos? El garaje quedaba frente a la casa de la administración, donde vivía. Como estaba secuestrado cerraron todo con llave. Organicé todo muy bien, les dije a los niños que no hagan nada sospechoso, que no arreglen maletas, que no digan nada a las empleadas que eran sus confidentes. Al abrir el candado del garaje, nosotros sentíamos el ruido al funcionar el motor, nos parecía que producía una bulla bárbara... Lo cierto es que en el silencio de la noche, temía que se despertara la gente del campamento, uno desconfía de todo y de todos. Bueno, teníamos dos empleadas que parecían espías, había que planear la fuga sin que se den cuenta estas muchachas, así que con mi señora apagamos la luz, como de costumbre, y ellas se fueron a sus cuartos a dormir. Recién empezamos a hacer las maletas casi a oscuras. Les dije que lleven todo lo que puedan, que el resto se quedaría.
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El asunto era llegar a Ollague en Chile, estación del ferrocarril Antofagasta - Bolivia, y en este punto embarcar a mi familia a La Paz - Bolivia, juntaron algunas cosas para el camino. Ya ni dinero tenía, se me había acabado todo. Saliendo de la casa de la administración, en plena oscuridad, en voz baja les decía: ¡Vamos, vamos! y cuando estábamos saliendo con nuestras cosas, Alfonso dice: “Ayyy!” Andando en la oscuridad se había dado tremendo golpe contra la puerta… Tal era el estado de nervios que su mamá le dijo que se callara porque nos podían matar…. ¡Hasta el día de hoy se debe acordar!. El pobre se quedó mudo con tremendo costalazo… Bueno, logramos subir al camión que ya estaba listo y encendido. Adelante subieron mi esposa con los chicos, manejaba este muchacho, yo iba atrás en posición apuntando con mi carabina listo a disparar ante cualquier eventualidad—“Tú vas manejando”—le dije al chofer— “Yo cuido”—. Lo único que puedo decir es que estaba asustado por mis hijos. Seguramente Susy y Alfonso recuerdan esto, fue tan angustioso e inquietante. Por seguridad todos estaban en la cabina, Nelly, Alfonsito, Corina, todos apretados y yo arriba. Creo que ha sido uno de los momentos más cruciales de mi vida; decidir ¿Qué hacer?. Me dije: Aquí está mi familia, la situación era gravísima, podían cometer cualquier atropello, era una barbaridad, pero ya estábamos involucrados en la situación, no había salida, no había escape. Cuando la familia está involucrada estamos decididos a defenderlos a muerte. El camino por donde íbamos tenía un desvío destinado a que entren los camiones y no se crucen, quedando a la orilla de un barranco. En ese sitio, por el sentido contrario, aparece un camión y se pone cruzado en el camino. Estábamos al lado del barranco, el terreno era malo, el desvío estaba a unos 50 metros. Sin vacilar agarré la carabina y cuando estábamos
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muy cerca le ordené al chofer del otro camión—“Retrocedes porque estoy con mi familia y estoy decidido a abrirme paso, si es necesario te pego un tiro y boto tu camión al barranco”—por el tono de mi voz se tuvo que dar cuenta que yo no bromeaba... Pensó un momento, retrocedió y salió del camino. Nosotros pasamos volando a la altura de San Pablo, los revoltosos con los motores de los vehículos encendidos procedieron a perseguirnos. Íbamos lo más rápido que se podía, pero se los veía detrás de nosotros, no disminuimos la velocidad hasta llegar a la frontera y a la estación de Ujina, Chile. Menos mal que sucedió así, porque si este joven conductor que era un buen hombre se encaprichaba o tomaba una actitud hostil, yo lo tenía decido, disparaba, lo baleaba, no podía exponer a mi familia. Llegamos al cuartel de carabineros en Ujina, les explicamos lo sucedido y nos dieron protección, alimento y alojamiento en la estación. Las autoridades no nos hicieron problemas por nuestra documentación y autorizaron nuestro viaje hasta Ollagüe, a dos horas de recorrido.
EN OLLAGÜE Sin dinero y con una numerosa familia, me dirigí al almacén de la población donde alguna vez había comprado víveres. El dueño, un turco, persona muy amable, me facilitó dinero para los pasajes y alojamiento diciéndome: “Bueno, pero cuidado que sea peligroso, con semejante problema... ¿Y si no puede regresar cómo le voy a cobrar?...” Le respondí que no se preocupara, que regresaría a pagarle. Creyó que no volvería, pero por supuesto que mi intención era otra. Así embarcados todos en el tren internacional, llegué a La Paz con toda mi familia.
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Nos reunimos todos los socios productores. ¿Y qué se resolvió? Pues que alguien debía regresar, y ¿Quien sería? Pues yo, les dije que iría porque no les tenía miedo, además estos creían que me había escapado. Así que yo iría a enfrentarlos. A los pocos días estuve de vuelta, cuando llegué a la mina me miraban todos los revoltosos, salían de sus casas para conversar entre ellos. También me preguntaron ¿Por qué te has escapado? Mi respuesta era categórica tenía que cuidar a mi familia, pero ya estaba de vuelta ¡Qué cosa! También me enteré que todos los empleados del El Desierto habían oído cuando me escapaba. Lógico, el ruido del camión los había despertado, todos lo oyeron en el silencio de la noche, pero tuvieron miedo de apoyarme. Inclusive Dámaso se quedó en su cuarto, oyendo todo el escándalo de los días anteriores... Estaba asustado, seguramente porque era mi brazo derecho, mi hombre de confianza. Tampoco mi respeto hacia él cambió. Los del Desierto no se movieron ni a favor ni en contra, ellos solo se dejaban arrastrar, era gente pacífica y tranquila. Pienso que si un sólo hombre hubiera salido a anoticiar cuando escapaba, ¡Quién sabe lo que hubiera pasado!. Mientras tanto llegó una nueva Comisión con instrucciones bien claras, dijeron que se estaba confeccionando una ley. Lo cierto es que si no hubiera sido por don Juan Lechín Oquendo, no contábamos el cuento.
LA NUEVA COMISIÓN DE LA COB La comisión traía instrucciones de arreglar el problema que ponía en riesgo el funcionamiento de las azufreras, el compañero Juan Lechín les recomendaba continuar trabajando, porque de lo contrario no se podría pagar sueldos, necesitaban trabajar para cobrar
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salarios y que la COB estudiaría las posibilidades de favorecerlos. Con esto prácticamente todo acabó y los de la delegación que eran los que más me maltrataron con sus insultos en la Asamblea General que se realizó, se despidieron amables y dando gracias por el buen trato… Todo volvió a la rutina nuevamente, sin inconvenientes para el trabajo.
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MINA CAPURATAS
Augusto Murillo, amigo, abogado y también minero, me buscó para comentarme sobre esta azufrera que quedaba en el camino a Charaña, en lo que ahora es el camino antiguo de Arica, muy cerca, casi al lado del Sajama y que la había denunciado a su nombre. Me propuso verla y si valía la pena, poner trabajo, me interesó. Fuimos en su camioneta, pasamos por el famoso pueblo de Curahuara de Carangas que relativamente estaba cerca de Capuratas, la mina de azufre. Al día siguiente teníamos que subir el cerro. Efectivamente, en el cerro ocurrían botones de azufre, a primera vista parecía que se trataba de un buen yacimiento. Me interesó trabajarlo, especialmente porque estaba muy cerca de la estación ferroviaria y de La Paz. Murillo hizo el pedido en Oruro y decidimos trabajar en sociedad. Mandé buscar a Dámaso Urrelo para que se haga cargo de Capuratas, vino Urrelo para la administración trayendo equipos, una autoclave, un caldero chico, cuatro camiones y suficiente gente. Construimos fácilmente un camino de subida a la mina y empezamos el trabajo, al principio iba bien pero luego no había azufre. Dámaso no lo podía creer, pues se veía azufre por todo lado pero luego comenzó a escasear, no salía nada, íbamos a un lado, nada,
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buscamos en otro, nada. Logramos refinar unas 2.000 toneladas, algo de caliche y después nada. El azufre desapareció. Dámaso decía que parecía una broma donde alguien pinto de amarillo a las piedras, no contenían azufre. Se trabajó relativamente muy poco tiempo en Capuratas y con mucho esfuerzo. Luego tuve que desmantelar la fundición y volver nuevamente con el equipo y mi gente al sur. Capuratas tuvo una vida muy corta.
SAN JOSÉ LA MINA DE MANGANESO Mi sobrino, Avelino Aramayo, me avisó que había encontrado un yacimiento de manganeso al lado de Capuratas, muy cerca y quería saber si podía trabajar con él. Las muestras de pirolusita resultaron muy puras, le manifesté que pusiera trabajo con cinco hombres, que después veríamos. El producto resultó tan puro que se vendió en Argentina para elaborar papel carbónico. Vendieron algunos lotes pero la veta no era rentable. Les proporcioné palas, picotas, una bomba de agua y algún capital para que empiecen, luego dejé todo a mi yerno Gonzalo Garrón. Trabajaron un poco, extrajeron óxido de manganeso, pero también era difícil, la veta era muy delgada y se inundaba. Se necesitaba más equipo, gente, salarios y eso significaba capital. Se pusieron a explotar y creo que después de un tiempo lograron reunir una o dos bodegas, se hicieron dos embarques de manganeso a Buenos Aires donde un comerciante que fabricaba papel carbónico. No sé mucho más de la suerte de este yacimiento. Querían la pirolusita o el bióxido de manganeso, al parecer las leyes de la mina eran muy buenas, podría tratarse de un buen yacimiento, especialmente
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por la calidad del producto, el biĂłxido era puro como para fabricar papel de copia pero sin reservas observables se tuvieron que parar labores.
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SUR LÍPEZ SEGUNDA EXPEDICIÓN
AZUFRERA NELLY Era todavía verano cuando decidí explorar un poco más al sur del El Desierto, con la idea de encontrar otros yacimientos para trabajar. Organizando una pequeña expedición, una mañana salí temprano, con vehículos, materiales y personal. Cruzamos el Salar de Uyuni para luego internarnos hacia el sur por el camino a Corina. Al caer la noche seguíamos en medio de la nada y protegidos por las carpas de los camiones, pernoctamos debajo de unos enormes pedrones. Al día siguiente, desorientados, en medio de arenales y sin un alma a quien consultar nos dirigimos rumbo al poblado de Quetena. Había llegado a esta comunidad años atrás, llevando al párroco para que bautice y celebre matrimonios como una forma de colaborar a sus pobladores. Con el tiempo había conocido a muchas personas, entre ellas al señor Saire, a cuya hija la había curado con penicilina. Con la esperanza de obtener alguna información llegamos a su casa al anochecer. Le pregunté si podía darme referencias sobre las manchas blancas en los cerros circundantes. Ahí me dijo que cerca de la Laguna Verde se veía algo parecido al azufre y que sí queríamos, él nos podía llevar.
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Así pues, partimos a la mañana siguiente rumbo a la orilla oeste de la laguna, donde se encontraba este cerro con manchas blancas, al que llegamos caída la tarde. En la noche acampamos por ahí, con la idea de esperar el sol para subir y tomar algunas muestras. Resultó que al estudiar la mancha blanca verdosa encontré azufre de baja ley que con buenos precios sería un buen negocio; además que por la pampa en bajada, con pocos obstáculos, nos permitiría llegar fácilmente a San Pedro de Atacama en Chile, distante a ochenta kilómetros. Sin pensarlo tomé las coordenadas y puntos de referencia y regresamos a la comunidad donde pasamos la noche. Al día siguiente viajé a Tupiza para hacer el pedido correspondiente. En Tupiza uno tenía que andar con mucho cuidado, al primer descuido podía caer en triquiñuelas de abogados que confeccionaban mal el pedido y te hacían perderlo, para luego negociarlo. A mí me gustaba hacer estas diligencias personalmente, era la única forma en la que me sentía seguro. Confeccionaba el plano y con el Código Minero en mano, lo presentaba provisionalmente como un croquis porque según la ley el plano efectivo se lo presentaba en un plazo de noventa días. Realizado esto, esperé a que me entreguen el Auto de Adjudicación con el que regresé a Quetena, llevando conmigo unos cuantos hombres y material de trabajo. Llegamos al anochecer, como era mi costumbre cada vez que viajaba, tenía víveres para regalar y antes de cenar decidí hacer pequeños obsequios a la gente del lugar que luego nos brindó alojamiento. Después de dormir nos dirigimos al cerro que llamé Nelly, el que si se observa con detenimiento parece una torta con una capa al medio y donde nos quedamos trabajando. Construyendo sin mucho problema un camino a 4.500 metros sobre el nivel del mar que nos permitiría llegar hasta el azufre y por ende poder explotarlo.
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DESCUBRIMIENTO DE LA AZUFRERA SUSANA Me encontraba en el campamento de Nelly cuando decidí visitar el volcán que observaba desde mi habitación, esas manchas verdes muy suaves, no significaban indicios de azufre, sin embargo tenía el pálpito de encontrarlo. Conseguí dos voluntarios para que vayan a pie hasta el cerro que teníamos al frente, tratamos en varias oportunidades de cruzar el arenal que nos separaba pero no podíamos llegar. La arena era tan fina que nos hundíamos, cada vez que intentábamos cruzarlo con vehículos y la única solución era ir caminando por la orilla de la pampa. Para esta misión necesitaba dos hombres fuertes, de buena voluntad, que recibirían salario triple y una bicicleta cada uno, en caso de traer muestras con azufre. Con este incentivo no tardaron en ofrecerse los dos voluntarios quienes salieron del campamento en la madrugada y no regresaron hasta la noche del día siguiente trayendo las muestras. Se trataba de azufre de primera calidad y según lo que me dijeron, la superficie con mineral era muy grande. Dejando encargado a Félix Colque, uno de los trabajadores, la construcción de un camino directo a Laguna Colorada, partí en la madrugada hasta la estación para tomar el tren a Tupiza. Llevaba conmigo el croquis que con gran imaginación elaboré en mi campamento averiguando nombres de algunos cerros y con el cual podía solicitar un plazo de cuarenta y cinco días para presentar el plano definitivo. Tenía que preparar rápidamente un camino, este tendría que trazarse por detrás de la azufrera, pasar por la parte alta del cerro, sin pasar por Nelly. Se trataba de un trabajo difícil, había que mover y dinamitar grandes pedrones para poder ingresar con el Power Wagon. Le dije a Félix que si era necesario se lleven todos los hombres y material que disponíamos. Al poco tiempo, ya se contaba con un buen camino provisional. El viaje de ingreso al nuevo camino fue una pesadilla, nos podíamos quedar plantados por cualquier motivo, se nos unieron Dámaso Urrelo y diez trabajadores que llegaban desde El Desierto. El problema
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lo constituían los arenales; los camiones se enterraban en el nuevo trazo, teníamos que sacarlos una y otra vez, con barreta y guinche y con toda la gente empujando. Era un corto tramo, pero demoramos tres días en este abrumador empeño. Llegamos, en horas de la tarde, en medio del fuerte viento de Los Lípez, a 4.700 metros sobre el nivel del mar. Todos cansados pero listos para calentar agua y cocinar para preparar la cena. Traíamos mucho pan, se secó un poco, pero con el apetito que teníamos, nos sabía muy agradable. Los trabajadores traían consigo, unas bolas de cinco centímetros; eran de quinua tostada, chuño y charque de vacuno que comían durante el viaje. Con las carpas colocadas entre las piedras, ya éramos expertos en instalarlas en calidad de techo, para protegernos del frío de ese difícil lugar, así pasamos la noche. Al día siguiente Urrelo con una balanza entregó víveres al personal de El Desierto que venía con nosotros. Después de un frugal desayuno, comenzamos a subir a la azufrera para estudiarla y conocerla. Habíamos dormido y acampado, a media falda del cerro, teníamos que subir relativamente poco para llegar al yacimiento, a 5.400 metros sobre el nivel del mar. Quedé impresionado cuando vi el bloque de azufre que se presentaba a simple vista. Era bastante grande y de excelente calidad, listo para ser trabajado a rajo abierto. Bajé del cerro a mi habitación en etapa de construcción, donde estaban mis dos hijos, Alfonso y Alejandro. Alfonso como de seis años era inquieto, todo el tiempo se dedicaba a corretear y bromear con la gente, pero como corrió mucho, cuando llegué al atardecer lo encontré muy enfermo, con vómitos y el corazón acelerado. Con el niño muy delicado salí casi de inmediato. Llegamos a Uyuni en la tarde, para tomar el tren a La Paz.
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INICIO DE LABORES EN SUSANA Dámaso Urrelo ubicó muy bien donde construir el ingenio, tomando en cuenta el viento, lo alejó lo más posible de los desmontes por lo perjudicial que puede ser para las personas, el viento arrastra azufre al campamento y todos ¡A llorar con los ojos irritados! Cuando visité los trabajos, encontré muy poco por corregir y mucho por hacer. En el ingenio o la planta había que colocar las bases para las calderas, las autoclaves, los equipos muy pesados, además había que terminar el campamento para los trabajadores, la casa para la administración, las viviendas para el personal administrativo y lo más grave: El camino de acceso al yacimiento de azufre que se tenía que cortar la orilla del cerro, con veintinueve kilómetros y muchas curvas. Contraté la compra de ocho autoclaves y una caldera de gran capacidad en consideración que el azufre se lo fundía con el vapor y presión del agua extraída del Río Amargo, muy cerca del ingenio. Teníamos que bombear el agua desde los estanques hasta el ingenio, sin ningún problema. Nuestra meta de producción era llegar a 1.200 toneladas de azufre de 99,8%. El campamento se encontraba a 4.350 metros y teníamos que subir como 1.000 metros más, en una extensión de 28 kilómetros para llegar a la mina, así pues emprendimos la construcción del camino y que también lo construyó Urrelo, al puro “ojímetro” como decía. Los Turistas en tránsito por Bolivia y Chile al pasar hacia las lagunas de colores: La Colorada, la Blanca y la Verde, ven las azufreras de Nelly y Susana. Gran atracción. En Laguna Verde como en todas estas lagunas de la zona, el color del agua se lo aprecia de acuerdo al clima, la hora y las nubes. Cuando está nublado se ve color tierra y cuando hay sol, se reflejan las nubes mostrando el color verde del fondo, verla siempre será un espectáculo. Pero verla desde la mina de Susana es inolvidable, es un sedante para la vista, rodeada de cerros y volcanes, su color verde pálido, resalta con su orilla blanca, es muy impresionante. Recuerdo que cuando
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supe en el mapa de su ubicación (considerada como en zona inexplorada) tenía el inmenso deseo de conocerla, con la idea de que podía contener cobre, pensaba que me sacaría la lotería cuando llegara a ella. Después de muchos años, cuando al fin la conocí, fue una gran decepción el comprobar que su agua era salada, claro está que no era posible encontrar cobre disuelto. Nos sirvió para proporcionar a la azufrera agua en caso de emergencia, debido a los ojos de agua dulce que corrían en sus orillas.
AZUFRERA CABANA Me fue a buscar a mis trabajos, el señor Oscar Clavijo para ver si me interesaba una azufrera que quedaba camino a la frontera con Chile, en la misma raya fronteriza, una mitad de Chile y la otra de Bolivia. En la parte chilena, tenían una planta grande de fundición. Lógicamente era interesante porque quedaba frente a la estación del Cebollar, en la cordillera del lado boliviano y se tenía que ingresar por una profunda quebrada. Bien informado del lugar y del desvió de nuestros caminos, le proporcioné algunos recursos y materiales. Quedé en ir ver la mina en una fecha fija, cuando llegó el momento me esperó en el yacimiento para verla juntos. Era verano cuando fuimos al lugar en el Power Wagon, como de costumbre, no había camino para entrar. Llegué al desvío a las cuatro de la tarde, estaba un poco nublado, limpiaron para poder pasar, tenía que subir por la rinconada. Se nubló más y comenzó a nevar, yo sabía que los cuartos estaban cerca, así que continué forzando el vehículo que subía con mucha dificultad, me demoré mucho. Oscureció y poco después vi la luz de la lámpara de carburo, llegamos a las habitaciones donde nos estaban esperando. Era una azufrera de pobre calidad, quizás un 30%, subimos de madrugada al cerro no muy alto y al llegar a la cumbre para sorpresa mía, me encuentro con una alambrada que cruzaba el sendero. La alambrada fue construida
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por las industrias chilenas que explotaban azufre y que por orden de las autoridades, la habían colocado para separar el territorio chileno del boliviano. En el lado chileno se encontraban trabajando la mina pero con la caída del precio del azufre pararon labores. Confeccioné el croquis de su ubicación, más por costumbre que por interés, luego fuimos a descansar para partir al día siguiente. Nevó toda la noche, y siguió nevando durante el día. Decidí irme porque si caía una nevada más seria, quedaríamos aislados por varios días. Salimos para subir al vehículo que se encontraba cubierto por la nieve. El motor no podía partir con el frío y ante el temor de quedarme sin batería en la rinconada, calentamos el motor y la caja, antes de agotar la batería y después de mucho trabajar logramos partir con nevaba suave. Poco más allá nos metimos en una hoyada que no se la veía porque estaba tapada por la nieve. Tratamos de salir, desgraciadamente estábamos enterrados. Pudimos salir clavando una barreta, que siempre llevamos con nosotros y con el guinche, así a puro barreta y guinche. Me encontraba realmente preocupado, no conocía el lugar, la nevada podía ser grave, pero cuando salimos de la quebrada vimos que en la pampa no nevaba, pronto salió el sol y todo cambió. Con el precio de azufre que era bajo, no convenía trabajar yacimientos pobres y al final todo quedo en nada.
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ACONTECIMIENTOS Y ANÉCDOTAS
LA HISTORIA DEL GAUDENCIO MAMANI Gaudencio Mamani, en El Desierto era mi chofer, un excelente mecánico y una buena persona. Un día tenía que viajar cruzando el Salar, le dije que disponga el vehículo porque me llevaría temprano. Me dijo que a las siete y media me pasaría a buscar. Efectivamente a las siete y media me pasó a buscar, inmediatamente supe que había tomado una buena cantidad de tragos. Pero como en el Salar de Uyuni no hay riesgo de ninguna clase, no me preocupé. Nos dirigimos como siempre, cruzando El Salar en dirección a la Isla del Pescado, después de una hora de trayecto, yo estaba aburrido y se me ocurrió hacerle una broma a mi chofer, que entretanto se había dormido sobre el volante. De dormido mantenía el volante con los codos, le cambie la dirección y para que no se diera cuenta, cuidadosamente le moví un poquito el volante e hice que la movilidad diera una curva muy amplia. Se puede ir por cualquier dirección en el Salar, estaba más o menos en dirección a Colchani, cuando lo despierto y llamándole la atención le digo que se fije por donde estábamos yendo y ¡Como podía manejar durmiendo! Después de pensar un momento y fijarse en el entorno, me dice “Ingeniero, tú me has cambiado la dirección, no puede ser”. Estaba seguro que no podía habérsele cambiado el rumbo,
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tenía el volante completamente inmóvil, apoyándose con los codos fijos sobre el mismo y en dirección a la Isla del Pescado, se durmió con esa seguridad. Por cualquier lado que se comience un viaje a través del Salar, la Isla del Pescado es el faro que guía. Este mismo Gaudencio Mamani unos años antes, había chocado contra la Isla del Pescado. Igual andaba borracho y se durmió más de la cuenta hasta llegar a chocar contra las piedras donde comienza la Isla del Pescado. No sé de quién era camión pero la historia corría por ahí. Se reían y fue motivo de burla, cuando andaba con él, me decían ¡Cuidado se choquen contra la Isla del Pescado!
LA HISTORIA DE “¿OPERACIÓN CÓNDOR?” Alguna de esas veces, cuando me encontraba en la mina en compañía de mi hijo Alfonso que ya tenía 14 años, el sereno entró en mi habitación, de noche, ingresó para informarme de la llegada de un jeep del ejército con gente armada y que el sargento quería hablar conmigo. Serian las diez de la noche, el sargento no me dio ningún nombre, me dijo que su comandante le ordenó traer a un caballero que venía con ellos para que yo lo traslade hasta Calama. Le pregunté que quién era el señor, que dió la orden, como respuesta me dijo que no sabía nada, sólo tenía esas instrucciones de su comandante. Sin darme ninguna información, ni de su guarnición, ni de nada, se fue, como esfumado en medio de la noche y lejos de todo. Supongo que venían de Uyuni o de Tupiza. Este misterioso caballero era una persona muy bien vestida, zapatos elegantes, abrigo fino. Me pareció cara conocida, lo había visto varias veces pero no estaba seguro donde, ni como. Alfonso es posible que recuerde sus facciones. Yo desconcertado, le dije que me disculpara, “pero este campamento se encuentra en la frontera, donde circula droga y las autoridades son muy estrictas, por lo tanto tenía que revisar su maletín”. Me contestó que no había ningún problema, puse el maletín sobre la cama de la habitación y lo
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abrí. Maleta muy ordenada, con ropa muy fina. Supongo que debí preguntarle quién era, pero me pareció comprometedor, por otro lado era una orden de los militares. Me dio la impresión que este caballero se encontraba muy nervioso. Como prácticamente recibí una orden, deduje que tenía que bajarlo de inmediato de la cordillera, por eso ordené al jefe de planta que aliste un camión cargado con azufre. Le invite un café caliente, que aceptó muy agradecido. Salió de inmediato rumbo a Calama. Al retorno del camión, le pregunté al chofer donde había dejado al señor, me contestó que en la estación del ferrocarril en Calama. A esa hora no sale ni llega tren, aparentemente estaba cerrada la oficina, pero se bajó del camión a las cinco de la mañana, en la estación cerrada y desierta. Sospecho que era un conspirador y tenía algo que ver con esa famosa logia de militares. Recién se comenta ahora, pero ¡¿Qué sería?! Retrospectivamente pienso que me arriesgué mucho con toda esta operación. Si me pillaban, en que lío que me hubiera metido con las autoridades chilenas. Seguro terminaban con mis actividades y me vería arruinado de nuevo. En Bolivia ocurriría lo mismo. Eran épocas de gobiernos militares, no se podía jugar, pero me dí cuenta que se trataba de una cosa importante, muy grave. Deduzco que tenían un plan muy bien organizado, llegar a Susana de noche, calculando justo para que no los vieran los trabajadores, salvo mi jefe de planta y el chofer a quien despertamos. Tenían una combinación con movilidades que lo esperaban en Calama para luego irse al sur. Nadie en la mina comentó este suceso.
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ODISEA DE CARNAVAL El trabajo en el Desierto era fuerte, por tanto todos decidimos salir para aprovechar la semana de vacaciones por el Carnaval significaba un poco de descanso. Los que querían se quedaban en su vivienda o iban a su pueblo, dependiendo de las distancias. Los trabajadores provenían de diferentes pueblos, los que vivían con sus familias generalmente se quedaban en el campamento, contratando bandas para celebrar. Cada sección tenía su propia banda. Los instrumentos los encargaban a La Paz y se les descontaba por planilla, así formaban sus bandas para el festejar el carnaval. Esta vez llegaron muchos camiones con cerveza, alcohol, ropa y comida; en fin tenían de todo, iba a ser una gran fiesta. Pero algunos empleados de la oficina del Desierto, los administradores, querían festejar en Uyuni con sus amigos. Viajaron don Rafael Terán, el contador, el pulpero, el auxiliar de transporte, y cinco personas en el camión Skoda de Billy Reich, que era un muchacho paceño casi nuevo en el lugar. Todo andaba a la perfección, informaron a sus conocidos que se iban a Uyuni en compañía de otros trabajadores que se acoplaron al viaje. En estas fechas llegaban a Uyuni muchas personas y era muy difícil encontrar alojamiento. Se celebraba y aún se celebra mucho el carnaval, las casas siempre están llenas de visitas y por este motivo los viajeros del Skoda decidieron llevarse catres, colchones, frazadas cerveza y víveres, porque les resultaba más barato que comprarlos de las tiendas de Uyuni. Billy prudentemente decidió llevar tres tambores con diesel, sabía que con medio tambor podía cruzar El Salar, pero pensaba ir hasta La Paz donde vivía con su madre y por eso llevaba varios tambores de combustible. Partieron atravesando El Salar, casi todos eran paceños, alguien había alertado que estaba un poco nublado, que no se veía la Isla del Pescado, por donde deberían salir y que era mejor esperar hasta la
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mañana siguiente, pero insistieron viajar. Partió el camión con sus pasajeros y efectivamente después de una hora de viaje, no veían la Isla del Pescado. Pasó una, dos, tres horas... Llegaron a una orilla del Salar pero no era la salida. Cada vez que querían avanzar parecía que el terreno se volvía más blando... y tenían que dar media vuelta otra vez. Ya era de noche y la capa de sal era más delgada, esto no se nota a simple vista. Un buen chofer los nota, dieron la vuelta, regresaron y decidieron dormir en el vehículo. En el Salar de Uyuni con las lluvias, parte de la sal se disuelve formando una capa líquida, no importa la altura, basta que sea de 10 cm. de agua saturada; la sal disuelta por el sol forma un liquido muy denso, los vehículos se desplazan con gran dificultad, generalmente usando la caja. Todo el día siguiente anduvieron de aquí para allá en el Salar que se asemeja a un desierto. El clima seguía húmedo con un poco de neblina, en época de lluvias es así. Ellos no ubicaban donde estaban, vieron unos cerros y dijeron: “Para allá, hacia esos cerros” a los que llegaron después de dos o tres horas pero ¡No era el cerro, no era el cerro! Y otra vez terreno blando, media vuelta de inmediato, así pasó otro día y otro... Ya habían pasado tres días cuando se les acabó el diesel. Pero su suerte, estaban frente a la Isla del Pescado, a dos kilómetros; pudieron encontrar el rumbo y se dirigieron al lugar. Se orientaron por los cerros, aunque como todo está rodeado de cerros y todos iguales y de la misma altura, es muy difícil escoger. Sin embargo como no llegaban a la Isla del Pescado, decidieron quedarse a dormir para ver que hacer al día siguiente. Contaban con tambores vacios que llevaban para traer diesel desde Uyuni, muy inteligentemente resolvieron hacer una especie de flotador o balsa. Pusieron encima todos sus bienes, los catres, colchones, frazadas y vivieres. Salieron del camión empujando la balsa con sus pertenencias para llegar y buscar una cueva a manera
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de cobijo. No había una sola cueva en la Isla del Pescado. (La isla es la cumbre de un cerro erosionado) ¡Qué va a haber ahí! Al final encontraron unas piedras grandes que podían servirles de alero para protegerse del viento y además vieron que estaba goteando agua, producto de la lluvia. Lo primero que hicieron fue traer uno de los tambores para recolectar algo de agua de lluvia, pero con la desesperación de que se les acabe, no lo lavaron y sin más le echaron encima el agua. Llenar el tambor demoró mucho, toda la noche y todo el día, lo importante era que ya tenían agua. Es trágico no tener agua, lo único que no habían llevado era agua. Comenzaron a cocinar, fueron al camión retiraron la carpa, con la carpa taparon las piedras de la nueva casa, donde se ubicaron uno al lado del otro. Estaban más o menos acomodados. Mientras tanto, las otras personas en Uyuni, celebraban el Carnaval. Yo me encontraba en La Paz, entiendo que los otros empleados del Desierto también. Nadie los echo de menos. Teníamos dos equipos de radio para comunicarnos, uno en la mina y otro en La Paz. Finalmente comenzó el trabajo, todos regresaron después de la semana de feriado del Carnaval pero no llegaron ninguno de los de a oficina. Pensaron que se habrían quedado festejando en Uyuni. Reacción natural, si no estaban de vuelta. Pero pasaron más días y nada, entonces hablaron a la oficina de La Paz y protestando por la ausencia de éstos, los llamaron irresponsables, que era el colmo…. Empezaron a buscarlos en Uyuni, no estaban en Uyuni. Se pidió ayuda a la policía, luego al ejército, pero el camión de Billy y sus pasajeros no aparecía por ningún lado. A todo esto, en la Isla del Pescado, el contador—un hombre bastante limitado—tenía en su poder una pistola, esa que la llaman “Mata–gatos” de calibre 22, Billy Reich (hijo único, engreído de su mamá) estaba durmiendo al lado suyo, esa noche se había quejado: ¡Aaay que será de mi mami, si me muero que será, si nos morimos...!
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Ya tenían bastante tiempo, más de una semana allí, algunos con los nervios deshechos en especial el contador que le increpa así: ¡Desgraciado, qué tu mamita, tu hablas de tu mamita, yo tengo mi mujer y mis hijos, quién va a ver a mis hijos...! Y saca su revólver, quería matarlo. Estaba ya medio loco. Rafael Terán quiso quitarle la pistola más el otro la oculto. Don Rafael Terán era un hombre sensato, un lujo de hombre, fue suboficial en la Guerra del Chaco, endurecido por los sufrimientos en la trágica guerra. A pesar de ello estaba realmente preocupado, les dijo que tenían que hacer durar la comida, si morían sería después de un mes, tenía que durar quince días más y repartió bien la comida. Pasaban los días y la comida disminuía, la cuota de comida era muy pequeña, dos cucharadas de leche y todo por el estilo, además dejó de llover y el agua que tomaban, (reunida en un tambor recibida de gotera en las piedras cuando llovía, contaminada con petróleo) disminuía y se vació. Alguien se percató que en la noche con algún pretexto, desaparecía el pulpero. Terán, por una tincada, decidió vigilar. Efectivamente esa noche el pulpero desapareció en dirección al camión, lo esperó y el hombre regresó con latas de conserva para comerlas él sólo. Inmediatamente se agruparon todos y casi linchan a este hombre Todos pasando verdadero hambre y él con víveres —Confesó que llevaba para su casa unas cajas de conservas traídas de la pulpería.— Terán tomó todo el lote bajo su custodia y racionamiento, alcanzó casi al justo hasta que los rescataron. En La Paz se dieron cuenta que estaban perdidos en el Salar y no había otra posibilidad porque no habían llegado a Uyuni. Preguntando por todos lados, si habían ido a Llica, la respuesta era no, si habían ido a Ollagüe, no, a Tupiza tampoco. No estaban en ningún lado, no se sabía nada de ellos.
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Yo estaba en La Paz, se sugirió que fuéramos a ver al General Barrientos, jefe de la Fuerza Aérea. Fuimos y le contamos la historia, pidiéndole que nos colaborara con un avión de investigación, para tratar de ubicar el camión en el Salar de Uyuni. “Como no”, dijo e inmediatamente ordenó que vayan. Mandó uno o dos aviones al día siguiente; voló un avión sobre el Salar y lo único que informaron es que habían visto tres cadáveres flotando en la desembocadura del Río Grande personas que arrastró el río. Con esa noticia estábamos todos muy preocupados, no queríamos contar la historia de los ahogados a los familiares que venían en todo momento por la oficina a saber novedades. Corrió la voz que se habían perdido, los familiares estaban en ascuas, esperando que les demos noticias pero semejante noticia no se la dimos a nadie. Al otro día nos informaron que no encontraban nada, sobrevolaban por un lado, por otro, finalmente tenían que suspender la búsqueda. ¡Es increíble cuan extenso es el Salar de Uyuni, desaparecer un camión grande! “¡No mi general, ordene que vuelen otro día más!” Sugerimos a Barrientos. Nos escucharon y al día siguiente dieron con el camión al lado de la Isla del Pescado. Nos avisaron de inmediato e informamos por radio a la mina sobre su ubicación, para que vayan a auxiliarlos, se encontraban al lado izquierdo de la isla del Pescado. La gente en la mina estaba muy nerviosa, inmediatamente cargaron dos camiones con cincuenta personas y con sogas y cables, todo para socorrerlos. Uno de los camiones por impaciencia se salió del terraplén en la entrada al Salar y se metió en el fango. Después llevamos mecánicos, que trabajaron mucho desarmando los motores y otros implementos para lavarlos y quitarles la sal.
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Al final llegaron a Uyuni, fueron recibidos como héroes y llevados al hospital donde permanecieron unos días para después volver otra vez al trabajo, con una aterradora experiencia.
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SUR LÍPEZ TERCERA EXPEDICIÓN Con buena producción de la azufrera El Desierto se podía seguir financiando y prospectando Sur Lípez. Traté de ingresar al sur por otra ruta, llegando hasta Laguna Colorada. Amparada por las imponentes montañas y el cielo altiplánico, se encuentra la Laguna Colorada. Sus lugareños solían buscar huevos de parina (flamencos) en los morros de tierra al interior de la laguna. Llegaban en el mes de enero para efectuar la recolección pues es ésta la época del año en que los nidos están llenos de huevos. Para poder ingresar a la laguna los hombres empleaban zancos de madera de tres metros de largo porque las orillas son de un barro cuya consistencia hace imposible ingresar a pie. Los huevos se sacaban para luego llevarlos en una pequeña camioneta a los poblados chilenos de la frontera para su venta. Observé la extracción de huevos cuando me dirigía con mi gente en busca de la famosa “boda” al sur de la laguna. Teníamos curiosidad por ir a ver de lo que se trataba, no sabíamos exactamente qué era pero decían que se enviaba mucho a Chile. Con la intención de buscar el famoso material, salimos con Rafael Terán desde El Desierto para ver que había más allá de Laguna Colorada. Llegamos a un cerro bastante empinado en el que demoramos dos días arreglando un paso para encontrar una inmensa laguna con partes blancas, era la Laguna Capina. Sacamos unos trozos de la famosa “boda” que resultó ser ulexita, materia prima para elaborar ácido bórico, bórax y otros. Me enteré que en el siglo diecinueve, hace más de cien años, se explotaba
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esta laguna. Los trozos se secaban en hornos, para su transporte utilizaban mulas o llamas, pues este producto tenía un gran precio antes de que se encuentren grandes yacimientos en Estados Unidos. Luego su precio bajó mucho y no se volvió a llevar de la laguna Capina. Cuando llegué a Laguna Colorada no había camino, sólo se podía pasar hasta cierta parte de la orilla. Nos instalamos ahí, de pronto se me acerca el chofer y me dice—“ ingeniero no sé qué pasa, hay problemas con el motor”.— Revisamos y… ¡Nada de aceite a pesar de haberle dicho que traiga aceite para aumentar! No había nada que hacer, estábamos en pana, sin poder mover el camión, botados en plena pampa, en medio de la nada. Teníamos agua, comida y gasolina, pero de todas formas, igual se tenía que ir hasta El Desierto para buscar aceite. Como se sentían culpables, decidieron ir los dos ayudantes y el chofer. Es gente del lugar por lo tanto es buena para caminar y sólo temen a los abundantes pumas de la zona. Mientras esperábamos, al día siguiente Don Rafael hizo una rica cazuela de pollo y como segundo: arroz con pollo asado ¡Una rica sopa y con segundo plato!... Al día siguiente lo mismo y así hasta que se nos acabaron los víveres, después comimos Corner Beef con pan. Pasamos cuatro noches y tres días en la pampa, hacia un frío bárbaro que soportamos con la ayuda de la carpa comprada del ejército americano, que la llevaba siempre en el camión. Era pequeña, de un metro de altura y dos metros de ancho, completamente cerrada con un pequeño respiradero hecho de malla liviana. Armamos la carpa, luego colocamos en el suelo las colchonetas que habíamos llevado y nos metidos dentro. A Terán, que era un fumador empedernido se le ocurrió fumar, con el tercer cigarrillo salimos escapando ahogados. Por el tamaño de la carpa con dos fumadas estábamos atorados, tuvimos que ventilarla para entrar nuevamente y poder dormir. A la mañana siguiente una diversión, el techo dentro de la carpa estaba lleno de nieve y al sacudirlo cayó como nevada sobre nuestras bolsas de dormir. La mía era de pluma, como yo sufría de ciática tenia cuidado en abrigarme, generalmente tenía dos bolsas, los zapatos y el
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pantalón, gracias a eso es que todavía estoy vivo y con buena salud. La nieve era polvo blanco dentro la carpa, producto de nuestra respiración. Nos movíamos y caía la nieve que nos cubrió por completo… para que esto pase, la temperatura exterior tenía que ser mínimo de –25°C. Salimos y volvimos a comer con santa paciencia, esperando la llegada del chofer y los ayudantes. Al quinto día aparecieron con su lata de aceite y nada que hacer, pusimos el aceite y media vuelta. Lo habíamos pasado bien, no vimos nada, sin ánimos de explorar regresamos a El Desierto. Fracasó la exploración por falta de aceite.
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COMISIÓN MILITAR Y LA MINA SUSANA
Se nos avisó desde la Paz, que venía una comisión del Ministerio de Defensa, venía el ministro, General Gallardo, lo esperé en la mina, le mostramos los trabajos, instalaciones, etc. Dijo que quería ir a Quetena y me pidió que lo acompañara. Fuimos a Quetena, nos hicimos muy amigos, un hombre culto y muy agradable. En la conversación me propuso que lo acompañe a Tarija, su avión lo esperaba en Uyuni, acepté, nos fuimos hasta Uyuni, en una linda movilidad para viajar, luego en avión hasta Tarija. La entrada a Tarija fue harto peliaguda, el avioncito daba vueltas y vueltas con un piloto medio jovenzuelo. Me recordó a los viajes que hacía a Guachi con el objeto de recoger corteza de quina. Yo no me pongo nervioso, pero no me estaba gustando la ruta, esto de irse a estrellar ahí, sin razón, de puro colador… pero al parecer era la forma normal,—no se ve la pista—algo decía el piloto, como que aterrizó de lo más bien. Allí lo acompañé a la guarnición no me soltaba, me tenía todo el tiempo del brazo, me presentaba a todos, a los oficiales, a todos. En la noche le daban una cena, yo sentado a su lado, estaban todos los oficiales de las guarniciones de la zona, habló de mí, de mi trabajo, me alabó mucho. Después de la cena me pidieron que hablara. Yo que soy malo para expresarme en público, tener que hablar… Me puse nervioso, agradecí al general con muy pocas
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palabras por permitirme acompañarlos. Hablar ante ellos, no tenía ninguna misión, solamente acompañaba al ministro. Al día siguiente me sentía obligado a devolver la atención, lo invité junto con varios oficiales a un plato mañanero, costumbre en Bolivia. Quedé admirado por lo económico de la alimentación, la comida representó una suma pequeña, para un magnífico plato de comida. Tantas personas, la comida deliciosa, lo único que resultó caro fue la cerveza. En la tarde regresó a La Paz, me dejó en Uyuni, después proseguí a mi campamento en Susana. ¡Ir a hablar, no me hubiera soñado!. Pero me elogió tanto, que había trabajado en esto, que había hecho tal cosa, tal otra… Me estaba alabando mucho. De todas maneras, hablé poco y mal, pero que le vamos a hacer, cada uno es como es. Yo hablaba bien de estudiante, de regreso a La Paz, ¡Qué me pasaría! La soledad, la falta de conversación “Entumecimiento oratorio”, me mordería la lengua… Lo cierto es que me sentí muy tímido. La visita del Ministro de Defensa, nos agradó demostrando que existía interés por Sur Lípez. El General Gallardo tenía interés por informarse, se sacrificó en un viaje pesado, sin comodidades, con malos caminos. Fue una buena época esa. Ya teníamos trabajo en Susana. Mandé hacer toda la maquinaria para el ingenio. El camino en esos terrenos tan malos, se hizo a pala y picota; hubiera gastado un dineral en explosivos, además no tenía gran apuro pues había que esperar la llegada de la maquinaria que había encargado.
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LA YARETA La yareta era un problema, no se encontraba en la región. La agotaron llevándola en llamas a Chile y a la Argentina. La traíamos desde Corina, lejos y con malos caminos. Usábamos los vehículos más viejos para bajar desde el cerro. El chofer se largaba de bajada sin camino entre los pedrones, en cuestas muy empinadas, toda una aventura. Alguna vez un camión viejo se dio vuelta. En el cerro de Corina, en Caquelan había mucha yareta, después los mismos yareteros de Corina, comenzaron a llevársela a Uyuni, a un lado, a otro. Comenzó a escasear. Ahora estamos trabajando con diesel y petróleo. La yareta esta casi agotada. Se la utilizó a gran escala en el ferrocarril como combustible en las locomotoras. Se acopiaban montañas de yareta en la estación de Ascotán, Chile. La llevaban en llamas y en camiones. Las azufreras consumimos mucha yareta, también la llevan a las minas de Nor Lípez. Todavía la usan empresas de ulexita cerca de Uyuni. Se la compra para calentar las casas en las empresas mineras.
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EL TRABAJO Una vez terminado el camino, comenzamos a fundir, sacar azufre refinado y despacharlo. Yo vivía en El Desierto y me ocupaba de despachar el azufre por Ujina. Dámaso veía todo como suyo, él recibía dinero y hacía las cuentas. Al desaparecer el buen caliche de San Pablo de Napa, cambié de domicilio a Mina Susana. Se despachaba el azufre de El Desierto en la estación del ferrocarril de Ujina. Luego se embarcaba por la estación de Calama, donde disponíamos de acopio de azufre. En esa época nos autorizaban a usar la estación de Calama para acopio. Se descargaba el azufre cerca de la bodega que nos proporcionaban, luego despachábamos por tren hasta su destino. Una vez terminada la planta, la mina Susana comenzó a producir. Disponía de los vehículos que adquirimos y al principio transportábamos azufre hasta la estación del ferrocarril en Calama. Cuando la producción alcanzó volúmenes significativos, camiones chilenos especialmente de la empresa Terrazas, transportaban azufre a San Pedro de Atacama, allí alquilamos un terreno en las afueras del pueblo. Juntábamos hasta mil toneladas. Teníamos sereno permanente, le construimos una habitación al lado del acopio. Varias veces se iniciaron amagos de incendio, que se apagaban a mano. Disponíamos de agua en tambores. El acopio era la atracción turística, guardaban muestras de recuerdo. El peligro eran los cigarrillos. En la ciudad de Antofagasta eran muy estrictos. Cargábamos las bodegas que despachábamos a Mantos Blancos y Soquimich. Posteriormente se efectuó una venta, un contrato con la India por 20.000 toneladas. Nuestros agentes en Santiago eran gente activa, teníamos que acopiar 20.000 toneladas en el puerto, logramos que nos alquilaran el Sitio Nº5 del Puerto de Antofagasta.
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La concesión la dieron para acopiar azufre con un tonelaje tan elevado que nos vimos obligados a colocar equipos de seguridad en el sitio, servicios de agua, bombas para enfrentar incendios, etc. En Susana, trabajaban unas 60 personas, después llegarían a más de 100 trabajadores, en realidad eran ochenta familias. Tampoco había necesidad de más gente, incluso muchos de los chóferes vivían en Calama. El problema era el extraordinario frío que hace, al igual que en Corina. En estas alturas de las montañas es prácticamente imposible encender los motores de los camiones, motores a diesel, de las palas, etc. Encender motores era una operación de una hora, a hora y media de calentamiento. Teníamos que calentar agua en tambores, la calentábamos con yareta, después poníamos brasas de la yareta bajo la caja, bajo la corona y bajo el tanque de diesel. Un fuego muy controlado durante una media hora, hasta que el diesel se licúe. El diesel por la mañana, parecía vaselina, el aceite de la caja semi–duro, la temperatura en el invierno bajaba a –35°C. En Corina y Susana para que funcione un motor, después de haberlo calentado, se empleaba éter. El problema era poner agua al motor. Al radiador también le colocábamos por debajo con mucho cuidado, un poco de fuego. Siendo de un material que se funde, se echaba agua hirviendo, pero el problema radicaba en que antes que llegue a la parte baja del radiador, el agua se congelaba en el mismo radiador antes de salir al desagüe, el agua se solidificaba. Todas estas operaciones eran necesarias para hacer partir cualquier vehículo o máquina. El proceso de calentar nos perjudicaba un buen rato hasta que el motor equilibre las temperaturas. Teníamos que evitar diferencias de temperatura muy grandes, por este motivo muchos radiadores se quebraron. En el invierno cuando se subía por el camino a la mina era contra el viento, tratamos de construirlo evitando el viento de frente. No
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teníamos mucho donde escoger. No se podía evitar la nieve, pegaba por todo lado a los camiones. Muchas veces se congeló el diesel con el motor encendido. Para evitar que se congele, le poníamos una cubierta de tela. Ahora los camiones diseñados para clima muy frío, vienen con una cubierta especial que tapa parte del radiador. Nosotros la hacíamos con lona y un trozo de lana, protegía poco y se congelaba de todos modos. Todos los camiones llevaban consigo soplete de gasolina, cuando había problemas se encendía el soplete y éste calentaba las cañerías y el inyector, que se tapaban con diesel pastoso. Teníamos que calentar hasta que partan. No se podían usar camiones a gasolina, los que teníamos se quemaron de esta manera.
GEÓLOGOS CANADIENSES San Pablo contrató a unos geólogos canadienses para estudiar las reservas del yacimiento que para ese entonces se encontraban casi agotados. Se consideraba necesario buscar nuevas reservas de mineral. Desgraciadamente no se pudo conseguir nada y se continúo explotando mineral de ley pobre. Los técnicos que andaban provistos de vodka, su bebida favorita, emplearon más tiempo del calculado y al agotárseles sus reservas de vodka acudieron al administrador, don Rafael Terán, para que les consiga vodka. Lo que hizo este señor fue elaborar vodka, lo preparaba con alcohol blanco de Guabirá que es de muy buena calidad y muy puro, los canadienses estaban felices con el vodka que se les proporcionaba en sus propias botellas. Terán era habilidoso y los canadienses tenían su vodka, estaban contentos; no notaron la diferencia, siendo conocedores, estaban creidísimos con su vodka.
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Yo no bebía, alguna que otra vez era agradable cuando por las tardes nos reuníamos charlando y oyendo radio, entonces bebíamos los cocktelitos que hacía Terán.
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PLANTA DE FLOTACIÓN EN SUSANA Necesitaba recuperar el azufre contenido en las colas de la planta de fundición, por lo tanto era urgente construir una planta de flotación, pero se necesitaba mucho dinero, tiempo y trabajo; esta causal frenó la construcción de una planta similar en El Desierto. Sabía que el Banco Minero de Bolivia, recibió de Rusia un lote de vehículos y maquinaria minera. Solicité maquinaria destinada al proyecto de flotación y un jeep, que resultó muy bueno para el trabajo, nos duró mucho tiempo, tanto así que luego de prestar sus servicios en la mina, se lo pase a un yaretero, quien lo utilizó mucho en su labor de sacar y acopiar yareta. Proyecté tratar el ripio en un harnero. Toda la cola se componía de materiales para malla N°12, donde se encontraba el azufre en forma de pequeñas esferas. Así solicité un harnero, un grupo de ocho celdas de flotación y un grupo electrógeno de doscientos caballos de fuerza. Con estos equipos, adquiridos del Banco Minero y comprando otros equipos disponibles en plaza, contábamos con lo principal para instalar la nueva planta de flotación de ripios. En los ripios, el azufre se encuentra en forma de esferas pequeñas, aptas para ser flotadas. Para utilizar con éxito el harnero y evitar el problema de la humedad del azufre que se pegaba en la malla, haciendo imposible harnear, mezclamos el ripio con agua.
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Con una especie de regadera se proyectaba el agua al harnero, debíamos instalar un equipo que repartía gran cantidad de agua en chorro muy fino y en forma pareja. Hice muchas pruebas de una u otra forma. Resultó el empleo de tres trozos de cañería provisto de un corte muy fino a todo lo largo. En esta forma se separaba el polvo fino de yeso, arrastrado por el agua a través de la malla. El producto intermedio se enviaba a las celdas de flotación, donde se conseguía concentrar hasta 85%. El concentrado se transportaba a estanques de cemento, donde escurría el agua y luego lo fundíamos en la autoclave. Fue en condiciones especiales que la fórmula fue lograda con grandes esfuerzos y costo de dinero. El proceso de fundir concentrado resultó muy difícil, porque el proceso era desconocido. Existían equipos especializados para fundir concentrados, provistos de agitador central indispensable para conseguir la aglutinación de las esferas líquidas de azufre fundido, fabricados en el Japón, muy caras y difíciles de conseguir. Tratando de fundir, regulábamos la cantidad de agua, la presión del vapor, la cantidad de concentrado, la ley del concentrado, y cuanta cosa le agregábamos. Inutilizábamos el concentrado al fracasar la operación. Pruebas y más pruebas, con toda clase de reactivos y floculantes, etc., conocidos y no conseguíamos nada. Pasaban los meses, los salarios, el azufre concentrado y mucho material desperdiciado. Se hacía insostenible la situación. Los obreros impagos, reuniones con el sindicato para seguir postergando su abono, me comprometí a no abandonar la mina hasta solamente cuando se normalice el trabajo. Debía el salario de muchos meses, los trabajadores recibían víveres, para ellos y su familia, con este argumento los conformaba, se tranquilizaban, además confiaban en mi seriedad, perder su fuente de trabajo los preocupaba, en realidad todos andábamos conflictuados.
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El jefe de planta en su desesperación ingresaba al autoclave toda clase de cosas, desperdicios, tierras etc. De Santiago me enviaban varios tipos de reactivos depresores, coagulantes, pero nada y nada, pasaron ocho meses, desperdiciábamos centenares de toneladas de concentrados. Hasta que un día me piden que me dirija a la planta a ver la próxima operación, dicen “correrá azufre.” El capataz risueño me informa: “efectué dos operaciones donde corrió azufre en cantidad importante, veamos la fondada que vaciaremos en unos minutos” Efectivamente corría y corría el azufre líquido proveniente de la autoclave. Le pregunté que cómo había logrado que funcione el autoclave y riendo me contestó que le habían agregado una lata de aceite quemado de los motores. Increíble pero cierto, esa fue la solución. Comenzamos a comprar aceite quemado de los talleres de mecánica de Calama. El trabajo se normalizó, los ingresos utilizando ripio fueron mayores a los acostumbrados. El ripio pago su transporte y molienda cuando se lo trazó en las autoclaves. Los stocks de ripio comenzaron a disminuir, era hora de ver como continuaría el trabajo en Susana. Ampliamos los equipos de la planta de flotación para poder trabajar con mineral y ripio, trabajábamos semanas con ripio producido y otras con mineral de mina. Continuamos explotando azufre para la fundición y escogiendo para la nueva planta. La recuperación de la autoclave por tratarse de minerales pobres, era baja. El caliche lo triturábamos con un triturador, el producto al molino a bolas y luego se envía a la flotación. Utilizando un sistema mixto, nos permitía obtener costos razonables, acordes al mercado en Chile.
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CODELCO CHILE Obtuvimos un contrato de venta de azufre caliche, mineral sin tratamiento destinado a Chuquicamata–Chile, con la empresa CODELCO. Entregué 30.000 toneladas de caliche, mineral de azufre de alta ley. Era la época de la Unidad Popular con Allende de Presidente, Chile estaba atravesando por una inflación galopante, con pocas posibilidades de conseguir azufre de otros mercados, por falta de divisas. Llevamos el azufre de Susana bajando el cerro, cruzando la pampa, luego por San Pedro de Atacama hasta Calama y Chuquicamata. Tenía a toda una flota de camiones, provenientes de dos sindicatos de transportistas, el Sindicato de transporte pesado de La Paz, el de San Cristóbal de Potosí y también había choferes del Sindicato de Oruro. Trabajaron un promedio de 30 camiones, transportando caliche a Chuquicamata. Tratar con decenas de transportistas conlleva una serie de problemas de todo orden. Había gran escasez de azufre, los productores chilenos dejaron de producir porque el precio que se les pagaba, debido a la tremenda inflación, no les alcanzaba ni para los costos de transporte, no podían trabajar. Recuerdo haber cambiado miles de escudos por un dólar. Chuquicamata pagaba el dólar al cambio oficial de $us 20, en el cambio libre valía varios miles de escudos por dólar. En Chile la situación estaba muy mala, Chuquicamata no tenía azufre, pero nadie quería trabajar a pérdida total. Como pagaban el flete con el cambio del dólar a 20 escudos, me arruinó, pues el dólar estaba a 2.000 o más, recibía muy poco por el flete, esta suma sólo alcanzaba para las comidas y otros pequeños gastos de los transportistas, los que se instalaron en el Hotel Licanantai en Calama y contrataron choferes para sus vehículos y se dedicaron a la buena vida. Les pagaba en dólares y un flete alto. Acepté
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este—financieramente desastroso negocio— porque yo deseaba abrir la mina y conocer su potencial, así poder formarme una idea de su valor real. Trabajaba a rajo abierto, extrayendo mineral de calidad. Al ver los rajos, el ingeniero Holt, geólogo norteamericano, se entusiasmó y aceptó efectuar prospecciones. La operación de venta de esas 30.000 toneladas a Chuquicamata, financieramente fue un fracaso económico. Resultó en pérdida, el Banco Boliviano–Americano en esa época, absorbió mis perdidas, facilitándome un crédito.
INCENDIO EN SUSANA En esta misma época hubo un incendio en Susana. El azufre es combustible y trabajando a rajo abierto había que usar explosivo no era posible de otra manera, saltan pedacitos pequeños de azufre ardiendo ocasionados por la explosión y por esto mismo, la ocupación principal de los serenos de la mina era apagar los muy pequeños incendios. Ellos efectúan rondas durante el día, sin embargo en la noche es más peligroso por el viento. Desde el campamento no se ve la mina, así que no se dieron cuenta cuando se inició el incendio y al día siguiente ya estaba ardiendo. Esta vez el incendio se presentó muy grave, se intentó apagar el fuego con agua llevando la bomba de agua a presión que teníamos con chorros largos, pero el incendio se localizaba en la parte alta. No pudimos con el fuego, nos pasamos todo el día luchando, tratando de apagarlo, convenimos que lo mejor era recurrir a Chuquicamata, ellos necesitan nuestro azufre y cuentan con secciones de seguridad industrial, equipos, bombas. Bajó Alejandro, mi hijo a solicitar ayuda de inmediato. Chuquicamata dispuso la movilización de varios vehículos, los que llegaron hasta la mina al lugar del incendio. Cuando vieron semejante incendio, dijeron que no
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podían hacer nada contra un cerro ardiendo, les pareció peligroso. No pudieron hacer nada, nosotros tampoco, se fueron y regresaron a su Chuquicamata. Así las cosas, lo único posible que hacer fue dejar que ardiera, hasta que el viento deje de soplar. El caliche es un mineral que contiene azufre y sulfato de calcio, arcillas, areniscas. Entonces cuando sopla el viento va limpiando estas areniscas, y sigue ardiendo el azufre. El único recurso era esperar que pase el viento, la ceniza ahoga el incendio, va tapando el fuego hasta que se extingue, es un proceso de tres días. Por suerte esta vez el viento no duro mucho y después de pasado un tiempo, el incendio se apagó. Subimos con extintores para ver si todavía continuaba algún fóco, tratando de enfriar los lugares más calientes con agua fría. Fue un enorme perjuicio porque tuvimos que volver a planificar el trabajo de mina para reiniciar la explotación. Con el incendio los caminos se reblandecen y desaparecen. Había que volver a rehacer todo porque estaba todo liso, era un solo plano. Y así por el estilo son las aventuras de la explotación del azufre a rajo abierto y contando con poco equipo. Una empresa grande seguramente, tiene inyectores de agua de gran potencia, que pueden alcanzar de 40 hasta 80 metros. En nuestro caso nuestras bombas no daban más de 20 metros a lo mucho y por otro lado, el gas que se desprende del azufre es peligroso, extremadamente tóxico. Al apagar esta clase de incendios por ejemplo cuando cambia la dirección del viento, todo el personal debe desaparecer, huyendo. Bastan tres bocanadas amplias y uno queda a punto de asfixiarse.
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EMILIO BUKOVIC TRANSPORTISTA Llegó desde La Paz Emilio Bukovic, una persona de excelente calidad y muy calificada, con tantos años de trabajo nos hicimos amigos. Todo empezó cuando un día teníamos que llevar planchas de acero para instalar la planta de El Desierto. Así vino al Desierto, como transportista. Ocurre que como era nuevo se equivocó de salida en el Salar de Uyuni y nos enfangamos, tuvimos que quedarnos a dormir en el camión. Hacia un frío endemoniado, arriba se encontraban los trabajadores, quienes por suerte llevaban frazadas, nosotros temblábamos del frío. Yo me metí en mi bolsa a dormir, pero en el Salar no hay bolsa que valga, el viento silbaba durante toda la noche. Nunca imaginé quedarme a dormir en el Salar. Nos enterramos porque se derritió el hielo del Salar, el terreno estaba blando por suerte era invierno, caso contrario no hubiéramos podido salir. Enterrados en el fango, decidimos esperar a que el frío de la noche congele el barro, de mañana volveríamos a tratar de sacar el camión. Después de pasar toda la noche sentado en el camión había que sacar el vehículo, situación grave, ¿Cómo lo sacábamos del fango? Menos mal, traíamos planchas de acero. Los trabajadores no podían moverse de frío. A eso de las diez reaccionaron con el sol y con gran fatiga salimos al medio día.
MOLIENDA DE AZUFRE Se me ocurrió que sería buena idea aumentar su valor en Santiago, considerando la buena calidad de nuestro producto. Las materias orgánicas perjudican durante la operación del quemado ocasionando obturaciones al carbonizarse en las boquillas durante la operación de quemado del azufre recuperado del petróleo utilizado en la industria.
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Pensé que sería un buen negocio dedicar nuestro azufre para uso agrícola, como fungicida y aumentar el valor agregado al azufre. Había que transformar el azufre en polvo, hasta conseguir un producto de malla 300. Este producto se espolvorea en las plantas con hongo es el remedio específico. El azufre ventilado que es el azufre en polvo, tiene un valor agregado. El consumo en Chile para ser usado es de muchos miles de toneladas. Era preciso organizar una empresa en Chile para que se dedique a esta actividad, que sea propietaria de la fábrica y que importe el azufre de Susana. Para esto formamos sociedad AZUVOL S.A. El azufre se muele y se separa el fino con aire en un ciclón. La molienda se efectúa en un ambiente de anhídrido carbónico, para evitar explosiones. Se muele y clasifica a trescientas cincuenta mallas con aire, para obtener el producto que exige el mercado. El molino muele en ambiente antioxidante, sin oxígeno. Requiere de equipos especiales. Al hacer averiguaciones al respecto, me informaron que la maestranza Libertad fabricaba molinos tipo Raymond, esta empresa los fabricó para la empresa Borlando y Urdangarin, grandes productores de azufre ventilado. Años atrás Borlando le facilitó los planos originales de unos molinos importados por ellos y con estos planos Libertad les fabricó un molino, vendió otro a Undangarin y tenía construido un tercero que me ofreció en venta. Cuando fui a conversar a la fundición, me mostraron los planos originales, me dijeron que en un par de días irían a ver el molino de Borlando, para regular el partidor eléctrico que necesitaba dos segundos más para el cambio en el motor eléctrico de triángulo a estrella. Me invitaron para que los acompañara, y observara el funcionamiento del molino que me ofrecían. Efectivamente acompañé al mecánico de Libertad a Borlando para observar el funcionamiento de los accesorios indispensables, tales como un horno a coke que producía gas carbónico exento de aire, el que se inyectaba al molino.
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Adquirí una idea clara de su funcionamiento. Molía de maravilla de acuerdo al informe del encargado técnico de la firma Borlando. Decidí adquirir el molino y constituir la sociedad. Acudí a la compañía Sudamericana de Metales, mis agentes de venta para el azufre. Contraté como gerente al encargado de la sección ventas, una persona con la que tenía que convenir continuamente las facturaciones y venta, me pareció que tenía experiencia en comercio. Alquilamos un segundo piso en una casa del barrio de Providencia, muy céntrica, se amobló con muebles de primera y todo lo necesario. También ubiqué al abogado Herrera recomendado por SUDMETAL por su capacidad, considerado de primera. Cometí el error de fijar sueldo al abogado, pues hacía muy poco trabajo para nosotros. Una vez constituida la sociedad, AZUVOL S.A., comenzó la búsqueda de terreno apropiado, por ser considerado un elemento peligroso y perjudicial. Nuestras posibilidades eran áreas muy restringidas. Buscamos en muchas comunas suburbanas de Santiago en los barrios industriales. Alguien nos ofertó una parcela de cuatro hectáreas en el campo, entre Santiago y Viña del Mar, un lugar muy hermoso, en medio de cultivos de frutas, duraznos, ciruelos, uvas, etc. Decían que era la zona agrícola con las tierras más ricas de la provincia, distante a diez kilómetros del poblado de Llay–Llay. El galpón un hermoso local, con piso para soportar el peso de camiones, muy bien aireado, para evitar accidentes en caso de incendio. Todo terminado: Comedor, oficinas, todo listo, incluso baños y calefones instalados. Se decidió poner en funcionamiento la planta, contábamos con la autorización del alcalde de Llay–Llay, pero cuando creíamos tener todo listo para comenzar el trabajo, fuimos notificados por el Servicio Agrícola y Ganadero de Chile: No podía funcionar. El SAG se opuso a la autorización de funcionamiento de la planta, por ser un terreno con prohibición de cambios de uso de suelo.
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La parcela que compramos era una de doce parcelas entregadas a los campesinos, con la obligación de que se pagara una cuota anual. Para estas parcelas la reforma agraria colocó una cláusula especial a los títulos de propiedad en los que se estipulaba que no se podía cambiar el uso del suelo. Se les entregó para cultivarlas, sin posibilidad de usarlas en otros fines. Con esta medida obligaban a los nuevos propietarios a trabajar la tierra, sin poder pensar en urbanizar u otros destinos. Quedó paralizada la operación de azufre ventilado. No pudimos conseguir la autorización del SAG, parece de Mújica se enemistó con el funcionario, pensé que eso influyó. El jefe del SAG que nos negó el funcionamiento murió. El nuevo jefe también negó. Estaba estipulada en el contrato de compra la cláusula que prohibía cambio del uso del suelo. Movimos todas las influencias posibles, los socios de SUDMETAL tenían muchas relaciones de alto rango, personas de influencia, incluso se habló con el Ministro de Agricultura. Nadie se atrevió a dar paso a nuestra solicitud. Comenzamos pidiendo cinco mil metros para la industria y fuimos rebajando a quinientos, pero todo fue inútil. Destituí al gerente, al arquitecto y al abogado. El responsable más directo de todos, el abogado, fue retirado sin ninguna formalidad. La famosa cláusula figuraba en la escritura de compra, el abogado no se fijó, quizás ni la leyó o era un ignorante. Después de haber agotado toda posibilidad de producir azufre ventilado, procedí a la venta del terreno. Los interesados, solamente querían la tierra para uso agrícola. En medio del campo a 50 kilómetros de Santiago, no había otra opción que vender o dedicarse a la agricultura, cosa imposible para mis intereses que se encontraban en Calama, desde donde controlaba, la azufrera Susana. Una vez en Calama tenía que tratar de hacer algo con el equipo. Instalé el molino en una propiedad minera. Los precios del azufre
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descendían a medida que llegaba azufre a precio de regalo desde Medio Oriente. Nuevamente me encontraba descapitalizado, desconcertado, sin saber qué hacer.
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COLLPA LAGUNA
Trabajaba los ripios, cuando me visitaron los vecinos pobladores de Quetena. Dijeron que yo estaba trabajando en la azufrera que estaba en su comuna y que si bien yo había tomado posesión de Collpa Laguna, no la estaba trabajando, por lo que me pidieron les alquile. Acepté alquilarles, “bueno” les dije, me van a pagar 2% de lo que vendan, una cuestión más que nada de forma, para dejar constancia en un documento que era mi propiedad. Lo cierto es que se sentían inseguros, por lo que se dirigieron a COMIBOL que les arrendó con un canon sobre ventas que desconozco. Organizaron su cooperativa para trabajar. Siendo un producto de baja ley 32%, los fletes caros, de modo que no tenían gran actividad. Una temporada llevaron a Vinto, pero a la larga el negocio no les salió muy bueno, además que es sustancia controlada por narcóticos. Actualmente, se han hecho independientes, lo que venden lo hacen a muy buen precio. No se acordaron de pagarme regalía. Yo he quedado satisfecho con ellos, la gente es cordial, colabora mucho, además de trabajar conmigo, nunca tuve problemas. No pensaron en corporativizar mis minas y no faltó quien quiso meterles la idea, pero no avanzó, creo que gracias a esta negociación que hice con ellos, parece que con toda la población, pero como siempre unos cuantos son los que trabajan. Los otros ahora poseen y se dedican a otro tipo de actividades, hoteles, transportes.
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HITO CAJONES
Teníamos que acarrear necesariamente el azufre a Chile y no disponíamos de camiones. Para salvar la situación en Calama encontré a transportistas chilenos. El mineral se lo llevaba hasta el Hito Cajones, donde teníamos en la misma raya de la frontera nuestro acopio. Luego de correr la póliza de exportación respectiva, se transportaba el azufre en los camiones chilenos. El transportista chileno, el señor Terrazas, se encargó de todo el transporte de azufre refinado, además que arreglaba y mantenía el camino con maquinaria. El Hito Cajones o del Cajón es el hito fronterizo entre Bolivia y Chile. Este lugar se encuentra a 4.800 metros sobre el nivel del mar, azotado por el viento que sopla de todos lados, no es un lugar para vivir. La región es totalmente desierta y es la ruta más directa y natural para llevar azufre a Chile. En realidad fui yo quien tramitó la habilitación de este paso fronterizo; efectuamos las gestiones ante las dos Cancillerías para transitar con azufre. Acá también varias veces ocurría incendios a causa de los tubos de escape. Para prevenir construimos en el Hito Cajones una pieza semi–subterránea para los serenos del azufre. La habitación que construimos para protegernos del frío y del viento, se encontraba enterrada, sólo sobresalía el techo. En esas condiciones era una vivienda muy abrigada. Además no faltaba yareta
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que llevábamos junto con los víveres. Vivían allí, turnándose uno o dos serenos permanentes que cuidaban el acopio contra incendios u otra contingencia. En este tiempo teníamos Aduana, pero no en el Hito, la instalamos en el campamento de Susana, cuando empecé los trabajos, pedí un puesto aduanero y de esta forma se instaló la oficina de la Aduana Boliviana. Al lado de la balanza, empleada para pesar los camiones, mandé levantar habitaciones, para los aduaneros que venían desde Uyuni. Estuvieron por un tiempo, sin más movimiento que el azufre y las condiciones de vida, soledad, con privación de ciertas comodidades a la que estaban acostumbrados, me imagino que fue la causa principal, por la que venían menos seguido y finalmente ya dejaron de venir.
PUESTO MILITAR SUSANA Cuando llegué a Los Lípez, no había caminos, nosotros llegamos haciendo el camino hasta Susana. Había puestos militares en El Desierto, pero de ahí en adelante, no había nada. Fue muy difícil, llegamos con mucho trabajo. Fue muy intransitable por los tremendos arenales o tener que cruzar la zona de Chalviri con vertientes en las orillas que forman unos fangales peligrosos, tuvimos que arreglar terraplenes, hacer rellenos, además de la cantidad de tiempo que nos tomó para sentar los trabajos. Después que me instalé en Susana empezaron a llegar los miembros del Instituto Geográfico Militar en sus vehículos —ya había relatado más arriba— cómo marcaban los puntos de referencia en toda la pampa, poniendo número a las piedras con pintura amarilla. Esta gente se esforzó mucho, su trabajo era sacrificado. Nosotros los hemos atendido y recibido en nuestros campamentos, prestándoles siempre
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la ayuda que a veces faltaba, aunque no era frecuente, porque venían muy bien provistos. Mucho después cuando ya estábamos trabajando a full, comenzó a aumentar el movimiento de gente y en realidad ya se veía alguna actividad en todo Los Lípez. Para ir a Corina había que pasar por Alota, para ir a Susana también por San Juan, poblaciones cerca la frontera. El ejército decidió colocar un puesto militar primero en nuestro campamento y luego el año 1977 construyeron un cuartel para un contingente de 100 personas contiguo a las plantas de molienda/flotación/fundición, administración y campamento de los trabajadores y sus familias de la mina Susana (HORSU S.A.) Convirtiéndose en un buen puesto militar resguardando la frontera muy bien. Contrataron a una empresa israelita, ellos edificaron unos domos en forma de iglús de concreto, que dio buen resultado, son calientes. Sólo he conocido el de Susana, pero en Lípez se construyeron varios. Actualmente, para llegar a Susana desde el norte, se tiene que pasar por varios puestos militares ¡Cómo cambiaron los tiempos! Claro que esto pasó después de muchos años. Ahora Quetena ya es un pueblo muy progresista, tienen sus propios trabajos, cooperativas como la de la collpa, alojamientos y un Hotel para turistas, etc. La Aduana y policía internacional, antes de quedarse la una en la empresa Tierra, la Apacheta y la otra en el Hito Cajones, se ubicó en un pequeño puesto militar, al borde de la Laguna Verde, Félix Colque, en su pequeño hotel, les adaptó una pieza y dio facilidades para que un sargento y un soldado, controlen, pasaportes y la frontera por el lado oeste, que va directamente a Uyuni. Por el lado este, se encuentra el puesto militar de Susana, también se puede ir a Uyuni, a San Pablo de Lípez, Tupiza. No se puede hablar de caminos, son huellas, porque alguna vez anduvo un camión y nosotros. Para hacer este viaje, se necesita un buen vehículo, un 4x4. Ahora, parece que ya ha mejorado, he oído que están trabajando minerales, yacimientos en la Cordillera de Lípez, avanza la construcción de caminos, me contaban que pronto pasará uno, cerca de la azufrera. Ojalá que así ocurra
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algún día, porque podría constituirse en un nudo muy importante de comunicación entre el Pacífico y las ciudades bolivianas de esta zona. Se ha terminado de entregar la carretera internacional, una carretera de primer orden, que une Chile con la Argentina, desde Salta en Argentina a San Pedro de Atacama en Chile. Este camino se desvía a cinco kilómetros, para ingresar a Hito Cajones. Deberíamos conectarlo con los caminos que usamos en Bolivia; el camino Paso de Jama, o el camino por el lado de Tupiza. Que por lo menos es mantenido con maquinaria, sería una maravilla. Porque el que tenemos ahora, la gente que trabaja por la región lo mantiene y como puede. De este esfuerzo, lo aprovechan los camiones, vagonetas de turismo que vienen del interior y/o el transporte internacional. Debe tomarse en cuenta que es un camino de gran importancia para todo el departamento de Potosí, un camino directo hasta el puerto y al norte argentino.
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CRUDE OIL
Cuando Susana estaba en plena producción, tuvimos la visita de un geólogo norteamericano, el señor Holt, catedrático de una Universidad en Colorado, él me manifestó que había gran interés de ver la posibilidad de trabajar azufre en Bolivia. Una excelente persona, profesor de una Universidad muy importante en los Estados Unidos, hablaba el castellano perfectamente. Cuando vino a Bolivia nos hicimos muy amigos, subió a la mina, vio mi trabajo y regresó a los Estados Unidos. Después llegó con ejecutivos de una petrolera, la Crude Oil, subsidiaria de la Gulf Oil, indicando que tenían interés en estudiar las reservas, ver y entrar en conversaciones con el propietario. Claro que de inmediato me puse en conversaciones, indicándoles que de acuerdo a la Ley, nadie podía ser propietario, ni yo venderles el yacimiento, sino que tenía que haber un convenio muy especial, autorizado por el gobierno de Bolivia, para poder explotar estos yacimientos fronterizos. Dijeron, que estaban de acuerdo y que ellos verían la forma de arreglar este problema. Aquellos años había gran escasez de azufre y se preveía que a futuro iba a escasear para industria mundial (debido a esto es que nosotros habíamos planificado solicitar un crédito internacional, para ampliar las plantas y la producción y que ya estaba preparado) pero con la llegada de los señores de la Crude Oil y con la esperanza
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de hacer una buena negociación, dejamos a un lado estos trámites. Efectivamente, llegamos a un acuerdo de cateo y después de exploración. Trajeron varios geólogos, especialistas en transporte, en fin de todo, trabajaron casi un año, contrataron a muchos geólogos bolivianos como el señor John Bosacoma y tres ingenieros bolivianos que trabajaron en forma exclusiva para ellos. Instalaron una oficina en La Paz, ocupaban un piso entero donde elaboraban mapas, planos, hacían estudios, cálculos, era una muy buena oficina quedaba en un edificio en la calle Campero en La Paz. Para este efecto hicieron un convenio con GEOBOL que confeccionó gran cantidad de planos, controló la prospección, independientemente de los norteamericanos que la hacían. Ellos construyeron un campamento propio aparte e independiente del mío, cinco kilómetros más arriba, contrataron a su propia gente, hicieron perforaciones, pozos; trabajo que duró casi un año, sacaron muestras en aviones completos que debían ser analizadas en sus laboratorios de Colorado, Texas. También hicieron dos pistas las cuales datan ambas, norte y sur desde esta época y que quedaron. Había mucha actividad en esa oficina, trabajando con toda la información de la mina. Cuando se terminó de hacer la prospección llegaron los principales ejecutivos de la empresa Crude Oil y tuvimos una reunión. Nos recibieron e informaron que el resultado de la prospección que habían hecho fue altamente satisfactorio y me manifestaron el interés de ellos de continuar con los tratos para formar la sociedad y hacer trámites bancarios para la inversión, hablaban de invertir quince millones de dólares. Como les dije desde el principio que estábamos en la frontera, yo no tenía un absoluto derecho de venta y era necesario tener autorizaciones muy específicas. Ellos también quedaron en subsanar este asunto, buscamos a Oscar Bonifaz quien era Ministro Secretario del Presidente que en esos días era el general Ovando Candía. Hablamos con Bonifaz y nos consiguió la entrevista con el general Ovando. Para este fin llegaron otros directores, no me acuerdo los
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nombres, eran el Presidente, Vicepresidente, dos directores. Hablaron con Ovando, le explicaron sus intenciones y Ovando les aseguró que estaba de acuerdo y que ya estaba enterado de este asunto y veía que era muy positivo para el país; le interesaba la inversión y se comprometía a sacar la Resolución, una vez que se firmará entre las partes el Convenio de Acuerdo, debido a que no se podía vender la propiedad, se confeccionó un buen contrato de regalías. Después de esto, tuvimos un gran festejo entre los ejecutivos de la empresa, los ingenieros, y mi gente en un restaurante del décimo piso del edificio Petrolero que en esa época se lo consideraba el mejor de La Paz, Las Vegas, creo que se llamaba. Hubieron grandes cenas para festejar el convenio definitivo entre ellos, mi persona y la aprobación del gobierno ya que el presidente les autorizó inclusive para que traigan la maquinaria. Era una aceptación tan abierta que estos caballeros la dieron por seguro. Se fueron de vuelta a los Estados Unidos muy contentos. Yo más feliz, porque por supuesto yo iba a salir muy bien parado del negocio. ¡Con semejante operación! Se habló de una inversión de quince millones de dólares que en el año 1969 era toda una fortuna. Nos despedimos todos muy contentos. Yo iría a los Estado Unidos a firmar papeles con mi abogado, en un mes como máximo, el tiempo que demore ultimar los trámites bancarios para la inversión. Ellos me avisarían cuando todos los trámites estuvieran listos y luego vendríamos a Bolivia con el Presidente de la empresa para firmar los convenios con el gobierno y elaborar papeleos finales. Pero ocurre que a semanas y antes del mes, sale la Ley de la Nacionalización de la Gulf Oil. ¡Gran escándalo en todo el mundo! Y desde ese momento es como si hubieran muerto, nunca he recibido ninguna noticia, ni una carta de parte de ellos que dijera que ya no querían saber más de mí, ni de mi país, ni de nada. Simplemente se los tragó la tierra. Así es pero eso sí, tenían empleados que trabajaban acá, cerraron sus oficinas en La Paz, les pagaron sus honorarios y tuvieron órdenes
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de vender todos los vehículos. Nos quedamos en cero y hasta el día de hoy desaparecieron. Eran tan educados, pero claro, después de esto… Unos años después, llegó el señor Holt a charlar conmigo y de ver otra posibilidad de trabajo. Era un hombre muy inteligente y un gran geólogo, él mismo había perdido contacto con la empresa. Parece que le echaron la culpa, según ellos, el chiste les costó más de un millón y medio de dólares, en viajes de acá para allá, estudios, análisis, miles de kilos de materiales enviados en avión, personal altamente calificado y todo un año de personal bien pagado en Bolivia, tanto en planta como en las oficinas. Lo que contó Holt en aquella oportunidad fue que según estos mismos señores, habían hablado por teléfono a La Paz con Ovando o con algún colaborador cercano para tener resueltas sus dudas en torno a los rumores que como petroleros habían oído, en relación a la Gulf Oil. Así les habían afirmado desde el Palacio de Gobierno que “todo estaba OK”. Estaban volando a Bolivia con la carpeta lista y estando ellos en el avión saliendo de Miami, se les notificó sobre la nacionalización de la Gulf Oil, lo que hicieron fue dar media vuelta en el avión… Fue lo que me contó Holt. La política criolla, un día va a la derecha, otro a la izquierda y así. Se empeñan para ir adelante pero entre ellos se ponen zancadillas y el pueblo es el que se arruina. Se pueden pasar la vida sin nunca haber hecho nada que sirva para el futuro, para la familia o para el bien del país. Personalmente en lo que respecta a mi, diré que he dejado los caminos y la infinidad de camiones que he entregado a mis trabajadores. Cuando trabajaba en El Desierto y transportaba tanto mineral, había necesidad de camiones y comenzaron a llegar los Toyota. Eran los mejores camiones, eso me han dicho. Compré una flota de camiones Toyota. En El Desierto no teníamos ni talleres, ni gente capacitada para organizar los transportes y los vehículos nuevos andaban de mal en peor. Por otro lado yo quería darles un aliciente a los choferes, para que se haga un buen transporte; así que resolví entregarles en
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propiedad, los camiones. El chofer lo pagaba trabajando con cierta cantidad de viajes, y con tantas toneladas transportadas de mineral a la estación, o haciendo el transporte que se le asigne. Con este sistema han debido salir como cuarenta de esos vehículos a los pobladores de todo lado. El trabajo en el campo no es tan duro y tenían los camiones en sus pueblos. Hasta ahora los utilizan, estoy seguro. Aunque viejos y en sus últimas, aun se ven estos camiones andando por todos lados de Los Lípez y alrededores. Les pagaba un flete razonable para que tengan un margen. En muchos casos, al año y medio o dos lo pagaban, en otros casos trabajaban con un pariente y hacían a dos turnos, pagaban rápido, otros se iban y no terminaban de pagar. Lo malo fue que una vez pagados los camiones se iban. Después del fracaso que sufrí con la Crude Oil y que quedó solo en papeles, seguimos trabajando normalmente. Sin embargo era una a época difícil cuando bajo el precio del azufre, sin inversión. Quise financiarme pero en el país no hubo la posibilidad que ninguna institución me diera financiamiento. En la Argentina traté con algunos financistas inversionistas, esta gente hablaba mucho y no pasaba nada concreto, llegaba a instituciones de crédito, hablaba, llevaba informes, me hicieron perder meses y no hicieron nada. En eso andaba cuando me dieron el dato de que vaya a Fabricaciones Militares Argentinas. Fui y hablé con un general, el ejecutivo principal y quien me condujo a la Sección Azufre. Efectivamente tenían y trabajaban una mina de azufre en Salta. Podía interesarme en entregarles azufre, por la cercanía de mi mina y me propusieron que yo vaya para ver.
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MINA LA CASUALIDAD
Me ofrecieron darme credenciales para que vaya por la mina llamada La Casualidad y de paso vea lo que pasaba en esa mina, porque—decían ellos—que los costos eran muy altos, andaban en 200 $us y el azufre que era monopolio de Fabricaciones Militares, lo vendían a más de 200 $us, cuando el precio en el mercado era de 50 $us. Había muchos reclamos de parte de la opinión pública y de los industriales argentinos porque una materia básica de la industria, como es el ácido sulfúrico se utiliza para todo. Así que parecía que cayó muy oportuna mi visita. Efectivamente enviaron al hotel, las credenciales y los pasajes hasta Salta y a la mina Casualidad. Se me indicó que me esperarían en el aeropuerto. Al despedirse, se me pidió algún informe para que vea si se podía hacer algún trabajo conjunto con mi yacimiento en Bolivia que quedaba relativamente cerca. Yo, estaba muy interesado en poder hacer algún negocio. En Salta me esperaban un coronel y un capitán, el coronel era administrador y el capitán el gerente; tenían su oficina allí. Yo me alojé en el hotel Salta, quedamos en que me recogerían al día siguiente a las siete de la mañana. A la hora señalada pasó por mí en una camioneta, un joven suboficial; no estaba ninguno de los que me recibieron el día anterior. Pasamos por la mina de San Antonio de los Cobres y llegamos a
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Olacapato, la estación de ferrocarril y desde este lugar empezaba el camino a la mina, cuando me muestra el camino ¡Era pavimentado camino de primera y yo que andaba con mis camiones entre los pedregales y arenales! Este camino llegaba hasta la mina a cinco mil y tanto metros, han debido ser bastantes kilómetros y habremos demorado una media hora en subir. Los acopios de azufre los despachaban a la estación del tren y luego hasta Buenos Aires y a otros lugares. Cuando llegué a la mina, me esperaba, no el administrador sino un reemplazante. Lo primero que hizo fue conducirme hasta la casa de gerencia para que me aloje. Un chalet de primera, tenía un bar a todo dar. Me ofreció un trago pero le dije que no, muchas gracias, yo no tomaba trago en estas alturas, estábamos a 5.000 metros. Me trajeron toda clase de comestibles y bebidas, el mejor de los tratos. En el comedor también la atención era de primera. Les dije que descansaría un rato y si no hacía mucho viento después de almuerzo deseaba visitar las instalaciones. Cuando empezó mi visita me quedé con la boca abierta las infraestructuras eran inmensas, grandes galpones. Lo que había yo visto en Catavi era ínfimo al lado de esto, pensé que producían una barbaridad de azufre. Sin embargo los galpones estaban vacíos, en uno había dos o tres calderas, en los otros algunos equipos. Ya se me desinfló la impresión que tenía del trabajo. Me llevaron a ver las autoclaves que las fabricaban en Salta, estaban muy bien hechas pero no tenían mayor tecnología, les faltaba algo porque el trabajo era más o menos cansado. La recuperación de las autoclaves que en teoría debería haber sido muy superior, no era buena. Teniendo semejante inversión, tenían autoclaves de fierro fundido, iguales a las nuestras, que están bien para empresas chicas como las nuestras. Eso sí, había un galpón grande donde estaba la planta de concentración de el mineral que lo molían, flotaban, concentraban lo separaban del agua y por una correa pasaba a las autoclaves
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japonesas, creo que eran seis y estaban trabajando en esos momentos. La producción era mínima para semejantes instalaciones. Además había cinco autoclaves de las mismas que tenía yo. Cuando les pregunté que con qué objeto las tenían, si poseían las autoclaves japonesas, me contestaron que el rendimiento era el mismo (esto es casi imposible tratándose de concentrados) pero no quisieron entrar en mayores explicaciones. Mi opinión era que se trataba de un trabajo sin técnica ni organización, además el personal era numeroso, doscientas cincuenta personas ¡Increíble!. La demanda del mercado argentino para el azufre es de varias decenas de miles de toneladas. No tenía sentido alguno que trabajaran La Casualidad que solo servía para que todo el azufre consumido por la industria se encareciera absurdamente. Para salvar a La Casualidad y sus gastos, tenían el monopolio de la venta de azufre, que además lo importaban del Canadá a 45 $us y promediando con el de La Casualidad tenían que venderlo en 200 $us. Subimos desde la mina hasta la cata por un camino largo, me llamó la atención unos cables, eran para llevar corriente eléctrica para el chancado y molienda. Cuando entré a la mina, toda la gente estaba muy susceptible, pensaron que estaba yendo a inspeccionar y que posiblemente presentaría un informe desfavorable y por esto es que cuando les preguntaba algo, sacaban el cuerpo a las respuestas. Todo era difícil, por suerte entré a la oficina y allí vi que había colgado un mapa de la mina catalogando las leyes de mina, cuando me fijé estaban trabajando con leyes del 12% y 15%, leyes muy bajas, tenían que moler mucho material, habían años de trabajo. La Casualidad, para mí era una mina agotada y estaban trabajando con leyes muy bajas. Tal vez hubiera tenido mejor resultado, como empresa privada. Tenía todas las condiciones a su favor: camino, equipo, corriente eléctrica que se generaba de una planta eléctrica, para subir corriente a las enormes chancadoras y molinos a conos. ¡Y semejante planta
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de molienda que trabajaba ocho horas diarias!—Por el frío, todo el mundo se bajaba—una planta de molienda para justificarse, tiene que trabajar de día y noche. Arriba no tenían agua, la molienda era hasta un cuarto de pulgada y el resto lo bajaban a la pampa donde se hacia la molienda secundaria y la flotación en el ingenio, un enorme galpón más grande que los de Llallagua o Siglo XX. ¡Realmente estaba tan impresionado con todo lo que vi! Eso costaba millones de dólares, no podía proponerles nada. Fabricaciones Militares en Buenos Aires no se daba cuenta de lo tenían invertido en dinero, claro que la gente de la planta lo sabía, pero nadie quería perder sus muy rentables sueldos, algo sospecharían, cuando, me pidieron un informe en Buenos Aires. Tenía que regresar a Buenos Aires para informar. Fui a visitar al coronel (han transcurrido tantos años que me falla la memoria, no me acuerdo su nombre). Muy atento, muy cordial entonces le dije que no podía ofrecerle nada y que la mina quedaba muy lejos y el transporte lo encarecía todo. Me preguntó mi opinión de la mina y le dije que me parecía que la mina se encontraba medio agotada, el mineral era de baja ley. No le dije nada más, sí, le comenté de lo bueno de sus instalaciones ¡Qué me iba a meter en pleitos ajenos! Con decirle que su yacimiento se estaba agotando era como decirles, mejor que paren, además yo solo informaba para mayores opiniones, debería haber existido un convenio como consultor. Fui a ver mis propios intereses y ver si me convenía vender azufre, ver de comprar maquinaria, porque también me ofrecieron la posibilidad de transferirme maquinaria, que probablemente les costó un ojo de la cara. Me enteré que las autoclaves japonesas las fabricaban en Salta, pensé que si alguna vez necesitaría, las mandaría hacer en Salta en el mismo lugar. Luego de unos años me enteré que habían rematado todo. Habría sido la oportunidad de comprarles, nadie sabía lo que tenían. Con dinero podríamos haber entrado al remate y nos hacíamos la América. Usando la quinta parte de los dineros del crédito que nos dieron hubiéramos sacado todo, pues ¿Quién va a comprar equipos deshechos
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por el azufre, maquinaria especializada para tratar el azufre? El azufre es bastante corrosivo en general para todo tipo de maquinaria, se mezcla con grasas y otros elementos y siempre produce reacciones ĂĄcidas que deterioran molinos y otros.
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VENTA DE AZUFRE EN LA ARGENTINA
Cuando llegué hablé con este general y les ofrecí venderles azufre, me preguntó cómo les entregaría el material, para concretar el negocio. Le dije que viajaría para estudiar todos los pasos camineros a la estación de Olacapato, con la posibilidad de utilizarlos. Salí de Calama con Dámaso Urrelo por el paso de Socompa. Resultó que la estación quedaba muy lejos y era la más cercana para nosotros. El azufre se podía cargar en el ferrocarril, luego de efectuar los trámites aduaneros. Hicieron un pedido, de dos lotes de 250 toneladas. Cuando comprobé, las dificultades de llevar el azufre eran muchas, habían problemas de bodegas, transporte, distancias y no se podía cumplir seriamente, así que sencillamente les avisé que no podía entregarles el azufre. El precio de compra que ofrecieron era muy bajo, me obligaban a un precio competitivo con el azufre canadiense. Les propuse que paguen el precio del azufre canadiense puesto mina, pero tenían intereses creados y me ofrecieron un precio muy irreal sólo por cumplir. El azufre canadiense era barato en origen, pero el transporte para llegar a los centros de consumo elevaba su precio. La mayor parte de consumidores de azufre se encuentra en Rosario y Buenos Aires. Era muy complicado por donde se viera, no era negocio, la operación por lo tanto era económicamente impracticable.
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CROTONE
El cónsul general de Bolivia en Roma me contactó con una de las empresas más grandes de plásticos y químicos que tenía su propia mina de azufre en Sicilia. Me puso en contacto con el gerente de la mina, este caballero era una persona muy simpática, hablaba mitad italiano y mitad castellano. Inmediatamente me di cuenta de su jerarquía, había construido las instalaciones de azufre en Polonia, uno de los grandes productores de este mineral en el mundo. Camino a Crotone, en un tren nocturno, nuestro camarote era de primera clase. Luego de instalarnos, visitamos la planta. Crotone contaba con electricidad, agua, tren, todas las facilidades. El trabajo era muy similar al mío, similar en el objetivo final que es la calidad y pureza del azufre. Me empezaron a mostrar el trabajo, el azufre era del 14% y 16%, un azufre de baja ley, se lo explotaba y todo salía por bombas de arena, lo molían, flotaban y fundían con equipos de gran tecnología. El sistema era parecido al nuestro, pero en grande. Mi visita al Cónsul tuvo un motivo totalmente distinto. Todo comenzó en Ostia, playa cerca de Roma, de retorno, mi hija Corina, se indispuso y tuvimos que llevarla al hospital. Cuando llegamos a la consulta, el médico nos dijo que tenía tifoidea y yo sabía que no era. Este médico tenía toda la intención de aislar a mi hija e internarla en una sección de infecciosos y ahí sí que ciertamente se contagiaría
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de cualquier otra enfermedad. No seré médico, pero tenía idea de las cosas. Salimos corriendo y nos escapamos del consultorio como ladrones, tomamos un taxi hasta el hotel, ¡Nos escapamos al justo!. Entonces fue cuando acudí al Cónsul, un señor italiano, lujo de persona, caballeroso, servicial, cuando le conté, él también se preocupó y lamentó semejante incidente, luego me envió a un famoso médico, me dijo que era caro, porque era uno de los mejores en Roma, pero no había donde perderse. Efectivamente este doctor la revisó, se sonrió, le dio unas tabletas y dijo que al día siguiente estaría sana, lo que tenía era un desequilibrio del oído interno, le había entrado agua de mar al oído, eso era todo. Al día siguiente estaba sana y buena, saliendo con nosotros feliz a la calle, después de tres días sin probar alimento.
AZUFRERA CATANIA En charlas posteriores con el Cónsul fue cuando comentamos sobre el azufre y mis deseos de conocer alguna mina en Italia. Luego de mi visita a Crotone, este ingeniero me dijo que tenía interés en venir a Bolivia, pero claro, tenía que ser para una cosa muy grande porque sus honorarios eran fuertes. En todo caso estuve muy agradecido con la gentileza de esta gente, me di cuenta que era una gran empresa, me pagaron gastos de tren, hotel, tuve un trato excepcional. El ingeniero, D’Hipplito resultó ser el hombre más simpático, me llevó a visitar a unos parientes en una casa de Crotone, familia de italianos, gente de pueblo, típica italiana. No les entendí ni una palabra, era gente más rústica que la de la ciudad, pero muy amigable, me invitaron a almorzar y no sé cómo me las entendí, lo que sí, me la pasé muy agradablemente, ellos igual estaban muy contentos y de paso me hice de un buen amigo. Cuando regresé a Bolivia pude comparar y me dije que mi plantita no estaba para nada mala, la tecnología era la misma nomás, estos
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señores sacaban y trataban mineral de baja ley y lo transportaban con los medios más modernos que hay, aire comprimido y bombas, en cambio nosotros tratábamos mineral de alta ley y lo transportamos con camiones. En segundo lugar después de explotar, al igual que nosotros lo molían, chancaban, lo flotaban ahí sí,—con gran tecnología—y es todo. La fundición no era con autoclaves sino en unos cilindros al vacío, el producto resultante, era el mismo, la pureza la misma, cuando salía la primera filtrada, igual a la nuestra, el azufre salía un poco turbio, se aclara y queda de color rojo, no tenía mucho que aprender sino el buen funcionamiento de la planta, una mina grande y todo funcionaba como un reloj. Pero estaba impresionado por el personal profesional, altamente calificado, ingenieros, químicos, en fin, era un gusto. Mi idea siempre fue que lo llamaría, para que me colabore. En Italia tienen una experiencia milenaria, se sabe que ya los romanos producían azufre en Sicilia y lo llevaban a toda Europa. Fue muy provechosa la visita, pero mis deseos de trabajar con este ingeniero en una planta grande, desgraciadamente no se cumplieron, nunca funcionó mi planta grande. Tenía que ser una planta grande. Para tratar y producir 5.000 toneladas al mes, 60.000 al año, ya era importante. Para este trabajo inclusive tenía la intensión de ir a Crotone a traerme técnicos de apoyo, para que funcione bien. En mi planta chica, donde también trataba las colas con flotación, trabajé de lo más bien, no utilizaba esa gran tecnología, sino más bien mucho cemento y madera. En el caso de una planta grande se necesitaría mayor perfeccionamiento pero al final la maquinaria que habíamos adquirido era perfecta para el trabajo y hubiera funcionado como un reloj, pero se quedó con todo en chatarra. Fierros oxidados por allá, trastos por acá, todo envejecido por el tiempo.
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FINANCIAMIENTO
Después de la nacionalización de la Gulf Oil, nunca más supe de los señores americanos y la opción de compra de la Crude Oil, comencé a buscar financiamiento. Me dediqué a tratar de conseguir capitales, pero era difícil en Bolivia. Fui al Brasil, fui a la Argentina donde necesitaban mucho azufre, pero nadie tenía interés en financiar, porque la importación y venta del azufre era monopolio de Fabricaciones Militares. También habían banqueros interesados, pero no paso nada, mandé a traducir del inglés al español y por especialistas en la materia, las revistas y publicaciones especializadas en el azufre. Coincidían que la escasez de azufre sería mayor cada vez por la disminución de los stocks canadienses y otros factores. Perdí mucho tiempo y dinero en todo esto. En la Paz se presentó una posibilidad de conseguir un crédito de la CAF. En esa época el presidente de la C.B.F., era Adolfo Linares, conocido y amigo mío, cuando lo busqué me ofreció su colaboración, pero me advirtió que sería difícil. Sin embargo cuando después se fue a Caracas como Presidente de la CAF, hablé con él por teléfono. Además, en ese mismo periodo Gastón Araoz amigo mío era Secretario de la CAF, también, en Caracas. Pensando que era una oportunidad para presentar mi proyecto, viajé a Caracas y los busqué. Como se me ofreció toda la colaboración, presenté un
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Proyecto, quienes lo elaboraron era gente de la CAF especializada para estos proyectos. Sin embargo después de dos semanas, Gastón Araoz me informó que el cupo del dinero de la CAF para ese año estaba dado y era mejor dejarlo pendiente para después. Con una noticia así me volví a La Paz y continué en busca de financiamientos. Después de mucho tiempo, recordé este asunto de la CAF, se habló con el Banco Minero, allí me dijeron que algunas empresas habían conseguido un crédito combinado con fondos de la CAF, el Banco Mundial y que podía ser factible. Se hicieron estudios bastante completos, incluyendo todos los estudios de mercado que me enviaron de Inglaterra, traducciones de publicaciones especializadas, todas las referencias de los mercados internacionales y muchos otros datos. Los estudios de factibilidad que se presentaron a los bancos, los elaboré en Buenos Aires, Argentina donde tenía contacto con especialistas en la industria mundial del azufre. Me facilitaban publicaciones internacionales y en especial de Londres. Todos los datos, tablas referentes al azufre los conseguí allí y se pudo elaborar el proyecto. Lo que predecían en general era que para el año 2000, el precio del azufre subiría entre ciento noventa y doscientos dólares la tonelada. En ese entonces el precio era moderado, estaba en setenta y cinco dólares, trascendió que se presentaría una cada vez mayor escasez de azufre, por cuanto los stocks de este mineral en Canadá se habían reducido considerablemente. Dadas las reservas ubicadas en la mina Susana, mi proyecto justificaba 5.000 toneladas mínimas al mes y tenía mucho margen. Era un negocio muy factible. Cuando presenté la solicitud al banco y mientras procesaban el crédito, los precios estaban más bajos, pero con una producción sustentable de 5.000 toneladas al mes, aún así, salía muy ventajoso ¡Harto ambicioso!. El transporte al puerto o al destino, se conseguía fácilmente con camiones contratados. Después de idas y vueltas y por supuesto más de un año, el crédito fue aprobado en el Banco Minero, con
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el respaldo de estas entidades, por una apreciable suma de dinero. Rápidamente se efectuaron las aperturas de las cartas de crédito, el gerente Armando Ossio Caballero quien estaba en contacto directo con los personeros del Banco Minero me informó que era una exigencia del Banco y entidades prestatarias que teníamos sólo una semana para instruir la apertura de los acreditivos para la maquinaria. Años atrás sufrí un infarto que me llevó a un estricto cumplimiento de las instrucciones médicas, en especial que no debía subir a sitios de altura elevada, así que yo no vivía en La Paz, sino en Calama–Chile por su cercanía al yacimiento. Pasaba la mayor parte del tiempo, controlando las finanzas, el trabajo en la mina y en especial, los embarques del mineral. Este fue el motivo porque me encontraba lejos de los ejecutivos quienes operaban por poder y me impidió poder verificar el fiel cumplimiento del contrato de crédito. No pude verificar las aperturas de las cartas de crédito, se cometieron errores por falta de experiencia. Así fue que en la fecha que se concedió el crédito para la ampliación de la planta de refinación en Susana yo estaba ausente. Inmediatamente, cosa extraña, comenzó a hacerse efectivo, yo no entendía la premura para abrir acreditivos y me vi obligado a cerrar mis compras con una celeridad que no sabía para qué. Se me presionó mucho para que diera el visto bueno y las firmas escogidas, ni siquiera cumplieron a tiempo con las entregas. Lo mismo ocurrió con la suma en efectivo que nos entregaron destinada para empezar con las instalaciones. No la alcance a ver porque el gerente Luis Armando Ossio me expresó que había necesidades muy urgentes con el propio Banco Minero y que este dinero estaba destinado para pagar los costos de conseguir el crédito y otros varios. Para cumplir con los trabajos de excavaciones, cimentaciones y otros para acomodar las máquinas, nos quedamos sin dinero y tuvimos que emplear los fondos provenientes del producto de las ventas del azufre de la planta antigua que continuaba sus operaciones,
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puesto que la nueva planta se construía al lado y era independiente. Se tuvo que hacer un considerable trabajo de excavación y de cimentación para colocar la maquinaria. Como jefe de obras, estaba el arquitecto Alfonso Barrero, quien comenzó a trabajar desde la aventura de llevar esos equipos, hacer excavaciones y construcciones. Todo el trabajo efectuado manualmente, no disponíamos de grúas ni los implementos para la instalación, así que los montábamos como se podía. Cuando prácticamente la maquinaria se encontraba en un 90% instalada sobre bases de H°A° en la planta faltando únicamente soldar las planchas de acero y su instalación de los Buzones (para mineral de gruesos y finos), lo mismo con las del tanque espesador con capacidad de soportar 1.000 toneladas de carga… ¡Gran colerón!, Ya no teníamos mercado para el azufre de nuestra planta actual… Ocurrió que bajó la cotización internacional del azufre a precios increíbles, bajaba y bajaba, hasta que llegó un momento en que pararon todas las minas de azufre de origen volcánico, minas como Aucanquilchas, la más grande en Chile y la de Undangarín (Chile) que también estaba trabajando intensamente. Las azufreras volcánicas incluso muchas productoras de azufre en los Estados Unidos y México, pararon por tener grandes problemas ¡Todos pararon actividades! El azufre recuperado llegaba desde el Golfo Pérsico a precios casi regalados. En los conflictos anteriores y en la época del Ayatola había escasez de azufre y por ello hubo una gran alza en los precios, pero después cuando se normalizaron los problemas políticos en el Medio Oriente, los nuevos dueños se encontraron que había grandes stocks de azufre en toda esa región. Se acumuló una gran cantidad de azufre recuperado, en Irán, en Irak, Arabia Saudita y al comenzar a venderlo, los precios se vinieron al suelo. Los stocks no disminuían, seguían iguales y el precio cayó y no ha vuelto a subir hasta el día
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de hoy, se dijo y dice que el azufre ya no tiene precio. No creo que vuelva a subir en muchos años más. Ahora recuperan del petróleo, después será del carbón que contiene azufre. El azufre es un contaminante que la sociedad moderna quiere eliminar de sus actividades. Así también nosotros vimos que no podíamos vender nuestra producción, esto nos acarreó grandes conflictos y la cesación total de pagos. Todo el dinero, absolutamente todo lo que quedaba, se destinó al pago de salarios y parte de las indemnizaciones. El poco dinero disponible se fue con los trabajadores, incluso pagamos el desahucio a nuestro gerente, Armando Ossio, responsable de todo el desastre. Los otros gerentes, asesores y empleados de la oficina en la ciudad, se quedaron con vehículos. Todo se liquidó incluyendo los bienes familiares, pagamos todo lo que se pudo. El trabajo se paralizó totalmente, se dijo que yo era culpable de haberme metido “A semejante aventura” porque yo tenía una empresa bien montada con equipos, camiones, instalaciones, mis activos se valorizaron en más de un millón de dólares. Por otro lado, la maquinaria que se utiliza en el azufre es especializada, no se pudo hacer nada con ella. Después de manejar millones de dólares, no quedo nada. Considero que quienes nos han fallado en realidad fueron los grandes bancos internacionales, que nos prestaron dinero para inversiones. Entiendo que estas entidades disponen de pisos enteros con oficinas de mercadeo, antes de hacer los préstamos tenían la obligación de conocer las perspectivas de la inversión. ¡Cómo íbamos a pensar, soñar siquiera que nos quedaríamos sin mercado, antes de terminar de instalar la maquinaria! Nos quedamos con el azufre sin precio. Y si bien la maquinaria que habíamos adquirido era perfecta para el trabajo y hubiera funcionado como un reloj, pero terminó todo en chatarra, fierros oxidados por allá, trastos por acá, todo envejecido por el tiempo.
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Yo responsabilizo en gran manera a los bancos que prestaron, porque si bien yo he presentado cuadros sobre perspectivas de mercado y precios a futuro, las informaciones que nosotros podíamos conseguir eran de carácter limitado, comparando con expertos de las grandes instituciones bancarias que tienen acceso a información altamente confidencial y contactos internacionales con el mundo de los negocios. Podían tener indicios de lo que pasaría dando alerta de lo que pasaría. Todo el caos se originó con la guerra del Golfo Pérsico (descrito en el prólogo) la recuperación y posteriores reservas del azufre recuperado del gas y del petróleo en los países árabes. Por años, Canadá era el principal productor de azufre recuperado del gas, producía casi siete millones de toneladas anuales de azufre. Servía para más o menos estabilizar el mercado. Cuando había déficit o sobre producción, la cotización internacional del azufre la establecía el mercado de Vancouver. Las publicaciones especializadas, se regían por esta cotización. El azufre canadiense lo transportan desde Alberta al norte, la zona petrolera, a través de grandes territorios, miles de kilómetros hasta Vancouver. El transporte (que antes era subvencionado) y las instalaciones en el puerto encarecen enormemente el valor del azufre. El azufre recuperado, en sitio es muy barato. Estuve en Vancouver, las instalaciones portuarias son enormes, cargan un barco en ocho horas. Yo quise conocer todo lo relacionado con el azufre canadiense, porque mi perspectiva era dirigir y asesorar una importante empresa, produciendo 60.000 toneladas al año. No llegué a Alberta, por no encontrar de interés esas enormes plantas de recuperación de azufre. Es una zona industrial importante donde se recupera todo el azufre proveniente del gas—millones de toneladas—seguramente siguen recuperándolo obligados por leyes ambientales. El consumo mundial antes llegaba a 50 millones de toneladas anuales.
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Esta fue la única causa y responsable del fracaso de los trabajos de producción de azufre y de la liquidación total de la empresa HORSU S.A.
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INTENTO DE ROBO DE AZUFRE
Años atrás en una de esas ocasiones en que el precio del azufre comenzó a bajar se vio por conveniente no venderlo y más bien aguantar lo máximo posible, la falta de ingresos. Almacenamos un stock en el Hito Cajones, a la espera que hubiera un alza en el precio y así compensar los costos. El acopio que teníamos en nuestro sitio del Hito Cajones creció en miles de toneladas acopiadas lo que despertó ambiciones en personas inescrupulosas. No faltó el pícaro que quiso apropiarse de este lote y en complicidad de autoridades de menor rango, cursaron una denuncia totalmente falsa. Se imaginarían que era fácil aprovecharse de ciertas influencias, posteriormente, me enteré que inclusive tenían contratados los camiones para llevarse el botín. Y con todo cinismo consiguieron una intervención judicial de la mina, en base a informaciones falsas. Lógicamente fue un sofocón mayúsculo para nosotros cuando nos enteramos. Pero esta vez puedo decir que la justicia triunfa, porque cuando se pidió que en honor a la verdad, se traslade al lugar de los hechos para verificar tal denuncia, una comisión integrada por personas de peso—no político—sino moral, autoridades que sabían de mi trayectoria como ciudadano honesto y quien había asentado soberanía y trabajo en este desolado y olvidado lugar del mundo, como se califica en una parte del informe presentado a las más altas autoridades.
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Cuando llegó al sitio la Comisión, constató que todo era una patraña y además de liberarnos de tal injusticia. Se quedó en elogios por todo el trabajo que había desplegado y felicitándome por ser un guardián de las fronteras. Fue motivo para que conozcan de cerca, los problemas de la frontera. Todo quedó en cero, se hizo prevalecer la justicia, se evitó un robo legal. Imagino la rabieta de estos pícaros que no pudieron salir con las suyas. Después de este incidente, rápidamente vendimos el stock, y pusimos al día nuestras finanzas, pese al precio bajo.
OTRO EPISODIO Una vez cuando mi hijo Alejandro estaba en la azufrera Susana, llegó al lugar una comisión desde Tupiza que venía a tomar y dar posesión de la parte baja de la azufrera Susana. Notificaron que un ex gerente de SOLMIN y asesor mío se adjudico esa parte del yacimiento. Estaba este abogado de Tupiza, que precisamente fue mi abogado para tramitar mis solicitudes mineras y pedidos de adjudicaciones. Este señor seguramente utilizó algún trámite de la petición, que él mismo nunca terminó de efectuar, conocedor de esta falla, la denunció. Cuando se presentaron las autoridades, conjuntamente con el ingeniero de Tupiza a tomar posesión, Alejandro se vio avasallado, quedó desconcertado. Inexperto no se opuso, los dejó tomar posesión, cuando lo lógico era oponerse a la toma de posesión. Me recuerda al robo que sufrí de la mina de cobre San Antonio. Usando el argumento de la oposición. Oponiéndose, no da posesión la autoridad, falla el acto de la posesión. Luego se demanda judicialmente, ante la autoridad respectiva, contra los que pretendieron tomar posesión ilegalmente, en la Superintendencia de minas de Tupiza. Cómo me iba a imaginar que esta persona ex gerente y amigo me fallaría en semejante y avaricioso acto. Posteriormente revisando nuestros mapas y estudios, comprobé que se trataba de un pedido adicional, de la
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parte baja de la mina, solicitada para rodear el yacimiento, se trataba de un hueco de difícil acceso, nunca se pudo trabajar, el piso era muy caliente, por encontrarse en un volcán. Lo que más me desconcertó fue la forma que funcionó este trámite. ¿Cómo se puede hacer todo un pleito y trámite de adjudicación, sin enterarnos, sin notificar a los interesados?
EMERGENCIA Otra situación grave que se presentó en Susana, le sucedió a Alejandro mi hijo. Subía desde Calama a la mina Susana, en jeep. Félix Colque, manejaba el Jeep ruso con techo de lona, nevó el día anterior y también en la noche. Cuando llegaban a la cordillera, en la parte alta, cerca del Hito, los sorprende una ventisca de viento blanco, el viento cuando levanta la nieve suelta es peor que la nevada, no deja ver nada, puede durar muchas horas. Félix, un hombre de la zona, chofer con gran experiencia, fue a dar contra el cerro a dos kilómetros a la derecha del camino. Se metió sin ver donde subía, se perdió. Quedaron toda la noche a la intemperie con el vehículo enterrado en la nieve. La nieve entraba al vehículo con el viento que los tapaba, cuentan que sacaban la nieve con la mano, Félix que tiene la misma defensa natural de la gente de la zona para soportar frío, no sufrió tanto, se encontraba bien, Alejandro enfermó, se sentía muy mal y con alta temperatura. Al día siguiente veían pasar los camiones a la distancia, hacían señas pero nadie los veía, hasta que los ubicaron. Cuando llegaron al campamento, Urrelo me llamó por la radio a La Paz, informándome que Alejandro llegó con fiebre muy alta, estaba delirando. Me preocupó mucho, porque con neumonía, con poco oxígeno debido a la altura, si no se ataca la enfermedad de inmediato, puede morir rápidamente. Indiqué a Urrelo que le ponga inmediatamente una inyección de penicilina, dentro de 6 horas otra y otra, cada seis horas, hasta el día siguiente. Contábamos con buenos y surtidos
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botiquines. Urrelo me comunicaba por la radio cada cuatro horas para mantenerme informado. En caso de urgencia, pensé en sacarlo de Susana hasta Uyuni, en un avión chico. En cuestión de horas, mejoró rápidamente, se sentía bien, ellos también, con sus conocimientos de medicina tradicional, le trataban con sopas de hierbas. Por la tarde le bajo la fiebre un poco, al día siguiente estaba sano y bueno. Claro que a Alejandro joven fuerte, le dio una pulmonía. Se tuvo que quedar en cama unos días. Así son los jóvenes, menos mal que llevaba bolsa de dormir, durante años, pase insistiéndole en la necesidad de llevar en todos los viajes, una bolsa de dormir. Tenía su bolsa, y con el cierre abierto se taparon, él y el chofer, de igual manera, no era ningún abrigo, la nieve los tapaba inmisericorde, entrando por todos lados.
OTRA EMERGENCIA Cuando recién inauguramos el camino que llegaba a la cima de Corina, subí en el camión, con el chofer para traer carga. Cuesta arriba, curvas y más curvas, casi llegando arriba en la última recta que eran pocos metros, sentí un ruido, era un lugar plano que terminaba en una hondonada. El chofer me dice: “Ingeniero no hay freno...” Le contesté que como que no había freno, que ponga la caja. “No entra en la caja”... sin caja se quedaba a la deriva. Sin volante, ni frenos seguimos derecho hasta la hoyada donde paró por inercia, un lugar donde daban vuelta los camiones, se detuvo allí. Lo que es el destino, nos ocurrió en el único lugar seguro de la cuesta. Se rompió el muelle trasero, cuando se rompe el muelle, se corre todo el tren trasero desconecta el cardán, sin cardán, las ruedas no son controladas por el motor y se pierde el control. Me pareció escuchar un pequeño ruido, pero al encontrase opacado por el del motor, se oía muy poco. Llegamos con el cardán afuera y cero frenos, pues al salirse el cardán, rompió las cañerías del freno. Si esto me pasa cien metros más abajo,
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en el camino de veintiséis kilómetros, nos matábamos, con tremendo barranco. La pregunta es: ¿Por qué les ocurre a ciertas personas, sucesos al filo de terribles peligro; en lugares donde no hay riesgo?
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ULEXITA
Después de encontrarnos en una difícil situación económica como consecuencia de la caída total de las ventas de azufre, buscábamos qué posibilidades mineras podíamos tener. Siempre he tenido mucha suerte para mis actividades, aunque luego nos llegue la kencheria (mala suerte). Me enteré que el ácido bórico y el bórax estaban a buen precio. La ulexita como materia prima, mineral de boro, se usa en muchas industrias. Me acordé haber visto ulexita por Chalviri cuando empecé con el camino a Susana, en aquellos años, no tenía valor. En las actuales circunstancias teníamos que trabajar en alguna actividad. La zona era virgen había existido un solo pedido minero grande de ulexita, que lo efectuó el ingeniero Bosacoma precisamente cuando se encontraba trabajando en las prospecciones mineras de Susana. Como estaba casi al lado, me indicó que el pedido lo hizo para mí, pues él no tenía posibilidades, ni interés y que pasara por su oficina para efectuar la transferencia. Estos pedidos, posteriormente fueron denunciados por un funcionario aduanero quien los transfirió a la familia Soux de Potosí. La otra parte del Salar, estaba disponible y teníamos que hacer el pedido minero legalmente. Emilio Bukovic, amigo de confianza, quien todavía trabajaba en la azufrera como jefe de transportes por ser un excelente mecánico,
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pero era minero de vocación. Le envié una nota pidiéndole que venga a verme a Calama, a los pocos días conversamos, y le pedí que busque ulexita en la zona, le puse al tanto sobre el pedido de Bosacoma en el salar de Chalviri. Convinimos que buscaría en Chalviri, al lado de Susana, y trazaría el plano respectivo, para poder tramitar la adjudicación. Efectivamente unas semanas después retorno con planos de varios cientos de hectáreas. Con los croquis en la mano llamé por teléfono a La Paz, al secretario de la oficina, pidiéndole me visite en Calama, entonces le confié la misión de viajar a Tupiza, para que tramite los pedidos mineros, pagar las patentes respectivas, solicitando en la Notaria de Minas la adjudicación del pedido. Facilitándoles el dinero para todos los gastos que su misión requería. Después de pagar las patentes, me envió el auto de adjudicación y la copia de los recibos de pago de patentes. Entre tanto Emilio Bukovic retiró obreros de la azufrera, y se dirigió a Chalviri para iniciar los trabajos y como siempre, construir campamento y organizar el trabajo. Es muy fácil extraer ulexita y secarla, pues se encuentra a nivel del suelo. El momento de la extracción contiene 55% de agua, la que puede ser un poco o muy salada. El contenido de agua para ser comercial debe bajar a 12%. La única dificultad es que en determinados lugares hay cristales de cuarzo que deben ser eliminados. Contiene un poco de arcilla, sulfatos, cloruros y otras sales, el contenido de la misma determina la calidad del producto. Tanto para uso agrícola o industrial, el cloruro, por su alto contenido representa un inconveniente grave, en algunos casos, haciéndola inservible.
OCCIDENTAL CHEMICAL SUDMETAL nos sugiere que enviemos muestras porque había un buen comprador. Las enviamos y resultaron buenas porque nos hicieron un pedido de doscientas toneladas, de prueba. Como satisfizo sus
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requisitos nos consultaron si podíamos entregarles el producto calcinado, con leyes de 37% con escala de premios. Cosa muy razonable, si tomamos en cuenta que la planta de producción de ácido bórico de Occidental Chemicals, se encuentra ubicada en Talcahuano, distante más de dos mil kilómetros de nuestra boratera. Aceptamos el desafío, instalamos los hornos de calcinación. Una vez secada al aire, se calcinaba y se mandaba a Chile. La ulexita calcinada, contiene normalmente en nuestra boratera 26–28% de anhídrido bórico. La empresa Occidental necesitaba alta ley por el elevado costo de transporte. Por ese entonces La Occidental Chemical era una de las más grandes empresas químicas del mundo, entre otros productos elaboraban ácido bórico y disponían de ácido clorhídrico, subproducto de la fábrica de celulosa. Su planta era un modelo, los empleados de esta sección trabajaban con mandil blanco, todo era mecanizado y automatizado. La Occidental Chemicals se encontraba satisfecha con su proveedor AZUVOL. Entregábamos un producto apto de acuerdo a sus especificaciones que eran muy estrictas y las cuales cumplíamos a cabalidad. Cuando se acabaron las ventas me enviaron una carta muy honrosa, donde la Occidental certifica, su satisfacción en la seriedad al estricto cumplimiento del contrato, de parte del señor Barrero, especialmente con la calidad del material. Como las entregas y pagos eran normales, SUDMETAL escribió solicitando aprobación para negociar un contrato con Occidental, pues querían firmar un contrato de cinco años con AZUVOL, por ochocientas toneladas de ulexita mes, destinadas a su planta en Talcahuano. Lo aprobamos de inmediato, autorizando a los abogados de SUDMETAL, todos estábamos de acuerdo. El documento aprobado por Occidental y AZUVOL fue enviado a Notaria para su firma. Con las perspectivas de un contrato de esa magnitud, nos apuramos en aumentar la capacidad de producción, aumentar las reservas de ulexita acopiada, para no fallar. Contratamos a mucha gente y teníamos miles de toneladas producidas como reserva, con el objeto de no fallar al nuevo convenio con Occidental.
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El contrato se encontraba en Notaria. Pasaron dos semanas, reclame y SUDMETAL me respondió que sí se firmaría muy pronto. Pasó un mes y nada, seguramente Occidental negociaba con los brasileros, la venta de ácido clorhídrico. Pero lo cierto es que Occidental no firmó el contrato, decidiendo suspender en forma definitiva la fabricación de ácido bórico.
ÁCIDO BÓRICO Diez años atrás el señor Carlos Schuffer amigo mío me aconsejó, fabricar ácido bórico. El trabajaba en una fábrica de ácido bórico, la que amplió y transformó en Empresa Química del Boro, en Iquique. Una vez, nos informó de un remate de maquinaria minera, la que podía ser utilizada en la fabricación de ácido bórico y bórax. Alejandro fue al remate, para conseguir los equipos que nos interesaban, dos centrifugas de acero inoxidable y dos grandes estanques para todo uso. Adquirido el material, teníamos que construir la fábrica de ácido bórico. Decidimos construir una fábrica en Calama. Esta ciudad era lo ideal, con precio bajo de ácido sulfúrico, cerca de la frontera de donde llegaría la ulexita, además se hablaba de un camino asfaltado hasta la Argentina que pasaría a unos cinco kilómetros del Hito Cajones. Para financiar la maquinaria tenía que vender la casa de la playa que disponía en Iquique, lo que efectivamente sucedió. Con dinero en mano me dirigí a Santiago para adquirir el caldero, un caldero casi nuevo en muy buenas condiciones y las planchas de acero inoxidable necesarias para construir el reactor que se fabricaría en Antofagasta. Viajé a Antofagasta para mandar fabricar el reactor y el cristalizador de acero inoxidable. El trabajo lo realizaron bien, me lo enviaron a Calama, para colocarlo en su base, anteriormente preparada. Compré los motores eléctricos para los equipos. Teníamos la mina de ulexita Mariana en la frontera, y los aranceles en Chile bajaban continuamente. Pagaríamos 6%, casi no influía en el precio final. Teníamos
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que comprar lo que faltaba: Caldera, cañerías, reactor de acero inoxidable, bombas, válvulas, etc., más terreno. El terreno lo conseguí del ferrocarril que me lo alquilaría al lado de la estación. Trasladé en camión hasta el terreno alquilado al ferrocarril, todos los equipos. Comenzamos a construir las bases de los equipos, contrate albañiles y soldadores pero tardo un buen tiempo llevar a cabo todo este trabajo para instalar una planta de ácido bórico, en el mismo lugar de propiedad del ferrocarril que teníamos alquilado hace tres años. Nuevamente después de construir bases y muchos otros, trabajamos y pagamos los alquileres mensualmente, retorno la mala suerte, resulta que el gerente de campamentos del ferrocarril era pariente cercano del minero que proveía a la Occidental Chemical de ulexita, a quien le cortaron el contrato por su incapacidad de entrega y calidad del producto enviado. Eso sucedió hace cuatro años. Este señor aprovecho un atraso de seis días en el pago de los alquileres. Mando retirar nuestros equipos y anulo los contratos. Supongo que era una especie de vendetta de cosas que suceden y no por voluntad de nadie. Y de nuevo me vi en las circunstancias de volver a la labor titánica de trasladar los equipos a una mina sin funcionar, en las afueras de Calama, construimos el campamento y todas las bases de las maquinarias.
COMENCÉ LOS TRABAJOS DE ÁCIDO BÓRICO Ahora con mucha dificultad económica y bastantes años encima, decidí instalar esa planta. Estaba allí todos los días desde las siete de la mañana hasta las cinco de la tarde. Me recogía el pequeño camioncito a las siete y media de la mañana. El levantamiento de la planta avanzaba muy poco, principalmente por falta de materiales, tome un socio poco conocedor de este tipo de trabajo, pero él pagaba los salarios y facilitaba los fondos de acuerdos a sus utilidades en el resultado de las ventas de la semana.
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Tenía días en que trabajaba hasta con tres personas, pero a pesar de ello no faltaba el trabajo. Estaba decidido a concluirla y se terminó con cuenta gotas. Para hacerla funcionar considerando que no disponíamos de ácido sulfúrico, le cambiamos el sistema de trabajo, pusimos a elaborar Bórax Decahidratado, mi socio conseguía cenizas de soda y comprando ulexita, funcionó unos meses de prueba. La soda la comprábamos a precio de especulación. Se la importa y el costo nos resultó elevado y el beneficio muy poco. Importando directamente nos resultaba a mitad del precio, desgraciadamente no tenemos relaciones de ninguna clase, poco se puede hacer. El que manejaba las finanzas era “mi pseudo socio” sin ningún documento firmado. Contratamos los servicios del señor Marcos Loch, técnico químico, un joven muy empeñoso y capaz, ex empleado de una fábrica de bórax. Considerando el fracaso económico anterior decidimos fabricar ácido bórico. Compramos cañerías y otros de acero inoxidable, material que se necesita para elaborar ácido bórico. Comenzamos la marcha blanca de la nueva planta, la que trabaja con energía proporcionada por un grupo electrógeno, no teníamos corriente eléctrica en la pampa donde trabajamos. La producción iba de mal en peor, por falta de materia prima, por falta de organización administrativa y capital. Estamos a la espera de un capitalista de pequeña monta. Ahora disponemos de camino pavimentado hasta cinco kilómetros de Hito Cajones. Es el nuevo camino pavimentado Calama–Jujuy que pasa al lado de nuestra frontera. Facilitó el transporte desde las borateras, hubiera sido ideal para la azufrera, si ahora pudiéramos trabajarla. Prácticamente casi llega hasta la azufrera Susana, la que se encuentra desmantelada. Producimos bórax en la boratera, aprovechando la ulexita y la collpa que se encuentra a diez kilómetros de la boratera. Los análisis de laboratorio los continuaba efectuando yo en mi laboratorio, hasta hace dos años. Analizaba las muestras, que envían de Chalviri para garantizar la calidad del producto. Estoy muy cansado,
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las manos irritadas por el manejo descuidado de los reactivos de laboratorio, ácido sulfúrico y soda cáustica en el laboratorio, ya no puedo seguir trabajando. Cumplí noventa años. Actualmente producimos ácido bórico con cuenta gotas. Por falta de capital. Como consecuencia nos falta ácido sulfúrico, ulexita y otros.
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CONCLUSIONES Mis actividades y trabajos durante mas de sesenta años en la región de Los Lípez están ligadas a la historia del desarrollo de esta región. Desde los años 1947/2009 estuve caminando, viajando, explorando, investigando, instalando minas, construyendo caminos. Batallando con el frío y la soledad y alimentando mi espíritu de esta misteriosa naturaleza de los Lípez. Financieramente terminé como cuando comencé, con malos resultados económicos después de tanto esfuerzo, más de cincuenta años de trabajo y fatiga, en el lugar mas inhóspito y abandonado del país. Pero con la inmensa satisfacción de ver transformado lo inexplorado en un lugar de prosperidad. Sobre las sendas marcadas por mis camiones, ahora vemos buenas carreteras, mantenidas por los pobladores y empresas industriales del lugar. Se creó el Parque Nacional Eduardo Abaroa y los pobladores en su afán de proteger el medio ambiente, no permiten que los turistas arrojen basura en la inmensidad de este desierto; veintenas de agencias de turismo se organizaron en Uyuni y los turistas transitan diariamente por el impresionante y bello Salar de Uyuni, pasando luego por las lagunas Colorada y Verde. Los lugareños que antes sufrían ignorancia y abandono, ahora construyen alojamientos, a lo largo de las variadas rutas. En sus viviendas, ostentan camionetas, motocicletas y muestran al visitante las azufreras como hitos del pasado cercano.
APENDICE
I.- INFORME # 1 AL GOBIERNO DE BOLIVIA 1962, DEL INGENIERO QUÍMICO INDUSTRIAL DR. V. S. DE BEAUSSET. PROMOTOR Y CABEZA CREADORA DEL DESARROLLO DE TAIWAN 1947/1957
II.- "EL CIELO VÍA SUSAN" POR PABLO CINGOLANI PARA ALEJANDRO BARRERO DELGADO
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Vamos a librar la batalla del azufre. Vamos, aclamando al viento, a dar la gran batalla amarilla. Vamos, cabalgando las tempestades, a resistir del hastío su omnipresencia su no way su no hay manera su emputante y declarada forma de castrar las iniciativas y las cabalgatas eólicas. Vamos a enfrentar la batalla del azufre. Vamos a convivir de los volcanes su sombra y olfatear la huella rondarla y cerco a la memoria de las heridas que nos han precedido en la madre de todas las batallas que vamos a iniciar. Vamos a reivindicar la historia de la batalla del azufre; y todo pues se transforma en guerra: un hombre solo, solitario y convencido, lo primero por hallarse él y su sombra, él y su circunstancia, él y su regocijo, él y su tristeza; un hombre solo digo librando el combate inicial y virgen —de las tierras vírgenes por jamás holladas que es la pura verdad y no miento— el hombre solo librando contra si mismo contra la tempestad contra el frío su pura energía vuelta combate su guerra exclusiva su guerra/nuestra guerra y sus trincheras llámense Corea, Banco Minero, Aucanquilcha, Antofagasta dígase como holocausto pero dígase storm in the desert llámese a la trinchera Irak, Arabia, Kuwait como se quiera dígase holocausto dígase Golfo Pérsico pero dígase. No hay otra
Vamos a librar la batalla del azufre. Vamos pregonando vientos, aclarando tempestades, vagando los desiertos a insistir que sin combate no hay esa mirada que pueda conmoverme. No hay otra. Vamos a librar la batalla del azufre. Vamos a encender la mina para que renazca en los agostos más crueles. Vamos a insistir en quemarla para que renazca como renace la yareta después de cada nevada. Y si nieva y se agrieta y si tumulta de frío y ecos del frío la yareta y los hijos y los nietos de la yareta se estrecharán como el papel para librar unidos la batalla aquí está el alba de los renacimientos aquí está el sol que sube por la ladera aquí está el corazón que no duerme aquí, robando los colores, inyección de calor, resurrección de la yareta vamos a dar pelea, niño vamos a librar la batalla. Y envejecidos del sortilegio del azufre. Permitiéndonos el ayer. Ese ayer... las lagartijas que claman volver a la tierra, los perros inventándose vicuñas, las chinchillas que no regresan a sus madrigueras... Y acuñados al lomo de un cóndor que erra mallku triangulando la gracia sabiendo que el desierto es el desierto —y una armónica cura todas las cicatrices— y un hombre solo
llegó al cielo/ llega al cielo —al cielo vía Susan— o casi al cielo. No hay otra. Vamos a librar la batalla del azufre.
— Pablo Cingolani
III.- NOTA FINAL DEL EDITOR
El poema “El Cielo Vía Susan” fechado el 15 diciembre 1998, a los dos meses de la Exposición en la Galería de Arte Salar, fue el fruto de la entrevista (16 cassettes) que le hizo Pablo Cingolani durante los primeros días de noviembre de 1998 en Calama–Chile a Alejandro Barrero Delgado. Hoy viendo retrospectivamente el pasado y leyendo el poema, veo que este tiene tantas similitudes vinculadas estrechamente con lo que viene y vengo haciendo hasta ahora, por lo que parecería como anunciando el inicio de todo lo que vendría… Nunca hubiera soñado librar la batalla épica que iniciaba a partir de ese día en las múltiples presentaciones que se darían “Una tras otra… año tras año” durante los siguientes 14 años. En ese trajín provocamos que el mismo personaje antes entrevistado se emocione y escriba él mismo su Obra Autobiográfica: “Emprendedores y sus Posibilidades en Países de América Latina”. Alejandro Barrero Delgado logró escribir a sus 90 años la historia más increíble de fe y tenacidad y su historia forma parte del trabajo “Volcanes y Mineros, Héroes y Poetas: Cultura en el Espacio–Valorizando la Historia” como algo muy mío atándolo desde el principio cuando pisé por primera vez el desierto más alto del planeta en San Antonio de Lípez el año 1963 a mis 7 años. Finalizando recuerdo imágenes de los niños de las Escuelas“NELLY”, con más de tres décadas de diferencia entre una y la otra, manteniendo viva la presencia de mi madre, que a su nombre cientos de niños recibieron educación por todos esos años. Viendo en ellas muchas vidas reflejadas, recuerdos detenidos… imágenes congeladas en el tiempo. Resumidas en tres momentos: Primer momento en “El Desierto” 1963, yo me sentía como uno más de aquellos niños de 7 años de la escuela Nelly con los “Colorados de Bolivia” durante un acto cívico. Segundo momento 25 años después me encontraba construyendo la nueva planta de HORSU S.A. en “Aguas Calientes–Laguna Verde”
1989, fue cuando tomé esta imagen a los niños sentados al pie de la escuela “Nelly”. Muchos de ellos eran hijos de los trabajadores que asistieron a la escuela Nelly en “El Desierto”. Tercer momento más que verlo lo sentimos… Hoy 50 años después (de la 1era imagen) en el Salón del Cantón de Quetena Grande provincia Sud Lípez del Departamento de Potosí, el 18 de Abril de 2013 se firmó el “Acta de Reunión” en cuyo tercer punto se estableció crear la “Corporación Socio Económica Cultural: Espíritu Santo en el salar de Chalviri, sobre la base de la infraestructura y equipos cedidos de la ex mina León (de Alejandro Barrero Villanueva) a la comunidad de Quetena Grande. Viendo así con este accionar el futuro con mayor esperanza y optimismo. — Alfonso Barrero Villanueva
*Para conocer más acerca mi trabajo, pueden visitar mi blog: http://www.alfonsobarrerov.blogspot.com/
IV.- CASTILLOS DE INVIERNO
A manera de conclusión, aparte de ser altamente significativo para muchos de sus familiares y amigos el texto que transcribo líneas abajo, corresponde apenas a una pequeña fracción de tiempo de los 16 cassettes (26 horas) que grabó Pablo durante la entrevista que le hizo a Alejandro en noviembre de 1998: ALEJANDRO: Yo tenía mis “Castillos de Invierno…” porque mis amigos los “Ludovicos” me decían “El Rey”, yo era su rey… de ahí viene que cuando pedí a un amigo abogado que me hiciera un pedido minero, le puso Rosario del Rey. No me soltaban del Rey PABLO: ¿Rey de Los Lípez? ALEJANDRO: No, solo el Rey de los “Ludovicos”, era una chacota para la coronación, hicimos una fiesta de gala con todos los ritos de una coronación. PABLO: ¡Ah los Ludovicos! ALEJANDRO: Si era un grupo de amigos muy lindo, muy interesante ¡Que buenos amigos! Se me han muerto casi todos. PABLO: Bueno sus castillos de invierno ¿que eran? ¿Las minas en los Lípez? ALEJANDRO: Bueno y…, el chiste es que me decían que “Tú te conservas muy bien porque estas en tus castillos de invierno”. Claro no eran sino las minas allí arriba. Y verdad que me he conservado bien ¡En mis castillos de invierno!, con el frío que hace arriba.
V.- UBICACIÓN GEOGRÁFICA
VI.- DISCURSO DEL DR. LUIS OSSIO SANJINÉZ (EX VICEPRESIDENTE DE BOLIVIA)
Discurso homenaje a la obra por el Dr. Luis Ossio Sanjinéz (ex Vicepresidente de Bolivia) en la Vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia. Distinguido público: Estoy ante ustedes recordando con afecto, con admiración, y con alegría como hombre que ha sabido exactamente lo que es ser hombre, en su trabajo, en su labor y que ha hecho algo adicional a ese trabajo referido en el libro que lo ha escrito como tono autobiográfico. Alejandro Barrero Delgado, es el ejemplo del sabio, el ejemplo del hombre que cree en los demás, el hombre que ama a su tierra. Hasta hoy, en sus 96 años de edad está pensando en nosotros, está pensando en que estamos aquí, recordándolo y sobretodo haciendo homenaje a lo que él dice en su libro respecto de su libertad, respecto de su tarea permanente. Eso de que es libre totalmente hay que analizarlo con cuidado. Es libre para hacer el bien y eso es la libertad que él tiene, es más libre para encontrarse con los suyos y esa es la libertad que él tiene. Es más libre para amar a su patria y esa es la libertad que él tiene. Eso es lo que tiene y nos deja con su vida permanente en entrega total Alejandro Barrero Delgado y nos recuerda a Alejandro Barrero Villanueva. Alejandro Barrero Villanueva, nieto del autor del diseño de este edificio donde estamos ahora. Nieto de otro patriota, igual que varias de las personas que están señaladas en el libro que escribe Alejandro Barrero Delgado y que recoge Alfonso Barrero Villanueva, como una muestra de lo que es el realizarse a través de la familia, a través de la Patria, a través del grupo humano que tiene consigo. Les agradezco la oportunidad que me dan de recordar a la familia Barrero que tanto ha dado por nosotros y que no esperando recompensas, pero han sabido en cada momento ganar con su trabajo honestamente portarse, tratando simplemente en la gente y vivir como es lo correcto vivir, vivir pensando en el futuro siempre. Gracias
— Luis Ossio Sanjinéz
VII.- RESOLUCIÓN
EN HOMENAJE AL INGENIERO ALEJANDRO BARRERO DELGADO CELEBRANDO LOS 110 AÑOS DE CREACIÓN DEL CANTÓN DE QUETENA GRANDE
Alejandro Barrero Delgado, pionero y conquistador del desierto más alto del planeta en la latitud Sur Oeste extrema del territorio nacional “Los Lípez”. Confirmándolo con esta “RESOLUCION” de la comunidad de Quetena Grande el pasado 14 de Diciembre de 2014. Conmemorando el 104 Aniversario de su creación con el Homenaje al creador de la Química Básica Boliviana, como lo asevera el connotado Ingeniero Industrial Dr. De Beausset´s* en su visita a la planta del Ing. Químico Alejandro Barrero Delgado el año 1959, emplazada en la laguna de Cachilaguna en Nor Lípez, Potosí – Bolivia. Escuchando a sus 96 años la lectura de este reconocimiento, viendo claramente en su rostro y en lo profundo de su alma, la complacencia de un luchador implacable. Sintiéndose nunca derrotado hasta su último suspiro, el 29 de Diciembre de 2014 a pocos días de este homenaje.
Alejandro con su hijo Alfonso en Calama, Chile conociendo su libro, Mayo 2014 * De Beausset´s Creador e impulsor del desarrollo de Taiwán, quienes lo consideran un gran Héroe.
VIII.- EL ESPÍRITU DE LA MONTAÑA POR ALEJANDRO BARRERO VILLANUEVA
Siempre me llamaron la atención las fotos que tomé entre los años 1988–1990, cuando trabajaba en la construcción de la nueva planta de HORSU (Aguas Calientes frente a los volcanes Juriques y Licancahur en laguna Verde). Transcurrió una década y me encontraba trabajando en mi proyecto llamado “Cultura en el Espacio”, apoyado y motivado por la prensa y TV, era noviembre de 2001 y mi hermano Alejandro me visitaba en La Paz. Él trabajaba produciendo bórax en el Salar de Chalviri–Sur Lípez, pasando prácticamente toda su vida en esos desiertos y salares con su espíritu empapado de estos espacios, entonces quien más que él para cuestionarlo con esta pregunta: “Alejito… ¿Qué me puedes decir o explicación dar acerca de esta imagen (pág. 248–249) con rostro tan humano en muchas de las facciones del volcán Juriques, incluso hasta con el iris de los ojos, que junto al poema—Empiezo a Visitarme—de Guillermo Bedregal García–Valencia tan sugerente en lo que respecta a mi propia vida… y sumadas a esta otras imágenes que se asemejaban a calaveras, como son los huesos de todas las eras del planeta que perduran en la eternidad como un rastro o señal de nuestro paso por el cosmos?...” En ese preciso momento, Alejito cayó como piedra al piso completamente desvanecido..., Al instante se levanta como con resorte y con voz fuerte me dice: Yo soy el Espíritu de la montaña y se pone a escribir más rápido que una impresora láser el poema que hoy rememorando su memoria lo presentamos públicamente integrada al libro de su padre Alejandro. Jamás vi a nadie escribir con tanta creatividad y a tal velocidad un tema tan profundo... ¡Fueron segundos! Desde que yo era niño me hacía creer en historias fantásticas, y esta parecía ser una más de sus travesuras. Sin embargo nos quedó cierta duda acerca de quién fue el verdadero autor… ¿fue Alejandro Barrero Villanueva o fue el Espíritu de la Montaña? Lo que sí cabe decir… ¡Es que ambos lo fueron! — Alfonso Barrero Villanueva
EL ESPÍRITU DE LA MONTAÑA
¿Te preguntarás quién soy? Yo soy el espíritu de las montañas yo soy el que no pasa en el tiempo finito de tu vida. Yo soy el que siempre me veras cuando estés lejos del vulgar mundo colectivo y consumista de la ciudad moderna. Yo soy tu alma a la que llegarás cuando te des cuenta que la vida no es más que un sueño pasajero. No tengo boca ni río pero llegarás al eterno descanso mío cuando tomes conciencia de tu vida pasajera me tocarás. Soy la sonrisa sin boca; soy el sufrimiento sin dolor; soy tu más allá, de tu realidad. Que chistoso me parezco a ti, tengo ojos y nariz pero no boca para reír ni llorar, soy el Dios que vive en ti por hoy y en un segundo quizá no me veas pero existo. Soy el polvo que existía antes de la creación del universo y seguiré existiendo después de él, soy más que tú, que él y que todo. Soy la razón de la existencia, soy la sublimación del amor, del amor que no permite ni siquiera la felicidad ni el sufrimiento. Soy la nada, la nada el absoluto, parezco orgulloso, pero eso soy ni humilde ni orgulloso, soy la fuerza incontrolable del destino; que te parece? No te quedes a mi lado morirás, llévame en tu corazón y serás fuerte, nada me toca ni lastima. ¿Por qué no tengo boca? Pertenezco a la frontera del subconsciente, no habrá fuerza mortal que me pueda representar, quizá me encuentres antes de dejar la vida y la consciencia de la necesidad de vivir para llegar a mí al no retorno, al punto donde termina la realidad del universo y todo, ese soy yo.
— Alejandro Barrero Villanueva (†)
INDEX FOTOGRÁFICO
1.- Foto Portada Alejandro Barrero Delgado
Salar de Uyuni 1947.
2.- A mi Amada Esposa Laguna Colorada 1960, Sur Lípez, Potosí–Bolivia. 4
3.- Índice
Trazando Caminos, en el cerro Tapaquillcha el año 1950 en Nor Lípez, Potosí–Bolivia.
6
4.- Notas Preliminares El Ing. Barrero cargando un Avión lleno
de corteza de Quina en Cobendo, Norte de La Paz–Bolivia en el año 1942.
12
5.- Alejandro Barrero Delgado, Autobiografía
Alejandro Barrero en su caballo con el que iba a la escuela (Cantón de Mal Abrigo, Provincia Rosario en Argentina).
22
6.- Electroquímica Boliviana
Industria (vapor/calderos–Autoclaves) al pie del volcán Kaquella Nor Lípez–Potosí.
36
7.- Quinina
Muestras del producto enviado a analizar en los laboratorios MERK de los Estados Unidos (1942).
40
8.- Matrimonio Nelly Villanueva Núñez del Prado y Alejandro Barrero Delgado en el río Paraná, Argentina–1942. 44
9.- Buscando Alternativas Planta de fundición en Nor Lípez (1949). 54
10.- El Ingeniero Industrial Dr. V. S. De Beausset’s Cachilaguna Nor Lípez, Potosí–Bolivia (1959). 60
11.- Sur Lípez 1era Expedición
Abriéndose camino en los Lípez.
62
12.- Azufrera “Corina”
En la cumbre del cerro Tapaquillcha (1954).
68
13.- Transportando el Azufre con Llamas Cerro Tapaquillcha, 1954. Los Lípez, Potosí–Bolivia. 74
14.- “¡Así es la Vida… Y así es!” Pobladores de Los Lípez, 1950.
78
15.- Caminos de Sal y Sol. Alfonso Barrero Villanueva en la Iglesia de San Antonio de Lípez, (Diciembre de 1963). 88
16.- Azufrera “El Desierto”
Planta y campamentos del yacimiento azufrero “El Desierto” (1960).
96
17.- Visita del Presidente René Barrientos Ortuño (1965)
Azufreras de San Pablo de Napa, El Desierto y Concepción (1965).
106
18.- Intervención Descargando mineral en la planta de fundición “El Desierto”. 108
19.- Mina Capuratas Construyendo Infraestructuras e instalando Autoclaves. 116
20.- Sur Lípez Segunda Expedición
Arenales, lagunas, salares y geisers. 120
21- Acontecimientos y Anécdotas Banda de músicos conformada por trabajadores mineros en “El Desierto” (1966). 128
22.- Sur Lípez Tercera Expedición
Composición Sur Lípez 1987.
138
23- Comisión Militar y la Mina Susana
Empantanados Rio Grande, invierno de 1947.
142
24.- Planta de Flotación en Susana
1971. 150
25.- Collpa Laguna
Carros de Cubil. 162
26.- Hito Cajones
Stock de Azufre. 164
27- Mina La Casualidad
El depósito más grande lo constituye la Mina Susana, en la parte Suroeste de Bolivia. (*) CARANA Corporation, 1991.
174
28.- Venta de Azufre en la Argentina
Embarcando azufre en el puerto de Antofagasta–Chile el año 1968.
180
29- Crotone “Cachilaguna” Carbonatos. Lípez, Potosí–Bolivia (1988). 182
30- Financiamiento
Mina Susana. 186
31.- Intento de robo de Azufre Maquinaria Mina Susana a 5.400 msnm (1987). 194
32.- Ulexita
Mina León en el Salar de Chalviri–Sur Lípez, Potosí–Bolivia, 2013.
200
33.- Conclusiones Mina Corina, 1947. 208 34.- Apéndice
Desde la Mina Susana (HORSU), al fondo el Volcán Licancabur y Laguna Verde.
I.-Informe del Ing. Industrial Dr. V. S. De Beausset
En Cachilaguna V.S. De Beausset con el Ingeniero Alejandro Barrero Delgado.
210
214
II.- El cielo vía Susan, poema de Pablo Cingolani
Volcanes Juriques, Licancabur y Sairecabur en la latitud sur extrema de Bolivia (1987). 218
III.- Nota final del Editor
a) Niños de la Escuela Nelly–Poblado Minero de “Aguas Calientes” 1988.
224
b) Niños de la Escuela Nelly–Poblado Minero de “El Desierto” 1963.
227
IV.- Castillos de Invierno
Cumbre del cerro guacha. José Álvarez
Alejandro Barrero D. y Dámaso Urrelo.
230
V.- Mapa de ubicación Geográfica
Mina HORSU, “Aguas calientes”.
VI.- Discurso del Dr. Luis Ossio Sanjinéz (ex Vicepresidente de Bolivia)
234–235
Hall Principal de la Vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia Mayo de 2014. 238
VII.- Resolución En homenaje al Ingeniero Alejandro Barrero Delgado, celebrando los 110 años de creación del cantón de quetena grande
Alejandro con su hijo Alfonso en Calama, Chile conociendo
su libro, Mayo 2014.
VIII.- El Espíritu de la Montaña por Alejandro Barrero Villanueva
243
248–249
Volcán Juriques, diciembre de 1989.
35.- Fotografía Index Fotográfico
Explorando y recogiendo muestras de minerales en la Cordillera de los Andes.
250
36.- Fotografía final
Vista desde la cumbre del cerro Amargo.
258–259
Emprendedores y sus posibilidades en países de América Latina
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Al final, luego de un gran esfuerzo desplegado por más de 5 décadas en una de las zonas más inhóspitas del territorio nacional, creó fuentes de trabajo y divisas para el Estado, produjo y refinó azufre del 99,5 % de pureza. Afirmó de manera efectiva la soberanía de la patria en el extremo sur de la República. Alejandro Barrero Delgado entregó toda su vida y recursos en este empeño, y junto a él su hijo Alejandro, dedicando sus vidas a la minería y a los procesos metalúrgicos. Con la caída estrepitosa del azufre, quedaron sin fuentes de trabajo más de 250 obreros y sus familias. Y conscientes de que la minería es una actividad creadora, para quienes el azufre, el bórax, el sulfato de cobre, y los carbonatos de sodio juntamente al desarrollo de productos químicos básicos en Bolivia no tienen misterios. Ahora estos sus conocimientos constituyen su único y gran capital. Sin alterar el buen humor y con un oscuro convencimiento de estar librando un duelo contra la naturaleza en los Lípez, con una soledad pertinaz, profunda y casi cósmica, y donde parecería que el hombre ha sido excluido y que la vida allí no es posible (a su vez uniendo esfuerzos en la desolación total, el frío, la altura, las distancias tan enormes y la carencia total de medios), trasladan sus actividades al salar de Chalviri junto a sus viejos y antiguos trabajadores mineros con sus familias, hombres sencillos pero trabajadores extraordinarios, sobre sus hombros está la patria que ha llegado hasta esos confines. Nuevamente el trabajo va organizándose, aparecen los deportes y todo aquello sobre lo cual se organiza un país. — Alfonso Barrero Villanueva
ACERCA DE LA OBRA La historia de Alejandro Barrero Delgado contada por el mismo pretende ser una obra documental y testimonial que narre en la voz y la obra de uno de sus protagonistas parte de la historia de una de las regiones menos conocidas y más olvidadas de Bolivia: Los Lípez, en el extremo Sudoeste de la República de Bolivia. A la vez, sirva para descubrir al público la naturaleza severa y majestuosa de esa región. Es testimonial por que recoge la historia de una de las voces de la narración: precisamente, la del Ing. Alejandro Barrero, quien ha empeñado más de sesenta años de su vida en sus afanes por aprovechar los recursos económicos de la región, brindando empleo y oportunidades a sus pobladores que no tenían, ni tienen otra alternativa que emigrar a otras tierras. Esta historia es ejemplar ya que demuestra que hasta en las condiciones más adversas y superando todos los obstáculos, con tesón y fortaleza, la voluntad humana puede construir, desarrollarse y crear. Afirmando cada día este hacer obra, con hechos y actitudes reales y concretas, con humildad y sabiduría. Son estos los valores que nos constituyen como seres humanos pero también como comunidades organizadas, como naciones y como pueblos. Es ejemplar, a la vez, porque en un momento histórico donde la humanidad enfrenta graves problemas de superpoblación y desocupación, este crear empresa en uno de los lugares más inhóspitos del orbe que ha sido el norte en el derrotero de la vida del protagonista, es un aliciente a seguir creyendo que podemos encontrar las correcciones a dichos problemas si nos animamos a pensar y actuar de otra manera. Es documental ya que no sólo se pretende mostrar la increíble y fascinante geografía de la región —es el desierto más alto del mundo— sino también por aspectos de su historia, de la vida y cultura de los habitantes que la moran desde hace más de 10.000 años como lo atestiguan los pictogramas hallados en el sitio llamado Laguna Colorada. Es documental porque busca representar al lector toda la fuerza y toda la carga magnética que esa región desconocida para la mayoría atesora pero que está ahí para que la descubramos. A la vez, como marco, se pretende documentar el atractivo natural y cultural que la región posee y que, en la actualidad, la convierten en el principal imán turístico con que cuenta la República de Bolivia. — Pablo Cingolani
ISBN: 978–99954–577–8 Depósito Legal: 4–1–780–14